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Capítulo 30

Chloe

Me siento físicamente presente, pero mentalmente ausente. Demasiado ausente.

Cuando la mente se detiene en un momento en particular, no estás. Simplemente no. Te sumerges en ese momento, te adentras en él, te ahogas.

La escena que tanto te duele e intentas ignorar, te persigue. Te acecha como un asesino, te acorrala y te daña con sus dagas.

A veces, cuando más intentas ignorar a tu mente, esta te lo pone más difícil. Te grita eso que no quieres escuchar, te representa una y otra vez aquello que tanto te lastima.

La mente, aquella trampa mortal que trabaja sobre los humanos de una manera tan increíble como aterradora.

Pasaron tres días. Tres días donde se culpó, se alejó de mí y me alejó de él. El pesar de cada hora, cada minuto, cada segundo, me hace sentir que fueron más que solo tres días.

Más allá del corto tiempo, Hunter pudo llegar a mí como nunca nadie pudo hacerlo.

Pese al poco tiempo, se convirtió en parte de mí. Y es esa parte la que se llevó consigo al dejarme, y es por eso por lo que me siento incompleta, vacía.

Ahora que no tengo esa parte conmigo, que no lo tengo a él, me siento abandonada. Sola. Su ausencia está pesando demasiado, tanto que duele. Me agota.

En estos momentos no entiendo nada. Me acompaña la incertidumbre, sé que necesito respuestas a todas las preguntas, aunque muchas de ellas duelan.

Mis ojos se encuentran en el libro que escogí para distraerme. Ya perdí la cuenta de cuántas veces voy leyendo la misma línea.

Intento con todas mis fuerzas adentrarme al mundo de estos personajes, porque hoy más que nunca quiero escaparle a la realidad. Pero no puedo, no me sale.

Dicen que los límites se los pone uno mismo. Es verdad, sé que es así. Pero también sé que todo empieza por la mente, y en estos momentos, solo Hunter la habita.

Ojalá contáramos con el modo avión que traen los celulares. Y así desconectarnos cuando todo va mal.

Tendría que haber ido a la biblioteca, tal vez el trabajo me ayudaba a distraerme. Pero tanto Marie como nuestro jefe, no me querían ahí.

Ya me encuentro mejor de la herida, no me duele. Pero prefieren que me quede unos días más en casa. Aunque estoy segura de que Marie tiene mucho que ver en esto, porque sabe muy bien que psicológicamente me siento fatal.

Siento unos leves golpes en la puerta, y por fin siento que abandono a mis pensamientos.

—Pasa, papá.

Mi padre entra con una bandeja en sus manos y la deja sobre la cama, a mi lado.

—¿Aún sin apetito? —asiento y suspira—. Necesitas alimentarte, cariño.

Lo miro a los ojos y veo su preocupación.

—Lo haré, voy a comer esta rica merienda —sonrío sin ánimos.

—Puedo pedir el día —dejo de comer los cereales y le niego con la cabeza—. Tú me necesitas más aquí, puedo llamar al trabajo.

—No, papá. Recién ingresas al trabajo, y lo necesitas. Estaré bien, no te preocupes. Marie vendrá más tarde.

Mentí. No me gusta mentirle a mi padre, odio las mentiras. Pero es la única manera de tranquilizarlo. Sé lo bien que le hace trabajar, y no quiero que se pierda esa parte por mí.

Me despido de él, deseándole un buen turno. Y él insiste en que ante cualquier motivo que se presente lo llame. Sabe que no voy a hacerlo, pero de todas maneras lo dice.

En cuanto sale de la habitación, el silencio vuelve. Eso trae, nuevamente, el ruido de mis pensamientos.

No quiero llorar. Ya no quiero sentirme así. No me gusta esta sensación de vacío. No me gusta este sabor amargo.

Aparto la bandeja con la comida, la cual apenas toqué, y me recuesto en la cama. La solución a todos los problemas; dormir.

Al menos una solución rápida y momentánea.



Abro los ojos, y observo el techo por un largo momento. Luego, me detengo a mirar la hora. Aún me queda demasiado tiempo libre hasta que mi padre vuelva a casa, y digamos que me harté de estar en la cama, encerrada en mi habitación.

Ya me siento bien, la herida no duele tanto como el primer día. Y necesito salir de aquí, ya comienzo a sentirme ahogada.

Me levanto de la cama, y me calzo las Converse. Y así, vestida en pijamas y peinada con una cola de caballo desarmada, bajo a la sala y cojo las llaves del auto.

Me subo a Blue y pienso a dónde ir. No tengo un lugar, simplemente quiero alejarme de mi hogar. Como si allí se quedarán mis sentimientos rotos, charlando con mi corazón herido.

Creo que es normal sentir la necesidad de irse lejos cuando nuestros hombros no pueden cargar más con el peso que estamos llevando. Desear alejarse de todo, y de todos para así liberar rocas de esa mochila que cargamos.

Así que simplemente, conduzco sin rumbo alguno, escuchando la radio, fingiendo ser una persona alegre que entona la música del momento. Por momentos me creo tal papel, me gusta este disfraz.

Pero la actuación no dura mucho tiempo. El telón se acaba de bajar, y el disfraz ya fue colgado. Fin de la función, volvemos a la realidad.

No conduje sin rumbo como lo había deseado. Me encuentro estacionada frente al departamento de Hunter.

En verdad que llegué hasta aquí sin planearlo, sin darme cuenta del rumbo al estar por calles conocidas. Mi corazón hecho añicos puso su mando al volante, porque a un corazón que quiere, le cuesta entender cuándo alejarse, o cuándo te alejan.

Me bajo del auto, y desde donde estoy, observo la ventana del edificio de Hunter. Mi corazón se acelera con tan solo ver encendida la luz.

Tal vez sea una mala idea, pero necesito verlo. Necesito que esta vez sea él quien me escuche. Necesito que entienda que alejarse no es la solución a nada.

Y con mis ojos repletos de lágrimas, mis nervios a flor de piel, y con una garganta que arde por todas las cosas que necesito decirle, corro hacia el ascensor e intento calmarme. Es imposible, pero intentarlo es un paso, supongo.

Me encuentro frente a la puerta, y sin pensarlo dos veces, toco el timbre. Me tambaleo nerviosa en mi lugar mientras espero, y espero.

Escucho movimientos del otro lado, mi corazón se vuelve a acelerar. Está a punto de salirse de mi pecho.

Paul es quien abre la puerta, y al verme suspira, como si no fuese una buena idea el que me haya presentado. Y lo sé, realmente. Pero es más fuerte mi necesidad de verlo.

—Chloe... —dice susurrando, a punto de agregar lo que estoy pensando.

—¿Él está?

—En su habitación, pero...

—Necesito hablar con él, por favor.

Vuelvo a interrumpirlo porque no soy capaz de escuchar que es una mala idea mi presencia.

—No te va a escuchar, créeme. Lo he intentado, más de una vez y no hay caso. Creo que lo mejor va a ser que te vayas.

—No puedo hacerlo, Paul. Sabes que no, y disculpa por esto.

Lo empujo para pasar, aunque no pone mucha resistencia que digamos. En cuanto estoy dentro, suspira pesadamente y cierra la puerta detrás de él.

—Ojalá te escuche.

—¿Paul? —escucho su voz y me siento débil. Lo veo salir de su habitación, y mi corazón enfermo reacciona como un loco.

Me detengo a observar sus ojos, hay ojeras, parecen cansados y hasta tristes. Las heridas de su rostro, causadas por esos malditos, están sanando a su debido tiempo.

Mis ojos se llenan de lágrimas, pero tengo que mantenerme fuerte. Aunque lo único que quiero, y deseo, es correr a sus brazos, acariciar y besar su rostro.

—Escuché el timbre, ¿quién era?

Paul agacha la cabeza, vuelve a suspirar y se dirige a su habitación.

—¿Paul? —vuelve a llamarlo, esta vez con el ceño fruncido.

—Hola —digo y Hunter detiene sus pasos en seco, como si hubiese escuchado la peor noticia de todas—. Soy Chloe.

—¿Y qué haces aquí?

—Tengo que hablar contigo.

—No. Ya nos dijimos todo lo que teníamos para decir.

—No es cierto. Quizás tú lo hiciste, pero yo no.

—Chloe, vete.

—No lo haré, no quiero hacerlo —seco mis lágrimas, imposibles de frenarlas. Me acerco a él, lo suficiente como para quedar a un paso de distancia—. Yo no quiero estar lejos de ti. No hagas esto, no me alejes.

Hago el movimiento para tocar su rostro, pero mi mano queda acariciando el aire cuando él da un paso hacia atrás.

—Te dije que te vayas. Entiende que no quiero verte —dicho esto suelta una carcajada—. ¿Verte? Soy un estúpido. Todo sería distinto si contara con esa posibilidad.

Dice todo entre risas, pero la gracia de su chiste me duele. Y sé que a él igual.

—Entiende tú, que de la forma que sea, solo quiero estar contigo.

Cojo su mano, pero Hunter aparta la suya de manera inmediata, de forma brusca.

Me siento mal, demasiado triste. Tal movimiento generó que me adentre en un pozo donde la única salida es su mano, aquella que me apartó de la peor manera.

—Yo no quiero estar contigo. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo para que lo entiendas?

Mis manos comienzan a temblar, y me abrazo a mí misma mientras lo observo. No hay emoción alguna en su rostro, luce totalmente normal y eso hace mi dolor más fuerte.

—Es mentira, no piensas ni mucho menos sientes eso.

—Oh, ¿ahora sabes lo que pienso y hasta lo que siento?

—Solo te comportas así por miedo, todo por lo generado aquella noche que no te hace culpable.

—No. Lo que sucedió esa noche me hizo dar cuenta de que necesito estar solo, y por eso, no puedo estar contigo.

—¡Me parece estúpido que hables así, que te sigas culpando!

—Podrías haber muerto.

—¡Pero no lo hice, estoy aquí! —mi voz se quiebra, perdida entre las lágrimas que no quieren dejar de salir—. Por favor..., no... no nos hagas esto.

—Si entendieras que no quiero estar contigo, todo sería más fácil.

—¿Fácil? ¿Fácil para quién? ¡No puedo entenderlo! Me dañas, me rompes el corazón. No me gusta lo que dices, ni tu decisión. Tú y yo...

—Tú y yo nada. No somos nada, nunca lo fuimos y nunca lo seremos.

Las palabras muchas veces funcionan como dagas. Y las de Hunter, no dejan de dañarme el alma una y otra vez.

Mi cuerpo comienza a temblar como una hoja, no lo puedo controlar. No puedo manejar el dolor, ni a las lágrimas que no dejan de danzar por mi rostro.

—Eso no es cierto. ¿Qué hay de los días que pasamos juntos? Fueron...

—Nada, ¿en verdad te creíste ese papel del chico feliz? Pues tienes que saber que era una mentira, y que esos días no fueron nada —me duele lo que dice. Pero más me duele no ver ninguna emoción en su rostro. No le duele lo que dice, y eso me da a entender que es verdad todo lo que estoy escuchando—. Ahora, hazme el favor de irte.

—Tú realmente no piensas así. Solo...

—¿Por qué sigues aquí? ¡¿Por qué?! Es lo que pienso, es lo que siento. Entiende que no te quiero como dije.

Y si creí que mi corazón estaba hecho añicos, me equivoqué. Porque se acaba de romper ante esas últimas palabras, las cuales no se dejan de escuchar en mí. Como un molesto e hiriente eco.

Hunter agacha la cabeza y suspira.

—Vete.

Sin decir nada más, me seco las lágrimas y lo observo una vez más. Sigue con su mirada gacha, pero sin verlo a los ojos, me doy cuenta de que no lo reconozco. Niego con la cabeza, y salgo del departamento, huyo de este horrible lugar.

Cuando estoy en el pasillo me siento débil, mis piernas no responden al intento de huida. Así que me dejo caer y lloro.

Lloro porque lo echo de menos, demasiado. Lloro porque tiene una gran parte de mí consigo. Lloro por sus palabras, por el dolor que las mismas produjeron. Lloro porque lo quiero, y lo necesito conmigo.

Pero sobre todas las cosas, lloro porque en verdad me creí el papel del chico feliz. Creí que me quería.

—¿Chloe? —levanto la cabeza de mis rodillas y veo a Blaine cargar con bolsas del supermercado—. Oh, no...

Lanza las bolsas al suelo, y se agacha para rodearme con sus brazos.

Intenta calmar mi llanto, me dice que respire profundo. Pero por más que intente dejar de llorar, no puedo. El dolor es más grande.

Valoro el apoyo y el abrazo de Blaine en estos momentos, pero ojalá fueran los brazos de Hunter.

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