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Capítulo 20

Chloe

Luego de esa cena que no sucedió, Iván se presentó con sus disculpas. Y pese a que fueron recibidas, no puedo olvidar por completo el hecho de cómo me sentí aquella noche.

De todas maneras, quiero estar bien. Realmente, no tengo energías para una discusión. Quiero que estemos bien.

Al enterarse sobre mi salida con Hunter, un poco de celos llegó a sentir. Pero omitió mi invitación, dijo que eventos de este tipo no son lo suyo, y lo comprendí. O decidí hacerlo para no pelear.

Me encuentro de visita en la casa de la familia Rochester, y mientras Iván está platicando con su padre, yo estoy en la sala junto a Sam.

Nuestra entretenida conversación, sobre el tráiler de una película, que ambos esperamos, se ve interrumpida por el sonido de su celular.

Sam, al leer el mensaje que recibió, sonríe como un loco enamorado. Algo nuevo para mí.

—¿Y esa sonrisa?

Niega con la cabeza y se encoge de hombros.

—Solo una chica.

—No creo que sea solo una chica.

—No lo es —vuelve a sonreír.

—Quiero saber.

—Es una compañera de clases —me mira, y claramente debo lucir totalmente interrogante—. Se llama France.

—Y te gusta —al escuchar mi confirmación, Sam sonríe—. Oh, te gusta mucho. Incluso hasta te has sonrojado.

En cuanto lo digo, las mejillas de Sam se colorean aún más. Me gusta verlo así, ya que es la primera vez.

Espero que France sepa que es un buen chico. Después de todo lo que tuvo que pasar, se merece un poco de alegría.

—Pues... sí, me gusta.

—Y seguro que tú a ella.

Ladea con la cabeza y suspira.

—Eso no lo sé. De lo único que hablamos fue de The Walking Dead.

—Tienen algo en común.

—De todas maneras, no creo que le guste.

—Hagamos una prueba entonces —me mira—. Invítala a salir.

Se ríe nervioso.

—¿Qué?

—No me mires como si estuviera loca, o como si hubiese dicho algo totalmente disparatado. Invítala a salir, véanse fuera del horario del instituto.

—¿Y si me dice que no? ¿Y si inventa una excusa tonta para rechazarme sutilmente? Ya me pasó, y no fue muy agradable —quiero decirle algo, pero me interrumpe—. ¿Y si ella solo busca una amistad y arruino todo?

—¡Por Dios, Sam! No saques conclusiones de manera precipitada. Ni tampoco imagines escenarios. La única respuesta es preguntarle si quiere hacer algo, ¿y qué si te dice que no? Hay que arriesgarse, porque nunca sabemos si estamos cerca de un sí —observa atentamente su celular—. Hazlo. Invítala a la feria de mañana. Si te dice que no, le respondes con un tranquilo «está bien».

Sam suspira y cierra los ojos. Cuando los vuelve a abrir, me mira y le sonrío para que sienta la seguridad necesaria de hacerlo.

—Bien. Si me dice que no, será mejor que corras —me río.

—No me alcanzarás.

—Tus piernas son cortas, por supuesto que te voy a alcanzar.

—Oye, no te metas con mi altura y envía el mensaje.

Nos reímos, y luego Sam se concentra en cómo preguntarle a France. Lo noto nervioso. Borrando, leyendo, y borrando el mensaje. Así más de tres veces.

Luego, como nos pasó a todos una vez, duda en si apretar enviar o simplemente borrar el mensaje y hacer como si nunca se le hubiese ocurrido tal invitación.

Pero Sam deja de pensar tanto, y decide apretar el botón de enviar. Deja el celular sobre sus piernas, las cuales se mueven nerviosas, y nos quedamos en silencio. Hasta que le llega la respuesta.

—¿Y qué dijo?

—Que sí —sonrío y continúa mirando el celular, como si hubiese esperado un rechazo, en vez de un sí—. Que tenía ganas de ir, pero que sus amigas no la querían acompañar.

Sonríe totalmente aliviado.

—Lo sé, soy genial.

Iván sale de la oficina de su padre, luciendo mucho más tranquilo que cuando entró. Todo debido a un cierre de contrato que lo trae muy nervioso.

—¿Estás mejor? —le pregunto. A mi lado, Sam sigue sumido en sus mensajes con France.

—Sí... algo. Aunque tengo que seguir cerrando cuentas.

—¿No crees que es mejor descansar? No has parado ni un segundo.

—No puedo hacerlo, cariño. Ese trabajo no se hará solo.

—Pero tu salud se podría ver afectada.

—Estoy bien, lo prometo.

Suspiro. No habrá manera de hacerle entender que necesita un descanso. Solo espero que no entre en un pico de stress.

—Está bien.

—¿Segura?

—Sí.

—Chloe...

—Solo me preocupas, eso es todo.

No, eso no es todo. Sino que también te extraño.

Pero la última vez que se lo dije, no recibí la respuesta que esperaba. Entonces, simplemente, prefiero callarme.

—Tranquila —se sienta a mi lado y me abraza. No siento como si fuéramos los únicos en el mundo, como antes me pasaba. Sigo sintiendo la presencia de Sam, el mundo sigue girando a mi alrededor. Todo se mantiene igual. Un frío recorre mi cuerpo, una sensación nueva. Como si fuera tristeza—. Si te hace sentir mejor, luego de una ducha, descanso. Y mañana cierro las cuentas —asiento con mi cabeza apoyada en su pecho. Iván hace un movimiento, y seco mis lágrimas antes de ponerme en contacto con sus ojos—. Te amo.

No le respondo. Pero, de todas maneras, sella sus palabras con un beso. Un beso diferente, igual que su te amo. Sabores amargos que no me gustan, que no quiero, que no entiendo.

Sube las escaleras, y sus pisadas son más fuertes que la sensación vacía de su te amo. Me siento mareada, y solo quiero ir a casa.

—Chloe... —miro a Sam—. ¿Estás bien?

—Sí —sonrío forzadamente.

—Entonces, ¿por qué lloras?

Ojalá Iván hubiese notado mi tristeza como la notó Sam.

—No es nada, no te preocupes. Solo necesito ir a casa —asiente, pero me sigue mirando preocupado—. Espero cruzarte mañana en la feria.

—¿Irás con Marie?

—No, con un amigo —al pensar en Hunter, una sonrisa se dibuja en mi rostro. Un rostro, que segundos antes, estaba empapado de lágrimas. Una sonrisa que no es para nada forzada.

Agradezco que Sam haya ignorado tal acción.


Sábado. Y según lo acordado con Hunter, ayer cuando lo llamé, quedamos en que pasaría a buscar a Riley primero, para luego ir por él.

La música de la radio no ayuda a que no piense en la sensación que sentí ayer en presencia de Iván. Y, a decir verdad, he decidido no pensar por hoy. Porque muchas veces, los pensamientos son golpes que duelen. Golpes que vienen uno tras otro. Hoy no quiero eso.

Apago la radio, y continúo con mi viaje. Cualquier tipo de pensamiento, se quedó en mi habitación.

Riley está sentado en el camino que lleva a la entrada de la casa, mirando para ambos lados, luciendo como todo niño impaciente a punto de salir a pasear.

Cuando estaciono, sonríe feliz y corre hacia el interior al grito de «¡Mamá, Chloe ya llegó!».

—Gracias por la invitación —dice Marta, luego de haberme saludado—. Si se porta mal, me lo haces saber.

—Me voy a portar bien, mamá —le sonrío a un Riley que revuela los ojos. No por lo que dijo su madre, sino porque quiere irse cuanto antes.

—No te separes de Chloe ni de tu hermano, ¿de acuerdo?

—Sí.

Se acerca a Blue y se apoya en él. Se cruza de brazos y de seguro, para sus adentros, ruega que su madre no diga otra cosa que nos retenga.

—¿Hay límite de horario? —le pregunto.

—No, no lo hay. Ya ha hecho su tarea —sonríe y mira a su hijo pequeño—. ¿Qué dije respecto a comer muchas cosas dulces?

—¡Mamá, me quiero ir!

Me río, y Marta niega con la cabeza. Tratando de ocultar la sonrisa que se dibuja en su rostro.

—Que no coma muchas cosas dulces porque después me duele la panza.

—Muy bien, entonces, ya se pueden ir.

Riley festeja. Le paso mi número a Marta, solo por si acaso. Y para que ella esté más tranquila ante cualquier cosa.

Cuando emprendemos viaje, Riley me pregunta sobre mi auto. Al parecer, su hermano le contó que lo bauticé cuando era niña. Él me sonríe, y me cuenta sobre los nombres que llevan sus juguetes favoritos.

—Hunter se va a enojar cuando sepa que estoy sentado aquí. Dice que los niños tienen que ir atrás.

—Y tiene razón.

—Aunque creo que se va a enojar más porque estoy sentado a tu lado, y él querrá estar cerca de ti. Me parece que a mi hermano le gustas.

Freno un poco de golpe ante la señal del semáforo. Menos mal que no ocasioné algo feo, pero lo que Riley me acaba de decir, me congeló por un breve momento.

—¿Le gusto?

—Sí, mis papas y Paul lo molestan mucho por eso. Es muy divertido —se ríe—. Se pone tan rojo como el semáforo.

Puedo llegar a imaginarme a Hunter totalmente ruborizado, y eso, provoca una sonrisa en mi rostro. El semáforo se pone en verde, y continuamos nuestro camino.

—¿A ti te gusta mi hermano? Porque si te gusta, podrían ser novios, ¿verdad? Yo quiero que seas la novia de Hunter.

Le sonrío.

—Ya tengo novio.

—Oh... —suspira. A juzgar por la mueca que hizo, la respuesta que le di, no le gustó—. Aun así, me gustas mucho para mi hermano. Creo que eres muy genial, y bonita.

—Bueno, gracias por el cumplido.

Me sonríe y llegamos al edificio del departamento. Hunter se encuentra junto a Paul, esperando en la entrada.

Las palabras de Riley se presentan en mi mente cuando Hunter me saluda, mucho más cuando me sonríe de una manera que siento que es especial. Tal vez solo imagino.

Paul es quien se encarga de ubicarlo en una posición cómoda en la parte de atrás, y su pequeño hermano tenía razón, se enojó con Riley cuando le dijo que de adelante no iba a moverse.

—Nada de traerlo tarde, ¿me oíste? —dice Paul, y Hunter suspira.

—Riley no tiene horarios de llegada, pero él sí, ¿un niño tiene más libertad?

—¿Acaso pedí tu opinión? —me río cuando se cruza de brazos, y niego con la cabeza—. Bien, entonces, nada de traerlo tarde.

—Ignóralo, Chloe. Yo lo hago —dice Hunter.

—Lo cuidarás, ¿verdad?

—Por supuesto que lo haré, cuidaré a ambos, ¿dudas de mí?

—No, no lo hago. Pero solo para que sepas, Hunter tiene mi número en su celular.

Me gusta la manera en que Paul lo cuida. Puede generar risa la forma en que se expresa, pero... ¿amigos como él? Pocos. Muy pocos.

—Tranquilo, todo irá bien. Pero ante cualquier cosa que pase, roguemos que no, yo te llamo.

—Gracias —me sonríe confiado—. Que se diviertan. Adiós, cariño, compórtate —acaricia la mejilla de su amigo.

—Piérdete, Paul.

Nos despedimos de un mejor amigo mucho más preocupado que una madre. Hunter le dice a Riley que no le gusta que se siente adelante, y su pequeño hermano solo le repite que no hay trato para que se pase atrás.

Mientras que yo manejo hacia la feria, pensando en lo que Riley dijo minutos antes de llegar por Hunter. Lo miro por el espejo retrovisor, y por alguna razón, sonrío. No me siento llena de nervios, o incómoda. Solo sonrío.

Llegamos al lugar en donde la feria se presenta cada año. Cuando, finalmente, consigo lugar para estacionar, ayudo a Hunter a bajarse del auto. Me responde con una sonrisa, a modo de agradecimiento. Y me pierdo en su hoyuelo, me ahogo en su sonrisa. Me ahogo en una laguna de sensaciones nuevas que no consigo entender.

La emoción de Riley me rescata. Tironea de nosotros para guiarnos hacia la feria, dejándose llevar por los juegos y dulces.

Lo que más me gusta de esta feria, es el hecho de ver a muchas familias unidas. Veo niños felices, incluso cuando pierden en algún juego.

Todos se respetan, desde los que trabajan en la feria, hasta sus visitantes. Es un lugar para pasarla bien, y realmente llevarse un buen recuerdo. Dejándote con ganas de que vuelvan el próximo año.

—¡Ri, no te apartes de nosotros! —le grita Hunter cuando suelta nuestras manos.

—No lo haré, pero ¿a qué jugamos primero? —observa los juegos cercanos, hasta que uno capta su atención. Se trata de un minibásquet.

—¿Quieres apostar? —me cruzo de brazos mirándolo.

Riley alza ambas cejas, para luego imitar mi pose.

—Soy un maestro en el minibásquet.

Hunter larga una carcajada.

—Tiene razón, Chloe.

—Bueno, eso está por verse.

Le pago al señor que cuida del juego, y con Riley nos ubicamos en nuestros respectivos lugares.

El pequeño Orwell me deja empezar primero, y lo hago. No logro acertar en el primer lanzamiento, pero sí en el segundo. Y sí en el tercero.

Hasta que me quedo sin balones. Logré embocar seis de los diez que me habían dado.

—Puedo superar eso —me dice Riley.

—Menos charla y más acción —Hunter se ríe, y su hermano busca su posición. Lanza el balón y acierta de manera perfecta. Me mira y sonríe—. Tranquilo. Aún te faltan nueve.

Continúa con su segundo balón, y nuevamente acierta.

—Espera... No hemos apostado —me dice antes de lanzar el tercero.

—Te escucho.

—Si yo gano, me compran un algodón de azúcar.

—Está bien.

—Y no solo eso —me mira y luego mira a su hermano—. También te dejaré agarrarle la mano a Hunter.

Hunter y yo nos quedamos quietos como estatuas mientras el señor del juego se ríe y niega con la cabeza.

—Ese es el trato —dice—. ¿Qué vas a pedir tú?

Hunter se ríe y sus mejillas están coloradas.

—Yo...

Y emboca el siguiente balón.

Para su buena suerte, ganó. Y tuve que comprarle el algodón de azúcar.

—Puedes darle la mano a mi hermano.

—Riley, deja a Chloe. Ya tienes tu algodón de azúcar.

—Pero fue parte del trato.

—Tiene razón, fue parte del trato. Uno al cual no pude negarme —Riley se ríe—. Pero que debo cumplir.

Entrelazo mi mano a la de Hunter, provocando una sonrisa en su rostro. Y también una linda sensación en el contacto. Las observo por unos segundos, admirando la manera en cómo lucen unidas.

Riley comienza a caminar delante de nosotros, así que lo seguimos.

—Tengo que darle las gracias —dice Hunter.

—¿A quién?

—A Riley —sonríe—. Tal vez suene inapropiado, pero realmente necesito decirlo. Espero que no te haga sentir incómoda. Pero... me gustó que hayas perdido.

Siento cómo el calor se apodera de todo mi rostro, y cómo una sonrisa se dibuja de manera natural al ver la suya. Sus mejillas están coloradas, y eso me hace sonreír un poco más.

Tengo que decir algo.

Quiero decir algo.

Pero las palabras no salen. Aunque, a decir verdad, no sé qué decir. Solo quiero quedarme a su lado, tomando su mano, y disfrutando de nuestra salida.

Riley nos llama cuando se encuentra con otro juego. Una vez más el pequeño me salva.

Guío a Hunter hacia donde está su hermano, y me quedo callada mientras ellos hablan sobre el juego.

Pero el silencio de mis palabras, no se manifiesta de la misma manera en mi interior. Todo mi cuerpo ahoga un grito, mi interior está tan inquieto como los niños que corretean por la feria.

Mis ojos se dirigen a Hunter, se detienen en su sonrisa. Mis oídos están encantados por el sonido de su risa, de su voz. Mi mano comienza a echar de menos la suya.

Ninguna de estas sensaciones me hace sentir mal, ni tampoco incómoda. Al contrario, me gusta. No quiero que este día termine, porque quiero seguir sintiéndome de esta manera.

¿Es justo para Iván que me sienta así junto a Hunter, cuando hace días siento su ausencia?

No me siento mal. No me siento incómoda. Pero sí me siento muy mareada. Estoy dentro de un torbellino que no deja de girar.

Iván... Hunter. Iván...

Hunter.

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