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Capítulo 1


Su dedo se deslizó lentamente sintiendo como se le agregaba una nueva capa de polvo a su yema por cada centímetro que recorría.

No despegó su dedo hasta haber recorrido cada arista de la parte superior de la repisa ¿Cuándo habia sido la última vez que habia sido limpiada? ¿acaso habia juntado tanto polvo en estos cuatro días?


Escuchaba como su tia y su madre rebuscaban y esculcaban en la cocina, Ruth nunca se había mudado en su vida pero conocía bien el estado de las cosas envueltas en periódico y metidas en cajas listas para no volver a ver el lugar en que se encontraban antes. Eso dolía.


Su tia y su madre tenian un sencillo método de clasificación "cosas que guardar", "cosas que heredar" y "cosas que tirar"; cualquiera de los tres montones se veia pequeño en realidad. La abuela no tenia grande tesoros, ni joyas ni recompensas de su vida pasada para que pasara a heredarse, tenía uno que otro retrato puesto en la pila de "guardar" y toda la ropa y la comida que ella nunca prepararía estaban en la pila de "tirar".


Ruth se espero hasta que su mama o su tia estuvieran muy ocupadas para escabullirse por el pasillo sin ser vista. Le habían permitido ír a la casa con la condición de no pedir llevarse nada de las pertenencias ni perder el control y ponerse a llorar como magdalena. 


Asi que apretó los puños para tranquilizarse cuando por fin puso un pie en el cuarto de su abuela. En vida nunca le habian permitido estar ahí.


—No Ruru— Le había reprendido muchas veces su abuela cuando quería meterse ahí llamandola dulcemente por su apodo— hay toda clase de cosas malas ahí adentro.


Ruth inmediatamente le preguntó el por que habría cosas malas en donde ella dormía.


En cuanto la madre de Ruth lo escuchaba ponía mala cara y le susurraba que su abuela estaba bromeando . Pero después entendió, que no era en absoluto una broma, era enteramente real en su cabeza, pero solo en la suya.


Al por fin ver la habitación lo comprobó, no había nada allí mas que una cama de sabanas blancas, un pequeño armario para guardar la ropa y un burocito a nivel de la cabecera. Ruth entró en silencio por si lograba escuchar a las pesadillas reptando a su alrededor, escapando y extendiendose por todo el mundo, pero no pudo escuchar nada y eso fue incluso peor. Porque a pesar de saber a ciencia cierta que no aparecería nada, comprobarlo aun resultaba desalentador.

Debía tranquilizarse. Si lloraba su madre la mandaría de vuelta a casa y éso estaba definitivamente fuera de la ecuación. Quería quedarse, verlo todo y respirar lo último que quedaba de ella.

Todo era demasiado rápido, tan díficil de creer; un día como otro cualquiera les dijeron que la abuela había muerto,al día siguiente habían obtenido el acta de defunción, un día más habían organizado el entierro y para el cuarto allí estaban, metidas en su casa saqueandola, matando lo que quedara.

Ruth se había opuesto rotundamente hacer todo tan rápido, pero bueno, no iban a hacerle caso a la niña sentimental de 15 años. Su madre afirmaba firmemente que sabía de buena fuente que entre más rapido era el duelo, más fácil era superarlo.

Tal vez tenía remotamente la razón, pero Ruth no estaba tan segura de querer superarlo tan deprisa.


Dio un vistazo a la habitación y vio una caja de cartón a los pies de la cama. Seguro su tía o su mama ya se habían paseado por la habitación y habían arrancado todo de sus lugares para ponerlo en la caja.

Adentro encontró retratos, no como los de la casa que resultaban de ella cargando a su mama y a su tía muy pequeñas en los brazos, estas eran de ella con un traje de jockey cuando tenía dieciocho años y pesaba como una pluma, posando junto a un caballo y un trofeo. En otra ella lucia más grande, ya no era la jockey pero el caballo sí que era suyo, así como toda la leyenda de que Merry Abernathy había conseguido una fortuna que nadie venia venir con las carreras de caballos. Fortuna de la que no quedaba ni un céntimo después de los tratamientos de la enfermedad que la carcomía.

Debajo de las fotos enmarcadas había unas pantuflas, unos lentes de armazón grueso y una caja de porcelana que tenía dos pájaros emprendiendo el vuelo, al dejarla de nuevo en su lugar tintineo un poco y entendió que era una caja de música, deseo con todas sus fuerzas darle cuerda y escucharla pero solo serviría para atraer a su mama como abeja a la miel. Sin saber por qué tomo los lentes y limpio los cristales con el bajo de su camiseta. La abuela siempre llevaba sus lentes ¿no los tenía puestos cuando murió? ¿Por qué estaban allí?

—Ruth ¿estás aquí?— apareció su mama en el arco de la puerta.

— Ah... ah... si— se sorprendió tanto que guardo rápidamente los anteojos en la bolsa cangurera de su sudadera.

— ¿Lista para irnos?

—Claro— pero la verdad es que no. No quería irse.


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