Epílogo
5 años después.
—¡Lucky!
Terminó de colocar los últimos dos botones de su camisa blanca y pronto se escucharon las patitas del cachorro por el pasillo, correspondiendo al llamado al instante. Tomó de encima de su cama la pequeña corbata negra que compró hace una semana atrás por internet y se arrodilló en el suelo para colocársela alrededor de su cuello.
—Creo que esta es la mejor inversión que he hecho en mis 22 años —contempló con adoración lo elegante que se veía con ese accesorio y besó su cabeza—. Por favor, no te la comas y tampoco hagas tus necesidades en medio de la exposición, ¿de acuerdo? Prometo darte dos croquetas en vez de una si todo sale bien esta noche.
Como era de esperarse, el perro solo respondió ante la mención de su snack preferido, moviendo su colita con rapidez y lanzando un ladrido.
—Trato hecho.
Soltó todo el aire que sus pulmones contenían para tratar de eliminar de su interior los nervios que lo carcomían. Amarró la correa al gancho que incluía la corbata y abandonó su habitación, recogió sus pertenencias personales de la mesa de la sala y se dirigió a su auto. Sentó a Lucky en el asiento del pasajero sobre la acogedora cama circular que tenía allí y se colocó en marcha hacia el museo.
Hoy, a diferencia de todos los domingos, no iba a contemplar las obras de Vincent van Gogh junto a Ellis.
Hoy, a diferencia de todo los domingos, iba a contemplar la primera exposición de Ellis junto a Lucky, como un día planearon.
Hace aproximadamente dos meses atrás recibió una llamada de su novio, contándole entre llanto, risa y exclamaciones de felicidad que lo habían seleccionado para dirigir una presentación del arte de David Hockey, un importante contribuidor al movimiento del arte pop de la década de 1960 y considerado uno de los artistas británicos más influyentes del siglo XX. Debido a su impecable imagen en el museo como voluntario todos los veranos y su excelente historial en la universidad, encabezó la lista del estudiante más capacitado para ejercer esa responsabilidad.
Recibió ayuda de toda su familia, de su padre y de él en todo el proceso de organización para que esa experiencia fuera inolvidable. Fueron semanas de mucho estrés, presión y un alto sentido de perfeccionismo; hubo días en donde Ellis se la pasaba pegado a la computadora o salía de la universidad directo hacia el museo para encargarse de la parte administrativa, recibir personalmente cada obra que se iba a presentar e ir preparando la sala que se utilizaría.
Eran mínimas las horas que pasaban juntos, pero procuraba en cada oportunidad que tenía llevarle algo de comer o de beber, le daba masajes para aliviar la tensión de sus hombros en los pequeños recesos que se tomaba para descansar y, cuando terminaba su labor en aquel lugar, lo llevaba a su casa para que no regresara caminando. También, sin Ellis saberlo, aportó su granito de arena viralizando la información de la exposición con todas las personas que conocía.
Hizo -y continuará haciendo- lo mismo que Ellis hizo por él al inicio: no lo dejó solo, le buscó soluciones cuando su mente se atascaba y sus brazos siempre se mantuvieron abiertos para aguantarlo cuando ya el agotamiento acababa con él.
Era una reciprocidad de actos.
Se detuvo en el primer semáforo en rojo y le echó un vistazo a su cachorro, quien esperaba pacientemente acostado en su nido con su cabeza apoyada encima del libro.
El libro.
Si al Tristan de 17 años le hubiesen dicho que su primer libro va a ser publicado en físico no hubiera creído que iba a llegar tan lejos.
Y todavía no se lo cree.
Fue un libro que surgió de la nada. Ese 5 de febrero apenas acababa de levantarse cuando mirando un punto fijo de su habitación se le ocurrió la idea de escribir su historia. Y, siendo honesto, no creyó que las editoriales se interesaran en el debido a las intensas emociones que cargaban sus letras, pero fue todo lo contrario, porque fue eso exactamente lo que capturó sus atenciones y pronto se encontró en negociaciones.
Fueron largos meses en donde trabajó a escondidas de su novio para perfeccionar su borrador y cuando ya lo tuvo listo, se lo entregó al personal con la condición de que se lanzara al mercado el 2 de febrero por dos razones:
1. Era su quinto aniversario.
2. Quería proponerle matrimonio de una forma especial.
Sí, matrimonio.
Iba a hacer lo mismo que hicieron sus padres.
Han sido varias las conversaciones que ha tenido con Ellis sobre la idea de casarse en un futuro y él siempre muestra emoción ante el tema, recitando con detalles cómo le gustaría que fuera.
Cuando cumplieron dos años juntos, le comenzó a interesar más el tema.
Cuando cumplieron tres años juntos, estaba más que seguro de que quería pasar el resto de su vida junto a él.
Cuando cumplieron cuatro años juntos, le pidió a su padre que le contara con detalles cómo le hizo para pedirle matrimonio a su madre y comenzó a ahorrar para el anillo.
Y cuando faltaban dos semanas para cumplir cinco años juntos, se encontraba sentado en la sala de la casa de los Haddock teniendo la conversación más seria de su vida.
“Quería hablar de algo muy importante con ustedes.”
Jay y Mark estaban sentados en el sillón frente a él. Ellis se encontraba aún en el museo y las niñas estaban en la habitación de sus padres viendo una película.
“¿Está todo bien, cariño? Tus manos tiemblan” Jay lo observó preocupada y él solo pudo reírse de los nervios.
“Sí, sí. Todo está bien. Yo… quería saber sus opiniones acerca de algo muy importante y luego, si es que lo aprueban, pedirles permiso.”
“¿Por qué presiento que Ellis tiene que ver con esto?” Mark contenía una sonrisa ladeada que no sabía cómo interpretar bien.
Se acomodó sus rizos en un intento de apaciguar el zoológico que habitaba en su estómago en esos momentos.
¿Cómo le dices a tus suegros que te quieres casar con su hijo sin sonar muy directo?
Sencillo, no hay forma.
Así que simplemente lo sueltas.
“Quiero casarme con Ellis.”
Las reacciones luego de soltar una bomba son las mejores, pero estas le aterrorizaban.
“Sé que somos todavía jóvenes y que unir nuestras vidas conlleva mucha responsabilidad, pero es a Ellis a quien quiero tener a mi lado hasta mi último suspiro. Tal vez piensen que he tomado esta decisión bajo la ilusión del enamoramiento o que todavía no poseo la madurez para llevar un compromiso, pero de verdad que se los juro, amo a Ellis con todo mi ser y mi única meta es hacerlo la persona más feliz.”
Jay, como era de esperarse, tenía los ojos inundados de lágrimas y tenía una mano presionada en donde los latidos de su corazón se reproducían con más fuerza.
Sin embargo, Mark, se levantó del sillón con su té y comenzó a pasearse por la sala.
“Amas a Ellis.”
“Lo hago, si” afirmó al instante.
“¿Cuánto?”
“Psicoanalizaría todas las obra de Vincent van Gogh una y otra vez solo para que tenga a alguien con quien hablar sobre su mundo.”
Este le dio un largo trago a su bebida, acabándose el caliente líquido de una, y se quedó recostado de una de las paredes.
El silencio reinaba en esa habitación, su corazón ya mismo se le iba a escapar del pecho y sentía sus manos sudar frío.
Esperaba con ansias algún otro comentario por parte de ellos, pero presenciar el momento exacto en que a Mark se le escapaban un par de lágrima sobrepasó cualquier expectativa.
“Ayer estaba convenciendo a Jay para que lo dejara ir al museo y hoy me están pidiendo permiso para aprobar su compromiso. Qué rápido cambia la noche, ¿no?”
Trató de apretar sus labios para resistir las ganas de llorar, pero todo se desbordó cuando Jay se levantó para abrazarlo con una gran sonrisa. Mark no tardó en unirse también y la felicidad pronto estalló en su pecho ante la positiva respuesta silenciosa.
“No sabes lo mucho que me tranquiliza y me alegra que Ellis esté y estará con una persona tan increíble como tú” Jay tomó su rostro entre sus manos y le limpió las mejillas. “Tienes nuestro permiso, Tristan.”
Dicen que la vida da unos cambios caóticos para bien que te hacen amarla y gozarla en cada momento.
Pues Ellis fue esa ola revolucionaria que le hizo darse cuenta de que todo lo que estaba en su cabeza solo era producto de una mala racha y no de una cadena perpetua.
Desde que tiene uso de razón le han atemorizado los cambios, siempre ha preferido quedarse en su zona de confort antes de elegir adentrarse a lo desconocido, pero una de las primeras enseñanzas que su chico le brindó fue que los cambios siempre vienen para bien, aunque no lo creamos.
Y desde que le ha hecho caso, la banda sonora de su vida comenzó a sonar más animada.
Había entrado a la universidad para estudiar Escritura Creativa como planeó desde que tenía 16 años, desde que su computadora se convirtió en su mejor amiga y el teclado de ella en la pista de baile para sus dedos. La carrera le gustó mucho desde el primer instante. De verdad que disfrutaba de la enseñanza que estaba recibiendo y sus mejorías en las técnicas de escritura. Pensó que esa nueva etapa iba a chocarle ya que comenzaba desde cero en un nuevo lugar lejos de su ciudad y lejos de sus amigos, pero, por suerte, se encontraba en la misma facultad de Mark y este lo ayudó a acoplarse. Cuando era la hora de almorzar se iban a comer juntos y cuando él tenía algún periodo libre podía refugiarse en su salón.
Eso último fue un gran alivio para su ansiedad social, sin embargo, fue un choque para su seguridad en el futuro.
Hubo un día en que uno de sus profesores faltó y él, como de costumbre, se fue al salón de Mark teniendo el genuino pensamiento de que podría tomar una siesta en lo que su otra clase comenzaba. Pero, cuando la mención de la teoría de El alma en el cuerpo por René Descartes se coló por sus oídos, la nube adormilada que tenía encima se esfumó en menos de lo que dura un chasquido y pronto se convirtió en un participante de la clase.
Jura nunca haberse sentido tan extasiado y maravillado durante una clase de Filosofía, teniendo los pensamientos corriendo por su cabeza a mil por hora y contestando las preguntas que Mark dejaba en el aire.
No pudo controlar su entusiasmo, no dejó ningún cabo suelto durante las conversaciones, demostró su amplio conocimiento en el campo con excelencia y, cuando la clase acabó, no quería levantarse de su asiento.
Todos los estudiantes abandonaron el salón poco a poco entre un cotidiano murmullo, él por su parte continuaba estático en su silla, sintiéndose incapaz de querer salir de ese lugar. Todavía sentía esa adrenalina y felicidad que tu cuerpo genera cuando hablas sobre un tema que te apasiona. Se tomó un momento para asimilar todo lo que ocurrió en ese periodo y la respuesta que llevaba empujando hacia atrás, se colocó en primera fila.
Sus comisuras tiraron con fuerzas a pesar de que trataba de controlar sus emociones y, cuando reunió el valor de alzar la vista para enfrentarse a su nueva realidad, Mark lo observaba con una gran sonrisa.
“Si el universo no ha escuchado mis plegarias aún, voy a tener que hacer un pacto con el Diablo.”
Recuerda que ese día luego de salir de la universidad el pánico lo invadió por completo mientras se encontraba de camino hacia su casa. Se sentía muy confundido porque lo que sintió en esa clase de Filosofía no lo había sentido nunca en esos dos años y medio que llevaba en Escritura Creativa. Tenía el constante sentimiento de que había elegido una carrera que no le apasionaba del todo y que estaba perdiendo el tiempo, pero las cosas no eran de esa forma exactamente, porque durante ese tiempo sí le gustaban las clases que tomaba y el orgullo que sentía al ver su mejoría era verdadero.
Por lo que, ese fin de semana fue un caos total para lograr calmarse.
Tuvo largas conversaciones con su padre sobre qué era lo mejor que podía hacer y lloró en el regazo de Ellis ante el miedo de equivocarse.
Su padre le aconsejó poner a prueba la siguiente semana universitaria y dependiendo de cómo se sentía, iba a encontrar la respuesta. No obstante, cuando el cuarto día de la semana dio inicio, en vez de ir a su primera clase, se dirigió hacia las oficinas de la universidad para cambiarse de carrera.
Se trató de convencer por mucho tiempo que su interés en la Filosofía era solo un hobby, un pasatiempo que le provocaba fascinación en cuanto a los debates y la cuestionabilidad de las cosas. Sí, adoraba escribir y crear historias, pero el raciocinio que poseía ante el tema superaba cualquier expectativa y Mark fue quien le abrió los ojos.
Dejó de verse en un futuro dedicando todo su tiempo a crear arte en páginas blancas y ahora lo lideraba un panorama totalmente distinto, se veía siendo profesor de Filosofía.
Y como suelen decir, cuando le coges el gustito a algo, ya no hay vuelta atrás.
Cambió su perspectiva, cambió antiguos hábitos que lo mantenían en el mismo lugar, cambió su relación con su padre, cambió su miedo de ser el centro de atención para darse a conocer y ahora iba a cambiar su vida uniéndola con la de Ellis.
El usual trayecto hacia el museo se le hizo relativamente largo a diferencia de todas las veces anteriores. Estaba muy nervioso y sus manos poseían una capa fría de sudor que se renovaba cada vez que se las limpiaba, también, el apetito se le había cerrado y casi no pudo cenar bien.
Aunque no lo pareciera, estaba tranquilo. Sabía que iba a recibir una respuesta positiva. Han estado juntos por 5 increíbles años, su relación se ha fortalecido en todos los aspectos a medida que el tiempo pasa, la responsabilidad afectiva y la comunicación son pieza clave en todo momento, han aprendido de sus errores y, sobre todo, se aman genuinamente.
Está demás decir que ambos anhelaban esa unión.
Divisó a unos metros de distancia un estacionamiento libre y fue a por él luego de haber dado varias vueltas. El museo de verdad tenía una alta asistencia. Le colocó el pase VIP que Ellis le había dado hace unos días atrás a Lucky en su cuello y lo bajó del auto, con su mano derecha sostuvo su correa y con la izquierda tomó el libro, asegurándose de aguantarlo bien por el medio.
Comenzó a caminar hacia la entrada principal con un manojo de emociones haciendo fiesta en su estómago. Visitaba todos los domingos sin falta ese lugar y todavía continuaba sintiéndose como un respiro para el alma. Más allá de ser un espacio destinado a la admiración, fue su espacio para curarse y renacer de nuevo.
Lucky se paseó por los pasillos llevándose todas las miradas curiosas, estaba haciendo historia, era el primer canino que portaba un pase especial para estar allí. Y él, como su orgulloso dueño, transitó hasta la sección 91 con el mentón en alto.
Al ingresar, la gran habitación estaba llena de personas que conversaban sobre los lienzos que se exponían. La felicidad pronto estalló por todo su ser y una gran sonrisa pintó su rostro por el éxito que estaba teniendo su novio. Los planes que Ellis le recitó más veces de las que puede contar estaban plasmados en tiempo real, cada lienzo en su lugar y cada decoración acomodada con exactitud.
En el extremo derecho al fondo se encontraba un pequeño puesto con variedad de dulces de repostería y tazas de leche con chocolate caliente liderado por Maddie, con una ayuda extra de las gemelas. Emery y Emily saltaron al mismo tiempo para exigir un puesto para comer y presentar sus habilidades culinarias. Su hermano al inicio no estaba del todo convencido, pero las dos chicas se las ingeniaron para persuadirlo y hacerle ver que era una idea increíble, ya que además de obtener más ganancias, las personas iban a estar en completa comodidad teniendo todo a su alcance.
Identificó a su padre con su grupo de amistades y se dirigió a él con algo de apuro, sentía que en cualquier momento iba a dejar caer el anillo o alguien iba a pisar a Lucky.
—Ahí estas, futuro esposo.
Suspiró con diversión y se dejó caer en los brazos de él cuando se los abrió para darle un abrazo.
—¿Recuerdas que estaba que me meaba encima por nuestra primera cita? Pues ahora siento que me voy a desmayar en cualquier momento.
Una carcajada se filtró por su oídos y recibió dos golpes amistosos en su espalda.
—Es normal. Yo estaba igual.
Se separaron de la muestra de afecto y Liam se agachó para tomar al cachorro en sus brazos. Tal vez Lucky fue un regalo para el deseo de su niño interior, pero fue pieza clave para el proceso de sanación de su padre.
—¿Has visto a Ellis? —lanzó una rápida mirada a su alrededor.
—Lo vi hace un rato, pero al parecer apareció un comprador y se tuvo que ir. Casi no ha tenido tiempo de parar por un segundo y respirar.
Hizo una leve mueca ante la respuesta y localizó a unos pies de distancia a sus amigos, Pauli movía sus dos brazos en el aire sin nada de disimulo para llamar su atención.
—Veré si lo puedo secuestrar por un rato. Voy a estar con los chicos en lo que, ¿está bien?
—Claro, ve. ¿Me quedo con Lucky o te lo llevas?
—Si no me lo llevo, probablemente Sarah me golpeará. Creo que a veces quiere más al perro que a mí.
—Es que Lucky es Lucky —este le dio las últimas caricias al perro y lo colocó de nuevo en el suelo—. Yo me quedaré en esta área por si cualquier cosa me necesitas.
—Está bien. Te veo luego.
Dirigirse hacia los chicos esta vez fue más fácil, las personas que rondaban el área se percataron de la presencia del perro y cuidaron sus pasos, dejándole un camino libre para que él caminara sin ningún peligro.
Privilegio de ser VIP.
Sarah ni siquiera lo dejó llegar bien hasta la mesa en donde se encontraban cuando le dio un rápido abrazo y tomó a Lucky entre sus brazos, llenándolo de muchos besos. Mitch y Pauli lo saludaron con un apretón de mano y unas palmadas en su espalda. Depositó sus pertenencias encima de la mesa y los tres pares de miradas cayeron sobre el libro.
—¿Cómo se lo pedi-...?
—Siguiente pregunta.
—¿Puedo verlo?
—¿El libro o el anillo?
—Ambos.
—El anillo sí, el libro te lo compras.
Eso para Mitch fue luz verde y fue el primero en tomarlo, robándoselo de las manos de Pauli. Los otros dos se pegaron al costado del castaño para ver la joya que se encontraba en el interior de este.
—Ay, amigo, de verdad que te perdimos —Pauli fue a darle un abrazo—. Felicidades, Tristan. No te imaginas lo mega agradecido que estoy con Ellis por entrar a tu vida y traerte de vuelta.
Sonrió ante sus palabras y le devolvió el afecto con fuerzas.
Ellos tampoco se imaginan el impacto que han tenido en su vida, al igual que Ellis. Fueron los primeros en ofrecerle una amistad verdadera y, a pesar de que se alejó por un largo tiempo, continuaron ahí de forma directa e indirecta. Luego de que se graduaron, temía que el contacto se perdiera, pero no fue así. Ninguno de los 4 estaban en universidades iguales: él estaba en Yorkshire, Pauli ingresó a Cambridge por tradición familiar y Mitch y Sarah se encontraban en Londres estudiando música, pero en distintos lugares. Solían decir que era lo mejor para su relación, tenían miedo de agobiarse mucho con la vida universitaria y que su noviazgo se viera afectado por el constante contacto, prefirieron poner primero el espacio personal del otro para mantener la sana convivencia.
Lo de esos dos era de esperarse, pero actuó sorprendido cuando le dieron la noticia que estaban saliendo oficialmente, aunque Mitch le lanzó la púa de su guitarra cuando se percató que estaba fingiendo.
Los juntes los sábados continuaron, por lo menos una vez al mes para no dejar decaer la amistad, y también solía recibir invitaciones para las presentaciones de Mitch y Sarah. Eran excusas perfectas para unirse a cada rato.
—¿Qué planeas hacer? —la castaña le entregó el libro.
—Pues Ellis siempre ha dicho que le gustaría casarse el 2 de noviembre porque fue el día que nos conocimos. Quiere algo sencillo, fuera de lo ordinario y que nos represente. Que sea solo con nuestro círculo social más cercano y que Lucky sea el encargado de entregar los anillos.
—¿Y tú? ¿También quieres eso?
—Después que sea con él, lo quiero todo.
Estaba siendo cursi como la mierda y se dejó en clara evidencia, pero no le importaba.
Estaba profundamente enamorado de él.
Continuaron hablando un poco más sobre sus próximos planes y fueron cambiando de temas cada que salía una palabra nueva. Los nervios se disiparon de su ser y su mente se ocupó de otra cosa que no fuera «anillo, compromiso, esposo, pregunta y libro».
Luego de un largo rato, sintió a alguien abrazar una de sus piernas de repente y se encontró a su pequeña preferida. Abrazó a Elisa con la misma emoción desde que tenía 5 años y detrás de ella aparecieron los Haddock, Jay le transmitió ese calor maternal que le hizo sentir seguridad para el resto de la noche y Mark tan solo golpeó su espalda con una sonrisa sospechosa.
Pauli se recostó un poco sobre la mesa y señaló con su cabeza hacia el extremo derecho de la habitación
—Yo no sé ustedes, pero ese chocolate caliente me está tentando. ¿Quieren ir a buscar algo de comer?
—Oh, tienen que probarlo, les juro que es como un pedacito de cielo. Ah, y acompáñenlo con unas magdalenas —les aconsejó.
—La comida de mi abuela es la mejor —Sarah observó sus uñas con superioridad.
—Sí, por favor, mi última comida fue al mediodía —Mitch suspiró de alivio.
—¿Cómo que desde el mediodía? —la chica se cruzó de brazos.
—En mi defensa, es culpa de Tristan.
Paró de buscar con la mirada por milésima vez a su novio y lo observó ofendido.
—¿Mi culpa?
—Sí, estoy nervioso porque vas a pedirle matrimonio a Ellis.
—¿Y eso que tiene que ver? Soy yo quien le hace la pregunta, no tú.
Mitch se cruzó de brazos, herido.
—Ya, es que soy de emociones intensas.
Rio ante eso y negó con la cabeza.
—Bueno, no se diga más.
Sarah colocó su chaqueta encima de la mesa tapando el libro para que nadie tomara posesión de esta en lo que iban a abastecer sus estómagos. Él por su parte, asió la correa de Lucky y dio un paso hacia atrás para encaminarse hacia el puesto de comida, pero su cuerpo chocó con alguien.
—Oops.
Se topó con su color azul favorito y una sonrisa pintó su rostro.
—Hola.
—Llevo un buen rato tratando de encontrarte. ¿Cómo estás? ¿Cómo va la cosa? —rodeó su cintura con ambos brazos y lo refugió en su pecho.
Estaba guapo. Bueno, eso siempre, pero verlo portar ropa formal realzaba todos sus rasgos y lo hipnotizaba.
—Esto es más agotador de lo que pensé, pero realmente lo estoy disfrutando. ¡Ya se han vendido 8 lienzos de 15! Y todavía la noche no se acaba.
—Eso es increíble, amor. Estoy muy orgulloso de ti.
—Gracias por estar aquí.
—No me perdería este día por nada en el mundo.
Ellis elevó su rostro y Tristan le acomodó con sus dedos el flequillo, barriendo con suavidad la huella de sus dígitos hasta encajar su mano en su mejilla derecha. Contempló en silencio sus facciones, enamorándose cada día un poquito más de los destellos de sus zafiros y de los pliegues que se forman en las esquineras de sus ojos cuando sonríe.
Encajó sus labios con los de él y se olvidó por completo de todo a su alrededor, siendo solamente ellos dos.
Aunque la muestra de afecto no duró mucho por el ladrido que lanzó Lucky al no recibir la cotidiana atención que le daba el ojiazul.
—Perdón, cachorro. También me alegra que estés aquí.
El canino fue levantado del suelo por tercera vez y pronto se volvió hiperactivo en los brazos de Ellis, moviendo su colita con violencia y arrastrando su lengua varias veces por su rostro.
Pauli suspiró ruidosamente llamando la atención de todos.
—Comiendo frente a los pobres —observó a ambas parejas con recelo—. No puedo creer que Lucky y yo seamos los únicos solteros aquí. Ya mismo vomitaré arcoíris.
El cuarteto se miró entre sí con diversión y pronto se dispersaron para ir por la comida.
—¿Y si le decimos que Lucky tiene un enamoramiento mutuo con la perrita de mi vecina?
—Nah, dejémosle que encuentre un poco de consuelo falso en nuestro cachorro —Tristan dirigió su vista hacia su amigo y rio al verlo interponerse en medio de Sarah y Mitch para evitarse sentirse solo.
Ellis se pegó a su costado y recostó su cabeza en su hombro. Relajando por completo todo su cuerpo y olvidando la tensión que sentía desde que las puertas de la sección se abrieron. Tenía mucho miedo, siendo sincero, pero cuando el primer grupo de personas entró y sonrisas instantáneas nacieron en sus labios, supo que no debía sobre preocuparse demasiado. Y luego cuando los primeros dos compradores aparecieron, nada pudo detenerlo.
Contempló su alrededor sintiendo la cola de Lucky barriéndose por su camisa de lado a lado y sonrió con sentimiento. Qué lejos había sonado aquella promesa de estar los tres juntos en aquel lugar.
La verdad es que somos muy inconscientes de cómo el tiempo pasa rápido.
—Para ser inicios de febrero, está muy lleno. ¿No crees?
—Bueno, creo que tuve algo que ver con eso —Tristan pasó una de sus manos por su cabello, acomodándolo innecesariamente—. Imprimí el póster de promoción y los pegué en los tableros de mi universidad. Le dije a papá que invitara a todos los de su trabajo, a sus amigos y que sus esposas regaran la voz a sus amigas. Mitch, Pauli y Sarah me ayudaron también, tu exposición llegó hasta los oídos de las personas de Londres y Cambridge. También tu nombre resonó en Holmes Chapel, mis abuelos son fanáticos del arte y cuando les conté la noticia, lo difundieron por todo el pueblo; persuadieron a las personas con que esta iba a hacer una exposición única y prometedora. ¿Recuerdas a Agnes, una de mis maestras en la Superior? Pues me la encontré hace no mucho en el supermercado y entre todas las cosas que hablamos le hablé sobre este proyecto, le gustó la idea y me prometió que regaría la información en la escuela, en especial con el club de arte. Ah, y también como hace dos semanas tenía mi sesión mensual con Cassie, le entregué varias hojas de la promoción para que invitara a sus pacientes.
Ellis lo miraba con la adoración desbordándosele por las iris. Con el pecho siendo agitado por las fuertes palpitaciones que su corazón realizaba y confirmando por enésima en esos 5 años que llevan juntos, que tomó la mejor decisión.
Armarse de valor para pronunciar el primer «te quiero» fue el inicio de una avalancha de increíbles momentos y el nacer de un genuino amor.
Han pasado 1,825 días desde que decidieron complementar sus vidas y todavía lo sigue sorprendiendo.
Y es que con Tristan las cosas eran así, espontáneas e inimaginables. Hace 5 años atrás odiaba el arte y ahora se encargó de invitar a todas las personas posibles-...
Ellis se levantó de su hombro con algo de brusquedad y le proporcionó un golpe suave en su brazo, dejándolo atónito.
—¡Tristan! —su cabeza se volvió un ocho tratando de entender qué estaba pasando—, con tantas cosas que tenía encima he olvidado por completo tu cumpleaños.
Sus expresiones faciales gritan preocupación en todos los idiomas posibles, como si hubiese cometido el acto más atroz de la historia.
Admite que se le había hecho un poco raro no encontrar un mensaje de felicitación por su parte cuando se levantó. Usualmente solía ser el primero, las manecillas del reloj se colocaban justo en el número 12 y recibía su mensaje. Pero debido a las ajetreadas semanas que tuvo, era completamente comprensible si olvidaba ese dato.
Total, Ellis le dejaba saber cada que podía lo agradecido que se sentía, lo feliz que era a su lado y lo orgulloso que estaba por él.
Tenerlo a él era tenerlo todo.
—No pasa nada, amor. Esto es más importante que cualquier otra cosa.
Sabía de antemano que nada lo iba a calmar.
—No, no puedo creer que lo he olvidado —pasó una de sus manos por su rostro con frustración y no pasaron ni dos segundos cuando ahogó un grito, revelando sus emociones elevadas a la tres—. ¡Nuestro aniversario! Ay no, qué desastre.
No era el momento, pero Tristan rio por lo bajo ante la situación y lo atrajo de nuevo hacia su pecho, teniendo precaución con el cachorro.
—Pues qué bonito desastre eres, cariño.
Sintió un pinchazo leve en su abdomen y volvió a reírse.
—No es gracioso. Ya decía yo que no todo iba a salir perfecto hoy.
Inspiró hondo al volver a tenerlo cerca y llenó sus pulmones de su veraniego perfume. Lo arrulló en sus brazos y plantó un melifluo beso sobre su cabeza.
—De verdad, Ellis, no te preocupes por eso. Ahora mismo estamos viviendo un sueño que nos planteamos al inicio de la relación y, créeme, que esto supera cualquier cosa. Estoy pasando mi cumpleaños con mi persona favorita, rodeado de lo que nos unió y siendo más feliz que nunca. Esto me es suficiente.
El ojiazul elevó su cabeza y sus miradas se conectaron como imanes. Esos zafiros y esas esmeraldas no sabían guardar secretos, comunicaban todo aquello que llenaban sus corazones.
Las manos de Tristan se moldearon a la cintura de Ellis y los rizos detrás de su oreja acariciaron la punta de los dedos del ojiazul cuando este tomó su rostro y entrelazó sus labios, depositando una corta huella de su amor.
—Te amo, pollito mojado.
Puede decir que, luego de 5 años, ya aceptó por fin el apodo.
—Yo también lo hago y no te imaginas cuánto.
—Ya, pero eso no significa que olvidaré esto. Vas a tener que dejarme darte un regalo.
Ellis comenzó a jugar con las ondas que tenía a su alcance y si no lo conociera muy bien, diría que no lo estaba intentando persuadir.
Ese era su arma secreta-no-tan-secreta en contra de él.
—De hecho, puedes regalarme algo ahora.
Como era de esperarse, las acaricias se detuvo.
Ellis observó su alrededor disimuladamente y luego estalló por dentro.
—¡¿Estás loco?! —gritó en un susurro—. Estos lienzos cuestan más que mis dos riñones juntos y la mitad de uno tuyo.
—No me refería a eso. Es más bien una respuesta.
—¿Una respuesta?
—Sí, pon a Lucky en el suelo un momento.
Aprovechó salir del campo de visión de su novio y asió el libro con rapidez, ocultándolo de viaje detrás de su espalda. Y como si el mundo estuviera conspirando a su favor, encontró con la mirada a sus amigos, a su padre y a los Haddock en medio de todo el gentío, les hizo una seña discreta con la cabeza que fue captada al instante y pronto todos se acercaron con disimulo.
Entrelazó su mano con la que él tenía libre y lo alejó unos pasos de la mesa, llevándolo hacia el centro de la habitación. Observó por encima de su hombro y vio en el horizonte a las tres niñas elevando sus pulgares.
Era el momento.
Respiró hondo y trató de controlar la sonrisa que amenazaba delatar su emoción.
—Bien, yo… tengo un regalo para ti.
—¿Cómo que un rega-…? Pero si soy yo quien te tiene que tener un regalo, T —sus hombros decayeron con aflicción.
Acarició con su dedo pulgar el dorso de su mano y negó con su cabeza, a su vez, presionó con fuerzas el libro contra la tela de su camisa para no revelarlo antes de tiempo.
—Ellis, me salvaste la vida. Aún recuerdo aquellas noches oscuras, cuando mi alma estaba rota y mis lágrimas eran como un diluvio interminable. Comenzaste a sentarte a mi lado dispuesto a escucharme sin que fuera tu deber y, al mismo tiempo sin saberlo, comenzaste a coser las heridas de mi corazón. Desde entonces, cada palpitación que resuena en mi pecho lleva tu nombre. No me canso de agradecerte todo lo que has hecho por mí y estoy en completa deuda con el universo por poner en mi camino a una persona tan maravillosa y llena de valores. En este lienzo de la existencia, tu presencia ha sido la paleta de colores que rescató mi paisaje desvanecido. Transformaste mis colores grises en unos amarillos y esta es una evidencia de ello…
Rompió el contacto de sus manos juntas y colocó la de él hacia arriba, depositando allí el libro.
—Ésta es nuestra historia, amor. Lista para ser leída por cientos de personas. Gracias por escribir un hermoso libro junto a mí.
Trató de no perderse mucho en las dos inmensas gotas saladas que amenazaban con escaparse de las cuencas de su chico. Si Ellis lloraba, él también lo haría y no le convenía. Se volvería un manojo de nervio, olvidaría sus líneas y todo sería un desastre de flujos nasales.
—¿Este es el libro que has estado escribiendo todo este tiempo?
—Sí.
La correa de Lucky desapareció de su mano y solo pudo ver el reflejo de una de sus hermanas pasarle por el lado. Estando impresionado aún por las palabras de Tristan, lo asió con ambas manos y parpadeó varias veces para poder aclarar su visión, las lágrimas bajaron con rapidez por sus mejillas y pasó uno de sus pulgares por la portada con la mayor suavidad posible.
A través de las obras de Vincent van Gogh.
El color azul marino de fondo y la decoración de La noche estrellada provocó que sus neuronas se comenzaran a unir unas con otras para llegar a la conclusión de que todo allí tenía un significado individual.
—Tristan, esto es-… Joder, ¡haz cumplido uno de tus sueños! —no dudó en adentrarse a la calidez de sus brazos y presionó un beso cargado de emoción en sus labios—. En hora buena, cariño. Este es el primero de muchos, estoy seguro de ello.
—Gracias por creer en mí siempre, incluso cuando yo no lo hago.
—Te lo dije aquella vez cuando tus ensayos ganaron y todavía lo reitero.
Ellis le regaló una de sus sonrisas favorita y centró su atención en el libro de nuevo, pasando la punta de su dedo índice por cada detalle que contenía.
—Espera, ¿la respuesta tiene que ver con el libro?
Tristan volvió a mirar hacia el horizonte y se topó con un par de teléfonos en su dirección. Jay estaba siendo consolada en los brazos de su esposo y su padre sostenía unas servilletas en su mano.
El famoso frío olímpico se apoderó de su ser y le costó tragar ante los nervios.
—Ábrelo.
El ojiazul hizo lo que le pidió y, al instante, su boca se transformó en un círculo al divisar un delicado anillo dentro de las páginas.
Había sido un total dolor de cabeza cortar un pequeño cuadro en las páginas del libro con una navaja. Requirió mucha paciencia, tiempo y precisión, pero al final el resultado quedó tal cual lo había imaginado. No quería entregarle el anillo como típicamente lo hacen, quería que fuera algo más simbólico y fuera de lo ordinario como Ellis había fantaseado.
—Sé que todavía somos jóvenes y que nos esperan muchas cosas a lo largo de los años, pero no tengo la menor duda de que quiero estar a tu lado en todo momento. ¿Quieres casarte conmigo?
—Prometes… no volver a insultar el arte, ¿verdad?
Hizo una mueca en desacuerdo.
—No puedo prometer algo así, porque volvería a insultarlo todas las veces posibles si eres tú quien me llamará pollito mojado.
Y con eso, Ellis perdió la batalla.
Pronto múltiples lágrimas hicieron brillar sus mejillas y un notable puchero hizo presencia en su labio inferior.
—Quiero estar contigo en esta y en mil vidas, Tristan. Pero, sobre todo, quiero tener el privilegio de llamarte mi esposo.
Tan pronto como sus palabras fueron pronunciadas, todos en el lugar estallaron en aplausos y silbidos.
Con una gran sonrisa, sacó el anillo del hueco y lo colocó en su dedo anular de su mano izquierda. En un abrir y cerrar de ojos, el frío del metal se encontró siendo presionado en su cachete y sus labios recibieron el sello de aquel nuevo viaje que les esperaba.
Nunca creyó ser tan afortunado.
Pero aquí estaba, disfrutando de cada detalle, desde el susurro del viento hasta el destello de una estrella en la noche. Ahora, todo lo que le esperaba lo recibiría con madurez y firmeza, daría su mejor batalla a los desafíos que se le crucen en el camino y la opción de renunciar ya no existiría nunca más en su mente gracias a Ellis.
Todo se lo debe a él y a las obras de Vincent van Gogh.
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