Capítulo XVIII: La vida debería ser amarilla: amar y ya
Vivir un buen momento tiene la magia de transformar todo lo que queda del día, de la semana e incluso del mes en algo positivo y lleno de colores.
Solemos enfocarnos tanto en poseer relucientes apariencias: teléfono del año, carro último modelo, joyas caras, vestir ropa de diseñadores, solicitar el vino más costoso del restaurante y presumes todo tu éxito solo para impresionar a los demás.
Sin embargo, esa no es la verdadera riqueza.
«La vida es una y hay que vivirla al máximo.» Es lo que siempre nos dicen y lo tomamos como un "tengo que tenerlo todo para vivirla al máximo", pero la realidad es que puedes tener poco y vivirla al máximo.
Siempre se tratará de calidad en vez de cantidad.
Lo material nunca será superior a los recuerdos.
Cuando mueres, pierdes absolutamente todas tus pertenencias mas no tus memorias.
Y es ahí donde prevalece la verdadera riqueza.
Seamos ricos en experiencias; ponte un arnés y tírate por la tirolesa más larga, trepa una montaña, adéntrate en una cueva, corre por un puente colgante, realiza ese viaje que tanto anhelas, lánzate por un tobogán para alimentar a tu niño interior, compra una taquilla para ver tu equipo favorito jugar, etcétera.
Deberíamos preocuparnos más por darle una dosis de felicidad a nuestra alma que llenarla de ansiedad por cosas que no podemos controlar.
¿Para qué vivir la vida con tanta prisa si el final siempre va a ser el mismo?
Tristan supo que su momento de brillar había llegado cuando el aire azotó con fuerzas contra su rostro y cantó a todo pulmón ese domingo por la noche junto a Ellis en medio de la autopista de regreso a Doncaster.
Cuando se detuvieron a comer en el restaurante de comida rápida de los arcos dorados y comenzaron una guerra de papas fritas solo por aburrimiento que culminó en suaves besos salados y desordenadas carcajadas.
Cuando su padre lo despertó zarandeándolo por sus hombros con la noticia de que las votaciones habían abierto y que ya contaba con una media demanda de ellos e incluso su nombre había salido en la televisión local a modo de promoción.
Cuando se atrevió a entrar a la página de la escuela para ver cómo iba la competencia y se topó con cientos de reseñas llenas de cinco estrellas que exaltaban lo mucho que les había gustado su texto. Luego de leer una gran cantidad de opiniones, le cerró la puerta en la cara a su inseguridad.
Cuando pudo comenzar a expresar sus sentimientos fluidamente con Cassie de manera verbal sin tener que recurrir a un papel y un lápiz. Nunca se le ha hecho fácil hablar de ellos, pero a medida que le tiempo pasa aprendió que es mejor sacar todo lo que acumulamos en nuestro interior a antes de que se convierta en algo maligno para la salud.
Cuando le dieron su reporte académico y vio con sus propios ojos que no todo estaba perdido. Había cumplido con su responsabilidad a pesar de estar roto y, aunque muchas veces no se le dio como siempre solía hacerlo, conservó sus buenas calificaciones; superándose a sí mismo cada vez más.
Y también cuando su avance como ser humano lo notaba hasta una persona que iba en avión. Continuaba hacia adelante y sin mirar hacia atrás.
Todo parecía estar en su mejor auge y se sintió merecedor de ello en abundancia.
Confió en que un par de capítulos malos no definían el resto de la historia, se enfrentó a cada obstáculo con el mentón en alto y ahora lo único que ve es el cielo despejado.
Bien se dice que después de la tormenta viene la calma, ¿verdad?
El mes de febrero nunca se había proyectado tan lleno de luz como el de ese año y lo decretó suyo al instante. Las semanas se vistieron con una aura maravillosa, haciendo que encontrara impulsos y motivación para seguir en cualquier esquina. Durante el día se sentía productivo, como una máquina llena hasta el tope con gasolina, y por la noche las cosas se tornaban cada vez más interesantes cuando sus dedos no paraban de bailar sobre el teclado de su computadora.
Muchas cosas buenas estaban sucediendo y otras que estaban a punto de llegar.
—Buenos días.
Dejó la media a la mitad de su pie y subió la mirada hacia su padre, este ingresó a la sala para dejar sus pertenencias sobre el sillón e irse a preparar su desayuno.
—Hice café. El tuyo está en la encimera.
Culminó de ponerse la tela y procedió a colocarse los Converse, atando los hilos con rapidez. Tenía el tiempo pisándole los tobillos y si no se apresuraba el tráfico mañanero le haría llegar tarde a su primera clase.
Liam tomó la taza que le pertenecía y vio una usada dentro del fregadero con un escaso rastro del líquido marrón.
—¿Bebiste... café? —frunció el ceño.
Tristan, literalmente, lo odiaba. Solo se lo tomaba cuando necesitaba estar despierto o tranquilizar sus nervios. Ah, y eso ni siquiera parecía café, porque le echaba una cantidad de azúcar anormal.
—Un poco, sí —hizo el último lazo y acomodó su pantalón cuando se levantó, tapando el restante del calcetín que tiene a juego con su chico. Había comprado en la tienda de la exhibición un par de medias que tenían la ilustración de la obra favorita de Ellis y se programaron para usarlas en días importantes a modo de suerte—. Hoy revelarán cuales escritos fueron los ganadores.
Esas cuatro semanas habían pasado como un avioncito de papel, ligeras y llevando su anhelo a lo más alto.
Su padre escondió su sonrisa detrás de la taza al darle un trago, quemándose gustosamente la lengua en el proceso.
—Todo irá bien. Si ganas, estaré orgulloso y si pierdes, todavía continuaré orgulloso.
Tuvo la oportunidad de leerlos antes de que se expusieran a todo el país y se quedó alucinando con la manera en que su hijo veía las cosas.
El rizado exhaló y se aseguró por enésima vez de que no le faltara nada. Cuando se ponía ansioso su cerebro hacía un refresh, provocando que olvidara cosas importantes.
—Lo sé, solo... esto es grande. Sería un gran logro.
En menos de 120 horas el mes se acababa y realmente quería poder cerrarlo con broche de oro.
Se colocó la mochila sobre su espalda y se encaminó a la cocina por algo para merendar luego de su segundo periodo como acostumbraba.
—Hoy salgo temprano, ¿te parece si vamos a Nando's para cenar luego de tu sesión? Vi que hoy juega Donny contra Rochdale.
—Sí, es un buen plan —sacó las llaves de su bolsillo y le dio un rápido abrazo—. Nos vemos en la tarde.
—Ve con cuidado. Me avisas de lo que digan, ¿sí? Confía en ti, hijo.
—Lo haré. Adiós.
Salió de la casa y se subió al auto que era de su madre. Luego de usar por varios días el de su progenitor, este le propuso utilizar el que era de Abby para sus responsabilidades, es decir: la escuela, el museo e ir a visitar a Ellis. A parte de que no le agradaba la idea de que anduviera por las calles con las bajas temperaturas que estaban haciendo ese mes.
Las primeras veces que condujo solo hacia su institución se sintió extraño, más independiente. Pero luego le tomó el piso y disfrutaba del silencio mañanero cuando estaba de mal humor, escuchaba su música favorita sin que nadie lo interrumpiese o sino llamaba a su chico para charlar en lo que ambos llegaban a sus respectivos lugares, aunque la mayor parte era escucharlo quejarse de lo mucho que odia madrugar.
Su novio...
Todavía no se la creía.
Llevar ese título le hacía sentir un colosal orgullo al tener una gran persona a su lado como lo era Ellis. Al paso de las semanas construyeron un buen amor a partir de la comunicación honesta, de la libertad mutua, de la confianza, del respeto y, principalmente, de la empatía.
Se esforzaron para crear la relación sana y bonita que algún día anhelaron tener. Ambos eran muy conscientes que no todo iba a ser de color rosa, que habría días grises y otros en donde no se entenderían, pero lo hablaron y hallaron formas para saber manejar las posibles situaciones que se podían presentar.
Trabajarían en ello y harían que funcionara.
Apostaba cualquier cosa que ese Tristan de hace dos años atrás que recién aceptaba que sentía atracción sólo por los chicos se caería de culo al enterarse de quién es pareja.
Le colocó dos veces el seguro al auto solo por si acaso e ingresó a la escuela luego de soltar un suspiro tembloroso.
Estaba tenso. No había podido dormir bien por los nervios y ahora tenía todos los músculos de sus hombros y espaldas siendo atacados por espasmos. Puede jurar que es la primera vez que está tan ansioso y tan tranquilo a la misma vez. Es decir, quería ganar, obviamente todos querían eso, pero, por otro lado, ya se sentía ganado por haber recuperado lo que algún día fue su familia. Y eso no se comparaba con nada.
El sonido estático del megáfono llamó la atención de todos los que se encontraban vagando por los pasillos directo a sus salones.
—Estudiantes de Hayfield School, favor de reportar su asistencia en la cancha. Les tenemos un anuncio importante.
Frunció el ceño y se hizo a un lado cuando todos comenzaron a dirigirse hacia el nuevo destino dictado.
Si algo odiaba de esas rápidas reuniones era estar como salchicha en latas en las gradas. La única forma en que solían ser más llevaderas era cuando tenía con quien hablar. Para su aciago, ya Ellis había entrado a clases.
Lo primero que hizo al cruzar las grandes puertas del lugar fue buscar con desesperación un asiento vacío en las primeras filas y cerca de las esquinas, así podía escapar con agilidad cuando todo acabara.
Encontró un sitio libre al lado de Agnes y no dudó ni un segundo en dirigirse allí. Esta alzó la vista cuando notó una presencia a su lado y sonrió con grandeza al verlo.
—Mi estudiante estrella, ¿cómo estás? —dejó a un lado su teléfono y le dio un corto abrazo.
No se sorprendió en lo absoluto del afecto porque era algo característico en ella.
—Nervioso, ¿y tú?
—Peor —su sinceridad le hizo reír—. El director no ha querido decir nada. Había tanta intriga hoy en la facultad de maestros que me escapé de allí antes de que soltara algunos de mis comentarios sarcásticos, ya conoces mi historial.
Además de ser una gran docente, parecía que su yo adolescente aún prevalencia. Esa era la razón por la que todos la querían tanto. Ella solía ajustarse a la misma altura de los alumnos para poder educar correctamente.
—A mí me negaron el acceso a la página desde la semana pasada. No tengo idea de cómo iban las cosas.
—Oh, sí. Oí que hacen eso para que los autores no realicen alteraciones. Ya se han dado casos sobre eso.
Dejaron su conversación ahí cuando el director ingresó a la cancha, portando uno de sus trajes formales y con una radiante sonrisa que le causó preocupación.
¿Desde cuándo sonríe tanto? Siempre lo ha visto con cara de amargado.
Se subió a la pequeña tarima improvisada que se situaba en el centro de la amplia habitación y ajustó el micrófono del estrado a su altura.
—Buenos días Hayfield School. Espero que todos se encuentren muy bien en la mañana de hoy. Nos hemos-...
Su discurso se vio interrumpido por la llegada de tres adultos que vestían trajes pulcros, dos hombres y una mujer. En sus cuellos se balanceaban unas identificaciones que eran difíciles de distinguir a lo lejos y los tacones de la muchacha creaban un ruido seco contra el suelo a medida que caminaba.
Eso, en definitiva, era extraño.
Por sus aspectos, parecía que se iban a llevar arrestado a alguien.
Se inclinó hacia el costado para hablarle en voz baja a Agnes.
—¿Sabes quiénes son?
—Ellos son de... la Central, Tristan.
Su ceño se profundizó más.
—¿Y qué hacen aquí?
—No sé, pero para que ellos estén aquí es porque hay algún asunto muy serio. A esa gente casi ni se le ve por las instituciones. Puede acabarse el mundo y coquí, coquí.
Volvió a su postura cuando ellos le pasaron por enfrente y tomaron asiento al lado de los maestros.
—Bueno, como les decía, hoy nos hemos levantado esta mañana con unas excelentes noticias. Es por esa razón que entre nosotros se encuentra parte del personal de la Central —el director los señaló, recibiendo un saludo de cabeza por parte de los tres—. Como ya saben, hace dos semanas y media que el nombre de uno de nuestros estudiantes anda corriendo por todo el país. Compitiendo con tres ensayos filosóficos contra todo los condados, Tristan Ryder...—sintió la mano de Agnes colocarse sobre su hombro, pero no dejó de observar al hombre en ningún momento. Está demás decir que su corazón iba a mil por hora y que su pierna se movía con ímpetu—, ¡se coloca en el pedestal de ganador con los escritos de «La Libertad» y «La Felicidad»!
Jadeó con brusquedad y pronto todo el lugar se llenó de fuertes aplausos y silbidos. Se sintió pequeño cuando la multitud entera de estudiantes se levantaron de sus asientos para alabar la gran noticia.
Anonadado y sorprendido, no reaccionó al segundo abrazo que le dio la maestra.
—Lideró con un 67% y un 82% entre 38 alumnos. Y..., eso no es todo, porque una universidad está sumamente interesada en querer comprar el ensayo de «La Mente». ¡En hora buena, Tristan! Eres un gran orgullo.
Si pensó que con la primera ola de aplausos ya era mucho ruido, se equivocó.
Todo a su alrededor se descontroló y tapó su boca cuando varios sollozos amenazaban por escaparse de su garganta.
—Pasa al frente, Tristan. Se te hará la entrega de un certificado y de los resultados.
Tuvo miedo de levantarse, sentía sus piernas como gelatina, pero dejó atrás su incomodidad social y caminó hacia la tarima con el mentón en alto.
Parpadeó reiteras veces para eliminar las lágrimas y le sonrió con amabilidad a la mujer que le colocó una medilla, esta era de plata con el hilo color amarillo casi oro. Los hombres fueron los encargados de entregarlos los papeles, dándole unas palmadas en la espalda.
Se colocaron los cinco frente al estrado y la secretaria fue la encargada de tomarles las fotos. Él, por su parte, procuró sonreír para la foto con el alma.
Cuando todo tomó más calma, el director emitió una despedida y mandó de regreso a todos a sus respectivos salones. Esperó que la mayoría se fuera para sentarse en el sitio donde estaba y liberar sus emociones. Era la primera vez en tanto tiempo que lloraba de felicidad.
Disfrutó de ello por unos segundos. Como si ellas fueran el drenaje de la tristeza y lo malo, de lo doloroso y lo agobiante. Ya no más. Ahora era su momento.
Limpió con torpeza los riachuelos que se paseaban por sus mejillas y marcó el primer contacto que estaba en la caja de .
—Pauli... —Sarah trató de detenerlo en un vago intento.
El susodicho la ignoró y se terminó de acercar a Tristan.
—Muchas felicidades, amigo —una mano se posicionó sobre su hombro y se giró algo alarmado. Su antiguo amigo estaba allí, deslumbrando su perlada sonrisa, algo que lo caracterizaba—. Te lo mereces.
Guardó su teléfono en el bolsillo trasero de sus pantalones, tenía tiempo de sobra para compartir la noticia.
Tener enfrente a una de las personas con quien solía pasar divertidos momentos el año pasado era más importante que cualquier cosa.
Detrás de él se acercaban Mitch y Sarah, cuidando sus pasos, pero sin decaer las curvaturas en sus labios.
—Gracias.
Su voz salió ahogada por el gran nudo que tenía atravesado en medio de su garganta y se animó a pasar su brazo por sus hombros como el moreno hizo luego de recibir una respuesta eficacia de su parte.
—Yo soy el riquitillo y tú ahora el famoso, como cambian las cosas, ¿no? —Mitch lo abrazó con la misma confianza que antes—. En hora buena, Tristan. Estamos felices por ti.
Una risa murió en el aire cuando la canal de sus ojos volvió a desembolsar una gran cantidad de agua cristalina.
Joder.
Que mucho le hicieron falta.
—Vamos, aléjate. Es mi turno —la castaña alejó a su amigo del abrazo y rodeó su cuello al instante—. Eres un gran orgullo. Te mereces todo lo bueno en este jodido mundo.
Tapó su rostro con una mano para evitar dejar en evidencia el desastre que era ahora mismo.
Sarah era ese tipo de persona que poseen un instinto maternal. Sus abrazos reconfortaban y siempre tenía las palabras correctas para cada momento. Era la que los cuidaba de hacer cualquier pendejada, la que te sostenía la mano en lo que te limpiaban la herida y la que se sentaba a tu lado a escucharte sin juzgarte.
Recuerda que luego de la muerte de su madre había recibido un mensaje de ella en nombre de los tres, diciéndole con palabras expertas que ellos estaban ahí para lo que sea que necesitase. Fue un escrito que leyó muchas veces, más de lo que le gustaría admitir, pero que nunca se atrevió a contestar.
Ya no existía una razón para continuar, ¿para qué gastar energías asegurándole a alguien que todo estaría bien cuando la verdad era una muy distinta?
—Tu progreso va muy, muy bien. Sea cual sea la razón, no te detengas —le ofreció un puñado de servilletas al separarse y las aceptó. Era un lío de flujos nasales y gotas salíferas.
—Es cierto. Te ves más alegre, más tú.
—Es bueno tenerte de vuelta.
Sus labios temblaron cuando respiró hondo. ¿Cómo le explicaría a Cassie todo lo bueno que estaba sintiendo en ese momento?
Su corazón latía con constancia, la adrenalina le recorría todo el cuerpo. Sufría leves espasmos ante el desbalance emocional y solo podía pensar en una cosa:
«Lo hice, mamá. Te hice sentir orgullosa.»
—Perdónanos si sonamos como si te estuviéramos vigilando —la palma de Pauli comenzó a crear círculos en su espalda—, pero todavía nos importas a pesar de la distancia que interpusiste. Te entendemos. No tenemos problema con ello, al contrario, sabíamos que la necesitabas.
Los miró incrédulo por unos segundos.
Siempre pensó que ellos ya no querían juntarse con él por haberlos abandonado de un día para otro.
—Pensé que estaban enojados conmigo-...
—¿Enojados? —Mitch negó al instante—. Boberías.
—Necesitabas tu tiempo para sanar, nosotros solo... te apoyábamos desde lejos.
—Sí. Incluso habíamos ido donde la psicóloga escolar para que nos aconsejara qué hacer y todo ese rollo —Sarah tomó asiento en la grada de abajo y le sonrió—. No te íbamos a presionar ni nada, cuando te sintieras listo para volver a relacionarte con los demás te daríamos la bienvenida con los brazos abiertos de nuevo.
Es justo en ese momento que es consciente del vínculo de lealtad que corre en su amistad.
A pesar de todo, nunca le dieron la espalda.
Y era fácil hacerlo, es decir, era alguien que constantemente evitaba sus presencias, los ignoraba y se alejaba de ellos sin intercambiar palabras. Les dio múltiples razones para que hicieran como si no lo conociesen, para que se molestaran con él por romper el grupo.
Pero nada de eso sucedió. Todo había estado en su cabeza.
—Gracias por ser... buenos amigos. Aprecio mucho esto.
—Bueno, ahora todo hablado —Mitch se sentó a su lado y miró a su amigo—, Pauli, ¿quieres contarle a Tristan nuestra rutina de votos masivos para que ganara?
Se rio por la exagerada intensidad y negó ligeramente con la cabeza.
—Oh, al fin —sacó de quién sabe dónde un papel y un lápiz—. Para empezar, colocamos alarmas cada 4 horas para que la página no se saturara por la alta demanda...
Pronto se retractó y permaneció boquiabierto cuando el chico contrario comenzó a narrar los hechos.
Realmente iban en serio.
༄ ༄ ༄
Cuando el timbre resonó por todas las paredes de su institución escolar anunciando el final del día, se colocó la mochila sobre su espalda con un ágil movimiento, se despidió del trío sacudiendo la mano y abandonó el salón. Caminó fuera de los pasillos con la vista clavada en la pantalla del teléfono, mirando con adoración el vídeo que sus abuelos le mandaron al ver en las noticias que ganó. Reproduciéndolo dos veces para apreciar la conmoción que emanaban sus rostros por individual.
Esos dos seres eran tan especiales para él.
A estas altura de la vida se le hace difícil procesar que en algún momento quiso abandonar el mundo sin pensar en nadie; sin pensar en la batalla que ellos pasaron también al perder a su hija.
Tecleteó una respuesta rápida, prometiendo ir a visitarlos ese fin de semana.
—Hola, pollito mojado.
Se detuvo en seco al terminar de bajar las escaleras de la entrada principal y poco le faltó a su cuello para tronar por lo rápido que giró su cabeza ante ese tan reconocido llamado.
—Ellis.
Una gran sonrisa pronto se expandió por todo su rostro y no dudó en lanzarse a sus brazos.
Estaba un poco desconcertado al verlo allí, es decir, la distancia entre sus escuelas era de dos horas caminando.
Cubrió con las manos sus tersas mejillas cuando se separaron y plantó primero un suave beso en la punta de su nariz para luego dejar fluir toda su felicidad al juntar sus labios.
Esa acción se había convertido en algo de ellos.
Un beso esquimal -que eran los favoritos de Ellis- y luego un beso de verdad.
Y él no era nadie para interponerse a eso.
Atrapó con lenidad su boca, suspirando en el proceso, y se deleitó ante el tenue sabor a sandías que se barría por su cavidad bocal; seguramente había merendado no hace mucho.
—¿Qué haces aquí, amor?
—Quería ser el primero en felicitarte antes de que nuestras familias lo hicieran.
—No tenías que caminar desde tu escuela hasta aquí-...
Tapó sus labios con el dedo índice.
—Primero, he venido en autobús y segundo, ¡claro que tenía que hacerlo! Mi novio ahora es conocido a nivel nacional por su inigualable talento.
Una sonrisa creció en sus labios y Ellis retiró su dedo para verla con claridad.
—No lo puedo creer aún.
—¡Yo sí! ¡Sabía que lo lograrías! —lo sacudió por los hombros, dejándose llevar por la euforia que corría por sus venas—. Voy a creer en ti tantas veces... Incluso si tú no lo haces. Puedes ser el próximo Best Sellers si te lo propones, T.
—Eres grandioso. Eres... jodidamente increíble.
Volvió a tomar su rostro para dejar otro beso, pero fue frenado antes de poder ejecutarlo.
—Hay mucha gente-...
—Ellos se pueden ir al carajo —se encogió de hombros.
Ya no tenía miedo.
Cada quién con su vida, ¿no?
Le importaba muy poco que hubiese una gran masa de personas rodeándolos, al final, no había nada que perder.
Derribó las paredes que él mismo creó; ya no existen límites que lo puedan frenar.
Ellis retiró con cariño sus manos de su cara y las dejó colgar en medio de ellos. Disfrutó internamente al sentir el frío que el anillo desprendía, ese que nunca se quitaba.
—Aun así, tienes que llegar a tiempo a tu casa. Nuestras familias nos están esperando.
—¿Esperando? —ladeó un poco la cabeza, confuso.
—Bueno, al parecer le llegó un email a tu padre de la escuela anunciándole que ganaste. Él llamó a mi papá para contarle, ambos estaban muy emocionados y felices por ti. Luego papá unió a mamá a la llamada que tenía con tu padre para darle la noticia y a ella se le ocurrió la idea de salir esta tarde a cenar a modo de celebración. A tu papá le gustó la idea, mi padre se encargó de reservar una mesa en un restaurante y mamá me llamó luego para darme la noticia, pero ya la sabía porque me llamaste en medio de clase —tomó una bocada de aire—. Oh, ¿y sabías que mi maestra de Literatura no me regañó por la interrupción porque ella leyó tus escritos y le encantaron?
—Pero se supone que hoy tengo terapia...
—Tu padre llamó a Cassie para saber si podía cambiar tu cita y ella aceptó debido al motivo. Ahora la tienes mañana al mediodía.
—Mi expediente por fin tendrá un suceso de oro.
El ojiazul asintió con frenesí y pronto le mostró su sonrisa preferida. Él más que nadie sabe lo mucho que su chico anhelaba comenzar a llenar su expediente con cosas positivas y esta es la primera oportunidad perfecta.
Todas las noches le imploraba al universo desde lo más profundo de su corazón para que abasteciera su vida de buenas noticias.
—¡Tristan!
El susodicho se giró ante el llamado de Pauli.
El trío se acercó a él con unos papeles en sus manos.
—Aprobamos Química y se nos ha ocurrido hacer una pequeña celebración en mi casa este fin de semana —Mitch le enseñó el examen con orgullo—. Te queríamos invitar, si quieres, claro. Ah, y si aprobaste también.
—Sí. Aprobé con 97%.
—¿Con 97%? Nosotros sacamos 74%.
—No generalices, Pauli. Yo saqué 75% —Sarah intervino.
—Oh, digamos que tengo un excelente tutor.
Por un momento jura sentir como el calor se instala en su cara al estar a punto de revelarles algo extremadamente importante en su vida.
Dio un paso hacia el lado para enseñarles de quien se trataba.
—Él es Ellis —sacó de su espalda sus manos entrelazadas—, mi novio.
Ya había experimentado la sensación de presumir la gran pieza de oro que tiene en su vida y, desde entonces, no se cansaría de aprovechar cualquier oportunidad para hacerlo.
Sarah fue la primera en boquear, Mitch elevó sus cejas y Pauli sonrió. No dudó en reírse quedamente por las expresiones atónitas de los tres.
Otorgó un ligero apretón en sus manos y asintió con disimulo en su dirección, dándole la seguridad de dirigirse hacia ellos.
—Hola a todos.
—¡Lo sabía, lo sabía! —la castaña movió con entusiasmo el brazo del chico moreno—. No quiero parecer cotilla, pero los vi el domingo pasado en la cafetería de mi abuela.
—Eh, yo lo dije primero —Pauli elevó su mentón, satisfecho de su intuición—. Tristan sonreía mucho desde hace meses atrás. Está escrito en toda su cara. Creo que me tiraré para psíquico, es la cuarta vez que atino algo en el año.
—A ver, dime cómo me irá en mi vida amorosa-...
Mitch rodó los ojos y le tendió la mano.
—Un gusto conocerte, Ellis.
—Igualmente.
Los dos chicos contrarios le pusieron pausa a su conversación y lo saludaron también. Robándoselo a unos escasos centímetros para conocerlo más.
—¿A qué hora es esa reunión que dijiste?
—Del mediodía para abajo, como siempre. Solo tienes que preocuparte por llevar traje de baño y de lo demás me encargo yo.
—Estamos en invierno aún, Mitch. Nos agarrará una pulmonía si nos metemos a la piscina.
—Tengo un sistema de agua termal.
—A veces se me olvida lo ahogado que estás de dinero —golpeó su hombro al verlo tan despreocupado, este se rio y le devolvió el cantazo—. De acuerdo, iré. Echo de menos compartir con ustedes.
—Nosotros también, mucho. Ellis puede venir también.
—Le comentaré. Gracias.
Observó a su chico desenvolverse con facilidad y sonrió por ello, pero pronto tuvo que tirar de él cuando estuvo a punto de contarles a sus amigos cómo se conocieron. Se despidió del trío por segunda vez y comenzaron a caminar hacia el estacionamiento.
—Pensé que no tenías amigos.
Buscó las llaves dentro de su mochila y desbloqueó las puertas del carro para poder entrar.
—No creí que me consideraran su amigo.
—Bueno, ahora sí lo sabes. Y todos ellos son agradables, te harán bien.
—Tú me haces bien.
Tiró sus pertenencias hacia atrás y ayudó a Ellis con las suyas.
—Oh, claramente lo hago —apreció sus uñas—. Soy el mejor.
Invadió su espacio personal para presionar un estruendoso beso en su mejilla.
Claro que era el mejor.
El mejor de todos sin duda alguna.
Le tendió su teléfono para que colocara música y se encargó de colocarlos camino al hogar de los Haddock.
—Oye, hace un rato dijiste que papá llamó al tuyo. ¿Desde cuándo se conocen? —estableció el máximo de velocidad y volvió a juntar sus manos.
—Ni idea. Yo también reaccioné igual. Pero estas últimas dos semana papá anda medio sospechoso, como si se trajera algo en mano.
—¿Crees que fue su universidad?
—¿Hablas sobre tu escrito?
—Sí, es decir, solo me dijeron que una universidad estaba interesada en comprar mi ensayo.
—Tiene sentido, pero eso conlleva procesos contables y él es profesor.
—Papá es contable.
—Joder, cierto es —le colocó pausa a la canción que se reproducía para que su mente pudiera pensar bien—. ¿Ha hecho algo o dijo algo estas semanas que te haga sospechar?
Trató de hacer una rápida retrospección de los últimos días, pero solo se definían en sus rutina cotidianas y tiempo de calidad padre e hijo.
—Ehh no. Hoy me dijo por la mañana que saldría temprano, aunque eso no me alerta porque es normal que suceda.
—No me termina de convencer.
—También me dijo para ir a cenar por la tarde.
—¿Cenar? ¡Tristan! —se exaltó, sin saber si fruncir el ceño por lo que se tramaron de sus padres desde un inicio o reírse por la situación—. Tenían todo planeado.
—No lo sé, amor. Papá es malo disimulando, ya lo habría notado.
—Elijo creer.
No dio más batalla, sabía que cuando algo se le metía a Ellis entre ceja y ceja no había absolutamente nada que lo haga cambiar de opinión.
La música volvió a tomar su lugar en el viaje, siendo una leve compañía mientras ellos narraban cómo fue su día escolar. Conociendo de memoria las calles hacia la casa que se convirtió su segundo hogar en esos meses, se movió con fluidez entre los tramos hasta llegar a su destino.
No se llegó a estacionar bien cuando Jay salió por la puerta principal vistiendo aún su uniforme veterinario.
—¡Al fin aparecen! ¡Están tarde!
Ellis fue sacado del interior del carro en un parpadeo por su madre y esta le lanzó un beso a modo de recompensa.
Se colocó rumbo a su final destino sintiéndose más relajado. Los cambios pueden dar miedo, pero da más miedo quedarse en el mismo sitio.
Hay que evolucionar, mejorar, experimental.
Tenemos que por todo o sino, ¿a qué vas?
¿Por qué frenar si esta carretera es tuya?
Llegó a su casa y lo primero que lo recibió fue un fuerte abrazo por parte de su padre.
—¡Lo hiciste! ¡Lo lograste!
—Es... inefable.
—Me hago una idea —rompió el abrazo, pero no se separó—. Abby ha de estar muy orgullosa. Gracias por no rendirte, hijo.
No encontró palabras para otorgarle una respuesta, así que volvió a abrazarlo con la misma intensidad.
Valió la pena todo el trayecto.
—Ve a tomar un baño y a cambiarte de ropa. Hoy dos familias se juntan para celebrar tu logro.
—¿Todavía es Nando's?
—No, eso solo era un parcho.
—¿Un parcho por qué-...? —se detuvo abruptamente a mitad de pasillo—. Lo sabías, ¿verdad?
—Lo de los votos no, pero lo del contrato sí.
—¿Contrato? ¿De qué hablas?
—Creo que deberías irte a bañar y usar la camisa que te regalé los otros días. A Ellis le gustará.
Liam le dio dos palmadas en su espalda cuando le pasó por el lado y se dirigió a su habitación silbando, cosa que solo hacía cuando no iba a dar más información.
No perdió más tiempo y procuró prepararse lo más rápido que pudo. Optó por seguir el consejo de su padre y utilizó el mismo conjunto que usó para el 1 de febrero, solo cambiando la camisa por una de finas líneas blancas y azules también abotonada.
Luego de tantos años usando prendas básicas, creyó haber encontrado por fin su estilo.
Cuando entraron al auto de su progenitor, este se negó rotundamente a revelar cualquier otro detalle. Trató de buscar ayuda escribiéndole a Ellis, pero no recibió respuesta alguna en todo el viaje. Tuvo que canalizar su intriga hasta que el gran letrero del restaurante Colosseo se reflejó en los cristales e identificó a su chico junto a su familia -sin las niñas- esperándolos afuera.
Frunció el ceño cuando Liam y Mark se estrecharon sus manos y dejaron un par de golpes en sus espaldas. Como si se conocieran de hacer tiempo.
Jay, por su parte, le recordó la vez en la sala de su casa cuando le aseguró que iba a llegar alto y se cumplió.
A veces nos subestimamos tanto que los pequeños empujes son los que nos llevan a la cima.
Tomaron asiento en la mesa que tenían reservada y una joven chica le entregó a cada uno un menú.
Sintió que su mano volvió a tener compañía y bajó la mirada para observar el toque melifluo.
—Oye, sé que dije que me gustas con o sin estilo, pero superas los estereotipos de bellezas cuando vistes de esta forma.
—Bueno, ya está —depositó un beso sobre su flequillo—. Vestiré así de ahora en adelante para ti.
—Entonces, Tristan —dirigió su vista hacia el padre de su chico —, ¿aún tengo que seguir intentando convencerte o este logro cambia las cosas?
Rio quedamente y negó con la cabeza.
—Lo siento, Mark. Pero nací para contar historias.
—Y para filosofar—puntualizó.
—Lo haré mediante mis futuros libros.
El profesor suspiró derrotado, en broma.
—Tienes un hijo muy terco, Liam.
—Y mira hasta donde lo ha llevado su terquedad.
Mark deslizó un portafolio hacia él.
—Aquí está la prueba de ello.
Miró a todos en la mesa buscando una respuesta, pero lo único que encontró fue puras sonrisas.
Lo abrió con cautela y se frisó en su asiento al leer la primera página.
Contrato de Publicación:
La Universidad de Yorkshire se encuentra interesada en implementar su ensayo La Mente en el currículo de Filosofía.
Cerró de golpe el cartapacio y se quedó observándolo como si fuera irreal.
—¿Qué... qué es exactamente esto?
—Te lo explicaré desde el inicio —entrelazó sus manos sobre la mesa—. Estas competencias filosóficas se realizan una vez al año normalmente entre las universidades, pero este año los decanos decidieron darles la oportunidad a las escuelas superiores porque se reportó un alto número de talento. No es la primera vez que una universidad se interesa por un escrito y tampoco es la primera vez que se realiza un contrato de publicación. Tu ensayo tal vez no resultó ganador, pero a la directiva de Yorkshire le ha gustado mucho y han decidido picar adelante antes de que otra institución se contacte contigo.
—¿Más universidades se interesaran en mí?
—Lo harán. Créeme que sí, pero ten cuidado, hay algunas que te exigen abandonar tus derechos como autor. Nosotros no, nosotros solo añadiremos el ensayo al programa y tú conservaras tu total autoría. Además, el ingreso que se genere de esas compras, tú te llevarás el 70% de las ganancias. Está ahí estipulado con más detalles.
—Aquí es donde entra papá, ¿verdad?
—Exacto.
La mesera interrumpió en la mesa para llenar sus copas de vino y otras con agua.
—Mark fue a mi oficina para comenzar los trámites tres días después en que abrieron las votaciones. Hemos trabajado juntos en esto todo este tiempo.
La narración de su padre se sintió como conectar un cable en un enchufe, iluminando todo el lugar y dándole sentido a las cosas.
—Como profesor de la materia, la universidad dejó en mis manos este encargo y llegué a las oficinas de tu padre sin saber que era tu padre; el apellido fue lo que me hizo reconocerlo. Te prometo que yo no tuve nada que ver con esto, sí voté como todo ciudadano tiene su derecho, pero puedo asegurarte que fue la directiva quien tomó la decisión.
—¿Qué se supone que tengo que hacer?
—Léelo con calma. Si tienes alguna duda puedes hablarlo con tu padre o puedes llamarme. No hay prisa.
Asintió de nuevo y miró las páginas de nuevo, pero con emoción.
—Quiero brindar por tu hijo, Liam Mark tomó la copa de vino entre sus dedos y la levantó un poco—. Tengo que reconocer que tienes una gran virtud aristotélica. Vas directo hacia la felicidad y realizando las mejores acciones. En nombre de toda la familia Haddock, nos sentimos muy orgullosos de tus logros. Poco a poco te irás dando cuenta de lo grande que eres para este mundo, Tristan. Nunca te rindas, persigue tus sueños hasta lograrlos y disfruta de la vida.
El ojiverde tomó su copa de agua, al igual que Ellis, y la levantó. Pero se quedó observando cómo su padre levantó la copa llena de agua, dejando a un lado el vino; dejando a un lado cualquier gota de alcohol.
Contempló su alrededor y, por primera vez, lo amó.
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