Capítulo XVII: Entre azules y amarillos, una cita
Los colores azul, amarillo y naranja del atardecer que relucía por la parte exterior de su ventana le eran un recordatorio de que el momento que siempre deseó, pero no llegó a pensar tener, estaba a punto de suceder.
Si bien amanecer al lado de Tristan se podía catalogar como una de las mejores cosas que había experimentado, el estar preparándose para su primera cita sobrepasaba todos los niveles. Había llegado a pensar que este suceso iba a pasar en un futuro muy lejano. Y no era por inseguridades o falta de confianza en sí mismo, sino más bien por el poco romanticismo que existe hoy día en las personas. Encontrar a alguien que te dé algo fuera de lo ordinario, sano y para bien cada vez se hace más difícil por el erróneo estigma que se vive a diario en la sociedad; el sexo se puede obtener de cualquiera, pero un amor verdadero no.
Conformarse con poco nunca ha estado en sus planes. Tampoco le importaba cuánto tiempo estaría sin un compañero de vida. Las altas expectativas realistas que había fijado en sus estándares de preferencias no eran solo por caprichos, al contrario, era porque él sabía muy bien su valor y todo lo que merecía.
Ahora, Tristan le estaba entregando todo eso que exigía sin ni siquiera pedirlo.
Ese primer domingo de noviembre fue al museo como de costumbre a darle a su mente ese tan efectivo ansiolítico antes de comenzar una ajetreada semana escolar y, al final, terminó hallando la 'x' en su mapa del tesoro, en donde resultó que lo terminó llevando a conocer a su persona ideal. Impactó su vida e hizo de su mundo mucho más bonito con su hermosa sonrisa y su encantadora personalidad. Lo trató como un curador de arte analiza un lienzo; a pesar de que sobre su cabeza tenía una tormenta, estudió todas sus partes y creó una conexión entre sus piezas para fabricar lo que son actualmente.
Y lo más que lo llenaba de deleite es que todo eso que sentía por él no se trata solo de atracción física, también es mental y sentimental. En otras palabras, esa chispa que le hacía sentir le encendía todo el cuerpo, revolucionaba sus neuronas y ponía a correr su corazón.
Era el hecho de tanto tiempo juntos y aún emocionarse al verlo.
Las manecillas del reloj continuaban fluyendo, acercándose con apuro a la hora que daría inicio a una nueva experiencia. Parecía que el mundo no estaba a su favor en esos momentos porque desde que comenzó a prepararse no ha parado de pensar en ningún instante cada una de las cosas que han pasado en compañía. Se acumulaban en su ser como una montañita de hojas café en la temporada de otoño y le hacen recordar hasta el más mínimo detalle, provocando que los nervios carcomieran todo su cuerpo al punto de tener que batallar para amarrar los hilos de sus tenis por el temblequeo que tenían sus manos.
Sentía que se echaría a llorar en cualquier santiamén.
-¡Tristan está aquí! -la vocecita de Elisa resonó por todas las paredes.
Observó su figura a través del espejo por última y se ahogó con su propia saliva. El contraste del color gris de su jersey con los pantalones azul marino era una combinación que resaltaba y sin duda amaba como lo hacía lucir. Acomodó por enésima vez su flequillo sin necesidad y, con las emociones a flor de piel, abandonó su habitación con el regalo de su chico balanceándose en su mano.
Una sonrisa se expandió por todo su rostro al verlo saludar a sus padres.
Tristan lo había llevado de vuelta a su casa a eso del mediodía, pero tuvo que irse rápido porque Liam tenía terapia. Tan pronto como cruzó la puerta de su hogar, se sintió ofendido cuando todos preguntaron primero por su chico en vez de como le había ido ayer, pero no los culpaba, él hubiese hecho lo mismo.
Esperó pacientemente en el marco que daba a la sala en lo que Mark culminaba sus felicitaciones por su nuevo año de vida y no perdió la oportunidad de tratar de persuadirlo por enésima vez para que estudiara Filosofía en vez de Escritura Creativa. Las gemelas jalaron sus manos para obtener su atención y dirigieron sus dedos índices como flechas al dardo hacia donde él estaba parado.
Puede sentir con claridad como cientos de descargas eléctricas recorren cada una de sus extremidades y pronto se pierde en su verde favorito.
Si pensó que no había algo más que le hiciera resaltar sus hermosos rasgos británicos, ciertamente se equivocó, porque verlo portar un pantalón formal color negro y una camisa de manga larga blanca abotonada le removió todo su interior. Se podía distinguir con facilidad la cadena plateada que siempre portaba por entremedio de la corta abertura superior ante la falta de dos botones y también los colores del arcoíris de su pulsera brillaban más que nunca.
No se explicaba cómo podía ser tan guapo.
Debería de ser ilegal.
Tristan maniobró con Elisa entre sus brazos hasta dejarla en el suelo, la chiquilla frunció su ceño al instante sabiendo que la cambiaría por su hermano, pero en un pestañeo cambió su expresión por una risita al recibir un estruendoso beso en su mejilla a modo de recompensa.
Dejó a la familia Haddock a sus espaldas y se acercó a él, tomando con suavidad su mano libre.
—¿Listo?
Juraba que había un aire distinto entre ellos, uno más unido, más confiado.
Y es que era de esperarse porque encontrarse con el rostro matutino de Ellis como primera cosa del día solo hizo que no quisiera despegarse de su lado nunca y anhelarlo tener así en cada amanecer. Sentir una presencia adicional en su nido le hizo despertar primero y lo consideró una gran bendición enviada por el universo al ser espectador de su cabello hecho un desastre por sus constantes movimientos durante la noche, la marca de la almohada se pegó de manera temporal a un costado de su cabeza, había un delgado rastro blanquecino por el borde de sus labios y dos de sus extremidades se escapan de la cama.
Ellis era un apolíneo desastre al despertar.
—Más que listo.
Emery y Emily los observaban con sus caras arrugadas al ver tanto amor desbordarse de ellos mientras que Jay por su parte trataba de parpadear repetidas veces para evitar derramar las lágrimas que empañaban su vista.
—Disfruten muchísimo, ¿sí? Los quiero.
Mark acarició la espalda de su esposa y se dirigió a Tristan.
—Ve con cuidado. Y traten de no llegar muy tarde, el toque de queda es a las 10pm. ¿Entendido?
—Claro, lo haré. Gracias por prestarme a su hijo por unas horas.
Ambos salieron de la casa luego de despedirse y subieron al auto.
Ellis colocó el regalo en el suelo, planeaba dárselo cuando lleguen al condado, y se puso el cinturón una vez tocó el asiento. Miró por última vez hacia su casa y entrecerró los ojos al notar las cortinas moverse bruscamente.
—Del 1 al 10, ¿qué tan emocionado estás?
—Infinito.
Tristan sonrió con orgullo. Hizo una buena elección.
—¿Y tú?
Se tomó unos segundos para responder en lo que salía del estacionamiento.
—Igual. Solo quiero hacerte sentir muy especial hoy. Y siempre.
—Ya lo haces.
Esos detalles por más pequeños que eran, siempre terminaban siendo los más grandes y con más impacto en su vida. Los tratos, el interés, las ganas y sobre todo las acciones le hacían reafirmarse de que nunca se arrepentiría de haber elegido intentarlo.
Encogió un poco su cuerpo para mirar con claridad por el retrovisor varias veces, asegurándose de ya tener bastante distancia de su casa. Esperó que la velocidad del auto descendiera cuando llegaron a la entrada de su urbanización, en espera a que el flujo vehicular les dejara un espacio.
—¿Dejaste algo o-...?
Pronto dos manos le aprisionaron el rostro a Tristan y sus labios fueron atacados por los de Ellis. Fue inevitable no elevar las cejas ante la sorpresa y sonrió contra su boca, encantado con su acción. Lo volvía loco su espontaneidad y lo lanzado que era en ciertas ocasiones, ni siquiera lo pensaba dos veces cuando de adrenalina se trataba.
Presionó con fuerzas el pedal del freno y llevó una de sus manos hacia su rostro, acariciando con cariño su mejilla.
—No te he besado en casa porque las niñas andaban de cotilla por la ventana.
—¿Entonces estos eran tus planes? —subió el freno manual por si acaso.
—El último beso que obtuve fue uno lleno de pasta dental. Es justo, ¿no?
—Muy justo, sí.
Y esta vez fue él quien los volvió a unir, embelesado y totalmente dominado.
Luego de que ambos se hubiesen despertado, Ellis se negó en lo absoluto a acercar su rostro al suyo por el acostumbrado aliento mañanero y salió disparado hacia el baño para poder felicitarlo como era debido. Tomó asiento en la encimera en lo que Tristan terminaba de cepillar sus dientes y le cantó una rápida canción de cumpleaños. Unos leves aplausos llenaron el pequeño espacio y, sin esperarse, soltó el cepillo dentro del lavamanos y lo besó, aun teniendo la pasta dental en su boca.
No fue de desagrado para ninguno.
Estás muy bonito, amor. Tan bonito como los cielos de van Gogh -subió tan solo un poco su rostro y dejó un beso sobre la punta de su nariz, sabía que su chico se deleitaba por este gesto-. No sé si es posible volver a enamorarme de ti luego de ya estarlo, pero lo he hecho ahora mismo.
Sintió el calor instalarse en toda su cara y su corazón más derretido no podía estar.
—Estoy adorando tanto este lado romántico que posees como no tienes idea.
—¿Sí? —verlo asentir con euforia le hizo alejar cualquier pensamiento de que posiblemente estuviese actuando con vehemencia—. ¿Y sabes qué es lo mejor? Que es solo tuyo.
—Caray, te quiero tanto.
—Gracias por demostrarme que quererme no es difícil.
Negó con la cabeza e hizo chocar con parsimonia sus narices reiteras veces.
Nadie debería pensar que es complicado que otras personas lo quieran.
—No hace mucho me dijiste: "no le enseñes tus letras a alguien que no sabe leer". Y hoy yo te digo que quien no te supo querer genuinamente es porque no lo hacía con el alma, y yo lo hago con el alma.
—Dúrame toda una vida, ¿sí? —alejó su mano de su cara y dejó en alto el dedo meñique.
—Es lo que tengo en mente.
Firmaron una promesa mutua cuando sus dos dedos se engancharon.
El celaje de un auto acercándose a ellos por la parte de atrás los sacó de su burbuja y Tristan retomó su labor.
—Ponte cómodo porque nos espera un viaje de... 1 hora y 16 minutos según el GPS.
La pantalla inteligente trazaba la ruta y les daba la información de los kilómetros por recorrer. Ellis no tardó en conectar su teléfono y colocar música.
Entró a la carretera principal como su padre le había indicado para no complicarse la travesía, se estableció en el límite de velocidad permitida y retiró una de sus manos del guía, depositándola sobre su regazo. Ya podía manejarse con solo una extremidad en el volante. Observó de soslayo a su chico y este mantenía su vista en la ventana mientras tarareaba la canción Mess Me Up de Isaac Anderson que le obligó a aprenderse solo por el hecho de que la amaba.
De eso iban las parejas, ¿no?
Si él lo obligó -por voluntad propia- a estudiar cada cuadro de su pintor favorito, no perdería la oportunidad de girar el tablado y hacer que se aprendiera la discografía de su artista preferido.
La calidez bailaba en su interior antes de armarse de valor y, aunque titubeó un poco, culminó por estirar su brazo libre y entrelazar sus manos. Ya habían hecho esto cientos de veces, ¿por qué los nervios?
Ellis al sentir el contacto llevó sus orbes hacia su regazo y apreció lo bien que encajaban juntos con una sonrisa, acomodó mejor su palma y selló el agarre con seguridad.
༄ ༄ ༄
Retiró las llaves del switch luego de asegurarse de que todo estuviera en orden y las guardó en su bolsillo delantero, su padre lo mataría si las olvidaba adentro del auto otra vez. Tecleteó de manera rápida un mensaje para él, anunciando su llegada al condado.
Una bolsa pequeña con temática fiestera se atravesó justo al frente de su cara y bloqueó la pantalla del artefacto.
—Feliz cumpleaños a mi persona favorita.
Recibió un rápido beso en su mejilla y pronto cientos de fuegos artificiales comenzaron a estallar en su estómago.
Simple, pero efectivo.
Se tragó todas las palabras de «no tenías que hacerlo» o «no había necesidad» porque ya había recibido una severa amenaza por la mañana.
Ellis apoyó sus codos sobre el reposabrazos y lo alentó a abrirlo.
Retiró el papel decorativo y en su interior se hallaba una cajita de terciopelo color negra, no necesitaba ver más para saber que ahí dentro había una joya. Sus dedos acariciaron la suave textura del estuche y lo abrió, revelando un brillante anillo color planta con una palabra grabada en el centro. La emoción comenzó a correrle por todo el cuerpo porque, caray, Ellis no olvidó aquella conversación de hace varias semanas atrás donde le confió que siempre le ha gustado la idea de portar anillos, pero se abstenía ante el deseo porque no se había abierto con su familia aún y prefería decírselo él mismo antes de que empezaran a dejarse llevar por su apariencia.
—Lo vi en la vitrina los otros días en el Centro Comercial y solo pude pensar en lo lindo que quedaría en tu mano.
Estaba sin aire a causa de lo feliz que estaba.
—Paz —leyó.
—Eso es lo que me das, T.
Y, joder, ese es el coqueteo más infravalorado del mundo.
Lo sacó de entremedio de los cojines blancos y se lo entregó al ojiazul. Él no tardó mucho en comprender qué era lo que quería y pronto el anillo se encontró decorando su dedo del medio.
—Nunca te escondas. Vive libremente y cómete el mundo.
—¿Puedo besarte? —susurró, algo sensible.
—No tienes que preguntarlo. Solo hazlo.
El frío del metal se halló quemando la piel ligeramente bronceada de su chico en un abrir y cerrar de ojos. Todo en su ser volvió a estallar al dejar su huella en aquellos delgados labios, la gravedad se esfumó y pronto se encontró a sí mismo flotando en el aire. No podría cansarse de él en lo absoluto. Era como una droga de la que nunca tienes suficiente y que, en cada nueva dosis, descubres cientos de nuevos rincones.
—Gracias por llegar a mi vida.
Las palabras no le eran suficientes para expresar todo eso que sentía. Era capaz de escribirle un libro y aun así quedarse corto.
Abandonaron el auto cuando el reloj marcó el inicio de su cita y, cuando se encontraron uno al lado del otro caminando hacia el inmenso edificio correspondiente, Tristan encajó sus manos sin mirar atrás.
Ese día nada importaba.
Era únicamente ellos dos contra el mundo.
Los miedos, las inseguridades y cada una de las cosas que por un momento lo mantuvieron preso en las sombras, fueron olvidadas en Doncaster; guardadas en un cajón que no pensaba abrir.
Se acercaron a la chica que se encontraba en la recepción y le tendió los boletos.
—Disfruten de esta inefable experiencia a través de las obras de Vincent van Gogh —les abrió las puertas y todo comenzó.
La sala en la que se adentraron estaba completamente negra, con una luz tenue que los guiaba por un pasillo hasta encontrarse con unas cortillas de tiras color azul. Utilizaron sus manos libres para abrirse paso entre ellas, enredándose un poco en el proceso. Cuando salieron de ese pequeño dédalo, la mano de Ellis apretó la suya con fuerza al ver las grandes pantallas presentar la primera sala: autorretratos y algunas frases del pintor. Dirigió su vista hacia él por unos breves segundos para verificar si todo estaba en orden, pero el brillo en sus orbes azuladas le hizo sonreír con adoración.
Tiró hacia al frente para comenzar el recorrido, sacándolo un poco del transe.
Caminó con lentitud, dejando que fuera el ojiazul quien marcara el ritmo, había muchas cosas por observar, como, por ejemplo: cada detalle de los lienzos que miraban todos los domingo ahora se podía apreciar con más amplitud, los efectos especiales para que los trazos se movieran le explotaban la cabeza y todo parecía de ensueño.
—Quiero que este día sea únicamente tuyo —llamó su atención, a pesar de que este permanecía boquiabierto y alelado—. No hablaremos de nada externo, solo de ti y de mí, aunque más de ti. Sé que todavía hay unos datos que desconozco y quiero conocer todas tus facetas. Así mismo como tú lo has hecho conmigo.
Parpadeó, alejando su vista del hipnotismo que sufría por todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Joder, y eso que solo era el comienzo. Pero no podía evitarlo.
—De acuerdo. ¿Qué quieres saber de mí?
—Primero que nada, ¿por qué te gusta tanto van Gogh? —ladeó un poco la cabeza.
Se encontraban en el lugar perfecto para realizar esa pregunta.
Una amplia sonrisa se cruzó en su rostro.
—¿Quieres la historia corta o la larga?
—La que más te guste contar.
Los acercó a una de las grandes pantallas, de igual forma a como lo hacía en el museo, barriendo sus pies con pesadez y sin despegar su vista del Autorretrato con sombrero de paja del 1887.
—Desde que era pequeño me pasaba la mayoría del tiempo analizando con profundidad las cosas hasta encontrarles su significado. Fue papá quien me mostró por primera vez una pintura de él, estaba preparando su próxima clase que se trataba sobre La Filosofía y El Arte, y quería saber mi punto de vista. Recuerdo que cuando vi el verde esmeralda junto al azul cobalto de mi actual obra favorita, quedé embelesado. No tardé menos de 2 minutos en empezar a señalar cada cosa que estaba dentro del lienzo. Su manera de expresar la perspectiva que tenía de la realidad me capturó. Todos sus cuadros a pesar de basarse en cosas comunes son fuera de lo ordinario. Vincent veía vida en la naturaleza, en las estrellas principalmente, sin embargo, él estaba muriendo por dentro. Eso nunca lo detuvo y plasmó en cada obra de arte lo que sentía para poder sobrevivir. No creo poder tener una palabra que resuma porqué me gusta mucho, pero él puede despertar cientos de sentimientos con tan solo un trazo.
Una vez culminó, se cohibió en su lugar. La inseguridad de ser intenso hizo una entrada icónica entre sus sentires.
—¿Qué?
Tristan permanecía completamente inmóvil y con una curvatura en sus labios que no podía descifrar.
—Veo en ti lo que van Gogh veía en las estrellas.
El corazón se le desbocó y casi al instante comenzó a sentir como el suelo bajo sus pies comenzó a moverse como si estuviera dentro del océano y recibiera múltiples ataques de olas.
Eso es lo más romántico que le han dicho.
Su rostro fue tomado con la mayor delicadeza del mundo para capturar su atención.
—Me gusta escucharte hablar, Ellis. Puedo hasta considerarlo mi pasatiempo favorito. No te suprimas conmigo, nunca.
Asintió, reteniendo con todas sus fuerzas que sus ojos comenzaran a humedecerse.
Nadie externo a su familia ha hecho esto por él. Y desde hace un tiempo atrás creyó que tampoco existiría la oportunidad de que alguien quisiera sentarse a su lado para prestarle su oído y dedicarle todo el tiempo del mundo sin prisa alguna. Es decir, no todos comprenderían lo especial que son ciertas cosas en nuestra vida y simplemente mostrarán desinterés, colocarán caras de aburrimiento o se burlarán de lo obsesionado que estés. Por eso se reservaba la gran pasión que siente por su afición predilecta.
Pero ya no.
Con Tristan no.
—Continuemos. Hay como... más de siete salas por recorrer y varios datos de ti por conocer.
Se aferró a su brazo cuando retomaron el camino, dejándose llevar por el flujo de personas.
—Te quiero.
Y nunca se cansará de decirlo.
—¿Más que a Vincent? —mostró ilusión.
—Un pollito mojado no podría tener competencia con un famosísimo artista del impresionismo.
—¡Ja! Gané.
Van Gogh: 0
Tristan (alias pollito mojado): 1
Pasaron por el lado de un chico que su camisa identificaba que era parte del personal de la exhibición y este les entregó un folleto doblado en tres que tenía un pequeño mapa del lugar. Justo en ese instante sufrió un déjà vu de la vez que fue en busca de Ellis para pedirle disculpas e irónicamente ahora mismo estaba caminando de su mano.
Lo primero que escuchó fue un grito ahogado y luego sintió como su brazo fue liberado a las millas. Cerró el papel algo desconcertado, pero pronto fue halado hasta colocarse frente a la pintura Terraza de café por la noche del 1888. Su chico no tardó ni medio segundo en sacar su teléfono y realizar varias fotos.
En pocas palabras, cambiándolo por el pintor.
Van Gogh: 1
Tristan (alias pollito mojado): 0
Guardó el folleto en su bolsillo trasero y fue detrás de él.
Esa obra tenía un significado exclusivo entre ellos porque representaba todas las veces que iban a la cafetería de Maddie. De hecho, fue él quien la vio de esa manera y, cuando se lo comentó a Ellis, este casi se echa a llorar. Desde entonces, las noches de tazas con chocolate caliente eran más entretenidas cuando el cielo en sus imaginaciones se tornaba como uno lleno de pinceladas. Haciendo realidad la fantasía del ojiazul.
—Necesitamos tomarnos una foto aquí.
—Aquí, en todas las salas y en todos los lugares.
Ambos hicieron deslumbrar sus sonrisas en la fotografía.
Retomó su labor de buscar en el mapa dónde estaban ubicados y cuánto les faltaba por llegar a la sala de La noche estrellada. Estaba muy nervioso, aunque no lo demostrase. Quería avanzar a llegar allí y a la misma vez no.
—Si me quedo sin espacio en mi teléfono, ¿me prestas el tuyo?
—Sí, creo-...
—Genial. Gracias.
Sus manos volvieron a encontrarse y rondaron por un rato más.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —Ellis recostó la cabeza de su hombro.
—Todas las que quieras.
—¿Qué es lo que más te atrae de mí? He sentido mucha curiosidad.
Tristan se tomó su tiempo para pensarlo, como si no tuviera la respuesta a punto de escapársele de la punta de la lengua.
—Es la simplicidad de tu aspecto y la complejidad de tus pensamientos.
Hace no muchas noches atrás había retomado su hábito de escribir todo eso que sentía, soportando hablar de él mismo a través de un personaje. Sin ser consciente, se halló llenando dos páginas completas sobre todo lo que ha vivido con Ellis y cada una de sus pequeñas cosas que lo hacen singular.
El chico a su lado se quedó atontado ante la respuesta y suprimió los impulsos de asaltar sus labios.
—¿No quieres saber también qué es lo más que me atrae de ti?
—No, bueno, por ahora no. Hoy todo gira en torno a ti. Sin embargo— elevó su barbilla con orgullo—, sé que te atraigo desde el primer segundo en que nos conocimos.
—Claro —alargó la primera vocal con sumo sarcasmo en su tono de voz-. Verte empapado por la lluvia me hizo caer a tus pies.
—¿Qué te puedo decir? Es mi don.
Se rio quedamente y golpeó su hombro sin brusquedad.
Luego de que la galería de Ellis sufriera un golpe de quince fotos corridas, pasaron al siguiente lugar. Los colores anaranjados y azules cambiaron a ser unos verdes y violetas, la imagen de un lugar de descanso fue reemplazada por numerosos ramos de olivos y algunas frases icónicas sobre la naturaleza que ya se sabía. El suelo dejó de ser negro y también se pintó de esos colores.
Se sentía como si estuvieras dentro del lienzo.
El espacio era mucho más amplio que los dos anteriores, por ende, el número de personas aumentaba. También había una chica que corría por cada esquina para hacer fotografías, cegando a algunos con el flash, pero dejándolos muy satisfechos con el resultado.
Vio a un grupo de personas sentadas a un costado y se dirigió al lado opuesto para hacer lo mismo, así Ellis podría apreciar todo con más determinación.
Él fue el primero en tomar asiento, su chico por su parte se quedó capturando la esencia del momento.
Giró distraídamente el anillo sin llegar a sacarlo de su dedo mientras lo observaba. Todavía no podía creer el preciado tesoro que tenía a su lado. Ojala le hubiesen dicho desde un principio que iba a encontrar el antídoto a todos los males en aquel museo de buena suerte. Ellis no dudó en tenderle una mano cuando más perdido estaba, lo guió hasta hallar la luz al final del túnel y lo ayudó con suma paciencia a desenredar el hilo infinito que tenía en su cabeza.
El Tristan que hoy día sonríe es gracias a él.
En las primeras sesiones que tuvo con Cassie, 60% fue sobre su madre, su padre y el choque emocional que sufrió en el verano y el restante 40% se trató sobre Ellis. La rubia se mostró preocupada ante la posible dependencia emocional que había generado. Esta le informó que eso podía resultarle muy perjudicial si la determinación médica marcaba en esa dirección, principalmente para sus avances, estos eran capaces de desaparecer en menos de lo que dura un chasquido si llegaba a ocurrir una separación repentina entre ellos. Recuerda la confusión en sus rasgos faciales porque siempre se mantuvo neutro y con nulas preocupaciones durante la charla. Sabía muy bien sobre el tema, de hecho, ese era uno de sus mayores miedos, pero el propósito de su chico desde un inicio fue enseñarle las herramientas, instruirle y motivarlo. Sí recurría a él cuando quería colocar en silencio su cabeza, pero lo hacía por decisión propia y lleno de consciencia, solo deseando pasar un agradable momento, nada más.
Nunca llegó a pensar que ir a terapia sería tan reconfortante.
Había ciertas ocasiones donde todo estaba alineado y salía de allí mejor de lo que estaba antes de entrar, en otros casos, sufría decaídas, el sentimiento de extrañar a la mujer que le dio la vida le ganaba la batalla y algunas veces las sábanas pesaban a la hora de sacarlas de su cuerpo, pero no se rendía.
Era como una montaña rusa. Luego de muchas subidas y bajadas, llegabas a la vía recta. A la estabilidad emocional.
Por otro lado, el tema del vínculo que tiene con su padre tomó un giro de ciento ochenta grados cuando entendió que los comportamientos de una persona tienen que ver más con su lucha interna que contigo. Liam nunca tuvo problemas con él por la muerte de Abby, más bien era consigo mismo. Solo que canalizó sus emociones en una forma errónea.
No se avergonzó de reconocer que se equivocó y ahora se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
Volvió a la realidad al escuchar a Ellis reír mientras veía su teléfono el cual apuntaba en su dirección. Ni siquiera le dio la oportunidad para refutar, simplemente guardó el artefacto en su bolsillo y se sentó a su lado.
Te vez como... muy guapo con este tipo de ropa. Te queda genial.
Se miró a sí mismo, tratando de apaciguar el efecto que tuvo su halago. La verdad es que no tenía ni puta idea sobre qué ponerse en su primera cita. A pesar de tener tanta ropa en su clóset, no veía el conjunto indicado.
No dejó que su padre llegara con calma a la casa luego de la terapia cuando ya lo tenía ayudándolo, rebuscando entre sus camisas formales cuál era la más pequeña que le pudiera servir.
Era la primera vez que vestía tan formal -aunque sus Converse negras le quitaban un poco la elegancia- y le gustaba.
No es mi estilo, pero puedo hacerlo mi estilo si a ti te gusta.
—A mí me gustas tú. Con o sin estilo.
Sonrió en grande. Sin suprimir lo que es obvio.
—¿Por qué yo?
Ellis recostó su cabeza sobre su hombro y cerró los ojos. Podía sentir la euforia correr con facilidad por toda su anatomía, grandes dosis de sangre eran bombeadas con constancia y, ahí mismo, cualquier posible vacío fue llenado hasta el tope.
—Porque eres como van Gogh, T. Somos dos chicos comunes que hacen la vida del otro una fuera de lo ordinario.
Todo se vuelve más sencillo cuando te das cuenta que no tienes que forzar nada que está destinado a ser.
Muchos de nosotros tenemos la mala costumbre de querer controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor. Hacer que todo encaje en un sitio sin saber que este puede ser el incorrecto. Hay que dejar que todo fluya, como el agua, como el viento. Esta es, probablemente, una de las mejores lecciones de vida.
Decidido, no quiso prolongar más la espera.
Presionó sus labios sobre su cabello de manera rápida y tiró de él para dirigirse al lugar más esperado por ambos.
Era ahora o nunca.
Con una agarre de mano seguro y agiles pasos, esquivaron todos los cuerpos que pudieron. Ellis no refutó en ningún momento, solo se dejó llevar por Tristan, aunque hizo nota mental para volver a pasar por allí y conseguir mejores tomas. Chocó con el hombro del ojiverde cuando este se detuvo abruptamente, estaban a una esquina de distancia para cambiar de lugar.
—Cierra los ojos.
Quiso preguntar, pero se abstuvo al verlo nervioso e hizo lo que le pidió.
Todo se tornó negro y pronto sintió como su mano libre también fue tomada. Tristan comenzó a caminar con lentitud esta vez, asegurándose que no se enredara con sus pies. Su camisa blanca pronto se comenzó a llenar de un gran Venus amarillo que pasaba con pausa entre las personas y un fuerte azul coloreó su rostro. Retuvo sus ganas de recorrer con la mirada la inmensa habitación, era mejor hacerlo en compañía para ver si estaban percibiendo lo mismo.
—Ábrelos.
Podían existir miles de azules, pero uno como el de su chico ninguno.
El arte que se presentaba a su alrededor lo hicieron boquear al instante, sin dejarlo pensar, sin dejarlo asimilar tal creación.
Los proyectores que se encontraban en el techo vestían a toda la gente con la ciudad de Saint Rémy de Provence. Había diferentes tipos de pantallas que hacían enfoque en diferentes partes del lienzo y una que otra frase le daba el toque ideal para darle vida al ambiente. A diferencia de las otras salas, esta tenía unas mantas en el suelo donde varias parejas las ocupaban mientras se escuchaba de fondo a The Great Gig In The Sky de Pink Floyd.
Todo era... perfecto.
Los espirales, los movimientos, los trazos, el árbol de la muerte paseándose por debajo de sus pies y el brillante color amarillo que ahora iluminaba el rostro de Tristan se grabó como un tatuaje en su corazón.
Suspiró una sonrisa y parpadeó reiteras veces para alejar las cristalinas gotas del mar que empañaban su visión.
—¿Nos acostamos un rato?
Asintió sin poder formular nada. Si abría la boca, desataría el océano.
Se dejó guiar hasta la suave tela que se hallaba libre y se recostaron del improvisado espaldar con un par de almohadas. El retumbar de su corazón hacía eco en sus oídos, todavía le era inefable estar viviendo este momento.
Permanecieron en silencio por un largo rato. Un instante en el que se dedicaron a apreciar su entorno, porque el arte no solo se trataba de algo que está ahí para decorar, al contrario, nos acompaña desde el primer segundo en que comenzamos a estudiar la historia de la Tierra. No es solo un simple paisaje, es un relato, una biografía, son sentimientos, son historias que no se pudieron contar.
Hace unos días atrás había estado curioseando en los libros de su clase de Geografía y dio con una página al azar que hablaba sobre arte. Obviamente ese tema era más importante que la Cultura Griega que estaba estudiando así que se sumergió en la lectura. Sin embargo, lo que capturó por completo su atención fue un dato que decía: "...los llantos, los escalofríos, el aumento del ritmo cardíaco o las alucinaciones luego de exponerte mucho a obras maestras son producto del Síndrome de Stendhal."
Contrabandeó su teléfono entre el libro para buscar más a profundidad sobre este nuevo hallazgo y resultó que suele ser pasajero en la mayoría de los casos y no afecta en ningún sentido, de hecho, demuestra el gran impacto que tiene esta rama.
Luego se puso a pensar en la primera vez que estuvo con Ellis, en cómo reaccionaba cada vez que se colocaban frente a un nuevo cuadro y que al final del recorrido, este le preguntó "¿qué notas en mí cada vez que hablamos del arte?"
Todo se juntó como si de un rompecabezas se tratase y no necesitó más para saber que él padecía de esto.
—¿Sabes? Mañana se cumplen cuatro meses desde que nos conocimos.
Ambos giraron sus rostros para estar cara a cara.
—¿Ya tan rápido? Parece que fue ayer cuando-...
Tristan tapó su boca en un movimiento rápido.
—No lo digas, por favor. Supéralo ya.
Una risa burlona se filtró entre sus dedos y liberó su boca para verlo sonreír, descansando la mano encima de su mejilla.
—Nunca te lo dije, pero yo ese domingo no iba a ir al museo.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Días antes, estaba jugando con las gemelas a hacer carreras y me golpee contra la pared, lastimándome el codo. No fue muy grave, pero no podía moverlo. Mamá no me dejaba ni levantarme del sillón así que me prohibió ir al museo ese día, pero papá la logró convencer luego de muchos intentos y terminé yendo. Debajo de mi abrigo tenía un cabestrillo, seguramente no lo viste.
Sin querer, un sentimiento de tristeza lo abrazó. ¿Qué hubiese sido de él si Mark no lograba persuadir a Jay?
—Yo no sabía dónde me encontraba ese día. Solo... seguí caminando, y llorando. No fue hasta que la lluvia incrementó que entré al primer lugar que hallé.
—Oye... —Ellis se acercó más a su cuerpo y lo atrajo a su pecho, Tristan no tardó en abrazarlo—. Perdóname si fui grosero contigo. Estaba algo molesto porque los medicamentos no hacían su función y la molestia me estaba colmando la paciencia. Sé que no es excusa, no merecías que te hablara con actitud.
—No, no. Está bien. Fue de parte y parte.
Cerró los ojos para poder disfrutar el sonido de los latidos de su corazón; su música favorita. Sintió unos dedos intrusos por sus rizos y respiro hondo, alejando cualquier pensamiento de disociación.
Estaban ahí. Ellos estaban ahí.
—Quiero ser tu chico, Ellis. Como, en serio —subió el rostro tan solo un poco, creando un suave roce entre las puntas de sus narices—. ¿Puedo ser tu novio?
Porque sí, él era quien tenía el gran privilegio.
—Mi novio... —el ojiazul saboreó las palabras en su boca, con una gran sonrisa sempiterna—. Claro que quiero que seas mi novio.
No miró para ningún lado. Poco le importó estar en un área pública, expuestos a cientos de personas. Fue mutuo el impulso para encajar sus labios en un beso de promesa.
Abasteciendo sus almas de puro regocijo y resplandor, brillando como las estrellas que Vincent pintaba.
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