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Capítulo XVI: La teoría del color

"¿Qué te parece si invitas a Ellis el sábado?"

Dejó caer su lápiz sobre la superficie de su escritorio cuando su padre hizo aparición en su habitación.

Así, de la nada, soltándole una bomba.

"Estaba pensando en ti, en el hecho de que ya llevan mucho tiempo sin verse. Sé que te afecta de cierta manera porque era tu rutina. Y... no sé, ayer te escuché reír tanto mientras hablabas con él que me pareció una buena idea. ¿Qué crees?"

Liam se tomó la libertad de sentarse en el borde de su cama, desajustando la corbata en el camino. Tristan giró sobre sí mismo en su silla y quedó frente a él. Ya se le había hecho costumbre poder entablar cualquier tema de conversación sin problema alguno.

Ambos se habían sentado luego de la terapia que tuvieron juntos para estipular cómo iban a trabajar para mejorar las cosas. Hicieron una lista de todo eso que querían traer de vuelta y dialogaron el cómo lo iban a implementar en sus vidas. A lo largo de los días, fue funcionando, y no podían estar más complacidos consigo mismos.

El punto principal y fundamental en su relación era la comunicación; dejaron sus almas libres y consiguieron comprenderse con efectividad. Reconstruyeron la confianza que se quebrantó en cada esquina de esa casa, y ahora, luego de casi un mes dándole el cuidado indicado a su salud mental, la seguridad y la fe volvieron a sus cuerpos; escalando hasta llegar a sus corazones y asentándose allí sin intenciones de irse de nuevo.

Llegar a su casa luego de un día escolar se convirtió en su hora del día favorita porque cada vez que abría la puerta, allí estaba su padre, preparando la cena o colocando la mesa. Le daba la bienvenida con un fuerte abrazo y tomaban asiento juntos en el comedor para llenar sus estómagos, hablaban de todo lo que hicieron en el día y después se trasladaban a la sala para ver el capítulo de Los Simpson que daban en el canal americano que su madre compró.

Poco a poco el aura comenzó a cambiar entre ellos. Ya las paredes de su hogar no se sentían tan frías, tan agobiadoras. También el silencio fue sacado por la puerta con todas sus pertenencias y el toque hogareño volvió cuando Liam retomó el hábito de colocar sus vinilos preferidos a un volumen bajo por las tardes.

Pero, aun así, nada se comparaba a los valiosos momentos donde la aceptación que le tenía a su hijo se le desbordaba del pecho: solía buscar información sobre la comunidad LGBTQ+ para educarse y cambiar algunos pensamientos que la sociedad le inculcó, adquirió mejoras en su vocabulario, estuvo a su lado cuando quiso hablar con sus abuelos y se negó rotundamente a que él recibiera comentarios homofóbicos por parte de las parejas de sus tías.

A pesar de, no hubo nada que derritiera el corazón del rizado como lo hizo esa pulsera de hilo con los colores del arcoíris que su padre portaba con sumo orgullo y no se la quitaba para nada.

Llegó con ella a inicios de la semana, había ido a su habitación tan pronto cruzó la puerta principal y se la mostró con entusiasmo. Relatando el momento en que había ido al supermercado luego del trabajo y que la encontró en un estante de joyería. Pero eso no era todo, porque era una oferta 2 por 10 libras esterlinas, así que ambos compartían la misma pulsera.

"Sí, me gusta la idea. Además, Ellis comprende por qué no nos vemos, no te preocupes por eso, papá."

"Aun así, llevan mucho tiempo separados, casi un mes. Él puede venir el sábado, me encargaré de hacer la cena mientras ustedes comparten juntos todo el día. Y bueno, si sus padres le dan permiso, se puede quedar a dormir."

Esa última no se la espero ni en un millón de años.

"¿Q-quedar...?"

"Sí, quiero decir, ¿te parece bien?"

La despreocupación y seguridad inundaba su voz, pero si no fuera por el tic nervioso de pellizcar las esquineras de sus uñas, le habría creído sin problemas.

"¿Estás bien, papá?"

Recibió como respuesta un suspiro y eso le dio forma a todo.

"Solo quiero remediar las cosas."

Dejó atrás su deber escolar y tomó asiento a su lado, colocando una mano sobre las suyas para detenerlo.

"No te enfoques en recuperar todo lo exterior, todavía hay tiempo. También tienes que pensar en ti."

"Tú eres parte de mí, Tristan. Yo solo quiero verte feliz."

"Soy feliz teniéndote aquí, sintiendo que estás presente."

La disociación ya no tenía el papel principal de la obra, fue expulsada lejos de ellos hasta mantenerla en el rol de un extra innecesario.

Todo estaba tomando forma, color, sentido; poco a poco, paso a paso. Le enseñó a su padre a dar trazos arriesgados y, al Sol de hoy, su pintura no podía ser más hermosa.

"¿Te sientes listo para conocerlo?"

"Lo estoy. Hablé con Cassie y me dijo que estoy avanzando."

Se cercioró por cuarta vez en la mañana que todas las pertenencias de su habitación estuvieran en su lugar: jamás en su vida le había importado tanto acomodar adecuadamente las cuatro almohadas que estaban en su cama, la colección que tenía de artículo escolares encima del escritorio fueron organizados de forma minuciosa, el color blanco de su angosta estantería era capaz de brillar luego de eliminar cualquier rastro de suciedad, despejó el suelo guardando cada uno de sus pares de tenis dentro del clóset y aromatizó el espacio con la vela de vainilla que utilizaba para su tiempo de estudio.

Hizo una parada rápida y abrupta frente al espejo de su baño, acomodando casi con perfección sus rizos.

¿Cuándo fue buena idea picárselos él mismo?

Estaba en medio de una videollamada con Ellis cuando se percató que las puntas de su cabello estaban un poco maltratadas. Su madre era quien se encargaba de recortarlo cada que se cumplía la mensualidad recomendada. Así que pensó, ¿por qué no? Sería su primera vez, pero ya había visto a la mujer que le dio la vida tantas veces hacer ese procedimiento que ya se lo sabía de memoria.

Solo que no tenía la misma habilidad que ella, ni tampoco el pulso y mucho menos sabía las medidas exactas que debía dejar...

Aun así, nada ni nadie le impidió intentarlo. De hecho, Ellis lo apoyaba desde la pantalla de su teléfono.

Por suerte, no se lo dañó. Lo hizo bien. Pero había crecido bastante luego de esos ocho meses y se sentía... distinto.

Como renovado. Un nuevo él, físicamente.

Salió de su habitación y se dirigió a la sala para esperar al ojiazul. Ya no tardaba en llegar. Hace unos minutos atrás que le había mandado un mensaje avisándole que ya iba de camino.

—¿Se ve bien?

Liam se giró ante el llamado, sosteniendo el cuchillo con el que cortaba la carne para la cena.

—Sí. Te ves bien. No te preocupes por la ropa-...

—No, no. La ropa no. Yo digo el pelo.

Las orbes esmeraldas de su padre subieron a la parte superior de su cuerpo, observando las curvas de sus hebras y reteniendo una sonrisa burlona que amenazaba con escaparse.

—A Ellis le gustará. Respira.

Y Tristan hizo todo lo contrario.

Expulsó todo el aire que sus pulmones contenían. Tomó asiento en el taburete de la cocina y comenzó a golpear la superficie de la encimera con sus uñas, nervioso.

Siquiera, ¿por qué lo estaba?

Ya su chico lo había vista hasta en su peor faceta.

Pero, aun así, todas sus emociones se despertaban cuando se trataba de él y salían disparadas por todos lados, creando un inmenso zoológico en la boca de su estómago, agitando descontroladamente su órgano cardíaco y haciéndolo sonreír como un bobo hasta por la más mínima cosa.

Cayó tan, pero tan fuerte por Ellis... Y no se arrepiente de nada.

Liam, por su parte, se dedicó a terminar su labor culinario para dejarle un momento a solas consigo mismo y que canalizara su desasosiego. No le iba a restar importancia porque él fue igual -o peor- cuando se trató de Abby. Desde el primer momento en que la amistad entre ellos tomó otro rumbo y nuevos sentimientos amorosos florecieron en sus pechos, llegó una ingente ola de acciones lideradas por el nerviosismo. No importó los tantos meses que llevaban de conocerse, esa pequeña acción de tomarle la mano siempre creaba un debate en su mente: «¿y si me rechaza?», «¿y si no quiere?», «¿y si la incomodo?» y así un sinfín de cuestionamientos.

Tal vez ella ganó en que Tristan tuviera su parecido físicamente, pero en su interior, de tal padre tal astilla.

Y eso fue lo que más le echó sal a la herida, porque él sabía muy bien por todo lo que su hijo estaba pasando y, a pesar de, no hizo nada al respecto.

Si tan solo pudiera volver atrás, lo haría sin pensarlo.

Guardó la bandeja con las carnes en el horno y se enjuagó las manos.

—Tengo algo para ti.

El rizado lo observó con curiosidad y siguió cada uno de sus movimientos. Este abandonó la cocina y se dirigió a la mesa del recibidor, buscando entre la correspondencia un sobre en específico.

—Me prometí a mí mismo conseguirte de vuelta esos boletos y aquí están.

Su corazón comenzó a ejercer descontroladas palpitaciones al reconocer el membrete que traía impreso. Tomó asiento a su lado y le entregó el rectangular papel con una débil sonrisa. Lo abrió con los dedos temblorosos y sacó de su interior las dos entradas para la exhibición de van Gogh. Quería ponerse a llorar porque allí estaban los causantes de su decepción desde inicios del mes al pensar que la oportunidad perfecta se le fue a la borda.

Pero no.

Todavía podía tener esa cita.

Todavía podía continuar con sus planes.

Todavía podía dar el siguiente paso en su relación.

Ya no era necesario pronunciar aquel discurso de disculpas por ilusionar a Ellis con querer llevarlo a ese lugar.

Y como si de polvo se tratara, sacudió de sus hombros el sentimiento de angustia. Dejando vía libre para que buenas energías llenaran su alma de puro regocijo.

—Fueron las únicas que pude conseguir, así que el horario que tenías en mente cambiará por uno más tarde. Es... es mi regalo de cumpleaños para ti.

No comprendió sus palabras hasta que se fijó en la fecha que tenía impresa: 1 de febrero.

Pensé que tal vez era un inconveniente, pero luego recordé cada una de las charlas que hemos tenido sobre Ellis más las veces que te he visto sonreír a causa de él y me dije, "¿qué mejor regalo de cumpleaños si lo pasas junto a la persona por la que sientes un amor genuino?"

Las palabras hicieron sus maletas y se despidieron de Tristan.

Por un momento, todo a su alrededor se detuvo. Su sistema nervioso se aquietó y todo lo que escuchaba era el eco de su corazón retumbando dentro de su tórax.

—Ese chico cambió tu vida para bien. Y creo que... un día tan especial merece tener la compañía de alguien especial.

Se lanzó a sus brazos en seguida y se aferró con fuerzas.

—Gracias —susurró contra la tela de la camisa—. Gracias por esto y por todo.

—Te lo prometí, Tristan. Haré que valga la pena.

Asintió, siendo muy consciente de ello, y se separó del abrazo.

Colocó los boletos en el interior del sobre para asegurarlos y se dio la vuelta para guardarlos en su habitación. Pero ni siquiera pudo dar un tercer paso cuando el timbre resonó por toda la casa, anunciando la llegada de su invitado. Clavó los talones en el suelo de forma abrupta y regresó por donde mismo vino, tragó grueso cuando su progenitor se señaló la puerta con la cabeza y sintió que su presión arterial bajó de cantazo, como si se hubiese tirado de un precipicio.

Respiró hondo y abrió la boca, pero fue interrumpido antes de que pudiera pronunciar algo.

—Vuelve a preguntar si te quedaron bien los rizos y no dudaré en raparte yo mismo.

Le entrecerró los ojos y se marchó hacia la entrada con la mayor dignidad posible como si eso no fuera lo que iba a decir. Guardó con rapidez los boletos en su bolsillo trasero y enrolló sus dedos alrededor de la manilla, no sin antes respirar profundo. Reveló la figura del ojiazul cuando abrió la puerta y toda posible inseguridad que antes estaba sufriendo, se la llevó la fresca brisa que rondaba por las calles de Doncaster.

—Oi, oii.

¿Cómo pudo soportar casi un mes entero sin verlo físicamente?

No hizo ni el vago intento de disimular la gran sonrisa que pintó su rostro al verlo allí parado, utilizando su abrigo.

Elevó su mano y la agitó a modo de despedida cuando tres cabezas se asomaron por el cristal trasero, mostrando sus dentaduras y agitando sus manos con euforia también. El auto de los Haddock avanzó por la carretera y atrajo el cuerpo de su chico favorito hacia dentro. Y tan pronto como cerró la puerta a sus espaldas, lo rodeó con sus brazos. Entrando al universo de su felicidad y emergiendo al éxtasis de la vida.

Una suave exclamación de sorpresa se deslizó por sus labios, confirmándole que lo tomó de sorpresa porque él no era de mucho afecto, ¿no? Pues a la mierda, Ellis conocería que tan amoroso podía llegar a ser.

—Te eché tanto de menos.

No quedaba ningún rastro de espacio entre ambos. Estaban muy ocupados volviendo a disfrutar de la cercanía del otro, trayendo de vuelta una completa serenidad a sus niveles emocionales.

—Mamá dijo que parecía que tu abrigo era la única prenda de ropa que existía en mi clóset de tanto que lo usé —inhaló aquella esencia que fue su ansiolítico durante esas cuatro semanas—. Me hiciste mucha falta.

El orgullo de Tristan danzó al escuchar tal revelación y, casi sin querer despegarse, se alejó tan solo un poco para observar su rostro.

—Puedes quedártelo todo el tiempo que quieras —plantó un suave beso en la punta de su helada nariz y le acomodó un delgado mechón de su flequillo—. Prometo que no nos volveremos a separar por tanto tiempo.

Ellis boqueó al sentir el delicado contacto.

—¿Quién eres tú y qué hiciste con mi Tristan alérgico a las muestras de afecto?

—No hay límites cuando se trata de ti.

Una gran sonrisa acompañada de un ligero sonrojo le dio luz verde a su verdadera personalidad afectuosa. Soltó las riendas de ese lado oculto suyo que muy pocas personas conocen y le otorgó un pase dorado para que fuera el único que pudiera disfrutar de ello.

—Ven, papá quiere conocerte.

Entrelazó sus manos y lo guió hasta la cocina, con total seguridad de sí mismo.

Liam les estaba dando la espalda continuando con su labor gastronómico, como si minutos antes no estuviera apreciando la escena con sus ojos cristalizados. Era la primera vez que veía a su hijo así: así de alegre, así de libre.

Fingió estar muy concentrado en si elegir las zanahorias o el brócoli para el Sunday Roast y se giró hacia ellos justo cuando detuvieron sus pasos frente a la encimera.

—Bueno, papá, él es Ellis.

Le sonrió y extendió su mano.

—Es un gusto conocerte al fin. Me han hablado mucho ti.

El ojiazul copió su acción, dando un paso más hacia adelante para aceptar el saludo y sus comisuras dibujaron esa sonrisa que tanto lo caracterizaba, esa misma por la que el rizado suspiraba.

—El placer es mío, señor Ryder.

—La formalidad no va conmigo, puedes llamarme Liam, en confianza —les señaló los taburetes para que tomaran asiento y se recostó del mármol—. ¿Cómo está tu familia?

Tristan retiró la mochila de su espalda para que pudiera sentarse sin sentir incomodidad, la dejó al lado de su asiento en el suelo y ocupó el lugar donde había estado antes.

—Todos se encuentran muy bien. Mamá retomó su trabajo como Asistente de Veterinario luego de las vacaciones y, oh —dio dos palmaditas sobre el muslo del chico a su lado—, a Elisa se le cayó un diente.

—¿En serio? ¿Cuándo?

—Hoy por la mañana. Se sacó un grito del alma cuando mordió su sándwich y se quedó atascado en el pan.

Buscó su teléfono para enseñarles la foto que le tomó. La chiquilla sostenía el diminuto diente con una mano y ahora en su sonrisa había un pequeño hueco. Contempló con idolatría la imagen, obviando su matutino aspecto, claro, y haciendo vista larga de su castaño cabello que parecía un nido de ratón.

Liam sonrió para sus adentros al percibir el aura de Ellis al instante y comprendió con más facilidad los sentimientos de Tristan por él. La confianza y familiaridad que portaba lo dejó un poco anonadado, también su instantánea habilidad de no dejarse intimidar por nada y cada palabra que pronunciaba estaba llena de certidumbre. Ni siquiera habían pasado minutos de que se presentó y la larga lista de cualidades que su hijo le dijo que poseía, se iban llenando de check marks porque cada una de ellas eran ciertas.

—Quién diría que ese pequeño angelito te acusó de traficante de drogas —comentó el ojiverde pasándole el artefacto a su padre.

Ah, que mucho adoraba a ese torbellino.

—Elisa es la que es muy apegada a ti, ¿verdad?

Liam prefirió no mirar por mucho rato la fotografía y le devolvió el teléfono a Ellis.

Todavía estaba en proceso...

—Sí. Me la gané muy rápido.

Durante ese mes, donde solamente fueron ellos dos contra el mundo, le platicó sobre cómo fue su transición durante esos tres meses que llevaba yendo al museo. Se escuchaban, hablaban y daban un siguiente paso. No había ningún dato importante del otro que no supieran; la acción de reservarse quedó atrás.

—He traído brownies. Los hicieron las gemelas —sacó del interior de su mochila el envase de vidrio y lo colocó encima de la mesa.

—Tristan me ha hablado mucho de su talento culinario. Me es sorprendente que amen tanto la cocina con apenas 11 años.

—Su fascinación por cocinar comenzó hace dos años atrás. Descubrieron la película de Ratatouille y quisieron ser igual a Remy. Incluso querían tener una rata de mascota y cocinar con ella...

A Tristan se le hizo imposible no apartar su mirada de él. Verlo tan desenvuelto y conectando sin problemas. Contándole a su padre, como el gran hermano orgulloso que era, las habilidades que poseían sus hermanas. Encajando con facilidad, como si él fuera esa última pieza del rompecabeza que le da sentido a todo.

La felicidad que estaba experimentando no se podía definir con palabras, simplemente era tan... sublime. Y esto siquiera estaba empezando.

El sonido del agua hirviendo llamó la atención de Liam e hizo una mueca.

—Me gustaría seguir charlando contigo, Ellis, pero lo podemos dejar para cuando cenemos. Tengo que terminar mi labor aquí y creo que ustedes tienen que... hablar —le dio una mirada de soslayo a su hijo, este se cohibió un poco en su lugar y se rascó la nariz porque sabía muy bien a lo que se refería—. Vayan a la habitación, les avisaré tan pronto esté lista.

Si necesita ayuda por aquí estoy dispuesto-...

—Oh, no. El día de hoy es todo para ustedes. Los veo al rato.

Ambos chicos se despidieron y se dirigieron hacia el lugar nombrado.

El melifluo olor de la vela aromática inundó sus fosas nasales haciendo del ambiente uno agradable y acogedor. Tristan tan solo se quedó apartado a un lado, dejándolo indagar con libertad por todo el espacio. Estaba comenzando a idolatrar la manera en que él podía desvanecer la antigua tristeza que sufrió por muchas noches en ese mismo lugar, cada paso firme que daba era como plantar vida en un terreno infructífero.

¿Quién diría que sobre ese mismo suelo cayó de rodillas tantas veces? Pero ahora ya no veía eso, ahora solo veía a Ellis y cómo su vibrante aura se posaba en cualquier esquina.

Le había mostrado un poder que es lo suficientemente fuerte para traer el Sol a los días más oscuros.

—Tus paredes son color Louis Blue —puntualizó, parándose frente a una de ellas para ver las múltiples fotos en blanco y negro que estaban pegadas en forma de mosaico.

—Son solo... azules.

—Los franceses del movimiento artístico Rococó deben de estar retorciéndose en sus tumbas luego de escucharte.

—Sí, sí —rodó los ojos divertido, llevándose la ventaja de que él no podía verlo, de lo contrario, no solo acabaría con una almohada sobre su cara.

Decidió acercase por su espalda cuando se quedó contemplando cada una de las memorias impresas. Rodeó su estómago con ambos brazos y colocó su mentón encima del hombro. La punta de su nariz rozó con su cuello y respiró hondo, llenando sus pulmones del abrasador olor a verano que irradiaba.

—¿Esa es Abby? —señaló la imagen donde salía él y su madre en la graduación universitaria de ella.

Para aquel entonces tenía alrededor de dos añitos y se encontraba sosteniendo un ramo de tulipanes blancos que su padre le había mandado a entregárselo. Casi no se le veía la cara porque el obsequio era muy parecido a su altura, pero sí se apreciaba con facilidad las grandes sonrisas que poseían cada uno.

—Sí, esa es mamá.

—Te pareces mucho a ella cuando joven. Sus sonrisas son idénticas.

Asintió.

—Me gusta tener un pedazo de ella reflejado en mí.

Ellis continuó pasando sus dedos por cada cuadrado, sin desperdiciar la oportunidad de burlarse por su obsesión de siempre guiñar un ojo y elevar su dedo pulgar para cada foto o su manía de sonreír hasta enseñar las muelas.

—Aquí están todas las personas que son importantes en mi vida: los abuelos, papá, mamá, Daphne y... tú.

Le señaló la última línea de fotos, donde se encontraba la ecografía de su hermana y todas las polaroids que le obsequió Jay en Noche Buena.

—¿Cómo es que no sabía de esto?

—Tu mamá dijo algo sobre que la felicidad se conserva en los buenos momentos y que las fotografías son las mejores evidencias de ello. Tu cumpleaños fue uno de mis mejores días luego de tanto.

—Fue uno de mis mejores días también —se dio la vuelta, ahora ambos estaban cara a cara—. Hace ya un mes que te confesé que te quiero.

—Y desde entonces ha sido el mejor mes del año.

Tomó su rostro entre sus manos como si se tratara de la cosa más delicada y plantó un mórbido beso en la frente, presionando con suavidad, dejando allí una huella de su amor. Ellis cerró los ojos ante el tacto y sonrió con todas sus ganas. Perdiéndose en la increíble manera que se sentía ser amado. Estimando la forma en como él estaba hecho para estar entre sus brazos.

Entonces, ¿así se sentía estar en el cielo?

—Ven —tomó sus manos y lo guió hasta la cama—. Tengo algo que hablar contigo.

—¿Está todo bien?

—No es nada malo. No te preocupes.

Se sentó en el cómodo colchón y dio dos palmadas sobre la cama para que tomara asiento a su lado. Ellis hizo lo mismo, pero dejándose caer sin ningún cuidado. Muy propio de él.

—¿Recuerdas aquella cita que íbamos a tener?

—Claro. No hay nada que me haga olvidarlo.

—Bueno, quiero pedirte primero disculpas por tener que cancelarla al día siguiente.

—No lo hagas, Tristan. No pasa nada, ¿sí? Entiendo por qué lo hiciste y está bien. Todavía hay muchos días por delante para que tengamos nuestra primera cita.

—Bueno, pues de eso quería hablarte —retiró el sobre blanco de su bolsillo trasero con un poco de dificultad—. Vamos a reanudar nuestra primera cita.

Sacó los dos boletos con las nuevas fechas y los dejó encima de sus manos. Robándole las palabras y siendo espectador de cómo sus orbes zafiro se llenaban de ilusión.

—Mañana es domingo, así que sería como retomar la rutina del museo. ¿Qué te parece?

—Pero mañana es tu cumpleaños también —susurró, aun embelesado.

—Quiero pasar mi cumpleaños junto a ti.

—Pero tú papá-...

—Fue idea de él. Esto lo planeó él.

Y eso fue otra razón más para que su chico continuara en un estado atónito.

Lo admiró como todas las veces hacía. Preguntándose una y mil veces qué fue lo que hizo para tener algo tan bueno a su lado. Ellis era mucho y haría todo lo que estuviera en sus manos para hacerlo sentir la persona más risueña del mundo, asimismo como lo hacía sentir a él.

Porque curó sus heridas, acarició sus cicatrices, sanó algo que no rompió, atrajo colores a su vida y le hizo experimentar de nuevo la felicidad.

Él se merecía el universo entero y no dudaría en dárselo.

—Entonces, ¿quieres ir?

—¿Sinceramente? La pregunta me ofende. Sabes que no me perdería esta experiencia por nada en el mundo. Además —alargó un poco la voz y ladeó la cabeza—, digamos que llevo deseando tener una cita contigo desde hace tiempo.

Tristan elevó ambas cejas y retuvo la sonrisa que quiso escalar por todo su rostro. En cualquier momento iba a vomitar su corazón.

—¿Cómo así?

—¿Nunca lo sospechaste? Es decir, siempre buscaba tu contacto físico.

—Es tu lenguaje de amor, Ellis. No quise malinterpretarlo.

—¿Por qué los chicos son tan tontos?

—¿Tengo que recordarte que tú también eres chico?

—Touché.

Se aseguró de colocar los boletos en un lugar seguro y tiró de él hacia atrás hasta que ambos quedaron acostados con sus cabezas sobre las almohadas.

—¿Cómo es que eres tan bonito?

Tristan delineó son su dedo índice cada una de sus facciones, creando un arte lineal imaginario.

—Fácil, me hicieron con muchas ganas.

Sonrió ante su arrogancia y negó con lentitud. Ellis era toda una caja de sorpresa. Muy impredecible.

—¿Qué dijeron tus padres sobre quedarte a dormir?

—Te desearon suerte.

—¿Suerte por qué?

—Hay un 90% de posibilidad de que termines en el suelo a mitad de noche. Tengo un pésimo mal dormir.

—Me aferraré al 10% que queda.

—También hablo dormido.

—Las mejores conversaciones surgen en la madrugada.

—Y babeo.

—Entonces eres perfecto.

El corazón de Ellis bombeó con fuerzas y su cerebro descargó una gran dosis de oxitocina, llevándolo a levitar en un mar de constelaciones.

—Estás muy amoroso. ¿Te sientes mal? ¿Tienes fiebre?

El rizado sonrió y frotó quedamente sus narices.

—Este soy yo. El verdadero Tristan. El mismo chico de hace ocho meses atrás, amor.

Todo a su alrededor se detuvo.

Los sentimientos se dispararon sin rumbo fijo por todo su cuerpo y tocaron su punto más débil. Una delgada capa de agua salada cubrió todo su ojo e hizo brillar sus orbes.

Siempre tuvo esta creencia que un apodo es una acción muy íntima, algo que no todo el mundo tiene derecho a hacer. Porque significaba marcar un antes y un después en la palabra, y en ti también. Demuestra que somos mucho más que un simple compañero de vida. Una forma sutil de filtrarse en nuestra alma y dejar una huella imborrable.

—¿Amor? —sintió ahogarse con sus propias palabras.

—Eres la definición de amor en mi vida, Ellis. Lo digo literalmente. No me creía capaz de volver a amar o ser feliz luego de perder a mamá, pero mírame, aquí estoy. Como un buen tonto enamorado: queriéndote con todas mis fuerzas.

—Es imposible no caer por ti, T. Cada día a tu lado se siente más bonito que el anterior, pero no mejor que el primero. Te quiero.

Y para completar todo, era un sentimiento recíproco.

Ninguno de los dos creía en la casualidades. Nada en este mundo sucede así porque sí, todo tiene un propósito escondido y llega a nosotros con toda la intención. Lo que nos parecen meros accidentes, son todo lo contrario, ellos emergen siempre de la fuente más profunda del destino. Tuvieron la suerte de coincidir en aquel museo y sobrepasaron todos los niveles al tener la magia de conectar.

Estaban destinados a encontrarse.

—¿Qué quieres hacer? Podemos ver una película, creo que tengo algunos juegos de mesa o también podemos salir a caminar...

—Nada de eso —le dio dos palmadas en su pecho y se escapó de entre sus brazos—. Ya tengo todo planeado.

—¿Qué?

Ellis se bajó de la cama y comenzó a rebuscar dentro de su mochila.

—Como no has podido ir al museo se me ha ocurrido la idea de traer el arte a ti.

Sacó de su interior dos lienzos en blanco, un par de botellitas de pintura y tres pinceles.

—Oh, ¿vas a dibujarme como uno de tus chicos franceses?

—¿Qué comes que adivinas?

Tristan se deslizó fuera de su nido también y tomó asiento a su lado. Sus dedos picaron de curiosidad ante los materiales de arte, examinando cada uno de los instrumentos sin sentir ni una pizca de preocupación por el posible desmadre que pueden crear en un abrir y cerrar de ojos.

—Vas a pintarte una mano con un color y luego la presionas en el lienzo. Yo voy a hacer lo mismo con otro color y arriba pondremos nuestros nombres. Es una cosa de parejas. ¿Qué dices?

Cosa de parejas. Ellos son una pareja.

—Que sí a todo.

Ellis asintió y comenzó a ordenar el pequeño espacio con perfeccionismo.

—Necesitamos servilletas y un vaso con agua.

—En mi baño hay. Puedes-...

Paró de hablar al verlo dirigirse hacia allá como si no fuera su primera vez.

—¿Pongo música? —preguntó en alto.

—Eso sería perfecto.

Asió su teléfono de encima de su mesita de noche y buscó entre el chat de ellos aquella playlist que ambos crearon con sus canciones favoritas hace unos días atrás. Presionó la burbuja verde de «reproducir» y pronto la habitación se inundó de sutiles acordes.

Una vez que tuvieron todo listo, destaparon las pequeñas pinturas, tomaron los pinceles y se dedicaron a pintar las manos contrarias. Ellis dejó caer unas cuantas gotitas del líquido verde sobre distintas áreas en la palma de Tristan y comenzó a regarla con apacibilidad como si de conectar constelaciones se tratara.

Los colores de sus orbes se reflejaron como espejo en el interior de sus manos y tan pronto estuvieron totalmente cubiertas, abandonaron las brochas dentro del vaso con agua y se dirigieron a los lienzos.

El primero en presionar su mano contra la tela blanquecina de lino fue Tristan. Plasmó allí una silueta imperfecta y seguido de él, Ellis oprimió la suya. Con la consistencia fresca, en donde se juntaban ambos dibujos, se creó un nuevo color. El turquesa fue el resultado de aquella mezcla, representando la conjunción de lo que ellos eran.

Dejaron repostar el primer lienzo y fueron por el segundo. Cada uno iba a tener una copia de su primera obra de arte juntos.

La pintura volvió a rodar por sus pieles como gotas de agua sobre las hojas. Unos suaves cosquilleos se produjeron ante el paso de las sedosas cedras del pincel por sus puntos más sensibles, robándoles risas. Levitaban entre una atmosfera llena de emociones elevadas y una completa paz.

La brocha más delgada tomó lugar entre ambos y caligrafió sus nombres en la parte más alta del cuadro: Ellis & Tristan.

༄ ༄ ༄

La imagen que se podía percibir al final del pasillo hizo elevar sus dos cejas y tirar de las comisuras de sus labios, inevitablemente sorprendido. Un simple ramillete de azaleas se exhibía en el mismo centro de la cuadrada mesa dentro del búcaro de cristal, capturaba con profundidad la atención de cualquiera por los tonos rosados pálidos e intensos que la hacían única en su especie. Esa flor representaba la familia y era la que su madre siempre utilizaba para decorar cuando preparaba la cena y todos por fin volvían a estar juntos luego de un largo día, otorgándoles un encantador núcleo familiar.

Por otro lado, trata de buscar en su memoria cuándo fue la última vez que vio la superficie del comedor repleta de comida. Los tres platos correspondientes de cada uno de ellos se encontraban llenos con sus respectivas cantidades consideradas, en el centro había dos platos medianos con más vegetales extras y los brownies que Ellis trajo.

Él de verdad se estaba esmerando.

Procuraba que todo estuviera en la posición correcta.

Como antes.

Solo que, a diferencia, no había una botella de vino en una de las esquinas como solía haber cuando llegaba algún invitado.

Avanzó con pasos paulatinos, sin querer perderse ningún detalle de la escena. No tardó en identificar la suave música proveniente de uno de los vinilos que se reproducía en el tocadiscos, esa era el arma secreta de su padre para que los patillos le salieran exquisitos. La luz degradada que irradiaba desde el techo le dio un toque acogedor a la habitación y pronto sus fosas nasales se vieron invadidas por el vaho que liberaba la comida, haciendo gruñir sus entrañas y creando una pequeña laguna de agua en su boca. Cambió su rumbo hacia la cocina cuando localizó al adulto allí, dándole la espalda y con un paño colgando de su hombro. Liam estaba muy ocupado lavando los trastes que utilizó, restregando correctamente la bandeja donde antes estuvo la carne y eliminando la espuma del jabón con la cascada artificial del fregadero.

Llegó hasta su lado y le quitó el pañuelo de los hombros para poder colocar ahí su brazo.

—Hiciste un buen trabajo—lo felicitó.

El hombre culminó su trabajo manual, dejando la bandeja en el escurridor y le sonrió, abrazándolo también por sus hombros, no sin antes haberse secado las manos.

—Bueno, la presentación es una cosa, pero el gusto es otro tema.

—Ellis no es exigente, puedes estar tranquilo.

Contempló desde otro ángulo el siguiente lugar al que irían. El orgullo palpitó fuerte contra su pecho.

—¿Y Ellis?

—Lavándose las manos. Se nos metió pintura hasta debajo de las uñas.

Eso había sido un verdadero dolor de cabeza.

Se envolvieron tanto hablando, tarareando canciones y dándose sutiles afectos físicos en lo que los lienzos se secaban que dejaron pasar por alto sus manos. La pintura se adhirió a sus pieles y se incrustó por las esquineras de sus uñas, creando una fuerte lucha para poder retirarla. A pesar de restregar reiteras veces su palma, todavía le quedaba algunos rastros del color verde.

—Quién diría, ¿no? La misma persona que dijo que el arte era una mierda estaba haciendo arte hace unos momentos atrás.

Echó la cabeza hacia atrás y se quejó en voz alta. Alejó su brazo de él y golpeó su hombro con su puño, advirtiéndole.

Lo que le faltaba: su propio padre en su contra. Qué bonito es todo.

—Ya tengo bastante con que Ellis me lo saque en cara cada que puede.

Liam se rio burlón.

—¿Qué dijo sobre...?

Una gran sonrisa pintó su rostro.

—Que sí.

—¡Sí! —festejó en un susurro y le devolvió el golpe.

Una mueca se atravesó en la cara del rizado ante la fuerza que ejerció, pero conservó su felicidad; Liam solía ser de esas personas que sienten los logros de los demás como suyos.

—Ah, te iba a comentar—se recostó de la encimera y cruzó las piernas—, puedes utilizar mi auto para mañana. Sé que eres precavido en la carretera.

Tristan parpadeó una, dos y tres veces. Procesando las palabras y quedándose medio bruto en el camino.

Él ya tal vez tenga bastante experiencia manejándose en la calle, pero nunca ha conducido solo. Y, aunque está en ley, siempre iba acompañado de su madre o su padre. Aún recuerda lo nervioso que siempre se ponía las primeras veces que estuvo frente a un volante y lo mucho que sudaban sus manos.

—¿Estás seguro? Es decir, sí, soy cuidadoso, pero-...

—Sí. Será más cómodo para ambos —elevó sus hombros, despreocupado—. Además, cuando salgan de la exposición, pueden ir a la cafetería de Maddie. Así es como lo hacen, ¿verdad?

—Sí, así es.

Echaba de menos visitar ese lugar.

—Solo no llegues muy tarde y me tienes que avisar cuando llegues a los lugares para saber que están bien.

—Lo haré. Lo prometo.

Por el rabillo del ojo se percató de la presencia de Ellis en medio del pasillo. Tenía su mentón elevado, proyectando toda su seguridad mientras se paseaba por la casa. No había ni un atisbo de cohibición en él y eso le hizo sonreír.

En serio que era afortunado de tener a ese chico de oro a su lado.

El ojiazul lo buscó con la mirada cuando culminó su camino por el angosto tramo y le devolvió la sonrisa casi al instante. Liam, echado a un lado de la burbuja en que vivían esos dos, fue espectador de la conexión que compartían con tan solo un vistazo, con tan solo un movimiento. Se perdió por completo en la alegría que se reflejaba en el rostro de su hijo y en como atrajo a Ellis a su pecho en un corto abrazo, siendo confiado consigo mismo, pero más que nada, siendo libre.

Fue en ese mismo segundo que se juró una y mil veces no volver a arrebatarle absolutamente nada en la vida.

—Eso luce delicioso, Liam —los brazos del castaño rodearon el cuerpo de Tristan y reposó su cabeza en su pecho, embelesado ante la sofisticada presentación—. Gracias.

—Bueno, no esperemos más.

Los tres se dirigieron hacia el comedor y tomaron asiento. La mesa era cuadrada así que cada uno iría en una de las esquinas, pero por alguna razón, su padre se las ingenió para colocar sus platos y dos sillas en un mismo costado para que estuvieran juntos.

Eso es algo que sin duda Abby hubiera hecho.

Ellis acercó un pedazo de ternera a su boca y soltó una pequeña cantidad de aire para evitar quemarse el paladar, luego de intentarlo dos veces procedió a comérselo, evitando a toda costa exaltarse ante el sabor. A todas estas, tuvo en todo momento la intensa mirada del chico a su lado siguiendo sus movimientos con afición, amado esas pequeñas cosas que lo complementaban.

—¿Cómo le hiciste? —observó su plato y luego a Liam, tratando de hallar una respuesta—. Es decir, he probado muchos Sunday's Roast, pero este..., caray, está increíble.

—Me alegra mucho escuchar eso. Este plato es mi especialidad.

—Estoy alucinando —pinchó dos ruedas de zanahorias y luego señaló a Tristan con el tenedor—. No le digas nada a las gemelas, ¿de acuerdo? Luego va y me ponen la Ley de Hielo.

Asintió, las gemelas eran sagradas.

—Lo prometo.

Liam le dio el primer trago a su vaso, hidratando su garganta, y decidió entablar una conversación.

—Tristan me contó que deseas ser galerista.

—Sí —se tapó la boca con el dorso de su mano en lo que terminó de tragar—. Es lo que realmente me gusta hacer. De hecho, a veces hago trabajos voluntarios en las vacaciones.

—Eso suena interesante. ¿De qué va?

La mano libre de Tristan se deslizó por debajo de la mesa y la entrelazo sobre su regazo. Igual a cuando estaban en la casa de los Haddock. Le otorgó un ligero apretón a su mano para que fuera a por ello sin miedo. Lo conocía como la palma de su mano y hablar de sus cosas favoritas lo hacían experimentar mucha euforia.

Nunca se cansará de escucharlo hablar de las cosas que le gustan.

—Es... una mezcla compleja de adoración por las obras de arte y destreza para los negocios, es tanto una pasión como una vocación. Los galeristas trabajan de manera simbiótica con los artistas para vender su trabajo a los coleccionistas, actuando como un conducto.

—Entonces tú eres la clave para que un artista alcance su éxito, ¿o no es así?

—Sí, bueno, no. Quiero decir, ambas.

Los tres se rieron ante el enredo.

—Cuando me lo explicaste a mí dijiste algo sobre que le "abrirás las puertas al exterior" —comentó Tristan dirigiéndose a él y Ellis asintió en acuerdo.

—En pocas palabras, es eso. No le quiero llamar de esa forma porque el éxito lo alcanzan ellos solos con su talento. Mi rol es ser quien le brinde la oportunidad para que su arte llegue a miles de personas.

—Comprendo. Lo siento por mi ignorancia, es la primera vez que escucho sobre esa profesión.

—No tienes que disculparte —realizó un amague con su mano libre y asió el vaso para darle un trago—. Muchas personas desconocen el concepto inicial del arte o tal vez no lo saben apreciar, es por eso que ser un galerista no se escucha con mucha frecuencia.

—Como Tristan, ¿verdad?

Ah, hoy su padre andaba de jocoso.

—Sí —Ellis se bufeo de él—. Pero me satisface saber que ya no piensa igual. Ahora sabe valorar todo lo que lo rodea.

Eso le arrancó una sonrisa y ajustó el agarre de sus manos,

—Mi esposa era muy amante del arte. A Abby le gustaba todo lo que tuviera que ver con ello, por eso estudió Diseño de Moda. Siempre la veías innovando cosas por cualquier lado.

El órgano cardíaco del ojiverde no pareció tener freno, sintiéndose en completa armonía al ver a su padre poder hablar del amor de su vida sin romperse.

Su mano se inquietó más, como si pequeñas descargas de electricidad recorrieran por sus dedos.

—Me hubiese encantado poder conocerla.

—Abby te hubiera adorado desde el primer momento. No tengo ni la menor duda.

Y ese fue el detonante.

Reunió todo el valor que tenía y reveló la conexión de sus pieles, colocándolas sobre el espacio intermedio que había entre sus platos.

No existía ninguna razón para esconderse. No frente a su padre. Ni ante nadie.

La sangre del cuerpo de Ellis se congeló por un instante y agradeció no tener ningún rastro de comida en su boca porque seguramente se hubiese ahogado. Observó de soslayo al rizado y este continuaba masticando como si nada, al igual que el día de su cumpleaños.

Joder, mínimo le podía haber avisado antes, ¿no?

Liam por su parte solo sonrió ante la seguridad de ellos y continuó con neutralidad.

Porque así debería ser, ¿no? Son solo dos personas que aman sin límites. El mundo evolucionará muchísimo cuando dejemos de colocarle etiquetas a todo.

—Si mamá estuviera aquí... —Tristan pinchó un pedazo de brócoli y lo remojó en la salsa de la carne, con parsimonia—, en cualquier momento iba a sacar mi álbum de fotos cuando bebé o te enseñaría el video de cuando me dieron la noticia que sería hermano mayor.

Ellis no respondió a eso. Más bien se quedó en medio de una nube al escucharlo hablar de su madre; ya podía contar anécdotas que tenía con ella sin que se le entrecortara la voz.

Liam sonrió burlonamente.

—Bueno, no soy Abby, pero puedo hacerlo.

Tristan detuvo sus movimientos en seco y se arrepintió de haber abierto la boca.

—No, por favor-...

—Oh, por supuesto que sí —Ellis soltó el tenedor y tapó su boca con una gran sonrisa—. Yo necesito ver ese video, Liam.

༄ ༄ ༄

La Luna llena que habitaba sobre ellos se encargó de iluminar la noche, regalándoles un hermoso plano azul índigo donde miles de estrellas resaltaban con su brillante luz estelar.

Ambos chicos se encontraban sentados sobre la fresca grama del patio trasero de la casa, Tristan tenía su espalda apoyada contra el fuerte tronco del árbol que lo vio crecer y Ellis se encontraba entre sus brazos, resguardándose del frío que bailaba por sus alrededores. Disfrutando del espectáculo nocturno que la naturaleza les otorgaba, abriendo sus puertas a la hora de los secretos y dejando en libertad quienes verdaderamente eran.

Decidieron salir al exterior para presencial tal grato espectáculo que les dio el cielo luego de reposar sus estómagos, no merecía ser solamente apreciado a través de los cristales de las ventanas. Cubrieron sus pieles con prendas gruesas correspondientes del clóset del ojiverde, Ellis fingió haber olvidado traer un par de telas calientes para así volver a tener el beneficio de utilizar la ropa de su chico y poder embriagarse con su aroma. Extendieron la invitación hacia Liam, pero este declinó con educación debido a que tenía trabajo laboral acumulado. Además, sabía que su presencia iba a interrumpir ese momento íntimo entre la pareja.

—Oye... —acomodó los lacios mechones castaños de su flequillo, permitiéndole una clara visión de su rostro—, hace tiempito que no citas a van Gogh. ¿Qué tal si lo haces ahora? Estoy seguro que hay algo relacionado con nosotros.

Una suave sonrisa creció en los delgados labios de Ellis y reveló el espléndido océano que poseían sus orbes, inclinando su cabeza tan solo un poco hacia arriba para poder fijar su mirada en el color verde que vivía en su mente.

—¿Con nosotros?

—Sí. Bueno, quiero decir, creo que hay arte en nosotros también.

—Lo hay. Y mucho. Yo lo veo.

Tristan lo contempló en silencio en lo que él buscaba en su mente cuál era la frase idónea que los definía.

Los sonidos silvestres característicos de la noche les hicieron compañía en todo momento. Eran únicamente ellos y la naturaleza, una combinación perfecta.

"— Las pequeñas emociones son las grandes capitanas de nuestras vidas y las obedecemos sin saberlo."

—Ahora no me digas nada. Yo quiero explicarlo.

Las huellas de sus dígitos dejaron de sentir los ramitos de la hierba cuando enrolló sus brazos al rededor del cuerpo de Ellis. Apretujando su espalda contra su pecho, disfrutando con extremidad la manera en que el fogaje se fusionaba entre ambos.

Era correcto. Se sentía completo.

—Recuerdo que... el segundo domingo en el que comencé a frecuentar contigo, cuando estábamos frente al lienzo del Trigal con cuervos, me acariciaste la mano. Creo que fue una acción inconsciente, pero me provocaste un sin número de emociones. Yo estaba muy vulnerable para aquel entonces y solo... desee volver a tener ese toque porque me hiciste sentir querido. Soy una persona arisca al contacto físico, aunque no lo creas, pero luego de ese día me tomé muy en serio nuestro trato solo porque sabía que si estaba contigo iba a volver a sentir. Me volví dócil ante tus afectos y encontré un lugar seguro en cada uno de ellos. Así que sí, el anhelo de tenerte cerca capitaneó mi vida y yo obedecí. Empezó con pequeñas emociones espontáneas y ahora es todo un sentimiento.

La lengua de Ellis fue víctima de robo y no cree ser capaz de presentar una denuncia ante tal vil atraco.

La confesión le cayó como un balde de agua fría. Dejándolo completamente inmóvil, sin respirar, y con un corazón desenfrenado. ¿Sabes sobre ese sentimiento que te golpea con fuerzas en un abrir y cerrar de ojos donde la sangre corre por tus venas a una temperatura bajo cero, pierdes las fuerzas y todo tu cuerpo se coloca en un estado laxo? Solo estás allí, luchando para no caer en un sueño inconsciente. Esa adrenalina que ciega todos tus sentidos y no dudas en hacer el paso, no lo piensas dos veces cuando tomas impulso y te lanzas hacia el abismo ante la euforia que envuelve tu cerebro.

Si algo salía mal, en su defensa, argumentaría que estaba drogado por los cuatro químicos de la felicidad.

Despegó su espalda del pecho de Tristan y rotó todo su cuerpo tan solo noventa grados, a modo que ahora estaba sentado de costado. En esa nueva posición obtuvo un panorama claro y completo de su rostro. Todas sus expresiones faciales se encontraban relajadas, disfrutando del momento sin ninguna preocupación. Uno de los guantes que resguardaban su mano del frío fue a parar sobre su regazo y dirigió su dedo índice a ese lugar exacto en su mejilla donde se creaba un pequeño pozo de amor. El toque provocó que las comisuras del ojiverde se alargaran en una sonrisa de boca cerrada, revelando instantáneamente sus hoyuelos.

No era un secreto que Ellis padecía de una gran fascinación ante aquel defecto muscular.

Trazó el borde de su mandíbula con ese mismo dígito y lo barrió con ensimismamiento por todo el borde hasta llegar al inicio de su oreja, esa misma que estaba semi tapada por los cortos rizos revueltos a causa de las ráfagas ligeras del viento. Utilizó esta vez su mano completa para colocarlos hacia detrás, despejándolos del costado de su cara. Podía notar por el rabillo del ojo que sus párpados luchaban por no caer ante las suaves caricias y la sonrisa que provocó hace unos segundos atrás continuaba intacta. Encajó su extremidad allí y jugueteó con varios mechones para alargar el tiempo, permitiéndole disfrutar del momento que pronto se convertiría en uno épico.

La punta de su lengua salió al exterior a preparar el terreno, humectando sus labios para que el tacto fuera fluyente. Llenó sus pulmones con una respiración temblorosa y, sin más, los estrelló contra los de Tristan.

Chispas de colores brotaron por todos lados ante el primer contacto de sus pieles. Asimismo, todo el aire que contenía el rizado en sus pulmones fue expulsado con brusquedad. ¿Cómo es que podía derretirlo con sus muestras de cariño para luego devolverlo a la realidad de un golpe?

Recuperó la consciencia cuando el pulgar de Ellis rozó varias veces su tersa tez, suspendiendo su vuelo astral y trayéndolo a la Tierra de nuevo.

Impulsó sus labios hacia adelante, presionándolos con los del contario en un choque que vivirá sempiternamente en ellos. Sus brazos dejaron de rodear su torso y resguardó el rostro de su chico entre sus manos, dándole estabilidad y asegurando los próximos movimientos de sus bocas. Concentró todos sus sentidos en el momento; el hecho de que tuviera los ojos cerrados hacía que los demás fueran más sensibles y que el más mínimo toque se sintiera como navegar entre las nubes.

No tenía ni idea de cómo hacerlo, era un total inexperto, pero se dejó llevar. Se envolvió en cada una de las sensaciones que hacían fiesta en su interior y se animó a encajar sus bocas. Inclinó su rostro tan solo un poco para mayor comodidad y atrapó el delgado labio inferior color carmesí del ojiazul entre los suyos, creando una cabal pieza inigualable.

Ambos le dieron inicio a un suave baile: cuidando con extremidad sus movimientos, haciendo que sus agarres se tornaran firmes sin tener las intenciones de querer soltarse y la naturaleza encendió su banda sonora para guiar los pasos que daban hacia adelante y hacia atrás.

Dulce e inocente, digno de un primer beso.

Tal vez así no fue como Tristan había planeado hacerlo, porque sí, él quería ser quien diera ese paso luego de que Ellis se le adelantara en confesar sus sentimientos. Pero, besarlo allí, bajo las estrellas y solo la Luna siendo testigo, parecía un plan extraordinario. Incluso mejor del que tenía pensado.

—¿Sabes por qué te quiero tanto, Ellis?

El deleitable susurro se filtró por los oídos del susodicho y este lo observó con el color de sus iris más brillante de lo normal. Si les dijeran que compararan lo que estaban sintiendo en ese instante, solo lo podían definir como el Big Bang; sus corazones sufrieron una gran explosión ante el íntimo tacto y no se detenía, continuaba avanzando y creciendo, sinfín.

—Porque no sabía lo descoordinada que estaba mi vida hasta que tú entraste en ella y tampoco sabía lo solo que me encontraba hasta que tenerte a mi lado era lo único que deseaba.

Y solo podía llegar a una conclusión en medio de todo lo que estaba experimentando: Ellis era la teoría del color en su vida.

Objetivo 1: Identificar el origen del color.

Ellis lo encontró en aquel museo de buena suerte.

Objetivo 2: Diferenciar los distintos tipos de colores según su origen.

Conoció su antes y su después.

Objetivo 3: Definir las cualidades del color.

Lo escuchó sin juzgarlo, validando cada una de sus emociones.

Objetivo 4: Identificar la relación que se establece entre los colores que forman la composición.

Le brindó sabios consejos para que pudiera salir adelante.

Objetivo 5: Analizar los distintos tipos de contrastes.

Nunca se detuvo, continuó a su lado en cada uno de sus avances.

Objetivo 6: Establecer las relaciones que se producen entre los colores y el observador y entre ellos mismos.

Conectaron desde el primer momento, haciendo de sus dos almas una sola.

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