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Capítulo XIX: Somos arte en los ojos de la persona correcta

Los domingos para Ellis dejaron de tener solo una finalidad y comenzaron a transformarse en un sinnúmero de cosas.

Eran páginas en blanco que esperan ser llenadas con nuevas aventuras y experiencias.

Eran como una taza de té caliente por las mañanas, reconfortante y calmante, pero también te prepara para enfrentarte a un nuevo día.

Eran como un descanso, un tiempo para relajarse, reflexionar y recargar energías agarrado de la mano de su chico.

Eran como un abrazo cálido que te hace sentir seguro y protegido antes de enfrentarte a los desafíos del diario vivir.

Eran como una canción suave que te invita a un estado de tranquilidad, desaparece todo tu estrés y tu alma solo se llena de pura felicidad.

Eran como un libro de historias, lleno de recuerdos y de sueños, en donde cada página es una nueva oportunidad para aprender, crecer y evolucionar.

Los domingos eran como una pausa en el tiempo, un momento para disfrutar de las pequeñas cosas en la vida y apreciar el presente.

Había elegido ese día de la semana en particular para ir al museo porque solía pensar que era una buena manera de cerrar una caótica semana y darle un pacífico inicio a otra, pero ahora que tenía un intruso en su vida, se estaba dando cuenta que algo tan simple se convirtió en algo muy significativo.

Golpeó tres veces con sus nudillos la puerta de la casa de los Ryder y esperó pacientemente a que esta fuera abierta mientras que el Sol de marzo besaba su piel.

Era el último día del fin de semana, lo que significaba que Tristan y él se volverían a ver. Pero a diferencia de todas las anteriores veces, esta vez estarían haciéndose compañía desde el mediodía.

Fue una petición por parte de su chico luego del increíble día que pasó junto a sus amigos. Estaba ansioso por querer contarle todo; ahora tenía a alguien con quien compartir cada una de sus experiencias. Sin embargo, no quería opacar la acostumbrada conversación artística del museo y se le ocurrió la idea de que se vieran antes para poder compartir.

La puerta fue abierta y fue recibido por Liam, quien le sonrió al instante.

Si Tristan no le hubiese avisado antes de que su padre iba a salir con unos amigos del trabajo, su impresión por verlo energético y bien vestido iba a ser muy evidente.

Su novio ha estado toda la semana intentando convencerlo para que saliera de la casa y disfrutara un poco como antes solía hacer cuando su equipo de fútbol jugaba. Liam se había negado rotundamente por miedo a volver a ingerir alcohol en algún descuido, pero su grupo de amistades le aseguraron que solo habría refrescos en la nevera para ayudarlo con su promesa personal.

Ahora comprendía mejor a Tristan cuando hace dos días atrás le dijo que le alegraba mucho ver a su padre así de emocionado por poder recuperar esa tradición.

—Llegas justo a tiempo. Ya casi me iba —entró a la casa y se dieron un corto abrazo a modo de saludo—. ¿Cómo estás?

—Estoy muy bien. Aunque algo nervioso por la presentación oral que tengo que hacer mañana.

Se despojó de su abrigo y lo tendió en el perchero que estaba al lado de la entrada.

—Te doy un consejo: ten un bolígrafo en tu mano cuando te pares al frente, es algo sutil para saciar para los nervios.

Observó al hombre pasearse por la sala recogiendo sus pertenencias y las guardó en los bolsillos de su pantalón.

—No lo había pensado. Gracias por eso, Liam.

Con familiaridad, se acercó a la encimera de la cocina y depositó su mochila sobre ella.

—¿Cuáles son los planes para hoy?

Abrió la cremallera y dejó ver el interior de esta. Estaba llena muchas botellitas de pinturas, pinceles y el cambio de ropa que utilizaría para la tarde.

—Arte corporal.

Liam no evitó elevar sus cejas.

—Tristan de verdad te quiere mucho, ¿sabes?

Ellis lo miró con un poco de confusión.

—Quiero decir, él no tolera el olor de la pintura.

Alto.

¿Qué?

—¿Qué?

—¿No te lo ha dicho?

—No...

Esto debe de ser una broma.

¿Y la vez que pintaron sus manos? Tristan nunca se quejó e incluso accedió de una.

Además, hace poco habían estado hablando de las cosas que les gustan y las que no, y en ningún momento le dejó saber su descontento por esos líquidos coloridos.

—Me hago una idea de por qué no lo hizo, pero si quieres, pégale una de esas botellitas para que huela su interior y su reacción te dará la respuesta.

Si Tristan no fue del todo sincero aquella vez, entonces lo pondría a prueba.

—Ya me voy. Les he dejado preparado el almuerzo.

—Nos vemos luego. Que pases un buen día.

—Ustedes igual —abrió la puerta, pero se detuvo antes de dar un paso para salir—. Y, ah, has que se despegue de esa computadora por lo menos un rato. Lleva todo el fin de semana escribiendo.

Asintió y lo vio desaparecer.

Miró el interior de la casa que se encontraba en completo silencio. Se atrevía a decir que luego de la última vez que estuvo aquí, se veía más viva, se sentía con vida.

Cruzó el pasillo dejándose llevar por el tenue olor a la vela aromática que Tristan siempre usaba para sus momentos de tranquilidad. La puerta de su habitación se encontraba abierta, obteniendo un panorama directo de su chico totalmente fundido en la pantalla de la computadora y con sus dedos moviéndose sin freno sobre las teclas.

Se recostó del marco por un breve momento para apreciarlo en ese estado tan natural y despreocupado.

Así quería verlo siempre.

Tenía la espalda algo curveada, la rodilla derecha estaba presionada contra su pecho y ojeaba varias veces la libreta que tenía al lado. Su torso estaba vestido con el abrigo de Nirvana que le había secuestrado por casi un mes entero y unos pantalones cortos deportivos negros. Una sonrisa llena de amor le iluminó el rostro al verlo con el anillo que le regaló.

Era de su conocimiento que luego de la cena de ambas familias, algo en él se activó y pareció no tener algún botón para detenerse. Aprovechó al máximo su tiempo libre que tenía después de la escuela para seguir construyendo su nueva obra literaria y Ellis no podía sentirse más feliz por eso. Aunque tenía rotundamente prohibido leer lo que estaba escribiendo.

Estaba muy intrigado por querer saber, pero si tenía que esperar hasta que estuviera publicado por una editorial para poder hacerlo, entonces sería paciente.

—Te tengo una mala noticia.

Tristan paró de escribir abruptamente y lo miró alarmado.

—¿Qué sucedió? ¿Estás bien?

Se adentró a la habitación y depositó su mochila en el suelo pegada a una de las paredes.

—Elisa chocó con mi LEGO y se hizo pedazos.

—Mierda.

—Sí, mierda.

El estruendo que se produjo en su habitación a altas horas de la madrugada le hizo caer sentado sobre su cama. Todo estaba a oscuras, a excepción de la ligera luz que se filtraba por su puerta al estar -ahora- abierta. Restregó su rostro con una de sus manos para alejar el ensimismamiento que envolvía su cuerpo y se alertó al identificar los sollozos de su hermana menor.

Presionó el interruptor eléctrico de la lámpara que estaba sobre su mesita de noche y tuvo que respirar hondo cuando vio los cientos de bloques esparcidos por todo el suelo.

"Eli..."

"Lo siento, yo no quería-..." una nueva ola le atacó y sus mejillas brillaron cuando brotó varias lágrimas.

"Deja eso así, ven acá."

La chiquilla no dudó en correr hacia su cama, esquivando algunas piezas en el camino. Tan pronto como llegó a su lado, se metió debajo de las sábanas y se acurrucó contra su pecho, abrazando con fuerzas a su jirafa de peluche.

"¿Por qué lloras, pequeño renacuajo?"

"Los monstruos, o-otra vez."

Ellis suspiró y no dudó en arrullarla entre sus brazos.

"Me encargaré de ellos mañana, ¿está bien?" la sintió asentir y acarició su cabello para calmarla. "No tengas miedo, ahora yo cuido de ti."

Rodeó su cama hasta quedar a los pies de esta justo en el mismo centro y se dejó caer de espaldas sin ningún cuidado, como de costumbre.

Cerró los ojos ante la comodidad del colchón y el embriagante perfume de quien dormía ahí.

—¿Tienes las instrucciones aún?

—Ehhh...

—No me digas que las tiraste.

—¿Cómo puedes creer eso de mí? —frunció el ceño indignado—. Yo sería incapaz de perder algo tan importante como eso. Solo tengo que buscarlas, las guardé tan bien que olvidé donde las puse.

—Está bien, te ayudaré a buscar y te ayudaré a montarlo de nuevo.

Tristan lo observó pasar sus manos sobre su rostro con frustración y se impulsó sobre la silla de su escritorio hasta llegar al borde de la cama.

—Oye —dio dos golpecitos sobre su muslo—, no me has saludado.

Una sonrisa juguetona tomó posesión de sus delgados labios y utilizó sus brazos para levantarse del remolino de sábanas, esas mismas que no se dignó a ordenar cuando se levantó porque se volverían a desordenar por la noche. Por un momento creyó que tomaría su rostro entre sus manos, pero, en su lugar, las colocó en sus hombros y lo atrajo hacia la cama también en un rápido movimiento.

Logró poner sus manos a tiempo para no caer por completo sobre su cuerpo y rio quedamente cuando los brazos de su novio se aferraron a su torso.

La cadena plateada que siempre suele decorar su cuello se escapó de entre sus clavículas y chocó contra la mandíbula de Ellis.

Oops.

El toque del frío metal le hizo cerrar los ojos por un momento y Tristan reveló sus dos hoyuelos por la imagen que estaba contemplando. Parecía un completo bobo apreciando cada una de sus facciones como si fuese la primera vez, pero la realidad es que adoraba esos momentos de cercanía para verlo como si fuera la octava maravilla del mundo.

Tenía a Ellis sobre un pedestal, y no se merecía menos.

Hola.

El ojiazul tomó la delgada prenda entre sus dedos y la volvió a guardar dentro de su abrigo.

—Tu padre me ha dicho que ya casi echas raíz en esa silla. 

El tono de voz que utilizaban era bajo. Íntimo.

—No puedo parar de escribir, amor.

—He deseado escuchar eso desde que me dijiste una vez en el museo que perdiste la pasión de hacer lo que te gustaba.

Tristan contempló sus océanos en silencio, sintiéndolos desbordar el amor que su corazón irradiaba por él.

Ha sido así desde el inicio.

Eran ellos dos hasta el final. Nada ni nadie iba a cambiar eso, estaba escrito en el destino.

Tragó grueso cuando un ligero nudo se instaló en su garganta y arrugó su nariz porque no quería llorar. Ellis, más que nadie, sabía muy bien lo mucho que significaba la escritura en su vida. Así que era imposible que sus palabras no tuvieran impacto en él luego de todo lo que ha pasado.

Acortó la distancia que había entre sus rostros y tomó sus labios con suavidad, recibiendo una respuesta inmediata. Las manos de Ellis le proporcionaron caricias a sus mejillas cuando se asentaron allí. Su pulgar se movía con parsimonia; era esa pequeña acción la que le dejaba saber que todo era real, la que lo mantenía con los pies en la tierra cuando se sentía levitar. Le dejaba saber que estaban allí.

Cada uno de los besos que se han dado, todos han estado llenos de amor y calidez; tan delicado como la brisa. Eran muestras sinceras de su cariño, sin nada más detrás. Sin segundas intenciones.

Es capaz de escribir un capítulo completo de lo que sentía cada que besaba a Ellis.

Como pueden leer, queridos lectores, Tristan es un romántico sin remedio.

Rompió el contacto de sus pieles solo para dejar un beso en la frente de su chico y luego intoxicarse del aroma a verano al refugiarse en la cueva de su cuello.

—Quisiera quedarme así todo el rato —soltó un suave suspiro al sentir los dedos de Ellis pasearse por sus rizos—. Pero te conozco, amor, y sé que tienes ya un plan bajo la manga.

El pecho de Ellis se agitó con una risa, lo había atrapado.

—¿Has escuchado alguna vez sobre el arte corporal?

—Me suena, sí —murmuró contra su piel—. Explícame de qué va.

—En pocas palabras es utilizar tu propio cuerpo como un lienzo.

—¿Y por qué el mío?

—Porque quiero y puedo.

—Hmm...

—Traje varios colores, pero creo que haré más enfoque con el azul. Se verá increíble en tu piel. Ah, y el naranja también. El dibujo que tengo pensado quedará tan bonito en tu espalda-...

Paró de hablar al escuchar a Tristan quejarse por lo bajo.

—Podemos hacer otra cosa si no quieres. Era solo... una opción.

El ojiverde se arrepintió al instante. Pensó que no lo iba a escuchar, pero tenía su oído literalmente a centímetros de distancia.

—No, no te retractes. Haremos eso, es solo que recién me bañé por la mañana.

—Bueno, podemos dejarlo para otro día-...

—Nada de nada —Tristan salió de su escondite y le dio un beso rápido—. Si tú quieres pintarme, entonces lo harás.

Se escabulló fuera de sus brazos y arrastró la silla hasta su lugar en el escritorio, acomodando un poco el lugar. Ellis despegó su espalda de la cama y utilizó ambos codos en forma de apoyo, observándolo por un breve momento cómo tecleó varias cosas en su computadora y luego la cerró. El corazón le latía en un ritmo lento, pero profundo; eran de esas palpitaciones que se sincronizaban con su respiración.

Si no fuera por la revelación que le hizo Liam hace unos minutos atrás, nunca llegaría a pensar que Tristan no era muy fanático de los utensilios artísticos.

Joder, lo estaba haciendo por él.

Más claro que el agua no podía estar.

—¿Qué tengo que hacer?

—Tienes que quitarte el abrigo y la camisa. Luego, te acuestas en el suelo boca abajo.

Lo vio asentir antes de encajar sus dedos en el borde de la tela que lo mantenía cálido y comenzó a elevarla para retirarla de su cuerpo.

Y, joder de nuevo.

Tristan no llevaba nada debajo de su abrigo.

No era la primera vez que lo veía desnudo de la cintura para arriba, lo había presenciado por primera vez cuando se quedó a dormir con él, pero era de noche y no había prestado suma atención a su torso. Pero, ahora, una advertencia con antelación no hubiese venido mal.

Elevó ambas cejas por la impresión, no se esperaba eso en lo absoluto.

—¿Sin nada por debajo?

El rizado sacudió un poco su cabeza para ordenar los mechones que se desordenaron al sacar por completo la prenda de ropa. Se observó a sí mismo y evitó la mirada de Ellis.

—Te dije que recién me bañé —le lanzó el abrigo hacia su rostro para que dejara de observarlo con tanta prolijidad—. Necesitas agua y servilletas, ¿verdad?

El ojiazul se retiró la oscura tela de la cara y asintió. Estaba tratando de retener la sonrisa que amenazaba con liderar sus labios, pero no podía. Sabía de antemano que a Tristan le ponía nervioso cuando lo admiraba con determinación.

Antes de que pudiera hacer algún otro comentario, este se dirigió con pasos ligeros hacia el baño. 

Tomó su pertenencia y comenzó a vaciar el contenido de esta sobre el alfombrado suelo. Retiró también la ropa que utilizaría por la tarde y la tendió sobre la cama para eliminar los dobleces que se crearon. Dirigió su vista hacia donde se encontraba su novio y al asegurarse de que estaba ocupado llenando un envase con agua, transformó su abrigo en un cuadrado y lo guardó dentro de la mochila.

Lo secuestraría de nuevo por unos días nada más... o tal vez una semana, ¿quién sabe?

Tristan regresó con los materiales faltantes y tomó asiento a su lado para ayudarlo a organizar las cosas.

Bien, era hora de actuar ahora.

Asió una botellita al azar y le retiró la tapa para poder olerla.

—Oye, ¿no te parece que el olor a pintura es embriagante?

Miró de soslayo su rostro y notó como su nariz se frunció.

—Tiene muchos químicos, amor. No lo hagas constante, hace daño.

Alejó el pequeño frasco de sus fosas nasales cuando unos dedos contrarios se presionaron en su brazo y lo impulsaron hacia abajo.

—Lo sé, pero mira —se lo acercó a su rostro y Tristan se quedó tieso en su lugar—. ¿Verdad que tiene un olor increíble?

Pudo notar como su pecho se detuvo de forma abrupta, aguantando la respiración. Todas sus expresiones faciales se encontraban neutras, como si esa acción no tuviera ningún efecto en él. Sin embargo, se demoró un total de siete segundos para responderle.

—Sí, es bueno.

Asintió con efusividad, continuando con su papel.

Cerró la tapa de nuevo con su dedo índice y la colocó de vuelta en el suelo. En ese pequeño descuido, elevó con rapidez su vista y captó el momento exacto en que Tristan exhaló con disgusto y arrugó toda su cara. Sacudió su cabeza de lado a lado en un corto espasmo e inundó sus pulmones con aire limpio.

Ahí estaba su respuesta.

Y Ellis no sabía cómo sentirse exactamente.

Esa era la prueba de amor más grande que ha experimentado.

Su interior estaba completamente agitado. Por un lado, tenía grandes ganas de echarse a llorar, y por el otro, quería abrazarlo y más nunca soltarlo. Tristan se había tomado muy en serio el hecho de hacerlo feliz a cada instante.

Todo estaba ubicado en su lugar; la paleta de pintor estaba lista para ser llenada de colores, los pinceles rodaban ansiosos entre sus dedos por querer impregnar sus cerdas de líquido y tenía a su disposición una amplia espalda a modo de lienzo.

Pero a pesar de ello, estaba estático.

—¿Quieres que ponga música? Isaac Anderson sacó una nueva canción ayer y quería esperar para escucharla contigo.

Los omóplatos se marcaron bajo su piel cuando estiró su brazo izquierdo para tomar su teléfono. No retuvo las ganas de pasar el pincel por ahí, moldeando el músculo y creándole unas suaves cosquillas por las cerdas secas.

El retumbar de la batería se filtró por la bocina dándole inicio a la canción, pero no le prestó mucha atención. Su mente divagaba entre sus propios pensamientos. Se mantuvo observando a su chico, contemplando en silencio cómo es que puede tener algo tan jodidamente bueno en su vida. Las palabras se quedaban cortas para poder expresar todo lo que sentía por él.

Simplemente era la razón por la que todas las mañanas se levantaba con una sonrisa y era la última persona en la que pensaba antes de irse a dormir.

—Está muy buena, ¿verdad que sí?

—Sí, sí. Ese estilo le pega mucho.

Tristan se definía en su Sol durante un día lluvioso, en su brisa durante un clima caluroso y en su cálida sábana durante las frías noches. Era la pieza faltante en su rompecabezas, la melodía que completaba su canción preferida y el aroma que perfumaba su vida. También fue el mejor regalo que el universo pudo haberle dado -a parte de sus hermanas-, era la respuesta a sus preguntas y un sueño hecho realidad.

No se podía imaginar una vida sin él porque era su complemento favorito.

—Amor, ¿estás bien? Te noto muy callado.

Ellis exhaló con suavidad y soltó el pincel.

—¿Por qué nunca me dijiste que no toleras el olor a la pintura?

Silencio.

Esperó un poco más por una respuesta, pero no llegó nada.

—Tu padre me lo dijo —acarició los cortos rizos de su nuca para hacerlo reaccionar.

—Rompemos nuestras propias reglas por alguien, ¿no?

Sin moverse de su lugar, se acostó sobre su espalda y presionó un aterciopelado beso sobre su hombro.

—¿Por qué no me lo dijiste? —su tono de voz fue bajo.

Tristan giró su rostro de costado para verlo.

—Porque sé que te gusta mucho y no quería que dejaras de usarla cuando estuvieras conmigo solo porque su aroma no me agrada.

—Oh, amor.

El puente de su nariz se encajó con la curvatura de su cuello y se escondió allí. Con un corazón acelerado y un par de lágrimas emocionales haciendo brillar sus orbes.

El chico que estaba aprisionado contra el suelo no sabía a qué reaccionar primero: si al hecho de que Ellis lo llamó por primera vez por un apodo romántico o a que lo estaba viendo llorar por primera vez frente a él.

Sin duda, la segunda tenía más importancia. Ya tendría tiempo después para hacerle repetir cómo lo llamó.

Debido a la posición en que se encontraban, era un poco incómodo poder levantarse, así que optó por rodar sobre sí mismo para quedar boca arriba. Fue difícil, porque su chico se negaba a separarse de su escondite, pero una vez que lo logró, no dudó en atraerlo a su pecho.

—¿Dije algo malo? ¿Estás molesto porque no te conté antes?

Lo sintió negar varias veces y atrapó su rostro entre sus manos para poder verlo bien. Limpió con caricia el rastro que dejaban las lágrimas sobre sus -ligeramente- sonrojadas mejillas y se atrevió a dejar un corto beso sobre su pronunciado labio inferior.

—¿Entonces por qué lloras?

—Porque eres todo lo que siempre quise y-... —un sollozo lo cortó y comenzó a acariciar con su pulgar el lugar donde se le creaba un pequeño hoyuelo para calmarlo— jamás pensé que lo podría tener, pero ahora estás aquí, diciendo que harás algo que no te gusta solo porque a mí me gusta. Y eso, cariño, te hace perfecto.

Tristan sonrió en grande y lo abrazó con fuerzas.

Estaba levitando.

Estaba felizmente enamorado.

—No seré un obstáculo en las cosas que te gustan hacer, amor. Haré lo que sea solo para ver tu sonrisa.

—Joder, te quiero muchísimo.

Escaló hacia su boca y la unió con la suya. El sabor salado de las lágrimas hizo presencia en el contacto de sus pieles mas no los detuvo. Sentía aún como su propio labio inferior temblaba un poco a consecuencia de los sollozos, pero pronto los dedos de Tristan comenzaron a dibujar formas sin sentido sobre su espalda para generarle tranquilidad.

—Tú y tu manía de acelerar mi corazón. Un día de estos me va a agarrar un paro cardiaco.

—Ah, pero que romántico te pones cuando estas sensible.

Ambos se rieron ante la situación y se tomaron un corto tiempo para digerir todos los sentimientos que se encontraba alborotados en sus interiores.

Ellis presionó dos picos más sobre su boca y uno en la punta de su nariz antes de separarse.

—¿Quieres colocar tu vela cerca para que el olor a pintura no te abrume?

—Es una buena idea, sí.

Luego de recibir la respuesta, se salió de su regazo y tomó con cuidado de su escritorio el envase caliente con media cera derretida. La depositó a dos pies de distancia de Tristan y se limpió bien la cara con una de las servilletas.

Sintió unos dedos acomodar su flequillo y retiró el papel blanco de sus ojos.

—¿Estás listo para hacer tu obra maestra en mi espalda?

No dudó en asentir con una sonrisa.

—Entonces saca tu dotes artísticos.

El rizado volvió a acostarse boca abajo y el pincel que había soltado antes, regresó a estar en su mano.

Pronto la habitación se llenó de los acordes musicales del que ahora era el artista favorito de ambos y el tenue olor a amoníaco y formaldehído rondó por los aires.

Comenzó a dibujar un brillante Sol en su costado derecho, cubriendo la madera de su paleta con distintos tonos amarillos, pero predominando más el de cromo; ese que modelaba en la mayoría de las obras de Vincent van Gogh.

La inmensa estrella representaba el color de su alma: Ellis era un ser que derramaba su luz sobre el mundo, despertando la alegría y la vitalidad en cada rincón. Era el susurro del optimismo en los días grises y la promesa de un nuevo amanecer que disipaba las sombras de la incertidumbre.

Su muñeca realizó movimientos en círculos para crear un espiral en el centro del astro y luego comenzó a expandir el pincel en líneas curveadas para hacer los rayos.

—Cuéntame sobre ayer.

Tristan estiró su brazo para bajarle un poco el volumen a la música.

—Fue... increíble. Estando con ellos allí me di cuenta de lo mucho que los echaba de menos.

—Lo noté en tu tono de voz en los cuatro audios que me enviaste en la noche y en los siete mensajes con faltas ortográficas.

—Lo siento por eso —su espalda vibró en unas risas—. Estaba emocionado.

—No te disculpes por ser feliz. Admito que escuché los audios más de tres veces solo por la ilusión en tu voz.

Frunció el ceño cuando el trazo no quedó como exactamente quería y retiró por completo la pintura con el pedazo de servilleta. Tenía suerte que nadie lo estaba viendo porque sabía de antemano que exasperaría la paciencia de cualquiera con su perfeccionismo.

—Ojalá hubieses ido. Ellos son de lo mejor. Oh, y también me hicieron contarles sobre nosotros; Sarah ya te adora.

Sonrió cuando el último rayo quedó con sus curvas iguales que las otras y procedió con un color más oscuro para darle profundidad.

—Lamento no haber podido ir. Agradezco mucho la invitación, pero estaba hasta el cuello con la presentación oral y el ensayo.

La verdad es que sí podía ir, pero Tristan no tenía que saberlo.

Conocía de pies a cabeza la información que mañana le redactará a sus compañeros de clases y el escrito que tenía que hacer no era complicado. Sin embargo, prefirió hacer de ello una pequeña mentira piadosa porque era consciente que esa era una gran oportunidad para que él volviera a relacionarse socialmente.

Su propósito inicial cuando se empezaron a relacionar más era que él saliera adelante sin necesitar a alguien a su lado, y lo continuaría cumpliendo sin importar que lleven el título de novios.

—No pasa nada. Estoy seguro de que no será la última reunión que Mitch hará.

—¿Cómo fue eso que terminaron en la piscina de nuevo luego de que ya estaban secos?

Su espalda volvió a vibrar y notó por el costado cómo se le marcaban sus hoyuelos.

—Te explico: a pesar de los años que llevamos de amistad, todavía no nos acoplamos mucho a la cantidad de dinero que la familia de Mitch tiene. Por ende, siempre solemos molestarlo con «cosas de pobres» que él nunca ha hecho por obvias razones o con su vocabulario refinado.

Salió del cuarto de invitados luego de terminar de cambiarse y brincó en su lugar cuando apareció una mucama de repente en el pasillo.

"El joven Rowland lo espera en la terraza junto con los otros".

Y antes de que pudiera otorgarle una respuesta, esta se despidió con una rápida sonrisa.

Bajó las escaleras para llegar hacia ellos mientras que internamente se burlaba por cómo se dirigen a su amigo.

Si supieran que Pauli le dice a veces «Jesús» por su largo cabello...

Persiguió el sonido de la guitarra eléctrica de alguna canción de los 80s que Mitch adora y se dejó caer en el primer sillón libre que encontró, como Ellis siempre hace. Habían nadado por horas, jugaron tres partidas de billar, casi se enredan a pelear por jugar cartas UNO, hicieron pizza para cenar y ahora tocaba echar chisme.

Otra mucama se acercó y colocó una bandeja llena de snacks sobre la mesa que quedaba en medio de los asientos y le entregó a cada uno un refresco.

Cuando se retiró, Sarah golpeó la parte trasera de la cabeza de Mitch cuando pasó por detrás de él.

"A veces me fastidia lo rico que eres".

"Tanta violencia" se frotó con la palma de su mano el lugar que recibió el impacto "Esto no funcionará si me sigues acusando por mi estatus económico".

Frunció el ceño y sus sospechas se elevaron.

"Al fin ya no sufriré solo" Pauli ocupó el sillón que estaba a su lado y lo miró con curiosidad "Eso de ser mal tercio es como pisotear tu dignidad".

"¿Mal tercio?"

No recibió respuesta. Su amigo simplemente se llevó el vaso hacia su boca y se colocó las gafas de Sol, en un claro gesto de «yo no veo nada, no digo nada».

"Es que no entiendo esa necesidad de que te hagan todo" Sarah tomó asiento en el costado contrario a Mitch y luego colocó sus dos pies encima de su regazo "Un poco de humildad no vendría mal".

Se recostó del espaldar y le lanzó una sonrisa cómplice a la chica, ésta la captó al instante e hizo lo mismo hacia Pauli.

Ellos armaban un complot en menos de unos segundos. Lo mejor.

"Mitch nunca sabrá lo que es tener que echarle agua al shampoo para rendirlo".

Tiró la piedra y escondió la mano.

"O exprimir el tubo de la pasta dental hasta el último suspiro" aportó Pauli.

"Ni bañarse a cubetazos" Sarah le siguió.

Elevó ambos brazos a sus costados deteniendo todo.

"Oh, discúlpalo, tiene un sistema de agua termal".

Los tres se rieron entre dientes y admiraron el rostro perplejo de Mitch.

"Me siento atacado" intervino indignado "¿Ustedes son mis amigos o mis enemigos?"

"¿Para qué tener enemigos si nos tienes de amigos?" Pauli le dio su mejor expresión angelical.

—Luego de eso, Mitch nos sostuvo sobre su hombro y nos lanzó a la piscina uno a uno. Pauli intentó escapar, pero se estaba riendo tanto que casi no podía correr.

Ellis rio y negó con lentitud.

Colocó dentro del vaso transparente el pincel para retirar con el agua la pintura que se abrazaba en su parte inferior. Lo abandonó allí y comenzó a dejar caer varias gotas de distintos tonos de azules sobre la madera, haciendo más énfasis con el marino; ese que representaba el alma de su novio.

Tristan llegó a estar convencido en un cierto punto de su vida que él no tenía color, pero Ellis lo encontró tan pronto lo conoció. Los oscuros y complejos sentimientos que poseía se refugiaban en un inmenso mar de tristeza y añoranza, simbolizando así la profundidad emocional que cargaba día a día.

Se dice que solo se ha explorado el 5% de los océanos en la Tierra, pero él no tuvo miedo en querer conocer ese 95% restante de Tristan. Sí, era una connotación de un terreno inexplorado, lleno de misterio y totalmente desconocido, pero vaya sorpresa que se llevó al llegar al fondo. Porque lejos de las mareas salvajes y las fuertes tormentas, era un lugar donde el mar y el cielo se unían en una sensación de armonía y quietud.

La tersa piel del costado que estaba libre pronto comenzó a ser invadida por una gran media Luna y varias estrellas.

Ese astro encajaba a la perfección con su chico.

Destaca la solidez con la que se levantaba todas las mañanas para seguir adelante, la belleza en los cambios que eligió hacer y la serenidad interior que posee. Significaba su propia luz y valor, que incluso en los momentos de más oscuridad y soledad, nunca se dejó caer por completo y continuó luchando.

—Cuando me habías dicho que no tenías amigos pensé que era porque se te hacía difícil relacionarte con las personas.

—La verdad es que no, de hecho, se me da muy bien desenvolverme.

—Entonces, ¿qué sucedió para que te encerraras tanto?

Estaban entrando en un terreno profundo. Uno que no ha sido explorado en mucho tiempo.

—Desde que tengo uso de razón, siempre fui echado hacia un lado cuando estaba en la escuela. En los equipos deportivos, yo era el último al que elegían. Si expresaba que era bueno en algo, alguien se encargaba de hacerme sentir inferior con comentarios hirientes. Me convertí en el punto de burlas de muchos porque prefería leer que estar jugando fútbol. Me tacharon de aburrido, solitario y frágil. Solo me buscaban para su conveniencia. Así que me cansé de todo y creé un caparazón para evitar que esos tratos no siguieran afectándome. Me alejé de todos por tanto tiempo que cuando Sarah, Mitch y Pauli me comenzaron a hablar más ha seguido luego de que nos juntar por un trabajo, yo pensaba que solo lo hacían porque les daba lastima. Es decir, era alguien que siempre me la pasaba solo y no le hablaba a nadie. Sin embargo, cuando conecto con alguien, todo cambia. Dejo de ser el Tristan que siempre está alerta a las banderas rojas y me vuelvo uno más relajado, quien verdaderamente soy.

El ritmo de la pincelada que estaba creando fue disminuyendo poco a poco hasta quedarse estancada en el arco externo de la media Luna.

—Por mucho tiempo deseé tener a mi persona, ese amigo o amiga que es como un chicle en tu zapato, pero no tuve suerte. Me perdí de tantos momentos icónicos en mi infancia por la cruel sociedad y sus estúpidos estereotipos. No puedo contarte anécdotas porque no tengo, no puedo decirte a cuántos cumpleaños fui cuando pequeño porque no era invitado a ningún; tampoco puedo decirte con quien pasaba los recesos de almuerzo porque nadie quería hacerle compañía al rarito del salón. Y por más que mi familia trató de hacer que esa etapa se sintiera bonita, el vacío permanece. Quisiera poder decir que todo eso me pasó por algo malo que hice o dije, pero la verdad es que todo se basaba en mi apariencia y en que, si era igual de delicado que las chicas, entonces era gay. Y bueno, al final sí resultó.

Tristan se mofó de su mismo con eso último, pero él estaba estático con toda esa revelación que le soltó de golpe.

—A veces pienso que, si mi personalidad hubiese sido más extrovertida, las cosas ahora mismo serían diferentes, pero tampoco me gustaba jugar un papel que no era solo para agradarles a los demás. Cada vez que omitía una parte de mí, me traicionaba. Y eso era peor, porque te pierdes a ti mismo.

Remojó el pincel en el agua un poco fuera de sí.

Siempre ha pensado que la infancia de una persona es una parte crucial en su vida. Es decir, todo lo que experimentas en ese período tendrá un impacto duradero que te hará madurar para afrontar los próximos retos que se interpongan en el camino. Por eso es tan importante cuidarlos mientras viven esa etapa; porque los niños son como el cemento fresco, si dejas caer algo sobre él, lo marcarás por siempre.

Y es por esa misma razón que es tan sobreprotector con sus hermanas, porque solo quiere verlas felices en sus futuros; sin ningún trauma, sin ningún trago amargo.

Si nadie quería ser su amigo o amiga en la escuela, entonces él lo sería.

Si nadie quería jugar a las muñecas con ellas, entonces él lo haría.

Todo sea por verlas siempre con una sonrisa.

—No necesitaba mucho, ¿sabes? Solo a alguien que leyera mi cara, entendiera mi silencio y que terminara mis frases incompletas. Pero a nadie en la escuela le importaba y, por más que hacía el intento, siempre era en vano.

Antes de seleccionar el color blanco para darle forma a las estrellas, se inclinó hacia adelante con cuidado de no tocar el lienzo improvisado y presionó un corto beso lleno de amor sobre su hombro derecho.

—Fui invisible ante los ojos de los demás por mucho tiempo hasta que los conocí a ellos y te conocí a ti. Y eso fue un alivio inmenso.

—Físicamente encajas con cualquiera, pero el alma no sonríe, ni ama, ni vibra con quien sea.

—Lo sé, gracias a ti ahora lo sé.

—Además, quien no te quiere oír, no te escucha ni gritando y quien te quiere entender, lo hace incluso si no hablas. Tus amigos y yo llegamos para quedarnos, amor. Puedo darte certeza de ello.

Unas corrientes cálidas escalaron por todo el torso de Tristan hasta llegar a su corazón, haciendo que latiera con más intensidad, con más felicidad.

Ellis dio los últimos detalles a su obra de arte y se acostó a su lado boca arriba. Disfrutando del momento en silencio con la mejor compañía. Eran esos momentos los que valían oro y no los cambiaría por nada.

—Es que se te nota, T.

—¿Qué se me nota?

—Que por dentro estás lleno de colores.

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