Capítulo XIV: Theo
¿Por qué siempre estamos atascados y huyendo?
Escapamos de nosotros mismos, pero no vemos el gran precipicio al que nos acercamos. Nos detenemos abruptamente cuando estamos en el borde, a tan solo una hilera de caer en aquel incalculable hueco; miramos hacia atrás, meditamos y aun así preferimos eclipsarnos sin importar las consecuencias futuras que nos pueda traer.
Elegimos alejar a toda costa la opción de mostrar nuestro lado más vulnerable, exponer todo aquello que ronda por el sistema límbico y dejar en potestad los puntos más débiles que mantenemos en secreto. Nos negamos rotundamente a sentarnos sobre la palma de alguien y vivir con el constante pavor de que en cualquier momento esa persona puede cerrar la mano en un puño y destruirnos. Todos en algún momento carecemos de empatía, juzgamos desde nuestro punto de vista, desde nuestra mentalidad y no siempre debería ser así porque nadie entenderá de manera exacta lo que sientes hasta que lo vivan en carne propia.
Tu familia no sabe cuántos óbices estás pasando en tu vida.
Tus compañeros del trabajo son ajenos a las situaciones difíciles que ocurren en tu hogar.
Esas personas que se ganaron el título de amigos desconocen el verdadero dolor que sientes en las noches.
Los que te rodean no entenderán cuánto estrés acumulas a diario.
No todos se dan cuenta de lo que pasas cada día y no todos sabrán como te sientes por mucho que se pongan en tu piel. Te ven bien por fuera, pero no perciben el caos que yace en tu interior.
Y es que, si tan solo nuestros ojos pudieran explicar todo lo que hemos vivido, muchos dejarían de mirarnos por encima del hombro.
Sentenciamos tan rápido que ni siquiera hacemos el intento de ser solidarios, elaboramos conclusiones sin saber nada y, para cerrar con broche de oro, colocamos la etiqueta de «te lo merecías» o «te lo buscaste». Otras veces nos convertimos en unos ingenuos porque esperamos tanto de una persona que nosotros mismos nos decepcionamos. Todo se basa en una jugada de doble cara, ¿qué te asegura que todo mejorará cuando tenemos este tipo de sociedad?
Liam comprendió algo tarde que vivir atacando a otros no cambiará ni sanara el vacío que sentía.
La calefacción que arropaba la sala de espera en aquel consultorio con decoración minimalista y terapéutica no se deshacía del intenso frío que se pegaba a sus huesos como polos opuestos. Los colores neutros de las paredes y los muebles no lo calmaban, la pequeña estantería llena de libros a su lado derecho no atraía su atención y el delicado olor de las velas que se encontraban encendidas solo hacían que sus pulmones se apretaran; se sentía al borde de comenzar a hiperventilar.
Su cabeza no era su aliada ese día, solo se concentraba en traer a él recuerdos lúgubres, descontrolando su valentía de querer avanzar y empujando con fuerza aquellos horribles flashbacks del último momento en que vio al amor de su vida; a la mujer que amó con todo su ser desde que era un inmaduro adolescente y que todavía seguiría amando a pesar de tenerla a miles de kilómetros de distancia, sentada sobre la estrella más brillante de cada noche junto a su hija.
—La doctora Cassie no suele aceptar cambios de pacientes a última hora, pero ha decidido hacer una excepción por la gravedad de tu padecimiento —Tristan tomó asiento a su lado luego de hablar con la secretaria—. ¿Cómo... cómo estás?
Ese 5 de enero iba a marcar un antes y un después en la familia Ryder. Su padre tan pronto se despertó, mandó un email a su trabajo para reportarse como enfermo y obtener el día libre a fin de poder asistir a la sesión terapéutica. Ambos se pasearon por la casa alistándose en silencio, el ojiverde quería hablar, pero también comprendía que debía darle su espacio.
Cuando estuvieron listos, la responsabilidad de conducir cayó en las manos de Tristan cuando su progenitor le tendió las llaves del auto. El poseía su licencia de conducir, pero no lo había hecho desde hace meses. La última vez que manejó el pedal de la gasolina fue cuando su madre presentó problemas de salud durante el embarazo y él tuvo que llevarla de emergencia al hospital, rompiendo las leyes de tránsito, sobrepasando semáforos en rojo y yendo a una velocidad no permitida.
La música local llenaba el vacío ambiente que había entre ellos camino al consultorio. Jay se lo había recomendado en una de las varias charlas que tuvieron en privado, de hecho, fue ella quien lo ayudó a programar una cita.
Cuando atravesaron la puerta, su padre tomó rápido asiento sin dejar de pellizcar las esquineras de sus uñas y él se dirigió a la recepción como todo el pre-adulto independiente que era, notificó su llegada y dialogó la posibilidad de cambiar la sesión para su padre. Él podía esperar.
Al final, lo logró. La psicóloga fue muy amable con él y aceptó luego de caer en su persuasión.
—Tengo miedo.
Sus facciones decayeron al escuchar tal revelación. No dudó en colocar sus manos sobre las de su padre, deteniendo su tic ansioso antes de que se lastimara y le otorgó un suave apretón.
—¿Todavía estás seguro? Si sientes que es mucho...
—Claro que es mucho, hijo. Lo será. Y sé que es normal, es algo a lo que me iba a enfrentar tarde o temprano. Tengo miedo de ello, sé que no será fácil y me duele. Pero lo haré de todas formas. Tú te lo mereces.
Unos débiles tirones en sus comisuras le crearon en su rostro una pequeña sonrisa llena de orgullo.
—Estarás bien, papá. Vas a mejorar.
—Te quiero, Tristan. Eres un gran hijo, nunca cambies.
Lo atrajo a su pecho y lo rodeó con sus brazos. Tristan aceptó su acción de afecto y descansó su cabeza sobre su hombro.
La sala de espera no estaba llena, solo estaban ellos y una madre con su hijo adolescente que llegaron luego de ellos. Sentía su corazón latir a gran velocidad, pero era bueno. Confiaba en que iba a resultar. Tenía mucha fe.
Apreció el lugar minuciosamente; inhalaba paz, inhalaba tranquilidad. Era como si las colosales nubes grises se despejaran de su cielo y permitieran la entrada de los dorados rayos del Sol.
Estaba haciendo lo correcto.
Había dado un gran trazo arriesgado y, al final, obtuvo una buena pintura.
Contempló las paredes color crema pálido y se rio para sus adentro porque si Ellis estuviese leyendo sus pensamientos, no dudaría en regañarlo y hacerle saber que el término correcto es beige. Así mismo como la primera vez que fue a su casa y dijo que el color de sus paredes era solamente blanco, el ojiazul lo observó muy indignado y le aseguró con múltiples argumentos que el blanco hueso no es lo mismo que el blanco.
Tuvo que cerrar la boca y darle la razón luego de que una almohada impactara su rostro dos veces.
En su defensa, él se quedó en los colores primarios y secundarios.
Unas letras negras en cursiva captaron su atención, decoraban la parte frontal de la pared que daba lugar a la recepción. No supo qué hacer, si rodar los ojos, sufrir un mareo por el nombre o sonreír como idiota al estar muy corrompido por ese pintor.
"A medida que avanzamos en la vida, se vuelve más y más difícil, pero en la lucha contra las dificultades se desarrolla la fuerza del corazón."
Vincent van Gogh
Asió su teléfono en un movimiento ágil y le tomó una foto.
Tristan:
Me persigues en todos lados.
Se quedó en el chat al ver que se encontraba en línea, los dos check mark se tornaron azules luego de unos segundos y la respuesta no tardó en llegar.
Ellis van Gogh:
Yo te llevo conmigo a todos lados.
El mensaje vino adjunto a una foto también, pero en la imagen salía él. Su figura se reflejaba en uno de los pulcros cristales de la estantería de aquella tienda de joyería. Durante la llamada que habían tenido en la noche del día anterior, Ellis le dio la noticia de que, con su familia, irían al Centro Comercial a perforar las orejas de Elisa porque así ella lo quería. Comprendió el texto al instante al verlo utilizar su abrigo, ese mismo que había olvidado el día de su cumpleaños en su casa.
El ojiazul sí se percató que Tristan se fue de su casa sin esa prenda de ropa y pudo habérselo recordado, pero la oportunidad de tener algo suyo por unos días le cayó como anillo al dedo y prefirió guardar silencio.
No era novedad que su chico utilizaba el abrigo para dormir, para estar en la casa y para salir. Siempre, en pocas palabras.
—¿Ese es Ellis?
Tristan bloqueó la pantalla al instante cuando la voz de su padre se coló por su oído.
—Sí. Es él.
Volvió a guardar su teléfono en el bolsillo trasero y retiró su cabeza de su hombro. No iba a negar a Ellis por nada en el mundo, pero luego de su revelación en medio de la discusión, hablar del tema era tenso.
—Tristan... —pronunció su nombre con cautela—, lo sé desde hace años.
Frunció el ceño y se atrevió a mirarlo.
—¿Qué?
—Tus gustos. Lo sé desde hace tiempo y estoy bien con ello -Liam le otorgó unas suaves palmadas en su espalda y le sonrió con calma—. Es decir, nunca mostraste interés por alguna chica y solías estar muy a la defensiva cuando los esposos de tus tías hablaban sobre el tema. Tu mamá y yo te aceptamos desde antes que lo supieras.
—...¿Qué?
—Lamento mucho mi comentario el otro día. No es lo que pienso realmente. Al contrario, estoy feliz de que ese chico haya llegado a tu vida. Sonríes, Tristan; todo en ti mejoró, esta nueva versión tuya se aleja mucho de la del verano.
—¿En serio? —susurró, con ilusión.
Podía sentir como sus ojos picaban, así mismo como cuando habló con su madre. Tuvo que tragar con fuerzas para no echarse a llorar allí.
Había estado tan equivocado con él sobre su opinión ante el tema.
—Muy, muy en serio. He notado todos tus cambios. Ellis es bueno para ti.
—Lo es —asintió múltiples veces.
—Me gustaría conocerlo algún día. Si quieres, claro. Pero un poco más adelante, cuando yo esté estable. ¿Te parece?
Espera, ¿qué?
Su pierna derecha se movía con nerviosismo, en cualquier momento se desprendería de su torso.
Todo lo que un día manifestó, se estaba cumpliendo. Anhelaba compartir con Ellis esa parte familiar suya y no había mejor plan que ese.
Exhaló bruscamente ante tan solo la idea.
—Me encantaría que lo hicieras.
—Háblame de él.
Era la primera vez que Liam lo veía así y deseaba con todas sus fuerzas que Abby pudiera estar a su lado para presenciar tal escena.
—Bueno, Ellis es una persona muy habladora-...
—No, me refiero a cómo te enamoraste de él.
—Oh.
Joder.
Agradecía que él no estuviera allí.
Rayos, es que ya lo escuchaba: «Tantas cosas por decir de mí y, ¿eso es lo primero que se te ocurre?»
Desvió la mirada cuando sintió el calor instalarse en sus mejillas. De verdad estaba teniendo esta conversación, admitiría en voz alta que estaba enamorado de él.
—No te avergüences, Tristan. Me gustaría que volvieses a confiar en mí.
Asintió con lentitud. Ya le había dado una segunda oportunidad y, aunque debían ir con pasos lentos, revelar sus sentimientos no le sería ningún problema.
Piensa que es un buen comienzo para restaurar su relación.
—Caí muy rápido por él, ¿sabes? Ellis es increíble en todos los aspectos. Tiene un gran corazón y su mentalidad es mayor a su edad. También posee esta habilidad de envolverte en su elocuencia, eso fue una de las cosas que me ayudó mucho.
—Ya veo porqué disfrutabas tanto ir al museo —Liam sonrió, jocoso.
—Te juro, papá, que el color de sus ojos es de otro mundo. Y su risa, ¿puedes creer que tiendo a hacer o decir cosas tontas solo para hacerlo reír?
—No es nada raro. Yo también lo hacía. Me gustaba ver a tu madre siempre con una sonrisa en su rostro.
—Ellis se siente como un antídoto.
—Entonces estás en el lugar correcto, hijo.
Tristan tragó con pesadez al sentir la calidez correr por todo su pecho y la repentina paz que se asentó en su corazón. Lo sabía.
—Liam Ryder —ambos observaron a la psicóloga—. Puedes pasar.
Observó a su progenitor una última vez y lo abrazó con fuerzas.
—Estaré esperándote aquí.
Este asintió respirando hondo y se dirigió al despacho.
La pequeña habitación tenía la misma decoración y el mismo ambiente que la sala de espera. Tomó asiento en el sillón que le señaló Cassie y esperó por ella.
—Trataremos de que este espacio se convierta en uno de tu agrado. Las primeras sesiones tienden a ser las más difíciles así que las llevaremos con calma. Siéntete en la comodidad de liberar todas tus emociones. Si necesitas un momento para respirar, puedes hacerlo. ¿Estás listo para empezar?
Se sentía cohibido en aquel lugar, como si tuviera mil demonios asechando su espalda. Pero ya era hora de colocarle fin, ya era hora de acabar con lo que le impide avanzar.
—Sí.
La pelirrubia tomó asiento al frente de él con una tabla en sus manos.
—Dime, Liam, ¿por qué estás aquí?
—Estoy atravesando por una depresión luego de la muerte de mi esposa y mi hija —respondió sin titubear.
—Depende a como resulten estas secciones, veré si es necesario otorgarte una medicación, mientras tanto, utilizaremos únicamente la psicoterapia. Tienes que tener paciencia y cooperar, ¿está bien?
—Lo haré.
Cassie asintió y cruzó sus piernas, prestándole toda su atención.
—Bien, ¿qué te parece si empezamos por cómo conociste a tu esposa? Cuéntame su historia.
En los pasillos de Comprehensive School en Holmes Chapel se rumoreaba fuerte la llegada de una chica nueva, una estadounidense. Él no había tenido la oportunidad de verla aún, pero su grupo de amigos lo único que hacían era hablar de su graciosa forma de pronunciación. Aquella burla no era para nada nueva en Inglaterra, muchos británicos solían burlarse del acento de los americanos y viceversa.
No fue hasta el receso del almuerzo que se topó con una chica en la biblioteca, ni siquiera sabía que era ella, pero se dirigió hacia la estantería que se encontraba para ayudarla a tomar unos libros de la tablilla más alta. Él estaba estudiando para el examen de Trigonometría que tendría en su último periodo, pero no se pudo concentrar mucho por las bajas maldiciones que soltaba la castaña al no obtener éxito.
"¿Diccionario de la moda?"
"Sí, ese mismo. Muchas gracias."
Identificó su manera de hablar y le regaló una sonrisa amable cuando le tendió el libro.
"Eres la chica nueva, ¿verdad?"
"Si vienes a burlarte, puedes ahorrarte tus palabras. Ya sé que se dice «wotah» y no «water»"
"¿Qué?" Frunció el ceño ante el tosco tono de voz.
"Ríete todo lo que quieras, pero recuerda que el karma es una mierda." Le arrebató el libro de las manos.
"Woah, woah. Espera. Mis intenciones no son esas." trató de aligerar la tensión "Solo quería ayudarte y..., bueno, ya de paso te aconsejo que no les hagas caso a los demás. Sé que no me corresponde, pero te pido disculpas por todos los que te han molestado el día de hoy. Una bienvenida así apesta."
La chica se quedó en silencio mirándolo con los ojos un poco entrecerrados. Estaba esperando que un grupo de personas se asomaran por su espalda para que volvieran a reírse.
"Si, apesta y mucho..."
"Siento mucho que esperaras esa reacción de mí. Lamento que tu primer día fuera de esta forma."
"Está bien. Pensé que iba a ser peor."
"Qué positiva eres."
"¿Qué te puedo decir? Es mi don."
Ambos se rieron levemente.
"Soy Liam Ryder."
Le tendió su mano y ésta le correspondió.
"Abby. Abby Langford."
"Estoy sentando en la mesa de allá. Puedes... puedes unirte a mí. Solo estoy estudiando."
"¿No te interrumpo?"
"Para nada. Ven."
Conocer a Abby fue lo mejor que le había pasado en la vida. Establecieron una amistad en cuestión de días, tuvieron una química instantánea y sus gustos en común los unieron más. Fue luego de un lapso de cuatro meses después que sus sentimientos empezaron a transformarse y comenzaron a verse con una perspectiva romántica. Se había sentido sumamente afortunado cuando ella le dejó saber que era mutuo, pero más afortunado se sintió cuando su relación se prolongó por años, superando los obstáculos que se interponían en el camino. También, a la corta edad de 22 años, decidió que quería pasar el resto de sus días a su lado y no dudó en colocarse de rodillas con un delicado anillo. A la vista de muchos parecía una elección precipitada e ingenua, pero la verdad es que el deseo y la respuesta nacieron de sus almas y no había nada que pudiera detenerlos cuando se trataba de algo tan puro.
No fue hasta un año y medio después de su boda y muchos meses de intentos fallidos que Abby entró a la habitación con sus ojos cristalinos sosteniendo una prueba de embarazo positiva. La llegada de Tristan a sus vidas fue una llena de nuevos aprendizajes y retos, eran jóvenes aún, pero se enfrentaron a cada uno con la frente en alto. Contando con la ayuda principal de sus padres, los tres salieron adelante y poco a poco su pequeña familia brilló con éxito.
Él, por su parte, sentía que se había ganado la lotería cuando los observaba.
Pero ahora, luego de perder la mitad de lo que tanto amó, se sentía incompleto; sin sentido y vacío.
—¿Cómo sobrellevaste la situación luego del funeral?
Sacudió la cabeza para salir de la disociación y pronto un gran nudo se fue creando en su garganta. Apretándolo como alambres de púas.
—No lo hice —murmuró.
—¿Qué no hiciste?
—Sobrellevarlo. Yo... no quería aceptar la realidad.
Tenía su mirada clavada en el pañuelo blanco que apretujaba con ambas manos para evitar que las lágrimas se escaparan. Estas ahogaron sus orbes; estaban ahogando su corazón.
—¿Por qué?
—Porque ya nada tenía sentido.
—Pero tenías a tu hijo-...
—Yo ni siquiera podía mirarlo. Él se parece tanto a Abby y el estar cerca de él solo me causaba dolor.
Cassie unió las piezas del rompecabeza e hizo una rápida anotación.
Era una crónica. Los problemas emocionales de Tristan fueron provocados por los problemas emocionales de su padre.
—Liam, dime la verdadera razón por la que estás aquí.
Respiró hondo y lo expulsó con lentitud. Como si estuviese quitándose un gran peso de encima.
—Estoy aquí por Tristan.
—Sí, estás aquí por él. ¿Qué te hizo cambiar tu perspectiva?
Pensó en la melancólica y triste expresión facial que su hijo siempre tenía desde que todo sucedió y como todo iba empeorando por su culpa cada que abría la boca, pero luego de ese día que se escapó de la casa, algo en él había cambiado. Cada semana que pasaba, un nuevo destello se asomaba por sus orbes y sus estados de ánimos cambiaron consecutivamente.
Por las noches ya se había dejado de escuchar el denso silencio que se paseaba por los pasillos, ahora se inundaban con suaves murmullos y etéreas risas.
Era más el tiempo que Tristan pasaba sonriéndole al teléfono que estando encerrado en su habitación.
Todo en él estaba cambiando y eso le hizo reflexionar.
Ese día que salió del bar sin consumir alcohol por primera vez, se quedó dentro de su auto por más de 20 minutos antes de entrar a la casa, y todo lo que pudo meditar fue que él también necesitaba salir del bucle en el que estaba.
—Él se merece lo mejor y yo no se lo he estado dando.
La especialista en salud mental dejó a un lado su tabla y le empujó la caja de pañuelos para que tomara otro.
—Liam, empezaremos a cambiar los patrones de pensamiento negativos y las conductas poco saludables que contribuyen a la depresión. Es un proceso en donde tienes que afrontar desafíos y mejorar tu comunicación principalmente con tu hijo. Hay mucho daño entre ustedes dos.
El susodicho cerró con fuerzas sus ojos y se permitió derrumbarse. Las saladas gotas bajaban como cascadas por sus mejillas, su pecho se agitaba entre cada respiración que daba y solo deseaba salir corriendo hacia los brazos de Tristan.
"No puedo soportarlo más, Theo, no soporto más el peso de la vida. Tratando de olvidar, pintando más para olvidar, pero no puedo. No puedo resistirme a los gritos en mí oído. Tengo tanto miedo de autodestruirme..."
Theo tuvo un papel muy importante en la vida de su hermano. Fue él quien lo apoyó incondicionalmente a pesar de que el mundo echaba de lado a van Gogh. Sin importar la distancia, siempre estuvo ahí, a su lado. Lo motivó y lo ayudó a seguir adelante. Le tuvo fe desde el principio y lo adoró con toda su alma.
Tristan era en su vida lo que Theo fue para Vincent.
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