Capítulo XIII: Corrompido por un pintor
Las estrellas siempre fueron las compañeras nocturnas en la vida de Tristan. Cuidaron del él desde que llegó al mundo; fueron espectadoras de sus primeras palabras y sus primeros pasos, estuvieron allí ante su entrada al mundo adolescente y en el proceso de su desarrollo como persona, presenciaron su más hermosa sonrisa y también su rostro empapado en lágrimas, fueron esa mano amiga en las noches de desvelo y llovieron por los cielos en cada uno de sus logros, le brindaron esa leal amistad que nunca logró crear en la escuela y en ningún momento dejaron que estuviera rodeado de oscuridad por más que hubiese Luna Nueva.
El final del día para el hijo único de los Ryder se convirtió en su llegada favorita desde que tiene uso de razón. Sin embargo, ahora, era el momento que más le aterrorizaba.
Cuando eres pequeño, la noche nos da miedo porque se esconden monstruos bajo la cama, pero cuando te haces mayor, los monstruos son diferentes. Una gran tormenta se aproxima hacia ti trayendo falta de confianza en uno mismo, soledad, arrepentimiento y, sin importar tu nivel de madurez, te sigue dando miedo la noche.
Dormir es lo más fácil de hacer, solo cerramos los ojos y nuestro subconsciente se encarga de proyectar en su cinematógrafo un sueño aleatorio. Pero para muchos de nosotros, dormir parece estar fuera de nuestro alcance. Queremos hacerlo, pero no sabemos cómo conseguirlo. O también podemos ser atacados por el pánico de apagar nuestros párpados y más nunca volver a ver la luz.
En la otra mitad del día, cuando el cielo cambia su paleta de colores vivos, nos enfrentamos a nuestros demonios y cuando lo hacemos, también nos enfrentamos a nuestros miedos.
La noche nos intimida tanto porque nos damos cuenta de que no estamos completamente solos en la oscuridad. Los fantasmas que se hospedan en nuestra cabeza se hacen sentir cuando estamos completamente indefensos, con las manos vacías y en medio de un intenso frío.
Desde que el verano arrasó con la vida de Tristan, este batalló con miles de guerras. Una tras otra, casi sin dejarlo respirar.
Todo lo que tenía un simbolismo especial, pasó a segundo plano. Todo lo que le hizo saltar de felicidad, se tornó indiferente. Todo lo que anheló algún día, se evaporó con el pasar del tiempo. Todo lo que motivaba su ser por lograr grandes cosas, perdió el sentido.
Su panorama decayó en menos de lo que dura un chasquido. ¿Cómo se pretende continuar de la misma manera cuando ya nada era igual? El director que llevaba su vida giró el libreto, a sangre fría y sin pena alguna, haciendo que los antónimos se apoderaran de su alrededor.
El polvo de las estrellas caía sobre él en esas noches cuando creía que al día siguiente no iba lograr salir de la cama. Decoraban su pálida piel mientras dormía y se mantenían en vigilancia ante cualquier posible invasión.
Fueron testigos de todos los retrocesos que sufrió, pero también fueron las primeras en admirar aquel primer paso.
Vieron como poco a poco iba recuperando las fuerzas, como recurría a otros métodos para no caerse, como su entorno retomaba su esencia y como volvía a sonreír. Brillaron en los cielos cuando cientos de colores llenaron su paleta de pintor vacía y crearon una fiesta, corriendo de aquí para allá, cuando nuevos sentimientos florecieron en su pecho. Se sintieron sumamente orgullosas de él y tal vez crearon un pequeño aguacero al derramar sus lágrimas cuando se enteraron que era un estudiante que destacaba en su escuela con letras doradas.
Ahora, con la llegada de un nuevo año, todavía le continuaban haciendo compañía desde cientos de kilómetros de distancia, pero ahora alguien más había tomado ese tan importante puesto.
—Estaba pensando si este domingo no vamos al museo. Tengo algo mejor.
—Hmm... ¿Por qué el museo no? Es tradición —la voz de Ellis a través de la llamada telefónica sonaba un poco arrastrada y somnolienta.
Ya le había insistido varias veces para que se fuera a dormir, pero era muy terco y no quería.
El día anterior y la madrugada de ese había estado cuidando de la fiebre de Emily y sus malestares estomacales que culminaban en vómitos a medianoche. Su habitación era la única que tenía baño propio -a excepción de la de sus padres- y se le iba a hacer más cómodo a su hermana tener ese lugar accesible si tenía que salir corriendo y expulsar todo lo que había cenado. Tampoco quiso que su madre estuviera al pendiente porque trabajaba al día siguiente y quería que pudiera dormir sin problemas. Él estaba de vacaciones todavía y estaba dispuesto a ayudar a su segunda hermana a mejorar su salud.
Tristan cubrió su cabeza con la sábana como si Ellis pudiera ver su bochorno.
—Se va a presentar acá en Inglaterra el Beyond Van Gogh: The Immersive Experience y quiero llevarte.
—Oh sí, había escuchado sobre eso-...
—Es una cita.
Lo interrumpió al instante, hablando más rápido de lo normal. Si no lo decía ahora, no lo iba a lograr nunca.
Bien...
Ya lo hizo.
Ahora, a esperar.
Cuando vio el anuncio en las redes sociales durante su clase de Filosofía no dudó en utilizar sus ahorros y comprar dos boletos para ellos dos. Sabía que a Ellis le encantaría ir a un lugar donde sus obras de artes favoritas estén al relieve, en movimiento y de manera gigantescas. Sacarlo de allí cuando acabe la exposición sería un grave problema, pero valdría la pena. Ya imaginaba su inmensa sonrisa y felicidad.
—Una cita —repitió el ojiazul algo incrédulo, pero la sonrisa que creció en su rostro revelaba la obvia respuesta, aunque Tristan no pudiera verlo—. De acuerdo, yo... creo que eso no rompe el trato así que... —el sueño con el que batallaba desapareció por completo y exhaló el aire que por un momento retuvo—. es... es una cita.
Joder.
Era. Una. Cita.
¿Cómo podía procesar eso en medio de la noche?
De momento, el mundo se paralizó a su alrededor. Ya no tenía sueño ni ganas de estar acostado. Así que simplemente se levantó de la cama y comenzó a rondar por su habitación sin que una genuina sonrisa abandonara sus delgados labios.
Él nunca había tenido una cita, ni siquiera había desarrollado sentimientos amorosos por nadie hasta que llegó Tristan a su vida. No tenía palabras para describirlo, pero era todo lo que quería.
Vamos, que si era un sueño ojalá y nunca lo despierten.
—¿Ellis? ¿Sigues ahí?
Salió de su trance y prestó atención al teléfono en su mano.
—Sí. Aquí estoy.
—Deberías irte a dormir ya, ¿o quieres hacerme competencia con las ojeras?
—En tus sueños. Sabes que tengo la bendición de que nunca me han salido a pesar de las horribles amanecidas.
—En fin, el universo tiene a sus favoritos —Tristan suspiró resignado.
Ellis rio bajito porque eran casi las doce de la noche y no quería levantar a nadie, ni que sus hermanas lo expusieran con su madre por dormirse tarde cuando debería de estar recargando energías.
Se acercó a la pared donde colgaban las réplicas impresas de algunas obras de van Gogh que su padre le regaló en las navidades. Con cuidado y delicadeza, el índice de su mano libre comenzó a trazar las formas que contenía la pintura.
—Me has quitado el sueño, Tristan —confesó.
—¿Ah sí?
El rizado destapó su rostro de las sábanas al sentir un poco más de seguridad en sí mismo.
—Es como si te dijera: «te llevaré a la librería más grande del mundo, es una cita».
Un suave silbido de aprobación se escuchó a través de la línea.
—Me caso. ¿Dónde firmo?
Y, aunque ninguno de los dos se estuviera viendo, poseían unas sonrisas que transmitían todo lo que sus corazones sentían. Gritando en miles de idiomas la conexión que ambos poseían, lo felices que eran teniéndose el uno al otro y lo agradecidos que estaban con el destino por haberse encontrado en aquel museo. Ese mismo lugar en donde sus vidas tomaron un giro de 180 grados.
Porque no tan solo fue para Tristan, quien era el que estaba en un momento de escapatoria, también lo fue para él. A través del arte pudo conocer a una persona con la cual podía conectar de una forma sublime, porque así era. Ese 2 de noviembre fue el inicio de una nueva etapa en su vida que la cambiaría por el resto de sus días.
Siempre quiso tener a esta persona con la cual compartir sus pensares acerca de sus gustos, generalmente la sociedad no aprecia el arte como se debería y, el privilegio de conocer a Tristan, más el hecho de que él estaba dispuesto a aprender agarrado a su mano, era más que perfecto.
Ese ojiverde se coló en su corazón con tanta facilidad y quería que permaneciera allí sempiternamente. No obstante, a pesar de que su propósito principal era ayudarlo a salir de aquel hoyo que él mismo cavó, se fue enredando en las curvaturas de sus rizos, en el brillante color esmeralda de sus orbes, en su gran personalidad y en su etéreo corazón.
Había caído por él. Y lo admitía.
—Te quiero.
Tristan adoraba la forma en que lo pronunciaba: en un susurró, como si fuera un secreto.
—Yo también te quiero, Ellis. Mucho, para ser sincero —disfrutó la cálida sensación que invadió su pecho—. ¿Sabes? Soy afortunado.
—¿Por qué?
—Porque te tengo a mi lado. Ya gané en la vida.
—Oh, no puedes decir eso así de la nada. Provocarás que mi corazón se salga de mi cuerpo.
—¡Solo digo la verdad! ¿A qué no?
—Basta, me estás poniendo muy nervioso.
—¿Sabes otra cosa? —decidió continuar, jocoso—. Creo que estoy enamorado de tu risa. Puede curar cualquier cosa.
—¿Siquiera has escuchado la tuya? Es un pasaje directo al cielo-...
—Siento interrumpirte. Un momento.
Guardó silencio y se tragó las palabras que se balanceaban por su lengua. Seguido de eso, el sonido de las sábanas se hizo presente y después, el casi inaudible sonido de la puerta siendo abierta. Una descarga de escalofrío corrió por su vena con el temor de que el padre de Tristan haya irrumpido en su habitación y comience una enésima discusión con él.
—Mierda.
Trató de permanecer con la boca cerrada hasta que Tristan le indicara, pero ese lamento lo inquietó un poco más de lo que ya estaba y no ayudaba en nada a su impaciencia.
—¿Qué sucede? ¿Es... es lo que creo?
—No, no. Tranquilo, no es eso —en su voz se apreciaba cierta pizca de confusión—. Papá acaba de llegar, pero solo tomó asiento en el sillón.
—Soy malo leyendo lenguaje corporal. No comprendo.
El ojiverde volvió a su habitación para buscar un abrigo, la calefacción de la casa en general estaba apagada y hacía bastante frío afuera.
—Está tranquilo y callado, eso es... preocupante. Iré a chequearlo.
Ellis estuvo a casi nada de decirle que tuviera cuidado, pero se lo reservó. Ya estaba cansado de verlo sufrir.
—Cualquier cosa me llamas, ¿sí?
—Lo prometo —dejó el teléfono encima de la cama en alta voz para colocarse la prenda de ropa—. Trata de descansar, por favor. No me agrada mucho la idea de que no has dormido casi nada en un día y medio.
—Está bien. Lo intentaré.
—De acuerdo. Que tengas unas bonitas noches, Ellis. Te quiero.
—Gracias, T. Yo también te quiero. Nos vemos.
Colgó la llamada y salió de su habitación con algo de precaución. Era muy extraño que su padre llegara y simplemente tomara asiento en el sillón; ningún reclamo, ningún encierro.
Cruzó el pasillo con suaves pisadas y agudizó lo más que pudo sus oídos por si lograba escuchar algo, pero lo único que sonaba en aquella sala con aura de nostalgia eran los sollozos de Liam mientras observaba la foto enmarcada de la que un día fue su familia. Sin importar hacer ruido, procuró llegar rápido donde él, pero tan pronto se colocó a su lado se percató que no había ningún aroma a cerveza de barril en su ropa.
Su padre estaba sobrio, llorando y viendo una foto de su difunta esposa.
—Lo siento tanto, Tristan. He estado tan cegado por el dolor todo este tiempo y tú solo intentabas ayudarme. Lo siento muchísimo.
Atravesó la puerta del bar sin mirar atrás y tomó lugar en su cotidiano asiento frente a la barra.
"Buenas noches, Paul. Lo mismo de siempre."
"¿Qué haces aquí hoy?" el chico le sirvió la cerveza y arrastró el grueso vaso de vidrio sobre la superficie de madera hasta colocarla al frente suyo. "Pensé que estarías con tu hijo. Es año nuevo."
"No. Él está con ese chico, Elías... Ellis, no se."
Paul lo observó por unos segundos en silencio, confundido.
"¿Y te molesta eso? ¿Qué sea un chico?"
"¿Qué? No, no" sacó de su billetera unos billetes y se los tendió. "No me molesta en lo absoluto. Es su vida, puede hacer lo que le plazca. Pero..."
Paul se recostó de la barra, dispuesto a escucharlo. Ya a ese punto estaba graduado con un doctorado en psicología de lo mucho que escucha y aconseja a sus clientes.
"Fui un completo hijo de puta los otros días y hablé demás, dije cosas bajo coraje que verdaderamente no pienso."
"¿Y eso es motivo para estar aquí? Estoy muy seguro que puedes pronunciar unas disculpas y aclarar los malos entendidos."
Liam le dio un largo trago a su bebida y batió un poco el líquido.
"Estoy aquí porque... porque lo necesito."
"No, no lo necesitas. Solo tratas de llenar un vacío y lamento ser quien te lo diga, pero la bebida no ayuda en nada. Estás empeorando las cosas."
"Ya no tienen arreglo."
"Y una mierda, Liam. Tienes un hijo de 16 años que todos los día tiene que luchar consigo mismo para seguir adelante. ¿Es que no lo ves? Se echa responsabilidades que no le conciernen y se preocupa por ti a pesar de que lo tratas como si-..."
"¡Lo sé, lo sé! Tengo en mis hombros esa carga de consciencia, Tristan no se merece eso. Me ahogo con los recuerdos, me cuesta respirar cuando veo a parejas felices compartiendo tiempo de calidad y en lo único que puedo pensar es que yo ya no tendré eso. Abby se fue por siempre y no pienso buscar a alguien más porque ella era mi todo, ¿entiendes? No sé cómo lidiar con esto, siento que todo se me está yendo de las manos..."
Paul apretó los labios y moderó su tono. Ya tenía mucha experiencia en estos casos.
"No te permitas perder a tu hijo también."
"Ya lo estoy haciendo."
"¿Y qué haces aquí todavía? Ve con él. Habla las cosas y-..."
"Estropee las cosas la última vez, Tristan no me querrá ni escuchar."
"Sea lo que sea que le hayas hecho, yo opino que sí te escuchará. Tienes un muchacho de gran corazón que está dispuesto a ayudarte. No tardes más, Liam."
El susodicho se quedó pensativo y miro la cerveza en su mano, por primera vez, con indiferencia.
"No podrás evitar la situación siempre. No todos los días las puertas de este bar estarán abiertas para que puedas huir." Paul le quitó el vaso. "Aquí vienen muchas personas sufriendo porque perdieron a sus familias. Has algo para que no seas el próximo en la lista." Vertió la cerveza en el fregadero y le devolvió su dinero. "No te quiero ver aquí de nuevo hasta que se hayan solucionado las cosas, ¿me oíste?"
—¿Q-qué?
Él nunca se disculpaba.
—No merecías nada, absolutamente nada de lo que te hice pasar.
Tomó asiento a su lado cuando lo vio sufrir espasmos por el llanto y presionó su palma sobre su espalda, en un intento de calmarlo.
—Está bien. Tu juicio estaba nublado y-...
—Nada estaba bien, Tristan. Fui un desgraciado contigo. Tú solo querías ayudarme y yo... —se tragó las lágrimas y negó con la cabeza—. Amaba mucho a tu madre, ¿sabes? Ella era todo para mí y cuando se fue... me quedé sin nada. Me arrebataron al amor de mi vida, se sintió como si me hubiesen arrancado el alma.
—Lo sé —su voz salió más débil de lo que se sentía—. Yo también lo sentí así.
—Las perdí a ellas; no quiero perderte a ti también. Y lo estoy haciendo, la he cagado tantas veces contigo que tienes todo el derecho de odiarme.
El momento y las circunstancias no eran las indicadas para ponerse a pensar en todos los tratos que ha recibido, pero lo hizo, y a pesar de, nunca pudo llegar a odiarlo. Nada se lo impedía, tenía una gran variedad de razones sobre la mesa para sacar en cara y decidir guardarle rencor. Sí odiaba su innata responsabilidad afectiva y las secuelas que él sufría luego de sus acciones. Llegó a pensarlo muchas veces, pero por más que trataba de alejarlo de su vida, no podía. Tal vez era el vínculo que los unía, el dolor que atravesaban o tal vez su cualidad de ser perseverante lo alentaba a siempre ofrecerle su ayuda sin importar qué.
Nada justificaba sus acciones, pero desde que dejó de verlo como la persona que le hizo daño, se dio cuenta que solo era una persona rota trataba de no perder la batalla.
—No me estás perdiendo papá, estoy aquí.
—¿Por qué sigues aquí después de todo el infierno que te he hecho vivir?
Sin querer, una suave sonrisa se desplazó por su rostro. Era como si Ellis tuviera el poder de aparecer en los momentos indicados y tocar la puerta.
—Una vez alguien me dijo que guardo mucha fe en las personas. Sin importar lo que haya sucedido o lo que continúen haciendo, creo que pueden ser mejores. Por eso nunca desisto, por eso nunca me he rendido contigo.
—Es que no entiendo-...
—Merecemos segundas oportunidades, ¿no?
—Yo no. Yo no merezco nada.
—Papá-...
—¿Por qué no te rindes?
—Porque te quiero ver bien. Porque quiero a mi padre de vuelta; eres lo único que tengo. Estoy seguro que... que es lo que mamá quisiese.
Y como si hubiera presionado un botón que gritaba miles de alertas para no ser oprimido, Liam cayó sobre su regazo, creando una laguna con la salada agua que descendía por su rostro.
Le dio su tiempo para que dejara salir todo aquello que lo atormentaba. Creando suaves caricias en su espalda a modo de consuelo, dejándole saber en un silencioso gesto que estaba allí, que no estaba solo. Le susurró palabras de aliento y lo animó a que no se guardara nada, las cosas podían ser más llevaderas si el corazón no estuviera asfixiado. Permitió que se rompiera entre sus brazos y que entre sus grietas saliera todo el dolor.
—No sé qué hacer. Yo..., ¿siquiera tengo arreglo?
—No te pisotees. Nunca es tarde.
—¿Y cómo le hago?
Respiró hondo. Era su oportunidad.
—Ven a terapia conmigo.
—Pero eso es para locos-...
—No, papá. Si no fuera por los psicólogos ahora mismo todos estuviéramos jodidos mentalmente. Ellos nos pueden ayudar a superar nuestra pérdida. Nos otorgarán herramientas para que procesemos su ausencia y sepamos sobrellevarla. Decidí ir a terapia porque quiero salir adelante. Extrañaré por siempre a mamá y a Daphne, pero tenemos que aprender a cerrar capítulos y pasar la página.
—¿De verdad puede funcionar?
—Sí, pero tienes que creer en ellos y poner de tu parte. Nadie dijo que será fácil.
Liam permaneció en silencio, a excepción de sus lastimeros sollozos, aun sosteniendo la foto familiar en sus manos.
Lo haría por Abby. Lo haría por su familia.
—Está bien.
Tristan no dudó en rodear su torso y abrazarlo. Después de tanto, valió la pena. Se agradeció a sí mismo por nunca rendirse, por intentarlo cada vez que tuvo una oportunidad y por mantenerse firme. El sentimiento lo invadió por completo y, aunque apretó sus labios tratando de resistirse, también empezó a llorar. Se sentía feliz. Sentía que dio un gran trazo, que había brincado tres escalones y que ya faltaba poco para salir de ese túnel infinito.
—Nada fue tu culpa, ¿de acuerdo? Yo... no tuve que haberte acusado de algo tan grave como eso. Solo fui un imbécil.
Tan solo pudo asentir. Su garganta poseía un grueso nudo que le impedía hablar en esos momentos. Se aferró a Liam como si su vida dependiera de ello, no quería alejarse de él.
—No busco que me perdones ahora mismo. Ni siquiera merezco tu perdón, ni siquiera merezco que me llames «padre». Pero se acabó, Tristan. Te juro, por el inmenso amor que le tengo a tu madre, que seré un mejor padre.
—Te creo, papá. Saldremos de ésta juntos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro