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Capítulo XII: ¿La vida? Como un lienzo en blanco

Su cabeza yacía sobre el hombro de Tristan mientras este observaba con determinación la obra de El viñedo rojo, el cual fue uno de los poquísimos lienzos que Vincent logró vender en vida. Ya había presentado su locuaz parte, esa en donde le dejó saber que ese cuadro combinaba los esfuerzos del famoso pintor por aprender del ejemplo de Gauguin en su permanente interés en el color y el adorno.

Era una imagen sencilla, pero plasmó allí la vida cotidiana de la Provenza; las mujeres se encargaban de recoger las uvas que pronto se convertirían en vino.

Se apreciaba con facilidad la sinfonía palpitante de color.

"—No hay azul sin amarillo y naranja."

Los colores vivos atraían su atención y las personas de color frío se destacaban entre el anaranjado y el amarillo. Ese era el poder de van Gogh en su técnica.

Tristan genuinamente había pensado que luego de una navidad fascinante junto a su persona favorita todo iba a ir mejor, pero no. Cuando volvió a su casa fue como sentir que el telón se cerraba y que volvía a su realidad. No había luces colgando en ningún lado y mucho menos risas acogedoras, solo una apática atmósfera de la cual quiso escapar al instante. No supo de su padre luego de dos días y cuando lo encontró de regreso en la casa, cayeron en el vacío de no hablarse.

Esto dio paso a una semana decaída.

Por otro lado, había tenido un episodio el mismo día que había abandonado la casa de los Haddock.

Debió tener en cuenta que la felicidad son solo momentos y que no es por siempre.

Tan solo cerró los ojos y se acostó pensando en las bonitas orbes azules del chico que ahora era dueño de sus pensamientos, pero acabó soñando con Daphne. No tiene ni idea de cómo pudo ser eso posible y todavía continua buscando la respuesta, pero la imagen de una pequeña bebé castaña, con su mismo tono de piel, ojos color café y varias pecas que adornaban sus mejillas no abandonaba su mente.

Se había descontrolado en medio de la nube que lo mantenía adentrado en el sueño y, por más que la presión en su pecho aumentaba, no quiso abrir los ojos para seguir observándola. No podía moverse, sus extremidades pesaban y el pánico se inyectó en su sangre cuando ella caminó hacia él con cortos pasos.

Era tan hermosa y tan delicada.

Su rostro fue acariciado por sus diminutas manitas, así como Elisa a veces le hacía; se colgó de su cuello y descansó su cabeza encima de su hombro, así también como Elisa hacía cuando jugaba con sus rizos; y cerró su puño en la camisa para no despegarse de él cuando sus parpados cayeron, así como Elisa hacía.

El calor lo bañó, haciendo entrada a todas aquellas emociones que experimentó con la más pequeña de los Haddock.

Luego de esa bonita imagen mental -que se sintió muy real- su mamá entró a la infinita habitación. Tuvieron una conversación, una larga de hecho. Ni siquiera recuerda de qué hablaron porque él solo estaba enfocado en grabar de nuevo cada una de sus facciones y cada gesto. No lloró, pero si el sentimiento de extrañarla lo inundó por completo. Al despertar por la mañana, no tenía ni fuerzas de levantarse de la cama o tomar una ducha, lo único que estaba en su mente eran ellas dos.

Contempló hacer otra carta, pero las palabras no salían y su mano era incapaz de escribir.

Tampoco recurrió a Ellis, al contrario, tomó todos sus consejos y los trató de poner en práctica. Se permitió derrumbar porque eso también era parte del proceso, fue amable consigo mismo y el primer trazo que dio ese día fue alentarse a seguir adelante, recordarse que él sí es valiente y que ya no huye de su sombra, ahora la enfrenta. Consoló su ser y se dio unas palmadas en su espalda, animándose a no caer por completo de rodillas, creyendo en sus propias palabras de que esto lo podía superar.

Comenzó a sobrellevar su existencia, a quererse un poquito más y a sentir la libertad de ser él mismo sin esconderse.

Reunió las pocas energías que conservaba y las activó; les buscó un sentido y las puso a trabajar.

Y es que todos poseemos la habilidad de enfrentarnos a lo que sea estando solos porque somos más fuertes de lo que creemos y si no fuera por los límites que nos interponemos, ahora mismo estuviéramos comiéndonos el mundo entero.

En lo que las horas pasaban y él continuaba sobreviviendo, le dio a su cerebro la mejor creación del hombre: la música. Esa misma que da alma al universo, alas a la mente, vuelos a la imaginación, consuelo a la tristeza y vida a todas las cosas. Robaba sus palabras y hacia el trabajo pesado de expresar sus sentimientos. Calmó su ansiedad muchas noches, le dio ese abrazo reparador cada mañana y le hizo compañía cuando la soledad atormentaba.

Nunca encontrará una definición exacta de la gran marca que dejó la música en su vida, pero lo hacía olvidarse del mundo por un rato.

Las sábanas se habían convertido en enredaderas, pero ni siquiera lo detuvo. Se sentía tan motivado de estar lográndolo que salir de su habitación fue muy sencillo a diferencia de otras veces. Se dirigió a la cocina para calentar la porción extra que Ellis le había entregado de la cena y se sentó en el comedor a degustar el exquisito sabor del pollo. Y lo mejor de todo fue que no se sintió cohibido en ningún momento por la gran masa de ausencia en la casa.

Recibió varios mensajes por parte del ojiazul deseándole feliz navidad y el último de estos era un recordatorio de que ya lo echaba de menos a pesar de que se habían visto el día anterior.

Casi a ciegas, comenzó a desenvolver solo y, por primera vez, la soledad comenzó a parecerle agradable.

Al final del día, cuando el Sol le dejó su lugar a la Luna, entre el desmadre de sábanas, perdió lo que quedaba de su tiempo mirando todas las fotos que Jay había hecho para él a manera de recuerdo. Las pequeñas fotos instantáneas se barrieron por toda la cama, robándole sonrisas y sonrojos porque Ellis y él fueron captados dándose esas miradas o sus manos todo el tiempo estaban pegadas como imanes.

Quién diría que ese Tristan que sale enseñando toda su dentadura suele tener muchos tropiezos en su día a día y que hay veces en donde quisiera solo desaparecer de la faz de la Tierra.

Muchos deberían de aprender que la salud mental no se ve en las fotos.

Solo sabe que era bendecido con tener a Ellis a su lado. Ese chico calmaba su tormenta sin hacer nada.

—Me gusta la combinación de colores fríos y calientes —admitió y eso pintó una sonrisa de boca cerrada en el chico aficionado.

Valió la pena el rato que le estuvo explicando con toda su santa paciencia cómo se clasificaban los colores. Estaba orgulloso de su nuevo vocabulario.

Eso fue lo único que salió de la boca de Tristan en el tiempo que llevaban en el museo. Estuvo muy tentado de preguntarle qué ocurría, pero prefirió darle su espacio y que cuando se sintiera listo, lo expulsara.

Había aprendido que un abrazo podía ser más reconfortante que cien palabras o tan solo la presencia de la persona correcta era capaz de hacerte sentir mejor. No eran necesarias las palabras, para curar a Tristan era el simple remedio de sentirse comprendido y ser alguien para alguien. Ellis solo añadió una gran dosis de arte y colores a su cura.

Se levantó del hombro del chico cuando agudizó una suave melodía de un piano proveniente de la nueva exposición que habían abierto el viernes por la noche. Eran unas obras con temática de danza y el museo decidió que esa área en específica contuviera una delicada canción para ser más amena la sección y que el ambiente se sintiese tal y como los lienzos se expresan. Conocía muy bien aquel cantar del piano.

—¿Eso es... música?

Ellis observó sus orbes esmeraldas con una sonrisa que pintaba su rostro de alegría.

—Sí. ¿Quieres ir a ver?

Tristan asintió lentamente sin comprender muy bien lo que ocurría. Generalmente, el ambiente en el museo era uno muy silencioso.

El ojiazul no dudó en tirar de su brazo y llevarlo directo al lugar. Parecía un niño pequeño, el sonido producido por las teclas del piano se colaban entre su ser y amaba eso.

Ambos se detuvieran frente al gran cartel que anunciaba la apertura de la nueva sala de arte. En una esquina al inicio del pasillo se encontraba una mujer pelirroja vestida de negro tocando aquel instrumento que generaba las ondas musicales por todo el museo. La chica se movía acorde de sus movimientos reflejando como la vibras del piano se traspasaban a su cuerpo.

Tristan quiso retractarse cuando comprendió por completo las intenciones de Ellis, y trató de retroceder unos pasos, pero el tirón en su brazo fue mucho más rápido adentrándolo por completo a la gran habitación. Había bastantes personas por obvias razones admirando cada lienzo que decoraban las grandes paredes color blanco hueso.

—Ellis...

—Bailemos.

—Soy dos pies izquierdos.

—No es pregunta, Tristan.

Y sin más, tomó ambas manos en un agarre estable y arrastró la punta de su pie hacia atrás para comenzar la balada.

Ni siquiera intentó resistirse o que la vergüenza lo bañara porque muchas personas lo vieran hacer su intento de baile. Nadie lo conocía y eso era una ventaja, aunque tomaría la reputación de «el chico que bailó en el museo junto a otro chico», eso no sonaba nada mal. Podía hacer algo bueno y que enriqueciera a sus ánimos. Aunque el fracaso con sus pies iba a ser seguro.

Ellis se rio por la rigidez del cuerpo de Tristan, dio un leve apretón en sus manos para que se relajara un poco.

—Estás más tieso que la palabra.

—Bailar no es lo mío —frunció el ceño tratando de imitar sus pasos—. ¿Alguna vez has visto a un becerrito recién nacido bailar?

—¿Qué?

Tristan elevó su mentón con mucho orgullo.

—Soy el vivo ejemplo.

Un gran problema que Ellis tenía es que su mente era muy gráfica. Así que la carcajada que nació de su alma no tardó en hacer presencia, importándole muy poco si fue muy ruidosa y que en el lugar se supone que haya silencio.

La armonía de Chopin - Nocturne Óp. 9 No. 2 continuaba reproduciéndose por todo lo largo de la habitación.

Ellis observaba de vez en cuando por encima de su hombre de reojo para asegurarse de no chocar con nadie. Poco a poco -realmente tomó tiempo- Tristan fue soltándose y la tensión que había en sus piernas fluyó, ayudando más al ojiazul para guiar sus pasos y moverse con más libertad entre los lienzos.

Las miradas curiosas no tardaron en posarse en aquellos dos chicos y lo adentrados que estaban entre la música y su baile. Nadie les llamó la atención, ni siquiera los de seguridad que se encontraban en ciertas esquinas, más bien las personas hacían espacio para dejar que sus cuerpos continuaran en movimiento.

Era algo nunca antes visto en el museo, ¿por qué dañar el momento?

«Hacia un lado y hacia el otro, hacia adelante y hacia atrás: como un vals».

Para las personas que se encontraban allí presenciando aquel momento era como ver las obras que colgaban de las paredes reflejadas en su baile. Los lienzos de esas mujeres, hombres y niños que estaban pintados con múltiples tonos de colores guiaban sus pasos a través de sus poses plasmadas entre cada pincelada.

Sus manos cambiaron rumbos, una de ellas se colocó en la cintura de cada uno y la otra era sostenida en el aire. Ellis al sentir a Tristan más liviano, se atrevió a girar sus cuerpos en una vuelta y al obtener una buena respuesta de los pies del ojiverde, la implementó en ese pequeño baile improvisado que nacía de las teclas de aquel piano.

Un chiquillo rubio de 7 años que acompañó a su madre al museo asomó su cabeza entre la gente buscando una pareja de baile. No tardó en localizar a una chica con dos trencitas que portaba un traje amarillo y que se movía en cortos disimulados pasos, queriendo sacudir su cuerpo también. Solo bastó una mirada para que su madre comprendiera y tras una afirmación de cabeza, caminó a pasos rápidos hacia ella. Nada de palabras, solo extendió su mano pidiéndolo cordialmente y con una sonrisa donde enseñaba sus dos dientes frontales faltantes. La chiquilla entrelazó su mano con la de él con mucha confianza y se unieron a la danza junto a Ellis y Tristan.

El rizado se aferró más al agarre de sus extremidades cuando aquella agradable sensación cálida invadió su pecho.

—Gracias, Ellis. De verdad.

Su vida iba tomando forma y color, también sentido a pesar de ser compleja.

Continuaron adentrados en la música moviendo sus cuerpos de un lado hacia otro, dando vueltas de vez en cuando y sosteniendo las manos del otro con delicadeza, como si fuera lo más preciado y no quisieran dañarlo. Ambos chicos tenían ese constante pensamiento latente en sus cabezas.

Para Ellis, solo quería meter a Tristan en una cajita de cristal y protegerlo para siempre.

Para Tristan, solo quería que Ellis permaneciera a su lado por toda una eternidad.

Ambos contenían sus deseos con el mismo sentimiento.

Y es que, en cada paso, en cada giro y en cada movimiento que daban, pintaban su lienzo en blanco.

Abandonaron la habitación sin soltar sus manos y aún con varias miradas encima de ellos. Eso era lo menos que importaba, la risa de Ellis cuando sus pies iban al compás o se enredaba en sí mismo solucionaba todo.

Tristan observó por encima de su hombro a la parejita pequeña que se les unió en la danza. Ambos chiquillos se despidieron de él agitando sus manos para luego darse la espalda y continuar con pasos inexpertos e improvisados su baile. Le había causado una sobredosis de ternura verlos tratar de seguirles el paso.

Siempre se consideró una persona de dos pies izquierdos, pero Ellis le hizo olvidar ese dato cuando acercó sus cuerpos y sus manos se unieron en un seguro agarre para luego nunca soltarse.

No negaba que la felicidad no cabía en su pecho.

Se sentía muy vivo.

Regresaron a la sección 28 y no fue opción tomar asiento en el banquito de madera para recomponerse.

Aún faltaban algunos minutos para partir del museo e ir por aquel delicioso chocolate caliente de la señora Maddie. Ya la mujer de mayor edad estaba acostumbrada a su constante visita cada domingo por la noche que cuando ellos llegaban al lugar y tomaban el mismo asiento de siempre, ya ella tenía sus dos tazas tibias listas para ser tomadas acompañadas de algunos snacks que solían variar. Esa rutina ya estaba habituada en su vida, no podía romper ese patrón y volver a su aburrida monotonía, era ya para él una ley.

Observar por unas horas obras de artes y hallarles cosas o significados nuevos, luego una taza de chocolate caliente con la compañía de la mejor persona.

—Ellis.

—T.

Sonrió. Ya no más pollito mojado.

Observó su mano reposar encima de su pierna y la tomó entre la suya para otorgar suaves caricias con su dedo índice. Creando figuras imaginarias sobre ella y deleitándose por lo suave que era su piel. ¿Cómo podía ser eso posible? Si quiera, ¿Ellis podía ser real? Tener su presencia era como estar entre un aura de tranquilidad: todo era tan melifluo que se sentía volar.

Delicado y suave; tan inimaginable.

—Si van Gogh viera tus ojos dejaría de admirar las estrellas porque ya habría visto todas las constelaciones en ti.

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