Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo XI: El holandés loco

Todas las casas del barrio donde vivía Ellis irradiaban el espíritu navideño por todos lados.

Largos cables de cientos de lucecitas les daban color a los aleros de los tejados y a los marcos de las ventanas, las coronas de garland que colgaban de las puertas eran decoradas por una delgada capa de nieve y varios bastones de caramelos artificiales les otorgaban un toque de rojos y blancos a los patios delanteros. Produciendo canciones navideñas nada más con las vibras que desprendían.

Estar caminando por allí le hizo recordar porqué amaba tanto esa época del año.

Los momentos familiares de calidad, las cenas tradicionales, esos postres que solo saben bien en ese mes, los suéteres navideños de extravagantes estampados, los colores por doquier y la ilusión de encontrar un regalo esperando por ti debajo del árbol.

Sacudió los copos de nieve que se acostaron sobre su cabello en el transcurso del viaje y trató de acomodar sus rizos torpemente. Había tardado más tiempo de lo normal para elegir qué ropa utilizar y, al final, recordó que, si no se ponía su acostumbrada ropa abrigada, iba a sufrir de frío. A pesar de, eligió su mejor camisa.

Detuvo sus pasos frente a la puerta del hogar de Ellis y presionó el timbre.

Se sentía algo nervioso por la reacción del ojiazul al ver su obsequio. El primero no tenía tanto significado como el segundo, bueno, lo tenía, pero para él ese segundo detalle era más especial; le iba a ayudar a expresarse.

Cuando pasaron tiempo en la biblioteca, solían escuchar música juntos mientras llenaban sus estómagos y en una de esas veces, se había reproducido cierta canción que nunca en su vida había llegado a escuchar. Recuerda haber dejado de masticar su sándwich y dirigir su atención hacia él. Pasó toda la canción perdido en su silueta y, cuando ya casi se iba del Centro Comercial, un letrero entre los grandes cristales avisaba que llegaron nuevos discos de Coldplay.

La puerta fue abierta de un tirón y una pequeña Grinch le dio la bienvenida con una inmensa sonrisa.

—¡Tristan!

Elisa no dudó en saltar a sus brazos y rodear su cuello en un agarre firme. El rizado por acto de reflejo abrazó su grácil cuerpo para que no se cayera y aceptó el afecto encantado.

—Oh, ¿arruinaras la navidad, pequeña ladroncita?

—¡Sí! —se acercó a su oído izquierdo y tapó su boca de costado para que nadie leyera sus labios—. Le robaré los dulces a Ellis. ¡Pero no le digas!

—Lo prometo, lo prometo.

Entró a la casa con la confianza que ya tenía y llegó hasta el pasillo con Elisa aun colgando de su cuello. Jay se percató de su presencia desde la cocina y se encaminó hacia él con una sincera sonrisa.

—Hola, cielo. Que lindo te ves hoy —lo ayudó con su hija y le dio un rápido abrazo, sonriendo con dulzura al ver como un ligero rubor se instaló en sus mejillas—. Ellis ya mismo baja. Se le han pegado las sábanas.

—Espero no llegar muy temprano.

—Para nada. Ven, vamos a la sala.

Emery y Emily estaban embobadas frente a la televisión viendo por enésima vez Home Alone. Ambas vestían uno de sus tantos famosos suéteres navideños. Ya se había acostumbrado a verlas todo el mes de diciembre así.

—Hola, Em's.

Las dos niñas giraron sus cabezas al mismo tiempo hacia su dirección y saltaron del sillón para abrazarlo por cada costado.

—Esto es para ustedes.

Dejó los regalos de Ellis a un lado, se colocó de cuclillas y les entregó la mediana caja de cartón.

—¿Para nosotras?

—Sí.

Tomaron con entusiasmo la caja y cuando abrieron la tapa exclamaron de felicidad al unísono, arrancándole una gran sonrisa.

—¡Bombas de chocolate!

—Eres el mejor, Tristan —Emery lo sacudió por el hombro izquierdo y Emily lo asfixió con un nuevo abrazo—. ¿Sabías que eras el mejor? ¡Eres el mejor!

—¡Pon a calentar la leche, mamá! —y sin más, desaparecieron ambas de la sala.

Volvió a centrar su atención a Elisa, que esperaba pacientemente para aferrarse de nuevo a su torso.

Sacó del interior de su abrigo a Elif y se la tendió.

—Gracias por prestarme tu amuleto de la suerte, Eli. Me ayudó mucho.

Una gran sonrisa se expandió por todo su rostro al obtener de vuelta su peluche favorito y corrió a su habitación para guardarlo.

Tomó asiento en el cómodo sofá y un peludo cachorrito apareció entre sus pies. Clifford vestía cuatro medias rojas que simulaban las botas de Santa Claus y caminaba cómicamente, casi dando brinquitos por la rara textura es su huella.

Llevó sus dedos a la parte trasera de su oreja y lo acarició por un rato en la espera. Verificó por segunda vez si tenía algún mensaje de su padre, pero nada. No regresó a la casa luego de irse y, aunque estuvo en vela toda la noche, nunca vio la puerta principal abrirse. A pesar de lo que le había hecho ayer, le compró unas galletas navideñas en la cafetería de Maddie y se las dejó encima de la mesa del comedor.

De todas las discusiones, esa fue la primera vez que lo llegó a golpear y no sabía qué era peor, si las palabras hirientes que siempre le decía o el dolor físico. Sabía que era una jugada de su mente, pero aun podía sentir el ardor en su pómulo.

—Viniste.

Toda su angustia quedó en el pasado al admirar el adormilado rostro de Ellis. La ilusión en su voz fue directo a su corazón y las yemas de sus dedos picaron de ganas por borrar las marcas de la almohada que estaba en su mejilla izquierda.

El azul de sus ojos nunca se había visto tan vivo.

—No me perdería este día por nada en el mundo.

Dio dos palmadas sobre el sillón, invitándolo a tomar asiento a su lado. Ellis no tardó en hacerlo y dejó caer su cuerpo sobre el cómodo cojín sin ningún cuidado, provocando que sus hombros se pegaran.

—Felices 17 a mi británico loco.

Depositó ambos regalos sobre su regazo y lo observó con devoción, no queriendo perderse ninguna expresión.

—No tenías que gastar dinero. Con tenerte aquí me bastaba.

—Es lo menos que puedo hacer.

El papel que envolvía la caja más grande y la cobertura transparente del CD fue a parar al suelo en un abrir y cerrar de ojos. Rasgaba el papel decorativo con regocijo, como si su niño interior nunca hubiese muerto.

Hubo un momento de silencio y una expresión boquiabierta por su parte antes de que estallara de alegría.

Los creadores de la familia Haddock elevaron sus vistas por el repentino grito que lanzó su hijo, pero lo único que lograron observar fue el celaje del cuerpo de Tristan cayéndose hacia atrás cuando Ellis se arrojó sobre él.

—Eres mi persona amarilla, Ellis. Siempre lo serás.

Se aferró a su cuerpo y hundió su nariz en su cabello; sin querer soltarlo, sin querer separarse.

—Gracias por insultar a van Gogh aquella vez, gracias por dejarme entrar a tu vida. Me haces muy feliz. Te quiero, Tristan.

Se quedó sin aliento y con un corazón que se le quería salir por la boca. Ellis trató de romper el abrazo para poder mirarlo, pero no lo dejó, rodeó su torso con un poco más de fuerza impidiéndole de cualquier manera que fuera testigo de sus orbes cristalizadas.

—Haberte encontrado cuando no buscaba nada fue lo más lindo que me pudo pasar.

El ojiazul se removió entre sus brazos hasta que logró tener una clara visión de su rostro. Tristan realmente dudó si estaba en el cielo o en la tierra cuando sus piedras preciosas se cruzaron en el camino.

Sus suaves pulgares retiraron el rastro de la lágrima rebelde que se decidió escapar y cerró los ojos para disfrutar más del tacto.

Aunque no duró mucho el momento cuando fueron interrumpidos por un indignado jadeo.

—Aléjate de regalo, Ellis.

Elisa miraba a su hermano con el ceño muy fruncido, las mejillas infladas y de brazos cruzados.

—¿Disculpa?

—Tu regalo es ese —señaló hacia el LEGO y el CD—. Tristan es mi regalo. Aléjate.

—¿Y si no lo hago qué?

La chiquilla se debatió por unos segundos y luego alzó el mentón con superioridad.

—Le diré a mamá que eres un traficante de drogas.

Ambos chicos la observaron atónitos y tuvieron que batallar seriamente para no romper en carcajadas.

—Que pequeña mierdecilla eres. Ven acá.

Elisa salió corriendo por su vida y Ellis se le fue detrás.

Se reincorporó de nuevo sobre el sillón y aprovechó ese momento para tomar el disco entre sus manos y contemplar la portada.

Sin duda, él hacía brillar sus días. Era su persona favorita y hacía mejorar su humor con tan solo su presencia. Ellis era el verdadero significado de «en las buenas, en las malas y en las que no puedes ni contigo mismo».

El ojiazul regresó tiempo después con una sonrisa inocente. Le dio una mirada entrecerrada y se giró hacia atrás, llevándose la sorpresa de que había subido a Elisa encima de la nevera.

—Estará entretenida comiendo cereal, papá la bajará ya mismo —le restó importancia y tomó sus obsequios—. ¿Podemos montarlo y escuchar la canción en lo que?

Asintió al instante y se encaminaron hacia la mesa del comedor.

Abrieron la caja y esparcieron las transparentes bolsas con cientos de piezas amarillas, azules, blancas y verdes. Las instrucciones fueron a parar en las manos de Tristan y este dirigía los movimientos de Ellis. Las gemelas llegaron al rato con unas humeantes tazas de leche caliente y dejaron caer las bombas de chocolates, fascinadas por como revelaba los malvaviscos y el confeti comestible. Jay y Mark les llevaron sus respectivas tazas junto a unas galletas de jengibre que habían hecho Emery y Emily la noche anterior, sabían que pasarían la mayor parte del tiempo montando la réplica de La noche estrellada.

El padre del ojiazul se enfrascó en una conversación con el rizado de la Teoría de las ideas de Platón. Ellis no entendió en ningún momento la diferencia del Mundo Sensible y el Mundo Inteligible, pero le encantaba escuchar a Tristan hablar de algo que le gustaba mucho.

Compartieron audífonos para escuchar la música y rozaron múltiples veces sus manos cada que iban a tomar una pieza. Accidentalmente con toda la intención.

Luego de un extenso rato, los demás decidieron abandonar la mesa para darles privacidad y arrastraron a sus hijas hacia la sala para continuar viendo la película de por la mañana.

Ellis estaba totalmente absorto montando la estructura.

Su historia había comenzado sin ni siquiera haberla planeado...

—¡Salió el Sol! ¡Vamos, vamos!

La casa se convirtió en un torbellino de la nada. Las tres niñas salieron disparadas hacia sus habitaciones y bajaron las escaleras de dos en dos con un abrigo extra cubriendo sus cuerpos, escabulléndose hacia el patio trasero.

Se quedó tieso en su lugar sin comprender nada.

—Con mis hermanas tenemos una costumbre de salir a jugar con la nieve cuando el Sol llega a su punto más alto.

—¿Y por qué todavía estás aquí?

—¿Quieres ir?

—Aceptaré cualquier plan que implique que tú estés.

Ellis lo ayudó a levantarse de su asiento, dejando las cientos de piezas a un lado, y corrió al perchero que estaba al lado de la entrada para buscar sus abrigos.

Dos bolas de nieve impactaron sus abdómenes cuando salieron al exterior y las carcajadas de las gemelas no tardaron en hacer presencia. Tenían una pequeña montañita con varias granadas a su costado, listas para la batalla. Elisa por su parte estaba acostada agitando sus brazos y piernas, creando angelitos. Todavía continuaba con su conjunto verde, no había nadie que la convenciera para que se lo quitara. Ellis se agachó para coger una gran cantidad de nieve y hacer de ésta una bola con apresurados movimientos. Tristan imitó su acción y pronto el patio se convirtió en un área de combate.

Clifford llegó un tiempo después, defendiendo a Elisa cuando algunos lanzamientos aterrizaban sobre ella. Pero no se quedó atrás, porque en una ella se subió a la espalda de su hermano para que las gemelas lo atacaran sin piedad.

—Tú, pollito mojado, ¡ayúdame!

Elisa resbaló de su espalda y salió corriendo para resguardarse de ambos chicos.

—¿Qué has dicho?

Soltó la montañita de nieve esparcida que tenía en sus manos y fue detrás de Ellis. El susodicho liberó unas cuantas risas al lograr su objetivo y comenzó a mover sus pies con la mayor velocidad que podía en un intento de escapar.

El ojiverde llegó a atraparlo por su torso justo a tiempo cuando la nieve bajo sus tenis lo hizo resbalar y ambos cayeron al suelo. Tristan actuó rápido y colocó sus dos manos a cada costado del rostro de Ellis para evitar que escapara de nuevo.

—¿Cómo me has llamado?

Pollito mojado, pollito mojado, pollito mojado...

Una estruendosa carcajada brotó de su garganta cuando Tristan atacó sus costillas. Sus dedos cubiertos por los guantes se enterraron en su torso sin llegar a lastimarlo, pero sí atacando sus áreas más sensibles.

—Retráctate.

—N-no.

Lo torturó con las cosquillas por un rato más y sus risas se hicieron más fuertes.

—¿Te vas a retractar?

Trató de mantener su decisión firme, pero no pudo resistirse por mucho tiempo. Se estaba riendo, no tenía aire, le dolía su caja torácica y ver el rostro de su chico desde ese punto de vista valía una mina llena de oro. Quería disfrutar de ello con tranquilidad; quería sostener sus rizos hacia atrás para poder idolatrar sus mejillas sonrojadas por el frío.

—¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Es Tristan!

Las grandes manos abandonaron su estómago y tomó una desesperada bocada de aire. Los lacios mechones castaños de su flequillo se encontraban desordenados, apuntando hacia todos lados.

Ellis era una gran persona para sentarse y admirar por como es.

Y es que allí, entre aquel frígido clima, se sentía cálido teniendo el cuerpo del ojiazul cerca del suyo. Fue allí mismo en donde se dio cuenta de la enseñanza que obtuvo y que estaría profundamente agradecido porque aprendió la importancia de las pequeñas cosas, aunque le costó mucho, pero lo logró. Comprendió que una actitud puede cambiarlo todo, acabarlo todo o iniciar algo. Y, en adicción, esa cicatriz que lo marcó de por vida solo lo estaba transformando en alguien mejor, en alguien mucho mejor.

Le hubiese gustado saber desde mucho antes que debería darse a él mismo todas las oportunidades que le da a los demás.

Y todo el crédito se lo llevaba ese chico fanático de un neerlandés. Porque si no hubiese sido por él, estaría en el mismo lugar que estaba hace meses.

Fue consciente de la conexión que tuvieron desde una simple conversación, en aquel primer abrazo y en cada mirada. Nunca fue cuestión de tiempo. El cielo no siempre estaba arriba, a veces está en esas personas que te hacen sentir como en casa, en las manos que lo cuidaban y en las muestras de afecto que te dan paz.

—Te quiero, Ellis.

¿Lo mejor? Que era mutuo.

Detuvieron el juego luego de casi media hora, cuando sus brazos y sus agitadas respiraciones ya no daban para más. Emery y Emily fingieron desangrarse, levantando bandera blanca.

Se sentaron exhaustos en la blanquecina grama y optaron por crear muñecos de nieve. Elisa buscó por todo el lugar finas ramas y pequeñas piedras para darle forma al señor frío.

A Tristan se le ocurrió hacer su obra maestra de cabezas porque así Ellis ponía su mundo, pero él no tenía que enterarse de eso aún.

Jay se encontraba recostada del marco de la puerta con la cámara polaroid en sus manos. Mark la abrazaba por la cintura y sostenía las múltiples fotos que le tiraba a los chicos.

༄ ༄ ༄

Los joggers deportivos de Ellis color negro se adquirieron a su cuerpo con facilidad, como anillo al dedo. Tomó el borde de sus medias blancas y las estiró un poco más hacia arriba, cubriendo una corta parte del pantalón, así como él los solía usar para el museo. Al inicio no le hizo sentido hasta que lo intentó para la escuela un día, y eso fue una bendición, porque no sintió la necesidad de arreglar las patillas de sus pantalones en ningún momento porque las medias hacían ese trabajo.

Su húmedo pantalón fue a parar al cesto de ropa del cumpleañero y se observó por última vez en el espejo. Luego de permanecer por más de una hora afuera, las prendas inferiores de cada uno de ellos terminaron con nieve derretida, viéndose en la obligación de retirarlas antes de que pillaran algún resfriado.

Ellis fue el primero en abandonarlos y subir las escaleras como alma que lleva el Diablo porque su habitación estaba hecha un desastre y no permitiría que Tristan se llevara esa impresión de él. Parecía que por su cama había pasado un huracán, encima de las sábanas revueltas había varias camisas que dejaban en evidencia la espontánea crisis que sufrió por la mañana al no saber qué ropa ponerse y en el suelo se encontraba una de sus almohadas por su mal dormir.

Organizó todo en tiempo récord y para cuando Tristan cruzó la puerta, él se encontraba buscándole unos pantalones de repuesto.

Reveló su figura al abrir la puerta y caminó hacia la cama con sus Converse en la mano, Ellis también estaba solo en medias.

—Hola, tú.

El susodicho retiró su antebrazo del rostro, dándole una sonrisa de boca cerrada y haciéndose a un lado para que él se pudiese acostar también.

Tristan rio por la lentitud de sus movimientos, ambos estaban algo cansados luego de jugar por mucho rato, pero Ellis era muy dramático a veces.

—Hola, tú.

Colocó sus tenis a un lado de la cama y dejó caer su cuerpo hacia atrás, presionando su espalda contra el suave y cómodo colchón.

—¿Cómo lo has estado pasando?

Ellis arrastró su cuerpo hacia él con unos no muy disimulados movimientos, Tristan estiró su brazo derecho y lo pasó por sus hombros para que pudiese reposar sobre el su cabeza.

—No he dejado de sonreír en ningún momento, ¿eso contesta a tu pregunta?

—Gracias por haberme invitado.

Su cabello le hizo cosquilla en su nariz cuando giró un poco su rostro para mirarlo mejor. Algunos de sus mechones permanecían levemente rociados con los copos de nieves ahora transformados en agua por la calefacción, aun así, su aroma al aceite de argán continuaba endeble.

—Se supone que no te ibas a enterar de esa forma. Tenía algo planeado, las horas frente al espejo no fueron en vano.

—No pasa nada, ¿sí? Lo que importa es que estoy aquí. Elisa solo... aligeró el proceso.

Ellis continuaba algo rencoroso con su hermana.

—Si, pero no quería verme egoísta. Hoy también es Noche Buena. No sabía si tenías planes con tu padre.

La mención de su progenitor le hizo recordar volver a verificar su teléfono a ver si tenía algún mensaje, alguna llamada o alguna señal de que se preocupaba porque no estaba en la casa. La pantalla principal se encendió revelando la cotidiana foto color negra predeterminada de fondo y sin ninguna nueva notificación.

—¿Está... todo bien?

Fue inevitable sentir como una ola de decepción lo arropó. Todavía creía en él...

Depositó el artefacto sobre la mesita de noche de Ellis algo distraído y permaneció en silencio por unos largos segundos perdiéndose en la pintura del techo.

—Ayer las cosas se salieron un poco de control. Sobrepasaron los límites.

No iba a contarle lo que sucedió, no quería amargar su día con tal revelación. El ojiazul en su lugar simplemente asintió sin esperar más detalles. Cerró los ojos dejándose llevar por el atrayente perfume de él y pasó su brazo libre por su abdomen; con suma familiaridad, con suma confianza.

—¿Pero tú estás bien?

—Estoy contigo, sí.

A Tristan se le hizo imposible retirar sus orbes de la extremidad que lo rodeaba y quiso permanecer así por siempre.

—Ellis...

—¿Hmm?

—¿Puedes... puedes jurarme algo?

El chico a su lado levantó su rostro del pecho y lo observó, apoyando su barbilla donde antes estaba su cabeza.

—Lo que sea.

—Yo confío en ti. Realmente lo hago, pero... ¿podrías jurarme que no tendré que arrepentirme de haberte dejado conocer mi corazón?

La boca de Ellis dejó de producir saliva en un golpe en seco. Se tomó unos segundos para comprenderlo, unos segundos que le generaron pizcas de ansiedad a Tristan. Pronunciar un miedo nunca es fácil y calmarlo es peor aún, pero ahí estaba, tomando acción. Las sábanas se desordenaron un poco cuando decidió sentarse para tener una conversación afectiva con el rizado.

—Para mí ha sido un honor tener el privilegio de haber podido entrar aquí —posó su mano en el lugar exacto donde las palpitaciones de su órgano se sentían con más fuerza—. Si necesitas que te lo jure, lo haré. Si necesitas que te lo recuerdo a diario, lo haré. Pero también debes saber que tú estás aquí —con su mano libre tomó su muñeca y presionó la palma en su pecho, ambos podían sentir los dos corazones latir de manera sincronizada—. De hecho, la tinta negra de tu nombre resalta con grandeza en la hoja blanca; eres el primero en la lista y espero que seas el único.

El ojiverde imitó su acción, recostándose de la cabecera, sin despegar su mano de la fuente de la vida.

—Lo cuidaré como lo más apreciado, lo prometo. Sé que también esto es de importancia para ti, nunca he dejado que nadie entre de la misma forma en que lo has hecho tú, eres el primero también. Gracias por permitirme descubrir algo tan bonito.

Ellis sonrió cuando el famoso aleteo hizo su entrada triunfar en su estómago. Lo sabía. Él era el indicado.

—Podría decirte tantas cosas, pero si te fijas en la forma en que te miro, ya deberías saberlo todo.

—Lo sé. Por eso estoy enamorado de tus ojos.

Tristan se contagió de su sonrisa y se sintió un poco apenado al ser consciente que él podía notar su cambio repentido, vamos, su corazón quería salirse de su pecho y estaba siendo espectador de ello en primera fila. Retiró su mano del pecho de Ellis casi sin querer hacerlo y lo rodeó con ambos brazos, adorando la manera en que encajaban perfectamente juntos.

Su abuelo siempre le decía que, si se iba a enamorar de alguien, que se enamorara de sus ojos porque ellos no envejecen y eso significaba que amarías a esa persona por siempre.

¿Y cómo no hacerlo?

Eran dos piedras preciosas que te cautivaban con sus cristalinos destellos.

Volvieron a retomar sus lugares acostados en la cama para estar más cómodos. Tristan, por su parte, pudo respirar con tranquilidad allí entre los brazos de su chico favorito.

Disfrutando la cercanía del otro en silencio.

¿Tu mamá no dijo que bajáramos una vez hayamos terminado de cambiar nuestras ropas?

—Shhh —Ellis ludió su rostro contra la camisa de él, como si quisiera fusionarse—. Déjame disfrutarte un rato sin que mis hermanas estén siempre detrás de ti.

—¿Pero no eras tú quien le decía a Emery que debe compartir?

Su mano libre viajó con gracia y dejó varias muestras de afecto sobre su cabello. Usualmente hacía eso cuando él estaba durmiendo, Ellis no tenía ni idea de que había una partecita dentro del alma de Tristan que adoraba expresar su amor. Solía suprimirla y evitar que ésta lo expusiera, pero cuando se trataba de él...

—Contigo no aplica. Ella estaba comiendo mis dulces favoritos, tenía que conseguir unos pocos.

Ambos realmente querían continuar así por más tiempo, juntos y abrazados, pero pronto requirieron sus presencias en el primer piso para cenar.

Ellis se trepó en su cama para poder escalar por la espalda de Tristan y que este lo llevó hasta el comedor cargándolo. No hace días atrás le comentó lo mucho que le gustaba cuando niño subirse a las espaldas de sus padres y él, como un buen compañero de vida, se ofreció a cargarlo cada que quisiese.

—¿Dónde te quieres sentar?

—A tu lado.

Tomaron asiento en las mismas sillas que usaron por la mañana y Jay les entregó sus platos, Mark apareció luego con sus bebidas.

—Pollo relleno de mozzarella, envuelto en jamón de parma y, como acompañante, puré de papa —Ellis señalaba cada alimento con el tenedor y cuando culminó su presentación, se lo entregó—. Es mi platillo favorito.

El cuchillo bailó entre sus dedos hasta tomarlo de la manera correcta y poder cortar un pedazo de la carne.

—La porción es reducida porque tienes que conservar espacio para el postre, pero si te gusta, puedo guardar en un envase un poco para ti. ¿Te parece?

El sabor de la comida no tardó en esparcirse por sus papilas gustativas, sintiendo la entrada al paraíso.

—Está muy bueno —habló con sus mejillas infladas—. Me encantaría tener un poco más para después.

El calor familiar comenzó a florecer cuando todos se encontraban cenando, bebiendo y charlando entre triviales conversaciones. Jay no desaprovechó el momento para contarle a Tristan algunos atesorados recuerdos de Ellis cuando era un pequeño renacuajo. Provocando que su hijo a veces quisiera ahogarse con el jamón o el pollo y allí morir de la vergüenza.

El rizado nunca se había sentido tan integrado en un lugar en tan poco tiempo y tuvo que luchar varias veces consigo mismo para evitar liberar las lágrimas que tocaban insistentes detrás de sus ojos pidiendo permiso para salir.

Mark en cierto momento de la cena abrió un pequeño espacio para manifestar lo agradecido que se sentía por tener a su familia cada día a su lado y besó con cariño los labios de su esposa por haberle dado cuatro hermosos hijos de sangre y uno de corazón. Elisa se tapó sus ojitos ante la acción de sus padres y Ellis recostó su cabeza sobre su hombro observando a sus creadores con gran admiración, deseaba tener una relación como la de sus padres.

Él, por su parte, había captado muy bien las últimas palabras de Mark y podía apostar que su sistema límbico ese día era un remolino de emociones.

Estaba puramente intoxicado de serotonina.

Sus platos se fueron vaciando a medida que el tiempo pasaba y sus estómagos no podían estar más complacidos. No fue hasta que Ellis liberó sus dos manos que vio vía libre y escabulló una de las suyas por debajo del mantel. Se la estaba jugando, lo sabía, pero quien no apuesta no gana, ¿no? Con torpes golpes la buscó entre su regazo y enredó con facilidad sus dedos. A él aún le quedaba unos cuantos bocados de su puré de papa así que continuó comiendo con la mayor tranquilidad posible, desconociendo por completo la sorpresa interna que estaba atravesando el chico a su lado.

—¿Qué planes tienes para mañana? —preguntó Jay atrayendo su atención.

—Ehh... nada, creo.

Iba a ser su primera navidad sin su madre.

—Tristan, amor, ¿deseas quedarte a dormir?

—Gracias por la invitación, pero declino. No creo que lo correcto sea dejar solo a mi papá el día de mañana.

—Aun así, puedes venir a visitarnos, aunque sea un rato, ¿verdad mamá? ¿papá? —las gemelas observaron a sus padres en busca de una aprobación.

—Claro —Mark asintió al instante—. Puedes invitar a tu padre también.

—Gracias. Lo tendré en cuenta.

A todas estas, sus manos nunca se soltaron.

༄ ༄ ༄

Todas las luces del primer piso se encontraban apagadas, solo siendo alumbrados por la tenue luz que irradiaban las delgadas velas que modelaban sobre el bizcocho.

Las tres niñas coreaban animadamente la habitual canción de cumpleaños hasta llegar al final y estallar en aplausos. Por su parte, colocó dos de sus dedos dentro de su boca y silbó con ganas, arrancándole una risa a Elisa al asustarla.

—¿Puedes tirarnos una foto? —Mark le tendió la cámara.

—Claro.

Toda la familia Haddock se aglomeró detrás de Ellis y luego de una cuenta hasta el número tres, presionó el botón y el flash cegó a todos.

—¿Puedo tener una foto con Tristan?

—Por supuesto. Ni siquiera tienes que preguntarlo.

Jay tomó la cámara instantánea en sus manos y se colocó frente a ellos.

Tristan aprovechó el descuido del ojiazul, que estaba muy ocupado sonriendo, para tomar un poco del frosting con su dedo y embarrar su mejilla. La foto capturó el momento exacto en donde la boca de Ellis se abría con impresión y Tristan tenía una sonrisa juguetona.

La pequeña obra culinaria de las gemelas fue llevada a la cocina para poder pasar a la siguiente tradición. Todos se encargaron de despejar la mesa del comedor por completo para diseñar sus casas de jengibre.

—Soy mayor.

Ellis lo codeó cuando pasó por su lado y dejó los pequeños platos circulares con el confeti comestible sobre la mesa.

—No por mucho. En dos meses cumplo mis 17 años.

—¿En febrero?

—Si.

—Numerito.

—¿Qué?

—El numerito. ¿Qué día cumples?

—El uno.

—Y me lo dices hasta ahora.

Tristan se encogió de hombro, le daba igual su cumpleaños.

—No es de importancia...

Recibió un golpe en su hombro.

—Claro que lo es.

—No Ellis, en serio-...

Elisa apareció con las mangas de crema batida y se las entregó.

—¿Qué quieres pedir de regalo para tu cumpleaños?

Su inocencia...

—Nada. No me gusta pedir regalos.

"...porque la última vez me costó dos vidas."

Ellis fue espectador principal de cómo sus hombros se tensaban. Su cabeza se convirtió en un rompecabeza, uniendo todas las piezas que tenía hasta ahora y no tardó en comprender su repentino cambio de ánimo.

—Mamá te está llamando, Eli. Ve y busca las cosas que faltan.

La chiquilla desapareció del comedor sin dudarlo, había muchos colores llamativos en la cocina.

—Ven. Te tengo una sorpresa.

Tomó su mano y tiró de ella, sacándolo de allí para que pudiera respirar. Tristan agradeció internamente por ello, lo menos que necesitaba era entrar en ese estado de levitación que lo dejaba pensando en todo y en nada a la misma vez.

Lo llevó hasta la sala, justo al frente de la chimenea.

—¿Ves algo diferente?

Las palmas de sus manos comenzaban a sudar frío por los nervios y por algo de inseguridad. No estaba muy seguro si la reacción iba a ser positiva, es decir, tal vez era un gesto pequeño, pero contenía un gran valor. Él solo quería demostrarle que, a pesar de todo, estaba ahí y continuaría ahí.

El rizado observó con concentración toda la estructura de la fuente de calor, tratando de hallar la nueva intrusión de la que hablaba. La decoración navideña continuaba en la misma posición, todavía seguían siendo tres marcos de las fotos familiares y las medias de los seis miembros de la casa permanecían colgando...

Alto.

Ya no había seis, había siete.

—Ellis...

La bota de Santa Claus con su inicial bordada le hacía compañía a todas las E's y a la de Clifford.

Él estaba allí.

—Este es tu hogar también, Tristan.

Un sollozo en seco despertó todos sus sentidos de alertas, pero antes de que pudiera reaccionar ya su rostro se encontraba contra el pecho del ojiverde. Le tomó medio segundo comprender lo que sucedía, sin embargo, no dudó en respirar hondo y embriagarse con su fragancia. Sus almas se abrazaron allí junto a ellos, entrelazándose y creándose una sola.

—Es tu cumpleaños. El que recibe regalos y sorpresas eres tú, no yo.

—Tú eres parte de mí.

Tristan batalló con la densa descarga de emociones que corrían a gran velocidad por todo su cuerpo. Se despegó tan solo un poco para poder mirarlo a los ojos y Ellis hizo lo mismo.

—No quiero imaginar una vida sin ti —susurró.

Sus rostros estaban cerca, no mucho, pero si lo suficientes para hacer del momento uno íntimo y únicamente de ellos.

—Entonces no la imagines. Solo... hagámosla, juntos.

Unas sonrisas genuinas nacieron en sus labios. Sus pensamientos se conectaron y las palabras pasaron a segundo plano, era todo lo que necesitaban el uno para el otro.

—¡Mamá, papá! ¡Nuestros ojos! ¡Ellis y Tristan quieren compartir saliva!

El bochorno hizo su entrada súbitamente y se separaron de golpe ante las exclamaciones de las gemelas.

—¿Y por qué los miran? Tápense los ojos.

Mark apareció por el pasillo con una expresión divertida y trabó la visión de sus hijas con sus manos. Las pobres niñas se detuvieron de golpe en el pasillo al ver a su hermano muy cerca de Tristan, sus quijadas y sus orbes casi caen al suelo ante la escena que presenciaron.

Ambos chicos sintieron altas necesidades de explicar que no era así, pero nada salió de sus bocas.

Jay apareció unos minutos luego con la misma expresión que su esposo y su hijo no supo con claridad cómo tomársela, sabía de antemano que más tarde iban a tener una larga conversación. Balanceó en el aire las casas de jengibre que tenía en cada mano y les hizo un ademán con la cabeza para que se unieran al comedor.

Ninguno de los dos parecía poder moverse, pero con la mayor dignidad del mundo, Ellis tomó su brazo y los llevó con el resto de la familia.

La mesa estaba repleta de múltiples accesorios de repostería, creando que sus fosas nasales se llenaran del dulce aroma. Los dos adultos hacían un equipo, las tres niñas otro y ellos dos otro; cada uno de ellos tenían su propia área de trabajo y estaba prohibido mirar hacia el lado. Todo debía ser pura creatividad e imaginación.

La noche ya había caído sobre ellos y a través del ventanal que daba vista hacia afuera se podía observar la felicidad que inundaba aquella casa. Las sonrisas, las caras de concentración, algunas travesuras donde se ponían un poco de crema batida en sus rostros y las risas.

El lazo familiar de los Haddock parecía ser inquebrantable, un lugar que solo brindaba grandes cantidades de amor.

Tristan colocó todo su empeño en adornar con excelencia las dos galletas que simulaban el techo, dejando que Ellis se encargara de las paredes y luego harían juntos la parte delantera. Algunas gomitas fueron a parar en su boca sin poder evitarlo y esparció con una inaudita habilidad la sustancia blanca previniendo que no se derritiera en lo que continuaba con los otros diseños.

Recostó su espalda por un rato en la silla y bebió de su botella de agua, disfrutando de la apacible música que las gemelas colocaron. Era entretenido, pero esos detalles minuciosos agotaban su mano.

Ellis asomaba la punta de su lengua entre sus delgados labios para poder bordear sus iniciales arriba de la diminuta puerta sin fallar en el intento. Su casita tenía tonos azules, verdes, rojos y blancos; dos pequeños muñecos de nieve hechos de esponjosos malvaviscos representaron a los dueños de ese lugar y Tristan se esforzó para hacer una de las tantas obras de Vincent van Gogh en una galleta cuadrada que sería sostenida por ambos muñecos.

La verdad es que solo era un cuadrito lleno de finas tiras tratando de imitar el postimpresionismo, pero para Ellis fue algo fuera de este mundo y que hizo descontrolar su corazón.

—Ahora tienes que morderla.

Miró con el ceño fruncido al ojiazul ante la indicación.

—¿Morderla? ¿Por qué? Quedó muy linda.

—¡Es tradición! ¡Tienes que morderla por el techo! —le respondió Emery desde la otra esquina de la mesa, muy eufórica.

Dirigió su vista al techo e hizo una mueca. Se había demorado mucho como para estropearlo...

—Voy a ensuciarme todo el rostro.

—¡Esa es la idea! —Emily daba saltos de emoción.

Jay comenzó una cuenta regresiva hasta tres, casi sin dejarlo procesar lo que iban a hacer.

Ellis pasó su brazo por su hombro y lo atrajo hacia la casita. Sus mejillas se rozaron varias veces en el proceso y dio su bocado más grande.

Las risas ahogadas no tardaron en hacer presencia al ver los rostros de cada uno pintados con la crema batida y los confetis comestibles pegados en sus rostros. La carita de Elisa estaba repleta de dulces y lo único visible eran sus ojos y los orificios de su tierna nariz. Mark se movió rápido y posicionó la polaroid que había estado captando cada momento del día en una de las tablas decorativas que estaban en la pared; todos se aglomeraron frente a la cámara para hacer la foto.

Ambos chicos pegaron los laterales de sus rostros con el del otro y sonrieron con el alma. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro