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Capítulo VIII: Sanando bonito

En la vida existen tres pasos para poder sanar:

1. Aceptar la herida y admitir que duele.

2. Rendirte.

3. Perdonar.

El primer paso es el más que cuesta. Nos resguardamos bajo una máscara donde fingimos que todo está bien. Nos ponemos en una posición donde nuestra propia mente es el peor de los enemigos al que te puedes enfrentar cuando estás en situaciones vulnerables. Es como estar entre la espada y la pared; si das un paso hacia adelante te toparás con personas que les restan importancia a las heridas, clavando el filo de la daga directamente en el centro de tu pecho, por ende, preferimos permanecer quietos y no dar ningún paso para no salir más lastimados de lo que ya estamos.

Pero, ¿eso es lo que queremos? ¿Quedarnos en el mismo lugar?

Se trata de una transición interna. No es necesario tener que revelarle nuestro dolor a una persona, sino más bien, nosotros mismos reconocer y ser conscientes que a veces hay momentos en donde está bien rendirse para poder tomar un respiro. Y eso no te hace menos fuerte o incapaz de superar las cosas, al contrario, te hace valiente y deberías sentirte orgulloso por ello.

Hay algunos que ganan las batallas solos y otros con ayuda de alguien muy especial, sin embargo, hay unos que se enfrentan a ellas totalmente indefensos hasta llegar a ganarlas y otros en donde no le dan más lucha, caen de rodillas y buscan ayuda por su propia cuenta.

Lo que no decimos se nos acumula en el cuerpo y se convierte en insomnio, en nudos de gargantas, en nostalgia, en dudas. Lo que no decimos no se muere, más bien nos mata.

Deberíamos aprender a dejar nuestro orgullo a un lado y aceptar que somos humanos, que todos reímos y lloramos por igual, que nadie es menos y que nadie es más que nosotros.

El tercer paso es ese al que muchos le huyen. Solemos vivir bajo una bruma de rencor y dolor, ¿y sabes qué? es válido, pero en su momento. Cuando el corte está recién hecho nos alejamos, cambiamos, nos protegemos y, con ello, vienen los juramentos internos. Esos en donde estableces límites para no caer en lo mismo. Todo el mundo se da cuenta si cambias el color de tu cabello, te perforas o inyectas tinta en tu piel, pero nadie se da cuenta de cómo la luz de tus ojos se va apagando. Esto trae de la mano esas famosas acusaciones de que ya no somos los mismos y las comparaciones de quienes éramos en el pasado. La venganza siempre está sentada sobre tu hombro izquierdo, lista para jugársela y traerte satisfacción. Pero, ¿no es mejor demostrar que podemos ser mejores personas? El cargo de consciencia y el remordimiento pesa más que hacer lo mismo que te hicieron a ti.

Perdonar nunca es fácil, independientemente cuál sea el motivo, es algo que no todos pueden hacerlo, pero se puede intentar. Es un paso importantísimo para conseguir nuestra propia paz. No tenemos que verbalizarlo o decírselo directamente a las personas que nos hicieron daño, porque está este erróneo estigma de que, si perdonas, le das vía libre para que vuelvan a hacerlo o sino actúan como si no hubiesen hecho nada malo. El perdón es algo muy íntimo y solo nosotros sabemos por qué lo otorgamos. Y así debería permanecer, solo con nosotros.

El más profundo acto de sanar, es hablar. El más profundo acto de ayudar, es escuchar.

¿Queremos avanzar? Entonces termina ese anillo de circunvalación que te mantiene dando vueltas en el mismo lugar.

—¿Por qué tu obra favorita es La noche estrellada?

Ellis llevó sus orbes hacia Tristan al instante. Las emociones se dispararon por todo su cuerpo, produciendo ese tan conocido cosquilleo en la boca de su estómago y en la punta de los dedos de su mano. Le había hecho su pregunta favorita; esa que tiene cientos de posibles respuestas, pero una misma finalidad. La tira de sus comisuras tomó vida propia antes de que pudiera ser consciente de ello, transformando sus labios en una sonrisa sempiterna.

—Es decir, le hayas hermosura a una obra que refleja dolor, desesperación, angustia y el deseo de encontrar una luz donde no la hay —el rizado observó con determinación el lienzo por enésima vez. En su cabeza se producía un pequeño dilema, ¿cómo era posible que hubiera tanto en ella?

—De eso se trata, Tristan. Puedes encontrar hermosura hasta en lo más doloroso.

El susodicho permaneció callado cuando su propia pregunta azotó fuerte contra su rostro.

¿Entonces él también era capaz de tener preciosidad?

Hay muchas maneras de ver esta obra, ¿de acuerdo? Tú la vez de esa forma, pero yo la veo como una manera de liberación —se colocó a su lado, rozando sus hombros accidentalmente—. Vincent cuando pintó este lienzo estaba encerrado en el manicomio de Saint Rémy de Provence. Estaba solo, no tenía acceso directo a la naturaleza, lo tachaban de loco y nadie apreciaba su forma de ver las cosas. Todo esto lo agobiaba y lo impulsaba a pintar desesperadamente. La noche estrellada surgió desde la pequeña ventana que él tenía en su habitación, ese día Venus estaba en su alineación perfecta y las estrellas en su máximo esplendor. Él expresó todo lo que sentía en esta obra, por eso me gusta mucho, carga en ella intensos sentimientos. Pintó para liberarse de todo eso que mantenía en cautiverio su alma.

Tristan asintió distraído, ya sabía más o menos de qué iba la obra, pero cada vez que escuchaba a Ellis hablar era tan elocuente.

—¿Sabes por qué me identifico tanto con ella? —la esmeralda y el zafiro al cruzarse produjeron un brillante destello—. Porque aquí todos estamos rotos. La diferencia es qué hacemos con los trozos, con las grietas. Sea lo que sea que te duele, hay que convertirlo en poesía, en música, en abrazos, en arte, en llanto; pero no lo dejes dentro.

El aura a su alrededor se sumió en un ligero silencio. El corazón de Tristan latía de forma pesada y lenta, sintiéndose muy trastocado.

—No me gusta hacerlo... —susurró.

Ellis se sintió algo desorbitado, pero aun así le prestó atención y dejó que se expresara. Tristan ya no lo observaba, sus orbes se habían clavado en las blancas y brillantes lozas del museo.

—¿Qué no te gusta hacer?

—No me gusta sacar eso que me duele.

—¿Por qué?

—Porque cada vez que lo hago, termino peor de lo que ya estoy. Las personas llegan a un punto en el que el tema les cansa, les restan importancia a mis sentimientos y me hacen creer que exagero. Por eso dejé de expresarme, prefiero ahorrarme todo y ahogarme en mi miseria. Ellis, si siempre hago de la situación una mía, por favor dímelo, si la letanía de mi dolor te harta solo déjamelo saber y pararé. No aguantes mis quejas o mis llantos-...

—La mayoría escucha con la intención de responder, pero no de entender. Y yo no soy la mayoría —se colocó a la defensiva y exhaló con molestia, no por él, sino por qué o quién le hizo creer eso—. Tristan, quiero que tengas siempre en mente que no importa cuantas veces quieras hablarme del tema, te voy a escuchar.

—No quiero ser una carga-...

—No lo eres. Basta de creer esas tonterías. Lo superarás, rayos, claro que lo harás. Algún día, no muy lejano, atravesaras la cinta del final.

—¿Y si no logro llegar a la meta? ¿Y si no me creo capaz de poder seguir respirando con todo esto que tengo encima?

—Vas a sanar —tomó su rostro entre sus manos, sintiéndose algo aterrado por sus palabras—. Porque te levantas cada día, aunque tu cuerpo te diga lo contrario, porque eres de gran corazón y porque la vida tiene algo aún mejor esperando por ti.

—¿Entonces por qué siento que estoy atascado aún? Trato de entender ese hilo infinito que tengo en mi mente, pero no le encuentro fin.

—Tristan, no puedes desatar un nudo sin saber cómo está hecho. Conoces la causa, ahora busca una manera de cerrar el ciclo.

༄ ༄ ༄

Al entrar a su casa se encontró a su padre dormido en el sillón como en los últimos dos domingos anteriores. La televisión se encontraba encendida pasando un juego de fútbol en un volumen bajo y eso solo podía significar una cosa: lo había estado esperando.

Se acercó al mango del sillón donde se encontraba el control y apagó la gran pantalla. Recogió los papeles de su trabajo que estaban a su lado encima de un cojín y los dejó sobre la mesa del comedor. Se aproximó a su dormitado cuerpo y dio dos suaves toques en su hombro.

—Ve a la cama, papá. He llegado.

Liam se despertó de su sueño y observó su alrededor algo desorientado.

—Ven. Te ayudo.

Tristan pasó su brazo por la espalda de su padre y lo levantó del sillón. Con pasos cortos, en lo que su progenitor salía del sueño, abandonaron la sala y comenzaron cruzar el pasillo

—¿Cómo te fue hoy? Has llegado un poco tarde.

—Ha caído un pequeño aguacero cuando ya nos íbamos, tuvimos que esperar —hizo una pausa cuando se colocó al lado del interruptor eléctrico y apagó las luces—. Hoy fue... bien, como las otras veces. Me gusta.

—¿El chico o el museo?

Sus pies se estancaron en el suelo antes de que pudiera reaccionar.

¿Qué?

Entreabrió los labios, boquiabierto, y un repentino calor se posó en ambas mejillas. Como que de repente la calefacción de la casa se había subido.

Solo agradecía que la iluminación estaba tenue, escondiendo muy bien el efecto de su pregunta.

—El arte —se limitó a responder.

—Hmm.

Terminaron de pasar el corto pasillo en silencio y lo acompañó a su habitación.

—Descansa, papá.

—Gracias, Tristan. Ten unas buenas noches.

Cerró la puerta y se dirigió a la suya, que estaba al final del pasillo. Se despojó de sus tenis y de su abrigo, el teléfono volvió a ocupar el mismo lugar en su mesita de noche y se dirigió al baño para darse una ducha rápido.

Allí, bajo la artificial cascada de agua caliente, sonrió cuando la pregunta de su padre volvió a reproducirse en su cabeza.

¿Cómo iba a dejar de respirar si tenía algo tan bueno al frente suyo?

Ellis era tan... Ellis. No había palabras para poder describirlo, todas se quedaban cortas a su lado, pero él se sentía como una curita para sus heridas. Era de esas personas que con tan solo su presencia te alegraban la existencia. De esas que otorgaban los mejores abrazos y te hacían sentir como un verdadero hogar. Se había metido bajo su piel con tanta facilidad...

Todo en él era etéreo. Ya había ganado en esta vida teniéndolo a su lado.

Al volver a su habitación, contempló en silencio la mesa de su escritorio. No sabía si iba a funcionar, pero confiaba en Ellis. Se sentó en su silla giratoria, encendió la pequeña lámpara que estaba a un costado y tomó varios papeles. El lápiz rodó por sus dedos hasta colocarse en la posición correcta y luego de una respiración honda, el carbón comenzó a llenar la hoja en blanco.

Querida mamá:

Últimamente los pensamientos me carcomen por dentro. Mi fortaleza cada vez va más en descenso y siento que no tengo el control de ello. Te pienso a cada instante, nunca abandonas mi mente; te sueño, pero por más daño que me hagan, no los quiero dejar porque es la única forma de poder verte y poder abrazarte. Sé que esto no es lo que quieres para mí, pero entiéndeme, te extraño. La casa se siente muy vacía con tu ausencia, ya nada tiene sentido ni color. No tienes idea de lo mucho que necesito tu amor, ese que me hacía vivir con más ganas, y me está matando. Me despierto cada mañana con la esperanza de que abras mi puerta y me ajores porque ya voy tarde o porque el desayuno está listo y se me enfriará si no avanzo a vestirme. Antes odiaba regresar de la escuela caminando, ahora lo disfruto porque en el camino puedo escuchar tus susurros corriendo junto al viento. Me es inevitable que todo me recuerde a ti, en especial las miradas de comprensión que siempre me da Ellis cuando le hablo de ti o de Daphne. Estoy muy seguro de que, si pudieras conocerlo, estarías encantada con él y con su familia entera. Me aprecian y me quieren, mamá. Ellos hacen que sienta y mantienen mis pies en la tierra. Se supone que esto debería ser una carta de despedida para dejarte ir y yo poder sanar. Pero no te quiero dejar ir; quiero seguir aferrado a tu recuerdo. Soy muy consciente de que, si decido continuar así, mi dependencia por ti debe ser sana, no una dañina que solo me haga retroceder. Te tomaré como un motivo para avanzar, te lo prometo mamá, saldré adelante y te haré sentir orgullosa.

Permanecerás por siempre en mí, T.

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