Capítulo III: Más allá de las obras de arte
Permaneció estático en su lugar rodeado de cientos de lienzos coloridos y decoración rústica, tratando de averiguar qué esperaba encontrar allí.
Todo lo que abarcaba su entorno parecía tan sólido a diferencia de su alma. Era como un planeta fuera de una órbita: sin rumbo y totalmente perdido. Un universo por pensamientos y la única astróloga que lo comprendía, emergió un viaje hacia la Luna sin regreso alguno.
Miraba su alrededor en busca de una respuesta, pero no había nada.
O esa es a la única conclusión a la que podía llegar.
De lo que sí estaba totalmente seguro era que solo quería poder tener un descanso de todo esto. Quería volver a sentirse bien, solo eso deseaba.
Cada mañana que despertaba, cerraba los ojos con fuerzas e imploraba para poder tener una conversación adecuada con su padre y dejar de pretender que podían continuar hacia adelante si fingían que todo estaba bien. Y, aunque todos sus intentos hasta ahora han sido en vano, espera con ansias el día en que su progenitor se sincere con él.
Necesitaban hablar, necesitaban averiguar cómo iban a hacerle de ahora en adelante porque solo se tenían el uno al otro. Necesitaban encontrarle una solución a la tormenta que estaban creando.
No podían continuar tratando de tapar el Sol con un dedo.
Que su progenitor se refugiara en el alcohol y que él huyera de su realidad no servía de nada, pero no todo el esfuerzo lo tenía que hacer él. Debía ser mutuo para que funcionara.
¿Cómo pretenden salir adelante cuando están eligiendo caminos adversos constantemente?
Lo admite, tiene miedo a lo que posiblemente tenga que hacerle cara, pero aun así quería ponerle punto final a algo que se puede sobrellevar de una mejor manera.
Luchó contra sí mismo el resto del día para que su mente no se asentara a meditar el cómo acabó así: solo y desorientado.
¿Qué fue lo que hizo para merecer esto?
La soledad estaba siendo su principal acompañante, y era un buen lugar para encontrarse, pero uno muy malo para quedarse.
Sentía que en cada nuevo minuto que pasaba, el denso silencio de su habitación se lo consumía. Lo podía comparar como un agujero negro que devoraba todo a su alcance y sabía con mucha certeza que lo que cae dentro de él, no vuelve a aparecer. Anestesió la revolución que tenía de sentimientos para poder actuar con consciencia y decidió que ya era hora salir de allí.
No se permitió pensar mucho, solo fue espontáneo con su elección y se negó a detenerse.
Además, el atardecer estaba muy lindo como para ser ignorado.
Había llegado al museo una hora antes de lo que acordó con Ellis, pero no le importó. Se sentó en uno de los bancos de metal que están a las afueras del lugar y esperó con paciencia a que el chico llegara. Él solo quería tener la compañía de alguien, solo quería desenvolverse; encontrar una forma para silenciar todo y estar en paz por un momento.
Nunca tuvo esto, nunca tuvo una amistad con la cuál compartir un extracto de su vida. Así que no iba a echar a perder ésta oportunidad.
Sabía que su soledad siempre preocupó a su madre y, aunque le incitó varias veces a crear vínculos sociales, él simplemente se espantaba. A veces la gente es algo ruda al inicio, ven primero tus imperfecciones antes de otorgar un poco de amabilidad.
Pero Ellis no hizo eso.
Él ni siquiera hizo algún comentario sobre su estado vulnerable, solo le tendió la mano y le brindó una sonrisa sincera.
—¿No sientes que a veces la vida que vives no tiene sentido?
La pregunta de Tristan tomó de improviso al ojiazul. Llevaba mucho tiempo callado.
Desde que pisaron el gran salón del museo, solo escasas palabras ordinarias fueron intercambiadas. Ellis no comentó nada al percatarse que llevaba un buen rato aguardando por él, solo bastó con analizarlo disimuladamente para saber qué ocurría. Su lenguaje corporal comunicaba todo eso que estaba estancado dentro de sí mismo.
En el rato que llevaban allí, solo procuró otorgarle una compañía mutua. Tan solo quería demostrarle que no estaba solo.
—Sí —contestó con sinceridad—. Muchas veces.
—¿Y cómo le haces para volver a sentir ese fuego interior?
—Vengo al museo.
Ellis había aprendido que la vida era como el arte abstracto: difícil de comprender, algunas veces sin sentido y con cientos de significados escondidos. Pero, a pesar de, es capaz de crearte este único efecto en donde provoca que sientas que la vida que vives es como ella. Conectas con su historia y todo comienza a cobrar sentido para ti porque no importa que tan difícil o que tan complicada sea, se le puede llegar a comprender.
Todo estaba en nosotros; tenemos la oportunidad de oro en nuestras manos, solo es cuestión de saber hacer la jugada correctamente.
Giró sobre sí mismo caminando alrededor del banquito de madera y tomó asiento a su lado.
Ambos eran tan distintos en ese hecho, Tristan siempre estaba sentado y él se la pasaba rondando por cada esquina del museo como si fuera la primera vez.
—Eso no... no le encuentro sentido a eso.
¿Por qué ir a un museo cuando sientes que te pierdes a ti mismo?
Nos esfumamos con el viento, nos arrancan las fuerzas y las hacen trizas, siendo casi imposible volver a juntarlas.
¿Cómo es que un lugar puede reparar todo aquello?
¿Cómo puede traernos de vuelta esa chispa viviente?
Ellis se abstuvo a rodar los ojos y se recordó a sí mismo que esa fue su idea. Una idea que surgió cuando su cerebro estaba intoxicado por serotonina y endorfina al presenciar la oportunidad perfecta de llevarse a alguien arrastrado -voluntariamente- hacia lo que tanto le gustaba.
Dejó a un lado su poquita paciencia y se animó a explicarle con gusto, dispuesto a enseñarle con eficiencia.
—Tristan —tarareó su nombre—, aquí hay mucho más que cuadros y colores. Y no tienes que ser inteligente para comprenderlo.
Observó cómo su ceño aún continuaba fruncido, pero no con profundidad. Como si estuviese tratando de analizar y comprender las cosas.
—¿Te lo explico de una manera más sencilla?
—Sí, por favor.
Peinó su flequillo y organizó en su cabeza lo que iba a decir.
—El arte no es lo que ves, sino lo que sientes.
—Y eso..., hmm, ¿realmente ayuda?
Ladeó un poco a cabeza para buscar su mirada. Esta estaba clavada en el suelo, pero logró descifrar cierto atisbo de esperanza entre sus iris verdosas. Sonrió ante eso.
—Todo depende de la persona, pero en lo personal, a mí me ayuda. Y mucho.
—¿Cómo te ayuda?
—Es como una catarsis emocional, ¿sabes? Al externalizar mis sentimientos a través del arte, puedo experimentar una sensación de alivio y liberación. También me ayuda a tener otros diferentes puntos de vistas sobre las cosas y me ha facilitado la conexión con los demás; he desarrollado algo así como una forma de comunicación no verbal que trasciende las barreras del lenguaje.
El corazón de Tristan se agitó por unos segundos al pensar que él podría tener eso mismo también.
—¿Es difícil lograr todo eso o solo es cuestión de tiempo?
—Es cuestión de qué tan dispuesto estás en abrir tu corazón.
Respiró hondo y exhaló con lentitud.
Era una oportunidad crucial.
Podía ganar, como también podía perder. Todo era posible.
—Quiero intentarlo.
Ellis vibró de emoción y no dudó en entrelazar su mano con la de él, tirando de ella para levantarlo del banquito. A pesar de la euforia que sentía, fue precavido con sus movimientos porque estaba tratando con un chico que fue roto por la vida, no tenía ni idea de qué tan vulnerable estaba o cuánto le conmovían las muestras de afecto.
Tristan era como un algodón de azúcar: solo bastaba de una gota de agua para que todo se desvaneciera.
Alejó la preocupación que habitaba en sus pensamientos cuando lo sintió asegurar el agarre de sus extremidades y se fusionó el cálido tacto de sus palmas, borrando algún rastro helado de su piel. Se permitió observarlo a los ojos antes de proseguir e intentó infiltrarse a través de sus opacos orbes para tratar de entender sus sentimientos.
Jamás había visto a alguien en un estado tan desolado y admite que desde ese día Tristan se coló en su corazón sin escapatoria alguna.
Fue claro que le conmovió mucho verlo de esa manera, trayendo una parte del agrietado cielo consigo y con su mirada inyectada en sangre, esa misma que gritaba por ayuda; por un abrazo o tal vez un poco de comprensión.
De antemano, sabía que hay una historia detrás de cada persona y también hay una razón por la que son lo que son. No era tan solo porque ellos quieren ser lo que les tocó sino porque algo en el pasado los hizo ser así. Él solo esperaba estar a tiempo para poder llevarlo a la salida de aquella tormenta que lo mantenía preso al sufrimiento.
—Primero, tienes que dejar que el corazón se avive por lo que ve y siente, no lo retengas.
Asintió, no estando muy seguro si hacerlo o no.
Es decir, podía ocurrir cualquier cosa y era eso exactamente a lo que le temía. Sabía que sus sentires eran intensos, eran capaces de desarrollar un tornado sin que hubiera corrientes de aire frías y calientes.
Liberarlas era como... una explosión.
Por eso prefería mantenerlas en cautiverio. No quería caer de rodillas allí y tampoco quería romper en llanto de nuevo. La verdad es que ya estaba cansado de llorar también.
Pero al final, lo que no te mata termina haciéndote perder la cabeza, ¿no?
Ya era hora de soltar todo.
—Tienes que tener en cuenta que callar lo que uno siente es inútil. Tarde o temprano las emociones y sentimientos reprimidos explotan.
Ellis comenzó a caminar de manera lenta sin soltar su mano, llevándolo un poco más cerca de las obras que decoraban las grandes paredes del museo. Dejó que sus pies fluyeran, siempre pasaba así, era como si no tan solo su mente y su corazón comprendieran, también su cuerpo en general. Solía barrer con delicadeza sus pies sobre las pulcras losas de mármol que le daban un toque elegante al lugar, algunas veces la punta de estos bailaba junto a su caminar y le encantaba la sensación que le provocaba. Porque significaba que lo que hacía estaba bien para todo su cuerpo y alma.
El muro que tenían de frente estaba repleto de todos Los Girasoles que Vincent pintó. Hizo una breve parada allí y señaló los lienzos con su mano libre.
—Como puedes ver, hay varias versiones, pero cada una de ellas tienen un elemento común: la representación de la belleza efímera y la fragilidad de la vida. Estas pinturas reflejan la profunda melancolía de van Gogh y su búsqueda de significado en la existencia.
El rizado observó cada uno de los cuadros y se le hizo fácil entender porque el neerlandés utilizó las flores para simbolizar tales estigmas. Es decir, si no le echas agua y no las cuidas, se mueren. Así mismo pasa con las personas.
—Ahora, quiero que te pierdas entre cada pincelada de cada obra que observes. Deja que todo en tu interior fluya, normalmente tu cabeza atraerá a ti recuerdos aleatorios. Sea lo que estés pensando: no lo detengas. Aunque las obras no hablen, aunque no tengas nada que exponer de ellas, hay una historia con sentimientos detrás de ese lienzo y es lo que activa en ti la forma en la que te identificas con ella. No importa si te causa tristeza y lloras, porque esa es la intención. No porque tenga colores cálidos se sentirá acogedora y no porque tenga colores oscuros signifique dolor. Aquí entran las apariencias y en ese mismo instante te conectas con ella.
El rizado trató de controlar su respiración cuando pronto rompió las cadenas y dejó desatar todas sus emociones. La agonía, la tristeza y la desesperación fueron las primeras en correr por sus venas. El cansando, la disociación y el agobio se incluyeron en su sistema. Luego estaba la culpa, la ansiedad y la impotencia, esas que hacían un gran peso en su espalda. Pronto se sumaron también la melancolía, el decaimiento y el pesimismo, los personajes principales en todos esos meses.
Apretó la mano de Ellis cuando el ruido sordo de su corazón comenzó a retumbar y era todo lo que podía escuchar.
El enojo, el rechazo y la soledad escaparon de su escondite. La cobardía, el pánico y la inseguridad se esparcieron por su ser hasta... desaparecer.
Sintió unas leves caricias en su mano mas no despegó su vista del encapullado girasol que colgaba del jarrón. Él estaba igual de encerrado que esa flor. Ambos estaban pasando por un proceso de crecimiento y ambos estaban protegiendo su interior.
El sosiego, la comodidad y la comprensión realizaron su aparición en medio del caos, sorprendiéndolo. El deleite, la calma y la ilusión le dieron batalla final a todo eso que lo alteraba.
Las caricias no cesaron, su respiración poco a poco volvió a su estado normal y su corazón dejó de bombear con tanta fuerza.
Ese pequeño capullo era él y pronto se iba a convertir en un brillante girasol.
Un estruendoso click lo sacó de su ensimismamiento y fue en ese preciso momento en donde se dio cuenta de que el ser humano tiene este rutinario error de etiquetar las cosas con una sola finalidad sin darle la oportunidad de que puedan ser de una manera distinta.
Siempre escuchó que el arte solo se admiraba o se utilizaba a modo de decoración, pero aquí estaba, sintiéndose trastocado con una obra.
Las cosas no siempre tienen que ser de una forma. Nosotros las podemos hacer diferentes. Pero solo pasará cuando dejemos de colocarnos barreras en nuestros propios ojos, cuando decidamos dejar de ver el mundo que rodea cada parte de nuestro espacio a conveniencia y cuando nos detengamos de hacernos oídos sordos cuando alguien intenta sacarnos de ese camino lleno de ríos fuertes y obstaculizados con cientos de piedras.
¿Por qué somos así? ¿Por qué nos enseñan a ser así?
Ahora no puede evitar pensar cómo pudiese haber sido su vida si le hubiese enseñado esto antes.
Cómo pudiese haber sido su niñez si hubiera conocido a Ellis antes de que todo se desmoronara.
Cómo pudiese haber sido ese momento en donde él tomó con posesión el puesto de su primer mejor amigo cuando iniciaba la escuela y que luego hicieran de esa amistad una inseparable.
Cómo pudiesen haber sido esas largas tardes jugando con él a juegos imaginarios en vez de refugiarse en la lectura en una temprana edad por no tener amigos.
Cómo pudiese haber sido juntarse con él cuando sus equipos de fútbol favoritos tuvieran partidos.
Cómo pudiese haber sido juntarse con él en cualquier momento solo porque estaba aburrido para luego no hacer nada, pero juntos.
Como pudiese haber sido poder compartir sus audífonos y escuchar sus canciones favoritas mientras iban en el autobús camino a la escuela, aunque se tuvieran que bajar en distintas paradas.
Pero más que nada, cómo pudiese haber sido tenerlo a su lado en aquel largo y frío pasillo, abrazándolo sin ganas de soltarlo cuando el doctor dio el veredicto final con una mirada lamentable y con guantes de látex color azul bañados en sangre.
Sanar la pérdida teniéndolo a su lado seguramente hubiese sido menos impactante.
Pero ahí se queda, en el pasado...
Esto lo lleva a cuestionarse un par de cosas:
¿Cómo se puede vivir el presente sino hemos superado nuestro pretérito?
Para empezar, estamos atados a él, como si esa fuera nuestra única opción. Pero, ¿realmente es así? Siempre nos dicen que debemos dejar ir para poder continuar, pero ¿y las personas que se niegan a cortar lazos sin importar cuánto dolor nos causen solo porque es la única forma de mantener el vínculo? El pasado es quien amolda nuestra forma de ser, pero no nos define. A pesar de, hay que crear un manual para poder sobrellevarlo, no hacer como si nunca hubiese existido.
¿Cómo podemos dar un paso estando seguros de que no será en falso?
La seguridad en uno mismo puede ser igual o peor que un plato de cristal colocado en el borde de la encimera de una cocina con muchas personas pasando a su alrededor. Un descuido y se rompe por completo. Se puede armar, claro, pero no volverá a ser igual. Tomará tiempo y la constante perse de que suceda lo mismo no nos abandonarán porque es algo que marca por siempre. Crea una cicatriz imposible de tapar, pero así es la vida, ¿no? Arriesgarse a jugársela, teniendo o no teniendo todo a tu favor. Rogando al universo por energías y decretando que todo saldría bien.
Nada es certero, pero nos lo repetimos hasta creerlo, hasta lograrlo.
A la misma vez, todo se sentía tan irónico con Ellis porque apenas lo conocía. En pocas palabras, era una persona desconocida que le estaba otorgando una comodidad que ya no obtenía de su casa, de quien era su única familia. El ojiazul no lo conocía en lo absoluto y tampoco tenía idea de quién era él, pero ahí estaba, teniéndole un refugio de luz. Pintando con múltiples brochas llenas de colores brillantes su vida para alejar el color negro, blanco y gris que la definían.
Y eso, en definitiva, era algo que no todos hacen.
Vemos todos los días en la calle como hay personas que reflejan no estar bien y decidimos seguirlo de largo porque es algo que no nos concierne. Sin embargo, recibir una ayuda sincera sin pedirlo, se nos graba por siempre en el pecho.
—Hay muchas obras que cuando las vemos por primera vez las catalogamos como unas «sin sentido», pero cuando te sientas a analizarlas, todo va cogiendo forma. Así es la vida.
Regresó a sus cinco sentidos y suspiró ante el alivio, aflojando el fuerte agarre que realizó.
Todo lo que decía era verdad, llevándolo al punto de marearlo.
Juzgamos tan rápido...
—Por ejemplo, van Gogh pintaba para sentirse vivo. Amaba estar rodeado de la naturaleza porque "es la verdadera manera de entender el arte cada vez más."
Ellis los llevó hacia otro extremo de la inmensa habitación y detuvieron sus pasos frente al lienzo del Trigal con cuervos para darle una explicación visual. En él se podía apreciar con facilidad un pedazo de la madre Tierra, los distintos tonos azules del cielo y el amarillo quemado de las plantas.
—Él encontraba inspiración en el exterior. Era como si tuviera un vínculo especial con la flora y la fauna. Se dice también que esta fue la última pintura que realizó —de manera distraída, sintió a Ellis volver a otorgarle dos suaves caricias sobre su mano con el dedo pulgar—. Lo que quiero decir es que Vincent en esa culminante etapa de la depresión eligió pintar por última vez eso que tanto amó. ¿Qué harías tú si estuvieras llegando a la recta final de la vida? ¿A dónde irías o qué harías?
Iría a los brazos de su madre. Más bien, correría hacia ella.
Se refugiaría allí por una larga temporada para tomar un descanso de todo y todos. Olvidaría cada una de sus actuales preocupaciones, respiraría con calma y sería eternamente feliz solo con su presencia. Abby siempre era su primera opción y ahora que ya no la tiene, la lista estaba vacía.
Pensó en alguien más. Pensó en algún otro lugar. Pensó, pensó y pensó, pero se quedó en blanco.
No había nada.
Ya no había nada.
Era como estar parado en medio de una gigantesca habitación color blanca. No importa a donde mires, a donde te dirijas o hacia donde corras, la respuesta seguiría siendo la misma: absolutamente nada.
Varado mirando el horizonte sin ningún pájaro en el cielo, sin ninguna ráfaga de viento, solo teniendo a la soledad como su propia sombra.
Tan solo, ¿volverá a encontrar su lugar?
—No lo sé...
—Está bien. Solo... reflexiónalo, y más adelante encontraras una respuesta.
Asintió quedamente.
Bajó su mirada a donde sus extremidades se conectaban, contemplando en silencio los diferentes tonos de sus pieles y cómo la mano de Ellis se aferraba a tres de sus dedos. El agarre de sus manos ya no era firme, se fue aflojando a medida que caminaban, pero no se soltaron.
—Además de conectar, se trata de encontrarte a ti mismo. No te preocupes, estoy seguro que pronto encontrarás tu lugar.
Su interior se removió y apretó los ojos con fuerzas para impedir que ninguna ola se escapara de su interior.
Había tanta fe en su tono de voz.
Ellis determinó que fueron muchas emociones en un lapso de tiempo muy corto así que lo dirigió al banquito en el que anteriormente estaban sentados para que pudiera descansar.
—Tristan, a veces las cosas que has perdido se encuentran de nuevo en lugares inesperados. Cada quién llena su vacío como puede. Yo el mío lo lleno con arte, ¿quieres intentarlo?
El mencionado miró primero sus manos aún juntas por unos segundos y luego alzó la mirada. Era consciente que sus ojos brillaban ante la delgada capa de lágrimas que querían escaparse de él, pero no se avergonzado, con Ellis no se escondería.
—Estaré aquí todos los domingos.
Podrá pasar lo que sea, pero jamás se arrepentirá de haber entrado a ese museo de buena suerte.
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