Capítulo II: Un nuevo mundo basado en pinceladas
Había leído que el arte era un universo entero. Un lugar donde no hay límites y que en cada obra maestra había mundos diferentes. Se decía que en cada trazo que daba el pintor traía consigo sus sentimientos y emociones, creando una historia derivada de su ser y que solo los que verdaderamente saben apreciar, la comprenderán. Por eso el arte era tan complicado y abstracto a simple vista de un ser humano mortal. Se basaba en salir de lo ordinario, crear algo fuera de lo monótono y brindar inspiración a la vida.
Alimentó tanto su conocimiento que cada vez la opción de golpearse contra la pared era más atrayente. ¿Cómo fue capaz de subestimar algo tan increíble como lo era esta rama? Se sentía hasta avergonzado del nivel de ignorancia que poseía.
Era como una comparación indirecta de la escritura, él plasmaba su mundo en hojas de papel y el arte plasmaba su universo en lienzos.
Retiró el beanie de su cabeza cuando se posicionó frente a una de las entradas del museo. El frío viento de noviembre en Yorkshire acarició su rostro y desordenó sus rizos en su paso, haciendo que se movieran todos hacia una misma dirección. Trató de arreglarlos torpemente antes de ingresar a la refinada sección, los guantes no ayudaban mucho y, ese día en especial, parecían indomables.
Su yo de hace unos años atrás lo estuviera acusando de loco por preferir salir a la calle con ese horrible helado clima en vez de tumbarse en su habitación y tirarse un maratón de las películas de Adam Sandler con una deliciosa taza de leche con chocolate caliente a su lado.
Ah, realmente necesitaba una de esas para calentar un poco su cuerpo.
La calefacción lo abrazó al instante cuando sus dos pies se encontraron dentro de la gran estructura y agradeció por ello, se estaba muriendo de frío allá fuera.
Su padre no estaba en la casa, de lo contrario, le hubiese pedido que lo trajera. Él ya conocía esas jugadas donde no volvía hasta la hora pico de la madrugada, vistiendo un fuerte aroma a licor. Solo agradece que cuando llega a la casa así, simplemente se refugia en su habitación.
Se dio dos palmaditas en la espalda mentalmente a sí mismo por no ilusionarse con la nueva propuesta de su padre aquel lunes, ya estaba acostumbrado a la inestabilidad y cuando veía futuro, todo cambiaba conforme los días pasaban. ¿Cuándo iba aceptar que necesitaba ayuda?
La guardia de seguridad con la que habló la semana pasada lo saludó desde lejos con una simpática sonrisa y le señaló con la cabeza el área donde se encontraban múltiples lienzos pintados con girasoles siendo admirados por un chico. Identificó con rapidez de quién se trataba y se acercó a pasos lentos. En el corto camino, practicó en su mente por última vez la disculpa que le presentaría, procurando esta vez cuidar muy bien sus palabras.
Detuvo su andar cuando estuvo a una escasa distancia de su espalda, retiró ambos guantes de sus manos y le dio dos toques en su hombro con el dedo índice. Al instante, retrocedió dos pasos para que la cercanía no se sintiera un tanto acosadora y evitar invadir su espacio personal.
El chico se sobresaltó tan solo un poco y se giró sobre sí mismo ante el llamado. Ni siquiera lo había observado bien cuando ya sus ojos se entrecerraron, dándole una mirada crucial. De acuerdo, fue muy malo lo que dijo.
—Hola, yo... —su cerebro se desconectó—, solo quería pedirte disculpas por lo del domingo pasado.
Bien, eso no era exactamente lo que iba a decir.
El de ojos azules elevó sus cejas porque claramente no lo vio venir, pero aun así no era suficiente. Tristan comprendió que necesitaría esforzarse más cuando el chico se cruzó de brazos sin decir nada y sin quitarle la mirada.
—Estuvo mal de mi parte lo que dije, lo reconozco. Ese día estaba muy abrumado y me desquité con quien menos debía, no tenías culpa de nada y yo solo... te ofendí a ti y a lo que te gusta —elevó vagamente ambos brazos para referirse a todos los lienzos que decoraban la sesión de Vincent van Gogh—. Así que, de corazón, lo siento.
El silencio que hubo entre ambos luego de terminar de hablar le comenzó a revolcar el estómago.
Por la otra parte, el ojiazul disfrutó por un breve tiempo hacerlo sufrir con su silencio y con sus expresiones faciales frías. Se lo merecía en parte. Llegó a ofenderlo con tan solo cinco palabras, le daño la noche, llegó a su casa echando humo y, por primera vez en su vida, quería golpear a alguien en la cara por semejante idiotez que escuchó el domingo pasado.
Además, sus palabras no dejaron de resonar en su cabeza por el resto de la semana, trayendo consigo que se enojara con facilidad.
Sin embargo, sus orbes esmeraldas opacas fueron otra cosa que no pudo sacar de su cabeza. La desesperación en sus iris se coló en su ser y por más que trataba de buscarle una respuesta a los cientos de preguntas que rondaban en su mente, era imposible.
Verlo allí, tan endeble, le hizo recordar su obra de arte favorita. Esa que con tan solo una mirada puede transmitirte todo el dolor que trae consigo.
Ese chico era la viva representación de La noche estrellada.
Y, sinceramente, no sabía que tan grave podía llegar a ser eso.
Se sintió trastocado. Era la primera vez que presenciaba algo así. Su exterior estaba expresando todo eso que agonizaba su interior; no quería ni siquiera pensar que ya se le estaba haciendo tarde para sanar, para volver a brillar.
Es por eso que tuvo una charla consigo mismo hace unos días atrás y decidió dejar todo el rencor que sentía a un lado por su propio bienestar.
Cedió ante su intento de semblante serio para dejar de torturarlo y les dio importancia a sus palabras.
No obstante, una duda estaba golpeando con fastidio su curiosidad: ¿cómo es que lo volvió a encontrar?
—No me digas que has venido al museo todos los días para disculparte.
—¿Qué? No, no. He venido hoy solamente.
Asintió lentamente.
—Está bien. Fue muy irrespetuoso de tu parte ese comentario, ¿sabes? -...
—En realidad, sí vine al día siguiente porque no quería tener otro remordimiento caminando de la mano conmigo. Pero una muchacha del equipo de seguridad me dijo que viniera el domingo porque te encontraría.
Fue imposible no elevar sus cejas ante la revelación.
—Seguramente fue Laurie —sus orbes azules se dirigieron a la pelinegra que en varias ocasiones le hacía compañía en los pasillos—. Por lo menos te avisaron y no viniste cada día de la semana en mi búsqueda.
—Ese era el plan si no te encontraba.
Ellis luchó para que su mandíbula no cayera al suelo. El rizado lo decía como si fuera la cosa más mínima, pero en realidad no lo era para él.
¿Quién en su sano juicio iría todos los días a un lugar que no era de su agrado solo para pronunciar un «lo siento»?
Un destello de asombro se reflejó en sus ojos y Tristan se percató de ello al instante.
Para Ellis le era inevitable no reaccionar así cuando el interés era palpable en las acciones del chico que estaba al frente suyo, y eso... eso nunca le había ocurrido.
—Realmente necesitabas disculparte.
—De hecho, sí. Siento mucho cómo me expresé.
—Puedes estar tranquilo, pollito mojado. Al inicio sí que me ofendió y hasta me llegué a molestar un poco, pero tampoco soy tan inmaduro. Te perdono, pero con una condición.
Podía mantener la situación bajo control, aunque todo estaba en juego si ese chico volvía a soltar algún comentario pernicioso.
El ceño de Tristan se encontraba fruncido al escucharlo volver a pronunciar aquel apodo. ¿Era su condena o qué?
—¿Cuál condición? —preguntó con cautela.
—Déjame mostrarte que el arte no es una mierda como dijiste.
Una mueca bailó sobre sus labios por lo horrible que se escuchaban sus propias palabras.
La propuesta no sonaba nada mal y parecía ser su karma después de todo. Pero no sabía si eso sería una pérdida de tiempo para ambos o que al final del día el chico de tez ligeramente bronceada terminara decepcionado por su desinterés en el arte o por su falta de entendimiento. Iba a declinarse y proponer otra mejor condición, pero la ilusión que reflejaba su rostro lo detuvo en seco. No podía hacerle eso. El perdón estaba en juego y necesitaba tener su consciencia tranquila.
—Si acepto tu condición..., vas a dejar de llamarme por ese tan infantil apodo de «pollito mojado».
En esta vida todo es a conveniencia, ¿no?
—Trato —le tendió su mano para cerrar el acuerdo con un seguro apretón—. Soy Ellis, Ellis Haddock. ¿Y tú?
—Tristan Ryder.
La mano de Ellis se encontraba cálida a diferencia de la suya. El toque se sintió acogedor al instante y procuró retirarlo tan pronto tuvo la oportunidad.
—De acuerdo. Sígueme..., pollito mojado.
—¡Oye! Dijis-...
—Ven. Apúrate.
Tiró de su brazo y ambos caminaron directo hacia un lienzo.
༄ ༄ ༄
¿Cuánto tiempo llevaba allí?
No tenía ni idea, pero de lo que sí estaba seguro es que su cabeza comenzaba a doler por lo muy observador que ha estado siendo a cada rato.
Ellis resultó ser una persona muy habladora, pero en el buen sentido. También un ciego era capaz de ver lo mucho que le apasionaba el arte, su lenguaje corporal parecía conectarse de tal forma con cada obra maestra de aquel pintor que no se podía comparar con nada.
Había empezado contándole la teoría de forma resumida y luego lo puso a prueba cuando se paraban frente a algún cuadro, primero le preguntaba qué veía a simple vista y luego lo ayudaba a analizarlo con más profundidad. En su hablar siempre había elocuencia y le recordaba cada dos por tres que para comprender el arte debía de ser empático; las palabras abandonaban sus labios con una ataraxia inefable que lo dejaban rondando por los aires.
Ellis era la persona indicada para pasar un tiempo agradable, sin duda. Porque a pesar de que se le hacía complicado entender todo lo que le contaba, al final, se había metido tanto en el ambiente que olvidó por completo a lo que posiblemente se iba a enfrentar cuando llegara a su casa. Estaba tan fuera de sí que su única preocupación era saber qué pinturas eran hechas con óleo y cuáles eran hechas con acuarela.
Pero lo más que le pareció importante, es que era un chico muy feliz.
Cuánto le envidiaba eso.
—¿Qué notas en mí cada vez que hablamos del arte?
Ambos estaban sentados en el banquito de madera que estaba en medio de la gran sala. Solo quedaban escasas personas en la gran habitación, esto debido a la presencia de la oscuridad que vestía la noche. Ya no hablaban de cada pintura que decoraban las grandes paredes de la sección, ahora hablaban sobre el impacto que tenía el arte en la vida de los que admiraban.
Y sí que había admirado mucho a Ellis en esas horas que han compartido juntos.
Empezando por la forma en que colocaba sus medias por encima de los joggers hasta la manera en que acomodaba delicadamente su flequillo cuando el aire acondicionado chocaba con su rostro.
—Te emocionas, es algo visible y obvio.
—Continúa.
—Tiemblas. No de frío sino como si sufrieras descargas de adrenalina. Sonríes mucho...
—¿Sabes lo que significa eso?
Negó sabiendo la respuesta. No quería escucharla.
—Eso significa que eres feliz. Entonces, tu alma es feliz.
Asintió sin mirarlo y el suelo de repente le pareció muy interesante. Tenía fe de que algún día volvería a ser feliz, pero ¿cuándo? Sentía que ese momento estaba tan lejano y, por más que trataba, el resultado seguía siendo el mismo.
"—Jamás hay que dejar apagar el fuego de tu alma, sino avivarlo."
—¿Podrías enseñarme entonces cómo se hace? Estoy cansado de sentirme perdido.
El interior de Ellis estalló de emoción, sufriendo ráfagas de entusiasmo y de regocijo. Estaba más que dispuesto a ayudarlo para que se volviera a encontrar consigo mismo. Se le estaba presentando una oportunidad de oro y cuidaría de ella como lo más preciado.
No obstante, para no dejar ver toda la ilusión que estaba sintiendo en ese momento, solo se limitó a sonreír en grande y asentir.
—Ven aquí conmigo cada domingo a las 6 de la tarde.
Si sus hermanas estuviesen en ese instante con él, muy posible le hubiesen dicho a Tristan que «lo estaba condenando camino al infierno». Siempre tan dramáticas.
Por otra parte, estaba su madre como siempre en su defensa, le hubiera dado unas palmadas en la espalda al ojiverde y le hubiese sonreído de la manera más maternal para luego decir: «te va a mostrar un nuevo mundo, uno mucho mejor que el nuestro».
—Te aseguro que tu vida comenzará a tomar color y de la mejor manera.
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