3. Muñecas de trapo
~Constelación lyra~
"La oscuridad y la noche son las madres del pensamiento"-Proverbio danés
(++)
La oscuridad que propiciaban todas y cada una de las paredes de la casa era realmente ensordecedora. No había rastro alguno de ship. Mi sofá favorito. Era tan espacioso y cómodo que me entraban ansias siempre de ver alguna película estadounidense donde todos los actores solo seguían un papel algo poco dramático. El nombre había surgido algo así por la cantidad de patatas fritas que ingería a diario, mientras el estomago me rugía por tanta basura comestible que le entraba.
Era extraño nombrar a tu sofá como si fuera alguna persona con sentimientos. Sin embargo, yo no era tan común en este vecindario, que muy lentamente se iba al olvido.
Por fin estábamos embarcando al avión con destino a California. Mi padre tan tenso como una cuerda. Mi abuela consiguiendo amigas que le llevaban cinco años, mientras con sus comentarios daban puntos a la cantidad de abuelos que entraban y salían por la puerta que daba al baño. Yo escuchando tanta música que no recordaba ni la mitad de las letras que entraban a mis neuronas, así como así.
La melodía que transmitían las canciones era tanto como una Lyra desierta.
Mientras cada persona esperaba pacientemente a que la encargada del embarque procediera con los tiquets y pasaportes, yo iba directo al baño. A tal vez seguir los juegos sucios de mi abuela, y encontrar algún español o francés de esos buenorros, que me mantuviera mientras empezaba mi tan larga carrera universitaria.
—Pasajeros del vuelo 810 con destino a California, les recordamos que en pocos minutos se cerrarán las puertas de embargue.
¡Mierda! La cantidad de átomos personificados que estaban en el baño, me impedían entrar. Así que por último era mejor volver y aguantar las ganas tan intensas de hacer mis necesidades matutinas.
—¿Se te ha perdido algo en el baño? —La forma en que mi padre se expresaba últimamente, me tenia algo confusa. La manera en que me empujaba a olvidar la forma tan buena en la que me sentía cuando él me expresaba alguna sílaba sin sentido. Todo se había vuelto tan oscuro desde que mi madre no hacía más que atormentarnos.
—Seguro. Se han perdido las ganas de vaciar mis riñones.
—Siempre tan sarcástica, cariño—Me miró con los ojos ardiendo de rabia. No le gustaban mucho mis respuestas, pero eran mínimas a las preguntas que formulaba tan vagamente.
No volvimos a tener ninguna conversación normal. Tan solo reprochamos a la abuela, la forma tan sínica de flipar con el pasajero de enfrente. Decía chorradas de momento, como, "Hey, dame tu número" o "Sé mi hombre. Estas buenorro, casémonos mañana mismo".
(++)
Al llegar a California nos recibió un hombre de mayor edad. Con tantas canas que parecía nieve. Se montaba un carrazo antiguo, que volcaba miradas hacia nosotros, justo en el momento en que tomamos rumbo a no sé dónde.
Esta ciudad era ¡wow! No la describía nada más.
La cantidad de palmeras que rodeaban todo el lugar, lo hacía ver demasiado costero.
La entrada era de ensueño. Había tantos letreros que flipabas.
Nuestro destino sería Los Ángeles. La idea de conocer el lugar de las estrellas y el famoso letrero de Hollywood, me daba ganas de salir de este auto tan pesado, e irme en autobús como otra turista más, dispuesta a conocer el lugar.
Después de tanto recorrido. Por fin llegamos a un barrio llamado Bel air. Era algo demasiado lujoso. Había mansiones por todos lados. La mas pequeña era como de mil hectáreas y la verdad era mucho más de lo que esperaba.
Mi padre no se equivocaba al decir que viviríamos en un lugar de alta categoría en los ángeles, esto era mas que eso. Mucho más.
Nuestra casa era esquinera. Con un jardín que se extendía por toda la casa, y daba la sensación de que vivías en el paraíso. Las columnas externas de la casa la hacían ver más elegante.
—Hija, se me olvidaba decirte que viviremos con la tía Elisa—Dice mi padre, como si fuese tan normal decirle a tu hija después de llegar, que la tía que más odias vivirá contigo. Lo único bueno era que ella nunca le importaba lo que uno hacía, sin embargo, me aterraba dormir bajo el mismo techo que ella.
—Gran punto, que debiste decirme antes de venir aquí—Entorno mis ojos, para que mi padre se percate de lo que ha hecho. Esta ciudad sería un infierno con ella aquí.
Mi padre se limitó a asentir y se dio la vuelta, como si su vida dependiera de salir corriendo y huir de su propia hija.
Me encaminé a la entrada con esperanzas de no cruzarme con esa psicópata, que se hacía llamar mi tía.
—Pero si eres tú, renacuajito. Tiempo sin verte. Mira como has crecido, me alegro de que estés aquí—La vida no estaba de mi lado. Desgraciadamente tenia que entonar palabras con esta loca.
—Pues mira que no compartimos la misma alegría—La miré con ojos de odio. Que, si las miradas mataran, ella estaría más que muerta.
—Veo que aún no lo superas—Es tan descaradamente pacífica, que me estresa mas de lo que debería.
—Como poder superar el hecho de que eres una loca. Me lo pones difícil tía querida—Nos mirábamos mutuamente con tanto odio y asco, que en un momento me aterraba tanto resentimiento, sin embargo, después me compuse y recordé lo que ella hizo, que convirtió mi vida en un infierno.
Mientras tanto, no quería recordar ese momento tan fatal en que Elisa había entrado a mi vida, y no pude mas que guardar silencio ante la situación tan incomoda en la que estábamos.
—Habitación de arriba a la izquierda. La ultima en realidad—Lo dice ignorando mi mirada repulsiva hacia ella.
—Es la mas lejos de la tuya ¿no? Si no lo es, necesito otra—No podía dormir cerca de esta mujer.
—Seguro. Yo misma me he encargado de ponerte lo mas lejos posible de mi habitación. Mira que yo tampoco quiero ver tu cara de moco.
—Jodete. ¿Por qué razón aun no estás en un manicomio? —Su expresión cambió de un momento a otro. A una mas satánica, de la que normalmente mostraba—Mira que no estoy segura de que le hagas falta a nadie. Y pues no creo que el amor llegue a tu puerta. Ya estas muy vieja para eso. Y mira las arrugas que te traes—Con Elisa no podía ser amable. Ella sacaba lo peor de mí, que a veces asustaba.
—Sobrina te equivocas. Pero si estoy casada, cariño—Lo dijo tan abiertamente, enseñándome el anillo que estaba en su dedo. Diamante en bruto.
—Me apiado del ser que te soporte. Ahora adiós tía querida. Ve y juega con muñecas de trapo o algo. Al final a nadie le interesa lo que hagas—Me miró con cara de pocos amigos, sin saber porque comparaba sus acciones con muñecas. No le diría nada, porque al fin y al cabo ella lo sabía, solo debía recordar lo que me había hecho.
(++)
Después de dejar todas mis pertenencias en mi habitación. Que por cierto estaba muy agradable. Mucho mas llamativa que la mía. Con una cama que ocupaba mas de la mitad de la habitación. Era un delirio dormir ahí. Decidí salir a dar un paseo.
No sabia muy bien donde quedaba nada qui. Así que puse opciones de cafetería en el buscador y seguí el mapa, hasta llegar a la Rubí. Una cafetería de punta, que tenia decoraciones góticas por todos lados.
Al entrar, el ambiente era un poco tenso. Sin embargo, las decoraciones, lo hacían ver más cogedor.
Solo había chicos sentados por todos lados, ¿acaso era una cafetería gay?, si lo era me importaba un comino. No pensaba caminar mas, hasta tomar un cappuccino.
—Eres la primera mujer que veo aquí desde hace semanas—Me dice el mesero que toma mi pedido, cuando me acomodo en una mesa lejana de todas las miradas de la gente en este lugar. Ya que al parecer ver a una chica es algo del otro mundo.
—Si...bueno, no lo entiendo. ¿Esto es una red de hombres o algo?
—No lo es. Es solo que a las mujeres no les gusta mucho el ambiente gótico del lugar—me da una sonrisa de punta a punta, y se queda ahí esperando mi respuesta.
—entiendo...pues yo no soy como las chicas fresas, supongo. Así que me verás muy seguido por aquí. Porque, a decir verdad, me encanta el ambiente de aquí.
El asiente y no decimos nada más. Le digo mi pedido y minutos después lo trae, para yo tomarlo, y en el momento en que lo pruebo me quedo perpleja por lo delicioso que es. Desde ya esta sería mi cafetería favorita.
En el momento en que voy a dar mi segundo sorbido del delicioso cappuccino, lo veo por toda mi camiseta.
Al parecer aquí te botaban un café y ni siquiera te ayudaban a recoger el desastre.
—¿Te crees el ultimo humano en la tierra?, levanta lo que has tirado imbécil, tampoco se te romperá el orgullo—El idiota que había derramado mi café, no se dignaba ni siquiera a disculparse.
—El orgullo es un placer que no todos nos podemos dar. Sin embargo, a mí me trae sin cuidado, tan solo actúo como lo merezco—Es que no podía ser más tirano. Al repararlo mejor, me di cuenta de que se traía unos ojos color avellana lo mas de intensos. Era alto y esbelto y esa sonrisa no hacia mas que torturar a las personas.
—Yo no merezco el café en mi blusa, pero tampoco tu mereces que comparta alguna palabra contigo—Decidí salir del lugar, y herir su orgullo a cualquier costa.
No podía creer la escenita que se había formado. No le costaba nada decir lo siento. Esta ciudad al igual que ese idiota, eran una desgracia tras otra.
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