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Ella y yo

—Estoy muerto —me repetí a mi mismo intentando regañarme, el único día en que llegar tarde era una mala idea decidí quedarme dormido. Siempre he sido así de despistado, intento justificarlo con mala suerte pues me resulta más fácil no admitir mi error.

La mañana del 22 de Julio de 2022 es mi graduación. Quizás solo tenía un buen sueño pero es difícil decirlo si no recuerdo haber soñado nada. Corro por toda mi casa intentando encontrar mis cosas, una tarea sumamente tranquila se había convertido en un mar de quejas y alaridos.

—Abuela, ¿Dónde están mis llaves? —pregunto en voz alta sin recibir respuesta, deberían estar colgadas en la puerta pero la noche anterior las tiré al mueble, al recordarlo me lancé rápidamente y tras buscar unos segundos muy largos las encuentro —Olvídalo, aquí están. Ya vuelvo.

Caminé a paso rápido por la calle intentando no desacomodarme la camisa del uniforme, esa cosa incómoda y de mal gusto, afortunadamente sería la última vez que lo usaría.

Sabía de sobra que no llegaría a tiempo para el inicio del programa, pero estaría justo cuando me toque recibir mi diploma. De algún modo eso me tranquilizaba. Un par de minutos después llegué al colegio. Un lugar donde habían sucedido un sinfín de cosas, tanto buenas como malas, más malas, pero no puedo evitar sentir un poco de nostalgia, como cuando después de estar una semana en la playa, ya cansado de ella, sientes pena de irte de camino a tu hogar. Pensarlo me hizo esbozar una pequeña sonrisa mientras llamaba la atención del guardia.

—Perdón, llego tarde.

El guardia, que me conocía desde que era pequeño me dejó entrar sin problema, no sin antes burlarse un poco y apurarme. Caminé a paso rápido nuevamente un tanto nervioso y le expliqué la situación a mi profesora, me vió un tanto molesta pero me conoce y parece valorar mi honestidad.

—Siéntese en la última fila, su nombre ya pasó pero les diré que lo repitan al final.

Agaché la cabeza y hago caso a sus indicaciones, me senté en la última fila junto a uno de mis únicos amigos.

—Casi no llego, me quedé dormido —abro una pequeña conversación con Carlos para quitarme los nervios.

—Me lo imaginaba, siempre te suceden las cosas más tontas en los peores momentos, ¿Tuviste un buen sueño?

—No lo recuerdo —Carlos es la clase de amigo que te molesta por todo, es bastante popular entre las chicas de la escuela, no por guapo, personalmente lo encuentro poco atractivo pero supongo que lo compensa con su personalidad amigable y burlona. La viva encarnación de labia mata pinta.

—Si que lo tuviste... Espero haya valido la pena, es nuestro último día aquí asi que mira a tu alrededor, a nuestra edad tenemos un mundo por delante, uno cruel. Así que guardate las caras de todas estas personas, algún día quizás te sean mínimamente útiles.

—¿Y eso de ver a las personas como peones?

No podía esperar menos de Carlos, sinceramente nunca entendí como eramos tan buenos amigos, un niño rico que ve la vida como una línea de puntos que solo debe cortar, es simplemente ridículo pensar que podía conectar con esa persona. Pero lo hago.

—De todas formas, ¿Que planeas hacer al graduarte? Nunca hablas de eso Lucas —es complicado, obviamente lo he pensado, pero suelo ser de los que viven un día a la vez, quizás impulsivamente.

—Bueno, tal vez... —en ese momento fui interrumpido por el director.

—Carlos Angel García.

—Me toca, luego hablamos.

De nuevo solo, pocos conocen a Carlos como lo hago yo, estamos juntos desde la secundaría y hemos compartido varios momentos de nuestras vidas, conozco a su madre, una doctora un tanto estricta, no pasa mucho tiempo en casa pero las veces que nos ha encontrado jugando o perdiendo el tiempo nos recuerda la importancia de estudiar y esforzarse. Algo sabio pero aburrido si se lo dices a dos adolescentes en medio de una partida.

Lo ví aceptar su diploma con esa sonrisa característica, recibió aplausos y silbidos —¿A todos les aplaudieron o solo se debe a su popularidad? —pensé mientras recordaba las palabras de Carlos; "Guárdate las caras de todas estas personas, algún día quizas te sean mínimamente útiles". Sigo sin entender qué quiso decir.

De todas formas decidí mirar a mi alrededor, ví caras conocidas, quizás algunos son compañeros míos pero no me he dado el tiempo de aprenderme sus nombres, nunca me interesó ser popular pero si subo a recoger mi diploma, ¿Me aplaudirían?

—Lucas Mateo Bautista

Mis pensamientos se ven interrumpidos por un llamado al escenario, nervioso me levanté y tropecé ligeramente con la silla, como dijo Carlos, me pasan las cosas más tontas en los peores momentos pero he vivido con eso toda mi vida, estoy acostumbrado y no me da vergüenza. Recogí la silla en silencio y la acomodé.

Caminé tranquilamente hacia el director.—Felicidades —dijo el director estrechando mi mano derecha, un apretón firme reafirmando su autoridad me hace sentir como un niño, supongo que lo soy. Tengo dieciocho años recién cumplidos y aunque hace sesenta años los chicos de dieciocho ya tenían dos hijos y una esposa, en la actualidad las cosas son diferentes.

Recogí mi diploma y caminé hacia mi silla —Fin... Se acabó —repetí en voz alta mientras tomo asiento, este periodo de mi vida terminó, debería sentirme feliz pero por alguna razón siento un extraño arrepentimiento. No me aplaudieron, ¿Siquiera me miraron?. Eso me molesta, no quiero ser popular pero hasta yo quiero ser visto a veces. Solo a veces.

—¿Qué dices? Esto recién comienza —dice Carlos respondiendo a mi comentario. Y tiene razón, tengo dieciocho años, se supone estoy en mi mejor momento, no debía molestarme con cosas tan poco relevantes pero aún así yo quería ser visto.

—Todos te aplaudieron.

—Ya veo... —Carlos es perspicaz, uno esperaría un gran monólogo animandome, uno largo y tedioso pero en el fondo agradable, ama destacar casi tanto como se ama a si mismo, es por eso que me estaba preparando mentalmente para los cinco minutos que le tomaría explicarme lo tonto que es molestarme por algo así, algo a lo grande, algo al estilo de Carlos García pero en su lugar.

—Yo a ti.

Tres palabras. No dijo más.

Esa tarde llegué a casa exhausto, salté a mi sofá y me quedé dormido. Olvidé el deseo de ser visto por todos.

A la mañana siguiente sentí ganas de hacer algo, así que salí temprano de casa y caminé hacia la panadería, en casa solo somos mi abuela y yo así que podría haber comprado el pan en la tienda de la esquina pero necesitaba sentirme útil.

Al entrar el olor del pan asaltó mis fosas nasales. No hay ningun otro olor que te pueda poner de tan buen humor como el pan de mañana recién hecho.

Recogí el pan necesario y me puse en la fila, poco después entró alguien más, pude verla de reojo, quizás es por la hora pero mis sentidos estaban más alertas que de costumbre, cada olor, cada movimiento y cada ruido se sentían más fuertes. Era como si levantarme a esta hora y salir a comprar pan hubieran despertado algo en mi, seguro tonterías pero soy de perderme en mis pensamientos, divagar y finalmente reaccionar.

—Avanza —escucho una voz molesta que se dirige a mi.

—¿Perdón?

—Que avances, ya es tu turno, si no te apuras voy yo Lucas —una joven me regaña y hace saber que la fila avanzó, de hecho, la cajera me está esperando.

—Ah, lo siento —Di media vuelta y saludé a la cajera. ¿Me conoce? Sabe mi nombre así que debo conocerla, seguro es del colegio.

—Faltan cincuenta centavos joven

—Espere —Lo había olvidado, el pan de tienda y de panadería varían en precios, además fui descuidado y no ví el precio del pan que recogía, siempre es igual, no importa lo mucho que quiera ser útil.

Nervioso busqué entre mis bolsillos una señal de vida, vacío. Giré a los lados intentando buscar a mi salvador, es más fácil simplemente devolver el pan hasta ajustar el presupuesto pero eso implica una situación incómoda la cual no estaba dispuesto a pasar.

—La joven —pensé mientras giré nuevamente, al verla mejor noto que efectivamente era una compañera de clase, Daniela, nuestras interacciones eran casi nulas e insignificantes, prestar un borrador o pedir un lápiz.
Prácticamente somos extraños pero en estás circunstancias; "guardate las caras de todas estas personas, algún día quizas te sean mínimamente útiles" Carlos me había dado el empujón, quizás no de una manera adecuada pero ayudaba.

—Daniela, ¿Podrías prestarme cincuenta centavos?

—Claro, déjame ver... —sacó su cartera y rebuscó entre sus bolsillos, me sorprendió la respuesta instantánea, tranquilamente podria haberme dicho que no tenía y ahorrarse las molestias pero me dijo que si al instante.

—Ten, tengo un dólar

—Te daré el cambio —finalmente pagué y me salí de la fila, esperé a Daniela en la puerta, ya había retrasado mucho la fila y me percaté de las miradas molestas en la nuca, como dije, mis sentidos estan más vivos que nunca.

Aproveché para observarla, puede sonar raro pero en serio el último año casi no la noté, se la pasaba con Andrea y Sofía, chicas que sinceramente podían intimidad a cualquiera. Andrea era la presidenta de la clase, tenía siempre las mejores notas y era popular entre los chicos, una chica ejemplar la veas por dónde la veas, en cambio Sofía era todo lo contrario, sus notas eran las mínimas para aprobar el curso y no era precisamente una amante de cumplir las normas.

Ellas dos acogieron a Daniela cuando llegó, quizás solo fueron amables pero me resulta difícil creer que esas dos puedan llegar a serlo, nada personal, pero mis interacciones con ellas no han sido agradables.

Movían al curso a su voluntad y provecho, cosa que me molestaba así que frecuentemente chocaba con ellas, soy fiel a mi mismo y eso de seguir al rebaño me genera conflicto.

Recuerdo que Daniela se quedaba atrás en silencio mientras discutía con ellas, nunca se metió o dió su opinión, eso dice mucho.

Mi mirada choca con la de Daniela, de nuevo, me perdí en mis pensamientos y estuve mirándola fijamente por mucho tiempo, quizás esté incomoda.

Finalmente Daniela terminó de pagar y se acercó.

—Toma, me salvaste —de una situación personalmente incómoda con la cajera.

—No fue nada, ¿Cuándo me lo devuelves? —es verdad, ya no nos podemos ver en el colegio —Bueno, si compras el pan en esta panadería debes vivir cerca ¿No?

—Si, a unas cuadras —no la conozco, no tengo confianza con ella, debo romper el hielo. Me salvaste de una situación incómoda, no te conviertas en una. —¿Y tú?

—Igual, vivo a una cuadra. Nunca hemos interactuado en clase, pero te recuerdo bien, discutías constantemente con Andrea y Sofía. ¿Por qué?

-Ah... Eso. Siempre sentí que manipulaban y controlaban la clase. No soy el tipo de persona que se deja llevar por otras, tengo mis propios ideales.

—Es cierto que tenían influencia pero no eran conscientes de ello, aún así, te ponías en contra de todas las decisiones que tomaban —noté una leve sonrisa en su rostro lo cual me genera una sensación extraña.

—¿Y eso?

—Perdon, es que recordé la vez que dijiste que San Valentín no debía ser obligatorio solo porque Andrea dijo que nos organicemos para todos recibir algo. —Daniela dejó caer una carcajada —¿Qué fue eso? JAJAJA

—¿Y esa burla tan descarada? Sigo manteniendo mi postura —ciertamente ridícula pero mi orgullo es más grande.

—Bien, perdón por burlarme, no lo volveré a hacer... —se creó un silencio largo y sin dejarme continuar se volvió a reír.

—¡¿Ahora qué?! —pregunté con una ligera sonrisa, sorprendentemente estaba pasándola bien, podía mantener un buen ritmo de conversación, era amable, agradable y su risa era contagiosa.

—Lucas ayer, el día de la graduación, llegaste tarde ¿No?

—¿Eso es lo gracioso?

—No, es que estabas despeinado y con la camisa desacomodada. Parecías nervioso y cuando te llamaron tropezaste con la silla haciéndola caer JAJAJA perdón pero lo recordé justo ahora, ya paro —su risa disminuyó gradualmente y sacó su celular —Ten, anota mi número y cuando puedas pagarme escríbeme, me encantaría charlar más pero me están esperando en casa.

—Está bien, te escribo cuando pueda —Daniela se despidió y se fue caminando exactamente hacia la dirección contraria a la que iba yo. Solo fueron dos minutos pero fue una charla agradable. De nuevo me vino ese sentimiento extraño, el mismo de cuando recogí mi diploma.

Volví a casa. Estuve a punto de tirar las llaves pero finalmente caminé hacia la puerta y las colgué.

Empecé a preparar el café, un montón de pensamientos empezaron a invadirme.

—Abuela, el desayuno ya casi está, pasa.

—Voy.

Todos alguna vez queremos ser vistos porque creemos que al ser vistos nos sentiremos mejor, felices y tal vez vivos.

Pero en realidad lo que importa no son las miradas, ni los aplausos. Son las personas que te ven, esas personas que te hacen sentir vivo, las que te aplauden cuando nadie más lo hace y te prestan dinero sin pensarlo cuando lo necesitas.

"Yo a ti" fue la forma de Carlos de decirme: "Te veo", "mereces ser visto", "estás vivo".

Ese día Daniela también me veía —Una ligera sonrisa se escapa de mi rostro.

—¿Pasó algo bueno Lucas?

—Algo así.

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