24
Unos truenos nos alarmaron y nos hicieron salir para darnos cuenta que las horas habían pasado mucho más rápido que cualquier otro aburrido día. Estaba oscureciendo, nubes grises comenzaban a invadir el ocaso y un aire frío comenzaba a retirar el calor que hace unas horas hacía.
Nos dirigíamos rápidamente a mi casa mientras me hundía en una tormentosa preocupación por mi padre. Elliot, como todo chico cliché me había ofrecido su chaqueta en los últimos minutos que nos quedaron en aquel lugar, pude oler su perfume varonil mientras caminábamos.
—¿Que tan apurada estás? —preguntó Elliot con voz agitada.
—Lo suficiente como para querer llegar en tres minutos o desaparecer de la faz de la tierra —contesté sincera.
Dirigió su mirada hacia mí un tanto confundido y sin más, siguió caminando. Aún faltaban cuadras por recorrer y los truenos comenzaban a intensificarse.
—¿Donde demonios está Daka? —gritó Robert por quinta vez—. ¡Ay de esa niña cuando llegue!
—Ya te he dicho que no lo sé, ¿piensas golpearla? —interrogué
—¡Esa niña no sabe lo que le espera!
La observaba, observaba su cabello caer, observaba su notable preocupación y notaba la rapidez en su andar; ella tenía prisa y necesitaba llegar cuanto antes, me resultaba curioso el porqué de su prisa pero me limité a preguntar puesto que lo único que importaba en estos momentos era llegar cuanto antes a su hogar. Le había prometido que llegaría temprano a casa pero fue tanto lo que me entretuve con ella, fue tanto lo que reí que olvidé por completo el correr de las horas. Es tan típico que el tiempo parezca correr el doble de rápido cuando la verdad es que, no quieres que pasen las horas sólo por seguir viviendo el momento.
—Cálmate, te prometo que llegaremos en un abrir y cerrar de ojos —le hablé.
—Tal y cómo prometiste que llegaría temprano a casa —me observó y continuó caminando.
Nuevamente me límite a decir algo al respecto, no deseaba que el momento se tornara incómodo.
Cuando por fin llegamos a su casa, gotas comenzaban a caer. Rápidamente plasme un corto beso en su mejilla y me despedí de ella, disculpándome principalmente por lo malo de nuestra salida y dejando en claro que había sido un gran día. Me aproximé a mi casa, recordando así que debía estudiar para un examen y explicarme a mi padre el porqué había llegado a tal hora.
Crucé la puerta de mi casa con temor, nervios, preocupación y ansiedad recorrer mi cuerpo. Mis manos sudaban y mi cuerpo temblaba, me adentré tratando de hacer el menor ruido posible y me aproximé a subir las escaleras.
—¿Daka? —escuché la voz de mi madre susurrar detrás de mí—. ¡Cielos santos, tu padre va a matarte! —exclamó en apenas un susurro.
—Entonces creo que sabe donde encontrarme —contesté cortante.
Subí a mi habitación, lancé mi mochila a un lado y entonces... Me senté. Pasaron minutos antes que entrara a mi habitación, era como si mi cuerpo supiera lo que le esperaba y como si mi mente se hubiera preparado psicológicamente, ya no quería darle importancia.
—¿¡Donde estuviste!? —escuché el grito enojado de mi padre impactar contra mis oídos.
—Salí —dije en un ahogo.
—¿Saliste? ¿¡Saliste!? —me tomó del brazo y observé su puño cerrado al aire.
—¡Robert!, es suficiente —escuché la voz de mi madre y entonces me soltó.
Sin más lo observé dirigirse hacia mi madre, tomar su brazo y arrastrarla consigo. No pude correr hacía él y detenerlo, no pude revelarme en su contra, no pude hacer lo que alguna vez hice.
Dolor, dolor es lo que abunda, es eso en cualquier esquina, en cualquier lugar, en cualquier espacio. Dolor... Dolor es lo que hay en el mundo.
Es lo que hay en mí.
Ese sentimiento recorrer tu cuerpo, ese momento de perdición, ese momento donde no sientes nada más que dolor. Dolor es lo que reina si permitimos que lo haga, es la guía a nuestras siguientes decisiones.
Tinieblas, oscuridad, llanto... Lágrimas derramadas y desplazadas por mejillas, lágrimas de dolor. Sentimiento que puede ser causado por múltiples razones; una punzada, un aislamiento, una pérdida... Un sentimiento de pena.
Dolor, recorre tu cuerpo convirtiéndose en tu dominante y haciéndote su víctima.
¿Somos culpables de sentir dolor? No lo sé. Es como una tormenta sin fin, un encierro sin salida, un cielo gris. Observas tu mundo venirse abajo, te sientes hundido sin mano para sujetar, sin caricia que anhelar, sin sonrisa que soltar.
Nada más que lágrimas y sufrimiento.
Dolor es aquello capaz de destruir, aquello que debes parar o él no se detendrá hasta acabar con tu mundo. El dolor cambia tu perspectiva, te ciega y te lleva al caos. Te lleva a un mundo totalmente opuesto al de la felicidad, un mundo al cual poco a poco logras adaptarte sin dejar de sufrir. Un completo infierno.
Un momento de felicidad que fue remplazado por dolor en cuestión de segundos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro