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Amor a primer ¿contacto?

Esa mañana me despertó un rayo de luz que se había colado a la habitación a través del gran ventanal. Lo primero que vi al abrir los ojos fue su cara, antes nunca hubiese imaginado despertarme junto a ella en nuestra cama, pero desde que nos convertimos en novias hace un año esto era posible cada día. Me froté los ojos para desperezarme un poco, lo que hizo que se moviera y se girara, por un momento temí haberla despertado, pero resultó no ser así. Me acerqué un poco a ella y le abracé por la espalda, y así nos quedamos dormidas un rato más. 

Ese rato se convirtió en una hora y media. El despertador estaba sonando desde hacía un rato, pero ninguna de nosotras lo escuchaba. Volví a abrir los ojos, mierda, ¿cuánto rato había estado durmiendo? Me levanté de la cama de un salto y miré la hora en mi móvil, eran las ocho y cuarenta y cinco, llegaba veinte minutos tarde al trabajo. Era un caso perdido, era imposible llegar y que mi jefa no me regañase por ese retraso, pero por suerte mi jefa es también mi mejor amiga, simplemente le podía decir que estaba enferma, ella no me iba a regañar. Soy modelo en la empresa de mi mejor amiga Nerea, nos conocimos en el instituto y desde ahí somos inseparables. Su sueño desde pequeña era abrir una agencia de modelos y diseñar ella misma la ropa, yo siempre la apoyé en su proyecto hasta que lo consiguió, no sé realmente qué fue lo que vio en mí para contratarme como modelo, no me considero especialmente guapa ni tengo un buen cuerpo, o tal vez soy muy humilde. 

La llamé y fingí estar enferma, pero lo único que tenía era pereza y a mi preciosa novia a mi lado, hoy lo único que quería hacer era abrazarla y besarla durante todo el día, sus abrazos te llenaban de energía, como si fuera el cargador de un móvil y sus labios eran irresistibles. Ella y yo nos conocimos hace como un año y medio. Nunca me ha gustado mucho el contacto físico, por lo que me molestaban mucho al respecto, se burlaban de mí diciendo que si me tocaban me iba a derretir o me intentaban tocar, eso no paró ni cuando empecé a trabajar,  un día unos supuestos "fans" que en realidad eran los que me habían estado molestando toda mi vida, me reconocieron y me acorralaron en un callejón oscuro y sin salida, nunca lo había pasado peor, estaban a punto de ponerme la mano encima y quién sabe que más hubiesen hecho si no hubiese llegado ella a salvarme, así fue como la conocí. Apareció de la nada, me agarró de la mano y echamos a correr dejando a esos imbéciles atrás, su mano era suave y sus dedos largos, en ese momento sentí que quería cogerle de la mano durante toda mi vida. Yo no me enamoré de ella a primera vista, sino a primer contacto. ¿Qué locura no?

Paramos en cuanto supimos que los habíamos dejado atrás, me soltó la mano y sentí como un vacío en mí interior. Ahora que habíamos parado pude verla bien, era muy guapa, pelirroja y con pecas, completamente mi tipo, además sus ojos verdes te transportaban a un precioso  prado lleno de naturaleza y aire fresco.

—¿Estás bien?— preguntó la chica preocupada. 

Sí, no te preocupes. Muchas gracias, me has salvado.—contesté saliendo de mi trance, en el que me había tomado unos segundos para apreciar su belleza.

—No hay de que, me alegro de que estés bien. Me gusta ayudar a la gente y a los animales, de hecho me tengo que ir, tengo que rescatar a un gato atrapado en una alcantarilla. ¡Adiós y cuídate!— dijo ella mientras se iba con un paso acelerado.

—¡Espera!— grité y se giró para escuchar lo que le iba a decir— ¿Cómo te llamas?

—¡Diana!—respondió y acto seguido siguió corriendo hacia su destino.

Hasta su nombre era bonito, sonaba como a princesa de cuento de hada o incluso a protagonista de una película llena de acción como "Brave".  Menuda tonta fui, porque se me olvidó pedirle su número, bueno, por lo menos sabía su nombre, podría encontrarla fácilmente en Instagram, pero no fue así, no había ni un solo resultado que coincidiera con el perfil de Diana. 

Los días siguientes no pude parar de pensar en ella, en sus manos y como las había entrelazado con las mías, en su pelo, en sus pecas, en sus ojos y también pensé en cómo podría encontrarla y até cabos, había dicho que le gustaba ayudar a los animales, podía trabajar en un centro de acogida o ser veterinaria. Todos los días iba a un veterinario diferente y también a centros de acogida para preguntar si sabían quién era esa chica, pero siempre volvía a casa con la misma respuesta: no. Estaba a punto de rendirme, pero antes de eso le pregunté a Nerea. Ella es muy extrovertida y conoce casi a la ciudad entera así que valía la pena intentarlo. Estábamos en medio de una sesión de fotos, un momento no muy oportuno para preguntarle, pero no iba a tener otra oportunidad en todo el día porque iba a estar muy ocupada.

—Nerea.

—Dime.

—¿Tu conoces alguna chica que se llame Diana?—le pregunté.

—¿Diana? Sí, pero no se si hablamos de la misma Diana. ¿Me la puedes describir?

—Es pelirroja, tiene pecas y tiene los ojos verdes.

—Sí que la conozco, vive en la granja que hay a las afueras. La conocí cuando iba a montar a caballo a su hípica, es muy buena chica.

No se me había ocurrido buscar en la granja, era un lugar un poco rebuscado, pero tenía sentido. Al día siguiente me planté en la puerta de la granja, a los pocos minutos una señora mayor pelirroja más tirando a castaña pasó por delante de la puerta, me vio y me dejó pasar.

—Hola, jovencita. ¿Cómo te llamas?—preguntó amablemente la señora.

—Hola, me llamo Julia. Un placer.

—El placer es mío, querida. Yo soy Dione. ¿Y qué te trae por aquí?

—Quería saber si puedo apuntarme a equitación.— mentí, la verdad nunca me había interesado la hípica, pero montar a caballo no estaba mal siempre y cuando pudiera ver a Diana. 

—¡Por supuesto! Puedes empezar la clase ahora mismo, pero veo que no vas con el equipamiento, no te preocupes, mi hija te puede prestar las cosas. Mira, está en esos boxes de ahí, ve a buscarla y dile que te deje unas mallas, unas botas y un casco. —dijo señalando un especie de granero.

—Vale, muchas gracias.

Caminé hacia el lugar que me había dicho, entré y una puerta de un box se abrió repentinamente dándome en el dedo del pie y lo que duele eso no puede ser ni siquiera escrito, grité de dolor y empecé a saltar a la pata coja, parecía tonta.

—Perdón, ¿estás bien?—preguntó una voz femenina.

Alcé la mirada y me quedé helada. ¿Cómo no había podido pensar que la hija de Dione era la mismísima Diana? Se agachó para mirar si me había hecho algo en el pie, lo levantó con sus propias manos, las mismas manos que toqué la última vez, y lo examinó. 

—Emm. Sí, sí. Estoy bien gracias—contesté y ella se levantó para mirarme a la cara.

—¡Pero si tú eres la del otro día! ¡Qué sorpresa!—exclamó.

Ay dios mío, se acordaba de mí, estaba a punto de darme un paro cardíaco.

—Sí, vengo para apuntarme a equitación, tu madre me ha dicho que te pida mallas, botas y un casco.

—Y bien que te hace falta, a ver a quién se le ocurre venir a montar en chanclas.—se rio y me reí con ella, su risa era contagiosa y bonita.

Me dio lo necesario y me indicó donde estaba el baño para que me cambiara. Las mallas me quedaban bastante bien y las botas también. 

—Bien, vamos a empezar poniendo a tu caballo.— dijo y me llevó a un box, ahí había un caballo precioso, era blanco, pero tenía partes grisáceas— Lo primero que vamos a hacer es cepillarlo.

Me dio un cepillo y empecé a cepillar el enorme caballo.

—No, así no, le tienes que peinar en la dirección en la que vaya el pelo. ¿O tú te cepillas el pelo para arriba?—preguntó divertida— Ven mira, se hace así. 

Se puso detrás de mí y puso su mano encima de la mía para enseñarme y suavemente guio mi mano para cepillar caballo, era mágico, su suave y pálida mano sobre la mía hacía que me dieran ganas de tocarlas más, pero eso se acabó y quito su mano de la mía.

—¿Ya hemos acabado?—pregunté.

—Sí, ahora hay que ponerle la silla y la cabezada, pero eso lo hago yo, tranquila.

Cuando acabó lo que había dicho cogió el casco que me iba a poner, se plantó delante de mí y me lo colocó, estaba tan cerca de ella que podía ver perfectamente cada peca de su preciosa cara. Me indicó que subiera al caballo, pero era demasiado alto y no es que tuviera muy buenas habilidades de escalada, por lo que me ayudó. Puse el pie en el estribo, Diana me agarró de la cintura y me empujó hacia arriba, otra vez me volvieron a tocar sus manos, me iba a desmayar en cualquier momento.

—Ya estás lista, ahora coge las riendas así.—dijo e hizo una demostración al la cual hice caso—Bien, dale una patada para que camine, vamos a subir a la pista. 

Mentiría si dijera que no tenía miedo, nunca me había subido a un caballo y menos a uno de ese tamaño. Le di una patada y empezó a caminar, sentía el movimiento del caballo en cada paso que daba, miré para bajo y parecía que estaba en el último piso de un rascacielos, esperaba que esto también valiera para superar mi miedo a las alturas. Llegamos a una pista rectangular, y empecé a dar vueltas.

—Vamos a empezar yendo a paso a una mano y a la otra. Por cierto, ten cuidado, ese caballo es aún joven así que puede ser un poco brusco y no hacerte caso.—dijo mientras se acercaba a mí con algo en la mano— Ten, esto es una fusta, úsala solo si no te hace caso. La tienes que llevar siempre en la mano de dentro de la pista. Y no tengas miedo, el caballo puede sentir tu inseguridad.

—Gracias. Por cierto, ¿cómo se llama?

—Aún no tiene nombre, llegó hace como dos semanas y no se nos ha ocurrido ninguno.

Seguí dando vueltas, todo iba bien y el caballo se comportaba bien. A menudo Diana me iba corrigiendo cosas, decía: "Los estribos en la punta del pie y los talones hacia abajo." o "No te encorves, ponte recta." Al acabar la clase me felicitó.

—¡Lo has hecho muy bien para ser tu primera vez!

—¡Gracias! ¿Qué vamos a hacer la próxima clase?

La verdad es que me acabó gustando la clase, tenía claro que iba a volver, pero ahora no solo a verla a ella.

—Pues te enseñaré a trotar. Por cierto, pareces que le has caído bien al caballo, creo que tenéis una conexión especial, nunca se había portado tan bien con nadie.

—¿En serio?—pregunté emocionada y ella asintió—Una cosa, ¿cómo me bajo?

Se rio y me ayudó a bajar.

—Oye, ¿cuánto te debo por la clase?—le pregunté.

—¡Nada! La primera clase es gratis y en la próxima te puedo hacer un descuento solo por ser tú—respondió y me guiñó un ojo.

Me empezó a doler la barriga, quizás eso era lo que llamaban "mariposas en el estómago"

—Emm... Gracias, ahora me tengo que ir. ¿Qué día vuelvo?

—Pues pasado mañana a las cinco de la tarde estaría bien. ¿Te viene bien?

—Si, aquí estaré. ¡Adiós!—dije mientras salía de la granja.

Me acababa de ir y ya quería volver, pero tenía que esperar. 

Estuve mucho tiempo yendo a clases de equitación y Diana y yo nos hicimos muy amigas, pero lo que más me gustaba de ella era que siempre se despedía de mí con un abrazo, en esos momentos podía sentir su calor y sus delicadas manos en mi espalda. Cada día que pasaba nos uníamos más y más, pero ya no como amigas sino como algo más. A mí cada vez me gustaba más y se podía notar que el sentimiento era mutuo. Su madre era muy amable y me llevaba genial con el caballo, al cual terminé nombrando Pegaso, en ese tiempo que llevaba montando me dio tiempo a aprender muchas cosas, aprendí fácilmente a galopar y después a saltar. Pegaso saltaba increíblemente alto y yo sentía como si estuviese volando, por eso lo nombré así. Pegaso terminó siendo mío, lo compré y pagaba para que Diana lo mantuviera en la hípica y lo cuidara, porque no podía ir a verlo todos los días ya que el trabajo me tenía muy ocupaba. 

Diana y yo íbamos con nuestros caballos al monte siempre que podíamos, yo con Pegaso y ella con su preciosa yegua negra, Dorotea, pero la llamaba Dori. Dori y Diana han estado juntas desde que Diana era una niña, ella misma la entrenó y formaron un fuerte vínculo. En el monte nos lo pasábamos genial, galopábamos por el campo sin rumbo fijo, hacíamos carreras y poníamos troncos de arboles caídos como obstáculos para saltar, un día fuimos a almorzar, encontramos una explanada con un gran árbol que daba mucha sombra y nos quedamos ahí, pero nos dimos cuenta de que había garrapatas y nos tuvimos que ir pitando, las garrapatas estaban por todas partes: en nuestra cabeza y cuerpo y  en el cuerpo de los caballos, pero las pudimos quitar todas. Todos los días eran perfectos, aunque hubo un día que fue el más especial de todos.

—Julia, ¿qué te parece si en la ruta de hoy te llevo a un sitio?—me preguntó.

—¡Vale! ¿Dónde?

—No te lo voy a decir hasta que lleguemos.— contestó divertida.

Fui detrás de ella todo el camino hasta que llegamos a un enorme árbol, era un árbol llorón, el mas grande y bonito que había visto nunca.

—Este es mi escondite desde pequeña, venía todos los días aquí con Dori, me tumbaba bajo la sombra de árbol y disfrutaba de la naturaleza en su esplendor. Aquí no se escuchan coches, solo pájaros cantar. Este es mi lugar seguro. Mira, esa casa la construyó mi madre. —dijo y señaló una casita de madera.

Las casita tenía el tejado pintado de color rojo y flores en las repisas de las ventanas, era muy bonita, parecía la casa de una hada. Yo siempre había soñado con tener un lugar así, un lugar al que ir cuando me sentía mal o cuando necesitaba desconectar de todo, pero eso en la ciudad no era posible. Por dentro la casa era igual o más bonita que por fuera, al fondo había un cuarto con un colchón en el suelo, las sábanas eran de color verde claro y tenía flores rosas por toda la superficie, en el salón había una mesa y sillas en el centro, también de madera y estaba decorada con flores y cuadros.

—¿Quién es esa?—pregunté al ver un cuadro, en él aparecían tres personas: Dione, Diana y una mujer a la cual no había visto nunca.

Se le cambió la cara al ver el cuadro que estaba señalando, mostraba una expresión de tristeza.

—Ella es mi otra madre, fue la que construyó esta casa, pero murió cuando tenía quince años.—respondió con una voz triste.

—Perdón, no lo sabía.—me disculpé

—No te preocupes, no pasa nada. Mi madre Dione fue la que me tuvo, después mi padre escapó porque no quería tener que hacerse responsable de mí. Mi madre Dione se volvió a enamorar de mi verdadera madre, la que de verdad se merece serlo, no como el hombre que nos abandonó. Ella se llamaba Clara, era muy alegre y siempre hacía sonreír a la gente, su pasión era ayudar a todo ser vivo que se encontraba y yo sigo su ejemplo. Cuando yo tenía quince fue a visitar a una amiga suya a la ciudad, pero el edificio donde estaban se quemó por completo es cuestión de minutos, murieron las dos, ahogadas e intoxicadas por el humo, por eso odio la ciudad, odio recordar cómo murió y que no pudo salvarse por estar en una de las última plantas, prefiero vivir en una casa porque es más fácil escapar en caso de incendio.

—Seguro que ella fue muy feliz el tiempo que estuvo viva, al final recordar los tiempos vividos es mucho mejor que pensar en los que no vais a poder vivir.

—Tienes razón, muchas gracias.

Nos pasamos el resto de la tarde divirtiéndonos, saltando con los caballos, jugando al escondite y recolectando diferentes tipos de flores. Habíamos perdido la noción del tiempo y ya era hora de volver a casa, iba a oscurecer pronto.

—Oye, ¿por qué no nos quedamos a dormir aquí?—preguntó Diana—Puedes dormir en mi habitación, yo dormiré en el salón, tengo un colchón en la parte de atrás de la casa.

—No, por favor duerme tú en la habitación, yo puedo dormir en el salón no te preocupes.

—Bueno, vale, pero igualmente no me molesta de verdad.

Nos tumbamos en la blanda y suave hierba para ver el atardecer, nuestras cabezas estaban juntas, no nos podíamos ver, pero sabíamos que estábamos ahí. Era un momento de paz y tranquilidad y nos hundimos en un silencio cómodo mientras contemplábamos los diferentes tonos de naranja del cielo. Hasta que rompí el silencio.

—Me gustas.—solté de la nada y sin pensármelo dos veces, solo dije lo estaba pensando en ese momento.

Volvió en silencio, creo que en ese momento todavía no era consciente de lo que acaba de decir, solo quería que ese silencio se volviera a romper con la suave y bonita voz de Diana diciendo que el sentimiento era mutuo.

—Tú a mí también me gustas—respondió.

Nunca había pensado que unas simples palabras me llenarían de tanta felicidad, me llenó una sensación de alivio como si me hubiera salvado de algo peligroso.

—¿Enserio? ¿No será una broma?—pregunté— Dime que no es una broma por favor.

—¿Me ves con cara de que sea una broma?

—No sé, no te veo la cara.—contesté y nos echamos a reír.

—No es broma, me gustas de verdad. 

—¿Por qué te gusto?

—Un día leí un proverbio que decía que si te gusta alguien por su físico, no es amor, es deseo; si te gusta por su inteligencia, no es amor, es admiración; si te gusta por su riqueza, no es amor, es interés; pero si no sabes por qué te gusta, entonces eso sí es amor.—dijo— No sé por qué me gustas, simplemente me gustas. 

Me impresiona lo inteligente que es Diana, si no está montando o cuidando a los animales de la granja está leyendo un buen libro. En el colegio sacaba buenísimas notas y al acabar secundaria le dieron una beca para estudiar en el extranjero, pero no la aceptó porque su verdadero sitio estaba en la granja. 

—Tiene sentido. Me encanta.

—¿El qué? ¿El proverbio?—me preguntó.

—Tú.

No la vi, pero sentí como se tapaba la cara con la manos, madre mía, cada vez que pienso en sus manos me enamoro más.

Al caer completamente la noche nos quedamos un rato más viendo las estrellas, se podían ver miles de ellas, pequeños puntos a lo lejos en el oscuro cielo nocturno, pensé en sus pecas, sus preciosas pecas como estrellas decorando sus mejillas y su nariz. 

Todo pasó muy rápido, estábamos mirando el cielo y de repente estábamos besándonos. Durante el beso ella tenía sus manos en mis mejillas y yo sentía como me ardían las mejillas ante ese contacto. Pasé mis brazos al rededor de su cuello y empecé a acariciarle el pelo, un pelo sedoso, suave y ondulado, tocarlo era como tocar algodón de azúcar. Se levantó del césped, me cogió de la mano y me llevó corriendo hasta dentro de la casita. Dentro seguimos besándonos, pero creo que no hace falta que lo cuente todo con pelos y señales, ¿no? 

Nos dormimos juntas en el cuarto y a la mañana siguiente nos despertamos también juntas, justo como hoy, un año después. 

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