~9. Luz y oscuridad
Los dominantes atajaron la gran llanura por un camino subterráneo que permitía atravesarla sin ser avistados por ningún centinela de ejércitos extranjeros, ideal para misiones de incógnito.
Pero la mayor ventaja e importancia de este sendero era la posibilidad que te brindaba para acercarte al médium sin tener que atravesar las conflictivas tierras Shaktienses.
—A medida que descendemos en el sendero, la radiación del sol se desvanece —dijo Renoir—. Es como si la oscuridad extinguiera la luz del sol a la fuerza.
—Así es, el sendero que vamos a tomar recibe el nombre de mārktā —aclaró Dimitri mientras dirigía la marcha.
Llevaba una coleta en su cabello, recogido por un broche con el relieve del sacro escudo Etéreo.
—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Aja mientras se zafaba de una rama oscurecida por la ennegrecida atmósfera que se iba tornando.
—Mārktā viene de una antigua lengua de Ajnâ, se usaba cuando mi padre era pequeño y mi abuelo tenía la mitad de su edad total. Significa puntiagudo o espinoso.
—¿Por qué lo llaman así? —preguntó Renoir a la vez que intentaba ver sus pasos en la cada vez más notoria oscuridad.
—Hace mucho tiempo —explicó el caballero—, en las edades medias, según las escrituras geográficas recogidas en Lestari, este lugar fue el hogar de la prole de Lûtikâ, la primera de las arañas. Criaturas con más de media docena de patas afiladas, de seis o siete metros de altas, las más grandes, y tres o cuatro metros de anchas.
—Nos estás llevando por un sendero en penumbra —replicó Renoir—, que abarca la extensión de toda la gran llanura, y en el que habitan unas criaturas tan letales. ¿No te parece un poco temerario por tu parte?
Aja permanecía en silencio, atendiendo las palabras de Dimitri.
—No temáis —tranquilizó Dimitri mientras sacaba de la alforja una piedra que imbuyó en elemento sacro, disipando toda oscuridad creciente que rodeaba a los dominantes—, estas criaturas tuvieron un gran punto débil, y es que su supervivencia dependía de que no les diese la luz, ni la radiante ni tampoco la sacra. Un área intensa de luz podría espantar o incluso cegar a la horrible criatura por mucho tiempo. Con un sacro ataque lumínico podrías matarla.
—Increíble —dijo Aja a la vez que se apegaba a Dimitri rápidamente para entrar en la densa pero cada vez más disipada oscuridad.
A medida que avanzaban, una masa de aire se tornaba más y más putrefacta, como si les rodeara una montaña de cadáveres en estado de descomposición.
—Este hedor... —se quejó Renoir tapándose la boca con el pañuelo de su alforja—, me cuesta respirar y, sea lo que sea este olor, no puede ser nada sano.
De forma repentina, Aja comenzó a quedarse atrás, tocándose la tripa angustiosamente al mismo tiempo que le invadían multitud de arcadas.
—¿Te encuentras bien Aja? —preguntó Renoir deteniéndose inmediatamente—.
—No... quiero—
Antes de que pudiese acabar la frase, la muchacha vomitó cruelmente hasta caer en el suelo.
Renoir se apresuró a reincorporarla, mientras Dimitri invocaba un aro lumínico que les rodeaba a los tres.
El aro tenía un color blanco nieve que se iba tornando cada vez más grisáceo, como si combatiera con las sombras.
—¿Qué ocurre? —se extrañó el caballero— El dominio no debería extinguirse, o al menos, otrora no pasaba nada similar.
Habiendo Renoir tranquilizado a Aja, Dimitri se acercó para ofrecerle una dosha, planta medicinal del este de Ajnâ, en la zona levante, lugar fértil por la presencia de Anahat, comunidad de dominantes de la Magia ancestral Ayurveda.
Dimitri siempre traía más de un par consigo en sus viajes. Resulta efectiva para alteraciones anatómicas nocivas o destructivas.
—Gracias —dijo Aja—, no sé por qué me ha afectado tanto. ¿Qué me has dado? Me ha recuperado enseguida, nunca me había hecho efecto algo artificial tan rápidamente.
—Esto es dosha —aclaró Dimitri mientras inspeccionaba el aro lumínico, se dice que fueron bendecidas por la mismísima Nitya, la dominante avanzada de los Ayurveda.
—¿Nitya? —respondió risueña la muchacha— Recuerdo canciones de mi madre, ese nombre se repetía mucho, aunque nunca la pregunté de quién se trataba. Gracias, señor Dimitri.
Renoir permaneció embobado en toda la conversación, con sus claros ojos clavados en la penumbra como si el umbrío y neblinoso espacio cavernoso le susurrase.
Dimitri, al no comprender la debilidad de su mæ, se giró observando a Renoir.
—Oye tú —llamó colérico el caballero acercándose a grandes pasos hacia el muchacho—; ¿Qué crees que estás haciendo?
Renoir, cuyos ojos claros se habían tornado ligeramente más oscuros, esclareció su mente y ambos se percataron de que la oscuridad terminó de corromper la luminosidad del lado del muchacho, a punto de mancharle.
—Ahh —gritó el muchacho asustado—, lo siento, lo siento. No sé qué vi, estaba todo muy tranquilo.
Aja le miró preocupada.
—Nada de mirar a la oscuridad—le imperó furiosamente Dimitri—, te llamarán. Por tu culpa el dominio no estaba funcionando como debía. Además, debemos movernos rápido. Si la oscuridad es tan intensa como para intentar penetrar una luz sacra como esta, significa que están cerca. Podrían venir en cualquier momento.
Dimitri lideró la lumínica marcha, con los dos muchachos a su espalda.
Después de haber caminado un largo trayecto, Dimitri, entre la oscuridad, atisbó un rayo de luz radiante que caía del techo impactando y atravesando la penumbra de forma violenta al mismo tiempo que iluminaba la zona.
—Pararemos un rato aquí—dijo el príncipe, la fatiga comenzaba a afectarle por el uso constante de su prána.
—¿De dónde sale esa luz?—preguntó Renoir siguiendo el radiante trazado.
—Es del exterior—respondió un ya acomodado Dimitri—, aunque estemos rodeados de tinieblas, el sol aún no se ha puesto. Nos protegerá.
El caballero sacó un pan ácimo de su alforja y lo repartió a los muchachos.
—Comed y descansad un rato hasta que os avise—ordenó.
—Sí—respondió Aja—, estoy agotada.
El eco resonaba en la oscura caverna.
Dimitri comenzó a rezar, después de haber observado cómo se dormían los dos muchachos.
—Padre—susurró apenado el caballero—, hermana, estoy cumpliendo mi promesa, mi cometido. Sé que lo hago por el bien de esta tierra... ¿verdad? Pero aún me falta mucho camino para llegar a mi tierra, mi querida Lestari... y no sé cómo voy a hacerlo solo.
Los albinos ojos del caballero se derrumbaban, dirigiendo su vacía mirada hacia el putrefacto suelo.
—Padre—volvió a susurrar, esta vez con más esperanza—, si en tu infinita sabiduría, pudieses escuchar mi llamada... otórgame ayuda, para llegar sano y salvo junto a ti. Dame la fuerza y el valor necesario para completar la misión que me has encomendado.
Pasado un rato, Dimitri no conseguía descansar y recuperar las fuerzas.
—Al menos—pensó en voz alta dirigiendo su mirada hacia los muchachos—, ellos descansan, aún estando en un lugar como este. Tienen valor, y confían en mí, no puedo fallarles. Les llevaré a Lestari, cueste lo que cueste, aunque me cueste la vida, lo lograré.
El albino caballero comenzó a olisquear, percibiendo un repentino y fuerte hedor mientras dirigía su vista al frente, entreviendo la figura de un ciervo a unos setenta pies, caminar lentamente hacia él.
—«¿Un ciervo?—pensó extrañado—, ¿habrá seguido nuestro rastro luminoso?»
Cuando el ciervo distinguió la luz radiante proveniente del exterior y quiso empezar a correr, una criatura surgió de la oscuridad, clavando dos de sus numerosas patas en el animal, indefenso ante la brutal ofensiva de la bestia, mientras absorbía apetitosamente toda alma que había dentro del ser.
—¡Joder!—exclamó Dimitri alzándose para combatir—, ¡despertad, nos atacan!
Los dos muchachos se levantaron rápidamente al ver a la criatura en las sombras.
La oscura abominación emitió un sonido agudo al percatarse del grito del caballero, y avanzó hacia el trío a gran velocidad, mientras sus afiladas y peludas patas se arrastraban velozmente por el suelo.
Dimitri imbuyó su hoja en sacro, y, seguido de un salto, lanzó una afilada hoz de luz contra la bestia, quemándola y haciéndola huir desesperadamente hacia las sombras.
—¡Renoir, Aja!—gritó el caballero mientras se tornaba a mirarlos—, ¡corred!
—¡Obscurus Extenuor!—Dimitri lanzó una intensa esfera de luz danzante propulsada hacia el camino que debían atravesar los muchachos. La esfera se detuvo dispersando a más de una decena de criaturas.
—Mierda—dijo Dimitri—, hay muchas más y no me quedan más fuerzas.
Renoir y Aja observaron horrorizados el alrededor de la esfera, cada vez más debilitada, infestado de grotescas criaturas aracnoides esperando a que se extinguiera la tenue luz sacra que emanaba de la mæ.
—Se está apagando—advirtió Aja—, y la más grande viene por el lado opuesto.
—¿Qué hacemos?—preguntó Renoir asustado.
Aja se separó de la espalda de Renoir y comenzó a correr hacia Dimitri.
—¡Aja, espera!—gritó Renoir.
La joven, al acercarse a Dimitri, canalizó gran cantidad de prána imbuyéndole del elemento rîguel. Dimitri se sintió recuperado en ese mismo instante, como si una gran cantidad de energía etérea le fuera retornada desmesuradamente.
—«¿Qué está haciendo?—se preguntó el caballero—, Me siento con fuerzas de nuevo; ¿así que, así se siente la mæ rîgel?»
La esfera lumínica perdió fuerza y las numerosas criaturas la traspasaron, invadiéndola de oscuridad. Renoir, que se encontraba más próximo hacia ellas comenzó a correr en dirección contraria.
—¡Me debilito!—gritó Aja—. ¡No voy a poder más... Renoir!
Al escuchar el grito de Aja mientras corría hacia ella, Renoir notó una fuerte vibración en el pecho e imbuyéndose del elemento orión, canalizó la prána en Aja.
Al recibir esta cantidad de energía, Aja reforzó el vínculo pranático con Dimitri, quien al sentir el poder, realizó un gran salto por encima de Aja, desencadenando dos gigantes haces de luz que destrozaron la mitad del cuerpo de la amenazante criatura.
Renoir y Aja se sorprendieron.
—¡Oye!—gritó la joven señalando al grupo de criaturas que había sido retenido por la esfera lumínica—, ¡vienen por aquí también! ¡Renoir, ayúdame!
—Vamos—afirmó determinante el muchacho, su mano agarrando su colgante.
Los cerúleos ojos de Renoir cobraron intensidad al mismo tiempo que invocaba un fuerte viento azul contra las criaturas, mientras que Aja otorgaba incesables cantidades de prána al chico, fortaleciendo y prolongando su ofensiva.
—¡Funciona, Renoir!—animó la chica—; ¡Dales caña!
—¡¡¡Aaaaahhhh!!!—gritó el chico mientras intensificaba los vendavales.
Dimitri asistió un golpe fatal a la gran bestia y, como un relámpago, avanzó hacia los muchachos.
—Bien hecho, chicos—apremió mientras echaba a correr impulsado por el vendaval de Renoir—. ¡Renoir, no dejes de lanzar la ofensiva!
Dimitri se metió en el centro de la tormenta, rematando a las criaturas que quedaban vivas con vertiginosos filos de luz sacra, cortando todo lo que tocaban hasta acabar con todas las bestias a su alrededor.
Los dos jóvenes permanecían exhaustos en el suelo.
—Mira, Renoir—indicó Aja, señalando a la oscuridad, ahora no tan profunda por la erradicación de su origen—, los hemos matado a todos.
En el centro de todos los cadáveres de las arácnidas criaturas, estaba Dimitri que, postrado de rodillas y apoyándose en su espada, se levantaba lentamente.
—Sí...—susurró un fatigado Renoir mientras observaba a Dimitri acercarse.
—Vosotros dos—les dijo Dimitri—, recoged las cosas, vamos a salir de aquí.
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