~8. La Gran Llanura
Avanzando cada vez más al norte y a punto de salir del bosque Brânn, el trío se alejaba más de Anthea y sus dominios.
—Este olor—resaltó Dimitri—, estamos saliendo del milenario bosque.
—Por fin—agradeció Renoir—, ya era hora de que avanzásemos un poco, este bosque parecía interminable. ¿Verdad, Aja?
—Sí, aunque a mí me ha parecido precioso—afirmó Aja con rostro maravillado—, ojalá poder vivir en paz y tranquilidad en este lugar... Caballero Dimitri, ¿sabe si queda alguna ciudad cerca? Agilizaríamos la marcha si encontramos un caballo.
—No te falta razón, jovencita, pero me temo que nos espera una larga y extensa llanura, que, por supuesto, evitaremos.
—¿Y eso por qué?—preguntó Renoir.
—Pues porque esta vasta extensión de tierras supone una frontera con las tierras sombrías del imperio Shakti Kala.
—¿Shaktienses? Pero eso aún queda lejos, ¿no?—preguntó Renoir nervioso.
—Así es, aunque no tanto como parece—recalcó el caballero—, cuando lleguemos a la gran llanura podremos ver sus inmediaciones y... los picos del palacio umbrío, en Faenforn, la capital Shaktiense.
—¿Ha ido usted alguna vez, señor Dimitri?—preguntó Aja de forma curiosa.
—Así es—confirmó Dimitri—, aunque, por fortuna, nunca por temas bélicos, no porque no estuviésemos en guerra, sino porque no era el momento. Por raro que parezca, los shaktienses no siempre han guerreado con todo el mundo a todas horas. Son despiadados, feroces y letales, sí, pero otrora, solían ser buenos aliados.
—En la academia, solían decirnos que de todos los dominantes, estos eran los peores, si había una definición viva de demonio, eran esos dominantes—dijo Renoir con voz apagada.
—Ahora que lo pienso, Renoir—intervino Aja—, tú eres un dominante, pero vienes de Anthea, ¿cómo es eso posible?
—Pues... lo cierto es que hace aproximadamente una semana no tenía ni idea de que soy un dominante, mi madre... lo mantuvo en secreto para protegerme, seguro que tenía una buena razón. Dimitri lo sabe, y el reino hacia el que vamos fue el hogar de mi madre tiempo atrás.
El joven calló abruptamente, y comenzó a palparse sinuosamente su pecho a través de los ropajes.
—¿Dimitri, podrías darme más detalles sobre mi naturaleza, sobre por qué soy tan especial?—preguntó el chico mientras se tocaba el pecho reiteradamente, como intentando buscar algo a través de sus ropajes.
Dimitri se giró levemente.
—Yo no he dicho que seas especial en ese sentido, eres especial para mí, eres mi misión, Renoir—la cara de Dimitri desprendía determinación y serenidad, pero se fue tornando insegura y confusa—, y... no tengo la información precisa sobre tu naturaleza. Es por eso que debo llevarte con mi padre.
Al escuchar la aclaración de Dimitri, Renoir sacó un extraño artefacto que, al parecer, llevaba atado al cuello. Se trataba de un característico y misterioso colgante con tonos plateados y azulados.
—¡Oh vaya!—exclamó Aja ilusionada mientras sus verdosos ojos observaban la joya—, es un colgante precioso, Renoir.
—Sí...—confirmó pensativo Renoir—, es tan precioso como misterioso, no tengo ni idea de qué son estos símbolos.
—Renoir—interrumpió con semblante serio Dimitri mientras se tornaba de vuelta al frente—, no me habías dicho nada sobre ese colgante.
—La verdad es que... no sé cómo tengo este objeto, ni tampoco qué significa—respondió el joven confuso—. Solo sé que, hasta este momento pensaba que lo poseía sin saber que lo poseía...
La mirada de Renoir se perdió en el colgante, y su rostro completamente embobado, comenzó a arrugarse mientras lo miraba.
Dimitri le observaba de reojo fijamente.
Aja miró a Renoir sutilmente y de forma curiosa, mientras sus ojitos se dirigían al colgante.
Una luz radiante en el horizonte bañaba de rojo crepuscular el rostro de cada uno de los tres dominantes, dando paso a la gran llanura.
—Hemos llegado, la gran llanura—confirmó Dimitri.
—Es hermosa...—musitó Aja, la luz radiante le iluminaba su blanca cara, resaltando su lunar cerca de su labio inferior mientras dibujaba una sonrisa enorme en su rostro.
Renoir contempló a la joven de reojo, y luego dirigió la mirada a la extensa llanura. Al sudeste, vislumbró una afilada cumbre, como si de garras se tratase, que parecían perforar el cielo.
—Aquello que sobresale en el horizonte—se dirigió a Dimitri—, es la fortaleza Shaktiense, ¿no es así?
—No, se trata del palacio umbrío de Faenforn—corrigió el caballero mientras se quitaba la capa para respirar el fresco aire que soplaba en la vasta llanura—, su fortaleza se encuentra al sureste, dando esquinazo a la capital.
—¿Y dónde está el reino etéreo, señor Dimitri?—preguntó Aja sin apartar la vista del horizonte.
—Apenas se ve desde aquí, la oscuridad de estas tierras malditas lo tapan, pero os aseguro que la sacra luz de mi reino brilla con mucha más fuerza que la oscuridad que emana del imperio shaktiense—afirmó Dimitri mientras miraba a los jóvenes—. Prosigamos, rodearemos la gran llanura, por el noreste hasta llegar a las tierras shaktienses.
—Es una grandísima pena que veamos esta maravilla y no podamos atravesarla—lamentó Aja.
—Es la línea divisoria entre Anthea y los dominantes; además, no es tan pulcra como aparenta—replicó Dimitri mientras continuaba la marcha—. Antaño se libró una de las muchas guerras entre los dominantes. La flora de la gran llanura está regada con sangre de numerosas vidas. Y es la tumba de multitud de ánimas sin rumbo.
—¿Por qué... existen maravillas como esta y crueldades como lo que nos ha pasado?—susurró Renoir. Se quedó un buen rato mirando el vasto horizonte de la gran llanura, mientras acariciaba su colgante.
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