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~5. Pérdida


La figura ominosa del jinete desató una furiosa embestida hacia Dimitri, quien, con astucia, esquivó el ataque, pero no pudo evitar que la llameante estocada impactara contra el establo, desatando un torrente de fuego que consumía todo a su paso.

—«Mierda, tengo que alejarlo todo lo que pueda del establo—razonó Dimitri—, Renoir estaba allí, los escombros le habrán aplastado... maldita sea... no voy a permitir que ahora que lo he encontrado me lo arrebaten».

Dimitri echó a correr hacia el bosque a la vez que imbuía su espada en elemento sacro.

—Tú luz no brilla más que mi llama, pero eso tú ya lo sabes—le advirtió el jinete—, ahora... ¡Vuelve aquí!

La espeluznante sombra gritaba enfurecida mientras arrojaba un gigantesco haz de fuego horizontal hacia Dimitri.

—Ahí está—se percató Dimitri mientras corría—, debo pararlo para atraerlo, solo así podrá alejarse de ahí... ¡Crucis lucidum!

Dimitri cambió de marcha bruscamente mientras trazaba una cruz lumínica con su hoja y la arrojó con todas sus fuerzas hacia el poderoso filo ígneo del jinete. El choque de magias desató una devastación a su alrededor, creando un infierno de llamas y escombros que oscurecía el cielo.

Varios árboles calcinados cayeron por el filo de la hoja llameante del jinete, propagando el fuego alrededor del príncipe.

—Escoria etérea—maldijo el jinete—, ¡trichkla ragadoth!

Dimitri escuchaba esas palabras intentando descifrar su significado mientras las llamas rodeaban su posición.

—¿Qué ha dicho?—se preguntaba— No, ahora debo concentrarme, esto llamará su atención.

Dimitri pegó un grito desafiante.

El jinete llamó a su caballo y galopó hasta Dimitri, atravesando con un salto el campo de fuego como si nada.

Renoir cogió a Aja de la mano y salieron del establo.

—Rápido, debemos buscar a Dimitri...

El muchacho se sorprendió cuando vislumbró la gran humareda y la entrada del bosque calcinada.

—Dimitri... debe estar ahí, luchando contra lo que nos ha atacado.

—Renoir, la aldea, Allan estará ahí, hay que sacarlos—le dijo Aja mientras señalaba al lado opuesto.

—Sí... yo solo sería un estorbo en ese combate, el enemigo tiene una prána ígnea—decidió Renoir.

Los dos se dirigieron a gran velocidad hacia la aldea.

Cuando llegaron, la multitud se encontraba expectante ante la gran humareda en la lejanía.

—¡Escuchad, hay que evacuar este lugar ahora mismo—gritó Renoir—, estamos siendo atacados!

—Hacedle caso—continuó Aja—, el viajero de cabello blanco que vino ayer nos está protegiendo, debemos aprovechar para escapar.

Justo en ese instante, Aja recordó a Allan y se dio cuenta de que no lo veía por ningún lado. Su corazón comenzó a latir cada vez más rápido.

—¿Dónde está?—preguntó— ¿Dónde está Allan?

Mientras tanto, Dimitri esquivaba los constantes ataques de la sombra hasta que intentó bloquear una de las muchas ofensivas con su espada sacra, pero la llama la atravesó calcinándole parte de su brazo.

—Ahhh—se quejó dolorido— Mierda, no puedo parar sus ataques, su hoja atraviesa la mía, no porta una hoja, es una cortina de fuego.

El jinete atacaba cada vez con más fiereza y a Dimitri se le agotaban sus fuerzas. Hasta que, dominada la sombra por el frenesí del combate a su favor, Dimitri aprovechó para lanzar un contraataque letal y efectivo, rebanándole el brazo armado y desintegrando así la espada llameante de la sombra.

—Aaahhhhgrrr—se lamentó enfurecido el jinete— ¡Trustkazor venerkroooz!

Habiendo lanzado la maldición, la mutilada sombra llamó a su caballo y se dirigió despavorida hacia la aldea.

—No—susurró Dimitri—... Mierda, se dirige a la aldea.

Rápidamente, Dimitri corrió tras él, pero la montura le sacaba mucha ventaja.

—¡Pero bueno, qué es lo que está pasando aquí!—gritó un aldeano enfadado.

—¡¡Queremos volver a nuestras casas!!

—¡Ha sido el crío y el hombre de ayer, han venido a saquearnos!

—La humareda los delata, son dominantes fugitivos de Anthea.

Renoir ignoraba las desesperadas críticas y calumnias de los aldeanos y les repetía que huyesen, pero estos no obedecían.

—Maldición—se quejó Renoir mientras corrían de vuelta al establo en busca de Allan—; ¿Acaso quieren morir o qué?

—No tienen idea de lo que ocurre, y no quieren abandonar su hogar, les entiendo—empatizó Aja—pero, Allan... ¿dónde estás?

Renoir se quedó mirando a Aja preocupado cuando vio al jinete salir del bosque a toda velocidad hacia aquí.

—¡Aja!—gritó mientras le cogía el brazo a la muchacha.

La sombra se alzó con un gran salto y, con el brazo que le quedaba, invocó otra espada llameante con la que lanzó un haz ígneo, parecido al que arrojó contra Dimitri, hacia la aldea, carbonizando a muchos aldeanos y sus casas.

—¡Nooo!

El pecho de Renoir comenzó a vibrar, mientras se manifestaba, mediante un aura azul, una protección canalizada por la Mæ Orión para proteger a Aja y a él mismo del feroz ataque de la sombra. Dimitri contemplaba mientras corría todo eso desde la lejanía.

—¡Mierda... ya voy!—gritó el caballero.

Los aldeanos sobrevivientes al ataque comenzaron a huir atónitos ante lo que veían.

—¡¡Dominantes!! ¡Nos atacan!

—¡¡Corred hacia el reino, informad!!

El sádico y oscuro jinete, al escuchar los gritos, rápidamente remató sin piedad a todos los aldeanos moribundos, y a los que intentaban huir los asesinó uno a uno.

Dimitri consiguió salir del bosque y vio toda la aldea humeante por las llamas.

—No, no puede ser, le corté el brazo; ¿cómo ha podido ser capaz de lanzar ese ataque de nuevo?—se preguntó Dimitri, mientras vislumbraba, entre la humareda, al amenazante jinete con la espada llameante apuntándole mientras se marchaba, y a la izquierda un aura azulada, con la forma de una cúpula, se mantenía latente.

El príncipe sopesó que se trataba de Renoir y se apresuró a inspeccionar la humeante zona.

—Aja...—dijo Renoir en el suelo; el muchacho tenía a Aja debajo de sí mismo y ambos estaban sin un rasguño—... ¿Qué ha pasado?

Dimitri invocó una poderosa luz sacra que disipó gran parte de la humareda, dejando al descubierto a los jóvenes.

—¿Estáis bien?—preguntó Dimitri.

—Sí—respondió Aja—, las heridas que tengo son de antes, en el establo. Renoir, nos ha protegido.

—¿Y yo he hecho esto?—se preguntó el chico sorprendido mientras recordaba, en los últimos instantes, una fuerte agitación en el pecho.

—Bien hecho, Renoir; quedaos aquí. Voy a ver a los demás—ordenó Dimitri—. El impacto ha sido muy fuerte y además, lo vi en la entrada; parecía que se iba a retirar. No creo que haya nadie con vida, pero tengo que ir a comprobarlo.

—¡No!—gritó Aja—, Allan está ahí.

—Lo encontraré—le prometió Dimitri.

Cuando llegó al núcleo de la aldea, el olor se tornó metálico, y el humo rojizo escondía la masacre recién producida ahí.

Dimitri, volvió a disipar la humareda con la luz sacra, revelando los cuerpos lacerados de los antiguos humanos puros que habitaban en la aldea.

—Tranquila, Dimitri traerá de vuelta a Allan—dijo Renoir tranquilizando a Aja.

El joven alzó la cabeza y vio a Dimitri venir con un cuerpo en brazos.

—No...—musitó Renoir.

Al oírle, Aja cabeceó y sus ojos se abrieron a la vez que un escalofrío recorrió violentamente su médula espinal al ver el cuerpo de su Allan en los brazos del alto caballero.

—Lamento tu pérdida—dijo Dimitri mientras dejaba el cuerpo de Allan a los pies de Aja.

—Allan...—sollozaba la muchacha mientras abrazaba el cadáver.

Una prána verdosa emanaba de su pecho.

—Eso es—susurró Dimitri sorprendido—la Mæ Rigel, es una dominante de la Magia ancestral Ayurveda—después de decir esto, miró el hombro de Renoir al instante.

—Así es, Dimitri, ella me curó las heridas, a cambio de causarle a ella una mucho mayor.

Los violentos y desesperados sollozos de Aja resonaban en la desolada aldea ante la mirada impotente de Renoir.

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