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~4. Encuentro

Era temprano. Renoir se despertó hambriento y fue a buscar algo de comer cuando se dio cuenta de que Dimitri no estaba en el establo.

—¿Cuánto llevo durmiendo? —se preguntó apurado Renoir mientras se preparaba rápidamente para salir.

Habiendo salido, se paseó por la aldea en busca de Dimitri.

—Pero bueno, ¿dónde se habrá metido? —reburgó cuando, de repente, vio a la muchacha que logró vislumbrar anoche, antes de dormir.

Llevaba una carretilla de madera con unos troncos pesados, sus harapos grisáceos con manchas verdosas del pasto estaban sudados. Atado a su cintura, portaba un rastrillo que llevaba a rastras, pendido solamente por una cuerda bien atada.

Renoir se apresuró a ayudarla.

—Trae, deja que te ayude —le sugirió sonriente mientras le quitaba la carretilla a la muchacha.

Esta hizo un gesto de sorpresa y se quedó pasmada durante unos segundos mientras controlaba que no se cayesen los troncos de la carretilla.

—Gracias por la ayuda —dijo dulcemente la muchacha—, pero... no sabes dónde llevarla.

—Bueno, eso es verdad. Jajajaja, ¿qué tal si me dices el lugar? —sugirió Renoir avergonzado—. Te sigo.

—Bien, por aquí —contestó la muchacha mientras le hacía una mueca amigable.

—Oye —llamó Renoir—, ¿por casualidad no habrás visto al hombre que iba conmigo no? Lleva una capa negra y es bastante alto. Sé que nos viste anoche.

—¿Es tu padre? —demandó la muchacha mientras dirigía el camino.

—No, no, no, no —aclaró con premura Renoir—, es solo que vamos juntos, de viaje.

—No es tu padre, pero vais de viaje, juntos —sopesó serenamente la joven.

—Sí... así es —confirmó el muchacho mientras bajaba la cabeza.

La muchacha se detuvo en seco, girándose hacia Renoir. Su rostro irradiaba una dulzura y amabilidad incomparables.

—Puedes dejar la carretilla aquí, ya me ocupo yo del resto —le mandó la jovencita.

Renoir contemplaba sus verdosos ojos en un silencio incómodo.

—B-b-bueno, ¿me vas a responder o no? —preguntó impaciente el muchacho.

—Sí, lo he visto, le dijo a Allan que iba a reconocer el terreno —explicó la muchacha mientras se quitaba el rastrillo—, llegará pronto.

—¿Es tu padre? —le preguntó el muchacho.

—Sí —respondió la joven, su rostro se tornó incómodo rápidamente.

Los castaños hilos de su cabello se deslizaban por los sudorosos surcos de sus mejillas cuando se agachaba a recoger los troncos.

—Oye —dijo Renoir—, ¿te encuentras bien?

—¿Puedo preguntar dónde están tus padres? —replicó la muchacha levantándose rápidamente.

Renoir se sorprendió, no esperaba esa pregunta tan repentina, y, mirando fijamente sus ojos, su perspicacia le dijo que la chica anhelaba una respuesta sincera, una respuesta que le permitiese abrirse de corazón.

—Yo... —titubeó Renoir—, mis padres murieron hace poco tiempo... no... los asesinaron —aclaró el muchacho cabizbajo apretando sus puños—. Viajo con este hombre para buscar la verdad y vengar a mis padres.

La muchacha miró a Renoir fijamente, de sus ojos comenzaron a brotar gruesas lágrimas que sonaban al impactar con la madera de un pequeño tronco seco y maltrecho.

—Allan es mi padre adoptivo, lleva cuidándome años. Mi madre... —la chica bajó la cabeza en busca de las palabras.

Renoir se acercó y, poniendo su mano en el hombro de Aja, le asintió con la cabeza.

—Mi madre —continuó la joven, esta vez mirando al muchacho a los ojos— también fue asesinada. No existe día en que no la recuerde.

—Ya veo... —dijo Renoir erguiéndose—, has seguido adelante todo este tiempo, eres fuerte. Esa fuerza es la que necesito yo ahora, quizás un poco más, pues no hallaré descanso alguno hasta que no haya borrado de la faz de Ajnâ a esa bestia.

Los caballos del establo relincharon con gestos inquietos.

—Debo buscar a Dimitri, pero antes dime tu nombre, lo recordaré —pidió Renoir.

—Me llamo Aja —dijo la chica mientras dejaba el tronco seco en la carretilla.

—Es un nombre hermoso —piropeó el muchacho sonrojado.

—Muchas gracias, quiero... saber el tuyo —le imperó.

—Me llamo... Renoir Galant Miria, es un placer.

Los dos se miraron durante unos segundos.

Aja tenía el sol a contraluz, irradiando en su cara resplandeciente.

—Debo ir con Dimitri, te prometo que volveré a visitarte —dijo el muchacho con ilusión.

—Os deseo la mejor de las suertes, a los dos —le respondió la muchacha.

Renoir caminó lentamente hacia la puerta y, antes de abrirla por completo, lanzó un gesto de despedida hacia Aja cuando, de repente, la tierra bramó y un proyectil a gran velocidad impactó sobre el establo, destrozando y hundiendo la parte donde se encontraba Aja.

Rápidamente, Renoir se puso a cubierto.

—¡Qué —exclamó el muchacho con los dientes apretados—! Nos atacan. ¿Desde dónde? —se percató de que un cascote le había caído en el hombro, dañándole severamente.

Dimitri llegó, a la velocidad de la luz, hacia el lugar de donde procedía el disparo. Allan le seguía.

—¡Renoir! —gritó Dimitri mientras buscaba al chico—. Mierda, esto no me gusta nada. ¡Allan! Aleja a los aldeanos de aquí —le ordenó Dimitri.

—Aja, está en esa dirección, no puedo dejarla ahí —titubeó el hombre—. ¡¡Aja!! Ella estaba en el establo, debo ir a por...

—Yo la encontraré —le interrumpió Dimitri mientras corría hacia el establo—. Necesito que no haya bajas, saca a la gente de la aldea. Si no vuelvo, marchaos.

Dimitri avanzó como una exhalación hacia el establo.

—Mi hombro... —gimoteó Renoir mientras palpaba su magullado hombro.

—Renoir —llamó Dimitri, mientras le cogía del brazo—, estás malherido.

—No, estaba con alguien más —aclaró apresurado Renoir—, una chica, se llamaba Aja, debemos encontrarla entre los escombros.

El techo se les vino encima a los dos después de otro gran impacto, pero Dimitri logró zafarse saliendo fuera del establo con un gran salto.

—Mier... —antes de que Dimitri pudiese lamentarse, se oyeron unos fuertes galopes de caballo desde el bosque avanzar rápidamente hacia el establo.

El caballo se detuvo en frente de los escombros tras la furiosa frenada del jinete, un jinete que portaba una armadura completamente negra. Su gran tamaño imponía casi tanto como su contrate de color, oscuro completamente, con la hierba y la maleza.

—Entregádnoslo, tú, esclavo de los Miria —bramó el tenebroso jinete dirigiéndose a Dimitri.

—«¿Qué es eso? —se preguntó Dimitri sorprendido—, no... no he visto nada parecido».

El jinete se bajó de la montura y, de forma amenazante, alzó su armado brazo a la altura de sus hombros señalando a Dimitri.

—El destino de Ajnâ —susurró el jinete— nunca ha estado en vuestras manos, malditos Aetherius, al igual que tampoco lo ha estado su origen. La llama te enseñará la verdad... por mi... fuerza.

Dimitri contempló cómo el jinete canalizaba una prána ígnea creando un mandoble llameante que agitó con fiereza.

—Recuérdalo, Aetherius —le advirtió la amenazante figura—, cuando estés en la verdad absoluta: Esta es la llama primigenia.

Dimitri se levantó y desenvainó rápidamente tomando una posición de duelo.

—¡Aja! ¡Dimitri! —gritaba Renoir desgarradamente.

Un cascote había caído sobre su malherido hombro, terminando de dislocárselo por completo. El hombro, desgarrado, se arrastraba ligeramente separado del tronco del muchacho cuando intentaba liberar sus piernas, que también habían sido aplastadas por los escombros.

—No puede ser —lamentaba el joven—. Mis piernas... no puedo moverlas... no, no, no quiero morir aquí... mamá... papá.

Los ojos de Renoir, moribundos, empezaban a cerrarse del dolor de las heridas cuando notó un ligero viento fresco colarse por su boca y su nariz, liberándolo de los escombros que lo apresaban.

Sus ojos, antes sin luz, comenzaron a brillar de nuevo, y se abrieron ligeramente para ver la femenina figura verdosa de una joven.

—A-Aja —murmuró Renoir.

—Calla, no hables —respondió la muchacha sollozante.

El hombro del muchacho se regeneró a través de piel muerta y desgarrada, dejando una cicatriz enorme al volver a su lugar.

Cuando Aja agotó toda su energía en curarle las heridas más graves, cayó exhausta, expectante y con su mirada clavada en Renoir, el cual se levantó confuso y mucho menos dolorido.

—E-eres una... una dominante —se impresionó Renoir.

Aja le miró temerosa mientras se levantaba lentamente para igualarle la altura al chico.

—No me matéis, por favor... no quiero haceros daño —suplicó Aja entre llantos—. Yo no pedí este poder, puede que sea una dominante, pero... pero no he tenido otra opción... mi madre... ella era.

La chica volvió a derrumbarse en el suelo, llorando desconsoladamente.

Renoir se agachó despacio y rozó las húmedas mejillas de la muchacha mientras invocaba una brisa cerúlea que las secó al instante.

—Gracias, Aja, por curarme —se dirigió a la joven mientras le hacía una mueca amable.

La cara de Aja expresaba tanto confusión como admiración. Era la primera vez que alguien tocaba su rostro con buenas intenciones, aparte de Allan y su difunta madre.

La primera vez que sentía una caricia casi tan familiar y dominante como la de su madre.

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