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~2. Epifanía

Al amparo de la lúgubre oscuridad del bosque Brānn, cabalgaba el caballero de cabello blanco en su corcel negro, y en la grupa, se encontraba Renoir, atado de pies y manos.

—¡Oye bájame de aquí! ¡Ahora! —exclamó Renoir furioso.

La ígnea criatura les perseguía a gran velocidad por todo el camino, alumbrando de color escarlata el oscuro bosque. Rugía con tal fuerza, que las lúgubres entrañas del bosque se revolvían, y los seres vivos que habitaban en su interior huían temerosos del fuego que emanaban de sus llameantes rugidos.

—Cálmate —se dirigió el caballero a Renoir—, le despistaré, es torpe, puedo notarlo en sus movimientos—le aclaró con voz calmada—. Aunque, he de reconocer, que nunca me había topado con un ser ancestral tan persistente, y de estas magnitudes.

El caballero giró ligeramente la cabeza hacia la izquierda, dirigiéndose al joven de reojo.

—Dime, chico, ¿sabes por qué te busca este ser? —le preguntó— Está claro que viene a por ti.

—Q-que viene... a por mi —titubeó confuso, mientras contemplaba a la gran criatura calcinar árboles a su paso—. Yo no sé; ¡Yo no he hecho nada, quiero volver con mis padres! —respondió Renoir con voz abatida y disimuladamente grave, se le notaba el mareo y el malestar en su habla.

—Bien —respondió el caballero mientras retomaba lentamente la posición de su cabeza—. Ahora, aguanta.

El caballero galopó a una gran velocidad serpenteante hasta que el caballo comenzó a relinchar furiosamente.

—¡Emnent...Lúmenor!

El sable del caballero comenzó a brillar intensamente cuando saltó del caballo a gran velocidad.
Renoir se giró a contemplarle caer al suelo después de ese salto controlado. Mientras el caballo seguía galopando, pudo ver como el ágil caballero aguardaba la llegada del ente llameante, medio arrodillado y agarrando el luminoso sable envainado que portaba, y a medida que el ser se le acercaba, un potente aura luminosa le rodeaba, cada vez con más intensidad, estallando en un tajo luminoso horizontal de unos diez metros de largo, que arrojó hacia la bestia, partiéndola en dos y talando los varios árboles que los rodeaban.

—¿Pero... qué? —susurró Renoir.

Renoir se quedó boquiabierto y atónito ante tal despliegue de poder, y el misterioso caballero se incorporó dándose la vuelta mientras que la ojiplática mirada de Renoir la perdía de vista por la elevación del terreno al bajar una rampa.

—D-dominantes... —susurró el muchacho mientras se desmallaba por los incómodos e incesantes trotes del caballo.

—Oye, muchacho, oye.—resonó en el interior de Renoir una voz masculina mientras se tornaba femeninamente aguda— No estás solo, mi Reno, no lo olvides.

—Mamá...

—¡Oye!—gritó el caballero misterioso.

Renoir se despertó apresuradamente asustado.

—Madre... —susurró el muchacho, mientras intentaba levantarse y darse la vuelta.

—Oye, ¿A dónde te crees que vas? —le cuestionó el caballero.

Renoir, que apenas se sostenía en pie, frunció el ceño y le lanzó una mirada rabiosa.

—Puto dominante... que es lo que quieres de mi, asesinaste a mi familia, arrasaste mi pueblo — le calumnió Renoir con voz irascible—, debería matarte —inmediatamente después de decir esto recordó el gran poder que ostentaba el caballero, acobardándose enseguida—. Me vuelvo a mi hogar, mis padres podrían seguir vivos, porque no entiendo que esta ocurriendo.

—Chico —intervino el caballero—, yo no hice ninguna de esas atrocidades, entiendo que estes confundido, pero ahora, tienes que hacer lo que yo te diga, por tu bien. Tu madre está muerta, yo no pude evitarlo, lo siento, no quería que pasase esto.

Al escuchar esto, Renoir se acercó al caballo apresurado cogiendo las dagas que sobresalían de la alforja y arrojándole con fuerza dos dagas al caballero, que esquivó como si nada. Con la última que le quedaba se abalanzó sobre él, mientras intentaba clavárselo en el cuello.

—¡Voy a matarte dominante, en nombre de la justicia de mi oprimido pueblo! —gritó el chico mientras forcejeaba encima del caballero.

Este último le propinó un fuerte golpe en el estómago reduciéndolo por completo.

Renoir sollozaba tirado en la hierba del bosque.

Los sonidos silvestres de las distintas especies de animales que se distinguían en los alrededores acompañaban sus sollozos.

—Ya basta, crío. ¿Cómo puedes ser tan necio —le recriminó firmemente el caballero—? Todo lo que te ha ocurrido no ha sido por mi culpa. Yo solo te he salvado, porque estaba en el lugar adecuado y en el momento adecuado, y ni siquiera tengo la certeza absoluta de que seas tú.

—No, desgraciado, estaba enferma... mi madre—sollozó Renoir dolorido, un llanto agudo comenzó a brotar de su boca.

—Caela Miria Liria, ese es el ancestral nombre de tu madre —le interrumpió nuevamente el caballero mientras se erguía.

Renoir levantó su cabeza rápidamente, mientras apretando la mandíbula, se quiso abalanzar de nuevo contra él. El caballero le esquivó, le agarró y le golpeó dos puñetazos en la cara y en la tripa, arrojándolo de nuevo al suelo.

—Si, esa es la verdad que no quieres oír, o no sabes —prosiguió la recriminación—. Tu madre, era una dominante ancestral, y tú lo eres, sin duda, aunque, tu no eres un dominante puro como yo, eres un híbrido. —Renoir le miró con la misma mirada furiosa de antes, pero con el ojo hinchado y la ceja ensangrentada— Sin embargo, eres un dominante poco común, en tus venas, tu corazón, la energía que tienes no es la misma que tengo yo. Eres, probablemente, el último descendiente del linaje de Ruy Miria, chico. Supongo que os habrán enseñado quien fue; ¿No es así?

Renoir sostuvo su mirada, anonadado, no comprendía que estaba diciendo, aunque sabía quién era Ruy Miria: el legendario dominante que restauró la tierra de Ajnâ por segunda vez para que los humanos pudiesen vivir libres de la opresión de los seres ancestrales.

—Solo sé —jadeó Renoir—, que sois unos seres despreciables, déspotas, abusadores de vuestro poder, vosotros nos esclavizasteis nos torturasteis...lo sé todo sobre vosotros —el caballero le observaba apenado—. Pero yo no caeré ante vosotros, me he entrenado para exterminaros en nombre de la humanidad pura, por el sacrificio de todos mis antepasados, todos aquellos mártires, para una tierra en paz, sin más guerras ni muertes.

Renoir se irguió por completo, apretando sus puños mientras su mirada, valerosa y determinante se dirigía hacia el pasivo caballero.

De repente, de su pecho emanó un aura azulada que le recorría los brazos hacia sus puños. El caballero se asombró.

—Espera, espera chico, tus brazos —señaló sorprendido.

Renoir se miró los brazos, percatándose de la anomalía.

—¿¡Qué es esto —exclamó el muchacho—!? ¿Qué me estás haciendo?

El muchacho comenzó a quejarse de un fuerte dolor en el pecho mientras se retorcía de dolor en el suelo.

—Eh, tranquilízate —le calmó el caballero mientras le tocaba los brazos—, deja que fluya, mira.

Los brazos de un nervioso y agobiado Renoir se relajaron y la prána desapareció.

—Es el elemento cerúleo, Orión, ese es su nombre—aclaró Dimitri.

—Eres tú, a quien tanto he buscado todo este tiempo. Renoir, perteneces al linaje de los Miria, los portadores de la Magia ancestral Vorágine —susurró el caballero asombrado.

Se alzó mientras Renoir levantaba su cabeza con la boca abierta y los ojos rojos.

—Mi nombre es Dimitri —dijo el caballero.

Se despojó de su capucha, revelando su blanca cabellera. De sus ojos color grisáceos, comenzaron a caer lágrimas, mientras se postraba ante Renoir.

—Os he buscado durante muchas lunas, no estaba seguro de que fueseis el que buscaba, pero ahora lo veo con claridad. Cuando vi a vuestra madre, sabía que se parecía indiscutiblemente a vuestra abuela, era su viva imagen. Me alegro de saber que no me equivocaba.

—¿D-de qué estás hablando —titubeó Renoir dolorido, como si su mente no estuviera presente en ese instante—? ¿M-mi abuela?

—Vengo del Sacro Reino Etéreo —aclaró Dimitri—, soy el príncipe, y hace ya tanto tiempo que ni me acuerdo fui enviado expresamente por mi padre, el rey, a una misión secreta de la que, lenta y neciamente, fui perdiendo la fe. Hasta la tragedia de Elmsford...y hasta este momento.

—¿El príncipe —preguntó Renoir aún más confuso—? El Reino Etéreo...

La mirada de Renoir se perdió desamparadamente en el príncipe.

—El ancestral don del rey Erebus, mi padre, actuó revelándole una visión —respondió Dimitri levantando su mirada, se levantó y le cogió al muchacho de los hombros—, mi padre es el hombre más sabio que he conocido jamás, es muy longevo, ha vivido mucho, como para saber que estamos condenados a una era mucho más oscura que la guerra de los dominantes. En su visión, aparecéis vos. Vos sois el dominante que estaba buscando, Renoir.

—¿Que yo...soy un dominante —se preguntó Renoir mientras se miraba los brazos—? No, me entrenaba para matarlos. Madre... —Renoir se derrumbó mientras golpeaba el suelo con sus puños —¿por qué? ¡¿Por qué no me dijiste nada?!

—Vuestra madre, Renoir, ha sido una superviviente —le aclaró Dimitri con voz suave—, al llegar hasta aquí desde el Reino Etéreo, ese mismo viaje me ha supuesto un gran riesgo, y al teneros, ha conseguido perpetuar vuestro maltratado linaje. Puedo ayudaros a comprender, pero no podré hacer que lo hagáis por vos, pues vos debéis ser el que lo entienda y lo acepte. Venid conmigo. Si los Antheinos os encuentran, os torturarán en cuanto sepan que sois un dominante, ahora sabéis que es así.

—¿Quién eres...?—murmuró Renoir completamente abatido y con voz tan baja que el príncipe no se enteró.

El viento comenzó a soplar hacia el norte, moviendo la maleza del corto tramo de bosque que les quedaba.

—Os llevaré con mi padre, al Sacro Reino Etéreo, el hogar de la infancia de tu madre y el hogar de las últimas generaciones de los dominantes de vuestra misma energía ancestral —Dimitri le dijo esto a la vez que le agarraba del hombro, con una sonrisa.

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