Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

~16. Reunión

En el campo de batalla, donde la tierra temblaba bajo el peso de la tensión, Raenari y Dimitri enfrentaron a Kali, el formidable heredero guerrero de los dominantes shaktienses.

Dimitri, con su altura imponente y su cabello blanco fluyendo al viento, irradiaba un aura de poder mientras sostenía su espada imbuida en haces lumínicos sacros. A su lado, Raenari, con sus cabellos rojizos ondeando alrededor de su rostro determinado, emitió un destello de confianza mientras se preparaba para el asalto. Enfrente de ellos, Kali, con su lanza negra y su armadura oscura, emanaba una energía oscura y letal, listo para defenderse con ferocidad.

El combate comenzó con un ataque coordinado de Raenari y Dimitri, quienes avanzaron hacia Kali con determinación.

Los gritos y quejidos de los dos dominantes y la humana pura reverberaban desordenadamente en el espacio.

—¡Raenari! —gritó el príncipe a la pelirroja mientras arremetía con rapidez ante la dura ofensiva de Kali hacia Raenari.

Dimitri desató un torrente de haces lumínicos, mientras que Raenari se lanzó con agilidad y gracia. Sin embargo, Kali respondió con una habilidad sobrenatural, bloqueando los ataques con su lanza y contraatacando con una furia desenfrenada.

Dimitri y Raenari respondieron en perfecta sincronización, desviando los golpes de Kali y buscando oportunidades para contraatacar.

—Ahora Dimitri, sígueme —tomó la delantera Raenari apresurándose a cargar un ataque sincronizado con el príncipe.

Con cada movimiento, desplegaron sus habilidades únicas: Dimitri utilizando su magia sacra para defender y contraatacar, mientras que Raenari confiaba en su agilidad y destreza con la espada para ejercer presión en los puntos ciegos de Kali.

Aprovechando una oportunidad Kali escapó de la presión, recuperando el aliento mientras les miraba fijamente.

—¿Qué hace —preguntó Dimitri con aliento acelerado—? Da igual, mantente en guardia Raenari, atacará dentro de nada, yo recibiré el ataque y tu saldrás después para acabar con él.

—No —contrarió la pelirroja mientras comenzaba a correr—, debemos presionarle ahora.

Raenari se apresuró a la ofensiva ante la negativa de Dimitri, que no tuvo más remedio que seguirla para no dejarla desprotegida.

—Eso es Raenari —susurró Kali, preparándose para recibir la estocada de Raenari—, pero vas a necesitar mucho más para vencerme de nuevo.

Tras un feroz grito, Kali se adelantó a los golpes de Raenari, forzando su violenta y elemental ofensiva primero, ofensiva que detuvo justo a tiempo Dimitri con contundencia.

El aire se llenó con el sonido de acero chocando contra acero, y el suelo temblaba bajo el impacto de los ataques. Kali desató una serie de golpes devastadores, obligando a Raenari y Dimitri a luchar con todas sus fuerzas para mantenerse en pie.

—JAJAJAJA, ¿Qué es lo que pasa Raenari, ya no puedes vencerme o qué —vaciló Kali furiosamente—? No eres más que... ¡UNA DESDICHADA ESCLAVA!

Con cada momento que pasaba, la batalla se volvía más intensa y desesperada. Raenari y Dimitri luchaban con valentía y habilidad, pero Kali parecía imparable.

Dimitri dibujó precisamente con su espada un escudo etéreo, que les protegió de los tajos desatados del heredero durante cierto tiempo.

—Su dominancia es potente —afirmó Dimitri—, romperá el escudo con facilidad.

—Ya le vencí una vez —dijo Raenari, la mirada asesina de Kali le penetraba desde el exterior del cada vez más fracturado escudo—, puedo volver a hacerlo, como aquella vez. Pero... mi espada —dirigió su mirada hacia su espada, la cual se había liberado del elemento sacro que le concedió Dimitri al comienzo del combate—, penetrará menos su coraza.

—Lo está rompiendo Raenari, prepárate —le advirtió Dimitri, haciendo un último esfuerzo por mantener el escudo.

—¡Espacios cerrados —gritó Raenari entre nervios, zarandeó su espada posicionándose mientras hablaba—! Dimitri, aprisiónalo como sea, que no pueda mover su lanza, yo le asestaré el golpe final.

Dimitri le miró de reojo con incertidumbre, pero después se incorporó con la intención de llevar a cabo la orden.

El príncipe deshizo el escudo abruptamente y se anticipó al ataque del heredero, golpeando su lanza con todas sus fuerzas, centrándose en agotar la resistencia de su brazo para después aprisionar su arma con sus últimas fuerzas materializando un débil escudo etéreo alrededor de la punta de la lanza de Kali.

—¡Ahora Raenari!

—¡Quita de en medio! —exclamó Kali impotente propinando un fuerte puñetazo a Dimitri, deshaciendo el escudo etéreo.

Justo en ese instante, Raenari saltó sobre los vestigios sólidos del elemento sacro del escudo de Dimitri, antes de que se deshiciesen, impulsándose en el aire con gran agilidad y atravesando el costado de Kali con su espada mientras descendía.

—Arggggh —sollozó Kali, sus ojos abiertos mirando a su antigua camarada y amiga—... Rae-Raenari.

Kali cayó al suelo y Raenari le retiró su hoja del costado rápidamente, quedándose contemplando su cuerpo, que sangraba a borbotones.

—Voy a por Renoir —avisó Dimitri mientras envainaba su espada—, acaba con él y larguémonos de aquí.

Los pasos del príncipe se alejaban cada vez más de la percepción de Raenari, mientras ella perdía su mirada en Kali, casi sin creerse lo que había hecho.

Prácticamente, habían crecido juntos los últimos diez años. La pelirroja se tocó el pelo con recelo, mientras se agachaba acercándose a él.

—Adelante —incitó Kali con dificultad—, por favor, no dejes que mi padre me vea así. En aquella prisión, hace unas horas, m-me dijiste... que acabarías con este sufrimiento, con mi sufrimiento.

Lágrimas comenzaron a brotar de los verdes ojos de Raenari, incapaz de hincar su hoja y atravesar el corazón de su amigo.

—Hacía mucho tiempo que no veía tu mirada y el color de tus ojos —susurró Kali acariciando las húmedas mejillas de Raenari.

—Lo siento... lo siento Kali.

La guerrera se levantó rápidamente y pegó un fuerte grito que dirigió al, ya lejano, campo de batalla.

—¡Raenari vámonos! —gritó Dimitri con Renoir en brazos.

La pelirroja se dirigió hacia ellos, echando una última mirada solemne a Kali.

Mientras tanto, en el interior de Faenforn, Leone y sus camaradas antheinos ayudaban a los esclavos y cargaron con el cuerpo de Dárion.

Óbregon miraba el cadaver fijamente, completamente aturdido.

—No te preocupes —le consoló Leone, que se había acercado al observar su pesar —, le daremos una sepultura digna, en nombre de todos los que no pudieron.

—¿Dónde, dónde le enterraremos? —preguntó Óbregon sin apartar la mirada de su difunto amigo.

—En Anthea —respondió Leone, dirigiéndose a los esclavos—, marcharemos a prisa al reino, donde se os tratará como a personas, como a seres humanos, y no como a esclavos. Es por ese objetivo por el que hemos luchado en esta batalla.

Óbregon lo sopesó con detenimiento y acabó accediendo con un gesto, en poco tiempo, los demás le siguieron.

—Gracias por esto —le agradeció Aja a Leone.

El soldado antheino le respondió con un gesto distante, pero Lorenz viendo como pretendían dejar a Aja aquí, se enfureció.

—Y- yo, no me voy sin Aja —se opuso el joven inválido, sujetando la mano de su hermana.

—Lorenz...

—Muchacho —respondió Leone, acompañado de dos soldados más—, Anthea es nuestro hogar, allí estaréis a salvo, no sufriréis más —le prometió agarrándole de los hombros—. Es el lugar en el que firmarás una familia, y prosperaréis, tú y tu hermanita, y no al lado de dominantes. Por buenos que te parezcan algunos, en su naturaleza albergan el odio intrínseco hacia nosotros, lo he visto de primera mano, y tú también, lo sabes.

—Lorenz, tiene razón —intervino Aja acercándose—. Sabes que es el lugar en el que debéis estar, yo no puedo marchar, mis amigos, siguen aquí, debo ayudarles; ¿recuerdas?

—No, Aja no es una mala persona —respondió Lorenz dirigiéndose a Leone, el cual hacía muecas de disconformidad y lanzaba miradas de asco y repugnancia hacia Aja—, sabéis todo lo que ha hecho por nosotros, no estaríamos aquí de no ser por su ayuda —continuó dirigiéndose hacia los demás esclavos y rebeldes.

Óbregon bajó la mirada avergonzado.

El soldado que estaba al lado de Leone escupió las botas de Aja con desprecio. Mientras la instaba a largarse de aquí con actitud amenazante.

Ante este acto, Lorenz le conectó un débil puñetazo perdiendo el equilibrio y siendo sujetado por Aja antes de caerse.

Leone intervino separando a su camarada.

—Cálmate Troy, cálmate.

—Esta mujer —habló Lorenz con voz potente y entre lágrimas, Luciana, asustada, se situó detrás de Aja—, salvó a mi hermana de la letal enfermedad que nos asolaba en el área, y vosotros lo sabéis. ¡¿Por que nadie dice nada por ella ahora?!

Los esclavos y los rebeldes del área, ya montados en los caballos bajaron sus miradas avergonzados y temerosos, incluso Óbregon.

—Óbregon —le llamó Lorenz—, él lo hubiera reconocido, ambos conocíamos su franqueza, lo sabes, no importa que sea una dominante.

—Y es cierto Lorenz, muchacho, es cierto lo que dices —le apoyó Óbregon—, pero no podemos quedarnos aquí, y ella solo vendrá si los soldados lo ven conveniente, tienen más experiencia y saben mucho más sobre la naturaleza de estos dominantes que nosotros.

Lorenz abrió sus ojos, sorprendido por la respuesta del líder rebelde.

—Además, no la matarán —prosiguió—. Es más que suficiente, podrá retirarse por donde vino, vivirá, que en estos tiempos, ya es más que un regalo.

—Lorenz —le susurró Aja levantándole del suelo con delicadeza—, hazles caso, mi camino, el que debo recorrer, se encuentra lejos de aquí, el tuyo, es con ellos. Cuida de tu hermana querido amigo.

Aja le abrazó con sinceridad, y Lorenz lloró por segunda vez. Al abrazo, se sumó la pequeña Luciana colocándose en medio de los dos.

Leone miraba la escena sorprendido, su hierático corazón, casi se conmovía por lo que veía, nunca había escuchado sobre un dominante que ayudase a los humanos puros, ni mucho menos, que tuviese una Mæ curativa.

Finalmente, Lorenz y Luciana montaron en uno de los caballos, y marcharon hacia la salida de la capital. No sin antes dejarle a Aja un obsequio de recuerdo y agradecimiento por su ayuda, el mismo obsequio que pretendía darle antes del rescate de Renoir y Dimitri.

Aja les contemplaba marchar, pensativa ante las diferencias de seres tan semejantes entre sí.

Eran un total de veinte jinetes soldado, cuatro arqueros, los casi medio centenar de esclavos y rebeldes, y Leone liderando la marcha.

Aja se inclinó con curiosidad hacia el obsequio que le había entregado Lorenz. Era una lámina de hoja de escritura, fina y flexible, adornada con un dibujo hecho a mano.

En la ilustración, se veía a Lorenz apoyado en el hombro de Aja, resaltando en un aura verdosa que contrastaba con los trazos agrietados y secos de la pintura. Era evidente que había sido realizado con genuina pureza, pero también denotaba la inexperiencia de su autor, probablemente alguien joven.

Un sentimiento de tristeza se apoderó de Aja mientras observaba el dibujo, su mirada se encontró con la de Lorenz, quien le dedicó un gesto de despedida. Aja le devolvió el gesto con un apretón en el corazón, y deseando su bienestar, tanto el de Lorenz como el de Luciana.

Con determinación, Aja se enderezó y se apresuró hacia la salida del pasadizo del norte. Dimitri, Raenari y Renoir la esperaban allí, como habían acordado.
A pesar del dolor y la incertidumbre, sabía que no podía permitirse detenerse. Tenía un compromiso con sus compañeros y un destino por enfrentar.

Por otro lado, en el ya finalizado campo de batalla, Káliron era atendido por la unidad de refuerzo y los shaktienses que sobrevivieron al conflicto, llevándolo a intramuros. Mientras que Kálion acudía al rescate, tras escuchar aquel grito de auxilio femenino que venía del norte.

El canciller se sorprendió cuando vio el cuerpo malherido y ensangrentado de Kali, cargándolo con cuidado y pidiendo ayuda a sus subordinados.

—Oye Kali —habló el canciller—, no se si me estás escuchando, pero al principio, dominamos con fiereza el campo de batalla, como era de esperar, supongo que tú estuviste lidiando con ella; ¿No es así?

Kali se lamentó aturdido.

—Pero —continuó—, hubo un gran imprevisto.

El canciller contemplaba con Serena preocupación el horizonte del conflicto.

Una rojiza y espesa estela sangrienta recubría el campo de batalla, simbolizando los cadáveres caídos ante la dominancia shaktiense.

La estela sobrepasaba la entrada de la capital, pudiendo avistarse desde el interior, desde donde se aproximaban el grupo de antheinos, junto a los esclavos.

Se desplazaban en pequeños grupos y en sigilo, manteniendo a los vulnerables esclavos dentro de la formación, y a los soldados en los extremos, de tal manera que en los vértices de la improvisada formación hubiesen vigías que avisaran de cualquier peligro en el frente.

Óbregon y Leone se mantenían en el centro de la formación, liderando a los esclavos y detrás de los arqueros vigías.

—Aún no asimilo esta inminente guerra que se nos ha venido encima —apuntó Óbregon—, y tampoco que un joven como tu esté dirigiendo nuestro rescate. Me sorprende que hayáis podido vencer al ejército imperial en batalla, porque si ahora estáis rescatándonos, es porque habéis vencido; ¿verdad?

El líder rebelde le miró de reojo, queriendo entrever su reacción. Pero lo único que consiguió ver, fue un rostro seco, completamente alerta y unos ojos abiertos y cansados a la vez, como si no se hubiesen cerrado en toda una vida.

—Mi diligencia es improvisada, Óbregon —contestó Leone sin apartar la mirada de sus camaradas vigías por si captaban algo—. Además, lo que nos aguarda una vez salgamos de este infame sitio, si conseguimos salir con vida, no será una victoria.

Óbregon sopesó sus palabras. La incertidumbre y los nervios le invadieron mientras cabeceaba de un lado a otro contemplando a su gente, hasta toparse con el cadaver de Dárion, lo que le hizo lamentarse en silencio.

—Cuidado —susurró Leone mientras ordenaba la detención mediante un gesto.

El soldado vigía, el cual había escalado la muralla por las derruidas escaleras, hizo una señal de peligro hacia Leone.

El joven se adelantó de la formación rápidamente, junto con varios jinetes más que le seguían. Al salir lentamente del portón de la capital, vieron a los supervivientes shaktienses, entre ellos los cancilleres y el heredero.

—Preparaos para combatir —ordenó Leone desenvainando su espada.

Rápidamente, Leone organizó una formación ofensiva contando con los soldados antheinos y los hombres rebeldes y esclavos que pudieran pelear, dejando así a las los indefensos esclavos detrás.

Cuando Kálion los vio salir del portón se asustó, prediciendo la fatalidad del enfrentamiento, debido a su situación.

La mayoría de sus dominantes estaban heridos o sin fuerzas, por no hablar de Káliron y el Kali, que estaban al borde de la muerte.

«Maldición —se lamentó Kálion—, aunque pudiera acabar con todos ellos, en un combate directo no podría garantizar la seguridad del heredero, ni de Kálion, supondrían bajas muy graves para el Imperio. ¿Debería dejar que escapen con los esclavos?»

La escena suponía un giro de los acontecimientos, cuando los dominados se negaban a ser ejecutados sin luchar frente a los dominantes, saliendo de su propia ciudad.

—¡CARGAD! —bramó Leone al avistar al enemigo.

—¡ALTO —contrarió la voz de Kálion, quien se había adelantado para detener el avance—! Solicito la tregua entre nuestros ejércitos.

Leone mandó la detención de los soldados, dispuesto a escuchar lo que tenia que decir. Juzgó que el enemigo era de alto cargo por su vestimenta, lo que hacía más interesante su propuesta pacífica.

—Mucha sangre se ha derramado ya —dijó Kálion—, pero no hay por qué derramar más, echad un vistazo —señaló con su látigo el campo de batalla—, el ejército Antheino está aniquilado, incluido vuestros capitanes y caudillos.

Leone escuchó atentamente, entendiendo que se refería a la muerte del comandante Lucius y el capitán Worten. Los soldados antheinos se enfurecieron al escuchar esto último, apretando sus armas y dispuestos a cargar de nuevo mientras miraban a Leone de reojo.

—Aún así —continuó el canciller, una sonrisa pícara y risueña le invadió al notar la alteración emocional enemiga—, os concedo salir con vida de este sitio, como recompensa por tan ardua batalla... y valentía —dijo dirigiéndose a Leone con la mirada.

—Leone —dijo Óbregon—, esta es la oportunidad de llevarlos a todos de una pieza a Anthea, debemos acceder. Míralos, ellos también están destrozados, pero si luchamos se cobrarían la vida de muchos, debemos aceptar el trato.

Leone apretó la empuñadura de su espada, impotente ante la situación, casi dejándose dominar por la rabia y deseando lanzar esa orden de ataque para acabar con ellos.

Pero, es entonces cuando recordó aquella hoguera de esclavos que tuvo que hacer en la gran llanura, mientras juraba salvarlos a todos. Este recuerdo le hizo girarse para contemplar a los atemorizados esclavos.

—¡Está bien, aceptamos! —gritó Leone ante la mirada de los demás soldados, la mayoría disconformes con el veredicto.

Kálion asintió con mirada sinuosa y astuta, volviendo hacia su gente, mientras tanto, los más de medio centenar de esclavos, fueron saliendo en grupos, custodiados por los soldados antheinos, que formaron una barrera protectora para los esclavos frente a los shaktienses, para prevenir cualquier ataque sorpresa de los dominantes.

Lorenz abrazaba a su hermana con fuerza mientras miraba a los dominantes siendo rodeados.

Ambos bandos se rodearon sin tocarse, hasta que los shaktienses se adentraron en Faenforn y Leone lideró a los demás, marchando hacia el campamento militar antheino que montaron para la batalla.

En el interior del majestuoso templo Khali, el emperador Takhor buscaba consuelo en la oración, sumido en la desolación que la guerra había sembrado en su corazón.

La ausencia de sus consejeros exacerbaba su angustia, y solo encontró alivio en la presencia del pujari del templo, en medio del inicio del ocaso de una batalla que amenazaba la integridad de su ciudad.

Takhor compartió con el pujari sus miedos y debilidades, buscando un rayo de esperanza que le permitiera encontrar el valor para continuar enfrentando los desafíos que la vida le presentaba.

Ni siquiera la seguridad de su hijo en el campo de batalla lo inquietaba; su alma estaba marcada por un profundo trauma desde la pérdida de su amada esposa Kalid, una herida que se resistía a cicatrizar.

—Ya no sé que hacer —susurró con grave y entristecida voz—, cuando cierro los ojos, es como si nada hubiera cambiado, como si la siguiese viendo en el balcón de mi salón, con mi hijo en brazos. Es como si la siguiese viendo en el campo de batalla.

—Ya veo —asimiló el pujari, inclinándose hacia el levemente, el sonido de sus collares rojizos tintineaban mientras se movía—, pero; ¿Qué ocurre cuando los abre?

—Dolor —respondió Takhor—, no puedo ver nada, solo una realidad que no debió ser así. Una pesadilla.

—Rece su majestad —instó el pujari retomando su postura—, rece y luche para que Ajnâ le recompense por tan ardua fe, así como hizo con nuestros antepasados, le volverá más fuerte, más poderoso.

Takhor salió del templo cabizbajo, la ciudad estaba desolada, sin ningún dominante en las calles, ni siquiera en el interior del templo.

La conversación con el pujari apenas alivió el tormento del emperador, quien salió del templo más desesperado que antes, encaminándose hacia el palacio real.

En su camino, se encontró con las tropas shaktienses que regresaban, entre ellas, los cancilleres y su hijo, maltrecho y herido.

La visión de su hijo inconsciente le recordó a su esposa, despertándole un instinto protector, y sin dudarlo un instante, lo arrancó de las manos de los soldados, lanzándole una mirada de rabia a Kálion, y lo llevó al palacio, donde los curanderos se apresuraron a atenderlo bajo la mirada angustiada del emperador, cuyo corazón se llenaba de culpa y resentimiento.

—Hijo mío... lo siento, lo siento mucho —el emperador se derrumbó mientras agarraba la mano de Kali.

Más tarde, en la solemne sala del trono, Takhor se encontró con Kálion, quien debatía con ministros y concejales sobre los estragos causados en las murallas y el portón de la ciudad.

Caminó hasta su trono con rostro sereno, bajo la mirada intimidada de todos los demás concejales y de Kálion, el cual agachó la cabeza cuando pasó delante suya.

—¿Cómo se encuentra Káliron? —preguntó Takhor dirigiéndose a Kálion con la mirada, mientras se sentaba lentamente en su trono.

—No actuará en combate durante un tiempo, pero sobrevivirá —respondió el canciller—. ¿C-cómo se encuentr-

Takhor interrumpió su pregunta con un golpe en la gran mesa negra, asustando a todos los concejales y ministros del Imperio.

—Quiero un informe de la situación Kálion —dijo inclinando su cuerpo hacia el canciller—. ¿Cómo es posible que hayamos sufrido tantas bajas, y cómo es posible que el dominante de los Miria se nos haya escapado?

—Su majestad, la batalla estaba siendo dominada por el ejército Imperial, hasta que llegó nuestro aliado que descansaba en la fortaleza nocturna, el jinete negro —Takhor, se acomodó, él sabía perfectamente por qué habían fracasado en el combate, pero quería escucharlo de boca del canciller, a modo de humillación—, vino desatado, lo cual no era un problema, el problema vino cuando el dominante de los Miria desató aquel caos, la batalla de truncó desde ahí, n-no pudimos hacer nada para frenarle. Y acabó matando al jinete oscuro.

El silencio incómodo se hizo en la sala, mientras los ministros valoraban el informe de Kálion.

—Ya veo —sopesó Takhor—, y parecía inofensivo. Entiendo que han sobrevivido todos, y han conseguido escapar, incluida ella; ¿Verdad?

—A-así es —respondió Kálion, entendiendo que se refería a Raenari.

Takhor observó a su fiel canciller con seriedad. Kálion, con su historial intachable de lealtad y eficiencia, siempre había sido un apoyo indispensable para el emperador.

Esta confianza mutua era aún más vital después de la dolorosa pérdida de la esposa de Takhor, cuando el imperio necesitaba un liderazgo firme y discreto.

—Es el momento, de unirnos como imperio, y colaborad entre nosotros —habló el emperador, levantándose del trono y dirigiéndose a los ministros de las diferentes ciudades de Shakti Kala—. Convoco una reunión militar, necesito que acudan los altos cargos de Thalagrim e Iratus, todos debemos colaborar, si queremos acabar con esto rápidamente. No hay más que hablar.

El canciller y los diferentes ministros se marcharon y Takhor se sentó reflexivo en su trono, observando la muralla y el portón derruido desde el ventanal. Sabía que había tomado la decisión correcta y que debían acabar con este problema antes de que fuera demasiado tarde.

En el agreste paisaje, Dimitri y Raenari avanzaban hacia el norte, escapando de Faenforn. El dominante albino, con mirada vigilante, exploraba los alrededores en busca de peligros potenciales mientras la pelirroja, con el cuerpo sudoroso de Renoir en brazos, trotaba con cuidado, observando su semblante marchito y el sudor que lo cubría, un síntoma inquietante. La decisión de su próximo destino pasaba por su mente mientras trotaba.

«Thalagrim está fuera de la cuestión —murmuró para su misma—, la vigilancia es férrea y podría ser nuestra tumba si nos encontramos en problemas. Iratus, en cambio...».

Dimitri, cuya preocupación por la seguridad de Aja lo mantenía inquieto, interrumpió sus pensamientos con un gesto de urgencia.

—Raenari, ¿dónde está Aja? No puedo verla por ningún lado —dijo angustiado.

Raenari, jadeando por el esfuerzo, detuvo su marcha y se acercó a Dimitri.

—Yo iré a por ella, avanzad unos doscientos piezas hacia el norte y veréis un gran árbol, allí nos veremos —dijo mientras le ofrecía a Renoir.

—No, Raenari, no podemos dividirnos ahora —declaró con determinación—. Debemos permanecer juntos y mantenernos a salvo.

«¿Debería arriesgar tanto por Aja? Después de todo lo que he sufrido para llegar hasta aquí, tengo a Renoir justo allí, podría cogerlo e irme —debatía Dimitri consigo mismo mientras su mirada se perdía en el neblinoso horizonte—. No... ¿qué estoy diciendo? Debo encontrarla, ella le importa mucho a Renoir, no me lo perdonaría jamás».

Mientras Dimitri y Raenari debatían sobre el siguiente paso a seguir, avistaron a Aja corriendo hacia ellos, la alegría se notaba en el rostro y la forma de correr de la joven.

Raenari se percató y se acercó a ella emocionada, chocando en un fuerte abrazo.
Dimitri saludó aliviado a la joven desde la distancia, con cierta vergüenza por sus pensamientos. Aja se le acercó abrazándole mientras lloraba.

—Aja —llamó Raenari nerviosa—, los demás, ¿cómo están?

Aja informó con detalle la situación de los esclavos y los eventos recientes, dejando a Raenari atónita.

La idea de que estuvieran vivos y en camino hacia Anthea parecía demasiado buena para ser verdad, y la pelirroja no pudo contener las lágrimas que brotaron de sus ojos.

—Por Ajnâ —suspiró aliviada, mientras caía en llanto de rodillas—... sed libres al fin mis hermanos.

Era un llanto liberador, un torrente de emociones que expresaba el alivio y la esperanza tras tanto sufrimiento.

—Pero —continuó Aja—, Dárion no pudo sobrevivir, lo asesinaron.

La alegría se desvaneció abruptamente cuando Aja reveló la trágica muerte de Dárion.

—¿Su cuerpo —preguntó Raenari sorprendida—, dón-

—Tranquila, se lo han llevado con ellos para enterrarlo en Anthea —aclaró la joven acercándose a Raenari—, Leone decidió hacerlo, era una buena persona.

Dimitri lamentó la pérdida de Dárion, elogiando su honestidad, su nobleza y protección hacia los suyos.

Aja se acercó a Renoir, que yacía en el suelo.

—Renoir, gracias —susurró la joven mientras le acariciaba con ternura—. Tú has hecho esto posible. ¿Cómo se encuentra? —preguntó mirando hacia Dimitri y Raenari.

—Respira bien, pero necesita descansar y alimentarse, todos lo necesitamos —respondió Dimitri con un atisbo de esperanza.

—Debemos dirigirnos hacia Thalúrim, allí encontraremos descanso —sugirió Raenari recogiendo a Renoir—os guiaré, seguidme.

—Te seguimos —respondió Dimitri retirándole a Renoir de los brazos delicadamente— tú guíanos.

Raenari notó la mirada de confianza de Dimitri, asintiendo e iniciando la marcha.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro