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~14. Corrupta libertaris

La interrupción y petición de Raenari mantuvo a todos los presentes entre una extraña incertidumbre y sorpresa.

Kali le miró con rostro confuso al mismo tiempo que cabeceaba hacia su padre con intención de denegar la petición de su conocida pelirroja.

—Raenari —llamó el emperador—, no has sido capaz de traerme a ese dominante fugitivo, pero sin embargo, quieres que te confíe a estos dos. ¿Acaso sabes a quién tenemos ante nosotros?

—Si, lo sé mi señor —contestó respetuosamente la soldado—. Se trata del último dominante de los Miria, precisamente por eso quiero interrogarlos en los calabozos junto a mis hombres, para sonsacarles información sobre su compañero perdido, pues podría tratarse de alguien importante.

Renoir permanecía inmóvil, su rígida postura cabizbaja dejaba entrever lo impactado que estaba ante la situación.

El rostro sereno del emperador se tornó, por un instante, aliviado y reconfortado.

—Está bien Raenari, puedes llevártelos —permitió acomodándose en su trono.

El canciller Kálion se levantó de su asiento poco después, saliendo por la puerta lateral de la sala del trono.

Kali hizo una mueca de incomodidad y asombro.

Pero, padre —intervino el heredero—no puedes dejarlos con ella.

Takhor le dirigió una mirada intimidante, suficiente para que su hijo callase y marchase de la sala con aires prepotentes.

Mientras marchaba de la sala se cruzó con Raenari, a quien miró recelosamente de reojo.

La pelirroja ayudó a levantarse a los prisioneros quedándose unos segundos de más para observar los cerúleos ojos de Renoir, ojos que le confirmaban su naturaleza, una naturaleza que a ella le era familiar.

Con cierta premura, Raenari marchó hacia los calabozos de Faenforn junto a los prisioneros, llevándolos atados junto a una patrulla de guardias imperiales.

Kali paseaba con furiosos andares por el rellano del palacio, cuando vio a Raenari de nuevo, esta vez saliendo de la sala del trono junto a los prisioneros.

—Enturbiada está la mente de vuestro padre —susurró una voz aterciopelada.

Kali la percibió detrás de él, e inclinó su cabeza sutilmente para captarla con atención.

—Debéis ser vos quien asegure nuestra prevalencia.

Dijo la misteriosa voz antes de ser interrumpida por apresurados andares, andares por los que Kali se giró con rapidez, logrando entrever la capa que portaban los cancilleres imperiales escondiéndose detrás de una columna que marcaba la intersección a la sala del trono.

Solo con ver aquella capa ya sabía que se trataba de Kálion, el canciller imperial estratega, conocido como el "listo" por su astucia, y aunque no lo soportaba por el control que ejercía sobre su padre, Kali sabía que estaba en lo cierto, debía actuar.

Mientras tanto, en la oprimida guarida de los rebeldes, Aja, Óbregon, Dárion y algunos rebeldes más se reunieron en el subsuelo para aclarar el plan de rescate.

—Recordad —apuntó Aja—, solo tendremos una oportunidad, así que todo debe funcionar.

—Aja —preguntó el líder rebelde—; ¿Estás completamente segura de que esos prisioneros son de fiar?—sus oscuros y desconfiados ojos miraron con preocupación a la joven.

—Óbregon, esos prisioneros, me salvaron, me acogieron...son buenas personas —respondió la joven con determinación.

—Bien —añadió Dárion—, yo confío en ellos, no pueden ser amigos tuyos y no ser de fiar, después de todo, tú nos has ayudado mucho aquí. Deberías marchar, ya casi es la hora—concluyó el segundo al mando mientras avistaba las señales de Wurdon en la entrada del subsuelo.

Aja, con semblante sereno y decidido, atravesaba todo el subsuelo con intención de salir a la superficie.

Al salir del subsuelo, de camino a la verja de la entrada, observó los maltrechos rostros de los esclavos. Reflejaban una mezcla de ansiedad y valentía, de miedo y de emoción, conscientes del peligro que les esperaba pero decididos a luchar por su libertad.

«¿Acaso esta gente tiene que sufrir por no ser dominantes? —se cuestionó la joven mientras avanzaba—».

"Ruy Miria, nos dio la libertad... solo para que nos esclavizásemos entre nosotros"

Aquellas palabras de Dimitri golpearon de repente la conciencia de Aja, haciendo que se detuviese en seco, en medio del área esclava.

«No puede ser, en aquel entonces... a mi madre también le mataron unos humanos puros. Aquí, ellos son esclavos... mientras que hacen de verdugos en otros lugares».

Aja respiró profundamente, tratando de eliminar de su cabeza pensamientos que lo único que conseguirían es llevarla a su muerte en la operación y reanudó la marcha.

—Eso no importa —murmuró inspirándose valor a sí misma—, todos tenemos derecho a la vida, ser diferentes...no nos da una razón para todo esto.

Retomando los pasos firmes con los que salía del subsuelo y apretando los dientes en señal de determinación, la joven se dirigió hacia su destino.

Cuando se disponía a salir por la verja, sintió un fuerte apretón en su mano.

—Lorenz —distinguió sobresaltada.

—Mucha suerte Aja —le deseó el inválido muchacho.

—Eso, mucha suerte Aja ojitos verdes —resonó una dulce y aguda vocecita mientras se dejaba ver con las manos entrelazadas.

—¡Luciana! ¿Ya te encuentras mejor a que si —preguntó Aja ilusionada mientras acariciaba cariñosamente el cabello de la niña—? Volveré y nos iremos de aquí, a nuestro nuevo hogar.

La adorable pequeña asintió con la cabeza y le ofreció el ya común brebaje del área esclava antes de volver a su choza.

—Aja, antes de que te vayas toma esto —dijo Lorenz mientras manoseaba su zurrón—, es un recuerdo, para que no me olvides por si, en medio del caos no consigo...

La joven le agarró de los hombros con fuerza, dirigiéndole una mirada determinante.

—Ni se te ocurra decir algo así Lorenz, guárdatelo, me lo darás cuando hayamos escapado —le consoló Aja.

Lorenz le devolvió el agarre con desesperación, cayéndosele su bastón y zarandeándose por la pérdida del equilibrio.

—Aja... si me pasa algo, por favor, llévate a Luciana de aquí... si conseguís escapar, hazlo, te lo suplico.

Las lágrimas de Lorenz caían en los brazos de la dominante a los cuales se aferraba con fuerza.

Aja dirigió una mirada perdida hacia Luciana, la cual miraba sonriente la escena.

En la antesala de los calabozos del silencio de los condenados, Raenari sentó a los prisioneros y ordenó a los guardias que vigilasen la entrada.

Una luz tenue perpetrada por un conjunto de velas en los alrededores de la sala era lo que iluminaba el lugar.

—No temáis —susurró al oído de Renoir—, he venido a liberaros.

El joven reaccionó bruscamente con su respiración acelerada. Dimitri podía entrever que estaba ocurriendo.

De pronto Kali irrumpió en la antesala con una carcajada, apartando a los guardias imperiales con su mera presencia.

—Mierda... Raenari, sabía que pasaba algo pero, ahora desearía no haber tenido razón —lamentó con tono sarcásticamente decepcionado mientras se paseaba por la sala.

Raenari se alejó de los prisioneros irguiéndose de su posición arrodillada y desenvainando su hoja.

—Sabes perfectamente con que se castiga la traición Raenari —advirtió Kali, su rostro desprendía rabia contenida a punto de estallar.

—Soy consciente —respondió Raenari convencida, sus ojos fijos en los lentos movimientos cíclicos del heredero, impulsados tal vez por la tensión de la situación—, al igual que también soy consciente del estado del emperador.

Kali se detuvo en seco, dirigiéndole una mirada rebosante de ira.

—Sé perfectamente que él ya no gobierna, y que son los cancilleres quienes toman el mando, sé perfectamente que le respetas, pero que también le temes, temes no cumplir sus expectativas.

—¡No te atrevas a hablar de mi padre Raenari —gritó con furia el heredero mientras zarandeaba su lanza con vehemencia—! No voy a consentirte eso.

—Kali —dijo Raenari con desesperación—...
tú no quieres esto, ahora no estamos solos, podemos hacerlo, no tenemos por qué seguir aguantando...

—¡Tú no sabes nada sobre mi Raenari... NADA!

—Es cierto —asintió la mujer agachando su cabeza—, ahora ya no tengo ni idea de que hay en tu cabeza, pero recuerdo aquellos días en los que me decías tus pensamientos y tus ilusiones, en los que me apoyabas frente al imperio, en los que me decías que no aguantabas más esta situación.

Renoir escuchaba con atención mientras que Dimitri intentaba liberarse de sus cadenas sin éxito.

—Puedo ayudarte, es el momento... podemos ser libres Kali, él puede hacernos libres —alegó señalando a Renoir.

Kali miró al muchacho confundido y luego cabeceó para contemplar su lanza, el grabado Rayanî que sobresalía en su filo.

—Mi padre... ha sufrido mucho —susurró Kali—, honraré a mi familia Raenari—resaltó con determinación mientras se acercaba lentamente imbuyendo su lanza con Mæ Nixûs—, es lo que madre habría querido.

Sea pues Kali, hijo de Kalid —dijo Raenari en posición de combate—. Acabaré con tu sufrimiento.

Una violenta estocada fue lanzada por Kali, rompiendo la tensión y estallando en un enfrentamiento.

—¡Adelante fieles al emperador, atacad a la roja! —imperó Kali hacia los guardias de la antesala.

Raenari asintió sutilmente con la cabeza y los guardias comenzaron a arremeter contra ella.

En medio del caos, resaltaba una astuta y hábil Raenari, quien desviaba todos los ataques elementales y físicos de los dominantes, a los ojos del heredero, el cual se paseaba por la antesala esperando el momento oportuno para asestarle el golpe de gracia a la pelirroja.

Raenari neutralizó a un guardia, cayendo al lado de los debilitados prisioneros. Dimitri aprovechó la refriega, e intentó liberarse con la daga del guardia, pero era inútil, las cadenas shaktienses no se rompían.

Raenari reventaba violentamente cada guardia que le hacía frente, una perfecta combinación de esgrima, desvíos, estocadas y esquives inclinaban la balanza a favor de la pelirroja.

«¿Qué ocurre —se preguntó extrañado el heredero—? Algunos de mis subordinados no están atacando como es debido... ¡¿Qué está pasando?!»

Kali entró en cólera y se dirigió a la pelirroja a gran velocidad, con la intención de atravesarla con su lanza.

Pero, la desatada guerrera esquivó la arremetida con una habilidad casi sobrehumana y le propinó una brutal patada de contraataque desestabilizando a Kali.

En ese momento entró rápidamente Wurdon junto con Aja, tapada completamente con una túnica negra.

—Renoir —susurró la muchacha al verlo al final de la antesala.

—¡Atención, a sus puestos de combate! —ordenó Wurdon a los guardias que, aparentemente, obedecían a Kali.

—¡¡JAJAJAJA... JAJAJAJA... bien os mataré a todos!!—gritó un desenfrenado Kali al darse cuenta de la traición de sus subordinados.

El escenario se convirtió en un baile sangriento en el que el heredero masacraba todo lo que se le acercaba con barridos y estocadas certeras, destrozando todo lo que alcanzaba con el elemento Nixûs y haciendo uso de toda la antesala como campo de batalla.

Un moribundo Renoir, casi al borde de la muerte, captaba con su difusa mirada la figura de Aja atravesando desesperadamente el centro del conflicto, esquivando cada obstáculo y tajo de la refriega mientras, de su pecho, emanaba un aura verdosa que se tornaba en un intenso color cian por momentos, revitalizando a todos los soldados con los que se topaba.

Kali diezmó a todos los guardias e hirió de gravedad a Wurdon.

—No... mierda —lamentó el guardia mientras se caía al suelo.

El soldado no le duró ni un minuto al heredero, que antes de rematarlo fue frenado por Raenari, que intervino vehementemente para rescatar a Wurdon.

Aja, completamente emocionada, pero también nerviosa y presionada, se lanzó al suelo a los pies de Renoir y Dimitri para curarles.

—A-Aja... —susurró incrédulo Dimitri.

—¡No sé cómo liberaros —chilló nerviosa— estas cadenas son muy resistentes!

Renoir, lejos de mirar a la joven, su mirada se perdió en el colgante que llevaba.
Sus ojos cobraron una viveza e intensidad fuera de lo común, y ante la vista de Aja y Dimitri, un gran viento cerúleo y voraz acompañado de un desgarrador grito emanaba de Renoir, apartando con violencia todo lo que le rodeaba.

Aja se chocó con una columna mientras que Dimitri se pegó contra el mugriento muro.

—¿Pero qué? —las palabras de asombro y desconcierto del heredero, el cual había sido derribado por la intensidad del poder de la Mæ, se entrecortaron al contemplar la brutal energía descontrolada.

La sacudida liberó inexplicablemente a Renoir de sus cadenas, el cual retomó su consciencia y ayudó a Aja, completamente confundida por el choque, a liberar a Dimitri.

—¡Aja —bramó exhausto Wurdon—, coge esto!

La joven cogió las llaves que le lanzó el guardia, liberando y curando así a Dimitri, quien, rápidamente y junto a Renoir retomó la postura de combate hacia Kali, mientras Aja corría hacia Wurdon para curarle rápidamente.

—Aja, no os quedéis, yo me encargo de Kali —ordenó apresuradamente Raenari, apartando a la joven de un ya recuperado Wurdon—, debes llevarles al área esclava, dependen de vosotros... por favor.

La joven obedeció con rapidez a la pelirroja, cogiendo de la mano a Renoir y ordenando a Dimitri que le siga.

—Gracias, no olvidaré esto —dijo Dimitri mirando a Raenari mientras se dirigía a la salida de la antesala.

—Por favor, cuida de ellos —respondió la mujer en posición de combate y sin apartar la mirada de Kali, quien se recuperaba lentamente del poderoso golpe por la sacudida elemental de Renoir.

—Camarada, en pie —se dirigió la pelirroja a Wurdon—, aún no hemos acabado, pronto nos reuniremos con ellos.

—Jejeje... ¿el heredero para nosotros he? —respondió con tono jocoso el guardia mientras se levantaba apoyándose en su espada.

Wurdon imbuyó el arma de Raenari en elemento Nixûs, para que el acero aguantase mejor los ataques de Kali.

El heredero se erguía de nuevo frente a ellos, zarandeando su lanza con ímpetu.

—Esa de antes —habló con áspera y jadeante voz—... era el dominante fugitivo, ¿verdad?

Kali se reía al mismo tiempo que imbuía su lanza en Nixûs poniéndose en posición de combate.

—No me esperaba todo esto —continuó el heredero—pero, ahora que los he visto a los tres, te juro, Raenari, que no descansaré hasta llevar sus cabezas ante mi padre.

La embestida violenta del heredero desató un torrente de caos y brutalidad, sumiendo el lugar en una oscuridad densa y ominosa.

Las chispas de los enfrentamientos iluminaban brevemente la penumbra, revelando destellos de rojo carmesí.

La espada de Raenari, imbuida en el elemento Nixûs, chocaba con la lanza del heredero en un choque de magia y acero.

Sin embargo, la destreza de Kali era sobrecogedora, su dominio del elemento Nixûs casi impecable, tejiendo una mortífera coreografía de ataques elementales y físicos que cortaban el aire con una ferocidad implacable.

Raenari, exhausta en la oscuridad asfixiante, donde las únicas luces eran el brillo siniestro de las llamas, alimentadas por el elemento Nixûs que emanaba de un furioso y veloz Kali, y los destellos de acero que saltaban de los desvíos constantes de la pelirroja, se percató de que Wurdon sufrió de nuevo un golpe devastador a manos del heredero.

El grito angustiado de Raenari se perdió en el estruendo de la batalla mientras contemplaba impotente la caída de su amigo.

—Lo... lo siento —susurro con dificultad el moribundo guardia, sangre caía de su boca al intentar expresarse antes de que Kali le ensartara el rostro sin piedad con su lanza.

—Muere... traidor —dijo Kali mirando el reciente cadaver de reojo.

—No...Wurdon —Raenari apretó sus dientes y gritó con ímpetu—... ¡Kali! Ya te vencí una vez, ahora voy a matarte.

Con lágrimas ardientes en los ojos, Raenari enfrentó a Kali, su determinación ardiente no flaqueaba a pesar de la tragedia que le rodeaba. Las palabras cargadas de desafío resonaron en la oscuridad, alimentando el fuego de la batalla que ardía entre los dos combatientes.

El tercer enfrentamiento estalló con una ferocidad sin igual, cada movimiento era un acto desesperado de supervivencia, cada golpe era una prueba de resistencia y voluntad. Raenari, astuta y ágil, se valía del terreno oscuro a su favor, aprovechando, al igual que Kali, cada sombra y cada rincón para protegerse y contraatacar con ferocidad.

Pero la fortaleza de su espada, impregnada con el elemento Nixûs, comenzaba a flaquear ante el implacable asalto del heredero. La impura resistencia elemental cedía ante el poderío del avanzado dominante, obligando a Raenari a retroceder cada vez más.

La puerta de acero que cerraba la salida se convirtió en la salvación momentánea para Raenari, quien decidió huir y bloquearla, pero Kali, con una furia desatada, la derribó lanzando con una fuerza descomunal su lanza, provocando un estruendo humeante.

En su arrogancia cegadora, perdió de vista a Raenari, permitiéndole escapar momentáneamente en las sombras que se cerraban a su alrededor.

—«No creo que me veas desde aquí —pensó Raenari observando a Kali desde el tejado de un edificio contiguo—, debo volver con ellos-

Los pensamientos de Raenari se cortaron abruptamente por una fuerte explosión que venía desde el sur.

La pelirroja cabeceó bruscamente en busca del impacto.

—Mierda —lamentó un exhausto Kali—... ¿ahora nos atacan?

El heredero corrió rápidamente hacia el interior de la ciudad.

El estruendo atronador atrajo la atención de los cancilleres y del emperador, quienes se apresuraron a investigar la causa acompañados por un séquito de guardias imperiales.

Al asomarse por las altas y puntiagudas torres del palacio, se encontraron con una vista desoladora: el batallón Antheino, compuesto por entre 300 y 350 soldados, se alineaba amenazadoramente frente al portón negro.

Además, otros 200 guerreros, al menos, se aproximaban en formación, todos bajo el mando del comandante Lucius.

El panorama describía una tensión casi palpable, mientras los líderes contemplaban con gravedad el inminente conflicto que se avecinaba.

—¿P-Por qué nuestros guardias exteriores no han dado la alarma? —preguntó temeroso un concejal de la sala del trono.

—¡Todos a sus puestos—ordenó con voz irascible el canciller Káliron—! ¡Marchamos al portón!

—Aguarda tu ira Káliron, primero debemos plantear una estrategia, los guardias exteriores han sido aniquilados sin tan siquiera poder avisar, hay que aplastarlos evitando mas bajas—le contestó serenamente Kálion, el canciller miraba desde el gran ventanal con semblante pensativo el ataque—. Tú —se dirigió a un soldado imperial— preparad las filas internas.

—¡A la orden señor!

—Esto no puede estar pasando... nos hemos distraído —lamentó un concejal—. Debemos pedir refuerzos, o no llegaremos a contrarrestarlos.

—Avisaremos a la fortaleza nocturna, deberían estar de camino—respondió el pujari, que es el líder del templo Khali situado en la ciudad alta de Faenforn.

—Así es—añadió Kálion vistiéndose su armadura—, lo más seguro es que nuestro aliado oscuro ya se haya percatado del ataque, y se dirija con las tropas de nuestro bastión hacia aquí. Aun así, necesitaremos refuerzos.

Los distintos concejales suspiraron nerviosos. Káliron rechinó sus dientes.

—Podemos pedir ayuda a las tropas de Iratus —sugirió con enfado.

Los distintos concejales carraspearon y tragaron aún más nerviosos.

—¡Ni hablar—gritó el pujari—, esos herejes no!

—Káliron tiene razón—apoyó Kálion—, en último recurso, deberemos poder contar con su ayuda...

Ante las discusiones de sus subordinados, el emperador observaba impasible las tropas antheinas al mismo tiempo que los cancilleres y guardias se movilizaban.

Leone se encontraba en la reserva estratégica del batallón, posicionada en lo alto de la meseta que dominaba la vasta llanura, ofreciéndole una visión privilegiada del panorama en su totalidad.

—Están atacando—susurró incrédulo el muchacho—, y aún no tenemos respuesta enemiga, que increíble es la avanzada sigilosa de la vanguardia, han conseguido eliminar a los guardias exteriores sin permitirles dar la alarma.

—¡Estén preparados—gritó la potente voz del capitán Worten—! ¡En cualquier momento podemos ser necesitados, vigilad los alrededores!

Mientras los cancilleres y concejales debatían acaloradamente sobre la conveniencia de solicitar refuerzos de las ciudades vecinas del Imperio, como la conflictiva Iratus, y los caudillos imperiales internos se preparaban para marchar, un repentino sobresalto interrumpió sus deliberaciones.

La melodía bélica se silenció cuando desde las filas de las unidades especiales del ejército antheino emergió un colosal arma de asedio.

Su mecanismo propulsor cargado de rocas y gravilla apuntaba hacia las robustas murallas de la capital a punto de asediarlas.

A la firme orden del comandante, la máquina de guerra arremetió contra la fortificación, derribando parte del portón con una fuerza devastadora.

La eficiencia de la ingeniería detrás de la catapulta permitía una rápida recarga de su mortífera munición, gracias a un sistema que requería la fuerza combinada de varios hombres para elevar una gruesa lámina de acero, facilitando así el lanzamiento continuo de rocas.

Ante el inminente peligro del asedio, los cancilleres no vacilaron en emitir la orden de movilización del ejército caudillo de la guardia imperial.

Las tropas, con paso firme y decidido, marcharon hacia la entrada principal de la ciudad al ritmo cadencioso de los tambores de guerra, cuyos atronadores compases eran ejecutados por los fehacientes del templo Khahali, devotos del ancestral culto a la prána de la magia rayanî.

La ceremoniosa marcha militar anunciaba la llegada de la última línea de defensa, dispuesta a enfrentarse valientemente al avance enemigo y proteger con honor la integridad de su amada ciudad.

—¿Lo estáis escuchando?—preguntó Aja, su cansada voz se ahogaba mientras corría.

—Anthea quiere la guerra —respondió Dimitri—, por lo que escucho son cientos, Renoir, no te alejes de mi.

Otro estruendo resonó, ahora con más fuerza, al impactar el proyectil contra la deteriorada muralla.

—No...el área esclava será la primera en caer, debemos evacuarlos—advirtió Aja acelerando la velocidad.

Renoir se exaltó en silencio, como si le diese vueltas a algo.

Raenari avanzaba velozmente por los tejados evadiendo a los ciudadanos aterrorizados y contemplando la imponente marcha imperial.

—Mierda, bombardearán el área, no puedo permitir eso—dijo la pelirroja preocupada.

Rápidamente se puso en marcha haciendo uso de su increíble agilidad, que le permitía sortear objetos con rapidez.

Habiendo llegado al subsuelo del área esclava, Aja lideraba a los dominantes a través de los pasillos estrechos, rodeados por la mirada perdida y temerosa de los esclavos, cuyos nervios estaban en aumento debido a los recientes ataques cercanos.

Óbregon y Dárion aguardaban en el lugar designado para ejecutar la siguiente fase del plan. Al ver llegar solo a Aja y a los prisioneros dominantes, su semblante se tornó preocupado y ansioso por Raenari.

Óbregon, con gesto de cansancio, se llevó las manos a la cabeza al intuir la incierta noticia sobre el destino de la líder rebelde.

—¿Y Raenari? —inquirió Dárion con inquietud.

Aja sacudió la cabeza con pesar antes de responder.

—No sé si está viva. Los dejé, a ella y a Wurdon...en un combate contra el heredero, ella misma me dijo que debía marcharme, y así lo hice. Debemos movernos ahora. Huyamos.

La tensión en el aire se palpaba mientras los planes se veían alterados por la incertidumbre. Dárion, con una mirada resuelta, buscó una solución alternativa.

—¿Y el plan B? Raenari sabía que esto podría ocurrir. Debemos actuar con rapidez.

El plan B implicaba una salida sigilosa del área esclava, aprovechando las habilidades de Renoir, Aja y Dimitri para distraer a las fuerzas enemigas, mientras la pelirroja desviaba la atención hacia el palacio Umbrío. Sin embargo, la situación exterior parecía haberse complicado más allá de lo previsto.

—Con lo que sea que esté sucediendo ahí fuera, ya es imposible —concluyó Óbregon con resignación, consciente de la dificultad de la situación.

Aja sopesó el plan B que expuso Darius, mientras Óbregon y Dárion intercambiaban miradas preocupadas.

Dimitri, siempre pragmático, se mantuvo pensativo.

—Lo que pasa ahí fuera es una ventaja—apuntó el caballero mientras dejaba su cuenco de comida en la mesa, habiendo saciado su intensa hambre—, son soldados antheinos, luchando por la libertad de su reino. Es nuestra oportunidad.

Aja asintió, comprendiendo el punto de Dimitri.

—Tienes razón. Anthea siempre fue un refugio para los esclavos oprimidos, son vuestra gente—reforzó la joven con tono esperanzador.

Los estruendos reverberaban en la superficie.

—Pero ¿qué pasa con Raenari? ¿Y si está en peligro—replicó Óbregon con el ceño fruncido—? No podemos abandonarla.

Dimitri le dio una palmada en el hombro, intentando tranquilizarle.

—Si Raenari está en problemas, confío en su habilidad para salir adelante, al igual que ella confiaría en que tu salvarías a toda esta gente inocente. Nuestra prioridad ahora es la evacuación tanto de mis seres queridos, como de los tuyos, unamos nuestras fuerzas, ella lo habría querido así—le animó el caballero.

—Entonces—dijo Dárion—. ¿A qué esperamos?

Aja asintió sonriente ante el positivismo de Dárion, después dirigió su mirada en un pensativo Renoir, que no pudo siquiera terminar su cuenco de comida.

—Dimitri...¿qué le ocurre a Renoir—preguntó preocupada la joven—?

El caballero se acercó a la joven, contemplando el devastado rostro de Renoir, que apenas se animaba a comer.

—El emperador le reveló cosas que hubiera sido mejor no haber revelado, pero ya es tarde.

Aja se acercó a su deprimido amigo.

—Renoir, vamos a marchar ahora, saldremos de este oscuro lugar junto a toda esta gente—Aja se quedó pasmada al ver la pasividad de Renoir, completamente ausente a sus palabras.

Rápidamente, el líder Óbregon salió del subsuelo a dar la noticia a su gente, mientras Dimitri y Aja se preparaban para la salida.

—Mira Luciana—dijo Lorenz señalando al príncipe y a Aja—, están aquí para salvarnos, debes ir con ellos también.

—La chica de ojos verdes...—suspiró la pequeña.

Aja les vio desde lejos y se acercó con premura.

—Lorenz—llamó con voz contundente—, la patrulla de rebeldes de Dárion os llevará, Dimitri, Renoir y yo iremos delante, y aseguraremos el terreno, os daremos el visto bueno para escapar hacia el norte.

Los ojos del joven inválido se abrían con miedo, sus delicadas manos apretaban los brazos de su hermana.

—¿No la vais a llevar con vosotros—preguntó asustado—? Por favor...puede que no sobrevivamos aquí mientras esperamos, llevar a Luciana...por favor Aja, yo no puedo defenderla.

—Lorenz—respondió Aja sujetándole de los hombros—, todo va a salir bien, vais a vivir...os lo prometo.

La joven se marchó inmediatamente mientras escuchaba las dulces despedidas de Luciana.

Una mano de auxilio indefensa e inválida se alzaba a su espalda.

Mientras tanto, el sonido de los pasos de la guardia imperial resonaba por todo Faenforn.

Las tropas antheinas, ubicadas a una distancia segura, lanzaban ataques con las armas de asedio contra la muralla.

Los soldados antheinos de vanguardia fueron los primeros en avistar al ejército imperial saliendo en formación desde el portón derruido.

Las armaduras negras adornadas con grabados rojos brillaban bajo el sol, mientras los estandartes ondeaban al viento.

El comandante, en la vanguardia, observaba con coraje cómo los oscuros retrocedían, dejando paso a los dos cancilleres imperiales, que se dirigían con determinación hacia la primera línea de batalla.

Kálion portaba un largo látigo punzante, enredado hábilmente en su brazo armado, mientras que Káliron blandía una larga espada imbuida del elemento nixûs.

Lucius, a la cabeza de su batallón, encabezaba la marcha con gesto decidido. El batallón antheino lucía una mezcla de armaduras, algunas de calidad inferior, adornadas predominantemente con tonos azulados y ciertos detalles blancos.

Algunos soldados llevaban consigo preciados objetos personales y familiares, como retratos u obsequios, pegados a sus armaduras.

Sus rostros se acobardaron naturalmente cuando contemplaban la formación de los shaktienses.

Leone, desde su posición en la retaguardia, contemplaba el resplandor de la espada alzada al sol de Lucius como si la propia estrella le estuviera irradiando su calor sobre el campo de batalla.

—¡Camaradas de Anthea, mis soldados, mis hombres! —exclamó Lucius con fervor—. Nos encontramos ante una prueba de fuego y sombra, una batalla que determinará nuestro futuro y el de nuestras familias. Pero hoy no solo lucharemos contra un enemigo tangible...no.

Hoy lucharemos contra la sombra de la opresión, el yugo de la tiranía. Somos el escudo que protegerá a nuestros seres queridos, la espada que cortará las cadenas de la esclavitud. ¡No retrocedáis ante el miedo ahora, mis soldados! Pues nuestra causa es justa, nuestra determinación inquebrantable.

Leone tragó con su corazón acongojado, cuando notó el calor del sol enaltecido.

—El sol...ruge a nuestro favor.

Con el estandarte de la esperanza y el valor como arma, las tropas Antheinas cargaron hacia el campo de batalla fortalecidos por el discurso de su comandante.

Los cancilleres imperiales lanzaban su grito de guerra desafiante.

—¡DOMINANTES DOMINARE—gritaron los cancilleres, encabezando la carrera de los oscuros.

El choque fue brutal y despiadado. La vanguardia de ambos ejércitos se enzarzó en un combate encarnizado.

El comandante, imbuido de coraje, se abrió paso con fuerza, dejando tras de sí un rastro de víctimas.

Mientras tanto, los soldados antheinos luchaban con estrategia colectiva, formando grupos compactos y coordinados para atacar y defender.

Lucius, tras diezmar a una horda de shaktienses, avistó a los dos cancilleres imperiales y, enfurecido, cargó contra ellos, desafiándolos a un duelo con su singular espada.

Mientras tanto, Kali avanzaba con prisa hacia el portón en guerra, cuando vio la marcha escondida de los esclavos.

—«Los esclavos...intentan escapar—pensó, su asombró se dividía entre rabia y cierta alegría—debe ser obra de ella...Raenari. ¿De verdad...lo va a lograr?—se preguntó mientras dirigía su vista hacia el palacio umbrío, buscando a su padre».

Raenari saltó desde un tejado, dirigiéndose con rapidez hacia el área esclava, donde se topó con el escuadrón de rebeldes que llevaban a los esclavos en la retaguardia de la improvisada formación esclava.

—Óbregon—llamó exhausta—, dónde están los prisioneros y Aja.

—R-Raenari—titubeó asombrado el líder rebelde—, gracias a Ajnâ...están delante, reconociendo el terreno para que podamos salir seguros.

—Bien—respiró ampliamente aliviada—...¿y Dárion?

—Lidera a los demás—respondió Óbregon—no queda nadie en el área, pero estamos al descubierto, como los antheinos entren pueden confundirnos y masacrarnos...no sé cómo podremos salir todos de esta Raenari...

—No lo haremos Óbregon—añadió la pelirroja, su mirada fija en el portón negro y sus destrozos—, no saldremos todos con vida, pero lucharemos, esta vez...de una vez por todas. Tenemos el viento de nuestro lado—dijo mirándole con complicidad.

Raenari marchó con prisa hacia la muralla, para reunirse con Aja y los dominantes.

Los estruendos de la batalla resonaban en los oídos de Dimitri.

—Ya ha empezado—advirtió Dimitri mientras conducían a los esclavos liderados por Dárion hacia el portón.

Aja y Renoir se adelantaron, ascendiendo las escaleras de la muralla para presenciar el campo de batalla.

—Es una visión desoladora —murmuró Aja, con la mirada fija en el horizonte.

El viento soplaba con fuerza desde la cima de las altas murallas.

En el paso de la fortaleza nocturna, al sureste, galopaba a gran velocidad el atormentado y fortalecido jinete oscuro, quien rugió con furia mientras alzaba su llameante espadón dirigiéndose hacia el fragor de la batalla.

El reconocimiento del jinete oscuro dejó a todos atónitos, pero especialmente a Aja y a Renoir, quienes intercambiaron miradas cargadas de preocupación e incertidumbre.

Mientras Renoir observaba al jinete oscuro con atención, su ceño fruncido revelaba una mezcla de curiosidad y temor.

—Ese es... —murmuró Aja, su voz cargada de temor.

Renoir, avistó al temible jinete con atención, y frunciendo el ceño cabeceó para mirar su colgante, que brillaba con especial singularidad, colgado en el cuello de Aja.

La joven, confundida, dejó entrever sus pechos, tapado por la túnica, desvelando el iluminado artefacto.

—Dámelo, Aja, rápido —exigió, su voz resonando con determinación.

Aja, comprendiendo la gravedad de la situación, se disculpó sinceramente mientras le entregaba el colgante.

Renoir lo tomó con determinación y se lo puso rápidamente, su mirada llena de rabia y determinación fijada en el jinete oscuro que ahora brillaba con un aura de intensas llamas.

El joven miró a la muchacha, brevemente y comenzó a correr de forma decidida.

—No, Renoir...¡Renoir!—gritó Aja mientras intentaba agarrarle.

Sin dudarlo, Renoir se lanzó desde el saliente de la muralla hacia el campo de batalla, donde los cancilleres luchaban en un duelo contra Lucius y su escuadrón.

Aja gritó desesperadamente ante la temeridad de Renoir, pero era demasiado tarde para detenerlo.

—«Esas llamas—pensó Renoir, su cuerpo flotando en los cielos, en suspensión sobre cientos de soldados encarnizados en combate—...son como las de aquel día...son como las de aquel ser—las imágenes de su madre descuartizada se impusieron en su cabeza, como un recordatorio de furia—...yo...¡¡¡LAS EXTINGUIRÉ!!!

Una Mæ cada vez más intensa se convertía en el aura de Renoir a medida que descendía rápidamente de los cielos, simulando un meteoro azul ante los ojos de los que habitaban el campo de batalla, creando una onda de energía cerúlea que estalló a su alrededor al impactar y desencadenando vórtices violentos que arrastraban todo ser que engullían, como si de una intensa vorágine neutral se tratara.

La irrupción de Renoir en la batalla desató la confusión y afectó bruscamente al jinete oscuro, quien reconoció a su objetivo.

El campo de batalla quedó en silencio por un momento, mientras todos observaban con asombro y temor la demostración de poder de Renoir.

Dimitri, Raenari y Kali, desde su posición, comprendieron la identidad del vórtice por el característico color cerúleo que lo envolvía.

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