~13.En tierras sombrías (3ªparte)
En los umbrales del Palacio Umbrío, donde las sombras se entrelazan en complicidad con secretos milenarios, el silencio pesa más que las palabras.
La sala de juicio, se ve envuelta en un murmullo tenso.
Bajo la mirada inquisitiva del emperador, los protagonistas llevan sobre sus hombros el peso de revelaciones ancestrales.
Renoir, vulnerable ante la verdad desgarradora, enfrenta las consecuencias de su naturaleza. Dimitri, con su temple desafiante, se erige como defensor de secretos que podrían fracturar los cimientos del imperio. Kali, entre bromas juguetonas y resentimientos ocultos, presencia el juego de poder que se desenvuelve ante ella.
En ese instante efímero pero crucial, se teje el destino de los dominantes, mientras Raenari, se convierte en el catalizador de un conflicto que amenaza con desencadenar tormentas en la oscuridad.
La verdad, velada aún en sombras, aguarda su momento para emerger y transformar el destino de estas vidas.
La expresión de Raenari desprendía tanta incredulidad como admiración y confusión, mientras que Aja, apurada, tomó la palabra.
—Me llamo Aja—dijo la muchacha con convicción mientras se acercaba a la mujer—, vos debéis ser el benefactor. En primer lugar, quiero agradecerla por todo lo que ha hecho en este área, sois una heroína que salva vidas, pero además, sois la prueba de que los dominantes shaktienses también sois gente de bien—la cara de Raenari se volvía cada vez más confusa—. Pero, tengo un gran favor que pediros...por favor, solicito vuestra ayuda para el rescate de los prisioneros...son mis amigos...son...lo único que tengo—la joven, en medio de todos los rebeldes del subsuelo y frente a Raenari, se doblegó en súplica ante la pelirroja.
—Levántate joven—dijo Raenari levantándole la cabeza cuidadosamente—, pues es tu buena fe la que ha hecho de este área una estancia mejor durante esta noche y madrugada. Aunque, me parece que ese corazón tan fehaciente se debe a algo más que mero altruismo, ¿me equivoco—cuestionó amablemente la pelirroja?
Tras esta apertura, Raenari mandó marchar a todos los presentes de manera que ella y Aja se quedasen a solas.
—Así que, tú eres la última dominante extranjera que escapó—sopesó Raenari, ambas injerían un brebaje recién hecho—, el mismísimo engreído de Kali fue a por vosotros, ¿cómo escapaste?
—Iba acompañada por dos dominantes más, el más fuerte de nosotros me protegió, cuando hirieron de gravedad a...—la joven se calló durante unos segundos, al recordar la imagen de Renoir inconsciente—debéis ayudarme, por favor, somos inocentes y no queremos hacer ningún daño al Imperio.
—Por favor, tutéame—solicitó Raenari amigablemente, sus brazos rodearon a la joven en señal de tranquilidad—, yo haré lo mismo. Dar pelea al heredero no es nada fácil, el dominante del linaje Miria debe ser fuerte, aunque también os acompañaba un dominante etéreo, lo cual me resulta extraño.
—Nos dirigimos hacia el norte, al reino Etéreo, allí estaremos seguros y podremos vivir en paz—contestó Aja con cierta sobriedad en sus palabras.
—Ya veo...oye, no tienes por qué desconfiar de mi, no quiero hacerte daño—la pelirroja entrelazaba sus manos con fuerza, en posición pensativa.
—He visto cómo tratan los dominantes a esta gente...¿Por qué? ¿Por qué los ayudas Raenari?
Preguntó Aja firmemente, sus ojos resaltaban por la luz del candelabro.
Raenari dio un resoplo aturdido y fatigado, pero también reflexivo y evocador.
—¿Sabes? Hace un tiempo, mi hermano mayor y yo vivíamos en este área. Mis padres sirvieron al imperio como soldados esclavos durante toda sus vidas, prácticamente, nos criamos solos—la mujer volteó la cabeza para mirar a la joven—. Hasta que, un día nuestros padres no regresaron, nunca más lo hicieron.
Mi hermano planeó una huida de este inmundo área y...lo logramos. Malvivimos mucho tiempo, nos refugiábamos en una casa abandonada, sin comida, apenas agua, la verdad es que no se ni como respirábamos—Raenari soltó una risa tímida y nerviosa—. Y para más pesar, mi hermano mayor se puso enfermo, casi al borde de la muerte.
Pero, una noche apareció ella y su forma de ver el mundo, la vida, la muerte, su mirada, sus palabras—un destello de alegría iluminaba el semblante de la mujer ante la mirada atenta de Aja—.
Ella me ayudó a encontrar los medicamentos para mi hermano, y me dijo una frase que nunca olvidaré: "En los rincones mas disputados del mundo, marcha un don oculto que aguarda para ser descubierto por aquellos valerosos que buscan la esperanza, llevándolos hacia un horizonte iluminado por la promesa de un nuevo amanecer. Lucha Raenari, no estarás sola por mucho tiempo mas"
Aja le miró pensativa mientras Raenari se emocionaba cabizbaja.
—Después de ayudarnos, me dijo que seguiría su camino hacia el sur—prosiguió con el habla entrecortada—, y me mostró un colgante, uno muy peculiar—, aconsejándome que lo recordase si estaba en peligro, que me daría los motivos por los que luchar.
Al día siguiente, desapareció.
Unos años más tarde asesinaron a mi hermano...desde aquel entonces supe que la fuerza y la lucha lo sería todo para mi supervivencia, eso es justo lo que hice hasta día de hoy.
Las dos se callaron durante unos solemnes instantes.
En ese momento, Aja notó una fuerte vibración en su pecho que provenía del colgante de Renoir. Cuando lo sacó al exterior, el artefacto, brilló con un intenso azul oscuro.
La pelirroja se asombró al ver el exótico artefacto, evocando esos tiempos tan oscuros en los que le dio esperanza.
—Raenari—bramó Aja, su voz parecía transcender los ecos de la sala y su verdosa mirada estaba llena de determinación y valor al sujetar el colgante danzante de un lado a otro—, vamos a recuperar lo que nos pertenece, recuperemos la libertad, recuperemos a Renoir, es el momento de saldar tu deuda.
Raenari miró el artefacto esperanzada y, con un apretón en los dientes agarró de los hombros a Aja con firmeza.
—Cuenta conmigo Aja.
Casi había amanecido, y las tropas del comandante Lucius se acercaban cada vez más al territorio shaktiense.
Su llegada a la gran llanura fue desoladora, pues encontraron la brutal cremación de cadáveres de esclavos antheinos en el pico de la meseta alta.
—Bastardos—maldijo el comandante, su mirada a rebosar de odio se enfocaba en el palacio umbrío, visible desde la meseta alta—...¡Capitán Worten!
—Si comandante—acudió firmemente el subordinado.
—Informe de tus hombres—requirió el comandante mientras se erguía y miraba al horizonte.
—Hay una avanzada en el paso del norte, urge su eliminación inmediata. Además, nuestros exploradores han avistado una cabalgata irregular por el paso del cenagal.
El general, cabeceó levemente en lo alto de la meseta, portó su arma, la cual bautizó como Muktikara, y apretó sus dientes.
—¡¡¡ATEEEEENCIÓN—profirió con énfasis y vehemencia—!!! ¡¡¡FORMEN FILAS!!!
Bajo el aún oscuro y lúgubre cielo, Leone cabalgaba, su corazón pulsando en sincronía con el estruendo de los cascos de su montura.
Las sombras carmesíes shaktienses le perseguían como hambrientos espectros dispuestos a devorar la esperanza que latía en su pecho.
Atravesó tierras sombrías, mientras los centinelas de la fortaleza nocturna se abalanzaban como lobos sedientos tras su presa.
El suspiro agotado de Leone se fundía con el viento, un eco melancólico de su propia desesperación.
Pero en la vastedad de la gran llanura, donde la oscuridad se disipaba ante el amanecer, emergió la promesa de la resistencia antheina.
La llegada del sol iluminó la llegada de la salvación, proyectando los primeros rayos de luz que simulaban lanzas en el lienzo de la batalla inminente.
En la frontera del día y la noche, Leone vio a los arqueros antheinos, su silueta perfilada por el fulgor matutino, como dioses de la redención que descendían para librarlo del destino funesto.
Las tropas, firmes como el mismo suelo que pisaban, prepararon sus armas para el combate. La esperanza, como un sol resplandeciente, se alzaba en el horizonte, mientras Leone, exhausto y temeroso, se sumía en la certeza de su salvación.
El general Lucius, en el epicentro de esta sinfonía de redención, desplegó su arsenal con la destreza de un virtuoso maestro. Cada arma, forjada en la forja del cambio, relucía con la promesa de romper las cadenas de la opresión. Los arqueros antheinos desataron flechas como estrellas fugaces, trazando un arco de liberación en el cielo matutino.
En el fragor del enfrentamiento, los rostros de los perseguidores shaktienses se contorsionaron entre la sorpresa y el terror. La batalla se convirtió en una sinfonía de caos y redención, con Lucius liderando la carga con una elegancia letal.
Los ojos de Leone, una mezcla de asombro y gratitud, capturaron cada destello de la danza mortal que se desplegaba ante él.
—¡Por Anthea! —rugió Lucius, su voz resonando como un himno de resistencia.
Las varias decenas de centinelas shaktienses, sumidos en la embriaguez de su propia arrogancia, y a pesar de que recibieron refuerzos de los vigilantes del paso del norte, fueron aniquilados por la ira contenida de aquellos que se negaban a doblegarse.
Las espadas se convirtieron en pinceles que trazaban el lienzo de la justicia en la gran llanura. Los cuerpos, caídos como hojas en otoño, testimoniaban la victoria de la luz sobre la sombra.
La batalla fue una masacre para los shaktienses, y Leone, empapado en el aroma de la victoria y la sangre derramada, contempló a Anthea renacida, por primera vez en su vida.
La batalla no solo marcó el rescate de un fugitivo, sino el renacer de la esperanza que se erguía contra la opresión implacable de los shaktienses.
Ya acabada la escaramuza, acogieron a Leone en las campañas, alejadas de la sangrienta llanura, donde le dieron de comer y beber.
—Joven—llamó un jadeante y victorioso Lucius—, ¿de dónde sales tú solo?
—Comandante Lucius —susurró Leone en un intento a voces de reconocimiento—, los esclavos... ellos querían matarlos, yo solo...
Leone se derrumbó en un llanto solemne, casi sin aire, por sus compatriotas asesinados.
—Por la lanza de Antheodor —comprendió el comandante al inspeccionarle mejor su rostro—tu eres el cadete Singh.
—El hermano de Simha —completó el capitán Worten—, vivía en Elmsford.
—Ellos me lo arrebataron todo señor—respondió Leone enfurecido—mi hogar fue arrasado por la bestia ígnea, perseguí su rastro y he descubierto que el enemigo tiene a su disposición a un jinete oscuro muy poderoso, no se que tipo de dominancia emplea pero es poderosa, le he visto diezmar a una patrulla exterior de las nuestras como si nada.
—Alguien tiene que haberle avistado—se dirigió el comandante al capitán—, pregunta a los exploradores.
El capitán marchó dejando atrás a un Leone exhausto.
—Tranquilo chico, los vengaremos, a todos—le tranquilizó el comandante.
—Señor, un dominante se llevó a Renoir, mi compañero de armas, y se dice que los shaktienses han capturado al último dominante de los Miria—añadió Leone preocupado—, no sé que puede significar eso, pero según las leyendas esos dominantes poseen un poder especial.
—Eso no debería preocuparnos—respondió Lucius—, lo único que hay que hacer es acabar con este imperio, debemos hacernos con el control total de la gran llanura y asegurar la protección de Anthea. Además, nosotros también tenemos nuestros ases en la manga—dijo mientras le mostraba su portentoso arma.
«¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué... por qué ya no escucho su voz, por qué estoy, solo...»
Renoir se despertó abruptamente en la húmeda celda.
Su mirada, altamente perdida, se fijó de manera incierta en Dimitri, quien se encontraba a su lado, sentado y cabizbajo. Sus blancos cabellos, harto ennegrecidos por la suciedad y las heces de aquel desamparado antro.
—He...fracasado—musitó entre lamentos el caballero—, padre, solo quise cumplir lo que me encomendaste, lo intenté.
—Dimitri—habló Renoir con voz serena—, intentamos el viaje, pero ha sido un suicidio desde el principio...¿qué estoy haciendo aquí? ¿Dónde...dónde está mi padre...mi madre...?—Dimitri desvinculó su mirada del candelabro exterior a la celda, para posarla lentamente en Renoir a medida que escuchaba sus lamentos.
—¿R-Renoir?—se asombró el caballero ante el lamento del muchacho.
En la penumbra, las lamentables palabras de Renoir se entremezclaban con los susurros y los lamentos de otros prisioneros.
—Dimitri—llamó el joven, lágrimas caían de sus apagados ojos—, ¿qué me pasó...dónde está Aja?
—Recibiste un fuerte golpe en la cabeza, quedaste inconsciente—le reveló Dimitri—, pero Aja, logró escapar, yo le cubrí para que lo hiciese.
Hubo un momento de silencio, los dos dominantes reflexionaban en la oscuridad.
—Gracias, por todo Dimitri—dijo Renoir levantándose como podía del mugriento suelo—, ha sido un placer conocer a Aja...si sobrevive, deseo que se vaya lejos, lejos de la guerra, donde no hayan espadas hirientes, sino abrazos calientes, donde no haya magia destructiva, sino magia regenerativa, curativa...su magia Dimitri...eso le prometí durante nuestro viaje, cuando la sacamos de aquella aldea—Renoir se giró hacia Dimitri—.
Recuerdo cuando dijiste que no la salvarías, sabía que no eras capaz de hacer algo así, por eso, gracias Dimitri. Yo...ya no puedo seguir...creo que moriré aquí.
El caballero se levantó rápidamente, a pesar de estar encadenado completamente.
—¡Renoir—le gritó—! Siempre hay algo por lo que luchar, esta oscuridad no va a vencernos, somos las estrellas...pues en medio de la oscuridad, brillaremos.
De pronto, los pasos de armadura y los tintineos de las llaves de los guardias shaktienses comenzaron a sonar, abriendo la celda y tapando las caras de los dominantes.
Los ruidos de los portones y los pasos, era lo único que podían percibir del exterior los dominantes, hasta que les llevaron a la sala del trono, donde se celebró el gran juicio del último dominante de los Miria.
En el majestuoso palacio umbrío, la sala del juicio está repleta de figuras autoritarias, como alcaldes y ministros de Faenforn y de ciudades vecinas, incluido el alcalde de la conflictiva ciudad de Iratus.
En el centro del extenso salón, se encontraban los dominantes arrodillados, y frente a ellos, los dos cancilleres, Kali y el emperador Takhor, quien fijó su implacable mirada en Renoir.
—Quien de vosotros es el Miria—preguntó Takhor levantándose del trono mientras acariciaba su barba.
—Yo...yo soy el dominante—respondió Dimitri con la intención de preservar la integridad de Renoir.
—No—intervino Kali—, tu no eres más que un pobre dominante etéreo—le expuso con desdén—. Aunque, diezmó a varios de mis hombres, y no creo que se encontrase en la mejor de las condiciones, así que diría que es un dominante avanzado—aclaró dirigiéndose a su padre.
La sala cuchicheaba y murmuraba posibles teorías, unos atemorizados y otros expectantes y conspiradores.
—JAJAJAJA—de una carcajada, el emperador silenció toda la sala.
Desde la asombrada mirada de Kali, resaltaba un emperador risueñamente malicioso.
—Tu eres el dominante ancestral—señaló a Renoir con su dedo—, y tú....tienes toda la asquerosa cara de tu padre—añadió dirigiéndose al príncipe.
Toda la sala, incluidos los dominantes aprisionados quedaron en silencio.
—Oye, chico—habló con talante serio el emperador—, voy a contarte por qué eres el último de tu familia con vida—Renoir levantó la cabeza por primera vez en el juicio, su cansada mirada se clavó en el emperador—.
Mi imperio, desde hace tiempos atrás se ha encargado de exterminaros a todos, porque contáis con un poder extraordinario, un poder capaz de moldear las edades y dominar Ajnâ. Dicho de esta manera suena incluso ridículo, pero, mis antepasados no podían esperar a que a alguno de tus familiares le diese por utilizar semejante poder para dominarnos como hicieron con las criaturas ancestrales. Y, ante vuestra negativa a rehusar de tal poder, decidimos eliminar el problema de raíz, pues nadie debería poseer tal poder—al oír esto, el muchacho agachó la cabeza, sus ojos abiertos y su mandíbula apretada por la cantidad de información agresiva que procesaba—.
Así es, camaradas—se dirigió al público—suena muy estúpido, y es que lo fue. Joven, tu padre y tu madre, han muerto estúpidamente, y sus vidas fueron un infierno estúpido—Kali no daba crédito a las expresiones de su padre, eran las expresiones mas vívidas que había visto de él desde hace mucho tiempo—. Tan miserable fueron sus vidas, que tuvieron que refugiarse entre los muros de esos esclavos.
No obstante, el destino ha querido que tenga al último de vosotros entre mis manos...y esta vez, lo aprovecharé como es debido.
—¡¡¡YA ESTÁ BIEN CÁLLATE—bramó Dimitri con ira—!!!
Rápidamente, Kali pateó con contundencia su tripa y boca varías veces.
—No me olvido de ti—dijo Takhor acercándose hacia un maltrecho Dimitri—, mi único plan para ti, es asesinarte delante de tu asqueroso padre antes de exterminar su reino—la mirada de Takhor desprendía un odio concentrado hacia Dimitri—. Así, te mandaré de vuelta con tu hermana, te estará esperando.
Renoir levantó su cabeza, tras escuchar esto último, para mirar a Dimitri, el cual, entró en absoluta cólera incapaz de controlarse por sí mismo mientras se retorcía, empujando a Kali y a varios guardias más.
La ira de Dimitri estaba a punto de consumirlo a sí mismo, no fue hasta que el portón se abrió revelando la entrada apresurada de Raenari.
—El último dominante es escurridizo mi señor—afirmó con voz jadeante—, tiene aliados y he investigado su escondite, sugiero interrogar a los prisioneros en los calabozos.
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