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~12.En tierras sombrías (2ªparte)

En el bullicioso mercado de la ciudad, el estruendo de la confrontación resonaba entre los estrechos callejones como un siniestro eco.

Dimitri y Renoir, inmersos en un baile macabro con los soldados shaktienses, desataban la furia de sus habilidades dominantes contra aquellos que osaron interponerse en su camino.

Mientras la sacra espada de Dimitri, rebanaba con violencia los pescuezos de los agresivos guardias, el engrandecimiento de poder de la mæ Orión de Renoir fortificaba selectivamente la dominancia de su alrededor, tanto la de Dimitri como la suya misma.

—Ese chico—resaltó entre susurros en la sombra el heredero al ver la magia de Renoir.

Las luces titilantes de las antorchas arrojaban sombras danzarinas sobre los rostros decididos de los dominantes. Cada golpe, era un compás en la sinfonía de la violencia, resonando en el aire viciado del mercado.

Renoir, en un momento de descuido, fue víctima de un certero golpe que lo dejó desplomado en el suelo, un halo de inconsciencia nublando su mirada.

Dimitri, enfurecido y desesperado, se convirtió en un vórtice de destrucción, enfrentándose a la oleada de soldados con una intensidad que parecía infinita. Sin embargo, la crueldad del destino no le permitió prevalecer. El heredero, el cual traía refuerzos, embozado en la penumbra, habló con astucia y habilidad.

—Toca danzar, caballero etéreo—levantó su áspera y afónica voz mientras apuntaba con su majestuosa lanza imbuida en mæ nixûs al caballero.

—Aja—inspiró el caballero en postura defensiva—, mantente al margen.

Como un relámpago oscuro, el tenaz heredero se abalanzó con brutalidad y contundencia contra Dimitri, su orquestada coreografía violenta reventó a un fatigado Dimitri en todos los sentidos.

Entre los destellos de las espadas y los resplandores de las habilidades dominantes, Aja, testigo involuntario de la tragedia, se movía con cautela. Al divisar el colgante de Renoir en el suelo, su corazón latió con angustia. Rápidamente lo recogió, un testimonio silencioso de la batalla que se libraba a su alrededor.

Dimitri, presintiendo su inminente caída, pronunció palabras de sacrificio a Aja.

—¡Huye! ¡Yo me encargaré de esto, tú sal de aquí, ahora!

Con pesar en los ojos, ojos que se dirigieron hacia un Renoir desplomado, la joven acató la orden, deslizándose entre los callejones como una sombra desvaneciéndose en la noche.

El heredero, después de noquear fácil y velozmente a Dimitri, en lugar de perseguirla, dio la orden de sellar las puertas de la ciudad, condenando a Aja a una persecución sin salida.

Mientras tanto, los soldados recibían instrucciones de llevar a los derrotados Dimitri y Renoir hacia el oscuro umbral del palacio, donde la trama de sus destinos se entretejería en la audiencia con el emperador.

La violencia había cedido su paso, pero la angustia persistía en el aire, anticipando los oscuros tiempos que aguardaban tras las imponentes puertas del palacio umbrío.

En la penumbra que abraza las lúgubres calles de la ciudad shaktiense, Aja, decidida y vulnerable, se aventura por las serpenteantes calles de Faenforn.

Las miradas dispares de los transeúntes parecen juzgarla mientras ella sortea cada sombra, buscando refugio en medio de la desolación y la muerte, presente en cada esquina dentro de la cabeza de la joven.

Finalmente, llega al final de un estrecho callejón que tiene como letrero: Asrijes Kala, el área esclava de Faenforn.

El área esclava se presenta como un un recinto segregado, custodiado por la implacable verja de acero que separa cruelmente a los esclavos de los dominantes.

Aja, al borde del agotamiento, se desplomó ante los soldados shaktienses, guardianes de esta barrera cruel.

—Mierda...—se quejó con desgana uno de los dos guardias—estos turnos son una jodida.

—Y que lo digas—le contestó el compañero—, el cabronazo de Marquell debe estar descansando plácidamente a estas horas.

—Esque...no le veo el mínimo sentido vigilar a estos seres inferiores, son completamente inofensivos—aclaró cruelmente el soldado desganado—, podría masacrarlos a todos en un santiamén, yo solo, ahora mismo—dijo cruelmente mientras escupía al pie de la verja.

Un señor que estaba al otro lado de la verja, tenía la vista clavada en el exterior, como si esperara a alguien, es entonces cuando vislumbró a Aja.

Los guardias se percataron de la figura desplomada de la joven.

—¿Pero qué?—añadió confuso el guardia desganado.

El guardia responsable incitó a echar un vistazo, a lo que accedió el guardia desganado mientras se quejaba.

Al contemplar a Aja se quedaron atónitos, y un aura pervertida y malévola se apoderó del guardia desganado.

—Eh, Wurdon—llamó a su compañero—, vamos a divertirnos un poco con esta, está viva todavía y hace un montón que no...ya sabes.

La mención de diversión retorcida flotaba en el aire, revelando la perversión que impregna las intenciones de aquel guardián.

El colgante, en la mano de Aja, testigo silencioso de su travesía, cobró vida sutilmente, vibrando con una energía apenas perceptible, lo suficiente para captar la exhausta atención de Aja, quien se mantiene alerta ante la amenaza que se cierne sobre ella.

El guardian malicioso lleva a Aja hacia la casita de descanso.

La atmósfera se carga de tensión cuando, en un acto audaz, Aja desencadena un golpe contundente en defensa propia.

—Agghh—se quejó el guardia malicioso—desgraciada, ahora si te vas a enterar.

Cuando el guardia malicioso quiso golpear a la muchacha dispuesto a arrebatarla su castidad, su compañero, Wurdon, le paró la acción acompañado de los gritos del señor que miraba toda la escena desde el interior de la verja.

—¡Por favor...—suplicó el anciano—por favor dejar que entre, por favor!

El guardia, de nombre Wurdon, cogió cuidadosamente de la mano desconfiada de Aja y abrió la verja para que entrase dentro.

Es así como entró la joven en el área esclava, junto al señor anciano.

—M-muchas gracias señor—susurró consternada.

—No hay de que querida—le contestó lentamente el anciano—, en realidad, creía que al fin me habían devuelto a mi hija de la infantería de soldados esclavos, pero ya veo que no ha regresado... y probablemente no vaya a regresar jamás...

La tristeza envolvió el ambiente mientras el amable y consternado anciano le invitaba a resguardarse dentro de su casa.

Una vez dentro, el anciano le permitió dormir en uno de los sacos, el que prefiriese, uno era el de su hija.

—Y-yo no se que decirle, gracias por su hospitalidad señor—dijo la joven cabizbaja y sonriente—, siento abusar de su hospitalidad pero...¿podría darme algo de comer por favor?

—Claro que si joven—respondió amablemente el anciano—, guardé este mejunje que nos trajeron los del subsuelo ayer por si llegaba mi hijo, pero puedes comér-
Una tos de mal augurio se apoderó del anciano, que se retorcía en su banquillo.

—¿Se encuentra bien?—preguntó Aja preocupada.

—Si joven no se preocupe, supongo que será la edad ja ja ja...toma, para ti—le ofreció delicadamente el mejunje.

La joven lo devoró y se acurrucó en el saco.

Sus pensamientos se sumergían en una marabunta de acontecimientos de todos estos últimos días de viaje junto a Dimitri y a Renoir.

—«Debo encontrarles, sea como sea no permitiré que mueran...no pienso dejar que muera—en ese instante el colgante palpitó camuflándose con el pálpito de su corazón. Es entonces cuando concilió el sueño.

En las entrañas sombrías de la ciudad shaktiense, donde las penumbras abrazan cada callejón, se erige un lugar infame: el umbrío antro conocido como el "Silencio de los Condenados".

Sus muros, manchados por la corrupción y el desespero, susurran historias de almas perdidas en susurros desgarradores.

Es en este infame lugar, donde el heredero y sus guardias imperiales internos van a enjaular a Dimitri y a Renoir como prisioneros.

—Pensaréis en vuestro destino aquí, juntitos—habló el heredero mientras los tintineantes sonidos de las llaves abrían la celda.

—Pero Kali...—habló al heredero una voz femenina, casi aterciopelada mezclada, paradójicamente, con un toque de rudeza y sarcasmo— ¿estás haciendo de poli malo?

Kali, sin girar la cabeza detectó el tono de voz de la mujer.

—Raenari...¿dónde has estado?—preguntó con tono jocoso—Te estás perdiendo un buen espectáculo. Pero veo que ya te has enterado, no puedes ocultar tu intrépida curiosidad, ¿verdad, esclavita?

—JAJAJA—se rió la joven sarcásticamente mientras se acercaba lentamente—muy gracioso Kali, aunque a lo mejor me podrías poner al día de esto.

La alta mujer se acercó a una de las antorchas al lado de Kali, que iluminaban su rojiza cabellera.

—Por supuesto—afirmó Kali sonriente—, mi esclava favorita. No podría dejarte vivir sin información de este calibre. Pero antes, me debes...un duelo, ¿recuerdas?—el rostro de Kali se transformó seriamente, y sus negros ojos se clavaron en la mujer, como cuya lanza se clava en el pecho del adversario.

—Ohh, y te lo daré plácidamente poderoso heredero"—la voz de Raenari se tornaba en una mezcla entre paciente e insistente—, pero no aguanto mas esta incertidumbre.

—Tienes totalmente encadenado en esta celda, mi predilecta esclava—añadió Kali con su característica y afónica voz—al último dominante del linaje de los Miria.

La cara de Raenari, quien desconocía por completo la información, se desencajó por completo.

—Ya...¿nada desconcertante he?—continuó Kali, sarcásticamente mientras observaba a los dominantes completamente encadenados—Llevan con este tema desde antes de mi nacimiento y la juventud de mi padre. Y ahora salen con este tío, pero, por desgracia o por fortuna, mi querida esclava, esto parece ser real. Lo he visto en combate.

—Quiero verle—dijo Raenari con voz seria mientras se dirigía a la celda, a espaldas de Kali.

—Uhhh, calma mi calurosa esclava—dime...¿por qué tan seria de repente?—dijo Kali mientras se interponía en su camino.

Raenari se mantuvo quieta, desafiante.

—Si quieres luchar aquí y ahora...por mi bien—susurró el heredero con voz amenazante.

—¿Quién es el otro?—preguntó Raenari alejándose cuidadosamente de Kali.

—Es un dominante de la magia ancestral etérea, la verdad es que no tengo ni puta idea de que hace por aquí. Pero, diría que, por su destreza en combate, es un dominante avanzado.

—Ya veo...—sopesó Raenari pensativa—y que pasa si se escapan con esa mæ tan poderosa?

—No te preocupes por eso, mi esclavita, están rodeados de cadenas shaktienses, no podrán escapar, tu deberías saberlo bien...

—Jajaja, adoro cuando te pones así de chulo Kali—aduló falsamente la mujer pelirroja mientras se daba la vuelta para salir de los calabozos—, ya me dirás que tal en la audiencia—dijo alzando la voz mientras se alejaba y despedía sacudiendo su brazo.

Kali le contempló alejarse en la oscuridad, pensativo y embobado al mismo tiempo.

En las afueras de Faenforn, bordeando la turbia ciudad, Leone, con sigilo y determinación, sigue, con dificultades debido a la falta de una montura, a la cabalgata del jinete oscuro que les llevaba hacia la imponente fortaleza nocturna en la oscuridad de la noche.

El viento sopla suavemente, llevando consigo ecos lejanos de entrenamientos militares y estrategias de guerra en La Fortaleza Nocturna, un bastión militar que se alza como un titán oscuro en las afueras del núcleo urbano, se cierne sobre la negra llanura shaktiense.

—«Está fortaleza—pensó el muchacho—, es intimidante, podría resultarles efectivo si entablamos combate contra ellos...mierda»

El jinete oscuro, con su capa ondeando en el viento nocturno, se adentra en la fortaleza, seguido de cerca por Leone, quien se oculta entre las sombras para evitar ser detectado.

Los pasillos de la fortaleza resuenan con el eco de sus pasos, y Leone se mueve con cautela para no revelar su presencia ante los guardias que, exhaustos, aprovechan para comer y beber en compañía.

La mirada de Leone al verlos evocaba una fuerte repulsión y resentimiento de asco.

Finalmente, el jinete oscuro llega a una estancia secreta que cierra de forma segura para evitar visitas indeseadas.

—Mierda—lamentó Leone en baja voz. La sombra del jinete se movía mientras, aparentemente solo, hablaba tenuemente.

—Mi señor—llamó con voz gravemente sumisa—acudo con prisa a su encuentro, a informarle de que el emperador shaktiense seguramente ya tiene en estos momentos en su poder al último de los Miria.

Después de esa frase, el cuarto se silenció, siendo las ascuas de la chimenea el único eco sonoro de la habitación.

Leone se extrañó al oír tal cosa y, cuidadosamente se deslizó hacia un ventanal que daba al exterior elevado de la fortaleza. Abrió el ventanal y, con delicadeza y cuidado se agarró del saliente para impulsarse al balcón del cuarto donde se encontraba el jinete, pudiendo escuchar mejor lo que decía.

De la habitación, se podía escuchar una voz que atravesaba las barreras sonoras y casi transcendía el eco del tiempo, una voz que parecía arrastrar una legión de voces consigo.

—Ekka...tu eres la primera de mis sombras—habló la misteriosa voz—tu espíritu se vincula directamente con el mío, y el de mi criatura, y tienes el poder necesario para recuperar lo que me pertenece, solo hazlo.

—Pero, mi señor—respondió preocupado el amenazante jinete—estoy mermado, ese caballero, me derrotó y me hirió...¿cómo? Teniendo este poder, la única y verdadera prána— se excusó con rabia.

—¡No culpes a la pureza primitiva de Ajnâ—reprendió con contundencia la misteriosa voz provoca el sobresalto del jinete—! Tienes debilidades, que yo te podría erradicar, que ya te he erradicado. Aun sigues dudando...pero no te preocupes, mi querido Ekka, todo irá bien si nos hacemos con el descendiente de los Miria.

Leone, que permanecía tumbado en el suelo del balcón, se arrastró hasta la ventana que daba hacia el interior del cuarto, para poder ver mejor de dónde salía aquella distinguida voz.

Cuando se incorporó, vislumbró un poderoso aura ígneo que emanaba de la chimenea, el jinete oscuro, como estaba delante, ocultaba casi la totalidad del fenómeno mágico que parecía bordear cálidamente cada contorno del jinete, simulando un abrazo.

Leone, escuchaba atentamente cada palabra, captando detalles sobre el dominante de la magia ancestral voragine, descendiente de los Miria. La información fluye como una corriente chaótica y siniestra, revelando la importancia de Renoir y su conexión con Ajnâ.

—Nosotros...dijo la misteriosa voz mientras extendía las llamas alrededor del rostro del jinete oscuro—somos la única y verdadera pureza de Ajnâ, y recuperaremos lo que es nuestro.

En ese momento, el jinete oscuro se quitó, por primera vez el negro casco que portaba, revelando su rostro, abrumado entre lágrimas, de entre las sombras, mientras era calcinado por las llamas, haciendo una casi oda a la transmutación.

Leone no apartaba su confundida mirada.

La misteriosa voz comenzó a hablar arrastrando al calcinado jinete a verbalizar junto a ella, formando una espeluznante frase que, parecía no estar coordinada al principio, pero que tomó un fuerte, decidido y bizarro tono al final que reverberaba entre los claroscuros de la habitación, acompañado de los gritos del calcinado jinete.

—LOs mAsAcrArEmOs...a TODOS.

Leone, asustado, saltó desde el saliente del balcón, hacia el ventanal, con la intención de regresar a Anthea para informar de la terrible amenaza que se cierne sobre el reino.

Aterrorizado por lo que había visto, con paso ligero recorrió los oscuros pasillos elevados de la fortaleza hasta llegar al pie de la misma, donde robó un caballo para agilizar el viaje. Sin embargo, los gritos del jinete en lo alto de la fortaleza despertaron a un guardia centinela que avistó a Leone y partió en su caza.

Bajo el manto estrellado de la noche sureña, Anthea respiraba en sus oscuros rincones la tensión inminente.

En el corazón del reino, el rey, con pasos resueltos, guía al comandante Lucius hacia la forja del cambio.

Los susurros de las hojas nocturnas parecen entrelazarse con la inquietud en el aire que preceden al paso de  esta forja que simboliza la esperanza armada del reino.

—Comandante, permítame revelarle una esperanza forjada en el crisol de la desesperación por un hombre que, con su sabiduría y su sacrificio, consiguió darnos una oportunidad, que hemos sabido aprovechar—anuncia el rey, mientras las antorchas titilan, proyectando sombras en el corredor que precede a la forja.

Al cruzar el umbral, el fulgor de la fragua ilumina un tapiz de herramientas que esperan pacientemente su baile con los metales. En el corazón de la forja, el herrero Lohakarat, en espíritu, guía el destino de las armas que prometen resistir el yugo de los dominantes.

—Estas armas —explica el rey con solemnidad—, fruto de la sabiduría póstuma de Lohakarat, y forjadas por nuestros mejores herreros en la actualidad, llevan consigo la esencia misma de los minerales que han absorbido la prana de los dominantes. Son una promesa de resistencia, y un milagro de nuestro tiempo, dedicado para nuestra supervivencia.

Los ojos del comandante, llenos de un valor infundado por las sabias palabras del rey, observan una espada de peculiar filo y empuñadura que contiene el poder de este milagroso mineral.

Cada detalle de la forja respira vida propia: el calor, el eco de martillos forjando destinos, y la expectación palpable en los rostros de los herreros.

Unos minerales, testigos silenciosos de la esclavitud, se alzan ahora como guardianes contra la amenaza.

—Estamos en las etapas iniciales, las luchas del yunque y el martillo —declara el rey con mirada penetrante—. Estos artefactos serán nuestra vanguardia contra la oscura época que amenaza Anthea.

El rey se acercó al expectante comandante, el eco que emitían sus decididos y firmes pasos daban la apertura de una marcha victoriosa hacia la oscuridad.

—Lucius, leal y valiente comandante, estas armas representan la esperanza de Anthea —expresa el rey con una mezcla de gratitud y determinación—. En tus manos, confiamos la salvación de nuestro reino.

Lucius, con una mirada firme, y empuñando la espada destacada acercándola a su rostro en posición de juramento, responde:

—Mi rey, juro ante vos y ante mi pueblo, que blandiré estas armas con honor y lealtad. Por la protección de Anthea, por la seguridad de sus habitantes, y por la esperanza que estas forjadas prometen, doy mi palabra.

El rey asintió, reconociendo la gravedad del juramento. En ese instante, las llamas de la forja parecían bailar con la solemnidad del compromiso recién sellado.

Tras el emotivo momento, Lucius se retiró, dirigiéndose a su hogar.

—Marcharemos de madrugada—dijo el comandante.

El silencio se hizo en el salón de su hogar, alumbrado por un débil candelabro sobre la mesa. Su hija comía tímidamente. Una sensación desesperanzadora invadió el rostro de su esposa.

—Lucius—llamó la mujer mientras se levantaba—, no tienes por qué hacerlo, ya sabes que nunca los hemos ganado.

—Él si lo hizo—cortó Lucius vehementemente—, soy descendiente de Antheodor, todos lo somos.

La mirada de su mujer se perdió en el suelo, estallando en un solemne llanto. La niña, de unos cinco años de edad, observaba atentamente.

—Alcmena —llamó Lucius mientras se acercaba a su desconsolada mujer—, entiéndelo, soy un guerrero, lucharé por vosotros, por nuestro pueblo. Y te prometo que volveré.

Las manos de Alcmena llegaron al suelo mientras lloraba acurrucada por Lucius, quien de rodillas la consolaba.

La ternura del adiós con el que se despedía de su hija y el colgante de madera que le regalaba, contrastaba con la gravedad del deber que lo aguardaba.

Marchando con paso decidido, Lucius guía a sus tropas hacia la gran llanura, donde las sombras de la noche anticipan el desafío que les espera. Las tropas de exploradores antheinos se reúnen, y en la penumbra estratégica, trazan un plan de ataque que resuena como una sinfonía de resistencia.

Guildford, bajo las órdenes y supervisión del rey, en la periferia de la ciudad, lidera la preparación interna. Las tropas se alinean, las defensas se fortifican, y el eco de la estrategia  de Jarsha I resuena en las calles. La ciudad late al unísono con el propósito de resistir.

En las sombras de la madrugada, cuando La capital shaktiense aún yace sumida en la oscuridad, Aja despierta de su letargo. Los primeros rayos de luz, aún tímidos, no han purificado las penurias del área esclava.

Con la esperanza de que Renoir y Dimitri sigan vivos, se dispone a explorar el área esclava y a recabar alguna información relevante para efectuar su rescate.

Caminando y observando las penurias del desdichado árra, la joven se encuentra con un alma coja, apoyada sobre un oxidado trozo de latón, testigo silente de las crueldades impuestas por los shaktienses. Aja se da cuenta de sus dificultades para levantarse y acude en su ayuda.

—Gracias...gracias—agradeció el muchacho tímidamente mientras se incorporaba ayudado por la delicadeza de la joven—, no debí haber salido solo jajaja...mi hermana está dentro.

—No hay de que—respondió Aja con amabilidad y compasión —. ¿Sois muchos?

—Si...jajaja, unos cuantos. Somos mi hermana, pequeña, mi padre y mi madre...bueno, mi madre estaba...hasta hace poco—respondió el muchacho, su cara decaía en tristeza al hablar de su progenitora.

—Tu madre...¿qué la han hecho—preguntó una intrigada y solemne Aja, la joven podía entrever lo que pasaba.

Unos segundos de un incómodo silencio se apoderaron de la conversación.

—Ellos...nos lo quitan todo—señaló el muchacho mientras miraba al horizonte enaltecido que establecía el palacio umbrío desde lo lejos—, la comida, el agua, la libertad...nuestros seres queridos—el joven inválido agachó la cabeza al decir esto último.

Aja le miró consternada.

—¿Tú eres nueva verdad—preguntó el muchacho rápidamente, intentando disimular su profundo duelo—? No te había visto por aquí nunca.

—Así es—dijo la muchacha mientras se inundaba en sus pensamientos, pensamientos efímeros que la hicieron recorrer todo su viaje junto a Renoir y Dimitri—, oye, puedo ayudaros, a todos.

El muchacho la miró con incredulidad y asombro.

—Quiero ayudaros, os merecéis una mejor vida—añadió Aja, su mirada intensa penetró en los ojos del joven, que le miraba embobado—, soy consciente de la terrible enfermedad que estáis pasando, y es letal, la percibo. El señor que me acogió, se muere. Pero puedo ayudaros.

—¿T-tú—respondió el muchacho inválido con tristeza en sus ojos—? No te conozco de nada, pero a juzgar por tu cara, probablemente seas de mi edad, pero tienes otra mirada diferente a la mía...me llamo Lorenz, un placer señorita...

—Aja—añadió la joven con una sonrisa reconfortante—, el placer es mío Lorenz.

El muchacho inválido la llevó a casa junto a su hermanita pequeña.

Su padre no estaba, trabajaba fuera del área hasta tarde. La niña se encontraba enferma, ardiendo y con mala cara.

—Esta es Luciana...—dijo el muchacho tristemente— se muere...—Lorenz se arrodilló a los pies de la cama de su hermanita—parece que ahora está mucho peor, ahora ni siquiera se queja—el inválido e impotente chico comenzó a llorar—. ¿Qué debería hacer ahora...dime Aja?

Aja, observando la situación, y de manera resolutiva, se acercó al rostro de la pequeña, emanando el milagroso verdor de la mæ Ayurveda, expulsando las putrefacciones de la pequeña como si de una mancha se tratase.

Lorenz, completamente atónito ante lo que estaba presenciando, se levantaba con dificultad admirando el milagro al mismo tiempo que alternaba la cabeza para mirar a Aja.

—Ya está—aclaró la dominante con rostro sereno y determinante, sabía perfectamente que su acción podría causar un revuelo en el área y podría atraer miradas indeseadas, pero su bondad y determinación no flaquearon ante la situación—, Lorenz, tu hermana se pondrá bien, por Ajnâ.

Lorenz acarició incrédulo la cara de su hermana, y cacheó las distintas partes de su cuerpo donde tenía erupciones putrefactas, palpando su desaparición.

El muchacho inválido, miró a Aja y la abrazó, casi abalanzándose hacia ella por la falta de equilibrio. La joven dominante le devolvió el abrazo, fuerte y fehaciente.

Pasado un tiempo, se sentaron a tomar el brebaje común del distrito.

—Escucha Aja—dijo Lorenz—, hay un lugar en este área, llamado el subsuelo, ahí hay esclavos rebeldes dispuestos a proteger nuestros derechos contra los shaktienses. La mayoría dicen que solo empeoran las cosas, pero yo creo en su causa. Tú les ayudarías, debes ir con ellos. Te guiaré.

—Si, necesito conocer a esa gente, yo también tengo a amigos míos que quiero salvar—respondió decididamente la muchacha.

La dominante y el esclavo caminaron hacia el subsuelo, por el camino, Aja ayudó a unos cuantos esclavos, diezmados por la cruel enfermedad.

Una vez en la entrada al subsuelo se despidieron con simpatía y Aja entró con determinación al subsuelo.

En las entrañas del Subsuelo, la oscuridad se ve fracturada por débiles antorchas que apenas iluminan los rostros marcados por la esclavitud. Susurros conspiratorios danzan en el aire enrarecido mientras Aja, envuelta en un manto oscuro, se adentra en el corazón de la resistencia.

Óbregon, el líder de los rebeldes, de mirada endurecida y manos ásperas, se adelantó.

—¿Qué te trae, joven chica, a nuestro oscuro refugio?
¿Viniste a burlarte de nuestra miseria—añadió con tono sarcástico?

Aja, con la mirada serena y calmada se acercó.

—No he venido a burlarme, sino a ofrecer mis manos para sanar y mi lealtad a vuestra causa—respondió la joven sensatamente.

Dárion, segundo al mando de los rebeldes, observa con desconfianza, sus ojos cansados reflejan años de lucha.

—Las manos de alguien de fuera solo pueden traer más sufrimiento—añadió el malhumorado rebelde—. ¿Por qué deberíamos confiar en ti?

Aja levanta su manto oscuro y revela el poder de la Mæ Ayurveda.

El alrededor del oscuro subsuelo se silenció aterrorizados algunos y expectantes otros.

—Soy una dominante—dijo envalentonada—, sin embargo, no soy dominante de ninguna vida, solo de la energía que fluye por mis venas y empleo para mejorar la vida de los que me rodean.

—Es cierto—intervino Lorenz, quien la siguió por temor a que la pasase algo—, ha curado a mi hermana, Óbregon, ha curado a Luciana.

—Lorenz...—susurró confuso el líder de los rebeldes.

—Mirad, con este poder yo puedo fortaleceros y crear una oportunidad más fructífera para vuestra libertad—dijo Aja, mientras se dirigía a los rebeldes.

Los rostros de los rebeldes mostraban incertidumbre, pero también la chispa de la esperanza.

—Tu—intervino un anciano—...¿podrías aliviar la enfermedad de mi hija—preguntó el señor mayor mientras le mostraba a su adulta y rebelde hija, con el rostro cruelmente azotado por la enfermedad.

Aja asintió tomando las manos de la esclava rebelde enferma entre las suyas. La enfermedad se iba desvaneciendo con rapidez a medida que la prána de Aja se iba agotando.

—Con la voluntad de todos, podemos cambiar el destino de los esclavos, nuestro destino. No soy vuestra enemiga—añadió con convicción después de curar a la rebelde.

Las expresiones de los rebeldes se suavizaron, entre temores y aspiraciones.

La dualidad de Aja resplandece, entre el riesgo de revelar su condición y la determinación de marcar la diferencia. Óbregon, con una mezcla de desconfianza y esperanza, finalmente cedió. Dárion se conmovió ante semejante milagro.

—Demuéstranos tu poder, forastera—dijo el líder rebelde—. Te reuniremos con nuestro benefactor.

En la penumbra del Subsuelo, la desconfianza se disipa lentamente, mientras la magia curativa de la Mæ Ayurveda se convierte en el faro de esperanza que guía a los líderes rebeldes.

Maravillados por sus dones, deciden tomarla como aliada y brindarle una audiencia con el benefactor, un giro en el destino que podría cambiar el rumbo de la resistencia contra los shaktienses y el cautiverio de Renoir y Dimitri.

Mientras acontece esto, Raenari, sumida en sus pensamientos sobre el descendiente de los Miria, es perturbada por un enviado, quien le dice que el emperador Takhor desea su presencia en la sala del trono.

La mujer acepta, mostrándose reacia ante el mensajero.

«¿Qué es lo que querrá de mi—se preguntó mientras marchaba hacia la sala del trono—»

De camino se encontró con Kali, quien le miró vacilante.

—Parece que tienes trabajo sofisticado, esclavita—le ilustró con cierto tono afónico y burlón—. Aunque, con tus excepcionales habilidades seguro que lo resuelves rapidito.

—Desde luego, más rápido que tú—respondió Raenari sonriente mientras se pasaban en uno al otro sin pararse—, eso seguro.

Al llegar a la sala el emperador le miró con serenidad y templanza.

—Raenari—llamó Takhor, su mera onda de voz invadía todo el inmenso salón.

—Si, majestad—respondió con cierto recelo, sus rojizos cabellos pendían en perpendicular al negro suelo cuando agachó su cabeza de rodillas.

—Te asigno la tarea de buscar al dominante fugitivo, que se esconde en la ciudad, en estos instantes.

Raenari, medio cabizbaja por la reverencia, abrió sus ojos confundida, no le cuadraba la información sobre un dominante más, y menos que estuviese en la ciudad.

—¿Un dominante—preguntó haciéndose la extrañada frente al emperador—?«Dichoso Kali, me ocultó la información para que no investigase por mi cuenta—pensó hacía sus adentros—».

—Así es—respondió el emperador—, es tu deber localizarlo y apresarlo antes del juicio del medio día. Te diría que te sirvieses de cuantos hombres precisases, pero con tu astucia y tus habilidades, no creo que te sea necesario...¿verdad?

El emperador, jugaba con la esclava, le formulaba una pregunta trampa que solo tenía una respuesta, y es que era una de las muchas pruebas de fuerza que le hacían a Raenari la roja, para probar los límites de sus habilidades, y esperar el mínimo fallo para su castigo.

—Cierto, su majestad—asintió la pelirroja—, no fallaré.

—Marcha pues—concluyó el emperador.

Raenari marchó furiosa y en uno de los callejones de las calles serpenteantes desató su ira contra una mugrienta pared. Después, asegurándose de que nadie la seguía, se adentró por el paso hacia el área esclava.

Se encontraban los dos guardias que vieron a Aja. Raenari dio la señal a Wurdon. El guardia al ver la señal, distrajo a su compañero, llevándoselo hacia el cuarto de descanso, para que, hábilmente Raenari pudiese colarse por la verja.

Aja se encontraba junto a los rebeldes, ayudando a los que lo necesitaban y contribuyendo con su causa, mientras esperaba al benefactor.

—Líder Óbregon—llamó la joven—; ¿Queda mucho para la llegada del benefactor?

—No, debería estar al caer—respondió el líder, mientras le hacían señas desde la entrada del subsuelo.

Aja intuyó que debía tratarse del benefactor.

—Llegas un poco tarde hoy...¿no crees?—preguntó el líder.

—Si, lo sé, resulta que me surgió un imprevisto muy chungo—respondió el benefactor mientras se adentraba al subsuelo—, oye por cierto, la gente luce mejor hoy. ¿Ha pasado algo?

Sus dudas se disiparon cuando vislumbró el verdoso aura fatigada de Aja, al final del camino.

—¿Quién es ella—preguntó completamente asombrado el benefactor—?

—Raenari, te presento a la artífice de nuestro renacimiento: Aja—respondió el líder.

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