Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

~11. En tierras sombrías (1ª parte)

A paso ligero y aliento acelerado, Leone seguía la pista del jinete oscuro, que se alejaba de la gran llanura, con la esperanza de encontrar un camino libre de vigilancia hacia las tierras shaktienses.

Su aspecto sucio, cubierto de sangre y cenizas pegados a sus ropajes y a su castaño cabello, le hacía parecer una alimaña a ojos de terceros.

—Ni siquiera he entrado en territorio shaktiense, y ya he tenido que matar a varios de ellos—murmuró jadeando el chico—, debo estar alerta si quiero seguir con vida.

Leone se detuvo a pensar en sus muertes, se quedó paralizado.

«Eran vidas, las he puesto fin... ¿por qué no siento remordimiento?»

Dimitri lideraba la marcha del grupo de dominantes en el cenagal shaktiense.

Los andares aparentemente firmes y decididos de Renoir contrastaban con su rostro nervioso y alerta.

A su derecha, Aja mantenía los ojos bien abiertos mientras giraba la cabeza hacia los lados, como queriendo visualizar el desolado panorama y comprender cómo una ciénaga, que debería tener vida y regeneración, estaba tan marchitada y carente de alma.

—Aquí no hay vida—susurró la muchacha, su tristeza reflejada en sus verdosos ojos y su rostro llamaron la atención de Renoir que le tranquilizó agarrándola de la mano.

—Tranquila, solo estamos de paso Aja—le respondió el chico con una sonrisa, el semblante nervioso de la joven se disipó al instante—, saldremos enseguida.

Dimitri levantó el brazo en señal de detención hacia los jóvenes dominantes, a la vez que cabeceaba lentamente observando el decadente paisaje nublado por la humedad e intoxicado por putrefactos cadáveres de diferentes criaturas que encontraron su fin en el desanimado lugar.

A lo lejos vislumbró, entre la neblina, una criatura abrazada a un pequeño tronco de árbol talado que les miraba fijamente.

Su piel, teñida de un verdoso tóxico, se mezcla con restos de carroña que recubren sus cuatro patas, otorgándole una apariencia grotesca. Sus ojos, marchitos y decaídos, emiten una mirada suplicante hacia la dominante, como si imploraran algo que solo ella pudiera comprender.

La simbiosis entre la criatura y el entorno cenagoso creaba una escena surrealista, donde la desesperación y la decadencia convergen en una imagen que cautiva y perturba a partes iguales, o al menos eso le pareció a Aja.

—Aja, Renoir, poneos detrás de mi—ordenó el caballero, mientras rodeaban a la grotesca criatura pisando los charcos superficiales de la ciénaga.

Habiéndola dejado atrás, Aja preguntó sobre su naturaleza, Dimitri, con cara de repugnancia respondió:

—Son seres ancestrales, especies que nos dominaban en el pasado, fueron debilitados gracias al legendario Ruy Miria, quien nos libró de la esclavitud a la que nos sometieron... solo para que nos esclavizáramos entre nosotros mismos.

—Estaba abrazando un árbol—dijo Aja apenada mientras se volteaba a mirarlo de nuevo, la grotesca criatura giró ansiosamente su cabeza imponiéndole la mirada, motivo por el cual la dominante se la retiró abruptamente acompañado de un suspiro nervioso.

Unos pies después, cuando el cansancio y la falta de aire puro comenzaban a hacer mella, una patrulla shaktiense encaró a los dominantes.

—¡Forasteros—gritó el capitan de la patrulla—! No deberíais estar aquí.

—Vamos de peregrinaje a la ciudad, dejadnos pasar—respondió Dimitri, sus ojos llenos de desconfianza desafiaban la mirada del capitán.

Aja miraba con cara de circunstancia y Renoir hizo alusión al número de ellos, siendo siete los dominantes enemigos.

—¿De peregrinaje, desde el sur? Jajajaja, venga caballero, no seas estúpido—respondió el shaktiense con voz jocosa.

—¡Por favor—intervino Renoir situándose delante de Dimitri con las manos en alto—! Somos buenas personas, no venimos a hacer daño, solo pasaremos hacia el norte. No es necesario el derramamiento de sangre.

El capitán shaktiense contempló al chico anonadado, sus gestos se entrelazaban en una mezcla de asombro e inseguridad.

—Jajaja, ¿pero qué dices chico? Si tú debes ser antheino. ¿Tan rápido suplicas por tu vida, dónde están las agallas que tanto enorgullecen a tu revolucionaria patria?

El capitán le hizo un gesto burlón al muchacho, mientras se acercaba lentamente.

Dimitri, posicionándose delante de Renoir de nuevo, adquirió una postura amenazante para los shaktienses y protectora para los chicos ante el acercamiento de la patrulla.

El capitán, le devolvió el desafío.

—No me gustan los ojos con los que me miras escoria antheina—en ese mismo instante el shaktiense se dio cuenta del brillo de los ojos de Dimitri—, esos ojos... ¡matadlo, es un dominante etéreo!

Con destreza casi sobrenatural, Dimitri desató un resplandor lumínico con su hoja, barriendo la vida de los dos soldados a la diestra del capitán. Enfrentó al líder shaktiense con una maestría que dejó sus defensas destrozadas, cercenando su brazo armado en un movimiento violentamente ágil.

Los cuatro soldados restantes se lanzaron en una furia coordinada contra Dimitri, quien, acosado numéricamente, sufrió una lacerante herida en el brazo. Fue en ese instante que Renoir, interviniendo con la resonancia poderosa de la Mæ Orión, amplificó el poder de Dimitri, potenciando el poder sacro de la espada del caballero que neutralizó a dos adversarios y dejó al último malherido.

—Dimitri, ¿estás bien?—le preguntó el muchacho inspeccionando su herida.

—¡Ya voy!—avisó Aja mientras corría hacia ellos.

El último dominante aprovechó la ocasión para escapar entre la neblina.

—Esa magia... —musitó el soldado mientras huía del combate—no puede ser.

Aja le curó la herida a Dimitri, y Renoir lamentó la huida del último dominante shaktiense.

—Debemos seguir su rastro—sugirió Dimitri mientras se acicalaba la túnica y la capa—, estaba herido, quizás le alcancemos. No podemos permitir que informe de nuestra llegada. En marcha.

Mientras tanto, en el corazón de la capital shaktiense, se alza el palacio umbrío, hogar del emperador Takhor y de su hijo y heredero. También vivían allí los demás miembros del consejo imperial.

Es una obra maestra de la arquitectura, con más de una edad de historia, emerge majestuosamente en vertical ascendente con acabados puntiagudos que casi rozan las nubes, terminados en complejos ornamentos color carmesí que simbolizan la soberanía de estos dominantes.

En la sala de audiencias, se encuentran el emperador, los dos cancilleres imperiales a sus flancos y los consejeros, que terminan de rodear la sala. El heredero, Kali, es el único que no dispone de asiento, y se pasea por la sala mientras mira amenazante con sus ojos negros al jinete oscuro, el cual se presenta en el centro de la sala a ojos expectantes de todos los consejeros, en especial de los cancilleres.

—¿Y bien—intervino el canciller Kálion—, que explicación traes al respecto, aliado?

—Emperador—la grave y oscura voz del caballero reverberó en toda la sala al requerir la atención del emperador—, le traigo buenas noticias.

—¡¿Buenas noticias—bramó el segundo canciller, sus rojizos collares tintineaban al mismo tiempo que su larga túnica carmesí rozaba los oscuros mármoles del suelo—!? Ha habido una ofensiva deliberada y nuestras fuerzas de combate no han tenido nada que ver. Y no se puede tratar de ningún ser ancestral desbocado, pues no queda ninguno tan al sur con tal poder. Está claro que lo has perpetrado tú. ¡El emperador exige una explicación inmediata y sincera!

El emperador, regio pero fatigado, cuyos párpados y rostro cansados parecen ocultar la oscuridad infinita de sus ojos, yacía inerte en el trono de la sala de audiencias sin realizar ningún gesto, reflejando el completo desinterés por la audiencia. Su hijo le dirigió una mirada vergonzosa, como si lamentase la pasiva actitud de su padre.

—Cálmate Káliron—le tranquilizó Kálion, el canciller tomó un vaso imbuido en elemento nixûs, elemento predominante de la Magia ancestral rayanî, mientras bebía plácidamente de la misteriosa bebida que ocultaba los relieves del recipiente—, escuchemos que excusa tiene preparada.

—El ataque a Anthea no fue obra mía sino de alguien superior a mi—aclaró firmemente el jinete oscuro—, vio la oportunidad y no quiso desaprovecharla.

—¿Oportunidad?—preguntó intrigado Kálion—; ¿Qué oportunidad?

—Una oportunidad para conseguir el interés por el que me alié con vuestro imperio, complacer a mi superior.
Pero, esto puede interesarle también majestad—añadió el jinete mientras sus pasos, cada vez más cerca del emperador, retumbaban en la sala.

—¡Tú respondes ante nosotros—interrumpió Káliron furioso—, dile a tu superior que se vaya al infierno!

El agotado emperador ni se inmutaba ante las palabras y el acercamiento del jinete oscuro. Y este último, ignorando por completo el arrebato de Káliron, continuó hablándole al emperador.

—Lo que mi superior desea y ha encontrado es al último superviviente del linaje de los Miria.

El silencio inundó toda la sala tras la última palabra del jinete oscuro, dando paso a los múltiples susurros asombrados de los consejeros y la rasgada mirada selecta y atenta del heredero en su padre.

El emperador levantó su barbudo y serio rostro revelando por completo sus umbríos ojos mientras le miraba fijamente al oscuro jinete, quien se sintió incluso intimidado por semejante oscuridad en su mirada, pues el total de sus ojos era sombra, salvo un leve brillo carmesí en su iris, que cambiaba levemente de intensidad según la atención y sensación del emperador.

De manera trepidante, un soldado herido abrió las puertas de la sala, desplomándose en el negro suelo.

—¡Dominantes—vociferó extenuado el soldado, la sangre de sus heridas se mimetizaba con el oscuro suelo de la sala—! Se acercan tres dominantes extranjeros por el paso del cenagal, uno de ellos es un dominante etéreo muy poderoso.

—Eres del escuadrón de Kholco ¿verdad—inquirió el joven heredero, su áspera voz parecía imperarle una respuesta inmediata—? ¿Y dónde narices está él ahora?

—El capitán ha sido asesinado por el dominante etéreo, al igual que mis compañeros—respondió entre jadeos el shaktiense—. Además, su majestad, entre los tres dominantes había uno con un tipo de Mæ cerúlea, cuando intervino en el combate, hizo que el dominante etéreo masacrase a mis compañeros y me hiriese a mi—ante el testimonio del soldado, los presentes en la sala quedaron aterrados tras escuchar el testimonio—. No estoy seguro, nunca he visto a ninguno, pero la única Mæ que podría emitir un tono similar es-

—La Magia Ancestral Vorágine—interrumpió el emperador.

En tanto que esto sucede, en Anthea, la sala común del palacio real resonaba con la gravedad de la situación en la que se encontraba el reino.

El rey Jarsha I, acompañado por el Capitán Guildford y el Comandante Lucius, se situaba rodeado de ministros y líderes de la monarquía central. El ambiente estaba tenso, y los rostros de los presentes reflejaban preocupación y urgencia.

El rey, vestido con su imponente atuendo real, observaba la sala con ojos serios y decididos. Guildford, con su uniforme militar y aspecto curtido por la experiencia, tomó la palabra.

—Su majestad, estos son los informes que mi escuadrón y yo mismo hemos recogido sobre el ataque a Elmsford—el imponente capitán se acercó a la mesa y dejó los papeles ante la vista del rey—. Estos informes indican los graves daños proporcionados y la existencia atestiguada de una gran criatura ígnea.

Los ministros, ataviados con ropajes formales, intercambiaban miradas preocupadas mientras Guildford describía los testimonios de testigos y los estragos causados en Elmsford.

—Esto es terrible—rechinó codiciosamente el ministro de finanzas—, podría afectar de manera significativa a las arcas destinadas al pueblo, aunque los costos de reconstrucción, raramente, no serán elevados.

—La gente debe estar aterrada, vivirán con miedo ahora mismo—continuó la ministra de asuntos morales, su rostro reflejaba empatía y dolor, y dejando los informes en la mesa suspiraba decaída.

Fue entonces cuando el Comandante Lucius, tomó la palabra con convicción.

—Mi señor—se dirigió al rey levantándose de su asiento y dando un paso al frente—, estas atrocidades no pueden quedar impunes. Es cierto que las evidencias no muestran relación alguna con el imperio, sin embargo, no podemos descartar que hayan pactado con algún ser ancestral para machacarnos, después de todo, se trata de herejes dominantes—su expresión cambió a una tonalidad odiosa e iracunda, al mismo tiempo que sacudía su brazo empoderado formando un puño en su mano—, podrían atacarnos de ese modo, hay cosas que desconocemos de ellos. Propongo...una ofensiva masiva, para asegurar la seguridad de Anthea.

El rey escuchó atentamente y, tras un breve momento de reflexión, mirando a los ministros y a sus subordinados bélicos, tomó una decisión.

—Enviaré espías y exploradores a las tierras shaktienses y reforzaremos las defensas extramuros. Necesitamos información precisa antes de tomar medidas drásticas. Lucius— imperó al comandante dirigiéndole la mirada, una mirada directa y contundente, como si esta situación fuera típica para él—, será tu responsabilidad liderar esta misión, sírvete de los soldados que precises.

—Si, mi señor—asintió sumisamente el comandante antes de retirarse de la sala.

—En cuanto a ti Guildford, reforzarás las defensas intra y extramuros, todo bajo mis órdenes y supervisión.

—Recibido majestad.

La sala común, con su arquitectura sólida pero no ostenteosa, se convirtió en el escenario de una estrategia cautelosa pero decidida.

Las miradas de los presentes, mientras se retiraban de la sala, se cruzaron revelando la gravedad de la misión encomendada.

—«Te hecho de menos mi fiel amigo—pensó el rey hacia sus adentros mientras los ministros abandonaban la sala—... ojalá pudiese contar con tu fuerza, pero, anthea se enfrenta a una amenaza que requeriría no solo coraje sino también inteligencia y unión. Venceremos, no permitiré que todo haya sido en vano querido Antheodor».

Los tres dominantes se encontraban cada vez más cerca de la muralla shaktiense que precedía a la capital.

—Es aquí—señaló Dimitri exhausto.

—«Esto es extraño—reflexionó Dimitri—, no hay vigías en las torres laterales, y solo hay dos soldados a cada flanco del portón; ¿por qué tan poca vigilancia? ¿Será porque todas sus tropas estaban en el paso alternativo al cenagal? ¿Por eso estaba tan vigilado? Y para colmo no hemos podido encontrar al desertor... maldición».

Ante el umbrío portón shaktiense, los tres dominantes se yerguen con una mezcla de incertidumbre y asombro. Sus rostros, marcados por la fatiga, el hambre y las suciedades del cenagal, intentan disimular la crudeza de su travesía. La luna lucha contra la penumbra en un esfuerzo de reflejar sus contornos enmarcados por la sangre que aún salpica sus ropajes.

Dimitri, con educación, se dirigió a los dos soldados que custodian el portón.

—Buenos señores, necesitamos vuestro permiso para cruzar este umbral y proseguir nuestro camino. No somos enemigos, sino viajeros que buscan una acogida amable y de paso en vuestras tierras.

Los soldados, de rostros curtidos por la monotonía de su deber, observan con cierta incredulidad a los forasteros, pero no pueden pasar por alto la evidente fatiga y el desgaste que llevan consigo. Con falsa amabilidad, uno de los soldados intramuros se acercó.

—Está bien, viajeros. Pasad. Pero recordad que aquí solo encontrareis un imperio en reconstrucción, no un paraíso—aclaró el soldado mientras emulaba una sonrisa necia hacia su compañero.

Con un gesto, los soldados dan la orden de apertura del portón, que se va abriendo lentamente, revelando el umbral hacia un territorio desconocido y las sombras que se ciernen sobre ellos en Faenforn, la capital shaktiense.

—Dimitri—llamó Renoir—, Aja está muy debilitada, al igual que yo, y se que tú también, de lo contrario, habrías podido con aquellos dominantes del cenagal. Deberíamos buscar un refugio donde comer y descansar.

—Si, buscaré un refugio, vosotros no os separéis—asintió el caballero.

Sus ojos contemplaban una ciudad que ostentaba la grandeza deslucida por el paso del tiempo. Las arquitecturas, aunque mugrientas, conservaban la solidez de un pasado ilustre. Calles serpenteantes se extendían en un enjambre intrincado, rodeadas por edificios que parecían resistir el peso de sus recuerdos decadentes.

El ambiente era hostil y frío, con soldados que patrullaban con miradas sinuosas, transmitiendo una sensación de paranoia que flotaba en el aire. Cada paso resonaba en el suelo embarrado, testigo de la lluvia que había caído unas horas atrás. La humedad persistente y el barro marcaban un eco de decadencia que se mezclaba con la oscura atmósfera que envolvía la ciudad.

Entre el bullicio y el trajín cotidiano, Faenforn parecía susurrar historias de intrigas y conspiraciones, llevando consigo el peso de secretos sepultados en sus callejones estrechos. Dimitri, observando atentamente cada detalle, sintió la tensión en el aire, una melodía discordante que resonaba en los muros de la ciudad y que dejaba entrever las cicatrices de un pasado tumultuoso.

Unos kilómetros más al sur, habiendo cruzado ya los límites que separan el final de la inabarcable gran llanura y los comienzos de la decadente tierra shaktiense, Leone se adentraba en el neblinoso sendero de la ciénaga. La llanura, una vez su confidente, cedía paso a los confines de un territorio desolado, marcado por sombras que danzaban en la periferia de su percepción.
El cielo, antes un lienzo pincelado con la luminosidad del día, se tornaba en un manto umbrío con la llegada de la noche.

En el interior de la neblinosa ciénaga, Leone se topó con seis cuerpos sin vida de unos soldados shaktienses, sus ropajes, enturbiados por la tóxica agua del cenagal, dejaban entrever los colores sombríos carmesíes característicos del territorio.
Con mirada reflexiva, siguió las huellas de un trío de personas que parecían llevar el ritmo de una coreografía peculiar.

— «Probablemente, se dirigen a la capital»—, musitó para sí mismo, lamentándose por haber perdido el rastro del esquivo jinete oscuro.

Avanzando por la ciénaga, Leone se vio envuelto en la penumbra creciente de la tarde, y mientras seguía las huellas, se percató de las murallas imponentes que rodeaban la capital, como guardianes inquebrantables del poder shaktiense, pero, irónicamente, libre de vigías y de soldados que la amurallasen con sus vidas.

—"No hay nadie vigilando... esto es raro pero, debería aprovecharlo"—, reflexionó, su mirada perdida en el horizonte cerrado.

Llegando a las inmediaciones de las murallas, Leone se sumió en sus pensamientos, considerando su plan.

—El portón negro está cerrado, podría intentar colarme.

Sus ojos se abrieron y aceleraron sus latidos cuando oyó los ruidos estruendosos del gran portón abriéndose, dando paso a una cabalgata shaktiense liderada por el jinete oscuro.

La premura de su avance era palpable en el rítmico galope de los corceles, sin embargo, la urgencia de su marcha no lograba ocultar la perturbadora imagen del jinete oscuro, quien bajo el manto negro que ondea en el viento contracorriente, intenta, sin éxito, disimular la carencia de uno de sus brazos que le fue arrebatado por Dimitri, pues la naturaleza implacable del viento desvela un sutil hueco en el lado desprovisto de extremidad además de que las riendas del corcel umbrío, cogidas asimétricamente, añadían una nota discordante a la fachada de poder y misterio que intentaba proyectar el líder de la cabalgata.

—Ese es... el jinete que calcinó a la avanzada de exploradores en el bosque Brânn, y el que apareció en la gran llanura, parece una especie de comandante, lograría información si averiguó a dónde se dirige, pero ¿qué estoy diciendo? Solo un loco intentaría algo así.

Con una mezcla de determinación y temeridad, Leone se preparó para la carrera, consciente de que, en su viaje por Ajnâ, las líneas entre la audacia y la insensatez se desdibujaban en un danzón incierto.

—Quedaos aquí—sugirió Dimitri a los fatigados jóvenes—, Renoir, dame tu colgante—le mandó extendiendo la mano a la altura del cuello del muchacho.

—¿Qué? Yo... no quiero hacer eso, no un simple adorno—se justificó cabreado el muchacho.

—Vamos, piensa un poco Renoir, estamos en una ciudad desconocida, y ambos sabemos que ese colgante no es común, hemos visto cómo brilla y reverbera, no debe ser visible y no podemos dejar que alguien se lo quede. No tengo intención de quedármelo, solo lo guardaré hasta que salgamos de aquí, te lo prometo Renoir—le aclaró tranquilamente el caballero mientras su brazo se deslizaba cuidadosamente en los hombros del muchacho.
—Pero—titubeó Renoir—ella, está aquí... —musitó con tristeza.
—Renoir—habló Aja con voz delicada—, hazlo, yo confío en Dimitri—la muchacha le dedicó una fatigada sonrisa.
—Bien—dijo el muchacho mientras asentaba con la cabeza, sus ojos claros clavados en el rostro de Aja.

Antes de que Renoir pudiera entregar el colgante a Dimitri, un golpe potente y contundente derribó al caballero, haciéndolo chocar con Renoir y ambos cayeron al suelo, donde el colgante se perdió entre la suciedad.

En medio de los gritos de Aja y los esfuerzos de Dimitri y Renoir contra tres guardias imperiales, el heredero, que observaba todo desde arriba, descendió como un meteoro desde el tejado, amortiguando el impacto con su imponente y mortífera lanza imbuida en nixûs.

El estruendo provocó un silencio sepulcral entre todos los presentes.

—Apresadlos —ordenó con áspera voz—, a los tres.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro