~10. Deber
Corrían rumores de una aldea brutalmente masacrada por un grupo pirómano.
Leone dedujo de esos informes antheinos que la criatura llameante que los atacó días atrás fue la responsable de la masacre, y que seguramente iba tras Renoir y el caballero de túnica negra.
El joven caminaba solo, pero cargado de numerosas provisiones que su amigo Millow le permitió llevarse.
—No tengo nada que perder —se dijo a sí mismo mientras marchaba decidido—, no tengo madre, padre, hermano. Pero no quiero resignarme a morir dentro de ese sitio donde ya no me queda nada, no si puedo buscar respuestas. Renoir debe estar vivo, todo apunta a que sí, así que pienso dar con él como sea. Y cuando eso ocurra, entonces me explicará de qué va toda esta pesadilla.
Mientras marchaba a paso ligero y sumido en sus pensamientos, se percató de numerosos ecos que reverberaban en la lejanía.
Se acercó sigilosamente mientras observaba una patrulla de al menos una docena de guardias intramuros hablando entre ellos.
—Son guardias intramuros —pensó Leone forzando la vista en sus uniformes para distinguirlos—, normalmente no suelen salir del reino, pero como los soldados exploradores están en tierras shaktienses no les queda más remedio que movilizar a sus tropas internas. Anthea está debilitada, si una criatura como la de hace unos días entrara en Sattva, costaría mucho detenerla.
A medida que Leone reflexionaba sobre la situación del reino, el pelotón de soldados se iba inquietando cada vez más, mirando a todos lados y sacando las armas.
Cuando de pronto, de entre los árboles, salió el jinete oscuro y, con su espada llameante blandiéndola con el brazo que le quedaba, calcinó a los soldados y a la mitad de los caballos como si nada.
Leone, asustado ante tal poder, se tiró al suelo y contuvo la respiración todo lo posible deseando que la tenebrosa figura no lo hubiera reconocido en el terreno.
El jinete bramó enfadado unas palabras que Leone no entendió al mismo tiempo que miraba ligeramente la zona, para después continuar rápidamente en dirección a la aldea "eterna".
—Se dirige a la aldea, según el mapa —razonó Leone alzándose lentamente—. ¿Debería seguirle? Por su poder destructivo, todo apunta a que se trata de la amenaza de la que hablaban los informes.
Leone optó por salir del Bosque Brânn en dirección a la aldea, cogiendo uno de los caballos que habían sobrevivido al mortífero ataque en masa del cruel jinete.
Durante ese mismo atardecer, el trío de dominantes continuaba su marcha hacia el norte, cada vez más cansados después del duro enfrentamiento contra las criaturas subterráneas.
—Chicos —dijo Dimitri mientras iluminaba liderando la marcha—, habéis luchado bien. Habéis conseguido reunir fuerzas con lo poco que habéis descansado para desatar vuestro poder en combate, bien hecho.
—Parecía cansado —le replicó Aja—, ¿no pudo dormir?.
Dimitri permaneció en silencio mientras Renoir se acariciaba el relieve de su colgante.
—Así es joven —respondió el caballero orgulloso.
—Claro —concluyó Aja—, por eso no pudo contra esa alimaña. Un día, Allan me trajo un libro sobre los dominantes. Se trataba de un libro de la academia de Anthea que estudiaba la anatomía de los dominantes. En este decían cosas interesantes sobre la dominancia ayurveda y, una de esas cosas, aparte de la regeneración fisiológica, era la revitalización pranática.
Dimitri giró su cabeza levemente hacia la muchacha.
—Ese libro...no miente —confirmó Dimitri.
—Se me vino a la cabeza cuando nos vimos en esa situación y usted parecía agotado —argumentó la joven acelerando el paso para igualarle al caballero dejando ligeramente atrás a Renoir—, pensé que podría funcionar. La verdad es que soñaba con conocer algún dominante algún día, pensé que moriría sin ver los milagrosos dones de Ajnâ manifestados en seres vivos.
—La...dominancia —intervino un pensativo Renoir— es una maldición —Aja se giró completamente y Dimitri se detuvo al completo—. Eso es lo que me enseñaron en Anthea, lo que creí durante tantos años —afirmaba Renoir, con sus pupilas cada vez más contraídas, clavadas en su colgante—. Sin embargo, yo soy uno de ellos, y estoy con gente que también son dominantes, trabajamos juntos y nos ayudamos los unos a los otros. Al igual que tu padre, Aja —le dijo a la joven mientras le dirigía la mirada—. Él te dio cobijo, te acogió y cuidó hasta la muerte, no era un dominante, era un humano puro.
Aja le miró contemplativa, como esperando algo de sus palabras. Dimitri le escuchaba mientras permanecía parado de espaldas.
—Solo hay malentendidos en la historia, seguro que no justifican la matanza de inocentes y el sufrimiento de razas...podríamos acabar con todo este malentendido, ¿verdad, Dimitri? —preguntó el muchacho, su sonrisa nerviosa se iba desvaneciendo conforme miraba al caballero.
—Eres el primer ser al que escucho hablar de la paz desde hace mucho tiempo atrás —indicó Dimitri sin mover ni un ápice de su cuerpo—, sin embargo, aún existen seres que luchan por esta opción —el príncipe alzó la cabeza mirando al cielo, como recordando a alguien—. Aun así, debo decirte que es imposible que en esta tierra haya paz. Pues la única maldición que Ajnâ nos ha lanzado ha sido la existencia en sí.
El semblante de Renoir se tornó decepcionado al mismo tiempo que el caballero se volteaba hacia el muchacho.
—No debes sentirte culpable por tu pasado —le aclaró con una sonrisa—, lo que importa es lo que haces con tu futuro.
Aja miró a Dimitri con cara sorprendida y comprendió al instante que el caballero había tenido que pasar por muchas penurias para llegar a decir unas palabras así.
—¡Te equivocas, Dimitri! —gritó Renoir— No es necesaria la erradicación de nuestra existencia para eliminar esta absurda guerra, tan solo debemos comprendernos, unirnos. Si nuestras dos formas de vida se unen conseguiremos aumentar las probabilidades de supervivencia contra la adversidad. La adversidad ha estado ahí siempre, y en los anales de la historia no se nos cuenta que los humanos seamos los enemigos de Ajnâ.
Dimitri miró a Renoir, los ojos del muchacho destellaban un brillo cerúleo ligeramente intermitente a la vez que el colgante se imbuía de esa energía.
—Ya veo... —respondió Dimitri reanudando la marcha— entonces, que Ajnâ se apiade de nosotros, y nos ayude a cumplir nuestro deber en nuestro tiempo.
Aja animó a Renoir a seguir a Dimitri, una sonrisa de oreja a oreja invadía la carita de la joven, las palabras de Renoir habían sido alentadoras después de tanta muerte y destrucción que, en tan poco tiempo, habían presenciado.
—Yo creo en lo que dices —apoyó Aja— no sé cuál es la misión de Dimitri, ni qué planes tiene contigo Renoir, pero solo sé que prestaría toda mi fuerza vital a alguien que de verdad muriese por esas palabras, y creo que la mismísima Ajnâ debe haberlas escuchado. Lleguemos al norte, Renoir.
—Aja... —susurró el muchacho. Ambos estaban cubiertos de suciedad y sangre negra, y la luz al final del sendero los iluminaba intensamente— sí, lo haremos. Quiero que todos los seres de esta tierra vean lo equivocados que están, lo demostraré.
Cuando Leone llegó a la aldea completamente arrasada, examinó los restos de los cadáveres en busca de Renoir.
—Maldición —se lamentó—, no le veo... está todo calcinado y el rastro de llamas se acaba en aquella entrada al bosque, que lleva a... la gran llanura.
A Leone se le abrieron los ojos, era la primera vez que decía el nombre de la emblemática llanura sin estar encerrado entre unos muros. Al fin podría ver su hermosura de la que tanto se hablaba en los libros.
Al llegar a la llanura alta, pudo ver un hermoso ocaso, con el sol completamente visible, escondiéndose en el horizonte de tierras shaktienses.
—Ya anochece —susurró Leone. El viento soplaba con una fuerza irregular, como suspirándole al muchacho que avanzase— esta es la vez que más lejos he estado de mi hogar... pero yo ya... no tengo hogar, solo me queda seguir avanzando, debo encontrarle.
Mientras apretaba el puño con sus ojos enfurecidos, contempló el lejano contorno de la extensa llanura y diferenció en el extremo sureste del paisaje una patrulla shaktiense.
Llevaban un gran carro con una lona gigante que lo cubría entero. Los guardias prendieron antorchas ante la inminente noche.
Leone se adentró en la llanura y se dirigió hacia el pasto alto, escondiéndose para que no lo detectasen.
—Oíd —un soldado shaktiense reclamó la atención de los demás—, ¿qué ha sido del objetivo del tipo que vino a palacio?
—No tengo ni idea, solo sé que armó una buena en el reino y ahora todos están furiosos, más todavía jajajaja —respondió otro soldado que estaba junto al carro.
—¡Cerrad el pico! —mandó el capitán del escuadrón— Esa información, se la dirá en persona al emperador y al heredero. Vosotros cerrad la boca, limitaos a hacer el trabajo y punto. Llevad a esos esclavos.
—¿De qué tipo hablan? —se preguntó Leone.
—¡Espera! —asimiló el joven— ¿Han dicho esclavos? Esa escoria... están llevando esclavos antheinos para ejecutarlos delante del reino... voy a mat-
Cuando Leone quiso entablar combate, apareció de forma acelerada y violenta el jinete sombrío de repente.
—Teruzkor... maktriloz —dijo la sombra apuntando al castillo de faenforn.
—Pero, que no te entendemos criatura —dijo un soldado mientras observaba cómo la sombra, con premura, marchaba hacia la capital.
Leone aprovechó la ocasión para degollar al soldado más próximo con su daga y esconderlo entre el pasto. Los demás ni siquiera se percataron de que faltaba uno, se quedaron embobados mirando cómo cabalgaba velozmente el gigantesco jinete. Así que Leone se volvió a servir de esta situación para rajarle el tendón de Aquiles al más próximo, dejándolo inmóvil y, rápidamente, desenvainó su espada para ensartar al último restante.
—¡Espera! —suplicó el soldado en el suelo— ¡No me mates... ¿Quién eres, qué quieres de mí?
Leone le observó con mirada amenazante apuntándole con su hoja manchada con la sangre de su compañero.
—Responde —ordenó amenazante el joven— ¿Qué hay en ese carro? ¿A dónde se dirigía?
—Son esclavos... unos putos esclavos que no valen nada —respondió agonizante el soldado— íbamos a empalarlos y a quemarlos lo más cerca posible del reino.
La imagen de sus padres se le vino a la cabeza al muchacho, que acercaba su hoja hacia el cuello del moribundo dominante.
—La siguiente pregunta debe ser respondida de manera clara y rápida —objetó Leone mientras removía el filo por el gaznate del soldado—. ¿Qué diablos era aquel jinete negro? ¿Qué os ha dicho y a dónde se dirigía?
—Puto niñato... —replicó el soldado dolorido— eso han sido tres preguntas.
Leone le acercó su espada y le cogió del cuello.
—No te lo preguntaré otra vez, escoria dominante.
—Y-yo no se mucho sobre ese jinete —respondió atemorizado— el capitán tuvo órdenes desde arriba, pero lo has matado. Lo único que se... es que esa sombra es un demonio. Mata sin piedad... y eso me gusta. Con su ayuda, dentro de no mucho, esa mierda de reino caerá hecho pedazos y vuestra rebelión no habrá servido de nada... ¡esclavos!
—Me repugnas —respondió Leone—, no mereces mi filo. Mejor dejaré que ellos te maten, les hará más ilusión —le advirtió Leone mientras se disponía a retirar la gran lona que tapaba el carro.
Al retirar la lona, vio siete cuerpos maltrechos, apaleados y muertos.
Entre ellos había una niña y una mujer, esta última desnuda y mojada.
—¿Q-qué —murmuró Leone con los ojos completamente abiertos—?
—¡¡JAJAJAJA —el soldado echó a reír despiadadamente—! SORPRESA... eso es lo que les espera a todas esas escorias y putas human-
Leone le atravesó rápidamente la garganta con su espada, lacerándola múltiples veces hasta cercenarla por completo.
El joven muchacho hizo una hoguera, con los materiales del alijo del carro, y arrastró los cuerpos de sus compatriotas hasta ella. Luego se sentó a contemplar sus cenizas.
—Juró que os vengaré —dijo entre lágrimas— acabaré con esta pesadilla. Es mi... deber, como soldado.
El cielo se cubrió de oscuridad al abandonarle el sol y la humareda de la hoguera iluminaba una minúscula porción al sur de la gran llanura.
Habiendo salido ya del oscuro sendero, los dominantes marchaban su camino hacia el norte. Les faltaba muy poco para abandonar la gran llanura y de sortear las tierras shaktienses.
—Por fin salimos de ese lugar —dijo Aja aliviada.
De pronto las nubes rugieron y comenzaron a caer las primeras gotas de agua en el territorio sureño.
—Mierda —lamentó Dimitri, quien se había adelantado a la llanura alta exterior, para ver si el camino estaba despejado—, no puede ser.
Renoir y Aja se quedaron atrás, caminando lentamente mientras hacían tiempo a que Dimitri volviese y les dijese la situación.
—Tarda un poco —indicó el muchacho—, ¿no crees?
Cuando Aja estaba por responder, vieron a Dimitri volver a trote ligero con la mano en la vaina de su espada.
—Nos vamos al centro, no podemos seguir por aquí —ordenó el caballero—. Debí haberlo imaginado, los shaktienses han colocado un puesto de avanzada fortificado en el paso directo hacia el norte. Aunque, ahora que lo pienso, no pueden haber pensado que Anthea pediría refuerzos a las ciudades más próximas, ya que, estas están fuera del dominio antheino. Aquí hay algo que no encaja.
—¿Qué ocurre, no podemos pasar? —preguntó Renoir intrigado.
—Pero —intervino Aja—, ahora, ¿por dónde pasaremos?
—No tenemos opción —respondió Dimitri—, tendremos que adentrarnos en territorio shaktiense. Conozco un cenagal antes de llegar a las inmediaciones del imperio y la capital, pero debemos ir con cuidado. Hace tiempo que no paso por ahí, desconozco su situación.
—De acuerdo —dijo Renoir determinante—, atravesaremos el cenagal.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro