Capítulo 1
– AGUA —
—Xime, no seas así, anda, vamos... —negué con firmeza. Debía revisar evaluaciones, hacer las estadísticas en Excel y después, como si eso no fuera suficiente, crear una presentación dinámica en PowerPoint. No me quejaba, amo mi trabajo, pero de que era mucho lo era, y todo debía estar en el correo de la coordinadora el sábado por la mañana.
—No, no y no, no me convencerás esta vez, Camila, olvídalo –ella también era docente, pero en un jardín de niños. Resopló frustrada.
—Mi primo nos espera, haz un esfuerzo, te prometo que temprano estás de regreso, quiere verte –reí por lo bajo, negando, era guapo, agradable, y nos llevábamos muy bien, pero no existía... ¿química? Sí, esa es la palabra, por lo que pese a algunas citas que tuvimos, no pasó de ahí.
—Camila... –rio mostrando los dientes.
—¿Eso es un "sí"? Señorita amarguras –entorné los ojos fulminándola.
—Unas horas, temprano regresamos, en serio debo acabar eso –asintió dando brinquitos—, y tú pasas por mí –sentencié enarcando una ceja. Detuvo su felicidad un segundo, para después asentir nuevamente sin remedio. La dejé en su casa, pues habíamos comido juntas como hacemos una vez por semana. La conocía desde el bachillerato, compartíamos muchas cosas, somos muy similares en carácter, salvo algunas diferencias en gustos e ideologías.
Entré a casa, sola como siempre. Mauro, mi hermano, estaba en la Universidad, asistía por la tarde para poder trabajar por la mañana. Nos llevábamos muy bien, era un chico con metas fijas, con temple y muy comprensivo. Crecimos solos prácticamente, así que la complicidad que nos dio el pasar día con día uno al pendiente del otro, creó una relación profunda y agradable entre los dos.
El apartamento no era muy grande, pero lo suficiente para nosotros. Teníamos planes, sobre todo objetivos. En cuanto él acabará sus estudios, pensábamos mudarnos juntos, podría trabajar todo el día, al igual que yo, aunque si me aceptaban en la maestría para la que había solicitado, que no tendría gran costo pues era en la Universidad del estado, no tendría tanto tiempo libre. Sin embargo, acordamos que me apoyaría, veríamos la manera. No deseábamos seguir ahí, nada nos ataba a ese sitio salvo la ayuda económica que nos brindaban nuestros padres para sus estudios, y otras cosas que, si bien nos ayudó, no nos proporcionó lo que más deseábamos; una familia.
En fin, imposible obtener todo en la vida, ¿no? Así que como estoy, está bien.
Me preparé un Chai de té verde, me senté frente al ordenador y esperé unos segundos a que se cargara todo. Abrí Outlook, y comencé a revisar cada correo. Resoplé al ver la bandeja llena. Ya me habían dicho que lo diera de alta en el móvil, pero no era muy amiga de la tecnología, y eso de tener todas las aplicaciones ahí, las veinticuatro horas, no, no era lo mío, así que cuando entraba a mi PC, me topaba con esa marea de e – mails sobre diferentes asuntos. Cuando acabé, me avoqué en mi quehacer, gracias a Camila debía agilizarlo o no acabaría. Casi a las diez de la noche, la puerta se abrió, era Mauro. Sonreí tallándome los ojos.
—Hola, Hormiga –me saludó dejando sus cosas sobre la mesa. Masajeé mi cuello decidiendo que era hora de terminar, había logrado hacer la gran parte del trabajo, si al día siguiente me dedicaba un poco más, lo acabaría. Apagué el ordenador, y me acerqué para saludarlo, como solía.
—Hola, Tas –siempre no habíamos dicho de esa manera, él, Tasmania por desastroso, por inquieto, por molestarme desde tiempos inmemorables, y yo, porque siempre estaba haciendo algo, ocupada, concentrada. Ambos nos dirigimos a la cocina, y como era rutina, preparamos la cena narrando nuestro día, la ingerimos sentados frente a la mesa y luego levantamos todo para terminar viendo las noticias. Eso era todos los días, excepto los viernes o sábados que ambos salíamos y nos topábamos hasta el domingo, porque si bien éramos muy dedicados, también sabíamos divertirnos, sobre todo él.
—Te ves muy bien, solo suelta el cuerpo —musitó Mauro desde el marco de mi habitación con un cuenco de cereal entre las manos, burlándose. Lo miré por el espejo sacándole la lengua. Llevaba una bermuda sin camisa y parecía que no tenía prisa, seguramente saldría de casa a media noche para no regresar hasta el amanecer, a veces más tarde. Pasé a su lado, tomé de su cereal y seguí. Iba como solía, una falda corta, una blusa blanca sin mangas con botones al frente y el cabello, que llegaba a mis hombros, suelto y un tanto alisado, nada del otro mundo.
—Vendrá Camila por mí, así que no la entretengas, no quiero regresar tarde y si se quedan conversando ya sé que no saldremos de aquí hasta que a ti se te ocurra –soltó una carcajada llena de diversión.
—Si no fuera porque es muy caprichosa, ya sabes... —Rodé los ojos sacudiendo la cabeza.
—Por mí hagan lo que quieran, solo no la entretengas –le advertí metiendo la cartera a mi bolso.
De pronto el teléfono de la casa sonó, ambos lo miramos, serios. Nos acercamos al mismo tiempo. Ellos. El timbre continuó, ninguno se movió. Hacía una semana que no se comunicaban, seguramente estaban muy ocupados en alguna de sus giras. Eran actores, no muy afamados, pero su profesión les dio para vivir y mantenernos desde siempre, sin embargo, jamás los veíamos. Antes nos dejaban a cargo de primos, tíos, sobre todo mis abuelos, luego, cuando nos vieron mayores, solos.
Camila tocó el timbre justo en ese momento, sabía que era ella por la manera en que lo hacía sonar. Mauro, resignado, levantó la bocina, mientras yo me despedía con la mano sin decir nada. No nos agradaba mucho hablar con ellos, era incómodo, no teníamos nada que decirnos, no nos conocíamos y eso lo tornaba... raro.
Llegamos a la casa del primo de mi amiga. Era un sitio hermoso, ya había ido ahí varias veces. Solíamos, en verano, pasar días enteros en su piscina, o jugar alguna tontera que nos hacía reír hasta doler el estómago en ese enorme jardín que poseía. Isaac era un chico adinerado, pero eso no lo definía, por lo mismo siempre nos llevamos muy bien.
Al entrar, chicos que no conocía, y otros que sí, aparecieron frente a nosotras. Camila rápidamente se perdió de mi vista, así era ella. Por lo que saludé a quienes reconocí.
—Creí que tantas obligaciones te tendrían absorta, Ximenita –Lo escuché por detrás, sonreí negando. Odiaba que me dijera así, él lo sabía y por eso lo hacía. Al voltear comprendí lo que haría, me elevó y comenzó a sacudirme. ¡Ahg!, eso tampoco lo soportaba, me hacía sentir un maldito costal de papas, pero debido a mi complexión y baja estatura, tanto mi hermano, como él, solían molestarme de esa manera. Me zafé renegando.
—Deja de hacer eso, sabes que lo odio... —lo regañé refunfuñando. Le importó poco y me dio un fuerte abrazo.
—Me alegra que vinieras, sin ti ¿quién le pondría orden a esta fiesta? –entorné los ojos dándole un empujón.
—Eres un pesado, no soy así –comenzamos a discutir, como siempre. Él decía que yo era muy precavida, que pensaba todo demasiado, y yo... que Isaac debía elegir y planear su futuro. Evidentemente no me hacía caso, y seguía siendo un chico despreocupado y parecía que podía seguir así por años. Otro factor para que entre ambos jamás existiera nada, nunca podría estar con alguien que no supiera que sería de su vida. ¿Controladora? Tal vez. ¿Metódica? Un poco. ¿Soñadora? No, para nada, realista y deseosa de una estabilidad en mi futuro.
Unas chicas y yo hablábamos sobre banalidades, solté una carcajada por algo que una dijo cuando de pronto sentí como alguien mi aferraba, trastabillé sin poder evitarlo hacia atrás, y sin más me encontré sumergida en la piscina, con agua entrando a mi sistema. Todo fue una confusión tremenda, locura, en realidad. Salí como pude, furiosa, llena de rabia. Al sacar el rostro al fin a la superficie después de patalear y luchar por emerger de esa sorpresiva caída, me topé con dos ojos color avellana impresionantes, sonreía con frescura, su cabello oscuro se adhería a su piel bronceada de una forma imposiblemente sensual.
—Lo lamento –susurró riendo, sin mostrar ni un poco de vergüenza o culpa por lo que acababa de ocurrir. La ira y humillación de saberme observada y dentro de aquel lugar, corría vertiginosa por mi cuerpo, pues ese tipo de cosas no me agradaban, me vi sometida por esa chispa extraña que emanaba su presencia tan cercana, tan jovial. Entorné los ojos negando.
—Lo dudo –musité cerca de su rostro. Abrió los ojos, asombrado por mi tono gélido.
—Puedes vengarte si lo deseas, lo merezco –aseguró amistosamente, intentando esconder la risa que parecía no poder enjaular un minuto más y que si era honesta, me contagiaba de una forma especial. Medí la sinceridad de sus palabras y al ver que soltaba aquello que ya no podía guardar más tiempo, en reflejo le aventé agua al rostro. Sonrió con clara admiración—. Vamos, ¿es todo lo que tienes? Pareces enojada –me desafiaba—. ¡Tarado! —Enseguida comencé a echarle más y más hasta que mis brazos se cansaron mientras él reía sin contenerse, sin defenderse. Lo miré un segundo a los ojos, reflejaba una mezcla de diversión y culpabilidad muy graciosa. No pude más, y sin comprender muy bien por qué, me reí también. No fui consciente de mí ni de nada por todo el tiempo que esa sensación ligera me embargó.
—¿No piensan salir? –gritaron desde la orilla de la piscina varios chicos, mientras Camila e Isaac aparecían en escena, agobiados.
—No, nos metimos para refréscanos –grité molesta, de forma sarcástica. Varios rieron, ellos también. Mi "agresor" o como le quieran llamar, abrió los ojos dejando salir una risita. Enseguida lo fulminé con la mirada con clara advertencia.
—Lo lamento, vamos, salgamos –habló aquella voz gruesa, cargada de masculinidad. No debía tener más de veinticuatro o veintiséis años, aun así, poseía ese "no sé qué" que brinda la experiencia. Asentí caminando rumbo a las escaleras, resignada. Venía a mi lado, de reojo noté como se echaba el cabello húmedo hacia atrás y su rostro quedaba aún más expuesto. Tragué saliva fingiendo demencia. Era extraño experimentar ese cosquilleo que provino desde mis pies y que recorrió mi estómago para llegar hasta mis mejillas que seguramente mostrarían algo de lo que me generaba. Tomé el barandal para salir, pero de inmediato dudé, llevaba una falda, una blusa blanca, ¡no! Las cosas no podían ir peor. El chico pareció notar mi turbación—. Cerraré los ojos –bromeó a mi lado. Giré molesta. Alzó las manos negando.
—Esto es tu culpa, si no se portaran como niños de quince, no estaría empapada, adentro de la maldita piscina –le hice ver enarcando una ceja. Se cruzó de brazos, relajado.
—Tienes tu carácter, con esa carita jamás lo hubiera imaginado –admitió asombrado. Rodeé los ojos bufando, me acerqué al barandal decidida a salir. Él tomó mi cintura con delicadeza sonriendo—. Ya, lo lamento, tienes razón, déjame salir primero a mí –observé que Camila al fin se acercaba. Lo vi emerger, un segundo después se quitó una sudadera ligera que llevaba puesta de color marrón y me la tendió guiñando un ojo. Me la puse como pude, acto seguido me tomó por las muñecas para que no resbalara. Al estar fuera dejé de respirar apretando su prenda como si deseara abrigarme con ella, cosa imposible pues estaba húmeda, como yo, como él. Nos miramos sin más, fijamente, era extraño, algo se hundía en mi estómago y de pronto me sentía cohibida.
—Eres muy linda –habló muy bajito, perdido en mis facciones. Era alto, delgado, de cuerpo atlético. Asentí sin saber qué decir. ¿Qué me estaba sucediendo?
—¡Ay, Xime! ¿Estás bien? –Intervino Camila, ambos giramos al escucharla.
—Sí –musité temblando por el frío de la noche. Isaac apareció con un par de toallas. El resto de los invitados ya estaban de nuevo en lo suyo.
—Teo, ¿qué mierdas te pasa? No sabes con quien te metiste –aseguró muerto de risa el anfitrión. Le arrebaté lo que llevaba entre las manos.
—Idiota –musité cubriéndome.
—¿Ximena? –habló ese chico que ahora sabía se llamaba Teo. Asentí observándolo nuevamente.
—Si quieren ropa, vayan a la casa, tomen lo que necesiten –soltó Isaac bebiendo de su vaso.
—Gracias –dije ya entrando en calor, pero sin verlo.
—Soy Teo –se presentó extendiendo su mano con suma cortesía. Arrugué la frente sin dar crédito. Volvió a sonreír de esa manera extraña, enigmática, excitante—. Me dejarás con la mano extendida –Camila soltó una risita y se fue, al igual que su primo. Se la tendí dudosa.
—Soy Ximena –solté nerviosa. Aceptó ladeando la cabeza sin soltarme.
—Ya escuché, va contigo —¿Qué quería decir eso? Ni idea, lo cierto era que yo estaba como en otra orbita—. En serio lamento lo ocurrido, resbalé, no te vi... —se disculpó aún con su gran mano envolviendo la mía.
—Fue un accidente –admití ya sin remedio, un tanto acalorada si era sincera.
—¿De dónde conoces a Isaac? –Me preguntó de pronto. Ambos observamos nuestras manos, y apenados, nos soltamos. Aferré de nuevo la toalla, cubriéndome, él ya había dejado la suya, con desgarbo, en una de las tumbonas que estaban ahí.
—Es primo de mi mejor amiga –admití bajito.
—¿Cómo es que no te había visto? Lo conozco desde hace mucho tiempo –alcé los hombros sin saber qué responder—. ¿Quieres ir a cambiarte, algo de tomar? –preguntó solícito. Negué acercándome a una tumbona para sentarme.
—No, gracias, en un rato seguramente me secaré, no hace tanto frío.
—Espera aquí –me pidió con un ademán de sus manos. Me pareció gracioso por lo que asentí sin pensarlo mucho. Varios conocidos me observaban a los lejos, al verme reír despreocupada, se relajaron, lo curioso fue que nadie se acercaba. De pronto algo duro en mi bolsillo de la falda captó mi atención. Metí la mano bajo la toalla y saqué mi móvil completamente mojado. Me quejé pegándomelo en la frente.
—Te traje... ¿Qué sucede? –volteé alzando mi aparto. Mostró los dientes tendiéndome una bebida, la tomé al tiempo que él agarraba el celular.
—Ximena, qué pena... te daré otro si este ya no funciona, lo prometo –olí lo que contenía el vaso, vino tinto, supe enseguida. Negué dándole un trago.
—No te preocupes –Él bufó sentándose justo frente a mí, intentando prenderlo.
—No me preocupa, pero me ocupo, y asumo mi parte. Lamento si tenías fotos y cosas que no podrás reemplazar –habló arrepentido de verdad. Sonreí quitándoselo de las manos con cuidado.
—Es un móvil, y yo no soy muy afecta a esas cosas, solo números y alguna que otra tontera –abrió los ojos asombrado, para luego darle un trago a su bebida, interesado.
—¿Es en serio? Yo no podría vivir sin él, es una herramienta que para mí es básica –Lo miré intrigada.
—¿Básica?, ¿a qué te dedicas, Teo? –quise saber interesada, sosteniendo el vino entre mis manos, mirándolo con curiosidad. Algo tenía que me intrigaba y no era solamente ese físico asombroso, parecía un chico que se movía al son de la vida, de lo que esta le ofrecía.
—Soy fotógrafo, ya sabes, esos que en los viajes no pueden detenerse porque no dejan de ver todo como una posible imagen espectacular... Que pierden la noción del tiempo cuando están en lo suyo –admitió con orgullo, notoriamente feliz. Sonreí comprendiendo—. ¿Y tú? Déjame adivinar –me pidió frotándose esa barba incipiente que lo hacía ver... sensual—. Eres algo así como... ¿Maestra, enfermera? –abrí los ojos asombrada.
—¿Cómo sabes? –Se encogió de hombros.
—He aprendido a observar los detalles, cuál de las dos –Su interés era genuino.
—Estudié literatura, enseño a adolescente de secundaria... —silbó asintiendo.
—Lees mucho...
—Sí...
—"El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir... —sonreí abiertamente, sintiéndome realmente a gusto a su lado, fascinada en realidad.
—Sino en saber para qué se vive" –completé. Elevó su vaso riendo. "Dostoievski" dijimos al unísono.
—Y tú, Ximena, ¿sabes la respuesta a eso? –hundí mi cabeza en los hombros mirando el cielo negro, no se asomaba la luna, alguna que otra estrella pringada nada más.
—Tengo metas, planes, sé lo que quiero hacer, ser –dije con firmeza, mirándolo nuevamente. Quedé suspendida al notar que me observaba detenidamente.
—Me gustaría tener mi cámara en este momento –susurró dejándome muda, con las mejillas calientes. Ya ni siquiera era consciente de mi ropa húmeda, de nada. De pronto sacudió su melena, que para ese momento ya se hallaba medio seca y unos lindos rizos comenzaron a mostrarse, haciéndolo ver también cándido—. En fin, esa no es una respuesta, no a semejante afirmación. Lo que quiero decir es...
—Comprendo a lo que te refieres, pero no tengo otra respuesta a eso... Sé lo que quiero, y voy por ello, y vivo para eso –aseguré sin dudar.
—¿Y lo que no está dentro del plan? –negué tomando más del vino.
—No hay nada afuera del plan –alzó sus gruesas cejas.
—¿Vives para eso? ¿No hay más? –De repente ya no me sentí tan segura de mi respuesta, de eso que siempre he pensado.
—¿Tú sabes lo que quieres? –Teo asintió con seguridad.
—¡Claro! –No comprendía entonces. El chico se acercó un poco más. No me moví—. Sé que quiero tomar de la vida lo que me dé, que deseo abrirme a ella, que no me negaré a nada que me haga feliz –pestañeé desconcertada.
—O sea que... no tienes planes, solo vives el momento –Teo negó con un dedo, serio.
—No, Ximena, no te confundas, tengo muchos planes, y hago todo para lograr mis sueños, pero no son metas, es amor a lo que hago y eso es lo que me mueve, por lo que hago todo. Sé que hago lo que quiero, ¿hasta dónde me lleve?, no lo puedo saber, tampoco controlar, lo cierto es que tampoco me quedaré sentado esperando a que suceda. A la vida hay que meterle mano, hay que apostar por ella.
Asentí asombrada por la pasión impuesta en cada palabra. Me giré un poco, meditabunda.
—Y dime, dónde enseñas, cuáles son esos planes si se puede saber... —solté un suspiro deshaciéndome de la toalla para moverme con mayor soltura. Con ese chico ahí me sentía cómoda, así que sin percatarme comencé a narrarle todo sobre mi profesión, y aquel plan que tenía en mente. Me escuchó con atención, interesado. Era increíble como sus ojos clavados en mis movimientos me hacían desear hablar más, decir más, mostrar más. Jamás me había ocurrido con nadie, era tan nuevo, tan agradable.
Lo que había empezado de una forma algo irritante, se tornó con el paso de los minutos en una charla amena, llena de risas, de complicidad, de agradable sintonía, química quizá.
—¡Ups! ¿Ya te fijaste que no hay nadie? –noté de pronto. Teo dejó vagar su vista por el lugar, abrió los ojos y luego, con esa risa que comenzaba a conocer, asintió.
—Solo pierdo la noción del tiempo cuando tomo fotografías... y ahora contigo –declaró evaluando mi reacción. Sentí ese rubor incómodo subir hasta mis mejillas. Se escuchaban risas provenientes del interior de la casa, por lo que no estábamos solos del todo. Me levanté sonriendo, mi ropa ya estaba casi seca. Me quité la prenda que me prestó y se la tendí, todo bajo su escrutinio. Me veía como si fuera un misterio, algo que deseaba descubrir. La tomó torciendo sus carnosos labios de forma agradable.
—Creo que debo irme, es tarde y mañana tengo que entregar reportes a la coordinación –susurré un poco nerviosa. Él ya se hallaba de pie, asintiendo.
—¿Traes auto? –preguntó bajito colocándose la sudadera sobre su hombro de forma despreocupada. Abrí los ojos y apreté mis labios—. ¿Eso es un "no"? –quiso saber mostrando sus dientes, alegre.
—Vine con Camila, supongo que debe estar adentro... —señalé relajada.
Durante esas horas, o minutos, comprendí que era un chico vivaz, inquieto, que adoraba conocer, saber, ir más allá. No vivía con su familia, aunque tenía un apartamento aquí, en Guadalajara, lo cierto es que por lo que comprendí lo visitaba muy poco pues solía estar viajando. Comenzó, desde muy pequeño, su afición a ese hobby con el cual ahora se ganaba la vida. Su padre lo apoyó desde el inicio, jamás conoció a su madre pues falleció al tenerlo, sin embargo, al parecer el hombre que lo crió hizo una labor extraordinaria, y siendo solo ellos dos siempre se sintió apoyado. Tomó los mejores cursos, viajó a su lado y conoció de su mano todo lo que se le ocurría, y lo que no, también. Era un chico que fluía como el aire, que al parecer lo contenían sus propios anhelos, sus propios deseos, su amor a lo que hacía. Pese a la evidente atracción que entre ambos surgía, incluso bullía, supe que no debía adentrarme en aquel terreno, tal vez una amistad, nada más, pero si era sincera, me gustaba demasiado como para permitirme correr aquel peligro. Un hombre así sacudiría mi entorno, mi mundo, mi... vida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro