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2. Una noche inusual.

Maracay, año 2013.

—Hasta luego, Doctora Coleman, su primera cita el lunes es a las 8:00am.

—Gracias, Andrea. Hasta mañana.

Me despedí de mi secretaria y salí de mi consultorio rumbo a mi departamento, era fin de semana y una buena noche de películas me esperaba, como cada fin de semana desde hace seis meses que rompí con Marlon.

Después del evento con mis amigas en nuestra graduación yo decidí tomar las riendas de mi vida, todo mi entorno había cambiado muchísimo. En cuanto a mis estudios, me costó un poco, más bien mucho en decidirme, pero finalmente me matriculé como Médico estético. Tenía mi consultorio privado y un departamento pequeño. De mi vida amorosa, ¿qué les puedo decir? Tuve un año de relación con Marlon, un chico de cabello rubio, con unos ojos color miel que eran encanta-dores y al que quise mucho, pero él solo fingió quererme para jugar conmigo, así que poco después de saber quién era realmente rompí con él.

No me quejaba de mi vida en lo absoluto, me gustaba mi trabajo y mi tranquilidad. Un poco de compañía quizás era necesario, pero en vista de que el hombre indicado no aparecía ni por error, me quedaba solita que así me veía más bonita; también me había alejado un poco de mis amigas por el hecho de que tomamos rumbos distintos, pero seguíamos en contacto constantemente.

Mis planes de fin semana no eran los más extraordinario para estar en una ciudad tan activa como Maracay, aunque para mí era el paraíso estar en mi departamento, leer un libro, ver tv y visitar a mis padres para ver a mis príncipes en miniatura y eso era todo, pero ese fin de semana todos, menos yo, claro, estaban en la Isla de Margarita, así que yo estaría en pijama leyendo o viendo pelis y comiendo en total felicidad.

Llegué a mi apartamento, me di una relajante ducha y me instalé frente al tv para buscar alguna peli que me quitara el sueño y así pasar la noche. Encontré titanic y allí me quedé. Me en-cantaba ponerme a llorar como tonta cada vez que la veía, era una historia de amor fascinante. Me preparé unas palomitas, un té de manzanilla y listo... mi fin de semana perfecto. Miré mi película llorando en soledad, como siempre y como a eso de la 1:00am me envolví en mis sabanas y me quedé dormida plácidamente.

...

El sonido de mi teléfono comenzó a aturdir mis oídos.

Lo tomé sin ver la pantalla porque estaba sirviéndome un poco de café.

—Sí, buenos días.

—¡Oye!, pero que formal amaneciste hoy, chica. —Escuché su risa y

reconocí inmediatamente la voz de Perla.

—Qué pesada eres. No me fijé en la pantalla al contestar, ¿cómo estás?

—Superbién y con planes para hoy donde estás incluida. ¡No puedes decir que no! —exclamó exigente.

—A ver, mi niña, ¿qué tipo de planes? —interrogué ansiosa por su respuesta.

—En vista de que no compartimos desde hace meses, queremos irnos a bailar y tomar algo hoy.

—¿Irnos?

—Sí, con Greiccy. Te buscaremos a las 9:00 de la noche. Adiós.

¿Cómo hacía para soportarlas cuando no cambiaban ni un poco? Perla no me dejó si quiera contestar si estaba de acuerdo o no, era como una imposición. La idea de ir a algún sitio nocturno no me emocionaba mucho, pero entre estar sola y salir un rato, sin duda, que me iría con ellas.

Ya que saldría por la noche y, seguramente, al día siguiente no tendría ánimos de nada, me tomé el día para hacer el aseo a mi departamento, no era que estaba en desorden, solo que para maniática de la limpieza yo, me gusta tener todo extralimpio y ordenando.

Cuando terminé de hacer todo, observé que el reloj marcaba las 6:00pm. Las horas habían pasado muy rápido, pero el departamento estaba impecable, mas yo era un desastre andante, así que rápidamente fui a darme una ducha para ocuparme de mi apariencia y poder lucir guapa para mi salida nocturna. Decidí que esa noche debía cambiar el esmalte claro de mis uñas por uno oscuro porque mi aspecto diario, serio y tranquilo no era lo que necesitaba, yo quería lucir distinta y los pequeños cambios cuentan y mucho. Planché mi largo cabello y comencé a maquillarme: oscurecí un poco mis parpados y pinté mis labios de carmín; ubiqué ropa casual en tonos oscuros y quedé lista. Ah, no... Faltaban mis lentes de contactos y se preguntaran qué tienen mis ojos que llevo toda mi vida ocultándolos, pues les cuento; resulta que mis ojos son de diferente color: uno es muy marrón y el otro muy verde, motivo por el cual los ocultaba desde que tenía memoria.

Me observé en el espejo y me gustó lo que vi reflejado, pues no era la licenciada Coleman, simplemente, era Hanna, una joven de veinticinco años como cualquier otra que saldría a divertir-se un poco porque bastante falta le hacía, ya que en comparación con otras chicas de mi edad yo llevaba una vida como de una persona de cincuenta años.

Esperé un poco y en cuanto mis amigas llegaron por mí, me encaminé con ellas a un sitio que desconocía con una sonrisa pintada en mi rostro.

Me sorprendí al ver el que el sitio seleccionado por mis amigas no era una discoteca repleta de gente y música que reventaba los tímpanos, al contrario, el sitio tenía un aspecto elegante con música suave y amena. Estaba bien iluminado, lleno de mesas, pista de baile, barra para los tragos y al fondo, lo que suponía era su cocina. El sitio me encantaba, mas estaba consciente de que no era mucho el estilo de mis amigas, ellas eran más escandalosas que eso, pero yo sí que me sentí feliz.

—Bien, ¿de quién fue la idea de venir aquí? —solté de pronto con una media sonrisa.

—Ambas lo decidimos —respondió Greiccy—. La idea es pasarla bien todas y en otro sitio tu no estarás a gusto, ¿o me equivoco?

—Gracias, estoy fascinada y deben admitir que esto está mejor que cualquier disco.

Las tres reímos y ellas asintieron. Lo aceptaran o no yo tenía razón, Villa Madrid, que es el nombre del lugar, estaba de lujo.

Tomamos asiento entre la barra y la pista de baile, pedimos algo para picar mientras entrabamos en ambiente y el camarero nos trajo: mini pizza, pancitos y bolitas de queso, pero mi pala-dar se sentía dichoso con esas pizzas en miniatura.

—¿Qué vamos a tomar? —Perla arqueó una ceja mirándome fijamente.

—Se los advierto, como siempre, no voy a tomar en exceso.

Las miré a las dos intentando estar seria, pero la verdad era que sus caras de perritos regañados me causaban muchísima risa.

—Ya, entendido —dijo Perla con fastidio y Greiccy se encogió de hombros.

Greiccy alzó la mano al chico de la barra y rápidamente él llegó hasta nosotras y le ordenamos un servicio de güisqui.

El sitio poco a poco se fue llenando y la música iba cada vez más movida, por lo que nos levantamos las tres a mover el esqueleto por un buen rato y cuando bailamos suficiente volvimos a la mesa. Cansada y sudorosa tomé la sabia decisión de tomarme un trago y de comer un poco más de lo que quedaba en la mesa para relajar mis piernas estirándolas un poco.

De pronto, las chicas comenzaron a hacerme señas con los ojos. Yo no entendía qué que-rían decirme.

—¿Si? —Levanté una ceja mirando al chico que me había tocado en la espalda.

—¿Bailamos? —Me sonrió con dulzura.

Entendí que las chicas me avisaban que él venía hacia mí.

Lo miré y, sin duda, supe que no podía decirle que no a ese sujeto desconocido, es que, si lo hubieran visto... Tenía una sonrisa increíblemente bella, perfecta, puedo arriesgarme a decir; era alto, delgado, pero fibroso, con una mirada misteriosa e intensa, de esas que le bajan las medias a cualquiera, por no decir otra cosa.

Me quedé mirándolo embobada y el hombre aclaró la garganta como para recordarme que debía responderle, miré a mis amigas que me sonrieron y con los ojos me dijeron: ve o te asesinamos. Asentí con la cabeza sin dejar de mirarlo y él me ofreció su mano para caminar hacia la pista.

La música que comenzó fue suave, de esas que se baila apretadito y me sentí inexplicablemente nerviosa por el contacto con ese hombre. Con mis manos temblorosas rodeé su cuello y con las suyas él tomó mi cintura poniéndome tensa. Me resultaba altamente intimidante. La música, por suerte, tuvo una duración de dos minutos, que debo confesar fueron eternos para mí, él chico, muy caballeroso, me llevó a la barra a tomar algo, por lo que pedí un trago de güisqui para no mezclar y él tomo uno también.

—Gracias por aceptar bailar conmigo. —Guiño un ojo—. Mi nombre es Cristopher.

—Un placer, Cristopher. Soy Hanna. — Le dediqué una sonrisa cordial acompañada con un poco de nervios.

El joven de la barra nos entregó los tragos y yo casi me atraganto con el mío porque no te-nía qué más hablar.

—Vengo con un par de amigos. —Dio un trago a su bebida buscando qué o cómo decirme algo.

Yo he leído muchos libros de psicología y sé cómo notar ciertas cosas.

—Si quieres, con tus amigas se nos pueden unir. Estamos a tres mesas de la suya —agregó

—Les Consultaré.

Dejé el vaso sobre la barra para bajar de la silla y dirigirme a mi mesa, pero él me tomó por la cintura y lo hizo por mí. Lo miré atontada y caminé hacia donde se encontraban las chicas.

—¿Cuenta que te dijo ese adonis?

—No se vale ocultar nada —dice Perla siguiendo la pregunta de Greiccy.

—No sé qué se estarán imaginando. —Reí—, pero solo me dijo me su nombre.

—¿Solo su nombre?, pero los vimos hablar en la barra. Tuvo que decir más que el nombre.

—Habla más fuerte para que se entere todo el bar —dije irónica.

—¡A nadie le importa lo que hablemos!, así que no evadas la pregunta de Greiccy y cuenta, mosca muerta, que te vimos. —Todas reímos.

—Bien, me dijo que las tres podíamos estar con él y sus amigos que también vienen solos.

—¿A eso le llamas nada? ¡Eres la peor!, bueno vamos —comentó Perla muy entusiasmada.

—Perla, ¡por favor! No vamos a salir corriendo, que vengan ellos. Si voltea y me pregunta algo se lo diré.

Seguimos charlando un rato, pero mi mirada, en ocasiones, se fijaba en la de aquel hombre y se encontraba con la suya. Las ganas de decirle que se acercaran hasta acá me estaban matando, pero no podía ser una atrevida. Al cabo de unos minutos, vi que el hombre se levantó y comenzó a caminar hacia mí, lo que ocasionó que las piernas me comenzarán a temblar como una quinceañera.

—Yo de nuevo. —Me sonrió—. ¿Cómo están chicas? —se dirigió a mis amigas

—Nosotras muy bien, toma asiento.

La petarda de Perla me guiñó un ojo y yo quería matarla.

—Vengo acompañado —anunció con una sonrisa pícara.

—Son bienvenidos todos ¿Cierto, Hanna?

—Claro —comenté casi en un susurro.

—Yo soy Greiccy.

—Yo Perla.

—Un placer. Mi nombre es Cristopher, iré con mis amigos y en un minuto estaré de vuelta con ellos.

Yo quedé como hipnotizada con toda su esencia y de seguro que yo a él le parecí una completa tonta, pero es que eso de andar ligando no es lo mío, soy un desastre. Él no tardó en volver con sus amigos, quienes se presentaron como John y Brad. Los guapos tomaron asiento junto a nosotras, ordenaron otra botella y el resto de la noche se hizo magnífica junto a ellos.

A las tres de la mañana se ofrecieron a llevarnos, pero en vista de que nosotras llegamos en el auto de Greiccy ellos se comprometieron en ir tras nosotras para asegurarse de que llegáramos bien, aunque a mi parecer solo querían saber dónde vivimos cada una, de igual forma, era mejor que ir solas, subimos a los autos para irnos y la primera parada fue en mi departamento.

—Fue un gusto conocerte, Hanna. —Tomó mi mano dándole un ligero beso que me hizo sonrojar.

—Igualmente, Cris, ha sido un placer. —Sonreí, me despedí de mis amigas y los suyos para dirigirme a mi departamento.

La noche había estado estupenda, aunque, les confieso que me sentía un poco, bueno, muy mareada, pero nada de qué preocuparse.  

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