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14. Encuentros.


Estábamos por montar en la motocicleta de Cristopher para irnos a Maracay cuando su celular comenzó a timbrar. Me arropó el pánico de que nuevamente se tratara de trabajo e hice una mueca de desagrado espontánea. Él, una vez que miró su en la pantalla de quien se trataba, sonrío y con su mano libre me hizo un gesto de calma, el cual me hizo soltar el aire que no me había percatado de que contenía. Habló por un tiempo muy breve y al terminar su llamada vino a mí con una hermosa sonrisa pintada en el rostro.

—Era Mauricio para hacerme una invitación, ¿te animas? —preguntó con un brillo hermoso en la mirada al que no me podía negar, aunque quisiera.

—Por supuesto, ¿pero a dónde iremos?

—Sucede que mi familia posee una casa aquí a la que venimos en algunas temporadas, por eso conozco tan bien este lugar. La cuestión es que mi hermano decidió venir con unos amigos y ya están aquí.

Me encantaba como poco a poco me incluía más en su mundo. Mauricio, su primo y hermano sería el primer integrante que conocería de su familia y eso me maravillaba.

—¡Qué estamos esperando entonces! —agregué animada y el esbozó una bella sonrisa.

Nos subimos a su moto y no tardamos más de 10 minutos en llegar a la casa de su familia. Donde nos recibió un enorme perro de raza pitbull llamado Acrolis. El animal lo primero que hizo fue mostrarme sus colmillos grandes y afilados. Creí que sería mi fin.

—Ellos huelen el miedo, amor, cálmate o va a atacarte —mencionó Cristopher en un tono tan fantasmagórico que me heló la piel.

Aquel animal era una bestia poderosa, con los músculos tensos y los ojos llenos de rabia. Emitía un gruñido bajo y amenazante mientras su nariz se agitaba en el aire, captando mi olor y desvelando mi presencia. El perro rodeaba mi cuerpo, cada vez más cerca, mientras su hocico olisqueaba mi miedo creciente. Sus fosas nasales se dilataban, buscando cualquier indicio de debilidad o vulnerabilidad. Podía percibir la ferocidad en su olor, mezclado con una pizca de locura, como si la rabia misma se hubiera infiltrado en su esencia.

Mi corazón comenzó a latir desbocado mientras el pitbull continuaba su danza amenazante a mi alrededor.

—Voy a matarte, Johnson —dije entre dientes—. Si este animal me hace daño te mataré —continué aferrándome a su brazo. Estaba hiperventilando. Mis piernas temblaban, casi incapaces de soportar mi propio peso.

—¡Acrolis, basta! —dijo suavemente acariciando al perro y esté comenzó a mover la cola. Le clavé las uñas a Cristopher en el brazo y en eso se oyó una voz masculina que llamaba al animal.

La voz que se oyó era de un joven que se acercaba a paso firme. Aunque era un poco más bajo que Cristopher, seguía superándome en estatura, pero eso no era difícil, ya que cualquiera lo hacía. Sus hombros anchos estaban envueltos en una franela blanca, destacando su físico robusto. Un par de gafas acentuaban su apariencia intelectual e intrigante, y su piel morena clara contrastaba con su cabello negro y liso.

—Hermano, ya te extrañaba —dijo apretando a Cristopher entre sus brazos. —Era Mauricio.

—Y yo a ti, pero me asfixias. —Se lo quitó de encima riendo.

Yo seguía inmóvil con el perro rondándome. Estaba muerta de miedo, pues el animal parecía más bien un león.

—Tú debes ser Hanna —dijo mirándome. Yo asentí —. Acrolis, ven —ordenó y el perro fue y se detuvo justo a su lado—. Es inofensivo.

Cristopher tomó mi mano y Mauricio se retiró anunciando que alejaría al perro un poco. Fue entonces cuando pude respirar con normalidad y me fijé en el hermoso paisaje que tenía frente a mí.

Seguido del estacionamiento, se desplegaba un hermoso camino que nos conducía hacia una encantadora escena. Un porche de terracota emergía a lo lejos, con mesas de vidrio y sillas a juego, creando un espacio acogedor y elegante. Más allá, divisé una parrillera, lista para ser utilizada, junto a una robusta mesa de madera maciza. La casa en sí emanaba un encanto de decoración colonial, con su fachada imponente y detalles arquitectónicos meticulosamente conservados.

A medida que avanzábamos, nos adentramos en un exuberante jardín, cuidadosamente cubierto de una grama verde exquisita. Los alrededores estaban salpicados de flores de tonalidades moradas y azules, cuyos pétalos se asemejaban a delicados racimos. La variedad de plantas era impresionante, desde majestuosos pinos hasta una amplia gama de especies florales, todas ellas emanando una belleza cautivadora. Yo estaba fascinada.

—Esto es bellísimo —exclamé y observé que Mauricio se acercaba.

—Veo que Acrolis te quita el habla, cuñada. —Sonrió.

Si bien, Cristopher poseía una sonrisa impecable, la dentadura de Mauricio era simplemente indescriptible. Nunca antes había presenciado unos dientes tan blancos y relucientes, tal vez resaltados aún más por su piel bronceada.

—Tu perro es muy —hice una pausa—, grande.

Todos reímos y él se acercó, me dio un beso en la mejilla y me dijo:

—Estoy encantado de conocerte.

—Lo mismo digo, Mauricio,

Cristopher entrelazó su mano a la mía, depositó un beso en ella y Mauricio nos avisó que dentro estaban sus amistades, así que lo seguimos al interior de vivienda. La casa, imponente y de una belleza sobrecogedora, se alzaba majestuosamente en medio del pintoresco entorno campestre. Con un encanto colonial que recordaba a la tradicional arquitectura que había visto en el pueblo el día anterior, cada detalle reflejaba un gusto exquisito y una elegancia innegable.

Al ingresar, uno era recibido por una amplia y acogedora sala, donde la combinación perfecta de lo rústico y lo sofisticado se desplegaba ante los ojos. Una hermosa chimenea de piedra, adornada con motivos tallados a mano, era el centro de atención, brindando calidez y confort. La sala se abría a una espléndida biblioteca, repleta de libros de diversos géneros y estilos, donde yo me imaginé de inmediato disfrutando de largas tardes inmersa en un mundo de romance de esos que tanto me gustaba.

También, la casa contaba con numerosos y espaciosos dormitorios, que Cristopher y Mauricio se encargaron de mostrarme. Cada uno diseñado con atención al detalle y una estética encantadora decoradas en tonos suaves y relajantes que, sin duda, invitaban al descanso y al rejuvenecimiento. Los ventanales amplios permitían la entrada de la suave luz natural, creando una atmósfera serena y apacible.

Ellos siguieron dándome el recorrido ahora por la cocina, el corazón de la casa, que era una mezcla perfecta de funcionalidad y belleza. Equipada con modernos electrodomésticos y una amplia isla central de madera maciza, invitaba a la creación culinaria y a la reunión alrededor de una mesa grande y acogedora.

En cada pasillo, se encontraban bufandas y chaquetas cuidadosamente colgadas, listas para abrigar a cualquiera que lo necesitara. Estos detalles añadían una sensación de calidez y comodidad, además de ser un reflejo de la atención cuidadosa de la familia a los pequeños detalles. Las paredes estaban adornadas con pinturas abstractas, creando un contraste interesante con el estilo campestre de la casa. Los colores vibrantes y las formas evocadoras proporcionaban una expresión artística moderna y emocionante, aportando un toque de creatividad a cada rincón.

El recorrido terminó en la parte trasera donde estaban un grupo de chicos, que, aparentemente, eran de nuestra edad, y yo solo podía estar impresionada con esa magnífica casa que encarnaba una fusión perfecta entre la elegancia campestre y el encanto contemporáneo.

Cristopher me presentó a cada uno de los presentes: dos parejas y una chica. Mi cuñado, sin pensarlo dos veces, comenzó a servir dos tragos de ron y me entregó uno a mí y otro a Cristopher. Como ya había probado ron con Perla y Greiccy antes, no me sentí incómoda. Tomé un sorbo de mi trago, sintiéndome más relajada.

Los amigos de Mauricio y conocidos de mi chico, empezaron a hacer preguntas para conocerme mejor.

—Hanna, ¿y qué los traía por aquí? Llegaron muy pronto como para estar Maracay—preguntó uno de los amigos, Pedro, con una sonrisa amigable.

Con una mirada cómplice hacia Cristopher, respondí:

—Decidimos venir a la Colonia Tovar para disfrutar de un tiempo a solas y despejar nuestras mentes. Cristopher ha estado ocupado con un curso policial y necesitábamos este descanso juntos. —Recosté mi cabeza de su hombro y el me acarició con ternura la barbilla.

Las preguntas continuaron mientras todos mostraban interés en nuestra relación y nuestras experiencias. Compartimos anécdotas y risas, mientras disfrutábamos de la compañía y la bebida, al tiempo que los hombres preparaban una parrilla para el almuerzo. Sin embargo, algo llamó mi atención. La chica sin pareja parecía coquetear descaradamente con Cristopher, y él parecía no darse cuenta o simplemente no le importaba. Sentí una mezcla de celos y molestia. Decidí alejarme por un momento para aclarar mis pensamientos.

Me aparté discretamente, buscando un rincón tranquilo del jardín para reflexionar. Mauricio, mi cuñado, notó mi incomodidad y me siguió. Nos encontramos cerca de las preciosas flores moradas que, ya me habían dicho que llevaban por nombre hortensias, y Mauricio encendió un cigarrillo mientras me observaba con curiosidad.

—Hanna, ¿estás bien? Pareces un poco molesta —dijo, dejando escapar una bocanada de humo.

Sus palabras me hicieron recordar la razón por la que estábamos aquí, buscando un momento de tranquilidad y soledad.

—Estoy un poco molesta por la chica que coquetea con Cristopher. Parece que no le afecta, pero me hizo sentir insegura —confesé de forma espontánea, mi cuñado me generaba confianza.

Mauricio asintió comprensivamente, ofreciéndome apoyo.

—Entiendo cómo te sientes. Pero no debes preocuparte, estoy seguro de que Cristopher solo tiene ojos para ti. Es normal sentirse incómoda en situaciones así, pero confía en el amor que se tienen.

Sus palabras resonaron en mí, y poco a poco mi molestia se fue disipando. Sentí gratitud hacia Mauricio por su apoyo y comprensión en ese momento.

El aroma del cigarro se mezclaba con el perfume y llenaba el aire. Era una combinación de olores que me resultaba atractiva.

—Sabes, el olor del cigarro mezclado con perfume y el olor de los libros es una de mis combinaciones favoritas —le confesé.

Mauricio arqueó una ceja, interesado.

—Es una combinación de aromas interesante, y bastante peculiar, que de hecho me gusta también. ¿Qué género de libros sueles leer?

Sonreí y respondí:

—Principalmente, me gusta leer romance y libros de autoayuda.

Mauricio sonrió ampliamente.

—Curiosamente, también disfruto de los libros de autoayuda. Parece que tenemos algo en común.

Así fue como, en medio de aquella velada llena de altibajos emocionales para mí, encontré un apoyo inesperado en Mauricio. Mientras el aroma del cigarro y nuestras conversaciones continuaban llenando el aire, descubrimos que teníamos más afinidades de las que esperábamos.

Continuamos disfrutando de la vista, fortaleciendo lazos de amistad en los cuales comprendí porque Cristopher quería a su primo como un hermano. Mauricio era una gran persona y se notaba el amor y admiración que sentía por Cris. Continuamos charlando, acercándonos un poco más al grupo mientras el resto charlaba animadamente, incluyendo a Jimena, la chica que continuaba coqueteando con Cristopher. Me acerqué como quien no quiere la cosa y abracé a mi chico desde atrás, él me recibió feliz y me haló hacia él, por lo que caí en sus piernas y me besó. Con el rabillo del ojo miré a Jimena y vi como torció el gesto, cosa que provocó en mí una alegría descomunal.

—¿Todo bien? —me preguntó con sus labios a escasos centímetros de los míos.

—Todo estupendo, amor mío. —Volví a besarlo.

El aroma tentador de la parrilla nos recordó que la comida estaba lista. Nos sentamos alrededor de la mesa, ansiosos por probar los deliciosos platos que se habían preparado. Charlamos mientras disfrutábamos de una comida abundante y sabrosa. Compartimos anécdotas, chistes y momentos divertidos.

Después de saborear cada bocado y saciar nuestro apetito, Cristopher me miró con ternura y me dijo:

—Mi sol, creo que es hora de irnos. Mañana es lunes y ambos tenemos trabajo.

Asentí con una sonrisa, comprendiendo la realidad. Nos despedimos cariñosamente del grupo, agradeciendo por la increíble velada, y nos dirigimos hacia la moto que nos llevaría de regreso a Maracay. Una vez en la moto, ajustamos nuestros cascos y nos preparamos para el viaje de regreso.

La brisa fresca acariciaba mi cuerpo mientras avanzábamos velozmente por las sinuosas carreteras. Aunque no podíamos hablar debido al ruido y los cascos, la conexión entre nosotros era palpable.

Una vez llegamos a Maracay, nos despojamos de los cascos y nos abrazamos. Me sentía calidez y feliz. Antes de separarnos, nos miramos con cariño y complicidad.

—Hanna, hoy fue un día maravilloso a tu lado. Gracias por acompañarme —dijo Cris, acariciando mi mejilla.

Sonreí y le respondí con ternura:

—Cada momento que paso contigo es especial. Me alegra ser tu compañera. Gracias por todo tu amor y por hacerme sentir amada y protegida.

Nos dimos un último beso. Sabíamos que teníamos que separarnos por el momento, pero nuestras almas se mantenían unidas en el vínculo que habíamos construido.

Con una sonrisa nostálgica, nos separamos y nos deseamos buenas noches. Cada uno se dirigió hacia su hogar, llevando consigo los recuerdos preciosos de la velada.

Mientras caminaba hacia mi apartamento, recordaba los momentos felices que habíamos vivido juntos. Sentía gratitud por la oportunidad de tener a Cristopher a mi lado, y sabía que pronto nos reuniríamos nuevamente para seguir construyendo nuestro camino juntos.

Así, envuelta en la dulzura de los momentos compartidos y las promesas de un futuro lleno de amor, me sumergí en la calma de la noche, agradecida por el regalo de tener a Cristopher en mi vida, sin duda, no me estaba equivocando en elegirlo.


Hola, bellezas de mi corazón. Espero que les esté gustando la historia. No olviden pinchar la estrellita, seguirme y dejarme un comentario sobre la historia. Besos... 

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