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13. Un refugio familiar con giros inesperados.

Había transcurrido una semana desde que Cristopher partió. El fin de semana arribó y con él, una montaña de responsabilidades en mi labor como médico estético. Desde temprano en la mañana, me hallaba ocupada atendiendo a pacientes, llevando a cabo tratamientos y consultas en mi consultorio. El estrés se iba acumulando a medida que el día progresaba y mi mente se sentía abrumada por la cantidad de tareas pendientes.

—Hanna, necesito que revises el expediente de la paciente Sara Andrade. Parece haber una complicación después del procedimiento —me informó Andrea con tono preocupado.

—De acuerdo, lo revisaré de inmediato —respondí, tratando de mantener la calma a pesar de la presión.

Mi jornada continuó con urgencias y demandas constantes. El consultorio estaba lleno de pacientes impacientes y mi teléfono no dejaba de sonar. Intentaba mantener el enfoque, pero sentía que las horas se desvanecían sin que pudiera avanzar lo suficiente en mi trabajo.

—Andrea, ven aquí —la llamé desde mi escritorio, después de un rato y ella no tardó en venir.

—¿Sucede algo?

—Ya he revisado el expediente de Sara y he hablado con ella. Se ha inflamado luego de la hidrolipoclasia por haber ingerido una cantidad alta de refrescos, ya le indiqué tomar antinflamatorio, reposo y dieta líquida. Por favor anexa eso a su expediente. —Ella asintió y salió con la carpeta entre sus manos.

Finalmente, se acercaba la hora del cierre y en ese momento sentía que no podía más. Me tomé un breve descanso en mi oficina, cerré los ojos y respiré profundamente, tratando de encontrar la serenidad. Necesitaba un respiro, un momento de tranquilidad para recargar energías.

Decidí que era hora de tomar una pausa y buscar refugio en el lugar donde siempre encontraba paz: la casa de mis padres. Después de finalizar mis últimas consultas, cerré el consultorio y me dirigí hacia allí.

Al llegar, fui recibida por el cálido abrazo de mi madre y los entusiastas saludos de mis hermanos.

—¡Ana, has vuelto! —exclamó Julián, saltando de emoción.

—Hola, pequeños. Los extrañé mucho —les respondí, sonriendo mientras abrazaba a ambos gemelos que ya estaban junto a mí.

Mi madre me miró con preocupación en los ojos y me preguntó:

—¿Cómo has estado, cariño?, pareces agotada.

—Ha sido un día muy intenso en el consultorio, mamá. Necesitaba un poco de paz y calma. ¿Podemos ver una película juntos? —le pedí, anhelando un momento de desconexión—. Quiero pasar aquí la noche.

Mi madre asintió con ternura y felicidad. Nos encaminamos hacia la sala de estar. Nos acomodamos en el sofá, cubiertos por mantas suaves, y elegimos una película que satisficiera a todos. Julián y Yohan estaban emocionados y ansiosos por el programa de cine en familia.

Mientras la película comenzaba a reproducirse en la pantalla, mis hermanos y yo compartimos risas y bromas. Julián, siempre travieso, intentaba hacerme cosquillas y Yohan, aunque callado se unía a la diversión. La atmósfera se llenó de alegría solo faltaban las ocurrencias de mi padre quien aún no llegaba de la comisaria.

El aroma de las palomitas de maíz que había hecho mi madre llenaba la estancia, y entre bocados y carcajadas, el estrés del día comenzó a desvanecerse lentamente. En medio de risas y comentarios sobre la película, mi mente se relajaba y mi corazón se llenaba de gratitud por tener a mi familia cerca.

Después de la película, ya entrada la noche, mis hermanos comenzaron a mostrar signos de cansancio. Mi madre los llevó a sus habitaciones para que descansaran, mientras yo me quedaba un rato más en la sala de estar, disfrutando del silencio y la tranquilidad.

Finalmente, el sueño comenzó a envolverme. Decidí tomar un baño primero y fui a mi antigua habitación a dejar mis cosas para asearme. Una vez limpia, fresca y en pijama, me tiré a la cama. Cerré los ojos y me dejé llevar por la paz del momento. Me sentía tan tranquila en mi entorno familiar, estar allí era reconfortante.

Me acomodé envuelta en una manta, y me permití entregarme al sueño reparador que tanto necesitaba. La última imagen que quedó grabada en mi mente fue la de mis hermanos unidos a mí, felices y sonrientes. Con una sensación de paz en el corazón, me dejé llevar por los brazos del descanso. Mi familia era mi ancla, mi fuente de fortaleza y equilibrio en medio de las turbulencias de la vida. Y así, en este rincón acogedor, me sumergí en un sueño profundo y reparador.

...

Me desperté en medio de la madrugada con una sensación incomoda al escuchar el sonido de mi celular. Sin embargo, aún adormilada, busqué en mi bolso hasta encontrarlo. Mi corazón se aceleró al leer un mensaje de Cristopher. Él se disculpaba por no haber escrito antes y me sorprendía con la noticia de que llegaría mañana, es decir, antes de lo previsto, y que me recogería en mi apartamento temprano. Una sonrisa se dibujó en mi rostro mientras mis ojos se llenaban de emoción. Su llegada era un regalo para mí.

Volví a dormirme y al despertar, muy temprano, bajé las escaleras y me encontré con mi madre colando café.

—Buenos días, mamá. —Me acerqué a ella y le di un beso en la mejilla.

—Buenos días, hijita ¿Te vas tan pronto? —preguntó, extrañada, mientras tomaba dos tasas y vertía café en ellas. Me entrego una.

—Cris llegará hoy.

—¡Qué bueno! A ver si quitas esa cara de muerta en vida que tienes.

Ambas reímos y seguimos tomando nuestro café.

—¿Dónde está mi papá?

—No llegó anoche, sigo esperando que me llame.

—Debe estar bien. No te preocupes —la tranquilicé—. Yo debo irme, avísame en cuanto sepas de él —dije terminando mi café.

—Sí, hija. Yo te llamo.

—Está bien. Nos vemos pronto, mamá. Gracias por todo —le dije abrazándola.

—Cuídate mucho, hija, y diviértete con tu galán —respondió ella con una sonrisa.

Llegué a mi apartamento y me cambié rápidamente. Me puse un suéter de manga larga color beige, pantalón de jean azul y unas sandalias bajas en color marrón. Estaba lista para encontrarme con Cristopher, quien llegó a buscarme puntualmente.

El sol ya comenzaba a brillar intensamente en el cielo. No me sorprendió que Cristopher llegara en su moto, no sabía porque le gustaba montarla tanto en lugar de su carro. Él iba vestido con una chaqueta de cuero ajustada que resaltaba su envidiable físico y desmontó con gracia de la motocicleta. Sus botas golpearon el suelo con determinación, creando un eco de masculinidad y seguridad. Caminó hacia adelante, su cuerpo exudaba un aura de confianza y misterio. El viento jugueteaba con sus cabellos oscuros, lisos y rebeldes, dándole un aire salvaje y seductor que no me permitía apartar la mirada embobada de él.

Con movimientos precisos y atléticos, se quitó el casco revelando una mandíbula firme y una sonrisa cautivadora. Sus ojos penetrantes, brillaban con una chispa de travesura y deseo. Sus manos fuertes y hábiles se deslizaron por su cuerpo, ajustando su chaqueta con sutileza mientras revelaba unos músculos bien definidos. Cada gesto parecía coreografiado. Era todo un espectáculo a la vista.

Con paso decidido, se acercó a mi encuentro, irradiando un magnetismo innegable. Su voz profunda y seductora resonó en el aire.

—Cielo, te extrañé muchísimo —dijo y me alzó en brazos para hacerme girar.

—También me hiciste mucha falta, amor, ¿cómo te ha ido?. —Lo besé en los labios.

—Ya tendremos tiempo para contártelo todo, cielo. Ahora tenemos un largo viaje por hacer.

—¿Viaje largo y en moto? —No pude evitar sonar escandalizada.

—Vamos a la Colonia Tovar.

—Pero es lejos, Cristopher, ¡cómo vamos a ir en moto!

—No tardaremos más de 40minutos y deja de gritar. —Soltó una pequeña carcajada.

No me había dado cuenta de que había elevado la voz, pero es que solo a él se le ocurrían aquellas locuras, pero yo estaba más loca de amor y me dejaba llevar.

Comenzamos a avanzar en la moto y a medida que recorríamos el estado, rumbo a nuestro destino, el paisaje iba cambiando notablemente. La carretera serpenteante rodeada de montañas verdes y bosques frondosos creaba una atmósfera mágica. El cielo comenzó a oscurecer y unas leves gotas comenzaron a desprender de él.

Pronto, el frío me envolvió completamente, había sido un mal día para llevar los pies descubiertos en unas finas sandalias. El agua comenzó a descender con más ímpetu.

—¡No puedo parar aquí, cielo, es peligroso! ¿Te encuentras bien? —Apenas pude oírle.

—Sí, continua sin problema —mentí. La verdad es que estaba a punto de tener una hipotermia. Mi cuerpo temblaba incontrolable.

Él tomó cada una de mis manos y las llevó al centro de su abdomen para que quedara más abrazada a él. Adoraba cuando hacia eso.

Finalmente, llegamos a la Colonia Tovar y la lluvia había cesado. Bajamos totalmente cubiertos de agua.

—Lo siento —me dijo con total sinceridad.

—Estoy bien, amor —contesté aun temblando y él lo notó.

—Qué mentirosa eres. —Ambos reímos levemente.

—Conozco un sito que, ¡acompáñame!

Yo nunca había visitado la Colonia Tovar. Había oído mucho sobre ese pueblo, pero lo que me describían se quedaba en la nada. Quedé encantada con el lugar, y Cristopher me explicó que ese pequeño pueblo era una réplica de una colonia alemana. Las casas eran de estilo alpino y las calles adoquinadas le daban un encanto especial. Era como estar en otro mundo, un rincón europeo en medio de Venezuela.

Cristopher me llevó a una pequeña tienda ropa donde compramos para ambos y nos cambiamos por jogger negros y camisetas deportivas, también, me compré unas botas y una chaqueta negra muy parecida a la que él llevaba.

Decidimos comenzar nuestro recorrido comprando fresas con crema en uno de los puestos locales. Nos deleitamos con el dulce sabor de las fresas mientras explorábamos las tiendas y sus productos artesanales. Probamos diferentes sabores y texturas, compartiendo el gusto por lo auténtico y lo tradicional.

Mientras caminábamos tomados de la mano, nos detuvimos frente a un escaparate que mostraba hermosas bufandas y guantes tejidos a mano. El frío era más intenso cada vez, así que compramos allí guantes y bufandas para protegernos del clima. Cristopher eligió una bufanda de tonos azules y grises, mientras que yo opté por una bufanda roja y unos guantes a juego. Nos vimos cómicos intentando abrigarnos demasiado, pero también nos sentimos reconfortados.

Luego, ingresamos a un acogedor restaurante para almorzar y, mientras yo iba al baño, una mujer de cabello negro y ondulado, mucho más alta que yo, se acercó mirándome con desdén y sus ojos se estrecharon en una mirada desafiante. No tardó un segundo en preguntarme con cierta insolencia:

—Disculpa, ¿tú eres la amante de turno de Cristopher?

No podía creer lo que estaba oyendo. Me dieron ganas de estrangularla.

—¡Tú quien te crees para preguntarme tal cosa! Soy su novia —contesté sintiendo como el coraje subía por mis venas.

—¡Oh, claro! Todas dicen lo mismo. Pero te advierto, princesa, que no deberías confiar demasiado en él. No sabes de lo que es capaz.

Sentí una mezcla de furia y temor, pero no permitiría que sus palabras me afectaran.

—No sé quién eres ni qué tienes contra nosotros, pero no voy a permitir que me perturbes. —Rodé los ojos y me giré ignorándola.

La mujer soltó una risa burlona y se acercó más a mí, desafiante.

—No tienes idea de lo que estás enfrentando. Cristopher no es quien crees que es. No tardarás en descubrirlo.

Mis manos se crisparon y sentí la necesidad de darle un puñetazo a esa insolente, pero preferí no entrar en su juego y mantuve mi postura firme.

—No tengo nada más que hablar contigo. Mantente alejada de nosotros.

Con una sonrisa desafiante, ella se dio media vuelta y se alejó, dejándome con una sensación de intranquilidad. Me preguntaba quién era en realidad y por qué se había tomado la molestia de amenazarme.

Sacudí mi cabeza para despejar esos pensamientos. De pronto ya no tenía ganas de orinar. Tomé una bocanada de aire y fui de nuevo a la mesa para encontrarme con Cristopher.

—¿Estás bien, Hanna? —Asentí, tratando de esbozar una sonrisa confiada.

—Sí, estoy bien —respondí a secas. No quería que nada arruinara nuestro encuentro, ya le contaría luego lo ocurrido.

Él apretó mi mano con suavidad y asintió con dulzura.

—Ordené un par de cervezas artesanales para ver qué tal están, pero tú solo tomarás una, porque después ¡Buah! El desastre.

Quise portarme seria, pero fue imposible y ambos estallamos en risas. El incidente del vomito sería algo que no olvidaríamos, al menos no tan pronto. Las cervezas llegaron pronto, como también la comida. Disfrutamos de aquello y comprobé que no me desagradaba el sabor de la cerveza artesanal, aunque Cristopher solo me dejó probar dos.

Terminamos nuestra comida y salimos rumbo a disfrutar del paisaje que nos esperaba fuera y no fue muy lejos del restaurante que la sorpresa se apoderó de mí cuando vi a la desagradable mujer que me había topado en el baño tropezar con Cristopher. Rápidamente me acerqué a él para asegurarme de que estuviera bien, pero en su rostro noté una mezcla de enojo y disgusto.

—¿Estás bien? —le pregunté con preocupación, sin comprender del todo la situación.

Él se enderezó y respiró profundamente, intentando controlar sus emociones antes de responder.

—Sí, estoy bien. Pero ella... ella es mi exnovia —susurró para mí.

Mis ojos se abrieron de par en par ante la revelación. No podía creer que aquella mujer hubiera sido parte de la vida de Cristopher, y mucho menos que tuviera el descaro de aparecer en ese momento. No entendía absolutamente nada.

La mujer, aún enfurecida por el tropiezo, se puso de pie rápidamente y nos miró con una mezcla de desprecio y resentimiento.

—Así que este es tu nuevo juguete, Cristopher ¡No puedo creer que hayas caído tan bajo!—. ¿Y tú? —continuó, ahora mirándome a mí—. ¿No te das cuenta de quién es realmente? Si supieras la clase de persona que es, te alejarías corriendo.

La furia y la confusión se apoderaron de mí. No sabía qué decir ni cómo reaccionar ante sus palabras. Me sentía... vulnerable, pero no estaba dispuesta a dejarme intimidar.

—No te permitiré que hables de Cristopher de esa manera. No conoces nuestra historia. Te sugiero que te alejes y sigas con tu vida.

Cris, tomó mi mano y me hizo un gesto de calma, para luego dirigir su mirada hacia ella.

—Isela, no voy a tolerar que hagas esto. No hagas salir lo peor de mí. ¡Lárgate ahora!

La mujer, que ahora sabía se llamaba Isela, soltó una risa cínica y se dio la vuelta, alejándose mientras murmuraba que no íbamos a ser felices nunca. Aunque me sentía molesta y herida, me mantuve firme, decidida a no dejar que sus palabras afectaran nuestra salida.

Cristopher apretó mi mano con firmeza y me miró con determinación.

—Lo siento. No quería que te enfrentaras a esta situación. Mi pasado con ella es complicado y doloroso. Pero quiero que sepas que tú eres lo más importante para mí ahora. No permitiré que nadie nos separe.

Sus palabras me reconfortaron muchísimo, pero aún sentía molestia, mucha molestia.

—Me invitas una cerveza más —dije por lo bajo. La verdad era que me provocaba muchísimo.

—¿Tanto te afectó? No hagas caso de ella, cielo. En algún momento te contaré lo ocurrido.

—Lo normal, ya me había encontrado con ella. ¡No te preocupes!, ¿pero vamos? —insistí.

—¿Cómo que ya la habías visto, Hanna? ¿Qué está ocurriendo? —se notaba molesto y confundido.

—Nos vimos en el baño y ella intentó intimidarme, pero no lo permití.

—Quedamos en que nos tendríamos confianza, ¿Por qué no me lo dijiste, cielo?

—No quería que nada arruinara nuestra felicidad —admití con la cabeza gacha.

El me miró con cariño y me ofreció una hermosa sonrisa.

—Nada lo hará. Pero no puedo protegerte si me ocultas cosas. Qué no vuelva a suceder —su tono de voz era un poco serio, así que asentí sin mencionar palabra.

Fuimos hasta un sitio de cervezas artesanales y continuamos nuestro camino con cerveza en mano, dejando atrás el incidente con la tal Isela.

El paisaje de la Colonia Tovar seguía siendo impresionante, pero ahora estaba teñido por un tinte amargo debido a las emociones encontradas que surgieron. Sin embargo, no permitimos que eso arruinara nuestra experiencia.

Seguimos explorando más de la encantadora colonia, tratando de dejar atrás los problemas y enfocándonos en disfrutar el momento juntos. Visitamos tiendas locales, probamos deliciosos postres y nos divertimos explorando las calles empedradas.

Llegada la noche, nos dirigimos a una hermosa cabaña ubicada en medio de un entorno natural. Al entrar, nos recibió una luz tenue que creaba un ambiente acogedor y romántico. La cabaña era de estilo colonial, con paredes de madera cálida y muebles rústicos que le daban un toque encantador.

En el interior, descubrimos un jacuzzi calentito que nos invitaba a relajarnos y disfrutar de un momento íntimo. Las sábanas blancas y esponjosas de la cama añadían un aire de tranquilidad y confort a la habitación. El ambiente estaba impregnado de una atmósfera de paz y serenidad. Mientras nos acomodábamos, Cristopher y yo entablamos una conversación íntima. Hablamos de nuestros sueños, nuestras metas y de cómo nos sentíamos el uno con el otro. La complicidad entre nosotros se hacía cada vez más evidente.

Decidimos pedir unas cervezas y unas pizzas para saciar nuestro apetito. Mientras esperábamos la entrega, Cristopher conectó su teléfono a los altavoces de la habitación y comenzó a sonar suavemente una melodía de salsa romántica. Bailamos juntos, abrazados, sintiendo la conexión entre nuestros cuerpos y nuestras almas.

La noche avanzaba y la pasión se hacía cada vez más intensa. Nos entregamos el uno al otro con amor y deseo, dejándonos llevar por la magia del momento. Cada caricia, cada beso, expresaba el amor y la pasión que sentíamos el uno por el otro.

Luego de bailar y profesarnos amor, nos sumergimos en el cálido jacuzzi, dejando que el agua tibia acariciara nuestra piel y nos envolviera en una sensación de placer y relajación. Las burbujas suaves nos rodeaban mientras nuestras manos se entrelazaban. Riendo y jugueteando, nos mojamos mutuamente, lanzándonos pequeños chorros de agua. Los besos se volvieron más intensos, y nuestras caricias se volvieron más atrevidas. El deseo nos consumía mientras nos entregábamos el uno al otro en medio de ese paraíso acuático. Cristopher repartió besos desde mis labios hasta mis pechos, mientras que sus manos jugaban con habilidad en mi sexo sacándome más de un gemido de placer. Sin poder soportarlo más, me puse a horcajadas sobre él, introduciendo su erección en mi interior y moviéndome sutilmente. Los gemidos que salían de su garganta eran excitantes, escucharlo me hacía sentir desenfrenada, enloquecida y comencé a moverme lo más rápido que pude.

—¡Para, salgamos de aquí! —exigió con una voz cargada de erotismo.

Salimos del jacuzzi, empapados y lujuriosos. Gotas de agua se escurrían por nuestros cuerpos, creando un camino brillante hacia la cama. Sin dejar de besarnos, nos dirigimos hacia ella, desbordando agua en cada paso. Nuestros labios se encontraban una y otra vez, húmedos y llenos de pasión. Las caricias se intensificaban, nuestros cuerpos se buscaban con ansias, Cristopher me coloco boca abajo, elevo mis glúteos hacía él, los beso y buscando el éxtasis y la plenitud se hundió en mí.

La cama, cubierta por sábanas blancas y esponjosas, nos acogió en su abrazo suave mientras nuestros cuerpos se entrelazaban. La pasión fluía entre nosotros, y de forma intensa y desbordante hicimos el amor como nunca.

—Cristopher... —murmuré, sintiendo aún el latir acelerado de mi corazón.

Él acarició suavemente mi cabello y me miró con ternura.

—Hanna, nunca había sentido algo tan intenso y especial como lo que vivimos esta noche —dijo con voz suave y llena de emoción.

Sonreí, buscando sus ojos en la penumbra de la habitación.

—Este momento quedará grabado en mi memoria para siempre. Eres el hombre que ha despertado en mí un amor que nunca antes había sentido.

Él me estrechó entre sus brazos con delicadeza.

—Y tú, Hanna. Nunca imaginé encontrar a alguien como tú, alguien que me hace sentir completo.

Nuestros labios se encontraron nuevamente en un beso cargado de pasión y cariño. El calor de su cuerpo me envolvía, creando una sensación de plenitud y seguridad.

—Amor, estoy feliz de haber tomado esta decisión contigo. No hay lugar en el mundo donde prefiera estar más que a tu lado —confesé, buscando su mirada.

Él acarició mi mejilla y sus ojos brillaron con intensidad. Nos abrazamos una vez más y el silencio reinó en aquellas cuatro paredes.

...

El amanecer nos encontró aún abrazados, la serenidad que nos ofrecía comenzaba a iluminar la habitación.

—Cristopher, ¿qué nos depara el futuro para hoy? —pregunté con curiosidad estrujando mis ojos.

Él acarició mi pierna suavemente y sonrió.

—No lo sé, mi sol. Ya veremos.

Entrelazamos nuestros dedos con una sonrisa cómplice. Sabía que había encontrado en él a mi compañero de vida.

Así, abrazados y confiados en el futuro que nos esperaba, nos dejamos llevar por el amanecer, sabiendo que nuestra historia apenas comenzaba. 

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