Prólogo.
Mi reloj dejo de funcionar hace unos días.
Si bien, podría haberle pedido al ángel de ojos negros o a alguno de sus fieles sirvientes que lo arreglaran, había preferido no gastar mi saliva en tan insignificante capricho.
No había pasado más de dos días en este sucio castillo y la soledad ya había calado la parte más oscura de mi alma. Aquellos sueños que cada noche me visitaban, seguían perturbando mí ya frágil mente.
—Come— me ordenó el ángel parado en el marco de la cruda puerta de mi habitación.
—Lo haré cuando tenga hambre, ya lárgate— le ordené.
—No quiero dejarte sola— me miro por unos momentos para después pedirle a Zagre, el demonio que le es más fiel, que trajera el banquete a mi habitación.
—Ya te dije que comeré cuando me dé la gana— le reclame cuando su fría mirada seguía viéndome fijamente.
—Te escuche, por esa misma razón pedí que la comida estuviera aquí. Te estoy ahorrando el trabajo.
— ¡¿Sabes cuantas personas están muriendo de hambre haya afuera?!— Le grité.
— ¿Te importa?
En lo absoluto.
—Obviamente que si— mentí. — ¿Por qué mejor no sales y les das tu sucia comida?
Me ignoró dándome la espalda. Espero afuera de la habitación a que Zagre llegará con la mesa llena de comida.
—Aquí esta, mi señor— le indicó.
El ángel asintió, permitiendo que el demonio entrará, trayendo consigo fuertes aromas que no tardaron mucho en llenar aquella pequeña y fría habitación.
Miré de reojo todo aquel banquete e hice una mueca de asco, solo para molestar a aquel frío hombre de pelo negro.
—Si tanto te interesa la gente de afuera, tendrás la puerta abierta del palacio para que vayas a darles caridad. —Se quejó dejándome al fin sola.
Qué asco.
Ni de broma volveré a las calles.
Asentí en silencio, sabiendo que, aunque él ya no estuviera ahí, sabría mi respuesta.
¿Cómo? No lo sé pero de alguna manera, siempre lo sabía.
Sin más, ignoré todo aquel banquete hecho solo para mí y me dispuse a inspeccionar aquella pluma que en uno de tantos intentos, logre arrancar de las bellas alas negras del ángel. Era completamente hermosa, un negro lo suficientemente oscuro como para no percibir algunas de sus separaciones pero brillante, como si estuviera bañada en algún tipo maleza transparente.
Un ser celestial, tengo una parte de un ser celestial. Estoy completamente convencida de que él no dejará que algo malo me pase, es obvio. Pero no podría decir lo mismo de todos aquellos que lo rodean. A veces parece que están en su contra, que lo obedecen solo por miedo y no por lealtad, eso puede jugar en mi contra. Cualquiera con un gramo de inteligencia utilizaría el notorio interés que tiene el ángel en mí, para intentar controlarlo.
Guardé con cuidado la pluma negra en la pequeña caja que guardo en el hueco de mi cama.
Me levanté de la cama, alisando la parte baja de mi pulcro vestido blanco. Lastimosamente, parece que el ángel no tiene más ropa para mi. Sin saberlo, este vestido rojo pronto estará bañado en un hermoso color carmesí sino me da la libertad de hacer lo que yo quiera.
Camine fuera de mi habitación, pisando con cuidado el frío azulejo del palacio, ya que el ángel no me dio ningún tipo de zapatos para recorrer su tonto palacio.
El silencio se vio interrumpido cuando escuche a un grupo de demonio discutiendo que hacer con un grupo de sobrevivientes, los cuales habían encontrado a las orillas de los campos del palacio.
—Deberíamos matarlos y cocinarlos para nuestro señor— hablo uno mientras tocaba con morbo el rostro de una de las chicas sobrevivientes.
—No seas idiota, a él no le gusta la carne humana. Él no es como Lucifer o Asmodeus. —Lo golpeó su compañero, alejándolo instantáneamente de la perturbada chica.
—Deberíamos llevarlos a los calabozos subterráneos, y notificarle a alguien que están aquí— los tres asintieron convencidos de que era el mejor razonamiento pero para mí no. Mi pequeño paseo había encendido la llama de una idea atroz, que serviría para irritar al ángel.
—Tal vez yo tenga una mejor idea. —Me aclaré la garganta atrapando la completa atención del particular grupo. —Tal vez a él no le guste pero a mi sí. Harían bien en satisfacerme —sonreí mientras jugaba con mis pies desnudos en el suelo.
— ¿Y quién eres tú?—Cuestionó el más tonto de ellos.
—Me ofende tu pregunta, ¿quién soy yo?— Me acerque a ellos, jugando coquetamente con el rizos. —Deberías preguntarle al lindo ángel de ojos negros quien soy yo.
—Tal vez se escapó, y es parte del grupo de sobrevivientes— aseguró otro.
—Si realmente piensan eso, entonces llévenme con ellos a los calabozos. No me resistiré. —Los miré de manera inocente— pero no será mi culpa si el día de mañana sus cuerpos calcinados se encuentran colgando en las rejas del cielo–, les sonreí.
Se miraron entre ellos, cuestionando que debían hacer.
— ¿Cuál es su idea?
—A él no le gustaría un banquete al estilo carne humana— reí—, pero le gustaría que yo esté feliz y que coma.
Me acerque a la bella chica que había llamado la atención de uno de los demonios. Acaricie dulcemente su tierna piel y le sonreí con amabilidad.
—La quiero a ella, llévenla a la cocina— le ordené al más listo del grupo.
— ¡No!— Un fuerte grito resonó haciendo eco en el oscuro pasillo. —No toquen a mi hija. —Su opuso un viejo señor, quien se levantó con valentía de entre el grupo de gente.
—Cállese— le gritó el dominio tonto.
El viejo se acercó a mí y golpeteo mi mano para que soltará el rostro de su hija. Yo le sonreí de forma soberbia, provocando que sus sucias manos tocaran mis hombros en un brusco empujón, causándome una ruidosa caída a los pies de los demonios, quienes salieron a mi ayuda golpeando en el estómago al asqueroso viejo.
—También lo quiero a él, a los demás pueden llevarlos a los calabozos— hable mientras un demonio me ayudaba a ponerme de pie.
– ¿Puedo preguntarte algo?— El mismo demonio cuestionó a mi odio.
Asentí.
— ¿Quién eres?
—Mi nombre es Camille– le sonreí—, y se podría decir que soy la querida novia de tu señor.
Me miro impresionado por escasos segundos, solo para después ayudar a uno de sus compañeros a llevar a mi cena a la cocina del palacio.
Entre al frío lugar con dos de los demonios a mis espaldas, trayendo consigo a la sollozante chica y a sí viejo padre ruidoso. Soltando con liviandad tome el montón de cuchillos, que Zagre había afilado apenas esta mañana, los puse todos en una larga fila y volteé a ver a los dos insignificantes humanos que estaban a mi merced.
—Yo quiero a la chica, ustedes se encargarán del viejo. —Me acerqué a ella, tomando con fuerza sus ataduras. Le ordené con la mirada a uno de los demonios, que la subiera a la mesa, justo a un lado de los cuchillos. —Espero que tengan buena sazón, no me decepcionen.
Sin más, me dispuse a elegir el cuchillo indicado para iniciar la tortura. No tarde mucho es escoger el más pequeño, me acerque a la chica y pasé la navaja por la piel blanca de sus piernas, ejerciendo un poco más de presión a medida que me acercaba al interior de sus carnosos muslos.
Acaricié y acaricié hasta que el terror en sus ojos fue suficiente. Fue entonces cuando rebane lentamente pedazos de su piel, provocando una serie de gritos cargados de dolor y sufrimiento, provenientes de la bonita chica. Sin más, metí un pedazo de tela en su boca para obtener la calma que me gusta tener al cocinar.
Me perdí en lo que estaba haciendo, incluso olvidé al padre de la chica, yo solo seguí rebanando. Cuando por fin tuve los suficientes pedazos, los puse en una linda bandeja negra que encontré. Tomé otro afilado cuchillo y sin pensarlo, tomé la mano de la chica y corte su mano de un golpe.
La sangre broto al instante, no tardó mucho en ensuciar toda mi mesa de trabajo e incluso el suelo encerado. Sonreí al ver las lágrimas de dolor brotar de la pelinegra, aún en su mente rogaba por piedad; piedad la cual yo nunca le daría.
Tome su otro mano e hice lo mismo. La recosté en la mesa, y repetí todo con sus pies. A las cuatro extremidades las metí en un recipiente plateado, para luego tomarme el tiempo de limpiar cada uno con agua, sin importarme mucho si la chica se seguía desangrando.
—Señorita Camille, ¿quiere que horneemos todo?— Cuestiono un demonio. Voltea a observarlo y me llene de felicidad cuando note que todas sus ropas estaban empapadas de líquido carmesí.
Sonreí y asentí.
Acato la orden, dirigiéndose a encender los grandes hornos. Deje mi labor y eche un vistazo a lo que habían hecho el dúo. Para mí sorpresa, ellos ya habían terminado de destacar al hombre, todos los pedazos estaban repartidos en la mesa. Desde su piel extendida en bandejas hasta su cabeza hirviendo en el fuego. Un espectáculo culinario exquisito.
Sonreí satisfecha y volví con mi presa.
—Solo cortaré algo más, después ustedes deberán encargarse del restante— los llame.
Sin recibir respuesta, seguí con mi tortura. La chica desangrada, al borde de perder la conciencia se encontraba mirándome aún con horror.
—Tranquila, hermosa. —Acaricié su sedosa cabellera negra. —Esto está por terminar.
Me acerque a los cuchillos, tomé el más grande que había y con fuerza, apoyándome en el pecho de la chica, solamente con una mano, levante el cuchillo y lo enterré con fuerza en su garganta. Un grito ahogado salió de la dulce joven mientras la espesa sangre brotaba de su cuello.
Levante el pesado cuchillo y volví a enterrarlo con la misma fuerza, en el mismo lugar. Lo hice una y otra y otra vez, hasta los gritos cesaron, hasta que vi como la cabeza se desprendía completamente de su cuerpo.
Tome su cabeza, y así como los demonios lo hicieron, la metí en una hoya de metal, la cual llene de agua y la puse al fuego.
Fueron arduas hora de cocina. ¿Quién diría que cocinar a un humano completo sería tan tardado? Aunque, debo admitir que fue muy divertido.
—Traigan la mesa de banquete, está en mi habitación— les ordené a mis demonios. —Es momento de servir la cena.
Rápidamente ambos salieron de la cocina, dejándome sola con la obra arte que habíamos creado. El olor a hierro inundaba toda la cocina, ni siquiera el plan principal podía cubrir ese dulce olor. Me dispuse a acomodar todos los platillos para cuando los demonios llegarán.
Nunca imagine que mi maldad podría llegar hasta este nivel, puedo escuchar a las tantas voces que hay en mi cabeza recriminarme por el tipo de personas que me he convertido desde que inició el apocalipsis. Supongo que el sobrevivir saca lo peor de nosotros, busca en lo más oscuro de nuestros deseos y saca a flote la oscuridad que habita en todos.
Camine inquieta por toda la cocina hasta que el dúo entró para decirme que su tarea había sido completada. Con una gran sonrisa tome el primer plato y lo acomode en la mesa, le indiqué de igual manera a los demonios donde iría cada platillo. Cuando terminamos, admiré desde la cabeza del comedor mi obra de arte.
—Ya pueden irse— les sonreí a ambos, y estos huyeron lo más rápido que sus largas piernas se lo permitieron. —Ahora solo falta mi invitado— susurre mirando impaciente la entrada a la sala. El ángel debía estar buscándome, desde que lo conozco ha sido un obsesivo de mierda, de lo cual, no me quejo del todo. Gracias a él estoy con vida, quiera o no admitirlo.
Tomé uno de los finos vasos negros de la mesa, y sin mucha prisa vertí en el un poco de vino. Me senté en la orilla de la mesa y cruce las piernas, sonriente, ya que por fin, pasos pesados se acercaban a mí.
— ¿Dónde carajo se metió esa chica?— Lo escuche quejarse con su demonio fiel. Quienes al terminar la frase, entraron al gran comedor y quedaron anonadados ante la bizarra escena que se presentó ante sus ojos. — ¿Qué pasó aquí?
— ¿No lo ves? Te prepare la cena— le sonreí inocentemente mientras me acercaba a pequeños y livianos pasos a él.
— ¿Sabes qué hora es?— Cuestiono en una pose hostil.
—Ni idea, mi reloj se rompió.
— ¿Qué hiciste?
Le sonreí mientras paseaba mis manos por sus hombros. Le coquetee un poco hasta que noto las grandes manchas rojas en mi vestido blanco.
— ¿Qué te sucedió? ¿Te lastimaste?— Me miro preocupado mientras tocaba suavemente mi cuerpo, intentando encontrar alguna herida.
Tome sus manos y dirigí a una silla, no cualquiera, aquella que estaba a la cabeza de todo. Lo obligue a sentarse y con él, me senté en sus piernas, para acto seguido alcanzar una jugosa fresa roja.
— ¿Alguien te lastimo?— Preguntó más calmado.
—Si pero ya recibió lo que merecía— le di una mordida a la fruta—, seguramente ahora está rasgando las puertas del infierno.
— ¿Qué hiciste, Camille?
Le sonreí y me levanté velozmente. Baile un poco hasta llegar al plato principal, donde tomé la gran charola negra y desvele ante sus ojos el crimen que hoy había cometido. Se levantó indignado, viéndome fijamente con esos profundos ojos negros.
— ¡¿Qué carajo hiciste?!— Me grito mientras camina furioso hasta mí.
—Te prepare la cena y me divertí en el proceso. —Lo encare. —No es diferente a algo que tú ya hayas hecho, amour.
— ¿Mataste a una persona solo para conseguir mi atención?
Vaya egocéntrico.
Me gustaría decirle que no, pero tiene razón.
—No mate a una persona para conseguir tu atención— me quede en silencio hasta que no pude contener la risa. —Mate a dos, ¿quieres ver la otra cabeza?
— ¡Basta de este show! —Su voz hizo resonar con violencia las ventanas. —Ya fue suficiente, querías mi atención y ya la obtuviste.
Sonreí orgullosa.
Había logrado que se enojara, era divertido.
— ¿Qué harás ahora?
— ¿Qué planeabas conseguir con este berrinche?
— ¿Berrinche? No es ningún berrinche, para tu información. —Arroje con fuerza la fresa a medio comer que tenía en las manos, hacia el ángel, quien no se inmuto en lo más mínimo. —Quería hacer algo bonito para ti— mentí.
—No me creas idiota, tal vez sea muy complaciente contigo pero no me trates como si fuera un sucio humano que se tragara tus mentiras. —Sus ojos brillaron con intensidad mientras que una esfera de energía negra era dirigida a la comida. —Cruzaste la línea.
—Solo dame lo que quiero y ya, no hay necesidad de hacer esto más grande.
—Lo preguntaré una última vez, ¿qué es lo que quieres?
—Quiero salir de este castillo, odio estar aquí. Llévame a un lugar más bonito.
—No puedo hacer eso. —Sentenció en voz baja, aun manteniendo esa energía en su puño.
—Claro que puedes, te he visto volar hacia el cielo. Llévame ahí.
—Entiende que no puedo, este "sucio" palacio es el único lugar seguro para ti en este momento.
— ¡Mientes!
— ¡No miento, carajo! — Grito haciendo explotar la mitad del banquete. —El cielo es un completo caos desde que Dios murió, el infierno se está cayendo a pedazos desde el homicidio de Lucifer y tú sabes cómo es vivir allá afuera. —Bajo sus manos, calmando toda aquella violencia que estremecía el ambiente.
—No quiero estar aquí, haz algo para solucionar eso ya— le ordene.
—Suficiente— me dedico una mirada cansada mientras le indicaba algo a Zagre con la cabeza. —Si no vas a querer entender, te demostrare como es vivir este Armagedón sin la protección de mis alas.
— ¿Qué? — Lo mire completamente confundida.
—Toma toda la comida que puedas de tu gran banquete, la necesitaras allá afuera. —Sin más me dio la espalda y se dispuso a salir del lugar, se volteó y sentencio algo. —Déjale el vestido, cuando termine de tomar la comida, sácala del palacio y por ningún motivo la dejen entrar de nuevo.
Maldito hijo de perra.
Pelee con todas mis fuerzas para no ser echada de aquella oscura fortaleza. Al cabo de largos minutos de mí pataleando, Zagre y un grupo de demonio lograron sacarme del palacio, no sin antes propinarles un par de patadas en la entrepierna a cada uno.
Cuando al fin estuve afuera de ese lugar, vi con miedo a alrededor, sin saber cuál sería mi destino a partir de ahí.
Nunca sabes que puede sucederte en medio de un apocalipsis.
...
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