6 | Hora de seguir un nuevo ritmo (II)📚✨
LENARD RODRÍGUEZ
El viaje en autobús fue interminable. El motor gruñía con un suave sonido, casi hipnótico, mientras el paisaje cambiaba lentamente. Primero fueron los verdes campos que parecían extenderse hasta el horizonte. Luego, el cemento comenzó a reclamar espacio, hasta que los rascacielos de la ciudad se alzaron como gigantes, dominando y nublando mi visión.
Por un momento, todo lo que pude hacer fue observar la magnitud del lugar. No era como lo había imaginado; era mucho más abrumador. Pese a que él sol aún no descendía, las luces parecían latir, como si fueran las venas de un cuerpo viviente, y yo, un recién llegado, me sentía minúsculo.
Cuando el autobús finalmente llegó a la estación central, con cuidado tomé mis cosas, tratando de ignorar el peso creciente dentro de mí. Pero bueno, ya estaba aquí. Mi madre había insistido en que me quedaría en casa de mi primo Max, ya que el no se negó. Según ella, "nadie sobrevive en la ciudad sin una mano amiga". Sólo quedaba esperar a que llegase.
Entre la multitud, este no fue difícil de encontrar. Su figura destacaba, llevaba una de esas chaquetas de cuero a la moda, que brillaba bajo las luces de la estación. Su sonrisa despreocupada no había cambiado desde la última vez que lo vi.
—¡Len! —exclamó, levantando la mano con energía—.
Supongo que yo tampoco he cambiado tanto.
—Hola, Max —dije, dándole un apretón de manos—.
—¡Bienvenido a la jungla, primo!
Devolví la sonrisa, aunque con un nudo en el estómago. Max siempre había tenido esa confianza desbordante que yo jamás podría imitar.
—Gracias por venir a buscarme —dije, mientras lo seguía hacia un taxi.
—Claro que sí. ¿Qué clase de primo sería si no viniera a rescatarte? —bromeó, dándome una palmada en el hombro.
Max siempre había sido una especie de enigma para mí. Mientras yo era el típico chico de pueblo que pasaba las tardes leyendo o trabajando en el taller de mí pueblo, junto a Tomás. Max había sido algo así como la oveja negra de la familia. Dejó la escuela temprano y se mudó a la ciudad antes de cumplir veinte años, dejando a sus padres con los pequeños. Nunca entendí cómo podía vivir tan despreocupadamente, sin preocuparse por el futuro. Pero, cada quien tiene su rumbo.
A medida que conversábamos camino al taxi, noté algo diferente en él. Aunque hablaba con esa energía característica, había un matiz en su voz que no recordaba.
—Entonces, ¿cómo está todo en casa? —preguntó mientras el chófer encendía el motor.
—Lo de siempre. Mamá haciéndose la fuerte, el pueblo calmado. Nada cambia —respondí, mirando por la ventana.
—Sigue teniendo... —tomó una pausa —ya sabes, delirios con lo de tío —se refirió a mi papá.
—No, por lo que he visto. Es difícil, Max. Estando con ella apenas podía entablar una conversación sobre el asunto, imagínate ahora.
Max asintió, pero no dijo nada. Su silencio era inusual, como si estuviera procesando algo.
—¿Y tú? —pregunté, tratando de cambiar el tema—. ¿Cómo te va aquí?
—Bien, supongo —respondió, encogiéndose de hombros—. La ciudad no es perfecta, pero tiene su encanto.
Había orgullo en su tono, pero también una pizca de algo más. Tal vez nostalgia.
—¿Pasa algo?
—No, no te preocupes.
Asentí.
—Sabes, me llenas de orgullo Lenard. Él tío Nardo a de estar presumiendo de ti en el cielo —sonrió amargamente—.
No pude evitar darle paso al silencio. Quizás Max tenía razón, era algo que no sabría con exactitud. Pero podría suponer que si fuese así, papá también estaría hablando de él, agradeciéndole el apoyo que ahora me está brindando. Desde arriba estaría festejando como su único hijo y su sobrino favorito ahora dependerían él uno del otro.
Creo que Nardo y Marcus predijeron el futuro, justo aquella tarde que fuimos a casa de los padres de Max. Fuimos porque el hermano de papá le había llamado para decirle algo urgente, yo como siempre me pegue a él y lo acompañe. Recuerdo que estabamos en el salón, papá hablaba con mí tío, mientras Max y yo hacíamos una torre de cartas. Luego de que papá le entregase un dinero al papá de Max, estos se unieron a nosotros y empezaron a hablar sobre lo unido que seríamos Max y yo en un futuro. Así como lo eran ellos. Tambien decían que dependeríamos él uno del otro.
Justo ahora me doy cuenta de que no se equivocaron.
—Gracias, Max —rompí el silencio —gracias por el apoyo que me estas brindando.
📚
Max me dio un recorrido improvisado por la ciudad. Me señalaba bares, restaurantes, y hasta algunas zonas que, según él, "era mejor evitar". Su conocimiento del lugar era impresionante; parecía pertenecer a este caos de una manera que yo nunca podría.
—Este es el lugar —dijo finalmente, deteniéndose frente a un edificio moderno con ventanales enormes que reflejaban las luces de la ciudad.
Subimos en el ascensor, y aunque traté de concentrarme en lo que decía, mi mente estaba en otra parte. ¿Podría encajar aquí?
—No te preocupes tanto, Len —dijo Max, como si leyera mis pensamientos—. La ciudad es como un rompecabezas. Solo tienes que encontrar tu pieza.
Asentí. Salimos del ascensor en el piso diez y caminamos por un pasillo hasta una puerta roja con un dibujo de un murciélago en el centro. Tenía que ser el de Max.
—Es aquí.
Introdujo una llave llamativa en la cerradura y abrió lentamente la puerta. El apartamento era pequeño, pero acogedor. Max me señaló una puerta al fondo.
—Esa es tu habitación. No es un palacio, pero hará el trabajo.
Dejé mis cosas y me acerqué a la ventana. La vista era impresionante. Las luces de la ciudad se extendían como un océano infinito, parpadeando en la distancia.
—Esto es tremendo, gracias—dije finalmente, dándome la vuelta.
—De nada, primo. Pero no te acomodes demasiado. Esta noche salimos.
Me quedé mirándolo, incrédulo.
—¿Salir? ¿Ahora?
—Claro que sí —dijo, alzando las manos—. ¿No te dije que te mostraría mi lugar en la ciudad?
—No, dijiste que...
—Pues ya te lo dije.
—Pero...
—Sin Peros, ve acomodar tus cosas nenita.
📚
Luego de acomodar mis cosas, me dirigí nuevamente al salón. Max seguía allí, esta vez acostado en el sofá hablando sobre lo bien que la pasaríamos esta noche. Me quedé parado en medio de la sala, sintiéndome completamente fuera de lugar. No era como si hubiera traído algo adecuado para una salida nocturna.
—¿Qué pasa? —preguntó Max al notar mi expresión.
—No traje ropa para esto.
Max soltó una carcajada y caminó hacia su habitación.
—Sabía que esto pasaría. Por suerte, soy un primo previsor.
Regresó con una camisa negra de botones y una chaqueta que parecía más cara de lo que cualquier cosa en mi armario podría costar.
—Pruébate esto. Te quedará perfecto. Y si necesitas algo más, no será difícil llegar a mi armario.
Asentí algo avergonzado y caminé a "mí habitación", para luego tomarme una ducha.
Me miré al espejo después de cambiarme y, aunque me sentía extraño, admití que no me veía mal. Max me evaluó con una sonrisa de satisfacción.
—Ahora sí pareces alguien listo para conquistar la ciudad.
—No vine a conquistar nada —murmuré, abotonándome la camisa.
—Ya veremos, primo. Ya veremos.
Cuando salimos del edificio, el aire nocturno de la ciudad nos envolvió. Las luces parpadeaban en cada esquina, y el ruido de los autos llenaba el ambiente. Max levantó una mano para detener un taxi, pero antes de que uno se detuviera, una chica que pasaba junto a nosotros me lanzó una mirada prolongada y una sonrisa.
—Vaya, parece que alguien ya está llamando la atención —bromeó Max, dándome un codazo.
—Déjalo, no vine a fortalecer un lazo amoroso —repliqué, tratando de sonar firme.
Max rió con ganas.
—Con que todo trazado, ¿eh? Ya lo veremos.
Un taxi se detuvo frente a nosotros, y Max abrió la puerta con un gesto teatral.
—Adelante, señor 'todo trazado'.
—No sigas, Max.
Max se echo a reír y tomó asiento. El conductor preguntó hacia dónde y solo observé como Max le pasaba una tarjeta negra, con pinta de ser una invitación.
El vehículo arrancó, y mientras el conductor navegaba por el caos de la ciudad, Max rompió el silencio.
—Y dime, ¿hay alguien en el pueblo?
Suspiré, mirando por la ventana. Sabía a lo que se refería.
—No, no hay nadie. La verdad es que no tengo tiempo.
—"La virdad es qui no tengo tempo" —se burló —Vega ya, Lenard. ¿Será que andas con Tomás?
—No tiene caso, lo que digas eso es —solté algo enfadado—.
Hubo un breve silencio.
—Sabes que estoy bromeando —me dio un codazo —pero es que tu respuesta me ha tomado de sorpresa—.
No conteste. Solo me quedé observando todos los grandes locales que pasábamos. El piqueteo en mi estómago me hacía pensar que todo esto había sido una mala idea. Ahora mismo estuviera viendo la tele con mamá o, quizás observándola hacer la cena. ¿Qué estará haciendo ella ahora?
—Quita esa cara, esto no ha sido una mala idea Lenard. Te doy mi palabra de que este lugar podría gustarte.
—Eso está por verse —respondí, cruzado de brazos.
El taxi se detuvo frente a un edificio con luces tenues y un letrero algo desgastado que decía "Bar Don Joaquín, con los NIGHT REBELS"
—Aquí estamos —anunció Max, pagando al conductor antes de bajar del coche.
—¿Un bar?, ¿este es tu lugar en la ciudad?
—Tranquilo, se que te gustará —con eso último tiro de mi brazo, dirigiéndome hacía una fila lo suficientemente larga como para no poder echar el ojo hacía adentro.
¿Dónde diablos me había metido?
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