4 | Un pesar necesario 📚✨
LENARD RODRÍGUEZ
El día de la partida había llegado más rápido de lo que esperaba. Aunque llevaba meses mentalizándome por si llegaba este momento, ahora que estaba aquí, todo se sentía demasiado real. Miré por la ventana de mi habitación, observando cómo el amanecer iluminaba las calles desiertas de mi pequeño pueblo. Cada rincón parecía gritarme que pertenecía a este lugar, pero sabía que era tiempo de dejarlo atrás.
Bajé a desayunar y encontré a mamá en la cocina, como siempre. Preparó algo especial, pero la melancolía en su rostro delataba lo que ambos sentíamos. Yo, más que nadie la entendía, estaríamos a kilómetros de distancia y no podríamos permitirnos el gasto de visitarnos cada que se nos diese la voluntad. Si, pero que esos pensamientos no influyan en nuestra despedida.
—Buenos días, mamá —dije mientras me sentaba en la mesa.
Ella me miró con una sonrisa que trataba de ser alentadora, pero podía ver la tristeza detrás de sus ojos.
—Buenos días, Len. Hice tu desayuno favorito. No podías irte sin algo especial en el estómago.
Miré el plato: tostadas con mermelada, huevos revueltos y un vaso de jugo de naranja fresco. El aroma era reconfortante, pero también me hacía sentir más.... ¿Cuánto tiempo pasaría antes de volver a tener un desayuno como este, preparado por ella?
—Gracias, mamá. Esto es genial. —Sonreí, aunque por dentro sentía un nudo en el estómago.
Comimos en silencio por unos minutos. El sonido de los cubiertos contra los platos llenaba el espacio vacío. Quería decir algo, cualquier cosa, pero las palabras se me atoraban. Finalmente, mamá rompió el silencio.
—¿Estás nervioso? —preguntó, mirándome con esa mezcla de preocupación y orgullo que solo una madre puede tener.
—Un poco —admití, dejando el tenedor en el plato. —Es extraño, sabes. Siempre quise esto, pero ahora que está pasando, no sé si estoy listo.
Ella tomó mi mano y la apretó suavemente.
—Len, estarás bien. Sé que lo estarás. Esto es lo que siempre has querido, y aunque sea difícil al principio, ya seguirás el ritmo.
—Mamá, perdón por dejarte sola —pensé antes de continuar, —se que lo de pa...
—Hijo, ya te lo dije antes —me mostró una sonrisa. —Estaré bien.
Ella no lo decía, pero en sus ojos se reflejaba. Tal como yo, sé que antes de dormir se pasa horas en su cama preguntándose cómo seguir sin él. Y por eso unca me voy a perdonar haber tomado esta decisión, dejándola sola.
Ya se, si sigo el plan trazado todo saldrá bien. En cuanto llegue a la gran ciudad, me establecere en casa de mi primo y en la universidad. Y cuando ya tenga mi horario empezaré a buscar trabajo en el horario contrario al primero. No importa si tengo que trabajar horas extras, me esforzaré, para que el segundo paso no sea más ni menos que llevar a mamá a vivir conmigo allí.
—¿Estás bien, Len?
Solo asentí para no añadirle más tristeza al momento y continúe degustando mi desayuno.
📚
Después de comer en silencio y empacar las últimas cosas, sentí la necesidad de salir. Caminé hasta el parque del final de la calle, mi refugio de infancia. Estaba vacío, salvo por ¿Tomás? este estaba sentado en uno de los columpios. Su cabello alborotado y la sonrisa despreocupada eran tan familiares que me hizo sentir una punzada de nostalgia.
—¿Qué haces aquí tan temprano? —le pregunté, acercándome.
—¿Qué haces tú aquí? Pensé que estarías despidiéndote de todo el pueblo o algo así —respondió con su típica burla ligera, pero sin moverse del columpio.
Me senté en el columpio junto al suyo y lo empujé suavemente con los pies. El silencio entre nosotros era cómodo, como siempre había sido, pero sabía que teníamos que hablar.
—Sabes que a esta gente le da igual quien entre o salga de aquí.
—Entonces ¿viniste a despedirte de mí o fue casualidad?
—Ambas.
La verdad es que, lo que menos quería y que según yo pensaría en el camino al parque, era despedirme de Tomás.
—Tom, ¿qué vas a hacer ahora? —le pregunté, rompiendo el silencio.
Él se encogió de hombros, mirando al cielo.
—Ya te lo dije, hermano. Los Mitchell estamos destinados a quedarnos aquí, como siempre. Seguiré en lo mío, dándole la vuelta al pueblo.
Suspiré, no porque no lo entendiera, sino porque sabía que podía aspirar a más.
—No dejes que tu apellido te haga creer que estás atrapado aquí, Tomás. Eres capaz de lo que quieras. Cuando encuentres lo que realmente quieres hacer, solo llámame. Te ayudaré a lo que sea.
Él soltó una carcajada, pero luego me miró con una seriedad que rara vez mostraba.
—Lo dices como si para mi hay algo allí. ¿Acaso ya sabes tú exactamente lo que quieres?
—¿Crees que para mi hay algo allí? si es lo que crees, no. O más bien, no lo sé —tomé una pausa. —Tomás, aveces vale la pena arriesgarse. Y creo que nisiquiera es un riesgo, ¿qué se perdería fuera de este lugar? Y no, no siempre he estado seguro. Pero llevo desde que dejé las últimas migajas del desayuno, pensando en qué si me quedaba aquí, nunca lo descubriría. A veces hay que irse para saber qué estás buscando.
Tomás bajó la mirada, jugando con una piedra en el suelo.
—Eres raro, Len. Siempre lo has sido, pero supongo que por eso logras estas cosas. Solo… no te olvides de nosotros cuando estés allá, ¿sí?
Otra vez evadiendo el tema. Pero ¿quien soy yo para presionarlo?
—Jamás podría olvidarlos. Ustedes son mi hogar, aunque esté lejos.
Nos levantamos al mismo tiempo, y Tomás me extendió la mano, pero yo lo jalé para un abrazo. Era breve, pero significativo. Cuando nos separamos, él me dio una palmada en el hombro y, con su tono burlón de siempre, dijo:
—Espero que las chicas de ciudad no se den cuenta de lo aburrido que eres.
Me reí mientras lo veía caminar hacia el otro lado del parque, sus pasos despreocupados perdiéndose en la distancia.
📚
Regresé a casa con una extraña mezcla de emociones, la misma desde que había llenado la prueba de admisión. Mamá estaba esperando, y después de cargar las maletas en el taxi, nos abrazamos por última vez. Ella no podía ir, debido a que su trabajo no le dejaba esta hora libre. Y no me quejo, la verdad es que lo prefería así. No quería dejarla allí desgarrada, dejarla justo en casa me restaba dos céntimos de dolor.
—Sabes que puedo...
—Retira de tu mente lo que ibas a decir, Lenard Rodríguez. Ya la decisión está tomada. Hace un rato hable con Max y tendrá las horas calculadas, no es tiempo para lo mismo de siempre.
—Vale, mamá. Pero no llores más ¿si?
—¿Llorar? —en un movimiento no muy discreto se frotó las lágrimas—, aquí tú eres el llorón.
Lo último que sentí fueron sus brazos rodeándome. Y aquellas lágrimas en mi rostro quedaron en su hombro.
El viaje a la estación de autobuses fue silencioso. Mientras el autobús arrancaba, miré por la ventana, grabando en mi mente cada detalle del lugar que siempre sería mi hogar.
Era el fin de un capítulo, pero estaba listo para enfrentar lo que venía.
—Esto es normal, ya nos volveremos a ver cuando sea necesario —repetí las palabras de mamá.
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