3. Yo te protegeré.
Tal como cuando el efecto de la droga pasa, odiaba volver a mi realidad luego de haber estado con NaHee.
Apenas abrí la puerta de casa de mi madre la podredumbre me recibió. El lugar era un caos; basura, platos sucios, botellas de licor y ropa por todos lados. Apreté los puños tratando de contener la respiración. Había bajado a hacerle la limpieza tan solo tres días atrás; una mujer que vive sola no podía causar tanto desorden.
Por cierto, ¿dónde estaba ella?
<<Con resaca>> me dije.
Justo en ese momento la corrediza de su habitación se deslizó y ella apareció. <<...O aún ebria seguramente>>
Llegué a esa conclusión porque se tambaleaba, además su cabello era un desastre esa mañana; pero no más que el lío de toda su existencia. Mamá parecía desarreglada todo el tiempo, y no podía pensar en un momento en que no lo hiciera. Su ropa siempre se hallaba sucia, pero rociaba eliminador de olor por las mañanas. Cree que el vodka con líquido suavizante de tela es un reemplazo digno de lavar la ropa.
—¿Qué? —hizo un mohín con la cabeza en cuanto me vio. —¿No tienes otra cosa mejor qué hacer que estar ahí parado?
<<¿En serio? ¿Ni siquiera un saludo como la gente decente?>>
Mordí el interior de mi mejilla hasta casi hacerme sangrar. Extrañaba a mamá sobria, hace tiempo que no la veía. A veces, como cuando era niño, cierro los ojos, recuerdo el sonido de su risa y la curva de sus labios cuando era feliz.
Me hice a un lado apenas ella dijo: "—Muévete." al dirigirse al baño.
Me arrepentí de inmediato por haber pasado a darle un vistazo. Tan fácil que habría sido solo seguir mi camino y subir las escaleras hacia mi pedazo habitado en la azotea. Pero no; aquí estaba, como siempre, haciendo el ridículo, sintiéndome un inútil y estorbándole el paso a la mujer que apenas había conseguido mantenerse en pie.
Luego de servirse un mísero vaso de agua que dejé a la mitad sobre la mesa, fui a abrir la nevera solo para mirar los estantes vacíos. Habían estado vacíos desde hace días.
Mis dedos se quedaron envueltos alrededor de la manija del refrigerador. Abrí y cerré, casi como esperando que la comida fuera a aparecer mágicamente para llenar mi estómago ruidoso. En ese instante, como el superhéroe que era, la puerta principal se abrió y mi hermano Geumjae entró sosteniendo bolsas de la compra en la mano, y agitando el agua de la lluvia de su chaqueta.
—¿Hambriento? —preguntó, dejando lo que traía sobre la mesa raída.
Geumjae era la única persona en la que alguna vez haya confiado, aparte de Ji NaHee. Parecíamos casi gemelos, excepto que él era más fuerte y más estable. Tenía un corte clásico, usaba ropa de marca y no tenía bolsas bajo sus ojos. Los únicos golpes que alguna vez aparecieron en su piel fueron del balón de baloncesto cuando jugaba en la secundaria.
Tuvo la suerte de una vida mejor, simplemente porque tenía un mejor padre. Su padre era director de una compañía automotriz. El mío era más bien como un proveedor local de partes usadas -por no decir robadas- de carros, y que era conocido por apostar ilegalmente desde todo su dinero, hasta a mi propia madre.
ADN: A veces se gana, a veces se pierde.
—Hermanito—silbó mirando la nevera—. Ustedes necesitarán más cosas de las que he comprado.
—¿Cómo supiste que necesitábamos comida?
—Lo llamé —dijo mamá saliendo del baño, frotándose las manos húmedas en su bata de dormir.—. No es como que tú nos fueras a alimentar.
Mis manos -de nuevo- formaron puños y golpearon contra mi lado. Mis fosas nasales se dilataron, pero traté de contener mi rabia de su comentario. Odiaba que Geumjae tuviera que intervenir y salvarnos tan a menudo de nosotros mismos. Se merecía estar lejos, muy lejos de este estilo de vida.
—Iré por algunas cosas más y vendré a dejarlas después del trabajo.
—Trabajas a una hora de aquí. No tienes que conducir de vuelta.
No me hizo caso. —¿Algo en particular? —preguntó.
—Comida ya hecha —se quejó nuestra madre, junto con mi estómago. —, y caliente.
Buscó en su mochila y sacó dos bolsas de papel marrón. —Panecillos.
—¿La compraste para nosotros también?
—Algo así.
Bufé cruzándome de brazos, seguro era su desayuno.
—Es mejor que nada. —de nuevo mi madre, pero esta vez le arrebató las bolsas y de inmediato engulló el contenido.
—Por cierto—Geumjae me apuntó antes de volver a su mochila para sacar de ella un libro el cual me arrojó. —, el otro día que te quedaste en mi casa me di cuenta de que no dejabas de ojear esto, así que te lo traje para que lo leas. Quédatelo. NaHee me dijo que pensabas convertirte en locutor.
—NaHee habla demasiado. —respondí malhumorado, aún así revisando el perfecto estado del libro. "Historia de la locución."
—Está loca por ti.
No discutí eso. En su lugar me encogí de hombros con esa mirada de suficiencia en mi cara.
—Tengo que irme —cerró su mochila volviéndosela a colgar del hombro—. Vendré a verlos después. Cuídate, Má —le besó el cabello a pesar de que éste seguro apestaba, después se acercó a mí. —. Y tú, piensa en lo que te dije sobre la universidad. Nunca es demasiado tarde.
—Hyung, ya hablamos hablado de esto.
—Sólo tienes veintidós; hay personas que terminan la secundaria a los sesenta. Yo te presto el dinero.
—Olvídalo.
—Yoongi, hablo enserio.
—Ya vete, se te va a hacer tarde. —lo empujé hacia la salida.
—¿Qué vas a hacer hoy? ¿Quieres que te lleve a algún lado? Podemos hablarlo de camino.
Era de conocimiento de todos que preferiría estar en cualquier otro sitio que aquí, pero no sabía si mi padre se aparecería más tarde y la verdad es que no lo quería a solas con mi madre. Por cada "visita de papi", su piel se tornaba más violeta que cuando la dejé.
Todo aquel que se atrevía a poner alguna vez las manos en una mujer era un hijo de puta demonio.
—No. Estoy bien. De todos modos tengo turno en la gasolinera hoy.
—¿Sigues trabajando ahí? ¿No es más de pasaje que lo que ganas de salario?
—Por eso camino. Son treinta minutos, está bien.
—¿Quieres dinero para el autobús?
—No.
Buscó a tientas en sus bolsillos y puso dinero en los míos. —Escucha —Se inclinó más cerca susurrando—: Si alguna vez quieres quedarte en casa de mi padre, que está más cerca de tu trabajo...
—Tu padre me odia —interrumpí.
—No lo hace —Le di una mirada de "jodidamente estás bromeando", así que agregó: —. Te dio su apellido.
—Que venga por él, no lo quiero. —me quejé, llevando del brazo a mi hermano hacia la salida de la calle.
—Puede que no seas su persona favorita, pero para ser justos...
—Mamá lo engañó con mi padre biológico, ya sé.
Geumjae carraspeó. —Iba a decir que no le agradas porque le robaste casi quinientos mil wones, pero ahora que lo mencionas...
—Tenía que pagar el alquiler.
—Sí, pero, Yoongi, tu primer pensamiento no debería haber sido robarlo.
—Entonces ¿qué querías que hiciera?
—No lo sé. ¿Tal vez pedir ayuda?
—No necesito la ayuda de nadie. Siempre me las arreglo solo.
Geumjae frunció el ceño sabiendo que me hallaba en necesidad de un escape. Estar en este chiste de casa vieja siempre tenía una manera de conducirme a la locura.
—De acuerdo. —Sacó las llaves de su auto y lo rodeó para abrir la puerta del conductor.
Justo entonces mamá salió descalza envuelta en una frazada.
—¡Adiós, cariño! —gritó desde la entrada.
—¡Te quiero, mamá!
Ella medio sonrió. —Tráeme carne la próxima vez.
—Lo intentaré. —aún sonriendo, estiró la cabeza por encima del toldo del auto y entre dientes me murmuró—: Está incluso más delgada que la última vez que la vi.
De la misma forma respondí—: Sí.
—Me preocupa.
—A mí también —Vi la inquietud pesando en su mente—. Tranquilo. Voy a hacer que coma algo.
Su preocupación no desapareció.
—Te ves algo delgado también.
—Eso es por mi metabolismo alto —bromeé. No se rio.—. En serio, hyung. Estoy bien. Y voy a tratar de hacer que coma. Me comprometo a tratar, ¿de acuerdo?
Soltó un suspiro pesado. —Bueno. Te veré más tarde. Si no has vuelto del trabajo para cuando pase en la noche, nos vemos la próxima semana. —Geumjae se despidió y antes de que arrancara, lo llamé por su nombre—. ¿Sí? —preguntó.
Encogí mi hombro izquierdo. Encogió su hombro derecho. Así era como siempre decíamos <<Te amo>> el uno al otro.
Significaba tanto para mí. Mi hermano mayor es la persona en la que algún día soñé convertirme. Pero al final del día éramos hombres y los adultos a nuestro alrededor nos enseñaron que los hombres no decían "te amo". La verdad era que yo no decía esas palabras a nadie.
Aclarando mi garganta, asentí una vez. —Gracias de nuevo. Por... — Encogí el hombro izquierdo—. Todo.
Me dio una sonrisa suave, y encogió su hombro derecho. —Siempre.—Con eso, se fue.
Al volver dentro, mi mirada cayó en mamá quien se jactaba -hablando sola- de los alimentos que nos acaban de obsequiar.
Imagínate.
—Geumjae es un buen hijo. El hijo perfecto —murmuró para la leche, antes de inclinar su cabeza en mi camino—. Es mucho mejor que tú.
<<¿Dónde está la mamá sobria?>>
—Sí —mascullé, dándome prisa en tomar dos paquetes de ramen que vi antes en las bolsas. Me urgía salir de aquí y subir a mi "apartamento" —. Lo que tú digas.
—Es verdad. Es guapo e inteligente, y me cuida. Tú no haces una mierda.
—Tienes razón. Nunca hago nada por ti.
Mientras caminaba a la salida fui sorprendido por un vaso volador que rebotó en mi oído derecho, y que se hizo añicos contra la pared frente a mí. Tanto el agua como el vidrio roto me salpicaron. Mi primer reflejo fue cubrirme y encogerme en mi sitio; el segundo fue mirar sobre mi hombro. Mamá tenía una sonrisa maliciosa en sus labios.
—Mira lo que hiciste. Limpia este desastre.
Mi sangre comenzó a hervir, porque ella era el verdadero desastre.
—No.
—¡Que lo limpies! — gritó.
—No.
—¡Hazlo!
—¡Te dije que no!
Después de casi siete segundos de silencio y viéndose notoriamente menos alterada, lo cual suele asustarme más, bufó al tiempo que se estilizaba el cabello. —Bien. Como quieras. Ya verás cuando llegue tu padre.
—¿Qué? —juro que sentí como crepitó mi mandíbula. —¿Quién le dio permiso de poner un pie en esta casa?
—Yo. —habló altanera, como si fuera una especie de realeza.
—¿Qué es lo que quiere?
—No es asunto tuyo.
—¿De verdad? Porque a lo que recuerdo la última vez que esa escoria se plantó por aquí terminaste con dos costillas rotas.
—No te atrevas a hablar así de él.
—Es un pedazo de mierda y lo sabes.
—¿Y qué? ¿Quién crees que nos consiguió este lugar para vivir? Porque definitivamente no fuiste tú. Un chico de veintitantos que apenas se pudo graduar del colegio, que trabaja en una pocilga y ni siquiera le alcanza para pagar el alquiler.
—Pago la mitad, lo cual es más de lo que tú haces.
Mamá rio de forma cruel. — ¿Y dices que él es una mierda? Por favor, ¿es que no te has visto en un espejo?
—¡Es un maldito perdedor que debería estar muerto!
—¡Es más hombre de lo que tú jamás serás!
—Oh, ¿de verdad? —pregunté, lanzándome hacia ella, remangando los laterales de su bata, sabiendo exactamente lo que iba a encontrar: marcas de antiguos golpes y cicatrices en sus brazos— ¿Él es más hombre? ¿Un hombre hace esto?
—¡Basta! —gritó, zafándose de mi agarre y con el pánico derramándose en su cara.
—Ese bastardo te pega, escupe en tu cara, ¡te insulta! ¿Cómo eso lo convierte en un hombre mejor que yo? ¿Crees que no me doy cuenta? Por culpa de ese maldito bebes hasta que te olvidas de respirar.
—¡Cierra la boca! —levantó la mano en un puño, lista para golpearme; pero como atrapé su muñeca, utilizó la mano libre para coger lo primero que tuvo a su alcance -que fue un almohadón- y hacerme daño con ello.
Sus ojos estaban vacíos, parecían casi como si estuviera luchando con un fantasma. Con un profundo suspiro, la solté y me pasé las manos por el cabello.
—Eres un desastre. Eres un jodido desastre. —dije mientras retrocedía.
—Lo dice el mocoso que se encierra en su pocilga y bebe hasta desmayarse. Escúchate. ¿Enserio te crees mejor que nosotros?
—Sí.
Era mejor que mis padres. Tenía que serlo.
—Pues no, no lo eres. Tienes lo peor de los dos en tu interior. Geumjae es bueno, estará bien por siempre. ¿Pero tú? —sopló otra risa amarga— Me sorprendería si no has muerto a los veinticinco.
Mi corazón dejó de latir.
La conmoción se disparó a través de mí apenas las palabras salieron de sus labios. Ni siquiera se inmutó cuando las dijo, y sentí que una parte de mí murió. Quería hacer lo contrario de lo que pensaba que haría. Quería ser fuerte, ser estable, ser digno de la existencia.
Pero, aun así, era un hámster en la rueda: Dando vueltas y vueltas, sin conseguir absolutamente nada.
Me aseguré de no parecer un niño a media rabieta al dejar la casa de mi madre, pero ese intento sólo duró lo que tardé en subir por las escaleras laterales de concreto. La puerta de mi cuartucho casi se sale del marco cuando la azoté.
Podía sentir los demonios vibrando por mi sangre caliente. Tomé la silla que se interponía en mi camino, la alcé sobre mi cabeza y la arrojé contra la pared del tapiz roído. Casi que pude ver la mueca de autosuficiencia de mi madre, porque ambos sabíamos que ella tenía razón; Soy tan predecible, estoy haciendo lo que ella sabía que haría. Destruyo todo a mi paso cuando estoy enojado. Mi ira y autocontrol se están yendo cada vez más y más por el caño. ¿Qué haré de mí si esto no cede, si no logro calmarlo? ¿Qué pasará la próxima vez que mamá me haga enojar? ¿Voy a golpearla también?
En momentos como estos me pregunto qué habría pasado si hubiese mantenido mejor el secreto de mi origen. O mejor aún, si no hubiese nacido.
Más tarde ese día mientras me terminaba la dotación de cervezas y veía fijamente la pila de facturas esperando en mi mesa de centro, sentí un nudo en el estómago por el miedo de no alcanzar la renta. Si no éramos capaces de pagarle a mi padre, sabía que mamá pagaría el precio.
Apenas comenzando a tambalearme fui al sitio detrás del calentador donde escondía mis ahorros. El sobre casi vacío era una burla, pero las palabras sobre él puestas en marcador eran lo que realmente me enfermaban.
Fondos universitarios.
Qué broma.
Había empezado como una idea infantil hace más de tres años cuando NaHee me hizo creer que era una posibilidad para lograr algún día. Pasé mucho tiempo pensando que quizá si ahorraba lo suficiente podría hacer algo como ir a la universidad, obtener una carrera sólida, y comprar una casa para Mamá y para mí. Nunca más tendríamos que depender de mi padre para nada, la casa sería nuestra, y sólo nuestra. También lograría hacer que mamá dejara de beber y que se sintiera orgullosa de mí, así ella lloraría porque sería feliz, no porque él la golpeaba.
Suspiré. <<Algún día...quizás.>>
Conté el dinero. Cinco millones novecientos mil wones. Estuve ahorrando a conciencia estos últimos meses.
Saqué los billetes necesarios para cubrir la renta. Un millón quinientos once mil ochocientos cuarenta y uno.
Y sólo, así como así, el sueño pareció un poco más lejano.
—¡No! —oí el grito provenir desde el piso de abajo—. No, espera, lo siento, no fue mi intención.
Mi estómago se retorció. Papá se encontraba aquí.
Metí el dinero en mi bolsillo incorporándome de un salto. Salí corriendo.
Mi padre era macizo, tenía el cabello más gris que negro, fruncía el ceño más de lo que sonreía, y odiaba más de lo que amaba. Todos en el vecindario sabían que era un bueno para nada, pero por alguna razón, también sabían que debían desviar la mirada al caminar junto a él. No es que fuera el matón más grande, pero la gente para la que trabajaba sí lo era. Y yo lo odiaba con todas mis fuerzas. Todo lo relacionado a él me daba asco, pero lo que más odiaba era que yo tenía sus ojos.
Cada vez que lo miraba, siempre veía un pedazo de mí mismo.
Justo atravesé por su puerta, mamá se estremeció en una esquina sosteniendo su mejilla. Vi como él se aproximó para golpearla de nuevo, así que di un paso en su camino, tomando el golpe en mi cara.
—Déjala en paz —mascullé, tratando de actuar como si la bofetada no me quemó.
—Apártate. Tu mamá me debe dinero.
—Y-yo lo conseguiré, lo juro. Sólo necesito tiempo. Tengo una entrevista para un local en el mercado—mintió. Ella no había solicitado un trabajo en años, pero de alguna manera siempre tenía estas misteriosas entrevistas que siempre se convertían en nada.
—Pensé que ya te había pagado ese dinero —dije—. Te dio cien mil la semana pasada.
—Y me pidió setenta hace dos días.
—¿Por qué le prestas si sabes que no te lo puede pagar?
Me agarró del brazo, hundiendo sus dedos en mi piel, haciendo que me estremeciera. Mi cuerpo fue estrujado cuando me llevó al otro lado de la habitación y se cernió sobre mí contra la pared. —¿Quién demonios te crees que eres hablándome de esa manera? ¿Eh?
—Suéltame...
—¿Te siente muy valiente? —Me golpeó duro la cabeza con su palma. —¡Contéstame!
—¡Que me sueltes te dije! —lo empujé con fuerza.
—Maldito mocoso parásito. —Su mano se formó un puño y cuando encontró con mi ojo, me quejé de dolor. Él se giró en dirección a mamá de nuevo, y como un idiota, me puse delante de ella otra vez. Como no me moví, me tomó de ambos brazos y me arrojó al suelo—. ¿Acaso quieres morir?
—Yo te pago —susurré derrotado. Con cuidado me puse de pie; podía sentir mi ojo hinchándose mientras metía la mano en el bolsillo de mi pantalón.
<<Ahí van tres semanas de trabajo.>>
—Toma —empujé el dinero en el pecho de mi padre. Me entrecerró los ojos antes de empezar a contarlo. En voz baja, murmuró algo, pero no me importó. Lo único que quería era que se marchara.
Se guardó los billetes en el trasero mientras recogía la silla que había volcado. —Ustedes dos deberían apreciar lo afortunados que son al tenerme. Pero ni creas que voy a seguir pagando su alquiler como lo he estado haciendo.
<<No te necesitamos>>, ansiaba decir. <<Vete. No vuelvas nunca más.>> soñaba con gritarle. Pero mantuve la boca cerrada.
Sus pasos se dirigieron hacia mamá, la vi estremecerse al instante en que le acarició la mejilla con su mano. —Más te vale que te portes bien, ¿me escuchaste? No quiero que sigas dando problemas.
—Sí.
—Y tú —volteó hacia mí—, es hora de que te vuelvas un maldito hombre. ¿Sigues sin querer que te meta al negocio? Por lo menos así ganarías dinero de verdad. Recuerda que la oferta no estará disponible por mucho tiempo.
—No me interesa.
Su siniestra sonrisa se unió a sus labios ante mi respuesta. Era la misma respuesta que le daba siempre, pero en esta ocasión me miró como si supiera un secreto que yo ignoraba. Cuando salió de la casa, solté un suspiro pesado por mi boca.
—¡¿Qué pasa contigo?! —exclamó mamá, enfrentándome, golpeándome el costado del cuerpo. Agarré sus pequeñas muñecas, confundido. Ella seguía gritando—. ¿Estás tratando de arruinarme?
—¡Acabo de impedir que te atacara!
—No sabes de lo que hablas. No estaba haciéndome nada.
—Estás loca—no podía creer lo que escuchaba—. ¡Él te estaba haciendo daño!
—Déjame ir —se quejó, tratando de aflojar mis manos de sus brazos. La solté. Al segundo, su mano se abrió y me dio una bofetada—. Nunca vuelvas a entrometerte. ¿Me oyes?
—Eres increíble.
Me apuntó con el dedo a la cara, una mirada severa en sus ojos. — ¡¿Me oíste?!
—Sí —escupí—. Te oigo.
Por supuesto estaba mintiendo. La defendería a toda costa. Sería su voz, incluso si eso significaba perder la mía. Porque sabía que fue gracias a él que sus sonidos se volvieron mudos.
—Ahora largo de aquí.
<<Mamá, entra en razón. Vuelve a mí.>>
¿Cuándo fue que la perdí?
Si tuviera una máquina del tiempo me gustaría volver atrás y corregir cualquier error que cometió y la convirtió en este ser. La dirigiría a la izquierda en lugar de la derecha. Le recordaría que es hermosa, incluso si un hombre le dijo algo distinto. Arreglaría su corazón dolorosamente dañado. ¿Por qué, de entre todos los hombres de este país, tenía que ser él quien se cruzara en su camino?
—¿Eres retrasado? ¡Te dije que te fueras!
Eso hice.
Me llevé conmigo todo el rencor, toda la ira, todo mi dolor. La cabeza de me llenó de un ruido que necesitaba desesperadamente hacer callar.
<<Estarás muerto a los veinticinco.>>
Mi corazón entró en pánico; apenas sintiendo más allá de mi ojo palpitando con dolor, me hallaba seguro de estar a segundos de permitir que los demonios regresaran de nuevo. Se burlarían de mí, me lastimarían, envenenarían lentamente mi mente.
<<Sólo cede.>>
Quería ganar solo por esta noche. Quería ser fuerte, pero no lo era. Nunca he sido lo suficientemente fuerte, y nunca lo sería.
<<Estarás muerto a los veinticinco.>>
Tomé una respiración: mis manos temblorosas. Luego otra: mi corazón roto. Una tercera respiración, e hice lo único que sabía hacer.
Grité tan fuerte que me sorprendió que ningún locatario se asomara, después, con toda la ira reprimida pateé el gigantesco contenedor de basura que encontré, consiguiendo que éste se volteara y regara todo. Pero no fue suficiente, era solo el comienzo.
No sé cuánto tiempo después de que bajé corriendo las escaleras del estrecho callejón y di la vuelta en la tercera esquina, simplemente decidí que este era el lugar idóneo; me detuve frente al muro antiguo y estrellé mi puño contra él. Así, sin anestesia, a por todo.
No una ni cinco veces, quizá más de ocho. Golpeé el muro como me hubiese gustado golpear a mi padre, al padre de Geumjae, a mí, a todos los hombres que alguna vez han dañado a mamá; apretando los dientes al sentir mi sangre caliente abrirse paso por mis nudillos ya rotos.
Sin duda había dejado que la oscuridad en mi interior contrarrestara la luz -si es que alguna vez hubo una-, y se sintió tan bien; tan satisfactorio. Tan placentero.
Pero entonces, en medio de la ira, dolor y decepción, mi teléfono sonó.
Por pura inercia revisé la hora. Ella debería seguir en la universidad, no rondando por aquí; lo cual quería decir que, de nuevo, no había ido a clases.
Tenía tantas ganas de preguntarle por qué, pero mentiría si dijera que le temía a la respuesta porque la primer idea que cruzaba mi cabeza siempre tenía que ver con ella saliendo con alguien. Ya sabes, mintiendo y escabulléndose de la escuela para pasar el día con algún chico, justo como lo hacía conmigo en secundaria. Porque si no era eso, NaHee me hubiese dicho qué ocultaba; quizá me habría pedido ayuda para hacer lo que sea que estuviese haciendo en secreto. Así que...sí.
Me incorporé como pude, el efecto de los golpes en mi cuerpo había comenzado a hacer estragos. Claro eso no me detuvo de echar camino escaleras arriba hacia la intersección de calles principales. El auto gris de Nahee estaba aparcado frente a la agencia que ofrecía paseos a gente de la tercera edad y el puesto que vendía boletos de lotería, justo en la acera de la farmacia de medicina tradicional y en contra esquina a la tienda de conveniencia. Los faroles de las esquinas le daban justo a ella, es por eso que siempre le pedía encontrarla aquí; odiaba cuando se aparecía por este lugar tan noche. En mi cabeza, ponerla en el spot de la luz pública y las cámaras de vigilancia cada que venía a verme, era una forma de protegerla.
A distancia la vi retocar su maquillaje con ayuda del espejo retrovisor. La forma en que su boca se abrió cuando ella palpó sus labios con los dedos frotando una especie de vaselina, la hizo lucir como un pez. Con mis manos en los bolsillos, reí. Ji NaHee hacía todo parecer totalmente despreocupado.
Entonces recordé el moretón en mi ojo, por lo que corrí a la tienda a comprar una gorra y lentes oscuros. El empleado me miro como si yo fuera una especie de mafioso a punto de cortarle el cuello -cosa que por supuesto no ocurrió- cuando le arrebaté mi cambio luego de que tardara más de tres segundos en entregármelo. Me coloqué ambos antes de salir de la tienda; NaHee seguía revisando su rostro a detalle, debió sentir mi mirada sobre ella porque giró la cabeza encontrándome de inmediato; y lo juro, su pequeño rostro de iluminó. Y mi estómago se apretó.
Apreté los labios carraspeando en el proceso de trotar hacia su auto.
Me subí en el asiento del copiloto siendo recibido por su particular aroma cítrico en cuanto cerré la puerta y me hallé en el interior.
—Holaaaa. —Cantó.
—¿Qué estás haciendo? ¿No deberías seguir en la escuela?
La sonrisa que mostraba sus dientes murió al instante. Volteó a mirar el volante.
—El profesor nos dejó salir temprano. —Inhaló fuerte antes de regresar su atención a mí —¿Por qué llevas gafas de sol?
—La luz del alumbrado público me lastima —Respondí sin inmutarme. —. Ese maestro tuyo parecería un bueno para nada, siempre les deja ir an...
NaHee tomó la ventaja en mi apenas iniciado interrogatorio al acercarse y quitarme los lentes.
—Ay, Yoongi. —susurró, tocando ligeramente mi ojo morado.
Reí y retrocedí. —¿Crees que es malo? Debes ver al otro chico.
No se rio.
—¿Fue tu papá?
—Olvídalo, estamos hablando de ti.
—Yoongi...Maldición; nunca he odiado tanto a alguien en mi vida. ¿Tu mamá está bien?
—Está lejos de estar bien, pero está bien —Vi como sus ojos comenzaron a aguarse, pero rápidamente la detuve al revolver su cabello.—. Oye, todo está bien. Lo prometo.
—¡Tus manos! —Nahee las tomó entre las suyas en un acto reflejo de desesperación y cuidado. —Yoongi, ¿qué pasó? Necesitas sutura.
—No. Necesito lavarme y que me lleves por algo de buena comida, tengo hambre.
—Dijiste que estabas en tu casa, pensé que ya habría cenado.
—Pues no. Mentí.
—¿Así que cuando dices que estás en la cama realmente estás en otro lado?
—No. Sí. Bueno...—me rasqué la cabeza—solo hoy. A veces. Cuando las cosas se ponen difíciles prefiero estar fuera de ahí.
—¿Desde cuándo?
—No te enojes por eso, es supervivencia.
—¿Desde cuándo, Yoongi?
—Desde siempre.
—¿Y por qué no me lo habías dicho?
—Tú tampoco me dices todo, ¿o sí?
Se quedó callada apretando los labios en un gesto adorable, y también una zozobra de culpa en los ojos.
—Deberías haber podido tener un lugar al cual correr cuando esas cosas pasaron. Deberías poder marcharte de ahí.
—Oye, tampoco es que sea un prisionero. Si decidí quedarme fue por mamá y lo sabes.
—Por eso dije deberías. No es justo. —sus palabras vinieron acompañadas de un puchero al cual le siguieron gotas intermitentes brotando de sus ojos.
—NaHee.
—¿Qué? —refunfuñó.
Mis dedos secaron sus lágrimas, y permití a mi toque quedarse contra sus mejillas. —Sonríe.
—No.
—Por favor. Por mí. —Entonces sorbió la nariz y me dio una enorme y cursi sonrisa falsa. —Eres una tonta llorona.
—Cierra la boca. Espera un poco y verás; voy a sacarte de ahí.
—¿Cómo, me estás diciendo que soy la damisela en apuros? —Reí de nuevo. Pero ella estaba demasiado seria cuando dijo:
—No. Te estoy diciendo que al parecer encontré una forma de arreglar todo.
—¿Cuál todo? ¿De qué estás hablando?
—Librarme de mi madre, ayudar a la tuya.
—NaHee...
—Yoongi—empuñó el final de mi chaqueta. —, mudémonos juntos.
Hola de nuevo. Perdón por haber publicado los primeros dos capítulos y luego desaparecer de la nada, pero ya estoy acá de nuevo y espero ser mucho más constante para actualizar.
Saludos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro