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7. Acercamiento

Uno al lado del otro entramos hasta la cocina, Kyan abrió la refrigeradora y comenzó a sacar de la nevera bolsas con hielo y a ponerlas sobre la encimera. Me aproximé hasta donde él estaba.

— ¿Me las llevo? —pregunté, mientras intentaba tomar una. Él se irguió y se acercó con una última bolsa.

—Si gustas, ayúdame llevando la hielera. Puedes lastimarte si las llevas así sin más. —Asentí con la cabeza. Me sonrió y comenzó a tomar las enormes bolsas, tres en total.

Tomé la hielera y lo seguí a paso apresurado, seguro sus manos se estaban quemando por lo helado. Las dejamos en una de las mesas y procedimos a vaciarlas sobre el improvisador de congelador. Depositamos las bebidas que mi padre había comprado: cerveza, jugos y sodas.

—Muchas gracias a los dos —dijo Keith, le sonreí en respuesta. Observando como Kyan frotaba sus palmas sobre la tela de su jean. Este me vio y solo sonrió, encogiéndose de hombros y posando su mano sobre la mía, provocándome un respingo ¡Las tenía sumamente heladas! Sonrió y murmuro un: lo siento.

Cuando el fuego estuvo listo, mi padre y George comenzaron a azar la carne. Mi madre y yo pusimos la mesa, Keith trajo las ensaladas para situarlas sobre la superficie de madera plana. Y Kyan, estaba avivando el fuego, manteniéndolo en su punto. Y en menos tiempo del que creía, ya estábamos comiendo, conversando y riendo sobre los chistes que los hombres de la casa contaban. Así como cada que una canción pasaba —de su época—, contaban alguna anécdota o un dato sobre el cantante o banda que las tocaba.

— ¿Recuerdas esa canción? —Mi papá preguntó a George, quien le dio un trago a su cerveza y prestó atención a la misma—, fue escrita por el vocalista..., era una canción de amor para el baterista. —Kyan rodó los ojos y me sonrió.

Tal parecía que así se pasarían toda la velada y en efecto, el tiempo pasó, los adultos se mantuvieron sentados en la mesa conversando. Un bostezo de escapó de mi boca y sentía como los ojos se me cerraban. La calidez de la fogata y el cansancio estaban instalando en mí, deseos de dormir. Bostecé nuevamente y alcé la cabeza, sintiendo una mirada sobre mí: al otro lado estaba Kyan, observándome con gesto divertido. Me ruboricé al instante, bajé la cabeza unos segundos y al animarme luego a mirarlo, alentándome en no ser tan cobarde... ya no estaba. Lo busqué y venía en mi dirección. Se sentó a mi lado y acercó su cabeza hasta mi oído.

— ¿Quieres ir a otro lado? —preguntó, su aliento chocó contra mi mejilla. Hizo un ademán con su cabeza, señalando unos sillones que se encontraban en la terraza del jardín. Lo miré un poco dudosa. Lo notó—, vamos..., estoy seguro que se te quitara el sueño —dijo divertido. Entorné los ojos y luego asentí con la cabeza.

—Claro —respondí. Tenía la razón, era eso o quedarme dormida sobre aquella silla. Nos alejamos sin que nadie se percatase, por lo sumergidos que estaban en su conversación. Nos sentamos uno al lado del otro.

—Nunca dejan de hablar, ¿verdad? —dijo Kyan jovial, observando a los adultos interactuar y dándole un trago a su cerveza y yo a mi soda.

—Sera difícil separarlos —dije—, así que prepárate me tendrás aquí hasta largas horas de la noche —bromeé, provocando que una carcajada profunda y ronca saliera de su boca, emanando un olor a alcohol, que pese a ser desagradable para mí, justamente con él no pasó. « ¿Qué me está haciendo este chico?»

—Creo que la que debe prepararse es otra persona —dijo, moviendo mi hombro, jugando. Sonreí, acomodando la falda de mi vestido, buscando algo en qué liberar un poco la tensión que sentía dentro de mi estómago, tratando de ignorar era mirada profunda y penetrante que poseía. Y adivinaron, el sueño se había ido—, ¿puedo decirte algo sin que te molestes? —Achiqué mis ojos, sintiéndome alerta pero su sonrisa relajada y fresca disipó toda señal de peligro. O al menos eso sentí yo.

Okay..., dime, ¿qué pasa? —dudosa respondí. Posó una mano sobre su barbilla.

—Esos colores te quedan muy bien..., te ves muy linda, Emily —comentó. Sentí el calor subir y quedarse en mis mejillas, desvié mis ojos un segundo buscando un poco de valor para verlo y poder responder, pues no podía evitarlo toda la noche, ¿verdad?

—Muchas gracias..., y tú igual te ves bien —dije con torpeza. Y vaya que si se miraba muy bien, debo admitir.

—Lo sé. —Rodé los ojos junto a una media sonrisa, pues maravillosamente sus comentarios ya no me resultaban grotescos, sino que, divertidos y eso me confundía en gran manera—, estoy bromeando, Em... —aclaró. Pero la piel de mi cuerpo se erizó al escuchar ese diminutivo que denotaba cercanía, una que yo también sentía, ¿cómo era eso posible? Ni idea—..., muchas gracias por el cumplido. —Ladeé la cabeza y fruncí mi entrecejo, tratando de descifrar lo que ahí, se estaba dando.

No encontré nada, nada fácil de admitir. Kyan alzó una ceja y ese gesto lo hacía verse un poco seductor, aunque sabía o creía no eran sus intenciones, mi loca cabeza miraba cosas absurdas. Y necesitaba aire, que el viento soplara con fuerza para despejar la nubosidad de mi cabeza, y que se llevara todo lo que estaba sintiendo.

—Y dime, ¿por qué no te gusta leer? —pregunté. Intentando desviar un poco el tema y lamentablemente fue lo mejor que mi cabeza logro hilar. Sonrió y negó con la cabeza, eran tan vivificantes verlo sonreír. ¡Jesús!

—No es eso... —Lo observé expectante y mi reacción lo divirtió—..., lo que es que no tengo ese hábito y se me ha hecho difícil crearlo —confesó.

—Tal vez porque no has encontrado un género que te atraiga. —Sonrió. Al fondo la música se escuchaba lejana junto a las risas de los adultos, el viento soplaba con tenue decadencia, logrando que todo otorgara un cálido ambiente—, yo puedo recomendarte alguno... —Alzó una ceja, mostrando interés.

Hablamos un poco más, sobre algunos libros que podrían gustarle, basándonos en los géneros de sus películas favoritas: ciencia ficción y acción. Prometiendo en que pronto visitaría mi lugar de trabajo, me alarmó la simple idea de verlo merodear mi trabajo, pero al fin y al cabo, no sería algo del otro mundo. ¿O sí?

Una risa escandalosa me trajo de nuevo a la realidad y mis ojos enfocaron a Kyan, quien tenía su atención en nuestros progenitores, y me atreví a observarlo con mayor detenimiento. Su piel era blanca como porcelana, regalando protagonismo a sus rosados labios, largos y delgados, de textura suave, pensé. Su nariz era perfilada y sus pómulos eran poco pronunciados. Sus cejas eran poco espesas, sus pestañas largas y rectas, las cuales bien podían ocultar a los estanques marinos que se encontraban tras ellos. Era demasiado guapo, demasiado atrayente y fuera de mi alcance.

—Sí que se están divirtiendo —dijo. Volvió a verme, giré rápidamente la cara, sintiendo la sangre subir y subir hasta mis mejillas, mientras mi corazón bombardeaba chorros vertiginosos con fuerza.

Y cómo si una mano invisible acunara mi barbilla, giré mi cabeza y lo encontré mirándome con esa característica intensidad. Retorcí mis manos sobre mi regazo, demasiado nerviosa, ansiosa en realidad. Pase saliva, sintiendo de pronto mi garganta seca y por instinto humedecí mis labios, y Kyan siguió con atención cada movimiento que mi lengua delineó sobre los mismos. Elevó sus ojos de nuevo hasta encontrar los míos, que estaban más que abiertos, perplejos por las sensaciones que mi interior se estaban desatando gracias a él. Al tiempo que corrientes magnéticas brotaban de nosotros, chocando y provocando chispas, corrientes alternas, que comenzaban a atraernos de forma sobrenatural, erizando nuestra piel, magnetizándolo todo y disminuyendo la distancia de nuestros rostros, atrayéndonos como imán y metal.

Pero las risas estridentes de nuestros padres me obligaron a salir del trance en el cual comenzaba a sumergirme. Pestañé muchas veces, y me alejé. Sintiendo alarmas dispararse en mi cabeza, resonando con estridencia, advirtiéndome que comenzaba a introducirme en un terreno minado. Y Kyan no estaba nada diferente. Miraba un punto cualquiera del piso.

—Emily, es hora de irnos —anunció mi padre, demasiado alegre gracias al alcohol. Me levanté y Kyan hizo igual. Los cuatro adultos comenzaron a caminar en dirección de la puerta que daba al interior.

—Al parecer llego la hora de irse —dije, intentando de disipar la tensión—, buenas noches... —musité. Giré con velocidad sobre mis pies, con la disposición de seguir a mis padres, pero mi vecino me tomó de antebrazo e impidió mi huida.

— ¿Te gustaría salir mañana? —preguntó de golpe. Mi corazón pegó un salto emocionado.

—Yo..., tengo que trabajar —dije, recordándole.

—Y cuando salgas, ¿qué dices? —Bajé la mirada hasta mis pies, intentando pensar con claridad. Pues sentía cierto temor de aceptar, ya que algo dentro de mí decía que hacerlo sería mi pase para un viaje sin retorno—. Será una salida de amigos. Hay muchos lugares que aún no conozco y me gustaría que terminaras de darme el tour y mostrarme los libros que crees podrían gustarme... —Volví a verlo, tratando de descifrar la verdad en su propuesta. Aunque no creía que sintiera atracción por mí, pues no había señales suficientes para reforzar mi hipótesis. No podía decir lo mismo de mí. ¿Cómo lograría mantener apaciguados mis sentimientos si él con una facilidad atemorizante me desequilibraba al instante?—..., será divertido lo prometo. —Mordí el interior de mi mejilla, un poco contrariada. Quería hacerlo, ¡Dios!, algo dentro de él me atraía con tanta fuerza, pero temía que, con el tiempo, ya no poder dar marchar atrás.

No sabía qué pensar, qué decir; me sentía dividida pues mientras mi mente decía, «no, no vayas con él». Mi corazón gritaba: «si ve, ¿qué esperas?» ¿A quién le hacía caso? Dicen que la razón debe de dominar al corazón, pero así también, dicen que el corazón siempre tiene la razón. ¿Qué demonios hacía? ¿A quién escuchaba?

Kyan me miraba con ojos suplicantes esperando a que le dijera mi respuesta. Respiré profundamente y moví mi cabeza de arriba abajo. Él no tenía la culpa de esos sentimientos que estaba emergiendo dentro de mí, los cuales esperaba con el tiempo solo fueran pasajeros.

—Claro... —Kyan asintió sonriente. Bajó su cabeza lo suficiente para besar mi mejilla, o más bien las esquina de mi boca. Ignoré el gesto y me alejé como un animalillo con pánico, porque todo lo que respectaba a él, me sumergían en una bruma de incertidumbre, de miedo en avanzar, en recibir y dar más.

Por la noche, antes de irme a dormir pues deseaba con urgencia un momento para estar sola y pensar, mi móvil sonó, avisando que una llamada estaba entrando. Dejé lo que hacía, sintiendo el corazón en la mano y me acerqué al mismo, mirando el nombre que parpadeaba en la pantalla. Mi estómago se encogió y comenzó a removerse denotando lo nerviosa que estaba y eso sin siquiera haber contestado. Lo cual me desconcertaba. Toqué la pantalla táctil y lo acerqué hasta mi oído, escuchando los locos latidos de mi corazón desbocado, ¿los escucharía él también?

—Hola... —murmuré, intentado respirar.

— ¿Estabas dormida? Lo siento si te desperté... —Me senté sobre mi cama.

—Aún no lo estaba, ¿pasa algo? —cuestioné. Llevando mi mano libre al pecho, sintiendo mi corazón latir aún más desquiciado.

—No..., bueno si... —Sonreí embobada al escucharlo balbucear—..., lo qué quiero decir es que... ¿a qué hora paso por ti mañana? —Mordí mi labio, sintiendo mi garganta cerrada.

—A las... ¿cuatro? —pregunté. Cerrando los ojos un momento, tratando de imaginar las expresiones de Kyan.

—Perfecto, pasaré a esa hora por ti, te llamó para saber dónde estás... —No sé si era mi imaginación, pero lo sentía sonreír ¿Estaba loca?, seguramente si—..., buenas noches, Emily.

—Buenas noches, Kyan. —Colgamos.

Dejé por un tiempo el móvil pegado a mi rostro, esperando que todas las emociones que sentía se fueran acomodando una a una dentro del cajón de donde se habían salido. Cerré los ojos y llevé presté atención a mi pecho, donde se podía percibir lo acelerado que mi corazón latía. « ¡Dios!, ¿qué que me sucedía?» Recosté mi cuerpo sobre la mullida cama y sonreí hacia el techo, me sentía desconcertada por todas las reacciones que estaba sintiendo mi organismo completo, el vaivén y la rapidez con que todo estaba surgiendo y es que yo no era una chica que se enamorara con facilidad, que abriera su corazón y diera una oportunidad.

En toda mi vida solo había contado con dos noviazgos,ninguno mejor que el otro. Y quizá, el haber tenido esas experiencias nadaagradables de memorar eran mis frenos para dejarme llevar, un mal que me costómucho en erradicar. Porque era aprehensiva cuando se trataba del amor.

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