6. Respuestas
Me llevó a una heladería que no solía frecuentar, no dije nada, en cambio me deje llevar por la sensación de experimentar algo nuevo. Abrió la puerta de cristal y me permitió entrar primero —detalles que mi cabeza no dejaba pasar desapercibidos—, buscamos una mesa y al lado de un ventanal nos sentamos uno frente al otro. Y me sentía ansiosa, nerviosa, torpe en gran manera. Pues con él me era difícil pensar, actuar y sobre todo decidir con claridad.
Cada uno comenzó a leer de su menú. Había infinidades de sabores, posibles y apetecibles combinaciones y presentaciones. Llevé una mano a mi labio en gesto pensativo, había de frutilla pero algo dentro de mí quería experimentar cosas nuevas, sentimiento que pronto se saldría de proporciones. Alcé la cabeza, sintiéndome observada, pero me arrepentí al instante de haberlo hecho; él observaba de una manera que me dejaba sin aire, que con facilidad me envolvía y me sumergía en un trance especial, del cual sabía que al entrar de lleno ya nunca saldría, no completa. Ladeé la cabeza, mirándolo de la misma forma, solo que sin tanta fuerza e intensidad. Elevó la comisura izquierda de su boca.
— ¿Lista para ordenar? —preguntó. Deje el menú extendido sobre la mesa y pase mis manos por encima del mismo.
—Sip, ¿y tú?
—Sé decidir lo que quiero con tan solo verlo —dijo alardeador. Rodé los ojos, intentando de pronto ignorar esa sensación de doble intención en su respuesta. Llamó a una mesera y esta pronto llegó, pero antes que hablará me adelanté.
—Quiero uno de vainilla con yogurt de fresas y jarabe de cerezas. —La chica anotó en su libreta y luego prestó su atención completa en Kyan.
—Uno de vainilla con mango y jarabe de piña —dijo. Pronto la mesera se fue dejándonos a solas.
Mis ojos viajaron por todo el local; era agradable, calmado y decorado con detalles de colores pastel y suaves, que daban la impresión de estar dentro de un tazón de helado de vainilla y fresas. Y gracias a la tenue música que se escuchaba el silencio que entre él y yo estaba, no era del todo incómodo.
—Es un sitio agradable, ¿verdad? —dije, tratando de comenzar a taladrar el silencio.
—Sí, lo es —respondió, pero para suerte de los dos a mí me picaba la lengua por hablar y más que todo en preguntar.
—Y dime, ¿dónde vivían antes? —Bajó su mirada hasta sus manos.
—En Nueva York.
—Debe de ser genial vivir ahí, digo, acá debe de resultarte más aburrido. No después de vivir en una gran ciudad, las discotecas, bares...
—Aunque no me creas, prefiero vivir aquí. —Lo miré intrigada por su respuesta, deseando saber más—, la vida en la ciudad sí, no voy a mentir, es atractiva y muy envolvente. Pero a veces... es bueno descansar de todo ese ajetreo y alejarte de ciertas cosas.
— ¿Por eso se mudaron a Campbell? —inquirí.
—Digamos que sí.
— ¿Digamos que sí? —pregunté devuelta, con mi curiosidad tomando el mando. Sonrió y asintió con la cabeza, no diría más.
—Ahora me toca a mí, sino esto parecerá más un interrogatorio que otra cosa. —Suspiré vencida, y a la vez reprendiéndome por ser tan metiche—, ¿por qué no estás estudiando?
—Porque..., estoy trabajando —respondí con gesto de obviedad. Negó con la cabeza.
—Sé muy bien lo que haces, pero esa no fue mi pregunta, Emily. —Lo miré a los ojos, tratando de descifrar el porqué de su interés. No encontré nada que me dijera: no le cuentes. Sino que compresión, la promesa tacita que me entendería y no se burlaría o cuestionaría mi proceder. Sonaba toda una locura, posiblemente.
—Pues..., estoy ahorrando para pagar mis estudios —confesé. Kyan no pudo ocultar su asombro pero rápidamente regresó a la normalidad y proseguí sintiendo las palabas abandonar mi boca con una facilidad sorprendente. Le conté absolutamente todo—, y no deseo tocar esos ahorros. Confío en que con la media beca y lo poco que tengo ahorrado puedo costear todo. —Terminé diciendo muy orgullosa de mis acciones.
— ¿Tus padres lo saben? —preguntó. Negué con la cabeza—, no lo hubiesen permitido, ¿cierto?
—Exacto.
—Comprendo, y a ver, ¿por qué literatura? Leer es tan aburrido y dedicarte a eso, es fatídico —comentó en tono de exageración y broma. Sonreí, agradecida del cambio de tema.
—Lo dices porque nunca lo has hecho, te lo apuesto —dije, alzando una ceja retadora. Comenzó a reír. Y así fue como nos enfrascamos en una refrescante conversación. Sin intentar atacarnos cada dos por tres, sin comentarios mordaces o miradas reprochables. Solo dos personas disfrutando de su compañía y de una amena plática. Donde ambos podíamos mostrarnos tal cual y sin la necesidad de impresionar.
Cuando los rayos del sol se pusieron sobre el horizonte fue cuando nos dimos cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo y que la noche estaba a punto de darnos la bienvenida y a su vez anunciaba que la hora de regresar había llegado. Salimos de aquel lugar —que muy pronto se convertiría en algo más especial—, y emprendimos camino. Sintiéndome aun un poco mareada por la sensación de rodearlo con mis brazos; porque aunque ambos no lo comentáramos, cada que nos tocábamos, sin desearlo o con intensión, esa extraña corriente parecía emerger, con fuerza y vigor, la cual nos envolvía y magnetizaba.
—Muchas gracias por el helado —dije. Estábamos parados frente a mi casa. El frío de la noche comenzaba a aumentar su fuerza.
—Fue un placer —dijo. Asentí con la cabeza, no encontrando la forma de finalizar ese momento.
—Que tengas una linda noche..., yo creo que entraré ya. —Giré sobre mis pies con la disposición de caminar.
—Emily... —Volví a verlo, sintiendo de pronto mi corazón desbocado—..., en verdad quiero que hagamos las paces, ya sabes, no comenzamos con el pie derecho. ¿Qué dices?, ¿amigos? —Escuchar esas palabras me alegraron, si soy sincera.
—Tienes razón, hay que comenzar de nuevo. —Elevé mi mano para darnos un apretón, Kyan hizo igual y las estrechamos rápidamente, cortando la electricidad que emanaba.
—Que descanses. Te marcaré luego. —Abrí mis ojos con sorpresa. Y rápidamente chasqueó su lengua.
—Pero si tú no tienes mi número —dije muy segura. Kyan sonrió.
—Corrección: no tenía tu número. —Guiñó un ojo.
—Pero tú..., pero cómo... —balbuceé. Se encogió de hombros y antes de arrancar dijo:
—Nunca dejes tu teléfono solo sobre la mesa..., cuando vas al baño. —Y se fue.
Entré a mi casa, sonriendo como tonta por lo asombrada que estaba, no solo de la forma clandestina en que Kyan tenía ya mi número, sino en todo lo que esa tarde había pasado. Pues luego de parecer que no nos soportábamos, pasamos a tomar un helado, luego a ser amigos. Sin duda que, con Kyan todo siempre traía sorpresas.
Subí a mi habitación, luego de saludar a mis padres y contarles de forma resumida todo lo que había hecho en esa tarde. Tomé un baño y me dispuse a querer dormir. Pero antes, revisé mi móvil. Más específico: mis mensajes.
Unknown: Espero esta vez sí hayas disfrutado de tu helado sin ningún conductor loco suelto.
Sonreí, al leer el mensaje, guardé su número y tecleé algo rápido.
Yo: Creo que esta vez lo logré. Espero que tú igual, sin la amenaza de un peatón despistado.
Kyan: Lo hice. Feliz noche, Emily.
Yo: Feliz noche, Kyan.
Deje el móvil sobre la cómoda y poco a poco, sintiendo mis parpados pesar, caí en un profundo sueño. Donde ojos azules, sonrisas coquetas, hicieron su presencia. Subiéndome abordo de aquel tren que me conduciría a los momentos más felices de mi vida, pero también a los más dolorosos.
Era miércoles, más de una semana había pasado desde aquella extraña salida con mi vecino; pero no me quejaba, ya que, durante esos días no tuve interacción con Kyan y lo agradecí, pues en ellos traté lo más que pude de ignorar todo lo referente a él. Ignoré que vivía al lado, ignoré mis pensamientos donde su sonrisita de ángel aparecía, sus ojos, todo. Con el fin de regresar a la normalidad.
—La segunda semana de Marzo, tendré que viajar —dijo mi padre, observándome, esperando mi reacción.
—Pensé que sería hasta mayo —contesté, dejando el cubierto sobre el plato. Mi padre hizo una mueca con su boca.
—Esos eran los planes, pero hubo cambios de última hora. —Asentí con la cabeza.
— ¿Cuándo tiempo será? —pregunté.
—Solamente dos semanas y al parecer esta vez iré a Nueva York. —Inevitablemente al escuchar ese lugar mis pensamientos lo evocaron.
—Es poco tiempo —dijo mi madre. Asentí, pestañando un par de veces y regresando mi atención a mis padres. Sería un viaje corto y eso en cierta manera me alegraba y tranquilizaba.
—Así que dime qué quieres que te traiga —dijo mi padre. Llevé mi mano a la barbilla y cuando iba a responder el timbre de la casa sonó—, iré yo. —Se levantó de la silla y se dirigió a la salida de la cocina.
Seguimos comiendo con mi madre, mientras esperábamos expectantes saber quién era la persona que había venido a tocar a la puerta a tan tempranas horas. Entonces lo escuché:
—Buenos días, señor González.
—Buenos días, Kyan. ¿Cómo estás? —Los escuché interactuar.
— ¿No seguirás comiendo? —preguntó con tono divertido mi madre. Al verme con la mano junto al cubierto a medio camino. Sonreí a boca cerrada y seguí ingiriendo, pero prestando atención a la conversación que tenía mi padre con Kyan.
—Entonces queríamos invitarlos a una parrillada que haremos este sábado —dijo Kyan. Mi corazón, cada que lo escuchaba, pegaba brincos, era como si las ondas proyectadas por su voz provocaran que mi cavidad torácica, mi cuerpo completo, despertara.
— ¡Wow!, ¿en serio? Gracias, estaríamos encantados, ¿verdad familia? —preguntó mi padre alzando la voz.
Mi madre se levantó y con una mirada me indicó que la siguiera y sin quejas lo hice. Salí de la cocina y sentí cosquillas en mi estómago, humedecí mis labios y comencé a retorcer mis dedos por detrás de mí cadera. Alcé la cabeza lo suficiente para encontrarlo de pie a un lado de la puerta, observándome. Al instante sentí como el aire abandonaba mi cuerpo, en como mi estómago comenzaba a cosquillear con mayor fuerza. Porque era demasiado atractivo para mi bien, y lamentablemente no era inmune a sus encantos. Nadie en su sano juicio lo fuera.
—Claro, mi amor —respondió mi mamá.
—Entonces los esperamos —dijo Kyan. Saludó a mi madre y luego volvió a verme y sonrió de aquella forma que aparecía en mis sueños—. Hola, Emily.
—Hola, Kyan —respondí, encontrando mi voz. Me sonrió esporádicamente.
—Nos vemos en el almuerzo —dijo, antes de girar sobre sus pies y salir de mí casa.
—Claro que sí y dile George que nosotros llevaremos la bebida.
—Genial, adiós. —Se despidió con la mano y luego de una última sonrisa en mi dirección, se fue.
Terminamos el desayuno conversando sobre esa parrillada y luego de ayudar a mi madre con las labores domésticas me fui a mi habitación a duchar y cambiarme de ropa, pues cuando mi padre regresara del supermercado donde andaba comprando las bebidas, nos iríamos. Salí del cuarto de baño con una toalla entorno a mi cuerpo, me acerqué a mi armario y revise mi guardarropa.
Escogí un vestido de verano, el cual se ajustaba en la cintura y caía con gracia sobre mi cadera, piernas hasta llegar por encima de mis rodillas. Sequé mi cabello y me enfundé el vestido. Elegí un par de sandalias de piso de un café sobrio que hacía juego con mi atuendo. Me miré en el espejo que estaba a un lado de mi armario, alise la falda un poco y me encontraba lista. Humecté mi piel y labios, maquillé mis largas y onduladas pestañas y bajé a la sala. Mi madre al verme evaluó mi atuendo y sonrió complacida. Mi padre se encontraba buscando un destapador para las cervezas que llevábamos. Cuando tuvimos todo listo salimos de mi casa.
Keith nos recibió feliz, hospitalaria como siempre. Pronto se fue con mi madre hacia la cocina y mi padre y yo nos dirigimos hacia el jardín donde los hombres Lancaster se encontraban avivando el fuego para la parrillada.
— ¿En qué puedo ayudarte George? —preguntó mi padre, acercándose donde se encontraba el aludido y su hijo. El cual al escuchar volvió su cabeza en nuestra dirección, en mi dirección. Con sus ojos barrió mi cuerpo completo y fingí no verlo, aunque difícilmente podía ocultar las emociones que ese suceso me había provocado. Mis mejillas rojas me delataban con facilidad.
Los saludé rápidamente y para evitar la incomodidad, busqué que hacer y poner la mesa fue mi salvación. Estaba cerca de donde ellos por lo que podía oír muy bien sus pláticas y cuando terminé de poner los últimos cubiertos alcé la cabeza, limpiando mi frente perlada por la sudoración. Y observé como Kyan venía en mi dirección, entré en pánico. Se movía con naturalidad y seguridad y cuando nuestros ojos se encontraron nos sonreímos con los mismos. Mientras muy dentro de mi sentía fortalecerse el magnetismo que tiraba con fuerza uno sobre el otro.
—Hola, Emily —dijo, sonriendo de esa forma tan suya y mirándome con ese brillo tan peculiar.
—Hola, Kyan —dije, tratando de sonar calmada y sin demostrar lo que su presencia en mi causaba. Una conmoción y deseos de salir corriendo.
— ¿Cómo has estado? —preguntó.
—Bien, supongo. ¿Y tú? —pregunté, al tiempo que acomodaba mi cabello a un lado de mi cara. Él vio el movimiento atento.
—Bien... —Aclaró su garganta—... ¿sabes? Tuve una semana difícil. Entre los cambios de universidad por estar casi en último año, todo ha sido una locura. —Ladeé la cabeza.
— ¿Pero todo se ha solucionado? —cuestioné. Asintió con la cabeza, pero de pronto una duda se asomó en mi cabeza—, pensé que eras solo dos años mayor que yo —confesé.
—Soy tres años mayor que tú... —Fruncí mi entrecejo un poco confusa, lo notó—..., pero en la primaria me adelantaron un año y pues... —Se encogió de hombros. Alcé una ceja, un poco divertida pero al mismo tiempo asombrada.
—Así que eres todo un genio. —Sonrió, negando con la cabeza—, lástima que no te conocí antes, te hubiese obligado a hacer mi tarea —bromeé. Kyan soltó una risa, que erizó mi piel, pues era diferente a todas las que antes había escuchado: cargadas de sorna y burla. Está, en cambio, era sincera.
—A mí también me hubiese gustado conocerte antes —dijo, bajando la voz y penetrando mis ojos—, me gusta hacerle de tutor. —Guiñó un ojo. Abrí mi boca para responder: ¿el qué?, no lo sabía pero agradecí mentalmente que Keith de pronto lo llamara.
—Kyan, ¿puedes ir por hielo a la nevera? —Él de inmediato asintió y comenzó a caminar rumbo al interior. Mi madre estaba cerca y me dedicó una mirada, instándome a ayudarlo. « ¡Lo que me faltaba!», fingí una sonrisa y lo seguí.
— ¿Te ayudo? —pregunté.
—Claro, vamos. —Movió su cabeza, y me acerqué hastadonde estaba y juntos entramos a la casa rumbo a la cocina. Mientras escuchabael sonido de nuestros pasos aunado a los latidos de mi corazón acelerado.Sintiendo que, quizá ofrecer mi ayuda, había sido una mala idea.
N/A: Gracias y mil Gracias por sus votos y comentarios en serio me encanta leer y contestar todo lo que me dicen. Los quiero mucho... y nos leemos pronto. Besos. ❤
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