5. Deuda saldada (II PARTE)
El aire abandonó mi cuerpo y esperé a que se riera o dijera algo sobre que esa proposición era una broma. Pero en cambio me observaba expectante, esperando mi respuesta. Sentí unas enormes ganas de salir huyendo pues campanas de alerta resonaban en mi cabeza, pero en cierta forma me sentía un poco comprometida con él.
«Te llevó a tu casa, Emily. Le debes este favor», mi cabeza susurraba y entonces pensé que solo tenía que mostrarle el lugar y saldaría mi deuda con él. Y que hacerlo no significaba nada.
—Pero ya es tarde... —dije. Tratando de posponer un poco más.
— ¿Es un sí? —Asentí despacio—. ¡Bien!, ¿puedes mañana? —Pasé mi mano izquierda en mi antebrazo derecho un poco contrariada y nerviosa por su entusiasmo, cada vez lo entendía menos.
—Si..., por la tarde.
—Pasaré por ti a las cuatro, ¿está bien?
—Está bien.
Salí de esa casa prácticamente corriendo, recriminándome por qué había aceptado. Entré a mi casa y me dejé caer sobre uno de los sillones. ¿En qué me había metido? Sacudí mi cabeza, lo hecho, hecho estaba y no podía hacer nada más, pues cancelar aunque era una salida tentadora, mi conciencia no me lo permitiría, ya que se lo debía.
La cena con mis padres se tornó incomoda cuando les conté que saldría con Kyan al siguiente día para darle el tour al cual ellos me habían comprometido. Aunque no me insinuaron nada, sus miradas decían más que mil palabras. Pero decidí ignorarlas, pues en esos momentos lo menos que deseaba era meter ideas equivocadas mi cabeza. Yo estaba bien, mi vida era tranquila, sin preocupaciones ni problemas y quería seguir así.
Pero a veces la vida tienes otras cosas planeadas.
— ¿Adónde llevarás a Kyan? —Mi madre preguntó. Estábamos secando y guardando los platos.
—No sabe dónde queda la ferretería del centro, ahí iremos. —Volví a verla y tenía su entrecejo fruncido.
— ¿No conoce? —Me encogí de hombros.
—Él me dijo que no. —Sonrió, una muy extraña que no me gustaba nada—, ¿qué pasa?
—Nada mi cielo. —Secó sus manos y se fue a la sala donde estaba mi padre viendo un partido de futbol.
Por la noche con mis amigos decidimos hacer una video conferencia; pero todo siempre con ellos era complicado de llevar a cabo, pues o faltaba uno a la hora acordada, o teníamos problemas con la conexión y esa ocasión no fue la excepción, pues luego de batallar casi media hora, lo logramos.
—Entonces saldrás con el güero que te cae mal —dijo Luck. Ladeé la cabeza.
—No es que me caiga mal, mal. Es solo que... tuvimos un primer encuentro muy peculiar —dije y mi amigo movió sus cejas sugestivamente.
—Ahora ya no te cae mal. Bien dicen que del odio al amor solo hay que dar un paso —comentó y puso sus manos detrás de su cabeza, acomodándose en el respaldo de su cama. Rodé los ojos.
—Solo tengo que mostrarle donde queda la ferretería, nada más. Eso no significa nada de los que tu alocada cabeza piensa. —Me defendí.
—Si tú lo dices —murmuró. Resoplé, todo con Luck, siempre, debía llevar dobles intenciones.
—No todos los hombres son como tú —intervino Laura reapareciendo.
—Yo solo comento lo obvio. Porque piensen, ¿qué lo lleve a una ferretería? Él muy fácilmente puede guiarse por el GPS. —Aunque me costara admitirlo, era un punto a su favor.
— ¿Y si no tiene? —refutó mi amiga.
—Es una patfinder, doble cabina, todo terreno y de año reciente. Obvio que tiene un sencillo GPS. —Sacudí la cabeza, ahuyentando esas ideas que Luck estaba conjeturando, pues quizá... él en verdad no conocía dicho lugar y porque quizá su camioneta no contaba con un GPS.
—En fin —interrumpí—, solo lo llevaré a conocer ese sitio, nada más. Y a ver díganme, ¿qué haremos para las vacaciones de verano? —Y así logré cambiar de tema con rapidez.
Seguimos un buen rato más conversando, riendo y planeando salidas que pronto haríamos. Nos pusimos al día de nuestras vidas, o más bien, ellos me pusieron al tanto de todo a mí. Pero algo de ese video llamada captó la atención de Laura y mía: Luck. Estaba extraño, y sentía que algo nos ocultaba, una mirada cómplice de mi amiga secundo con mis sospechas, pero ya nos reuniríamos y averiguaríamos qué era eso que pasaba.
A la mañana siguiente, me levanté como siempre, solo que me sentía raramente ansiosa, mirando el reloj debes en cuando, observando cómo los minutos pasaban, convirtiéndose en horas. Sí, debo de admitir que me encontraba nerviosa, pensando en esa salida o cuando Kyan pasará por mí. Y aunque me reprendía cada vez que me encontraba inventando escenas en mi cabeza, me era difícil no hacerlo, no pensar en qué pasaría.
Y muchas veces me vi tentada a salir y decir que algo se me había presentado; pero cuando tenía el pomo de la puerta en mi mano, me arrepentía. «Solo debes de enseñarle ese lugar y listo», me animaba constantemente. Y trataba de ver ese compromiso como mi salida a deber favores. Obligándome a estar serena y a mostrarme indiferente.
Cuando la hora casi estaba por llegar yo ya me encontraba lista, sentada en la sala de estar. Iba vestida con un jean negro, una camiseta de una banda que amaba y unas zapatillas deportivas. Mi cabello iba como de costumbre, nada nuevo había en mí, a excepción de mi interior, pues una conspiración comenzaba a llevarse a cabo sin darme cuenta. Entonces el timbre sonó, un escalofrío recorrió mi espalda por completo. Las cuatro en punto, anunciaba el reloj. Me levanté de un salto y con pasos apretados me dirigí hasta la puerta y luego de respirar un par de veces, abrí.
« ¡Santo mango con chile!»
Un par de ojos me recibieron, profundos como el océano, junto a una sonrisa que bien podía hacer caer a cualquier chica. Pasé la mano por mi boca verificando que esta estuviera bien cerrada, y lo estaba. Pues de lo contrario hubiese sido bochornoso. Elevé las comisuras de mi boca y sonreí.
—Qué puntual —comenté. Kyan ladeó la cabeza y asintió.
—Sí, es algo que no puedo evitar —dijo, haciéndose un lado—, ¿nos vamos?
—Oh..., sí —respondí—, solo traeré unas cosas. —Giré sobre mis pies y entré de nuevo. Él me siguió.
—Con permiso. —Lo escuché decir.
Busqué mi teléfono celular y las llaves de mi casa, así como verifique que llevara suficiente dinero conmigo por cualquier emergencia. Regresé y encontré a Kyan mirando fijamente un retrato que yacía en una mesa para café. Aclaré mi garganta, volvió a verme un poco apenado por haber sido descubierto.
—Ahora sí, vámonos.
—Después de ti —dijo, al tiempo que hacía un ademan con su mano. Ignoré el gesto, pues, ¿qué más iba a hacer? Lo evalué de reojo, iba vestido con un jean desgastado, una camiseta blanca, botas y una chaqueta a juego.
Salimos y di unos cuantos pasos, buscando su camioneta pero esta no estaba, solo se miraba una motocicleta. Fruncí el ceño, dándole poca importancia y volví a verlo. Pero me detuve en seco a escuchar cómo le quitaba el seguro a la motocicleta. Se aproximó a la misma, pero al ver que yo no, me buscó.
— ¿Qué pasa? —cuestionó. Señalé su nuevo medio de transporte—, la camioneta la tiene mi padre —comentó. Asentí con la cabeza sin moverme—, no me digas que nunca te has montado a una —dijo en tono burlón.
—No y no me avergüenzo —contraataqué. Sonrió mientras negaba con la cabeza.
—Pero no les temes, ¿verdad? —cuestionó, alzando una ceja retadora. Crucé mis brazos sobre mi pecho. Tratando de verme un poco valiente, aunque por dentro estaba por lloriquear como una niña.
— ¿Por qué lo tendría? —Se encogió de hombros.
—Porque la mayoría de chicas lo tienen —soltó con simpleza. Mordí el interior de mi mejilla y me acerqué.
—Pues yo no soy como la mayoría —dije. Y creí escuchar un: Lo sé. Pero lo atribuí a mi imaginación.
Kyan se montó primero y luego me ayudó a hacerlo. Me propició un casco, el cual ajusto en mi cabeza, alegando en que si no lo aseguraba él, no iría tranquilo. ¿Dulce? Ni de cerca, pues lo hacía para evitarse otro accidente. Calentó el motor y justo antes de arrancar, giró la mitad de su cuerpo en mi dirección.
—Agárrate fuerte —dijo, mientras se levantaba su chaqueta para que me sujetara de su cintura. Sentí mis manos cosquillear con la intención de rodearlo, pero en cambio me tomé firmemente de la parte de atrás de la motocicleta—. Como quieras —dijo, mostrando indiferencia. Y entonces luego de un ruidoso rugido arrancó.
Al principio condujo con calma, pues aun estábamos en los suburbios, pero cuando nos internamos en la carretera todo se salió de control, al menos para mí. Kyan aumento la velocidad y el terror comenzó a crecer en mí. Cerré los ojos con fuerza, sintiendo el aire chocar contra mi rostro, al mismo tiempo que mi cabello ondear. Apreté con tanta fuerza mi boca, que la sien me dolía. Abrí los ojos y divisé una curva, tragué grueso y sintiendo mis manos ya sin fuerza, las moví rápidamente hasta envolverlas en torno a Kyan.
Y cuando lo hice él aceleró mucho más. Lo maldije en mis adentros y apreté mi agarre y no sé, si eran ideas mías o qué, pero sentía que cada vez que lo aferraba con más fuerza, él aceleraba con locura. Pero pese a todo eso, me hacía sentir segura. Toda una discrepancia, pero así era. Cuando llegamos al centro, disminuyó la velocidad deliberadamente, pero yo ya me había acostumbrado a rodearlo que no quise dejar de hacerlo.
— ¡Ahora guíame! —gritó, por encima del bullicio. Asentí con la cabeza, humedecí mis labios y comencé a darle indicaciones.
— ¡Gira aquí! —dije, él así lo hizo—, ¡ahí está! —anuncié. Pronto él se parqueó. Me ofreció una mano para ayudarme a bajar, la acepté sin remedio. Luego él bajó. Entré al local, seguido de Kyan—, ¿compraras algo? —cuestioné. Hizo una mueca, y llevó su mano a la barbilla en gesto pensativo.
—Solo preguntaré si tienen lo que necesito. —Caminó sin más hasta donde estaba uno de los trabajadores. Fruncí el ceño, ¿por qué no se lo llevaba ya? Lo vi hablar y asentir con la cabeza, luego se acercó donde me encontraba.
—Si lo tienen —dijo.
— ¿Por qué no lo compras? —cuestioné.
—Eh... pues... porque no tengo el transporte adecuado —dijo, haciéndolo sonar como lo más obvio del mundo—, pero aquí dan el servicio, en esta semana llevaran las cosas.
—Que bien —respondí, giré sobre mis pies rumbo a la salida. Lo escuché seguirme, pero antes de llegar al estacionamiento, me tomó del codo.
—Muchas gracias por traerme.
—Te lo debía —respondí, un poco cortante. Lo escuché suspirar y volví a verlo.
— ¿Por qué lo dices? —cuestionó.
—Por nada —contesté, mostrando los dientes.
Sus ojos me observaban de una manera indescifrable. Pestañé un par de veces, tratando de alejar la sensación de hipnotismo que me provocaba. Dio unos cuantos pasos hacia mí, y yo sentía corrientes a nuestro alrededor, que nos magnetizaban y creaban una tracción inminente como la de los polos opuestos. Pues sin evitarlo, algo mayor comenzaba a nacer, o quizá ya existía y solo estaba esperando una chispa para despertar. Respiré, llevando a mis pulmones aire necesario y a la vez colándose su aroma masculino.
—Pero yo aún te debo un helado, que si no me equivoco es de frutilla —dijo, junto a una sonrisa—, ¿qué dices? —Busqué mi voz, así como, intenté hilar pensamientos coherentes, lógicos. Y a pesar de escuchar alarmas en mi cabeza, las cuales me sobre avisaban que si aceptaba, todo se convertiría en un huracán de emociones y que pronto todo podría complicarse. Yo desde tiempo atrás ya había aceptado.
— ¿Cómo decirle que no a un helado de frutilla?
— ¿Es un sí?
—Es un sí —afirmé.
Nos acercamos hasta su motocicleta y cuando él se montó,volvió a ofrecer su mano para ayudarme a que hiciera igual. Y sin quejas laacepté, sintiendo como chispas salían disparadas de nuestro tacto y se convertíanen rayos que nos recorrían de pies a cabeza, las cuales comenzaban a despertar,a provocar un descontrol dentro de nosotros, sin sospecharlo todo comenzaba asalirse de nuestro control.
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