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5. Deuda saldada (I PARTE)

Parpadeé un par de veces, pero el sonido estridente de una bocina logró sacarme del trance en que me encontraba.

—Puedo irme sola, gracias —respondí. Y por la oscuridad no logré ver por completo su expresión, la mitad de su rostro era iluminado por las luces de la ciudad y la otra era sombría. Me moví en mi sitio un poco dubitativa, mientras sus ojos azules brillantes me observaban.

—Solo es un favor de vecino a vecino —respondió. Miré a ambos lados de la acera y la oscuridad espeluznante y el sonido insistente de la bocina del conductor de atrás me orillaron a aceptar. Me acerqué, abrí la puerta y con la ayuda de su mano subí. Cerré y rápidamente, luego de otro bocinazo Kyan arrancó y a gran velocidad avanzó. Giré mi cabeza vislumbrando al conductor de atrás, luego volví a verlo.

—Gracias... —dije, cuando encontré mi voz, me miró de soslayo y sonrió.

—De nada; creo que después de casi atropellarte, mi deuda queda saldada. —Miré a la ventana y oculté la sonrisa que me había provocado. Todo se sentía demasiado extraño. Atacarnos, sonrisas, malas miradas y luego esto.

—Lo está, no te preocupes. —Fue lo único que mi cabeza logró hilar en respuesta. Aún no sabía cómo manejar todo lo que ahí comenzaba a surgir.

— ¿Y qué hacías tan tarde? Es muy peligroso que andes por esas calles, más tú sola.

—Yo... hice algo después del trabajo... —respondí a la defensiva. Asintió con la cabeza. Una tenue melodía se escuchaba al fondo—... y no medí el tiempo.

—Suele pasar. —Afirme con un sonido nasal. Un corto silencio reinó, pero fue interrumpido por una pregunta que jamás pensé que Kyan podría hacer—, ¿estabas con tu novio?, quizá eso te hizo perder la noción del tiempo.

Frené una risa, giré mi cuerpo para encararlo y poder descifrar las intenciones de sus palabras. Lo evalué y su expresión no denotaba nada.

— ¿Novio? Ese no es asunto tuyo —mascullé.

—Tienes razón, no lo es... —Mis manos cosquilleaban, sintiendo la necesidad de estar alerta para atacar si era necesario.

— ¿Por qué te ofreciste a llevarme? —cuestioné, sintiendo un aguijón en mi pecho. Pues he de admitir que sus cambios de humor me tenían en una embarcación que me mareaba. ¿Pero qué más podía esperar?

—Ya te lo dije: para ser buen vecino. —Fruncí mi ceño, haciendo un gran esfuerzo mental por entenderlo.

—Podía irme sola —espeté alzando mi barbilla. Kyan giró su cabeza y estaba sonriendo.

—Solo acepta el favor y no digas nada —dijo sonando amable. Mis mejillas se calentaron sintiéndome de pronto un poco avergonzada; solo estaba tratando de ser amable y yo en cambio lo atacaba.

Seguimos en silencio el resto del camino. Pasamos calle tras calle, y en poco tiempo ya estábamos cerca de nuestro vecindario. El aire frío del auto comenzaba a calarme en los huesos, llevé las manos a mis brazos, intentando cubrirme un poco y entrar en calor.

— ¿Tienes frío? —Sentí como mi piel se erizaba al escuchar lo profunda y ronca que era su voz. O quizá era el frío y el sueño.

—Un poco...

—En el asiento de atrás creo que hay una chaqueta, puedes ponértela.

—Gracias, pero ya estamos por llegar —contesté, llevando una mano a mi boca evitando que un bostezo se escapara. Kyan ladeó la cabeza.

—Puedes enfermarte, póntela.

—Que mandón eres —farfullé. Me incliné hacia el asiento de atrás y tomé la chaqueta.

— ¿Nunca podré quedar bien contigo? —dijo divertido.

—No, porque tus cambios de humor me dan jaqueca —confesé. Se encogió de hombros y siguió conduciendo. Pasé mis brazos por las mangas de la chaqueta hasta ponérmela por completo. El calor poco a poco comenzó a llenar mi cuerpo—. ¡Oh sí!, esto se siente bien —murmuré, enterrándome más en el asiento—. Gracias, de nuevo.

Asintió con la cabeza, pero tenía su ceño levemente fruncido. Ignoré su gesto y me perdí en el exterior. Llegamos a nuestro vecindario y en minutos ya estábamos sobre nuestra calle. Mi vecino aparcó frente a mi casa, desabroché el cinturón de seguridad e iba a quitarme su chaqueta cuando posó su mano sobre mi hombro, frenándome.

—Puedes dármela mañana —dijo bajito. Pasé saliva nerviosa y observé como su mano seguía aun sobre mi hombro. Y su piel se sentía tan cálida contra la mía. Bajó su mano y acomodó su chaqueta en mí. Y, ¡Dios! Sentía que en cualquier comento iba a hiperventilar. De pronto el espacio dentro del vehículo se me hizo minúsculo.

—Gracias... —Intenté abrir, pero esta tenía aun seguro. Pronto Kyan lo quitó y bajé de un salto, buscando poner distancia, como un animalillo huyendo de su cazador. Caminé rodeando el vehículo ubicándome frente a la ventana del conductor—, bueno..., muchas gracias por el aventón y por no dejar que muriera de frío. —Sonreí y él hizo igual. Me comportaba igual de bipolar que él.

—No es nada. —Prendió el motor, tenía semblante oscuro que duro tan solo segundos.

—Mañana te entregaré..., tu chaqueta —dije, enfocando sus ojos.

—No hay prisa. —Asentí con la cabeza, señalé con mi pulgar hacia mis espaldas, giré sobre mis pies y caminé hacia mi casa a toda prisa.

Cuando entré logré escuchar que Kyan arrancó la camioneta. Solté el aire que sin saber había tenido contenido. Todas esas sensaciones eran nuevas para mí, y no sabía lo que significaban: el principio del algo mucho más fuerte y abrumador.

Saludé a mis padres y les conté el motivo de mi demora: mi conversación con Pablo. Se portaron sobreprotectores, pero a la vez me brindaron el apoyo que necesitaba: tómate todo el tiempo que necesites, Emily. Fueron las palabras que utilizaron. Y claro, no pude omitir —aunque quisiera—, el detalle..., que mi vecino me había dado un aventón.

—Fue muy atento de su parte hacerlo —dijo mi padre.

—Sí, Robert. Mira... —Mi madre me señaló con su dedo índice—..., hasta le prestó su chaqueta. Que muchacho más caballeroso. —Rodé los ojos, seguramente mi madre ya veía cosas donde no las había.

Jugué con mis manos sobre mi regazo, mientras los escuchaba conversar. Subí a mi habitación con la excusa de querer tomar un baño. Estando ya sola, dejé mi bolso sobre mi escritorio y me quité la chaqueta, pero al hacerlo el aroma del interior del auto estaba impregnado en la prenda.

Su aroma...

La llevé a mi nariz e inhalé el perfume que emanaba, era una mezcla de limpio y madera, o eso creía. Pero me sentía tan desconcertada, todo con él era extraño pues en un momento me sonreía y al otro estaba taciturno. Pero no podía negar que sentía un pequeño deslumbro por él; pero aun así sus cambios de humor tan repentinos me provocaban ganas de salir corriendo lejos de él.

Luego de tomar un corto baño, me enfundé un pijama cómodo y busqué mi teléfono, respondí algunos mensajes de mis amigos y sin soportar más el cansancio en mis ojos, me quedé profundamente dormida. Y sin que lo deseara, esa noche una sonrisa seductora y petulante junto a unos ojos de un azul tan profundo como el océano, me acompañó en mis sueños.

Al día siguiente, antes de irme a trabajo fui a la casa de mis vecinos con la chaqueta de Kyan en mis manos, con la intención de devolvérsela. Pero al parecer todos ya se habían marchado para sus trabajos.

Regresé a mi casa y dejé la prenda en mi habitación de nuevo y luego partí a mi empleo. Y todo el día transcurrió normal, un poco pesado, pero en fin, me gustaba, me permitía distraerme del mundo exterior, mientras me perdía en algún buen libro o disfrutaba de mis pláticas con los clientes y lectores habituales que nos visitaban. Era agradable conversar con personas que tenían una pasión por la lectura, conocer diferentes puntos de vista, criticas, comentarios y a la vez poder descubrir nuevos libros que terminaría amando.

—A mi punto de vista, prefiero más el libro que la película —dijo, Margaret. Una de mis clientas favoritas.

—Siempre son mejores los libros. No hay nada que pueda superar a la imaginación del lector —comenté. Ella asintió con la cabeza.

—Muy cierto, nada puede ser mejor que la imaginación, acompañada de una taza de café. —Sonreí. —Bien, cóbrame estos, Emily querida. Que la tienda está por cerrar.

Iba caminando para la estación de buses, cuando el recuerdo Kyan se vino a mi mente; estaba en la esquina donde la noche anterior me había encontrado. Y recordé lo bien que se había portado conmigo aun por encima de mi mal comportamiento. Pues él no tenía ninguna obligación de haberse detenido para ayudarme y pese a que nuestro primer encuentro había sido una situación desastrosa, que lo hiciera hablaba bien de él por mucho que me costará admitirlo, era la verdad.

El sol de media tarde aún quemaba con intensidad en Campbell. Llegué a mi casa y me sentía ansiosa, pues a lo lejos había observado que la camioneta azul de Kyan ya estaba parqueada en la entrada, lo que indicaba que debía de entregarle su chaqueta cuando llegara a casa. Y como había dicho, luego de cambiarme rápidamente y tomar la prenda de vestir, bajé y salí. Me paré frente aquella enorme puerta y toqué el timbre y en segundos Keith salió a abrir.

—Emily, lindura. ¿Cómo estás? —Sonreí. Y sospesé las palabras que debía decir.

—Vengo a entregarle esto a Kyan, ¿esta? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—Claro, pasa. Yo iré a llamarlo. —Se hizo a un lado y dubitativa entré. Hubiese deseado darle a ella la chaqueta pero comprendía que hacerlo así, era de mala educación—. Siéntate.

—Muchas gracias —dije, jugando con mis manos, nerviosa.

Minutos después, que parecieron más bien segundos, escuché pasos andar por la casa. Fijé mis ojos en un punto cualquiera en la pared, obligándome a respirar y reprimiéndome a la vez que debía estar tranquila. Pues no comprendía el por qué o cómo fue que de un momento a otro, esas emociones habían despertado en mí. Y me sentía tan patética. Pero entonces esa extraña corriente recorrió mi cuerpo completo y el aroma masculino se sintió flotar por toda la que ahora sentía una pequeña habitación. Mordí el interior de mi mejilla y alcé la cabeza al escucharlo andar. Y ¡Dios!, se miraba impresionante, varonil y demasiado atractivo para mi bien. Llevaba puesta una camisa de algodón blanca que se adhería a su abdomen y definido pecho, un jean azul que lo hacía ver relajado y joven. Tragué grueso.

—Vecina —saludó con una media sonrisa.

—Hola —respondí y sonreí, tratando de verme normal y tranquila, aunque por dentro un huracán de emociones hacia destrozos en mi pobre cavidad torácica—, traje tu chaqueta. —Asintió con la cabeza y se aproximó hasta donde estaba. Me levanté para quedar a su altura, era imposible, pero se me hacía menos intimidante, o al menos eso pensaba. La tendí y en el instante de la transferencia, nuestras manos se rosaron por segundos rápidos. Elevé mis ojos hasta encontrar los de Kyan, quien me observaba con su ceño levemente fruncido, pues al parecer él también había sentido esa chispa que emergía cada vez que nos tocábamos. Solté un suspiro al ver lo intenso que era el azul de sus ojos; combinación de calma como el cielo, pero al mismo tiempo de tempestad como el océano.

—Muchas gracias, espero te haya servido —dijo, dando unos cuantos pasos atrás.

—Sí..., y no me enfermé gracias a ti —dije. Ladeó la cabeza y me escrutó.

—Me alegra mucho. —Sentí como mis estomago temblaba—, ¿deseas algo más? —Abrí mis ojos como platos y comprendí que esa era la señal de mi salida. Negué con la cabeza y giré sobre mis pies para buscar la salida.

Nop, solo venía a entregártela —respondí, mientras caminaba rumbo a la salida de la sala. Sintiéndome de pronto un poco echada, pero se interpuso en mi camino y se incorporó frente a mí.

— ¿Sabes dónde queda una..., una ferretería? —cuestionó. Mis ojos bailaron en mis cuencas, mientras daba un paso hacia atrás.

—Hay una en el centro comercial y otra en el centro —dije y avancé unos cuantos pasos, tratando de esquivarlo.

— ¿Podrías decirme dónde queda la del centro?, yo..., ya he ido a la del centro comercial pero no hay lo que necesito. —Jugué con mi labio inferior mientras pensaba en las referencias exactas, pero cuando lo vi de nuevo él miraba atento mi boca, pero fue tan rápido que lo atribuí a mi imaginación.

—Pues está sobre la calle principal donde está el teatro. —Frunció el ceño y negó con la cabeza.

—Ni idea de donde está el teatro. —Asentí con la cabeza.

—La esquina donde me encontraste, dos calles hacia el poniente, pasando la intercepción que...

—Emily, te pareceré un tonto, pero no tengo idea de dónde quedan esos lugares. —Entrecerré mis ojos, pues algo dentro de su forma de hablar no me convencía por completo.

—No sé..., como ayudarte, lo siento. —Me encogí de hombros.

—Yo sí sé cómo.

— ¿Cómo? —cuestioné, sintiéndome de pronto alarmada.

—Acompáñame y muéstrame dónde queda.

¡Gracias por leer!

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