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29. La noticia

Love me like you do - Ellie Goulding

Las semanas pasaban, los exámenes llegaban y yo estaba de lo más aturdida, estudiando como loca, pero qué podía decir, debía hacerlo, era mi futuro del cual hablábamos. Sin embargo, todo mejoró cuando me entregaron mi auto, ya podía ir y venir cuando yo quisiera, iba a mi casa dos veces entre semana y los fines de semana que podía, sin embargo, cuando los periodos de evaluaciones llegaban no salía del departamento a menos que tuviera clases.

Estudiaba mucho, el año que había tenido sin hacerlo me estaba pasando factura, supongo que mi cerebro se había tomado ese año de descanso muy en serio. Pero diablos, cuando el fin de semana llegaba y lograba pasar con Kyan casi todo el tiempo, todo parecía volver a cobrar sentido y vida. Mi cuerpo reaccionaba ante su presencia, todo era mágico, cada momento a su lado, sin mencionar que nuestros encuentros amorosos cada vez eran más imprevistos, arrebatados. Cada uno en lugar de aplacar el deseo lo avivaba como gasolina vertiéndose en una llamarada, así de explosivo, así de extraordinario.

Y es que, llegábamos a tal punto que, tratábamos de pasar más tiempo en lugares públicos que privados pero qué podía decir, cuando el deseo se hacía presente no había forma de menguarlo de una forma que no fuera perdidos en toda aquella bruma. Después de ver que cada vez eran más seguidos decidimos que era tiempo que yo también me cuidara. Pues un bebé es ese entonces hubiese complicado mucho más todo lo que estaba por venir.

Los meses comenzaron a transcurrir, hasta que las vacaciones de navidad llegaron un poco antes debido a una gran nevada que atenazaba la ciudad. Iba en mi auto de regreso a Campbell, la larga carretera se extendía frente a mi ojos, los arboles recubiertos de escarcha, el viento frio soplando y el cielo cambiando sus tonalidades, avisando que pronto la noche caería. Hacia un frio terrible. Aferré el volante, concentrándome en el camino mientras tarareaba una canción de una banda que me encantaba.

Sin embargo, al entrar a una curva, ya en la entrada a mi ciudad, una camioneta negra apareció de la nada, me hice a un lado, con la intensión de darle más espacio del que era permitido, pues mis intenciones eran evitar que me golpeara. Fue entonces cuando esta aumentó la velocidad, acelerando en mi dirección. Juro que el alma escapó de mi cuerpo, de inmediato giré el volante a toda velocidad, escuchando el rechinar de las llantas al bailar sobre la liza calle tan bruscamente que sin poderlo evitar choqué contra un árbol, provocando que mi cuerpo se moviera, dando latigazos amortiguados por el cinto de seguridad. Llamé a emergencias, demasiado asustada y a la vez furiosa porque ese maldito conductor temerario no había tenido ni siquiera la decencia de detenerse para saber si estaba bien.

Legó la policía, la ambulancia y mis padres. Me revisaron, checaron si tenía alguna contusión pero solamente mi brazo izquierdo había sufrido una lesión leve, pero que dolía como el infierno. Pues quien se había llevado la peor parte había sido mi pobre auto. Mi papá se hizo cargo de llamar a los del seguro para cobrarlo y reparar mi auto, otra vez estaría sin como movilizarme. Nada podía salir peor, creí.

—Debes descansar —alentó mi mamá. Iba protestar, pero entonces mi padre se asomo por el umbral de mi habitación.

—Kyan está allá abajo, quiere verte. —Giré a ver a mi madre, con ojos suplicantes.

—Por favor, te prometo que solamente será un momento... —Chasqueó la lengua y asintió con la cabeza.

—Pero luego a descansar y no quiero ninguna excusa, ¿bien? —determinó. Asentí con la cabeza feliz. Debía obedecer y aunque no estaba convaleciente, no del todo, creía demasiado exageradas todas esas medidas.

Esperé ansiosa hasta que lo vi asomar su cabeza, solo entonces me sentí mejor. Rompió distancias y acercó presuroso hasta mi cama, se sentó con cuidado a mi lado y me abrazó, mientras murmuraba una y otra vez que había temido lo peor, que se hubiese muerto si algo letal me pasaba, las lagrimas comenzaron a escocerse en mis ojos, había sido una suerte que mi accidente no hubiera sido peor, pude haber quedado inconsciente y el auto explotar, pude haber muerto.

—Estoy bien —susurré, queriendo llamar su atención. Se inclinó, hasta que su rostro quedó a escasos centímetros del mío, sonrió casi imperceptiblemente, deslizó sus dedos sobre mis mejillas, limpiando los rastros de agua.

—Lo sé... —Besó mi frente con aprensión y volvió a abrazarme—... eres mi Emily, mi Emily tan fuerte y valiente.

Una de las tres semanas de vacación que tenía la pase casi sin hacer nada, con una férula en mi brazo, convirtiéndome en alguien inútil. No podía hacer casi nada por mí misma, pues mover demasiado el brazo o recaer peso sobre él hacía que me doliera como el infierno. Mis músculos estaban agarrotados, tenía moretones por todos lados y uno bien marcado en la sien izquierda. Al parecer los latigazos que había dado mi cuerpo hicieron que todo mi costado izquierdo se llevara los golpes. ¿Y eso era bueno? Según los doctores si lo era. Para la segunda semana me removieron la férula, al parecer ya era momento de comenzar a usar ese brazo para que comenzara a acostumbrarse al movimiento y ya no dolía tanto como antes pero aun lo sentía un poco inútil pues no podía hacer esfuerzos muy pesados de un tirón, según el doctor recuperaría la movilidad de a poco.

—Iremos a hacer las compras al supermercado, les queda dinero para que pidan una pizza..., nosotros regresaremos pronto. Por favor nada de esfuerzos, ¿entendido? —Asentí con la cabeza, mi madre seguía con su paranoia.

—Aun no entiendo como ese hijo de puta no se detuvo para cerciorarse que estabas bien —dijo Luck, demasiado molestó.

—Seguramente porque sabía que o se lo llevaban detenido o le ponían una multa monumental —comentó Laura. Yo también creía eso, de seguro iba tomado o algo por el estilo.

—Sea como sea, lo que más lamento es haber pasado una semana tan horrible y también por mi auto —murmuré. Mis amigos me sonrieron condescendientes—. La otra semana Kyan cumple años y no podre hacerle nada de lo que tenía planeado. —Mis amigos se miraron entre ellos de forma cómplice, pero en mi estado no tenía ánimos de inquirir en qué estaban tramando.

—Nosotros te ayudaremos —dijeron al unísono.

Y fue así como pasamos el resto de la tarde hablando del cumpleaños de mi novio, era seis días antes de fin de año, tenía aun menos de una semana para hacerle algo. Convaleciente o no, nada ni nadie iba a impedir que yo celebrara ese día tan especial de la persona que amaba. El tiempo pasó, y yo me sentía como nueva. Un día antes de su cumpleaños, ya tenía todo listo, lo celebraría antes pues sus padres le tenían algo más preparado y no cabían dos celebraciones en un mismo día. Y estaba emocionada por ver su cara ante mi sorpresa: una cena. En la cual me había esmerado mucho en hacer, pero estaba tan feliz, quería demostrarle que lo amaba demasiado, quería compartir ese día especial junto a él. Miraba la hora en mi celular cuando este alertó la entrada de un mensaje, la sonrisa se esfumó rápido de mis labios.

Anónimo: Esta vez tuviste suerte, pero para la próxima prometo no fallar, perra.

Abrí mis ojos como platos y un grito ahogado salió de mi boca. Eso, eso... era abominable. Las lágrimas comenzaron a salir a borbotones de mis ojos, el miedo se arraigó a mis entrañas. ¿Quién podía odiarme tanto como para intentar matarme? Me levanté del sofá, estaba en la casa de Kyan, esperando por él, no podía simplemente irme y dejar todo botado, pero tenía que hacer algo.

«Vamos, Emily. Tranquila, cuando venga Kyan se lo cuentas..., él me ayudará sí, él no va a dejar que nada te pase».

El tiempo comenzó a transcurrir, la noche pronto cayó y Kyan estaba por llegar, pasé todo el rato pensando en qué hacer, pues una parte de mi no quería arruinar esa cena pero la otra, la que estaba aterrorizada, quería contárselo de inmediato. Habían atentado contra mi vida, ¡maldición!, ¿cómo demonios alguien puede estar tranquilo después de eso?

Los minutos pasaban lentos y ya comenzaba a desesperarme pues temía que en cualquier momento algo sucediera..., que acribillaran la casa a disparos..., que algo que hubiese pasado a Kyan, por qué demonios no llegaba. Mis ojos se comenzaron a llenar de lágrimas, estaba a punto de enloquecer, lo quería a él, lo necesitaba conmigo.

Pero él no aparecía.

Sin embargo, antes que comenzara a arrancarme cabello por cabello, escuché como un auto aparcaba en la entrada. Salí corriendo hacia la entrada pero antes de abrir me cercioré que fuera él. Y sí, era Kyan. Me estaba volviendo loca, comprendí. Dibujé una sonrisa en mis labios y abrí la puerta cuando lo escuché acercarse, se impactó al verme.

—Iba a llamarte... —dijo, entrando a casa, mirando a todos lados.

—Hablé con tus padres y ellos les dijeron a los del servicio que me dejaran entrar. —Keith y George llegarían a Campbell hasta el día siguiente justo para su cumpleaños. Asintió con la cabeza y entonces me sonrió.

— ¿Sucede algo? Te noto extraña. —Fruncí los labios, batallando internamente entre sí decirle o no, entre arruinar esa noche o no. Abrí mi boca para hablar, entonces el añadió—: huele delicioso. —Y dejándome con la palabra en la boca se dirigió al comedor, mientras me dedicaba una mirada, muy inquisidora, y pese a que me encontraba asustada, siempre surtían efecto en mí. Lo seguí—. ¡Dios!, ¿tú hiciste todo esto? —preguntó, dando media vuelta sobre sus pies para encararme.

—Sí, ¿te gusta? —

— Joder, es maravilloso —respondió, acortó el espacio y sostuvo mi cara con sus manos—. Me encanta, amo que lo hayas hecho tú.

—Feliz cumpleaños —murmuré, sintiendo como esa bruma tan conocida comenzaba a embargarme.

—Muchas gracias, bonita. —Entonces me besó, y mientras me rendía ante él, decidí que no le diría nada, no en ese momento. Pero lo haría debía hacerlo.

Serví la comida que por dicha aun estaba medio caliente y nos sentamos a comer, Kyan no paró en toda la cena de darme las gracias y decirme que le había encantado, que nunca nadie había hecho algo similar por él, lo miraba feliz, comía y hablaba con una gran sonrisa. Y yo... me sentí satisfecha, demasiado alegre.

—Muy bien, ahora es tiempo de demostrarte mi agradecimiento —dijo, acabábamos de levantar todo de la mesa. Señalé los platos, debíamos de lavarlos, negó con la cabeza—, deja que los del servicio los limpien, aun estamos celebrando por mi cumpleaños, ¿no es así?

—Sí pero... —Pero nada, no dejó que siguiera hablando. Me besaba duro, con ganas, con hambre y yo no pude poner resistencia, también lo deseaba, bastaba que pusiera un dedo sobre mi piel para que yo me estremeciera, hasta el punto de volverme mantequilla.

Mi vientre se estremecía, el zoológico de fieras que habitaba en mí, se activó y rugían causando una conmoción en todo mi ser, un descontrol, una ansiedad. Los recuerdos de lo bien que se sentía estar con él de esa forma solo causaron que el deseo comenzará a aparecer y de forma inmediata inundará mis sentidos, mi mente. Atrapándonos y llevándonos cuesta arriba. Me llevó a su habitación, sin ninguna invitación, porque no era necesario, ambos sabíamos lo que pasaría y lo deseábamos. Me recostó sobre la mullida cama, sin dejar mis labios, devorándome con ansiedad y comenzando a trazar un camino decadente por mi cuerpo. Nuestras ropas salieron volando, sirviéndonos de estorbo, todo a una velocidad sorprende. Pues la urgencia que ambos sentíamos era palpable. Kyan besaba mi boca y comenzaba a recorrerme de nuevo con lentitud, dejando besos por donde podía y que bien sabia me hacían estremecer, jadear, sonidos que eran como música para sus oídos.

Mis manos se enterraban en sus omoplatos para luego tirar de su cabello es una forma de acercarlo más a mí. Y en ese momento ya nada me importó, ni el mensaje ni lo que este significaba para mi vida, pues sencillamente pensar había pasado a un tercer plato y de lo único que era consiente era de Kyan sobre mi cuerpo, de Kyan besando cada parte de mí. Y con las precauciones comenzamos a recorrer ese camino decadente, lleno de placer y amor. Porque él y yo nos hacíamos el amor, amábamos cada parte, nos amábamos el alma.

El sol nos despertó o eso creí, pues de pronto el sonido de un teléfono comenzó a repicar por algún lado de la habitación. Y no era el mío.

—Kyan... es tu celular, contesta puede ser importante —murmuré, removiéndome un poco entre sus brazos que me tenían bien afianzada. Se quejó.

—Déjalo que siga sonando... —Pero otra llamada entró, debía ser algo importante para tanta insistencia y desde tan temprano—..., ahhhh, quien puede estar molestando tan temprano —gimoteó. Me hice ovillo, observando por debajo de mis pestañas como se levantaba y comenzaba a rebuscar entre las cosas que estaban tiradas en el suelo. Cuando por fin lo encontró, respondió de inmediato. Se sentó de nuevo sobre la cama—. Aló, ah sí... ¿pasa algo, papá? —Me senté sobre el colchón al escuchar al padre de Kyan hablando demasiado alterado, no entendía absolutamente nada, simplemente escuchaba su timbre de voz entre afligido y preocupado, sin embargo, como respuesta a lo que comenzaba a trazarse en mi cabeza, el semblante de Kyan palideció, su espalda se tensó a tal punto que parecía de hierro, su expresión me alertó sobre gran manera. Algo había pasado.

»— ¡¿Cómo demonios pudo pasar eso?! ¡No lo puedo entender! —Su rostro se contrajo, entonces las campanas de alerta comenzaron a resonar en mi cabeza—. Esto no es posible, no, no es posible. —Aventó el artefacto contra la pared, sacándome un respingo—. ¡Mierda, mil veces mierda!

Se vistió a toda prisa mientras yo nada más lo observaba tenía mucho miedo en preguntarle qué había pasado y no era porque él fuera a responderme mal o a gritarme, tenía miedo de saber qué había pasado. Se encerró en el baño, sin embargo, me armé de valor y luego de enfundarme algo de ropa, me levanté y esperé a que saliera. Varios minutos pasaron y con cada uno de ellos la ansiedad se acrecentaba en mi interior, sentí el corazón estrujado... sentía mis pulmones apretados, sin capacidad para tomar aire, pero entonces escuché la puerta abrirse, alcé la cabeza y lo vi y lo que vi me desgarró, lucia afligido..., derrotado.

— ¿Qué fue lo que pasó? —pregunté con voz queda. Sacudió la cabeza en una negativa, sus ojos cerrados y sus manos echas puños—. Dime qué pasó... —exigí saber. Hizo una mueca de dolor de pesar. Pasé saliva con dificultad, preparándome mentalmente para lo que estaba a punto de decirme, pero ni sabiéndolo con anterioridad hubiese estado preparada.

—Al parecer los problemas que andaban resolviendo mis padres..., eran más grave de lo que quisimos creer. ¡Con un demonio!

— ¿P-pero qué pasó?

— ¡Estamos en la maldita quiebra! ¡El puto fututo de mi familia está en mis manos ahora! —dijo alzando la voz, exasperado, furioso. Y en ese mismo instante la realidad se estrelló contra mí, desquebrajándome, destruyendo lo que tenía...

—No puede ser —musité, no podía creerlo. Me negaba rotundamente a hacerlo, Dios, dolía, quemaba.

—Pues créelo, porque ahora no sé qué será de mí... no ahora que tenga que casarme con Larissa. —Mi corazón se rompió, comprendiendo que quizá ya no había un nosotros.

Todohabía terminado.

Muchas gracias por leer y nos vemos hasta diciembre :* ❤

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