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18. Confrontación

Katelyn Tarver - Love me again

Dolía.

Dolía como nunca pensé que volvería a doler.

Escuché como Laila le explicaba cómo poder llegar e intercambiaban números. Y entre todas las posibilidades que había contemplado como un rechazo educado por su parte o un no tajante, eso que estaba pasando, jamás, se me cruzó por la cabeza.

Eché el flequillo sobre mi rostro y me dispuse a tomar de mi bebida, tal vez eso me ayudaba a que el nudo que se había instalado en mi garganta desapareciera. Se marcharon varios minutos después, en donde yo pase a segundo plano, comí un tercio de mis papas francesas y la mitad de mi hamburguesa. Miré la hora disimuladamente en mi móvil y faltaban quince minutos para que mi tiempo de comida terminara. Y, en lugar de desear no separarme de él, deseé como nunca antes irme, desaparecer de su presencia.

—Debo de irme ya... —dije luego de un largo silencio. Asintió con la cabeza, mostrándose estoico.

—Vamos, entonces... —murmuró, haciendo apago a levantarte. Sin embargo, me apresuré a ponerme de pie e ignorando el malestar en mi pecho, negué con la cabeza, así como, tragué grueso, en un intento de aligerar el nudo en mi garganta. Estaba a punto de quebrarme y no dejaría que eso pasara.

—Descuida, conozco el camino. Eh..., gracias por la comida y nos vemos otro día. —Le di un beso en la mejilla, sin atreverme a mirarlo a la cara. Salí dando grandes zancadas y me dirigí a mi lugar de trabajo.

Y tan pronto entré a la librería, me encerré en el diminuto baño de la librería y, solo ahí —en la soledad—, dejé que unas pocas lágrimas brotaran. Al tiempo que oleadas de dolor, inseguridad y desosiego comenzaron a arremeter contra mi cuerpo. Y aunque odiaba sentirme así, a pesar que solo los había escuchado hablar, nada evitó que mis ánimos cayeran con tanta facilidad. Además, ¿qué iba a ser de mí si algo llegaba a pasar entre ellos?, yo conocía a Laila y a sus artimañas, ella no temía usar su cuerpo, sus curvas y esa carita bonita cargada de maquillaje, todo con tal de atrapar a alguien y, justo en ese momento, con más razón pues implicaba dañarme. No se tentaría el corazón, lo sabía.

Pero lo que más me dolía era que él sabía, en mínima manera, que no nos llevábamos bien, pero pese a saberlo accedió. Porque no había que ser adivino para darse cuenta que, entre ella y yo, había aires de rivalidad, sobre todo de incomodidad por mi parte. Minutos después, ya que había logrado dejar de lagrimear, me eché agua en el rostro y salí, debía de terminar mi turno.

El movimiento de la librería fue mucho más pesado, nunca habíamos recibido tantas personas en cuestión de minutos. Tuvimos hasta que pedirles que se formaran en una fila —fuera de los límites—, para poder atenderlos. Y tanta afluencia hubo que mi hora de salida llegó pero aún debíamos que atender a unos cuantos clientes más.

—Emily, puedo quedarme atendiéndolos, tu hora de salida pasó hace veinte minutos... —dijo. Negué con la cabeza. Miré la hora y ya eran casi las siete. Seguramente, para ese momento, Kyan ya estaba alistándose para irse a ese bar. Pasé saliva y fingí mi mejor sonrisa.

—Terminemos con ellos, ya son los últimos —dije, me encogí de hombros para restarle importancia. No muy segura me hizo caso. Solo le envié un mensaje a mi mamá avisándole, así no se preocupaba. Cuando la tienda se quedó vacía era el momento de hacer el corte caja.

—Son casi las ocho de la noche, vámonos..., hagamos el corte de caja mañana temprano.

—Está bien... —respondí. Tomé mis cosas y revisé mi móvil, tenía muchos mensajes, tanto de mis amigos y mi madre, como de Kyan—..., nos vemos mañana Ile —dije. Rogué al cielo silenciosamente que me llevará con bien cuando mi jefa me detuvo.

—Te pasaré dejando, ya es muy tarde para que esperes el autobús... —Le sonreí agradecida y aliviada. Cerramos la tienda y salimos, afuera aun había mucho bullicio. « ¿Qué estarás haciendo Kyan?», me pregunté mentalmente. Solo esperaba que nada se saliera de control. Al tiempo que me repetía que debía confiar en él. Ileana me dejó cerca de mi casa, solo debía de caminar mi calle para llegar a casa. Estaba tan cansada y hambrienta.

Avancé escuchando el murmullo de los programas de televisión que miraban los de mí calle; así como sin evitarlo mis ojos cayeron, pese a los varios metros de distancia, en su casa. La camioneta no estaba. Suspiré, hubiera dado tanto con tal que no hubiese ido, quizá hasta le hubiera contado todo. E iba tan ensimismada en mis pensamientos, torturándome innecesariamente, que no me percaté de nada de lo que sucedía a mi alrededor.

—Emily... —murmuraron a mis espaldas. Inmediatamente, me detuve en seco y di media vuelta con rapidez, confundida y esperanzada por partes iguales. ¿Razón? Kyan se estaba bajando de la camioneta, para luego acercarse hasta donde me encontraba a grandes zancadas. Y yo, como siempre, me quedé como tonta viéndolo. Entonces, cuando estuve a su alcance, me abrazó con fuerza, enterrando su cabeza en la curvatura de mi cuello, alterando mis sentidos y reavivando mis latidos—... ¡Dios!, te he estado buscando y llamando como un loco. Te fui a buscar al trabajo, pero vi cerrado, así que, me vine corriendo hasta aquí pensando en que te encontraría pero tu madre me dijo que saldrías tarde..., entonces regresé al centro comercial y te estuve esperando cerca de la estación de buses y me preocupé cuando nunca aparecías, luego me vine aquí con la esperanza de verte... ¡Dios!, estaba tan preocupado por ti.

—No fuiste al bar... —Fue lo único que pude pensar y decir. Se despegó solo un poco, besó mis labios y mi frente.

—Por supuesto que no iría, sin ti menos..., además sé que no te simpatizan ellas. —Fruncí el ceño.

—Pero tú...

—Lo dije porque me molesta que no confíes lo suficiente en mí, lo siento creo que fue peor. Lo lamento muchísimo.

—Fue peor —admití alejándome. ¿Sabía todo eso y aun así lo hizo?—, ¿sabes cuánto me dolió? —Negó con la cabeza, intentando, nuevamente, acercarse—. Claro que no, tú no sabes nada, tú no sabes nada de lo que he vivido y aun así hiciste eso... —reproché. Di un par de pasos hacia atrás y él dio los mismos acercándose. «Tranquilízate, Emily. No desquites toda tu frustración con Kyan, que él no tiene la culpa de tus inseguridades», murmuró mi consciencias, no obstante, me fue imposible.

—Exacto, Emily. No sé nada porque tú así lo has querido. Y no entiendo por qué, yo nunca te juzgaría..., yo te quiero, maldición —dijo exasperado. Así como, no pude ignorar que había dicho que me quería y que era la primera vez que me lo decía. Bajé la cabeza, ocultando mis ojos acuosos, yo sabía que estaba siendo injusta, pero él aceptó de forma adrede, para orillarme a contarle todo y eso no podía pasarlo por alto. Lo escuché soltar un suspiro—. Soy un tonto lo sé, no debí actuar de esa manera pero no sabía qué hacer, cuando te cierras de esa forma, me dejas sin armas para contraatacar. Lo siento, en verdad lo siento. —Sabía que tenía razón, que en parte era mi culpa por no contarle nada desde un principio. Pero nada justificaba que actuara de esa forma. Un suspiro cansino salió de mi boca, podía sentir como mi pecho se contraía, cerré los ojos y segundos después los abrí y con la determinación palpándome hablé.

—Está bien. Te lo contaré todo y espero que comprendas cuánto daño me provocaste —confesé. Me encontraba tan cansada, no sólo físicamente, sino de cargar con ese peso sobre mis hombros. Suspiré y sopesé las palabras que debía usar para decir aquella vergonzosa parte de mi pasado. Entonces, añadí—: Ella es..., Laila es con quien mi ex novio me engañó... —solté bajando la cabeza, no quería ver su expresión. ¿Qué se sentiría ser novio de una cuernuda?

—Yo..., cariño, no lo sabía —murmuró con tono ahogado. Me encogí de hombros—, soy un imbécil, por favor perdóname... —suplicó mientras me abrazaba nuevamente pero con más fuerza. Asentí con la cabeza, era cierto, no sabía nada pero eso no disminuía esa sensación de pesar, ese dolor instituido en mi pecho las últimas horas.

—Ahora ya lo sabes... —Me alejé un poco, no quería verlo a la cara, no era tanto por la vergüenza, sino que, estaba molesta y no quería ceder tan pronto, lo cual pasaría si no me alejaba con rapidez—..., debo entrar a casa, mamá debe de estar preocupada. Hasta luego, Kyan. —Besé su mejilla y luego me alejé.

Al día siguiente, como era mi día de descanso, me levanté un poco más tarde, hice toda mi rutina matutina y bajé a desayunar. Asimismo, me sentía decaída, pero con la mente un poco más clara. Saludé a mi madre quien estaba a punto de irse a su trabajo.

—Buenos días cariño, ayer tu padre llamó ya tarde... —Su sola mención me sacó una sonrisa—..., viene este domingo. —Saberlo levantó mágicamente mi estado de ánimo y despejó mi mente, pues pase el desayuno planeando cómo lo recibiríamos: haríamos su comida y postre favorito. Ya no aguantaba porque se llegara el día de verlo.

Mi mamá se fue pocos minutos después, mientras yo me fui a la sala para terminar de desayunar, prendí la televisión y dejé una película animada. Cuando esta estaba a punto de terminarse, el timbre de la casa sonó. Gruñí frustrada, ¿quién molestaba tan temprano? No le di importancia a mi vestimenta haraposa, y arrastrando los pies fui a abrir la puerta.

— ¿Qué deseaba? —pregunté con voz molesta. Y, por millonésima vez, me quise abofetear la cara, ¿qué nunca me habían dicho que antes de abrir se pregunta?

—Buenos días, bonita —dijo sin ocultar su gesto divertido al ver mi expresión de sorpresa que, luego, se convirtió en vergüenza, seguramente ya tenía mis mejillas rojas como un tomate—, ¿puedo pasar? —preguntó, dando un paso hacia adelante, al ver que no decía ni hacía nada. Me hice a un lado permitiendo que pasara. Cerré los ojos e hice una mueca de disgusto, llevaba puesto un pantaloncillo de chándal y una blusa amarilla cualquiera, mi cabello estaba enmarañado en un moño desalineado. Todo un desastre, ¿cierto?

—Ya desayunaste, ¿verdad? —preguntó, estaba frunciendo el ceño. Inmediatamente inspeccioné mi ropa temiendo haberme manchado—, lo digo porque huelo a miel de maple..., y yo que quería invitarte a desayunar —comentó decepcionado.

—Tengo más panqueques si quieres —ofrecí de forma educada, dando un par de pasos rumbo a la cocina. Me sonrió, pero había algo extraño en él, quizá por lo que una noche antes había pasado.

—Quizás luego, ahora quiero que hablemos, Emily... —Asentí con la cabeza, comprendiendo que el momento de solucionar las cosas había llegado, me senté en uno de los sofás de la sala de estar, él hizo igual solo que guardando cierta distancia. Lo observé más seria de lo que pretendía, poniéndolo, incluso, un poco nervioso, sin desearlo de verdad o quizá si un poco.

—Tú dirás —dije escueta. Posiblemente, estaba siendo muy malvada, pero no dejaría que se librara tan fácil. Por mucho que me costara, debía mantenerme lejana. Me miró por debajo de sus rubias pestañas y a continuación soltó un suspiro cansino, no la estaba pasando bien, mi corazón se ablandó un poquito, pero mantuve mi expresión inescrutable.

—Quiero disculparme otra vez, admito que no actué de la mejor forma, que nunca debí de presionarte de esa manera..., menos por medio de ella. No me justificaré, sé que no sabía la historia que tenían juntas, solo creí que no se llevaban bien y solo me dejé llevar en un momento de frustración de no saber qué te pasaba. Y, en verdad, lo siento por haberte hecho pasar un muy mal rato, te prometo que no lo volveré a hacer. —Se levantó para luego sentarse a mi lado. Giré la mitad de mi cuerpo para verlo, Kyan me encantaba como nadie, admití en mi interior—. Y pese a que no estoy en condiciones de pedir nada, me arriesgaré y lo haré... —Mordí el interior de mi mejilla, mi interior ya se estaba derritiendo conforme él hablaba, con solo ver su cara de arrepentimiento y sus ojos azules, imposiblemente tristes.

— ¿Qué cosa? —pregunté con voz impasible. Sonrió casi de forma imperceptible.

—Que, desde ahora, ambos nos tengamos la confianza suficiente para contarnos cuando algo nos pasa o si nos sentimos incómodos. Porque ni tú ni yo somos sabios para adivinar lo que nos sucede y porque, de lo contrario, vamos a tener otro malentendido como el de ayer. ¿Qué dices? —Me encogí de hombros y mordí mi labio inferior tratando de refrenar una sonrisa. Kyan no era para nada parecido a Rick o Pablo, mi novio era maduro, un poco bruto, pero también caballeroso y todo un hombre.

—Que estoy de acuerdo, yo..., no debí de actuar así, pero te prometo que cuando algo me suceda te lo contaré, solo que quizá algunas veces me cueste hacerlo..., solo tenme paciencia, ¿sí?

—La tendré, bonita... —Entonces me abrazó, segundos después, le correspondí el gesto. Me tranquilizaba saber que casi todo se había solucionado, pero aún había algo que me tenía inquieta.

—Cambiaras de número, ¿verdad? —No era una sugerencia. Lo escuché reír y de inmediato me abrazó con más fuerza; para luego alejarse lo suficiente hasta quedar a escasos centímetros de mi rostro, acarició el mismo con la yema de sus dedos y sonrió de aquella forma que me derretía como chocolate a fuego lento, justo como pasó en ese momento.

—Nunca le di mi verdadero número, sabía que, al hacerlo, una bala al corazón sería más amable que verte a ti hecha una furia. —Guiñó un ojo, mientras yo entorné los ojos estudiándolo, buscando una mínima señal de mentira. No la encontré. Relajé mi expresión y a continuación besé su mejilla, para después, con su agilidad característica, terminara sobre mi boca, amasándola y saboreándola como solo él sabía hacer y solo como a mí, descubrí, me gustaba que hiciera.

Tiempo después, le serví un plato con unos cuantos panqueques endulzados con miel y un café. Nos sentamos en los taburetes de la barra para que él comiera, mientras hablábamos de cualquier cosa y reíamos de nuestras locuras y malos chistes. Y era consciente que, cada vez, me sentía más cómoda con él, porque sabía que podía ser yo misma, sin tener que aparentar nada ni cuidar mis palabras. Y era tan relajante tener a alguien con quien hablar de todo y de nada, con quien compartir mis alegrías, tristezas y hasta el silencio. Porque si antes —y sin saberlo—, estaba sola, sumergida en una rutina y en la monotonía de mis días, él vino a darle color y alegría.

Pasamos el resto de la mañana acurrucados en el sofá, viendo películas animadas que ambos nos gustaban, jugando con nuestras manos y haciendo una nuestras risas. Y sí moría en ese instante, lo hubiese hecho feliz, nos obstante, el destino aún tenía muchas cosas preparadas para mí, para nosotros, en realidad. Y sí tan solo hubiese sido capaz de comprender la magnitud de sucesos que estaban por ocurrir, me hubiese preparado. Pero, en cambio, como soldado desarmado se me envió a la guerra.

Nos besamos una vez más; sentía mis labios muy sensibles e hinchados, seguramente tendría alguna que otra marca, pero no me importaba, besarlo era delicioso, era como saborear uno de mis más apetitosos postres, uno que nunca te cansas de probar y que te entristece que se termine. Pero era bueno saber que eso con Kyan no terminaría, sino que, teníamos la puerta abierta para saborearnos todo cuanto quisiéramos y pudiéramos.

—Por cierto, este domingo viene mi papá..., sabes lo que significa, ¿cierto? —pregunté, despegándome un poco, evitando que me besara de regreso y que, nuevamente, mi mente se nublara, a tal punto de olvidar mi nombre. Sus labios hicieron contacto con mi mejilla

—Sí, lo sé, tendré que ir a casa y preparar mi armadura... —Solté una risa, me divertían tanto sus ocurrencias—..., no te burles, no quiero dejarte viuda antes de tiempo —continuó diciendo. Hice que me mirara a los ojos y sonreía. Sacudí la cabeza.

—No digas disparates, le caes bien... —Alzó una ceja mostrando interés, reprimí del impulso de rodar los ojos, entonces añadí—: Pero..., no estaría de más que consigas un chaleco antibalas —bromeé y el gesto que su cara hizo a continuación hubiese querido fotografiarla y enmárcala—. ¡Por amor a Dios!, solo estoy bromeado.

—Que despiadada eres... —acusó, dedicándome una mirada molesta, mi sonrisa se acentuó otro poco—..., pero no me quejo, por eso y más me encantas.

—Eso ya lo sé —interrumpí. Sonrió y las arrugas torno a sus ojos hicieron que se achicaran.

—Ah sí, pero... ¿ya te dije que te quiero? —Tragué grueso, siendo consiente en como esas dos palabras cobraban un significado diferente en ese momento de mi vida. Yo también lo quería, mucho antes de siquiera saberlo. Bajé el rostro y con lentitud asentí con la cabeza; acunó mi rostro y me besó, lento y seguro, delineando con suavidad el contorno de mis labios y explorando con avidez mi interior, conmocionando, al mismo tiempo, todas las fibras que, hasta antes de conocerlo, las tenía ocultas y adormiladas, pero que solo con su presencia irrumpiendo lograron ser despertadas y vivificadas.

—Yo también te quiero —susurré sobre sus labios y con eso marqué el final de mis días como los conocía, al tiempo que me lanzaba en un mar de dulces emociones, hundiéndome en un vaivén de agridulces sensaciones, y llevándonos en un oleaje de amargos desazones.

Porque mi existencia ya nunca más iba a ser igual. 

N/A: ¡Feliz cumpleaños isabelsaruiz! Espero que estés disfrutando de este hermoso día y que Dios te bendiga mucho. Te quiero un montón ❤😘

PD: Algún día estaré en alguno de tus cumpleaños 🎂

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