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13. La fiesta

We won't - Jaymes Young ft Phoebe Ryan

Sábado muy temprano sonó mi alarma, la apagué de un manotazo. Quería seguir durmiendo, pero debía de ir a trabajar, no podía, simplemente, darme el lujo de faltar, menos cuando la firma de libros estaba tan cerca. Salí de mi cómoda cama y dejé las tibias sábanas a un lado, me dirigí al baño arrastrando los pies, pero tan pronto como el chorro de agua helada hizo contacto con mi piel, desperté.

Desayuné algo rápido y salí casi corriendo, mi madre se quedó dando vueltas en la casa igual de ajetreada. Eso nos pasaba por quedarnos hasta tarde viendo las películas de Harry Potter. Tomé, gracias a Dios, el bus a tiempo. Llegué a mi trabajo y mi jefa negó con la cabeza divertida al notar mi aspecto desmarañado y somnoliento. Entré al baño y casi saltó de un brinco, mi aspecto era como la monja de la película del conjuro.

Trabajé al mismo tiempo que bostezaba. Varios de nuestros clientes, los más cotidianos, sonreían divertidos al verme. ¡Bochornoso! Salí al medio día, agotada como nunca antes. Pues la última hora nos había tocado que estar moviendo cajas —con los libros para la presentación que sería el viernes de la siguiente semana—, para la pequeña bodega, la espalda me dolía, así como mis brazos.

Legué a mi casa, no sé cómo, pues los parpados se me cerraban. Subí las escaleras y me tiré sobre mi cama con la ropa del trabajo aún puesta. Me dormí casi enseguida y esa vez no hubo ningún intruso merodeando en mi soñar. Desperté a eso de las tres de la tarde, sentía mis mejillas tiesas y con baba. Como a eso de las cuatro y treinta llegó mi madre del trabajo, traía un montón de comprados. Todo, o bueno la gran mayoría, era para la cena. Algo que me entusiasmó de esa comida fue que ellos traerían el postre, porque, ¡vaya que les quedaban deliciosos a Keith!

— ¿Qué tienes pensado cocinar? —pregunté.

—Pechugas de pollo rellenas, ya sabes mi receta especial. —Guiñó un ojo, sonreí negando con la cabeza.

Le ayudé a pelar y cortar verduras, mientras ella limpiaba las pechugas y hacia su marinado y relleno especial. Hicimos arroz y ensalada rusa —papas cocidas cortadas en cuadros, remolacha picada y aderezo de mayonesa—. Cuando el reloj marcó las seis, las pechugas ya estaban en horno. Subí a mi habitación y me aseé por completo. Lavé mi cabello y lo humecté. Salí envuelta en una toalla, entonces comencé a secar mi cabello y luego a hacerles ondas. Nada complicado. Me enfundé un jean no tan degastado y una blusa azul marino, unas sandalias de piso. Era un milagro que hubiese hecho todo eso en menos de una hora.

Salí y mi madre me estudió de pies a cabeza y me sonrió con aceptación, ella se miraba muy hermosa con un jean oscuro y una blusa desmangada color miel. Le ayudé a poner lo que faltaba de la mesa, y justo cuando acomodaba el último vaso de vidrio el timbre sonó. Mi mamá fue a abrir la puerta y yo me refugié en la cocina. La respiración comenzó a ser más inconstante y mis manos sudaban, mi estómago sentía un cosquilleo incesante. Escuché primero la gruesa voz de George, luego a Keith y por último a Kyan, quien halagó a mamá. Rodé los ojos, le era tan sencillo enganchar a las personas.

— ¿No está Emily? —preguntó Keith, era tan dulce. Entonces salí. George y su esposa me sonrieron muy amables y esta última me abrazó mientras susurraba un: te ves preciosa. Sentí mis mejillas sonrojar, entonces mis ojos se posaron en él...

Me observaba con los ojos bien abiertos, sorprendidos con demasía. Le sonreí por educación y luego los guiamos al comedor para ocho personas. Pronto servimos la comida y tomamos asiento junto a ellos y, para variar, Kyan estaba sentado frente a mí.

—Espero que les guste lo que con Emily, hemos preparado —dijo mi madre.

—Se mira y huele delicioso, dudo que sea de otra manera —halagó Kyan y no me sorprendió su comentario ni un poco, él sabía muy bien cómo envolver a la gente.

—Concuerdo con mi hijo y..., Emily, que linda te vez ahora —dijo Keith, para que luego comenzara a decirle a mi madre que buen trabajo habían hecho con mi padre, sentí que mi cara se calentaba, así que, me enfoque en comer, mientras solo los observaba por debajo de mis pestañas. No obstante, aun con mis intentos para pasar desapercibida, no pude ignorar el hecho que Kyan me miraba, ya que, no podía disimular. «O quizá no quiere disimular», murmuró una voz en mi cabeza. Traté, con todas mis fuerzas, de ignorarlo, de que, el tenerlo tan de cerca, no me afectara.

— ¿Se debe a algo especial, Emily? —cuestionó Keith, varios minutos después. No entendí su pregunta, así que, pestañé un par de veces. Abrí mi boca sin saber qué decir.

—Sí, irá a una fiesta más tarde con sus amigos —respondió por mí, mi mamá.

—Oh, eso suena divertido —dijo Kyan, sonriéndome de una forma muy extraña. Mi ceño se pronunció, ¿qué le ocurría?, ya que, noté cómo su quijada se tensaba un poco y sus ojos se habían dilatado. Pasé saliva con dificultad, poco aturdida, pues erra imposible saber lo que se maquinaba en su cabeza.

—Sí, las fiestas siempre son divertidas... —Comencé a decir, sin embargo, una mala idea, a raíz de su actitud, se formuló en mi cabeza. «Cállate, Emily. No digas nada de lo que puedas arrepentirte». Pero me fue inevitable no hacerlo, y aquí venía—: Lo son aún más cuando se va bien acompañado —dije. Si, si, lo amito, mi comentario insinuó otra cosa, pero ya era demasiado tarde para retractarme, menos al ver su reacción. Alzó una ceja de forma retadora, abrió la boca para hablar, pero mi mamá se adelantó.

— ¿Por qué no llevas a Kyan?, así y le presentas a tus amigos... — ¡Mi madre era el colmo! Casi me atraganté con mi bebida, luego de esos embarazosos segundos en los que trataron de ayudarme a que no me ahogara, Keith intercedió.

—No tienes por qué molestarte...

—No mamá, Sara tiene razón. Me encantaría ir y conocer más personas. Bueno, si es que a Emily no le molesta llevarme —dijo con gesto inocente, pero ambos sabíamos que me estaba probando, que quería hacerme quedar mal. Pasé a duras penas el bocado y fingí la mejor sonrisa que pude, al tiempo que me encogí de hombros, tratando de mostrarme relajada, como si el hecho de que Kyan pudiera ir no me generara absolutamente nada.

—Claro, yo no le veo ningún problema —respondí. Lo miré y sonreí. A ver si seguía tan valiente como presumía. Nos miramos a los ojos por unos cuantos segundos, entonces habló fuerte y claro.

—Excelente, ¿nos vamos juntos? —Mordí mi lengua, estaba tirando demasiado de la cuerda.

—Fíjate que ya había quedado con mis amigos pero puedes venirte con nosotros, no hay problema. En serio... —El hilo estaba por reventarse.

—Pero la cena aún no termina... —murmuró Kyan. ¡Lo odiaba! Mi madre estuvo de acuerdo con él.

— ¿Por qué no les llamas y les dices que los alcanzaras allá? —concilió mi mamá.

—Así no se van sin probar el postre —opinó Keith. Todos los ojos se posaron en mí, sentí, de inmediato, el pesor de esa decisión en mis hombros, el peso de las apariencias.

—Claro, porque no... —respondí con fingida despreocupación. Kyan sonreía victorioso al otro lado de la mesa y me entraron unas tremendas ganas de agarrarlo de la camina y estamparlo contra la ensalada y borrar su sonrisa petulante.

Cuando el momento del postre llegó, me alejé para marcarle a Laura, a los tres toques respondió.

— ¡Hola!, ¿pasa algo? —preguntó. Y sopesé en decirle que me recogiera después, podría escaparme y a mi madre e invitados decirles que la fiesta se había cancelado..., pero contando con mi racha de mala suerte no lo vi conveniente.

—Te llamaba para decirte que los alcanzaré en la fiesta... —Comenzó a decirme un montón de barbaridades—..., si, si iré. ¡Laura! Mi madre hizo..., bueno, luego te explico, pero Kyan, mi vecino, ira conmigo..., si, si, luego te cuento. Allá te veo. —Luego colgué. Guardé el móvil en el bolsillo trasero de mi jean y di media vuelta, entonces pegué un respingo al ver a Kyan a metro y medio de mí, mirándome con picardía y sonriendo de esa forma que odiaba—. ¡Vas a matarme de un susto! —exclamé—, ¿querías algo? —pregunté por educación.

—Sí, quería saber cómo debo de ir vestido a la fiesta. —Entoné los ojos, ¡estaba llegando muy lejos!, pero él parecía más que divertido.

—Puedes ir como gustes —dije seca. Caminé e intenté pasar a su lado, entonces me detuvo.

—Pasaré por ti dentro de cuarenta y cinco minutos, ¿está bien? —preguntó con su tono de voz demasiado suave, "conciliador". Tragué grueso.

—Como quieras. —Me zafé de su agarre y regresé al comedor.

Tiempo después salió, diciendo ante todos que en media hora vendría por mí. ¡Dios!, nunca había fingido tanto que una persona me agradaba. Minutos después que se fue Keith y George, subí a mi habitación. Me enfundé mi vestido, retoqué unas ondas y me maquillé. Me calcé unas plataformas a juego, no tan altas, busqué un bolso que combinara y guardé las llaves de la casa, mi móvil y dinero para cualquier emergencia.

—Te ves hermosa —dijo mi mamá, estaba apoyada en el marco de la puerta. Le sonreí, no podía enojarme con ella por el embrollo en el que me había metido, porque, en parte, era mi culpa por no contarle toda la verdad, ella hacia todo de buena fe—, Kyan acaba de llegar. —Asentí con la cabeza.

—Ya bajo.

Cuando me encontré sola, tomé mi bolso y me vi por última vez en el espejo. Fingí una sonrisa, respiré un par de veces y entonces bajé. Y conforme iba descendiendo los escalones su voz se iba haciendo más clara y fuerte así como su risa y eso hizo que mis piernas comenzaran a temblar. « ¿Qué será de mí el resto de la noche?» Me pregunté con miedo a la respuesta.

—No seas cobarde, solamente es un chico más... —Me dije.

Me acerqué hasta la sala. Y cuando se percataron de mi presencia las voces cesaron. Mi madre me vio con ojos brillosos y amorosos y el otro par..., no tenía ni idea de lo que sentían. Sonreí de forma generalizada, pero en mi interior estaba siendo presa de un maremoto que estaba desordenando todo a su paso, mis emociones y sentimientos, acabando con mi sosiego.

— ¿Llevas todo? —preguntó mi mamá con su instinto protector al asecho. Asentí con la cabeza—, bueno ya sabes la hora del toque de queda —apuntó.

—Lo sé, vendré temprano. Lo prometo. —Volví a ver a Kyan—. ¿Nos vamos? —Mi voz salió dura, pero trate de suavizarla con una sonrisa.

—Claro, prometo traerla temprano —dijo, dirigiéndose a mi mamá.

Salimos uno al lado del otro, y no sé si era solo mi idea pero sentía la electricidad a nuestro alrededor, eran como choques magnéticos. Kyan abrió la puerta para mí, como un gesto de galantería que en otras circunstancias me hubiese derretido, pero en ese momento me pareció falso y doloroso. Era solo una apariencia. Evité el contacto físico al momento de subirme, yo podía solita. Segundos después se subió y arrancó el motor, me despedí de mi madre con la mano y luego nos alejamos a toda velocidad. Me pegué a la puerta y fijé mi atención a la ventana, observando las calles como si fuesen la primera vez que las recorría. Temía en gran manera de ver sus ojos azules y perder los estribos. Lastimosamente, en esos momentos y con la creciente atracción —de mi parte—, que había descubierto, no me fiaba de mi misma.

— ¿Piensas no hablarme en todo el camino? —preguntó. Volví a verlo y lucía divertido. Rodé los ojos, ¿no se cansaba de molestarme?

—Solo estoy tratando de hacer más fácil de llevar esta situación para ambos, de hacerla lo menos incómoda posible —apunté elevando el mentón. Soltó una corta risa.

—A mí no me es incómoda, al contrario, me siento muy a gusto contigo —comentó. Resoplé, ¿quién lo entendía?

—Lástima que no es mi caso —repuse, un tanto envalentonada. Lo escuché suspirar.

— ¿Podríamos llevar la fiesta en paz solo por esta noche? —Me encogí de hombros, eso estaba intentando—, iremos a una fiesta, creo que deberías estar entusiasmada.

—Lo estoy, no te creas tan importante —espeté.

— ¡Auch!, eso dolió —bromeó.

No dijimos nada el resto del camino, solamente lo estrictamente necesario para darle indicaciones sobre cómo llegar. Cuando dimos con la casa, nos parqueamos detrás de una enorme hilera de autos. Nos bajamos y comenzamos a caminar sobre la acera, la música se escuchaba retumbante y desde lejos se podían observar luces de distintos colores, así como infinidad de jóvenes con sus vasos de plástico, unos bailando y otros nada más platicando animadamente.

Entramos a la casa y de inmediato comencé a escanear el sitio, buscando ubicar a alguno de mis amigos o a algún conocido. Pero necesitaba con más urgencia presentarle a Kyan a alguna persona y así escabullirme de él. Pero conforme nos internábamos en la casa fui consciente de cómo robaba miradas del sexo femenino, lo cual me desagradó demasiado y sentir eso me enojaba aún más. Y descarté la idea de presentarle a una mujer.

Miré por encima de mi hombro, me seguía e iba muy pendiente de mis movimientos, de cada paso que daba. Pero no me hice ilusiones, porque sabía que la razón de no despegarse de mí era porque no conocía a nadie todavía.

A lo lejos divisé una melena rubia y puedo jurar que vi los cielos abiertos. Comencé a caminar más aprisa, pero el tumulto de personas no me ayudaba en lo absoluto. Y ni hablar de mi estatura, eso lo hacía más complicado. Estaba a cuatro metros de mi amiga, sin embargo, y de un momento a otro, un grupo de chicos, de enormes proporciones, se atravesaron en mi camino. Grité por encima de la música pidiendo permiso hasta que uno me escuchó y me escaneó de arriba abajo, sus ojos brillaron de una forma que no me gustó nadita y que me hacía sentir incómoda. Tragué grueso al ver cómo elevaba la comisura izquierda de su boca, de forma perversa. Me detuve y estaba a punto de dar media vuelta, con toda la disposición de huir..., cuando sentí que me tomaban de la cintura de forma posesiva.

—Vamos, sigue..., yo te cubro —susurró Kyan en mi oreja. ¡Dios!, sentir su aliento cálido cerca de mi cuello provocó que mi piel se erizara al instante y que mi estómago comenzara a ser preso de una revolución animal.

Apretó su agarré torno a mi cintura haciéndome reaccionar, dio un paso empujándome hacia adelante y yo solo bajé la cabeza, mirando hacia el piso y..., a sus manos en mi cuerpo. El grupo de hombres se hizo a un lado, permitiéndonos pasar. Levanté la cabeza, preparándome mentalmente para cuando me soltara, no lo hizo..., hasta estar frente a mi amiga, quién me vio con una ceja alzada y una sonrisa cómplice. Negué con la cabeza, callándola de tajo, seguro iba a decir alguna locura.

— ¡Pensé que no vendrías! —dijo Lau, alzando la voz.

— ¡Te dije que si lo haría! —reviré. Volví a ver a Kyan, le sonreí a boca cerrada y le pedí que se acercara—, ¡él es Kyan y ella es Laura! —Los presenté, estrecharon sus manos. Luego hice lo mismo con los demás conocidos, pronto lo vi entablar una plática con el anfitrión de la fiesta eso me tranquilizó.

Laura me pidió que fuéramos a bailar y así hice. Danzamos no muy lejos de nuestro círculo de amigos, y era consciente de la mirada de Kyan sobre mí y eso me ponía más nerviosa, pero traté de no prestarle mucha atención, me costó pero lo logré. Un ritmo electrónico estaba sonando y era divertido bailarla, pues cantábamos y hacíamos pasos ridículos. Fue cuando..., vi a Caleb bailando con una castaña, « ¿y Kyan?», me pregunté. Lo busqué con insistencia, hasta que lo vi..., y lo que vi me hizo echar humo por la orejas. Entonces, presa de un absurdo impulso, y cuando menos me di cuenta, ya iba caminado en su dirección, hasta situarme frente a ellos. La pelirroja notó mi presencia y sonrió con malicia. ¡Maldita cabeza de fosforo!

—Hola, Emily. ¿Buscabas algo? —preguntó y no pude ignorar el hecho que tenía su palma sobre el antebrazo de mi..., de Kyan.

—Hola, Laila... —Su nombre salió de mi garganta como acido quemando—..., y sí, vine a traer a Kyan para que bailemos, ¿qué dices? —pregunté al rubio. La pelirroja me observó con odio y rivalidad. Me importó poco. Él había venido conmigo y no era malo que bailáramos, ¿no?

—Pero estamos hablando —dijo. No la volví a ver ni un segundo, ignorando la sensación de bochorno. Kyan sonrió y sus ojos mandaban mensajes que no sabía descifrar. Y por un momento pensé que me rechazaría.

—Seguimos hablando en otro momento. Que ya se me antojó un baile —dijo. Se disculpó y luego extendí mi mano —mi cuerpo había tomado mente propia—, enlazamos nuestros dedos y caminamos a la pista. Y, casi, hago un baile de la victoria.

Llegamos hasta la mitad de la pista de baile improvisada. Giré para verlo de frente y sonreía, le devolví el gesto. Y me sentía tan torpe, no hallaba donde poner mis manos. Él notó mi incomodidad y las tomó y posicionó sobre sus hombros y de inmediato las suyas se fueron a mi cadera, no era una canción lenta pero se prestaba para bailarla así..., de juntos.

— ¿Me vas a explicar que fue todo eso? —Fruncí el ceño, fingiendo demencia. Rodó los ojos—, lo de hace un momento. —Torcí el gesto, ¿cómo le decía que ella y yo no nos llevábamos?, ¿qué ella era la causante de mis desastres amorosos? No, no lo haría. Igual a él no le importaba.

—Nada, solo que no es una buena compañía —dije. Me miró incrédulo—, eso y que tenemos una vieja rivalidad. —No mentía, solo le oculté parte de la verdad, la cual no era necesario que conociera.

—Me gustaría creerte... —Abrí la boca para rezongar—..., pero sé que no es toda la verdad —susurró de nuevo cerca de mi oído. Su aliento cálido quedó suspendido en la zona y su olor a menta inundó mis pulmones. Cerré los ojos al sentirlo así de cerca, su barbilla la percibía cerca de mi oreja y sus manos aferraban con suavidad y firmeza mi cadera. Se sentía tan bien, realmente bien.

No dijo nada más y terminamos de bailar la canción, luego comenzó otra que era más movida. « ¿Y ahora qué?» Me soltó y se alejó y, por un momento, pensé que se iría de nuevo con ella..., pero, en cambio, tomó mis manos y comenzó a moverse al ritmo de la música, movimientos demasiado exagerados, que pronto me sacaron más de una risa, logrando que por fin me relajara y me dejara llevar por él.

Bailamos no sé cuántas canciones, varias eran de ritmos que desconocíamos cómo debían bailarse así que improvisábamos y eso lo hacía aún más divertido. Recuerdo muy bien que reímos, que hablamos sobre muchas cosas no tan importantes pero nos estábamos llevando bien. Luego mis amigos se nos unieron y comenzamos a bailar en grupo, apareció Luck quien me miró frunciendo el ceño a lo que yo respondí con una sonrisa.

Laura estaba haciendo unos pasos de robot demasiado cómicos y no paraba de reír, Kyan estaba a mi lado, muy cerca. Podía sentir que reía sobre mi oído. Fue cuando, de un segundo a otro, un grupo de chicos se metió entre nosotros, avanzando sin importarles si empujaban o se pasaban llevando a alguien, cómo a mí. De pronto, me vi rodeada de muchos de ellos, eran enormes, pero todo se detonó en mi organismo —el miedo, la desconfianza y las alertas—, cuando analicé de quienes de trataban, todo empeoró cuando uno de ellos se situó frente a mí, obstruyéndome, de nuevo, el paso. Giré mi cabeza a todos lados, ya no miraba a mis amigos, ¡demonios! Volví mi atención a ese..., tipo y sus ojos estaban rojos, como si hubiesen sido inyectados con sangre, y eso me dio muy mala espina. Le sonreí con amabilidad e intenté alejarme, dando media vuelta, pero me tomó del codo y me haló, estampándome de lleno contra su pecho. El tipo apestaba a alcohol y a otras cosas.

—Ven muñequita, vamos a divertirnos un poco... —dijo muy cerca de mi cara. Su aliento era igual de desagradable. Negué instintivamente con la cabeza, ¡ni de loca!—..., ven —zanjó, me tomó con fuerza de mi cintura y comenzó a caminar en reversa, para una zona demasiado oscura, entré en pánico y comencé a removerme con rudeza.

— ¡Suéltame!, ¡no quiero ir contigo, suéltame! —exigí, alzando la voz. Pero nadie parecía escucharme. Intenté clavar mis pies al piso pero él tenía mucha más fuerza que yo. Hizo el amago de querer besarme, por auto-reflejo giré el rostro, al tiempo que le propicié una cachetada—. ¡Te dije que me sueltes! —grité con todas las fuerzas que tenía, fue cuando, en menos de tres segundos, él ya no estaba.

Desatándose así, el caos.

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