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Tres chicos lo rodeaban. La clase estaba vacía. Afuera el cielo nublado de otoño llevaba a los estudiantes a refugiarse de la lluvia. Logan observaba a sus tres compañeros y sus sonrisas como los cristales que utilizaban para encantar objetos, más frías, más siniestras que eso.

—¿No está tu novia para defenderte hoy?

—¿Con quién va a acusarnos? —Los tres, sus uniformes, sus corbatas, se acercaron como buitres—. Sabes, dicen por ahí que eres raro. Yo creo que solo eres molesto.

A veces prefería que fueran directos como ellos a las sonrisas y los susurros. Lo prefería a quienes llamaba amigos solo para que Alessia le mostrara la verdad de sus apariencias y las burlas ocultas. Esto era más sencillo.

Esto usualmente acababa con más heridos.

Logan miró atrás a las ventanas y a las sombras del patio que no podían verlo. No a él. Los pupitres bloqueaban todo camino y, si no era eso, eran los tres osos. Luna a su espalda le pedía que se defendiera. La voz de la detective, de sus tíos, le decía que aguantara los golpes como siempre lo había hecho.

Pero eran tres, no uno. Alessia estaba en la oficina del director por algo que no le dijo. Estaba solo.

El primero se lanzó contra él. Sus instintos actuaron antes que la razón cuando sus manos se alzaron para detenerlo y se estrellaron contra su pecho.

Las sombras son criaturas ambiciosas, persisten en la sangre y recorren un camino silencioso hasta los ojos, hasta teñirlos de negro con sus memorias. Su padre nunca le había enseñado aquello, pero las sombras eran leales a solamente uno desde la caída de los monarcas.

El chico retrocedió cubriéndose los ojos y tropezó con una silla, su cuerpo se dobló sobre ella y se resbaló hasta el suelo. El impacto contra la baldosa hizo eco en el aula vacía. Logan presionó sus manos contra los pupitres delante de él deseando más que nunca saber desaparecer como su padre, controlar lo que no sabía utilizar más que por instinto.

Un grito hizo eco entre las paredes y tras las ventanas llamó a todos los que estuviesen cerca.

El metal de los tubos y la madera de la mesa se deshicieron frente a sus ojos en una sombra. Chocó con Alessia en la puerta; ella tropezó y la mano de Logan se extendió para atraparla, pero su piel no podía soportar tanto frío.

Apartó su mano, solo veía su camisa blanca y su corbata torcida, la que casi siempre acababa deshecha antes del mediodía.

—¿Qué hiciste? — le gritaban los otros dos, que habían corrido a socorrer a su amigo. Los ojos del chico pasaban del negro al cafe de siempre y el intenso dorado en los de Logan, como el fuego de forja, se apagó en ambar.

El cuerpo de Logan evitaba que Alessia mirara al interior. No había nada, nada extraño, nada diferente: solo miedo y una mente quebrada por las pesadillas.

Comprendió entonces las advertencias que siempre había recibido, la importancia de su secreto. Pero nadie le había dicho nada sobre controlarlo, sobre perder el control y sobre qué pasaría cuando todo se transformara, en cuestión de minutos, en una catástrofe.

• • •

Las sombras seguían inquietas, su corazón seguía inquieto. Alessia había tomado su mano enguantada y huido, más allá de las puertas y las calles del colegio. No estarían allí cuando el desastre llegara a oídos de sus profesores y los enfermeros.

Alessia se refugió bajo el puente que cruzaba el río no muy lejos de su barrio. El camino pavimentado dió paso a la tierra y el césped abandonado junto al caudal blanco por la espuma y roto por las piedras. Las primeras gotas de lluvia impactaron en el agua y trajeron con ellas una sinfonía ensordecedora.

Acorraló a Logan contra la pared de piedra. A él le faltaba el aire, ella estaba acostumbrada. Aun así ella no hizo la primera pregunta.

—¿Por qué llegaste?

—Salía de la oficina. Eliza me avisó que te vieron por las ventanas y que estabas en problemas; corrí y escuche un grito, pensé que eras tu pero claramente no. — Sacudió la cabeza para apartar su cabello de su rostro, sus mejillas estaban rosadas igual que las de él, sus manos estaban contra su pecho que subía y bajaba al ritmo del segundero—. ¿Qué.. ? Solo, ¿Qué carajo, Logan?

Logan temblaba, las sombras susurraban en mil voces y se movían en las paredes, crecían como las enredaderas y amenazaba con llevárselo también tan solo para protegerlo, alejarlo de su caos, del mundo que ya les había quitado tanto.

—No estabas, eran tres, tuve que defenderme. Odio defenderme. — Las señas se sucedían tan deprisa que Alessia tenía problemas para comprenderlas—. Yo no quería lastimar a nadie. Yo no quiero volver a dañar a nadie. Nadie.

Una lágrima a la que le sucedieron más marcó el compás de la culpa de Logan. Alessia solo había escuchado gritos, las preguntas demandando saber qué hizo, pero no comprendía, no lo creía. Abrazo a Logan con el murmullo del ruido ocultandolos de los curiosos. Las sombras cedieron, se desvanecieron con el viento.

Incluso alguien como él tendría que golpear de vuelta alguna vez. Pero él siempre había detestado la violencia, siempre había estado en contra de sus pleitos y la forma en que respondía a los profesores cuando no quería hacer la tarea.

—Solo estabas defendiéndote —le susurró Alessia—, no hiciste nada malo.

La calidez que irradiaba de su cuerpo era como la luz de las tardes que habían pasado bajo los árboles y sentados junto a aquellas aguas. Logan sacudió la cabeza.

—No puedes dejar que te lastimen, yo no voy a estar siempre para protegerte.

—¿Por qué te irías? — Logan se apartó para buscar la respuesta en sus labios.

Los ojos plateados de Alessia reflejaron las aguas del río y todas las nubes del mundo cuando se apartaron de los suyos. Sacudió la cabeza, se alejó un paso de Logan y levantó su mochila del suelo donde había caído. Para su suerte, no llevaba ningún frasco como los que Logan llevaba para sus clases.

Algún día alguien vería al chico brillante detrás del silencio, el que nadie parecía ver en las clases aun si tenía todas las respuestas.

Pero ella ya no estaría cuando eso sucediera.

Nunca le preguntó qué quería ser de mayor, tal vez porque ella nunca tuvo la oportunidad de decidirlo.

—Regresemos. Tenemos que hablar con tu tío y aclarar esto antes de que alguien tergiverse la historia. Siempre salen con disparates.

—Por favor, aún no. —Logran pedía poco y Alessia nunca lo habría obligado.

La lluvia eran cortinas a los lados del puente. Se sentaron uno junto al otro en el césped, su espalda contra la pared. Como tantas veces la cabeza de Alessia se apoyó en el hombro de Logan. Frente a sus ojos pasaban todos los secretos que le había negado por lo que vendría y lo que sería.

—Logan, a ti no te gusta la violencia. ¿Crees que soy violenta?

—Creo que estás dispuesta a defender a los que no pueden hacerlo solos. Usas la violencia pero no como primera respuesta y yo puedo respetar eso.

—¿Y si lo fuera? ¿Me odiarías por eso? —Alessia ahogó el nudo en su garganta con esa pregunta.

—No podría odiarte. ¿Por qué estás pensando en eso?

—Mi mamá quiere que haga algo y yo no quiero hacerlo, no quiero convertirme en esa persona.

—Entonces no lo hagas.

Alessia río, cerró los ojos y deseó que las cosas fueran así de simples. Volvió a abrir los ojos para seguir conversando con Logan. Solo su voz se oía entre la lluvia y la oscuridad del atardecer.

—Solo quisiera una luz en toda esta oscuridad.

Logan fijó su mirada al otro lado del puente, en la otra orilla y el lobo que los cuidaba desde aquella oscuridad. Sus palabras le recordaban a su padre, cuando era niño y aún temía perderse entre los árboles. Debía aprender a controlarlo, quizás esta era una buena forma de empezar.

Una única mariposa cuyas alas se iluminaron en dorado cruzó sobre el agua, desde la otra orilla hacia ellos y se posó sobre el pantalon negro del uniforme de Alessia, sobre su pierna recogida.

Alessia levantó su cabeza con sorpresa y la sonrisa reemplazó las lágrimas que Logan ni siquiera había sabido que caían.

—Mira esto, nunca había visto algo así, deben ser mágicas —exclamó con esa fascinación que hace meses Logan ya no veía en ella—. ¿Las habías visto?

Logan asintió y la sonrisa de Alessia solo creció. La mariposa aleteo y subió entre las escasas gotas que aun caían para desvanecerse sobre el puente donde Alessia ya no pudiese ver la magia caer.

—Sabes, yo no he olvidado mi promesa. De mi no tienes que preocuparte.

Alessia, que apenas ya veía algo en la oscuridad, se secó las lágrimas y se puso en pie.

—Vamos, en algún momento tenemos que enfrentar la realidad. Ambos tenemos que hacerlo.

•••

Por una vez la reputación silenciosa de Logan le permitió evadir las consecuencias de su desastre. Alessia tradujo para sus tíos la verdad a medias de los hechos, de golpes que nunca se dieron porque de sombras no se hablaba en aquella casa. Al día siguiente parecía que nada nunca hubiese pasado y los sábados por la mañana eran iguales a todos.

—Logan, ¿a dónde va Alessia? —Mika tiró de su chaqueta para apartar la atención de su hermano de su dibujo.

La pequeña se alzaba de puntillas para mirar a través de la ventana de la sala que daba a la calle y la casa de enfrente. El motor de un auto con sus vapores mágicos y su carcasa metálica traqueteaba a la puerta de la casa.

Con cuatro años y la capacidad de los niños, había aprendido los idiomas de su hermano mayor: sabía el significado de sus gestos y miradas, sabía leer sus señas y escuchar a las sombras. Pero la expresión cuando su hermano se asomó a la ventana no la conocía, ni la manera en que todas las sombras lo persiguieron a la puerta.

Alessia empujó su maleta junto a las demás en el asiento trasero y alzó la vista una última vez a la casa de su vecino. Tenía un pie en el interior cuando la puerta se abrió y se estrelló contra los ladrillos.

— A- Alessia —gritó su mejor amigo.

Casi era el niño que no quería bajar del auto y estaba tan lejos de él. Su cabello negro como la noche, sus ondas que conocia tan de cerca, sus ojos como el oro de las joyas y sus labios que no conocian las palabras y ahora las gritaban.

Su voz, quebrada por los años de silencio, era más grave de lo que había pensado, con un acento distante, extraño y muy lejano, uno que solo podría pertenecer a él, con las sílabas aún mezcladas pero su nombre tan claro entre ellas. Un regalo de despedida.

Alessia encontró su mirada al otro lado de la calle y, con lágrimas en sus ojos que su madre jamás habría permitido caer, levantó una mano en señal de despedida. Quería pedirle tantas cosas, decirle aun tantas más, pero con su promesa le bastaba por ahora y tenía que bastar para siempre.

A veces las personas dicen hasta luego para despedirse. Alessia decía adiós porque su despedida estaba cargada de un para siempre.

• • •

La división entre el norte y el sur se había formado con sangre y fuego mucho antes de los diecisiete años que Alessia llevaba viva: esa era la historia que contaba su madre, una historia de derechos de sangre, alianzas y traiciones, de venganzas aún no cobradas.

—Basile es tu apellido y es uno que llevarás con orgullo porque tu derecho es gobernar como lo hicieron mis abuelos. Tú deber es reinar.

Su madre hace meses ya no los acompañaba, pero sus palabras no la dejarían, menos ahora cuando los años de preparación llegaban a su fin. Solo había un final aceptable.

Las puertas de metal, sus verjas como viñas entretejidas se abrieron frente a Alessia. La mano de Cyrus soltó la suya y su hermano dio un paso atrás. El vestido que llevaba era negro, sus encajes en plata atrajeron la luz de la tarde que llenaba la plaza. Su cabello era el fuego que no ardía en sus ojos enfriados como las estatuas metálicas y los monstruos que representan.

Era una niña. Debía ser una reina.

Los candidatos, todos prometedores, eran igual de jóvenes que ella, igual de aptos para tomar el lugar de un rey enfermo sin descendencia, sin cabeza para reinar. Ni todos los exámenes teóricos o prácticos hallarían al rey perfecto, sin importar cuántos probaran. No eran aptos. Esta era la forma de determinarlo, como se había hecho y prohibido hace siglos.

Una arena nunca declarada. Un ganador.

Nadie escribió las reglas, pero ella decidía el juego.

La espada que desenvainó brillaba con el fuego con el que había sido forjada. Había entrenado para esto, ese era su destino.

La espada cortó limpiamente la primera cabeza. Junto a ella rodaron las demás. Soldados en las esquinas desenvainaron sus armas, pero un gesto del general, ansioso por el resultado, los detuvo. Los cuerpos caían como trapos, las armas se rompían contra el fuego que ardía en su espada, en su pecho. Las piedras se tiñeron del rojo que sus antepasados habían derramado en contra de los Basile. Habían elegido a los débiles para el trono, débiles como el rey, y ella no tenía tiempo para juegos.

Eran niños. Eran sus enemigos.

Alessia alzó la mirada al general parado en el balcón, observando la masacre con la quietud de los pilares. Sus ojos desafiaron el horror de la sangre inocente. No tan inocente.

Hilos rojos recorrían su piel y manchaban la tela del vestido, rojo hervía el líquido en la espada y salpicaba sus botas.

—¿Quién eres? —El general saltó del balcón y apuntó a Alessia con la punta de su espada, reluciente por el veneno.

—Alesia Basile. —La sorpresa en la expresión del general que traicionaba su mirada de mármol le sacó una sonrisa—. No se moleste en presentarse, sé perfectamente quién es usted.

La espada se alzó una última vez por aquella tarde para aumentar su cuerpo al de los niños. Detrás de Alesia soldados vestidos de gris y de negro, mercenarios, marcharon junto a ella. Su mirada se alzó al palacio, a sus paredes blancas y el oro reflejado en los charcos carmesí, en las armaduras de los soldados inmóviles sin un líder.

Cyrus fue el primero a su lado; sus ojos aún desconocidos a la muerte se detuvieron en el cuerpo del general antes de alzarse a la soldado que entre todos caminaba hacia ellos. Una muchacha de cabello anaranjado, uniforme azul marino y mirada sagaz se arrodilló frente a la reina.

—Ponte a mi derecha. —Alessia hace mucho había enterrado su dolor en medio del deber. Necesitaban una reina—. Que alguien limpie este desastre.

Esa noche una corona trenzada fue colocada sobre su cabello ante un pueblo parado en medio de las manchas mal lavadas de una masacre. 

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