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VIII

Algunas personas lo sacaron del río. Le preguntaban mil cosas que casi sonaban en otro idioma: rápidas, incomprensibles, raras.

Su brazo ardía. ¡Cómo ardía! El dolor le nublaba parcialmente la vista. Sus pies con suerte lo sostenían sobre el césped junto a la carretera. Se había negado a avanzar más allá a la ambulancia que lo llevaría a quién sabe dónde.

Autos, vehículos que solo había visto en los libros, aguardaban junto a la acera. Su forma era tosca, como trenes sacados de un riel, traqueteando con sus luces encendidas y sus motores botando vapor a la noche. Casi todos eran negros, hasta la ambulancia.

Sus sirenas taladraban su cabeza pero no podía soltar a Mika para cubrir sus oídos. Policías con sus uniformes y camisas, bomberos con sus trajes rojos, paramédicos con trajes blancos. Luces blancas, rojas, azules. Parpadeaban tan rápido que Logan no creía distinguir ya nada en su campo de visión. Borrones de movimiento, gritos inentendibles en medio del ruido, solo ruido agolparse en sus oídos como todas las estrellas desplomándose a la tierra.

—¿Cual es tu nombre? —le repetía el paramédico arrodillado frente a él.

Groseramente le apuntaba una linterna a los ojos. Logan se giró e intentó seguir corriendo calle abajo, lejos de esos extraños. Un policía corrió tras él y lo retuvo por el cuello de la camisa. Se retorció para soltarse.

Un paramédico sacó a Mika de sus brazos. Logan se debatió con más fuerza. Intentó girar para morder a su captor pero era mucho más fuerte. Sus manos buscaron tapar sus oídos, su grito se alzó sobre el tumulto de ruidos y atrajo a tres paramédicos. 

Bomberos salían de entre las llamas con reportes, reportes que ya conocía. No quedaba nadie vivo.

Un paramédico reemplazó al policía con palabras que Logan ya no podía entender. Cuando aflojó su agarre por cansancio, por un descuido o por falta de atención. Fuera cual fuere la razón, Logan aprovechó esos segundos para correr calle abajo. Pasó autos y faroles en la carretera.

¿A donde correría?

Mika.

Logan volteó en un movimiento tan brusco que casi lo dejó en el suelo. Oficiales corrían tras él en la noche.

Una aguja se introdujo en su piel sin que Logan lo sintiera sobre el dolor.

• • •

—No sabemos qué puede hacer, permanecerá aquí hasta que acaben las investigaciones. —Logan escuchaba la voz ronca desde algún punto a su alrededor.

Algo le picaba en la nariz y la luz reflejada en las superficies blancas punzaba sus ojos a través de sus párpados cerrados. Abrió los ojos a su brazo totalmente vendado y su mano esposada al borde metálico de una camilla.

Su piel aún se sentía como quemada por el sol, aunque su mente estaba demasiado adormecida para procesar el dolor.

—No cree que él lo haya hecho, ¿o sí? Capitán, no puede creer... Podrá ser uno de ellos pero eso no quiere decir que haya hecho nada —Otra voz llegó desde algún punto del pasillo a través de la puerta entreabierta—. Mire, no haga nada hasta que regrese; usted es capitán pero yo soy la detective a cargo del caso.

Logan tiró de la cadena. En medio del blanco de la habitación buscó sombras. Nunca lo había hecho a propósito, pero su padre lo había hecho. Llamó a Luna desesperado porque lo sacará de allí. Ella se acercó cautelosa desde una esquina y sus ojos encontraron los del niño. Pareció contar hasta tres y la sensación de caída libre se apoderó de Logan.

El piso estaba helado bajo sus pies, su ropa quemada había sido cambiada por una camiseta y pantalones cortos blanco hospital. Apareció a metros de los oficiales en su puerta, miró alrededor para orientarse sin que eso sirviese de algo y corrió hacia las escaleras.

En el primer escalón chocó contra el grueso tronco de otro oficial. Logan cayó hacia atrás.  La confusión del impacto no le dio tiempo a desaparecer otra vez antes de que el oficial lo alzara en el aire como se levanta un cartón de leche.

Logan trató con su débil fuerza librarse del extraño que lo llevaba de vuelta a quién la otra vez había llamado capitán.

—Capitán, salió de la habitación — informó aunque parecía obvio.

—No por la puerta —aseguró el capitán, cuyas insignias parecían distinguirlo de los oficiales—. Si está despierto y listo para correr también está listo para dar testimonio. Llévalo Anderson.

Anderson, un muchacho rubio que a Logan le pareció tenía cara amable, lo llevó escaleras abajo por pasillos blancos llenos de enfermeros y policías.

— Si prometes no correr podemos bajar caminando juntos — le ofreció y a pesar de no obtener otra respuesta que los ojos inquisitivos y confusos del niño, lo puso en el suelo y le tendió la mano.

Logan apretó su brazo  herido hacia sí y con el otro aceptó la mano del oficial Anderson. El hospital se transformaba en un recinto policial conforme bajaban pisos y cruzaban pasillos eternos. En algún punto del primer piso, el oficial volvió a levantar a Logan que se había quedado inmovil en el marco de una puerta.

— ¿Estás bien? — indagó el oficial. Suspiró con el silencio del chico. — Mira yo no voy a usar lo que me digas en tu contra. No puedo contradecir a mi capitán pero no creo que hayas sido tú.

La habitación a la que entraron tenía un espejo que hacía las veces de ventana y una ventana real muy cerca del techo que apenas traía algo de la luz del amanecer a la habitación blanca con su única mesa y sillas.

Anderson colocó las esposas en las muñecas del niño con una mirada de disculpa ante la expresión inmutable del niño y sus inquietos pies balanceándose al borde de la silla.

— Gracias, puedes retirarte — el capitán  entró con aires de importancia y una carpeta. Detrás de él, otro hombre con insignias agitaba el contenido azulado de un frasco.

Anderson salió. Logam habría querido que se quedara. Le tendieron el frasco, pero Logan no bebió.

—Suero de la verdad — el hombre que no era el capitán, de cabello oscuro y ojos tercos, destapó el frasco. — Por las buenas o por las malas.

Logan retorcía sus dedos. No quería beber, tampoco iba a mentir, pero no tenía opciones. Bebió todo lo que contenía el frasco con una mueca por el sabor agridulce que dejó.

—Anoche el valle fue consumido en un incendio y solo tu y la bebe salieron ¿Que tuviste que ver tu con eso? — el capitán, con un aburrido vistazo al interior de la carpeta la dejó caer frente a Logan.

Apoyó las manos en la desgastada madera de la mesa y su ligera barba capturó la luz que entraba como si cortara la monocromía de la habitación. Se inclinó hacia delante como si eso pudiese acelerar el proceso. Chasqueó la lengua ante el silencio. El otro hombre dio una vuelta detrás de Logan como buitres y cuervos.

— Fuiste el único que salió de allí. Hay varios testigos. — Insistió , sus dedos presionaban la mesa con tanta fuerza que se veían blancos. — El valle entero es ceniza ¿Entiendes eso? ¿Por qué lo hiciste?

— No sirve de nada que te calles. Podemos traer más  suero— advirtió el hombre que tenía detrás.

Abrió los labios, pero las palabras no salieron, por más que se esforzara y las gritara en su mente, su voz había muerto antes de llegar a su garganta.

—¿Lo hiciste o no lo hiciste? Es así de simple — el capitán perdía la paciencia, levantaba la voz. —  Te están acusando de algo muy grave, niño ¿Es o no cierto que causaste el incendio que mató a treinta personas la noche del 2 de noviembre?

Logam cerró los puños, bajó la mirada y evitó a esos extraños cuyos cuerpos se alzaban sobre él. Luz y sombras. Era un conejo acorralado por zorros, dando vueltas. Buscaban un culpable cuando ya lo habían elegido.

— Es peor si te quedas callado — advirtió. — Mágicos o no, esas eran personas indefensas, bomberos intentando salvar a gente como tú  ¿Sabes que es eso? Una masacre.

Sus manos temblaban, todas las palabras se derretían como la lluvia se escurre sobre los dedos de la mano. Sacudió la cabeza con fuerza, luchó contra la silla, cerró los ojos para no llorar aunque las lágrimas se agolpaban. Quería gritar tan alto como le dejaran sus pulmones, quería decirles que él no había hecho nada.

Los hombres y sus miradas como puntas afiladas, sus cuerpos como alas oscuras que bloqueaban la luz y la traición de sus labios para ayudarlo a defenderse.

—Los inocentes no tienen por qué sentir culpa — dijo el capitán que había malinterpretado su silencio, sus lágrimas.

La puerta se abrió con un golpe que reverberó en el vidrio.

—Se puede saber capitán, ¿Qué está haciendo? — la voz de antes vino acompañada de una mujer cuyo uniforme era negro y no azul y cuya insignia era de detective. — Las preguntas las hago yo, ese no es su trabajo. Están asustando al niño. Salgan de aquí.

El capitán sostuvo la mirada de la detective. Golpeó la mesa una vez más como si con ello dejara claro que aún tenía autoridad y salió de la sala junto a su subordinado.

Logan alzó la mirada a la detective cuando se acercó a abrir las esposas. Tenía el cabello como su madre, con más rizos y ojos azules como la profundidad de los ríos del valle. Le sonreía con una suavidad que creyó nunca volvería a ver.

— Me llamo Leah y según tu expediente tú te llamas Logan ¿Cierto?

Logan retrajo sus manos y fijó su vista en alguna esquina de la habitación. Su atención, sin embargo, permanecía en la mujer. Leah no se inmutó, recogió la carpeta y la dejó cerrada frente a ella. En el lugar que había ocupado aquella carpeta amarilla, dejó un chocolate.

—¿Cuántos años tienes? — preguntó a pesar de que podía leerlo en el expediente.

A sus padres les gustaba decir que era cómo una sombra más, con sus pasos de puntillas y su usual silencio. Lo cierto es que Logan pensaba mucho más de lo que jamás decía. Era, para él, cómo si su cerebro y su cuerpo no hablaran el mismo idioma, la más problemática era su boca. Entonces cuando el cerebro daba la orden para hablar, la boca entendía que no tenía nada que hacer allí y sino, solía tergiversar sus palabras de formas que no le agradaban o repetirlas una y otra vez tontamente. Claro que, en aquellos instantes parecería más bien cómo si toda comunicación con su boca se hubiese roto.

Logan extendió la mano y tomó el chocolate en su papel de aluminio amarillo. Jugueteo con él hasta abrirlo y se lo metió en la boca. Con sus manos intentó formar un doce pero Leah no miraba sus manos. Había dejado su silla para estar en cuclillas frente a la silla de Logan.

—¿Te gusta? ¿Quieres otro? — intentó otra vez.

Como respuesta tuvo la mirada fija del niño, sus ojos enrojecidos, apagados y dorados como los envoltorios de los chocolates.. La sonrisa decorada con lágrimas secas alumbró el rostro del niño cuando otro chocolate apareció en su mano.

— Tienes ... ocho — Leah, como último recurso decidió volverlo un juego.

Los hombres Foscor, siempre aparentaban menos edad de la que tenían. No era muy bajo para su edad, pero en definitiva parecía varios años menor.

— ¿No? — Leah tenía una pequeña sonrisa que enmascarada su frustración. — Necesito una pista Logan.

Logan apuntó hacia arriba con una mano que aún sostenía el envoltorio de aluminio. Bajo de la silla y se alejó de la mesa hacia el espejo. Su reflejo era extraño. No podía ver su piel bajo las vendas del brazo, parte de su cabello estaba chamuscado y en puntas desiguales, su rostro nunca se había visto tan rojo, tan pálido. Sus ojos solían brillar, como los de su padre antes de apagarse. Se veía como él, eso le habían repetido siempre.

— ¿Más en serio? — Leah se levantó del suelo para seguir al chico. — Once — Logan no apartó su vista del espejo. — ¿Doce?

Un pulgar levantado y una sonrisa pequeña fueron su respuesta cuando Logan regresó a la silla, su expresión vacía.  Con un suspiro la detective abrió la carpeta. En su rostro el único color que quedó fue el del lápiz labial cuando leyó la fecha de nacimiento.

— ¿Ayer era tu cumpleaños? — susurró. Un buen detective no deja que sus emociones obstruyan su trabajo, pero ella aún era humana. — Lo siento tanto, Logan.

Logan fijó sus inquietos ojos en ella.. Tenía demasiadas preguntas, muchas cosas que quería decir sobre lo que había sucedido. Ladeó la cabeza y apuntó a las esposas que colgaban de la mesa.

—No Logan, no creo que tu hayas hecho esto porque yo estaba ahí ayer — le aseguro Leah — Un incendio así requiere muchas personas con malas intenciones.

Logan no recordaba haberla visto, pero todo lo de la noche anterior estaba borroso. Le tendió ambos envoltorios doblados a la detective. Pensó que dolería mucho más, pero no estaba muy seguro de comprender absolutamente nada y, a la vez, su pecho dolía tanto que tal vez las lágrimas se habían quedado atrapadas.

Leah comenzaba a pensar que había algo muy extraño en el niño que tenía en frente. Si era consecuencia del incendio, de la medicina o simplemente era así, no estaba segura, pero necesitaba más información de la que estaba consiguiendo.

—Logan ¿Por qué no salimos al jardín? Te puede contar sobre tu hermanita y podemos comer juntos.

El jardín del hospital no era particularmente grande ni impresionante. Senderos sencillos y cubiertos por tejados de madera bordeaban áreas verdes con flores y bancas en las que pocos pacientes y sus familiares se sentaban. Tan temprano por la mañana y a principios del invierno, el aire era fresco y el viento alborotaba con delicadeza el cabello de Logan. Leah había dejado al niño solo mientras conseguía algo más decente para comer, le habia pedido una chaqueta a una de las endermeras que solo consiguióun sueter amarillo demasido grande y que Leaha arremangó poruqe Logan parecia mas interesado en sacudir las mangas que en hacerlo él.

Nieve entremezclada con césped, árboles siempre verdes, árboles en su traje más primitivo.  Encontró a Logan sentado sobre el murillo de una pileta y con las manos en el agua, completamente absorto en las ondas. Colocó el pan relleno sobre una servilleta y un vaso de cartón con  chocolate caliente al lado.

—Tu hermana Mikaela, está con una hermana de tu mamá. Tu tía — dijo a medias segura de que la escuchaba y la entendía, al menos estaba comiendo. — Eventualmente podemos hacer lo mismo contigo pero primero tengo que aclarar las cosas aquí.

Con la mirada siguió los movimientos entre adoloridos y torcidos del brazo vendado de Logan. Lo mantenía pegado a su pecho aunque no estaba roto. Todavía había raspones y moretones en todo su rostro, pero él la miraba sin inmutarse. Logam sacudió la cabeza con fuerza y se llevó las manos al rostro, se levantó y volvió a sentarse, tomó el pan y fijó su vista en el agua y los pedazos de hielo vagando curiosos en sus confines  de piedra.

—No entiendo Logan, perdóname — dijo Leah — pero si me ayudas yo puedo ayudarte. Necesito entender qué pasó ayer.

Acabó la comida antes de que Logan siquiera se molestara en prestar atención a la libreta. Escribir todo parecía una tarea imposible, su brazo estaba cansado, su cabeza no paraba de reproducir escenas de la noche anterior y buscar desesperada recuerdos a los que aferrarse, la voz de su papá, el perfume de su mamá, el aire del valle, el humo y el fuego, los cuerpos enredados entre las llamas con su humanidad borrada.

El lápiz cayó de sus manos directo al agua, sus manitos fueron a su cabeza y apretaron con fuerza , cerró los ojos hasta que veía puntos coloridos en su visión. Solo quería salir de su cuerpo porque todo dolía y todo era demasiado. Si solo pudiera detener el mundo. Apretó con fuerza sus oídos tratando aunque solo fuera un segundo, acallar  su mente. Su grito se alzó entre los muros del jardín interno y se lo tragó la nieve.

Si solo pudiesen entenderlo, si solo alguien pudiese escucharlo. 

Leah tiró de Logan para evitar que cayera al agua. Logan tiró con fuerza para soltarse de ella. Un enfermero llegó corriendo y alejó a Leah del niño. Arrodillado frente a él, el hombre de cabello oscuro y ojos cansados tomó las manos de Logan para separarlas gentilmente de su cabeza.

—Puedes lastimar tu brazo — Hablaba con suavidad sobre los sollozos del niño. — Podemos hacer esto en vez, mira.

Tamborileo un ritmo sobre el pecho de Logan y empezó a tararear una canción. El sol había salido del todo y derretía la nieve antes de que el enfermero consiguiera calmar a Logan del todo, detener las explosiones entre el descenso de lo peor.

—Creo que no es momento para un interrogatorio — afirmó el enfermero interponiéndose entre el niño y la detective. — Acaba de vivir un evento traumático, está herido y cansado ¿Tiene lo que necesita? Si no es así, puede volver por la tarde.

—¿Esto es consecuencia de lo sucedido ayer? — Leah, que en otra situación habría estado junto al niño, tenía un trabajo que se interponía entre sus deseos y su empatía.

—Sí y no, es una reacción más intensa — el hombre pasó una mano entre su cabello corto y vuelto un nido. No se atrevía a decir más sin examinar al niño.— Mire no lo use como justificación para acusarlo. No es violento porque sí.

El enfermero se mantenía de pie entre Logan y Leah. EL niño que le llegaba a la cintura, tenía su cabeza apoyada en el enfermero y lágrimas en sus mejillas.

—No asuma lo que creo — le advirtió Leah. No podía imaginar el dolor que aquel pequeño tendría y ya tenía que soportar.

Logan se acercó a Leah, su ropa empapada y su cuerpo punzante. Se abrazó a su pierna y toda fachada se hizo trizas. Leah se arrodilló para estar a su altura y pasó con cuidado las manos sobre las mejillas de Logan.

—Nos vemos pronto — le aseguró.

Cuando se levantó, se preguntó quizá sin sentido, como era la voz de ese niño. No sus gritos, su voz. Regreso la mirada a Logan y el enfermero que regresaban al interior. Ajustó el cuello de su uniforme y estudió las pocas notas que había conseguido. No le hacían falta saber que el capitán se equivocaba, apresurado por cerrar un caso que pasaría a los archivos en unos meses.

Agitó la mano para despedirse de Logan. Él soltó la mano del enfermero y corrió hacia ella. De su bolsillo sacó la libreta y el lápiz. En letras grandes y torpes escribió lo único que podía servirle a ella y lo único que tenía fuerza para decir.

Había gente entre el fuego. Desconocidos. Las sombras tampoco saben.

Leah leyó las palabras una y otra vez.

—¿Qué sombras Logan? — Leah frunció el ceño.

Siguió la mirada del niño. Con un respingo retrocedió ante el lobo que se ocultaba entre los matorrales secos. Al siguiente segundo, ya no estaba. Hizo lo posible por recuperarse, acomodó sus rizos y rompió el papel.

—Logan, hay personas que podrían hacerte... que ya te hicieron mucho daño por quien eres. Nadie debe saber sobre ellas ¿Me entiendes? — le dijo tan bajo y rápido como le fue posible. Metió los pedazos del papel en su bolsillo. — Ten cuidado. Pronto verás a tu hermana.

• • •

La siguiente vez que vio a Leah traía unos papeles y un hombre desconocido. El hombre se quedó junto a la puerta de la sala de juegos que Logan compartía con otros dos niños algo menores a él. La enfermera que los cuidaba llamó su atención un par de veces hasta que Logan levantó la vista de la ciudad que había construido con bloques.

La ventana que daba al jardín traía la débil luz de la tarde reflejada en la nieve. Los trajes blancos del hospital provocan en Leah cierta desconfianza , cierta paz precaria.

—Buenas tardes Logan — dijo con la esperanza de que en los tres días que pasaron las cosas hubiesen mejorado.

Logan fijó la mirada en el extraño en la puerta.

—Todavía no dice nada — le advirtió la enfermera. Su uniforme azul oscuro tenía una que otra mancha de pintura.

Leah asintió con cierta decepción oculta tras ojos bien entrenados. Tenía presión para cerrar el caso y, sin embargo, no había culpables.

—Logan, este es tu tío Samuel, esposo de tu tía, hermana de tu mamá. — incluso a ella eso le parecía un trabalenguas — Mika está con ellos — le indicó al hombre que se acercará.

Su tío tenía el cabello claro pero no rubio, ojos oscuros y una pequeña sonrisa. Llevaba traje como.la mayoría de hombres de su edad, excepto por su corbata que era naranja y no negra o normal.

— Tu tía había querido venir pero Mika sigue dormida — de camino Leah le había preparado para el silencio de su sobrino. — Pero me dió un recado importantísimo: que te lleve a comprar un regalo de bienvenida.

Logan dejó sus juguetes y se paró frente a su tío. Se balanceaba de un lado al otro. No quería regalos, no quería nada que se pareciera a un cumpleaños. Solo quería ir a casa, pero eso ya no existía ¿O si? Por lo menos quería ver a su hermana. Sacudió la cabeza con fuerza.

La enfermera le puso una mano en el hombro que Logan se sacudió de encima.

—Está bien, no regalos. Directo a casa — Se apresuró Samuel.

Había conocido a su sobrino una única vez cuando aún era muy pequeño. Víctor y Reah habían cortado la mayoría del contacto por seguridad. Su esposa había llorado toda la noche cuando un oficial de policía le entregó a su sobrina y las malas noticias.  Por unas horas terribles, no supieron si también Logan contaba entre los fallecidos.

Samuel, hizo lo posible por darle algo de seguridad al niño frente a él. Le colocó su boina, de esas que usan los trabajadores y le ofreció una mano. Le costaba mucho ver a Logan como si tuviese doce y no cuatro como la última vez que se vieron. Su silencio no ayudaba, sus movimientos. No tenían hijos y no sabía qué hacer con dos, pero algo harían.

—Tenemos mucho de qué hablar ¿Te gustaría ir a la escuela?

• • •

Samuel condujo a un vecindario de casas familiares y tejados cafés cubiertos de nieve. Las farolas estaban encendidas y a pesar de no ser tan tarde, el cielo pasaba del azul al morado. Samuel bajó del auto y esperó a su sobrino junto a la acera. La casa de ladrillos rojizos aguardaba  a solo una decena de metros con sus cálidas luces encendidas. Casi podía oler la cena desde el frío de la entrada que llevaba a la puerta recientemente pintada de azul.

Logam miraba a través de las ventanas, inmóvil. Esta no era su casa y no podía serlo. Se aferró a la gorra de su tío.

—Vamos Logan, Mika está adentro — Samuel abrió la puerta y extendió sus manos hacia él.

Detrás de Samuel una mujer y sus dos hijos pasaban discutiendo para no regresar tan pronto a casa. Samuel deseó por un instante que Logan discutirá con él en lugar de rogarle al silencio.

— ¿Necesita ayuda señor Ilevar?

La mujer con un abrigo blanco aferraba la mano de su hijo menor. Como sus hijos, la mujer tenía piel oscura, su porte traía la importancia de su apellido. Kayla era una mujer respetable, de cabello rojizo como su hija mayor que observaba con curiosidad al niño en el asiento. 

—No gracias, solo ... no sabría cómo puede ayudarme — admitió Samuel casi desesperado y en definitiva avergonzado por la escena.

Había pasado largos minutos convenciendo a Logan de acompañarlo al interior pero su sobrino no confiaba aún en él, ni en los sobornos de caramelos. Logan se sentía transparente, con aquella mujer y su tío hablando como si no escuchara. No quería ser difícil.

La niña detrás de su madre, con un vestido negro decorado con una cinta tan plateada como sus ojos agitó una mano para saludarlo. Logan consiguió mover su mano para devolver el saludo.

Tomó aire y bajó deslizándose a la acera. Ya no llevaba pantalones cortos, ni la ropa blanca del hospital. La boina cubría las partes quemadas de su cabello. Su tío le había traído una camisa y pantalones largos. Se supone que su padre tenía que dárselos, hacer esa transición consigo en un año. Pero había tenido que crecer. Un guante negro cubría su mano izquierda,  el cansancio cubría sus ojos jóvenes hasta apagarlos.

Samuel suspiró aliviado y levantó la mochila del asiento delantero con lo que los oficiales habían rescatado del incendio. una mochila prácticamente vacía, un par de fotografías, casi todo eran cenizas.

—No sabía que tenía hijos — admitió Kayla. — Menos de la edad de Cyrus.

—Es mi sobrino. Se quedará con nosotros ahora — explicó Sanuel — En realidad creo que tiene la edad de su hija. Disculpe que no me quede, mi esposa está esperando. Despídete, Logan.

En realidad, Samuel quería evitar lo inevitable, el momento en que Kyala le haga una pregunta a Logan y luego diez más a él cuando Logan se quedase  callado. 

— Por supuesto, Alessia, despídete del señor Ilevar y su sobrino — indicó Kayla. 

Logan agitó la mano en señal de despedida y la niña lo imitó con una sonrisa brillante.

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