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VI

Varias calles por debajo del palacio, veinte minutos antes, había llegado el primer hombre. Sus ojos estaban anegados en sangre, no teñidos de rojo, sino inundados en sangre espesa que caía como lágrimas.

Las venas en el rostro de aquel hombre comenzaban a hacerse visibles en un azul intenso sobre la piel pálida. Su cuerpo no pasó de la entrada del hospital, de las dobles puertas de madera abiertas a la ciudad.

—¿Qué es eso? —preguntaba uno de los enfermeros.

—Nunca había visto algo así —admitió Jazz a la izquierda de Logan, que miraba tan inmóvil como el casi cadáver de la entrada—. ¿Logan, había visto esto antes?

El agua diluía el veneno, debía llegar al campamento, contaminar el campamento.
Había llegado a los canales de la ciudad; estaba en el agua, al menos en parte del agua. Deberían haber más, muchos más.

El veneno en el agua. La dosis debía ser mínima.

Existen personas con defensas mínimas.

—Aléjense del cuerpo —gritó Jazz a los médicos que se acercaron—. No sabemos qué es esto. Cubran sus manos y su boca antes de tocarlo.

El cuerpo se sacudió y la sangre salpicó las paredes blancas del pasillo. Puntos rojos sobre el pulcro blanco, sobre sus manos, en sus zapatos. Logan soltó los instrumentos en sus manos y corrió al hombre que había llegado.

Buscó un pulso en su cuello, sus manos se cubrieron en un espeso rojo. Uno, dos. Demasiado lento. Apartó su mano e intentó inútilmente limpiarla en el mandil blanco.

—V-Ve-Veneno. —Hablaba tan bajo que ni los médicos a su lado podían entenderlo—. El a...el a... —Pocas veces había sentido náusea ante un cadáver.

Su corazón se había hundido profundo bajo el río con los pedazos del frasco de veneno. Retrocedió lejos del cuerpo a tiempo de ver a un hombre en traje militar llegar con un muchacho apoyado en su hombro.

—Colapsó en el entrenamiento —decía, entretenido por el movimiento convulsivo de su compañero—. Algo sobre monstruos. ¿Drogas, tal vez?

Nicholas tenía una sonrisa, la tenía hasta que sus ojos dieron con el hombre a sus pies. La sangre había dejado manchas oscuras bajo los ojos de aquel muerto en vida. Su cuerpo se agitaba con el avance del azul sobre las venas que ahora se hacían visibles sobre su cara. La sangre llegaba en gotas hacia su boca, como si buscara llenar un vaso.

Nicholas retrocedió con asco. Logan se arrodilló para girarlo de forma que la sangre cayera de su boca al suelo de piedra.

—Comandante, tiene que salir de aquí. —Jazz se interpuso entre el soldado y la puerta. Su cabello claro, siempre recogido, parecía oscuro en el día nublado—. No puede quedarse y su compañero tampoco. Enviaremos a alguien.

De los ojos del muchacho cayó la primera lágrima de sangre. Nicholas lo empujó con fuerza de su lado. El chico cayó sobre la calle, su cabeza se estrelló contra la piedra y sus movimientos cesaron con el impacto.

—Tiene que irse —apremio otra vez Jazz.

Un grito se alzó al final de la calle.  Nicholas miró en esa dirección y corrió en la otra, hacia el palacio.

Los jóvenes, los débiles, los ancianos. Los que siempre pagan los crímenes de la humanidad, los suyos, los de todos.

Logan no podía ya controlar la forma en que temblaba su cuerpo.  El muchacho miraba con ojos abiertos a un cielo blanco.

—No podemos hacer nada por él, señores, lleven a este a un lugar cerrado —decía Jazz detrás de él.

Una mujer llegaba corriendo, una niña en sus brazos, inerte, como los árboles del invierno, como el peluche ahora color cereza en sus manos.

—¿Qué mierda es esto? —susurró un médico a su lado.

Jazz tomó a la niña de la madre sin decir palabra alguna, promesa alguna.

—Aléjese —advirtió la que ahora había tomado el cargo—. Podría ser contagioso.

Jazz llevó a la niña a una de las habitaciones. Corrió las cortinas y acostó a la pequeña en una camilla. Sus manos fueron las primeras en tornarse azules.

El peluche caído a la entrada; el hombre acostado en medio del césped, en medio del rojo más intenso que existe; venas del azul más azul que existe.

¿Qué había hecho?

—¿Hora de muerte? —preguntó alguien en algún punto del patio.

Logan se giró hacia la puerta, hacia los llantos que se alzaban a las nubes, los ancianos y los niños. Decenas.

Una gota de veneno.

¿Qué había hecho?

—¿Logan? ¿Estás bien? —La mano de jazz dejó una huella roja sobre su mandil, como las pinturas de los niños pequeños.

—Ve...Ven. —Mo conseguía mover su boca para decir algo. Su mente era un espiral que se hundía en medio de la catástrofe—. El a...ve.

—Logan, respira. No puedo entenderte. ¿Estás bien ? —Jazz acercó una mano a su pecho.

Logan apartó su mano de un golpe. Sacudió la cabeza y se giró hacia las puertas. Tenía que salir de allí.

—Abran camino —escuchó gritar a Cyrus—. ¿Qué mierda está pasando?

Parecía ser la pregunta del día.  Nicholas caminaba frente a una cabellera roja conocida.

Una gota. Tenía que salir de ahí. Tenía que correr. Salir de ahí.

Logan empujó a Alessia fuera de su camino. La reina lo agarró por el cuello del mandil. Él tiró con fuerza hasta librarse de la tela y corrió con más fuerza.

Tenía que salir de ahí.

—Majestad, lo siento pero no pueden quedarse. No es seguro. —Jazz buscaba al único médico que parecía saber que estaba pasando.

—No puede ordenarme, Jezzamine. —Alessia se paró entre Cyrus y Nicholas. Los pacientes eran admitidos al hospital entre rostros azules como mosaicos del templo y la sangre de sus altares-—. ¿Qué necesitan?

—Una respuesta — suspiró Jazz—. Logan...el médico que acaba de salir corriendo —aclaró como si Alessia no supiera exactamente quién era— parecía saber algo, pero no pude entender nada de lo que decía.

—Lo arrastraré hasta aquí. —Nicholas se giró para buscar al doctor cuando Alessia lo agarró por la muñeca—. ¿Majestad?

Como Nicholas, llevaba su uniforme militar: el traje enteramente negro, las placas metálicas sobre el pecho y los brazos. La corona en ningún lugar sobre su cabeza.

—Quédate aquí con Cyrus. Asegúrense de que esto no salga de aquí y que tengan los recursos suficientes —dijo con la firmeza que nadie se atrevía a desafiar.

—Te empujó  —la detuvo Cyrus—; ¿esa es tu mejor idea?

—¿Nicholas va a conseguir algo de él? Relájate, no podría matar un insecto.

El pánico en aquellos ojos ámbar, la forma en que la había empujado, todo en Logan le recordaba a alguien que había conocido alguna vez, alguien con una sonrisa de primavera, alguien que veía luz en todo, incluso en ella. Alguien que también se llamaba Logan.

¿Dónde había huido? 

Siguió calle arriba, hacia donde lo había visto correr, por la calle desde la que habían llegado hacía apenas segundos. A la puertas del palacio su pendiente desenlazó las enredaderas de hierro. Los soldados a cada lado hicieron una reverencia.

—El médico —fue lo único que dijo.

—Estaba cubierto de sangre majestad —informó el soldado a la izquierda. La hoja de su arma relucía en verde con la estática en el aire.

—No pregunté qué le pasaba. ¿Dónde está? —Alessia, aún siendo más baja que ambos soldados hablaba con la fuerza de un trueno.

Apuntaron al interior del palacio. Alessia se preguntó qué tan imbéciles tenían que ser para dejar pasar a alguien cubierto en sangre, pero esa era su menor preocupación ahora.

La calle del hospital en la distancia tenían una fila de enfermos. Pronto sus calles estarían todas manchadas, manchadas antes de tiempo.

Dobló el pasillo de la entrada y se encontró de frente con una oscuridad profunda. La luz que entraba por una ventana rompía las sombras con una franja intensamente blanca, caía sobre el cabello color noche de Logan.

Sus manos desesperadas se agarraban de su cabello, apretaban sus brazos hasta que era doloroso verlo. Su camisa blanca con huellas rojas, sus manos como nunca lo habría pensado, cargadas de muerte, marcadas por dientes.

—Logan —llamó Alessia. Se acercó despacio, como si se tratara de un lobo.

Logan cubrió sus oídos con sus manos, sus uñas se clavaron en la piel. Las lágrimas caían de sus ojos, cerrados con tanta fuerza que resultaba extraño.

—Basta. —Intentó apartar sus manos de sus oídos, de las marcas que estaba dejando en su rostro.

Logan empujó a Alessia hacia atrás en un movimiento errático, con la fuerza para desequilibrarla. Levantó la vista a la reina, una tormenta en sus ojos, una explosión en progreso, sus mejillas totalmente rojas, su respiración fuera de control.

El tiempo parecía burlarse detrás de ella, con cada minuto, con cada muerte sin respuesta, con los susurros de la memoria.

Nicholas habría empeorado las cosas. Cyrus también. Cassandra quizá habría sabido que hacer.

Recordó a aquel muchacho, responsable de muchos moretones, más que todos los que obtuvo en sus peleas de colegio, y que, sin embargo, nunca había conseguido enojarla por ello, como tampoco Logan lo había conseguido. A diferencia de sus oponentes en aquellas tontas peleas, en sus ojos no había violencia, solo la desesperación absoluta de una mente que trata de dividirse de un cuerpo que ya no soporta. Así lo había descrito su amigo, así lo entendía ella.  

Se sentó junto a él en el pasillo, sus piernas estiradas hacia la luz, su cabello recogido con un elástico. Esperaría a que pase la tormenta.

Eventualmente las manos de Logan dejaron de ensañase contra su cabeza. Las lágrimas dejaron de resbalar sobre sus mejillas rojas y quedó solo un punzante dolor en su piel para acompañar las marcas de mordidas y los moretones que en algún punto tendrían que aparecer.

—No tienes que avergonzarte —empezó Alessia cuando consideró que estaba escuchando—. No vengo a juzgarte.

Logan mantuvo su vista al frente, su cabeza apoyada en sus rodillas. Buscó en las sombras un aliado, pero estaban calladas.

—Deberías —dijo con una seña tenue, casi incomprensible.

—Dame una razón para hacerlo y con gusto lo hago.

Los ojos de Logan volvieron a llenarse de lágrimas, gotas que se derramaron en silencio para morir en sus labios. Manchas de dedos manchados de sangre, el cabello desordenado en un solo desastre.

—Veneno, en el agua —dijo en el idioma que solo ellos parecían hablar.

—Vas a tener que decirme más. —Alessia había suavizado su tono al que alguna vez había sido su único tomo.

Logan metió la mano en su bolsillo y le entregó una carta arrugada que Alessia leyó parada  a la luz de aquella única rendija

—¿Lo hiciste?

Obvio lo hizo, sino no estarían en ese pasillo. Releyó la carta, buscó algún tipo de sentido en que se lo hubiesen pedido a él sobre todas las personas.

—Podrías habérmelo dicho, avisado al menos. A mí, a nadie más si te preocupaban los espías.  —Arrugó la carta en una bola que ya le gustaría arrojar a la cabeza de Logan. Alessia se encendía cómo una chispa, rápida y sin aviso—. Podría haberles dicho que no beban en agua.

Logan se encogió dentro de las sombras. Quería desaparecer. Cada muerte, cada gota de sangre era suya, corría a cuenta suya.

Alessia suspiró, apretó el tabique de su nariz y dejó caer la carta hacia su dueño. No tenía sentido apilar piedras sobre alguien que ya estaba sepultado en culpa.

—¿Sabes que? No importa, ya está hecho. —Podía, a medias, entender porque no había pedido ayuda—. ¿Cuál es el antídoto?

Logan alzó la vista, miró a la luz que entraba a través de otra ventana al fondo del pasillo, cerca de la entrada.

—No hay. —Sus manos trazaron las palabras y dibujaron la cara de horror de la reina—. La dosis que llega a la ciudad es lo suficientemente baja para no matar a quienes tengan buena salud.

—¿Y los que no, Logan? ¿Los niños?, ¿los enfermos? —Alessia alzaba la voz con cada palabra.

—Algunos lo pasarán cómo un virus. —Logan cerró los ojos al horror de la realidad y lo que había hecho.

Se levantó del suelo y se tambaleó para mirar a través de la ventana. Las sombras recorrían las calles con la llegada de la noche. Logan veía cómo si fuera a través de sus propios ojos: la sangre en las calles, los médicos protegidos con máscaras y guantes, los médicos que si estaban haciendo algo por las personas.

—Deberían quitarme el título —señaló Logan, sus manos por ahora reemplazaban a su voz.

—No seas ridículo. Tienes un arma contra el cuello, o más bien el cuello de alguien que te importa. —Alessia se apoyó en la ventana junto a él. Su reino se caía a pedazos—. No tenías opción.

—Sí la tenía. — Logan pasó las manos por su cabello—. Al menos no habrían muerto inocentes.

—¿Sirve de algo pensar en eso? —Alessia acomodó el dije alrededor de su cuello—. Tiene más sentido ayudar a solucionar lo que ya está hecho. De todas, ¿no has salvado mucha más gente de la que ha muerto hoy?

Logan sabía que tenía razón, pero no parecía poder moverse. Era una estatua en un jardín, en medio de un cementerio. Esta vez no era inocente. Tenía razón a medias; daba igual cuantos haya salvado, una vida no paga las que se perderían esa noche.

—Que nadie beba agua hasta mañana —fue la última instrucción que le dió.

• • •

La declaración se dió esa misma tarde desde la plaza central; mientras, Nicholas llevaba un escuadrón al campamento rebelde al norte. Alessia, su cabello recogido y todo indicativo de su realza oculto, se unió al grupo.

Un fuego en ascuas les dió la bienvenida a un barrio de tiendas de campaña y cadáveres. Baldes volcados llevaban el agua hacia el río a solo metros del campamento.

—¿Todos muertos entonces? —Nicholas tenía una sonrisa tan vil cómo el veneno.

Pateó uno de los cuerpos a un lado. Costaba distinguir facciones entre la sangre y las venas que, pasada su etapa azul, se habían tornado de un púrpura negruzco que consumía la piel cómo si la quemara por dentro.

—Todos, comandante —reportó el teniente, que salía y entraba de cada tienda.

—¿Quién o qué hizo esto? —Cyrus se arrodilló junto a lo que quedaba del fuego.

Lanzó una mezcla de polvos a la ceniza. Las llamas revivieron y les permitieron ver el cementerio descubierto en que se había convertido el campamento.

—¿Me creerías si te digo que fue Logan? —dijo Alessia de forma que solo Cyrus escuchara. Alzó la voz al resto del escuadrón—. Busquen cartas y mapas. Incendien el campamento si no hay nada útil,.

Con un pie volcó la vasija de hierro en que ardía el fuego. Los carbones rodaron hacia los cuerpos que, uno a uno, se prendieron. Una única pila funeraria.

—¿Logan? —le preguntó Cyrus cuando el resto de soldados  quedaron atrás con Nicholas y el hospital con su entrada teñida de rojo ya se veía a lo lejos—. ¿Y dejaste que vuelva a trabajar?

Cyrus había visto a Logan llegar. Ningún médico dijo nada sobre las lágrimas, ni intentó hablar con él porque simplemente no daba respuesta alguna. Trabajaba solo.

Fue su hermana la que informó a Jezzamine sobre el veneno y quien le indicó que escuchara a Logan o, mejor dicho, que leyera lo que indicará por escrito.

Cyrus sospechaba que solo lo hacían porque Alessia lo había ordenado y ninguno tenía interés en morir. Logan no era exactamente la imagen de la confianza en ese momento.

—Era peor no dejarle corregirlo. —Alessia miró su ciudad, ennegrecida por la pérdida—. Al menos dejarle sentir que puede corregirlo.

Los ojos de su hermana volvían poco a poco a la normalidad, los veía en la luz que llegaba desde la ciudad. Un azul claro, casi violeta, casi gris.

—No es tan inocente como crees. —Cyrus guiaba a su hermana hacia el hospital.

—Inocente no significa no haber visto o hecho cosas; significa que, de alguna forma , todavía sonríe —Alessia pensó en su amigo, uno que no había visto en años—. Y que todavía ve bien donde no hay ninguno, que todavía le importa, tal vez demasiado.

Alessia observó a través de la puerta; el chico más alto que todos los demás que, sin decir palabra, entretenía a un niño con un tonto truco de magia. Un niño con los ojos marcados en rojo espeso, rojo marrón.

—Eso es un idiota —replicó su hermano sin dudarlo un instante—. Si el consejo se entera, Alessia, si tratas de protegerlo de esto, vas a tener problemas.

—Nunca hemos tenido problema en sacrificar a los débiles por defender a los fuertes. Así es la guerra.

En los ojos de su hermano, por un instante, vio el reflejo de Cassandra reprochándole su frialdad. En el mismo instante había desaparecido en el mismo pozo que Alessia ahogaba su humanidad. Era lo que tenía que hacer.

—Voy a ver qué trajo Nicholas. —Cyrus la detuvo cuando su hermanita fue a objetar que aún no tenía permiso de trabajar—. Me importa una mierda lo que pienses. Esto es una guerra, me necesitas.

Los trucos de Logan la hipnotizaron por unos minutos; la risa del niño, su cabello todo pegoteado, sus ojos cansados.

—Majestad. —Jazz, su usual doctora de cabecera, se acercó con una reverencia y la lista de muertos—. Con la mayoría sólo hemos podido esperar: darles algo para el dolor, hidratantes y esperar. Es lo que Logan recomendó.

Entre la lista, sobre ella en realidad, había un pedazo de papel arrancado con la patoja letra de Logan.

—Son menos de los que esperábamos. —Alessia leyó la lista de nombres.

—La noche aún no termina — advirtió—.  Algunos mejoran sólo para recaer, otros recaen antes de mejorar. —Jazz, a la que habitualmente mandaba a callar, sopesaba la pregunta que tenía, pero era psiquiatra en el fondo; la mente era su especialidad—. ¿Por qué no habla? A veces quiero decir.

Alessia alzó la vista y siguió los ojos de la doctora aunque sabía perfectamente a quién se refería.

—La mayoría del tiempo, dirá. —Alessia le entregó, casi lanzó, la lista de vuelta—. Puede preguntarle si quiere, no soy psiquiatra.

—Por supuesto. —Jazz volvió a inclinarse y se alejó por uno de los pasillos, donde el personal se afanaba en limpiar los pisos.

El pequeño reía y luego ya no. Logan le sonrió con calma, subió la cabecita del niño a sus piernas y pasó un trapo húmedo sobre sus ojos para limpiarlos. Las venas de su rostro, antes azules, se habían tornado negras en un parpadear.

Logan pasaba sus manos con delicadeza bajo sus ojos, sin guantes, solo su piel contra la del niño. Sentó al pequeño contra su pecho, lo rodeó con un brazo.

El patio parecía tener sólo a aquellos que no pasarían la noche. Logan sostenía al más joven. Era el único médico en el jardín.

Del suelo, de las sombras en las esquinas, brotaron mariposas, brillantes insectos dorados como los ojos de Logan. Se alzaron, como si siempre hubiesen estado allí, frente a los ojos de aquel niño.

Una sola vez había visto una mariposa , una única mariposa como aquellas. Casi estaba segura de que eran las mismas.

Pero antes de que pudiera estar segura, se disolvieron. Logan cerró los ojos del niño, lo dejó sobre el suelo. Sumergió las manos en un balde en el pasillo de entrada; el cual habían llenado de agua recogida de los pozos de la ciudad, y alzó la vista a las estrellas.

Al bajar la vista se encontró con la silueta de la reina, con sus ojos como la plata que recubre las estrellas. Eran sus ojos. Estaba tan claro ahora que se había esfumado la niebla. Su color inconfundible. Solo había visto ojos como aquellos una vez.

Era ella.

No podía ser él.

Logan inclinó la cabeza de lado, formó esa sonrisa familiar y tan fuera de lugar.

—A-Alessia —dijo y ella ya no podía negar que era él.

A su voz le acompañaron sus manos en aquella seña que él había inventado para su nombre, una que no estaba en los libros. Pero no le hacía falta para saber quién estaba frente a ella.

Por ese momento, a pesar de todo lo que alguna vez hizo y haría, volvió a ser esa niña, la que él y sólo él veía ya. Corrió hacia Logan y lo abrazó con fuerza.

Logan, que nunca había sido partidario de abrazar a cualquiera, rodeó a Alessia sus brazos y la alzó solo unos centímetros del suelo. Alessia sonrió como hace mucho no lo hacía.

—¿No pudiste decirme antes?

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