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IX

La mañana en la casa Ilevar había sido, cuanto menos, caótica. Su tía Sofía no sabía nada de bebés y Samuel no sabía nada de niños ni escuelas, mucho menos niños que definitivamente no querían ir a una nueva escuela. Y lo entendía, de verdad que sí; al que no podía entender era a Logan. Durante la primera semana en esa casa, habían desarrollado un lento y agobiante sistema que involucraba una libreta, pero ninguna frase escrita o dicha conseguía que Logan bajara del auto en la entrada de la escuela.

Samuel veía a los demás niños de la edad de su sobrino, riendo y jugando camino a las puertas de madera que se abrían a un camino y las distintas casas esparcidas por el patio, aulas como cabañas. A Samuel le parecía bonito para un colegio, habían juegos de madera en la zona de los más pequeños y canchas de juego que de adolscente él habría disfrutado.

Pero su sobrino no tenía intención de bajar. Como todos los niños llevaba una camisa blanca, la corbata roja y el suéter azul medianoche del uniforme y, de todas formas, no era igual a los otros.

— Logan, por favor; tengo que trabajar —insistió junto a la puerta ante las miradas de los padres y los estudiantes. Suspiró al límite de su paciencia. Podía imaginar lo que estaban pensando—. Ya casi cierran las puertas, tienes que entrar.

Logan lo observaba serio desde el asiento del copiloto. Había preferido conservar los guantes que ocultaban las cicatrices de sus manos, y un corte de cabello había resuelto el problema del cabello quemado. No quería ir. Nunca había ido a una escuela.

Samuel pasó sus manos por su rostro y maldijo al aire.

—¿Pasa algo señor Ilvar? —Una cabellera roja se asomó por la puerta del auto al interior—. Hola, Logan.

—Hola, Alessia. Logan...no te preocupes, solo está... —pero no sabía qué pasaba con su sobrino— . Es una nueva escuela y un nuevo curso, eso es todo. —Sonrío como hacen los adultos estresados—. De hecho creo que van al mismo curso.

—Octavo, sí. —Alessia sonrió y le tendió la mano a Logan—. Vamos, tenemos clase de literatura. Es aburrido, pero tienes cara de que te gusta leer. Eres muy callado, eso les gusta a los profesores.

Logan cruzó la mirada con la de la niña y aceptó la mano extendida. Tal vez, si ya tenía una amiga, no estaría tan mal.

—Gracias, Alessia. Diviértete Logan, tu tía te va a recoger a las tres. —Samuel no pudo evitar sonreír cuando Logan volteó en la puerta y alzó una mano para despedirse de su tío.

Eran casi los últimos en entrar y casi de la misma altura. Alessia llevaba a Logan de la mano por el camino empedrado hacia una clase. Samuel estaba a medias seguro de que ella aún no comprendía que Logan no hablaba en absoluto y que ningún médico había podido decirle cuando lo haría.

Alessia le explicaba a Logan todo lo que tenía que saber sobre la escuela. Caminaban bajo un techo de cristal por pasillos que cerraban un espacio amplio en cuyo centro había un patio con mesas.

—Aquí tenemos clases los de séptimo, octavo y noveno —explicaba. Con cada curso apuntaba a una de las casas de tejados negros y paredes crema—. Todos tenemos arte en esa de allá —apuntó a una casa lejana con paredes de vidriera— y gimnasia si es que llueve.

Logan ladeo la cabeza: estaba seguro de que no era un lugar barato. Sabía que sus padres dejaron dinero, pero parecía de cierto modo excesivo. Tal vez estaría en otra escuela de no ser porque esta era la única que lo había aceptado.

Alessia entró en la clase y le indicó a Logan que se siente junto a ella cerca de las ventanas. Estudiantes con sus uniformes y voces chillonas esperaban la entrada del profesor en sus asientos o parados junto a sus amigos.

Una mujer con el cabello en una trenza y una camisa gris sobre pantalones de traje negros entró y trajó con ella un silencio absoluto.

— Buenos días —saludó una vez sus cosas descansaron sobre el escritorio frente a una pizarra de tiza negra—. Tenemos un nuevo estudiante. Logan, por favor levántate. —Esperó a que el chico obedeciera antes de continuar—. Logan no habla debido a una condición médica, por favor tratenlo igual que a cualquier otro compañero. Bien, sigamos con la clase.

Ojos curiosos inspeccionaron al chico nuevo desde todos los puntos de la sala. Algunos susurros fueron acallados por la profesora, pero Logan los escuchaba todos y muy bien. Pronto descubriría que de todos pocos harían caso a las palabras de la profesora, la única de sus colegas que lo trataba como a todos.

— ¿De verdad no hablas? —susurró Alessia cuando oculta tras un libro de pasta amarilla que fingía leer como todos —. Eso explica mucho. No importa, mi mamá dice que yo hablo por dos.

Logan, por primera vez ese día encontró una razón para sonreír. De la mochila que su tío le había dado sacó una pluma, volteó las páginas de su libreta hasta la última de todas y garabateó un mensaje que alzó para que Alessia leyera.

—Me gusta escuchar —leyó en un susurro. Cubrió su risa con el libro—. Tienes una letra espantosa. Tenemos que buscar otra alternativa.

• • •

¿Cuando se había vuelto invisible? Alesia decía que era cuestión de tiempo hasta que los otros lo vieran, pero él no estaba muy seguro. Los profesores lo veían cómo a un infante nada más pisar la clase. Sus miradas lo seguían con la silenciosa neblina de la pena, cómo si pensaran el desperdicio que era enseñarle a alguien así. Incapaz, leía en sus actitudes, en las frases que de vez en cuando le dirigían.

Ni siquiera le pedían pasar a la pizarra, aunque eso no le molestaba particularmente. Tampoco podía demostrarles que entendía cuando insistían en hacer evaluaciones orales.

—Logan puede trabajar conmigo. —La mano de Alesia cortó el aire cuando se alzó a toda velocidad. El profesor había asignado a todos una tarea y pedido que trabajen en parejas.

La cara del profesor Jenkins se torció en un gesto de inseguridad. Logan bajó la cabeza, los dientes apretados y el deseo de huir. Chasqueo la lengua con la esperanza de que Alessia lo escuchara, pero ya estaba hecho. No quería que lo miraran.

—Señorita Basile, no puedo dejar que haga sola el trabajo de dos. —Jenkins suspiró cuando Logan se levantó de su asiento. Se había rendido con el chico. No había intentado. Alessia no bajó su mano—. Bien, sí usted lo quiere.

Alessia juntó su mesa a la de Logan, que se había sentado otra vez. Su amigo tenía las mejillas coloradas a pesar del frío de enero.

—Imbécil —murmuró Alessia

Logam sacudió la cabeza horrorizado ante la idea de insultar al profesor por más que estuviese de acuerdo. Le pasó a Alessia los primeros tres problemas resueltos que, mientras Jenkins explicaba por quinta vez, él ya había resuelto.

—Deberías mostrarles esto. Eres inteligente, no puedes dejar que te traten como tonto. —Los ojos de Alessia se encendieron con ira por su amigo. Logan la miró con expresión aburrida e hizo el esfuerzo de alzar la ceja—. ¿Por qué no te creerían?

Jenkins pasó detrás de Alessia y con una mirada a los problemas la felicito.

—Es muy amable por hacer el doble de trabajo e incluir a su compañero —comentó como si Logan no pudiese escucharlo.

En un par de meses había descubierto que si no hablas, las personas asumen que tampoco puedes escuchar. A Alessia le fascinaba leer, por tedioso que resultara, los resúmenes de aquellas conversaciones aparentemente privadas.

Logam observó al profesor, su cabello puntiagudo y sus ojos pequeños tras gafas de marco negro; se preguntó si era un reflejo de su mente. A veces el aburrimiento y las clases le daban ganas de estrellar su cabeza contra la mesa.

Por lo menos nadie discutía con él si se levantaba en clase o salía a dar una vuelta.

—Tienes un punto —admitió Alessia cuando Jenkins siguió con otra pareja—. Sí me dejaras defenderte...

Logan sacudió la cabeza hasta que el mundo se volvió de colores.

—Ya ya, entendí. Me estas mareando a mi. —Alessia le puso las manos en los hombros para que se detuviera— Me dijiste que no moleste a tu tío. Pero estoy molestando a los profesores y a mi mamá, no a tu tío.

Logan sacudió la cabeza otra vez. Su voz Alessia solo lo había escuchado en el ocasional ruido que salía de sus labios cuando reía, cuando la tortura del silencio presionaba sus labios. Todavía era la voz de un niño, todavía ligera.

• • •

Odiaba los deportes, odiaba todas las veces que la pelota rebotaba a un paso de él. El ocasional milagro en que conseguía golpear la pelota para que pasará por encima de la red pegada del suelo traía los vítores y aplausos de sus compañeros.

—No deberían hacer eso. —Ante la mirada confundida de Logan, que se había cambiado la ropa de deportes como solo él hacia y bebía de un termo metálico camino a su última clase añadió —: No es amable Logan o al menos no en realidad.

Logan se encogió de hombros. Su amiga tenía una curiosa tendencia a asumir lo peor. Ella creía que Logan tenía la inocente tendencia de no hacerlo.

—Como quieras. —Alessia abrió las puertas a la clase de arte y dejó su mochila sobre las mesas blancas en hileras—. Odio esta clase.

Logan sonrió al comentario de todos los días. Había pocas clases que disfrutará más y pocos profesores con los que estuviese cómodo. Al menos allí era capaz de algo y la música de una radio acallaba la bulla de sus compañeros que, lejos de prestar atención en sus clases, hacían el relajo suficiente para que Logan pasará la mitad de su tiempo libre con las manos sobre los oídos y una expresión de disgusto.

Pero en los trazos del carbón era libre, en la poesía del color no había palabras. Alessia observaba el movimiento del pincel tratando de descifrar todo lo que su amigo pensaba y que las libretas no llegaban a decir. Su hoja permanecía en blanco a excepción quizá de dos trazos rojos que justificaba haber hecho algo.

—Es un mensaje —le diría luego a la disgustada profesora—. ¿Verdad, Logan? Habla de la libertad de expresión.

Y con una risa suprimida Logan asentía.

• • •

Samuel dejó el auto donde siempre, junto a la acera. Su sobrino colgaba de cabeza de un árbol, Alessia debajo tenía un libro que parecía leer en voz alta.

Tenía una amiga.

A veces Samuel creía que las palabras por fin saldrían. Se sentaba frente a su sobrino en la mesa a la hora de cenar y lo que sonaba parecido a una palabra le daba esperanza. Generalmente la perdía con la repetición del mismo ruido como si se tratara de un juego para él. Las respuestas a sus preguntas eran gestos o palabras en una libreta.

Ningún doctor. Solo quería hablar con él, saber qué podía pensar en una cabeza tan pequeña para robarle el sueño.

—Buenas tardes. —Alessia agitó la mano en el aire para saludar a Samuel.

Samuel alzó una mano y regresó al interior de la casa. Logan trepó la rama y bajó para sentarse junto a Alessia. Casi de inmediato comenzó a arrancar el césped qué recién había crecido tras el invierno.

—Presta atención. —Alessia alzó el libro para que manos pudiesen admirar sus secretos—. Encontré un idioma que no necesita que hables.

Logan miraba la luz entre las ramas, sus laberínticos verdes y los azules del cielo. Alessia golpeó su hombro y la mirada del niño regresó a las páginas con un bufido para dejar muy claro que prefería jugar a las ilustraciones de las manos y los movimientos junto a las palabras.

—Hay letras, podríamos empezar por ahí. —Alessia apoyó el libro con el abecedario en las ramas del árbol y en unos minutos descifró aquel lenguaje.

Logan, que no era tan coordinado con sus manos, hacía su mejor esfuerzo. Alessia, ahora unos centímetros más baja que su amigo y enterrada en abrigos, sonreía y movía sus dedos a la posición correcta. A pesar del frío del otoño, él usaba solo la camisa del uniforme, pero no se atrevía a quitarse el guante o subir las mangas. Casi un año después, las cicatrices eran líneas rosadas que él no quería que nadie vea nunca.

—A ver, repíteme todo el abecedario, tengo que ver si entendiste. —Alessia, su cabello rojo una llama como la que ardía en el interior de la casa esperaba atenta a que su amigo se dignara hacerle caso—. Solo una vez más.

Logan accedió y antes de que pudiera pedirlo incluso otra vez, trepó a la rama en que antes estaba.

—Oye, no sé tu cumpleaños y tu ya fuiste al mío en verano.

En una semana tendría trece. No quería celebrar, nunca más. Sacudió la cabeza y se dejó colgar boca abajo.

—Le preguntaría a Mika pero no creo que sepa eso aún — siguió Alessia que ahora solo buscaba hacerlo reír—. No voy a preguntarle a tus tíos si no quieres que sepa.

Desde la casa de enfrente una mujer se asomó a la entrada. Alessia cerró el libro y lo dejó sobre el césped. Logan se descolgó para tomarlo.

—Mañana seguimos. Tengo que irme.

Y como casi todas las tardes desde el verano, su amiga desapareció al interior de su casa.

• • •

Alessia se derrumbó en el césped del patio que compartían con los más pequeños. No podía esperar a cambiar de lugar a las canchas de los últimos tres años de colegio y sus aulas amplias, sus materias centradas. Nunca más tendría que ver arte.

—El imbécil ya no me habla —se quejó con Logan, que estaba sentado de piernas cruzadas junto a ella.

—Tal vez porque golpeaste a sus dos mejores amigos —dijo Logan en señas con una sonrisa divertida.

Alessia bufó y uno de sus rizos se alzó para caer otra vez sobre su rostro.

—Se lo buscaron por las idioteces que dijeron. —No se lo había dicho a Logan. Las personas que de frente alzaban sus manos para chocar cinco con él, detrás de él se burlaban. No era ningún misterio que ella y los pocos amigos que tenía fueran los únicos que Logan tenía si hablaban así de él—. No importa, no quiero nada con él y no fue un mal primer beso.

Logan se recostó junto a ella. Sus manos se alzaron contra el cielo para que ella pudiese ver lo que decía.

—Solo tres años más y podemos huir de todos estos idiotas.

—¿Tú diciendole idiota a la gente? — rió Alessia —. Hace dos años me habrías callado por decir algo así.

—Me dañaste —bromeó Logan.

La risa de Alessia se escuchó en todo el patio repleto de los estudiantes que esperaban la campana final del último día de clases. Alessia empujó de lado a Logan, su cabello, su falda y el saco del uniforme cubiertos en césped. Logan rió y por primera vez ella escuchó la diferencia de hace años. A veces olvidaba que Logan no hablaba; estaba tan acostumbrada a sus señas que casi olvidaba que había otra alternativa a ser su intérprete para el mundo. Otros días pensaba en cuál sería su acento y el sonido de su voz, cuándo había cambiado el tono aguado por el grave que ahora marcaba su risa y como, en dos años, nunca había dejado de sonreír con tanta facilidad.

•••

—Logan —llamó Alessia desde el columpio en que estaba sentada.

Logan alzó la mirada del libro. A sus catorce años, ya pasaba a Alessia con quince centímetros. El uniforme que tenía le quedaba corto en los pantalones. El verano había pasado con los viajes que separaron a Alessia de él por un mes, pero no su amistad. Ella estaba diferente, más seria. Él estaba de peor humor más seguido.

Había días que prefería estar solo, tardes en que desde la ventana lo veía correr lejos de la casa de sus tíos, esconderse en los árboles, golpearlos hasta que sus manos no podían más y las lágrimas llegaban. Samuel se había quejado alguna vez y ella, que pasaba por el pasillo, escuchó.

—Está frustrado y yo entiendo eso pero ni él puede decirme que le pasa ni yo lo entiendo —dijo a su esposa desde la cocina. Logan jugaba sonreído con su hermana menor, una niña de oscuros rizos revoltosos. EL amor a su hermano no necesitaba nada más, mucho menos palabras —. Solo quiero saber qué le pasa, pero yo parezco ser el que menos aguanta estos días.

—Es adolescente, Sam, me sorprendería si le entendieras — replicó su esposa que, sin embargo, tampoco sabía cómo llegar a su sobrino.

Alessia creía que era más simple que eso, pero él siempre conversaba con ella.

—Perdóname — le había dicho alguna vez tras empujar a Alessia cuando ella se había acercado después de un día particularmente difícil—. Yo no quería eso. Solo quería espacio.

La que más le había dolido de todas las explosiones de su mejor amigo había conseguido que se aleje de él por el resto del día de clases. El libro que tenía Logan, sin razón que ella pudiese ver, se había estrellado contra su nariz. Alessia le arrebató aquel libro y antes de que su ira se resolviera en golpearlo como a todos los demás idiotas, salió de la clase en que el profesor, ocupado dando su lección, no había visto nada. Nunca ven nada. Nadie veía nada.

—Logan —volvió a repetir aquella tarde— . Tengo algo que contarte.

Logan cerró el libro y se sentó en el columpio junto a ella. Sus compañeros camino a clase de deporte saludaron a Alessia y pasarón junto a él.

—¿Ahorita? Tenemos clase —advirtió Logan, que detestaba llegar tarde aunque su amiga insistía en saltarse clases y copiar de sus notas después.

Alessia se mordió el labio. Con los pies barrió el suelo de arena del parque de los niños. Sacudió la cabeza y formó una sonrisa.

—Solo era que... que mi hermano encontró un libro de biología en casa y yo sé que te gusta; casi siempre dibujas anatomía en arte. Entonces pedí permiso y me dejaron regalartelo.

Después de dos y casi tres años, Alessia sabía que mentirle a su mejor amigo no era una hazaña. Hace no mucho había pedido a sus amigos que paren las bromas que rayaban con burlas porque Logan se las creía demasiado. Pero ahora era ella quien jugaba con él.

No se supone que podía decirle a nadie. Necesitaba decirlo. Su madre lo había prohibido.

—Genial. —Logan sonrió y ella le sonrió de vuelta.

Algún día, pero no ese.

• • •

La noche de verano en que Alessia entró por su ventana casi le da un paro cardiaco. Alessia tenía el cabello desordenado, un rasguño en la mejilla y las lágrimas derritiendo el maquillaje que recientemente había comenzado a ponerse.

—Hola —saludó ella en un susurro y una sonrisa derretida en un sollozo—. Perdón, pero no sé a dónde ir y tú siempre estás.

Logan se había sentado junto a ella a esperar a su mamá todas las tardes en que no podía pasar por ella gracias a los problemas en que se metía su hermano menor y había regresado caminando los tres kilómetros en varias ocasiones. Había ido a sus carreras a pesar de que le aburrían y se sentaba antes de cada examen de magia a explicarle toda la materia. Logan siempre estaba y Alessia nunca se iba.

—¿Pasó algo? —Logan dejó su libro y la invitó a sentarse junto a él en la cama.

Si su tía los encontraba a esa hora los asesinaría. Alessia bajó la voz. Hablaba con la vista en la lámpara de luz rojiza de Logan. Por el pasillo escuchaba como Samuel cantaba con voz de tarro para su sobrina y al frente oía a su madre llamar a Cyrus para dormir.

—No puedo decirte. —Se secó las lágrimas con la tela negra de la camiseta—. Solo prometeme que siempre vas a ser mi amigo, no importa qué pase o cuanto tiempo pase, prométeme que vas a quererme igual.

Logan, sin comprender, asintió. Sus ojos por pocos segundos se encontraron con los de Alessia.

—Te prometo que nunca voy a olvidar el cariño que te tengo hoy. —Y esa era una promesa que podía cumplir, que era suficiente para ella.

Alessia inspiró hondo y apoyó la cabeza en el hombro de Logan. Quince años, las cosas no serían como antes, no por mucho tiempo más y, a pesar de todo lo que estaba por pasar, tendría un amigo.

Siempre habían sido solo los dos. Siempre habían estado solos en su silencio.

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