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IV. Cientos de Miradas

El hospital estaba lleno. Médicos, familiares y pacientes perdidos se removían entre los pasillos y se desperdigaban por un patio interior recubierto de mantas como camillas improvisadas. Los pasillos y habitaciones eran un enjambre de médicos y enfermeras a la luz anaranjada de lámparas de sal. Ni todas las flores en todas las macetas, que colgaban de los arcos que guardaban los pasillos y rodeaban el cuadrado del patio y el exterior del hospital, podían camuflar el olor del humo y la piel chamuscada.

Las lámparas estaban todas encendidas. Cada vez más soldados entraban con más heridos. Logan deseaba que trajeran más recursos en vez.

—No tenemos suficiente espacio —le decía una doctora, arrodillada en el césped junto a Logan mientras él hacía lo posible por cubrir una quemadura con algas.

La manta había dejado de ser gris para ser roja. Logan tenía su mirada en la mujer quemada, sus brazos de pulpo y las plegarias por sus hijos que hace horas habían cesado. Las miradas de los médicos estaban en él, desde las columnas de los arcos y en cada metro de suelo en el patio, cuyo césped quedaría manchado por días, y sus caminos de piedra quizá para siempre.

—Saquen a los muertos —indicó Logan, una bata blanca sobre su ropa y una mascarilla sobre su nariz y boca—. En la acera y en fila para que puedan retirarlos.

—Sí, doctor. ¿A ella también?

En medio del frente es difícil cuestionar órdenes, más de alguien que parece saber qué hace. Logan sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Su brigada recibía pocas órdenes y confianza en su mejor criterio, pero ellos ya estaban acostumbrados a la falta de camas, a improvisar con los recursos y a enfilar cuerpos.

Bajó la vista a la mujer que había traído, su respiración cortada, sus rizos pegados. De verdad creía que podía salvarla, al menos lo había creído.

—Llama a sus hijos. —Se levantó del suelo.

Toda la sangre recorrió el camino a su cabeza. Se tambaleó y la doctora lo agarró del brazo.

—Doctor, lleva aquí desde las ocho y ya son las cinco: ¿por qué no toma un descanso?

—Hay demasiados pacientes, Jazz. —Logan negó con la cabeza.

—Y no les sirven doctores cansados. Todos hemos tenido descansos; es su turno. —La doctora, con su cabello recogido en un moño y la misma mascarilla, lo miró hasta que Logan asintió—. Hay un lavadero improvisado en el callejón.

Logan atravesó el laberinto de cuerpos del patio. Doctores aquí y allá sorteaban entre los pacientes, enfermeros cargaban bandejas con equipo y medicinas que desaparecían demasiado rápido. Jazz empezaba a dar órdenes para enfilar los cadáveres en la acera. Médicos vestidos de rojo y de blanco, médicos con las manos manchadas y miradas agotadas, médicos rogando que llueva y susurros encendidos en una ira que se había encendido días atrás entre las ascuas de un templo destruido. Más batas colgadas en desorden a la salida y gritos uno sobre otro por vendas y medicina. Dejó la suya entre ellas.

Sumergió sus manos en el agua que caía desde una llave a una poceta de piedra en la calle al lateral del hospital. Restregó con jabón hasta que pudo ver su piel otra vez, la cicatriz que ya conocía. Aquellas viejas líneas se perdían en su suéter negro, líneas que reflejaban la luz de las farolas como piel de pescado, como el agua que escurria de sus manos y se llevaba con ella la noche.

La ciudad olía a humo; para él olía a sangre. Las farolas perdían su luz con la llegada de la mañana y, a pesar de estar despierto toda la noche, no podía sentir el cansancio sobre el remolino en su cabeza. Con sus manos formó un cuenco y se lavó la cara con la falsa esperanza de que eso ayudara.

Salió del callejón a las calles que deberían estar desiertas y no lo estaban.

Alessia había visto al doctor salir desde un balcón cercano, cuya puerta había mantenido en secreto la reunión con sus oficiales. Lo esperaba junto a un farol que amenazaba con darse por vencido a la noche.

—Es médico entonces.

El hombre que ella había insultado había corrido hacia un incendio y tomado el cargo. Sus manos manchadas de sangre, sus ojos como el fuego del incendio retratado. Sin pensar, sin miedo, sin esperar.

—Majestad —dijo Logan e inclinó la cabeza, demasiado cansado para que su cuerpo se coordinara en una reverencia.

—Le debo una disculpa, ¿no es así? —No podía creer que aquellas manos y esa sonrisa estuvieran más manchadas que las de ella. Por otras razones quizá, y esa era la diferencia que importaba—. Lo juzgué antes de tiempo.

Esa sonrisa como la brisa en medio del incendio y una copa de agua en medio de todo el vino apareció en el rostro de Logan.

—Las personas tienden a hacer eso. No se preocupe.

—Usted no tiene la misma tendencia, asumo.

—Me gustaría decir que no— Logan tenía la vista perdida en algún punto inexistente detrás de la reina—, pero todos estamos mirando, siempre. Todos me ven siempre, sin verme.

Su cuerpo había dejado atrás la energía que generalmente lo movía. Logan se sentó en la acera con la espalda a la fila creciente de los que esperaban a sus familias para irse del todo, para un entierro digno. Pasó sus manos por entre su cabello; deslizó sus dedos buscando algún tipo de familiaridad en el movimiento, pero ni siquiera el aire era familiar.

Alessia permaneció de pie junto a él como si el tiempo pudiese darle sentido a esas palabras, y podía, en los labios de otro, pero no en los del chico a sus pies, derrumbándose sobre su cansancio como si él también se estuviera derritiendo junto a la arena del puerto.

—Logan, necesita descansar. —El chico que entraba y salía con heridos, que corría y se tropezaba con sus propios pies, pero llegaba, no era quien había imaginado; era el reflejo de algo, una historia sin final—. Ha hecho lo suficiente.

Logan sacudió la cabeza una y otra vez. Buscó en el bolsillo del pantalón lo que el lobo había traído y se lo entregó a la reina.

—Un pedazo de uniforme...entre las cenizas —dijo, perdido en la distante calle del puerto envuelta en espesa neblina gris ceniza.

—Gracias. —La reina se guardó la tela en los bolsillos—. Y Logan, no era una sugerencia, era una orden. Sígame al palacio. Usted no es parte de la brigada nacional, no es su responsabilidad.

—¿Por... Por qué le importa? —Se había acostumbrado a su voz baja, a que Logan se demorara y se tropezara para responder pero no a que dudara.

—Porque mientras esté aquí, es un refugiado y está bajo mi poder. Me es útil, Logan. —La reina emprendió el camino esperando a que el médico la siguiera de vuelta al palacio.

—¿Por qué nunca tiene guardias? —Logan preguntó, usando otra vez ese lenguaje de señas.

La reina sonrió de lado. Las puertas se abrieron con su llegada y se cerraron a su espalda. Las vides de hierro crecieron más que nunca antes, tomaron la puerta y se subieron por los muros creciendo como zarzas.

—Ah Logan, mis enemigos deberían tener que no tengo guardias que me detengan. —Guiñó un ojo como si caminara la línea entre una broma y la verdad.

El médico la siguió en silencio, por escaleras y a una habitación distinta de la suya. Se quedó en la puerta, observando al interior. Las cortinas de un azul profundo estaban corridas, una cama preparada en medio aguardaba con una bandeja sobre ella en la que pozuelos y una taza emanando vapor y el dulce aroma de la comida le parecieron una cortesía que más se asemejaba a una ofrenda de paz.

Una tenue lámpara en la mesilla era la única luz encendida. Una puerta entreabierta parecía llevar a un cuarto de baño y un sillón al pie de la cama invitaba a leer cómo hace tal vez meses que no hacía. Pero el médico estaba en la puerta, como si esperara permiso de las estanterías vacías para interrumpir su silencio.

—Sus cosas están allí y es prácticamente igual a la habitación anterior. Preferimos tenerlo más... cerca. —La reina, en su vestido negro y sus ojos neblina, observó al médico entrar en la habitación—. Buenas noches, Logan.

Algo en aquella oración le resultó familiar y a la vez como estar hablando con las paredes. La puerta se cerró detrás de él.

—Alessia, ¿qué haces aquí? — protestó Cyrus abriendo la puerta del pasillo.

Apestaba a alcohol y ni siquiera estaba tan cerca. Alessia hizo una mueca de asco y lo empujó de vuelta a su habitación contemplando cerrar esa puerta con llave, pero eso no detendría a su hermano.

—Me aseguro de que no cause problemas ni se meta en problemas, contigo, por ejemplo. —Cerró la puerta.

Sin Cass, con Cyrus en ese deplorable estado que detestaba, no le quedaba más que seguir sola. Se lo habían advertido cuando empezó el juicio, en un mensaje que llegó encriptado para recordarle que ella no podía escapar como su hermano. Las botellas se habían ido para regresar en el peor momento, el momento en que cientos de miradas caerían sobre ella y sobre nadie más. Todos siempre están mirando.

Bajó las escaleras, una tras otra hasta que los vitrales eran solo paredes de piedra recubiertas en enredaderas. Un zumbido parecía provenir de aquellas plantas como si en él ahogaron las palabras que se decían en aquella habitación debajo del palacio. Sus flores opacas devoraban toda la luz que Alessia dejó entrar al abrir la puerta.

—Majestad, todavía no debería estar aquí — dijo el Coronel que había tomado el cargo de Cyrus y Cassandra.

Su cabello rubio reflejaba la tenue luz lila del lugar, sus ojos verdes parecían negros en la oscuridad. Las estanterías, con miles de intentos fallidos en primeras etapas, ingredientes y neutralizantes de emergencia, rodeaban el área circular. En el centro paneles de vidrio los dividían de un animal oculto por una oscuridad antinatural.

—Yo decidiré eso, Nicholas —dijo Alessia alzando una mano para detenerlo.

Nicholas inclinó la cabeza y se hizo a un lado para que pasara. Los hombres y mujeres en batas grises de laboratorio, ocultos de sus estaciones de escritorios y mesas de trabajo, hicieron una reverencia al verla pasar. Ante su presencia eran estatuas, miradas expectantes como si ella tuviese la respuesta que les había pedido a ellos.

—No hemos tenido éxito, majestad, ni avances desde el último... incidente.

—Dígalo, Corornel: desde el último fracaso. —Alessia observó la criatura que la había dejado parcialmente ciega—. ¿Al menos saben cuál es el problema?

—Las sombras, majestad. No colaboran. —Nicholas le dio un puntapié a la jaula de vidrio.

El animal se removió y gruñó en el interior. Salto hacia el vidrio. Las sombras se deslieron entre las junturas y a través de ellas. Alessia retrocedió, todo su cuerpo temblaba por el frío que se apoderó de la habitación.

Alessia y Nicholas miraron con repugnancia a la criatura.

—Más te vale que sirva. No será verano otra vez antes de que la guerra llegue. —Metió las manos en el bolsillo del vestido, al pedazo de uniforme rebelde que Logan le había entregado.

Alessia no podía tolerar esa habitación más tiempo, no sin que su vista se debilitara más hasta retroceder días en su mejora.

Nicholas siguió los pasos de la reina por la escalera y se giró de vuelta a la bestia y los científicos que esperaban junto a sus estaciones firmes como soldados.

—¿Bien? Otra vez, imbéciles. Ya oyeron a la reina.

Alessia sonrió a la amarga oscuridad de las plantas que se agitaban con sus pasos y la confusión de su mente. Sin Cyrus, sin Cassandra, con el peso del castillo entero sobre su cabeza, el experimento importaba más que nunca. Y aún así, necesitaría a su hermano.

Hace unas horas había arrastrado a Cyrus a la calle. Le había enseñado al muchacho que él había llamado asesino y que ayudaba a un pueblo que no era suyo, que hace unas horas lo había juzgado como asesino en masa. Tal vez el juicio de Alessia había sido peor.

Se detuvo ante la puerta y su portal a la realidad, a las botellas vacías y cientos de miradas.

Cuatro pisos sobre el inusual proyecto, las sombras se resolvían incómodas. Susurraban una y otra vez sobre las torturas y el fuego.

Logan escuchaba, despierto sobre su cama mirando el amanecer a través de una abertura en las cortinas. Sus manos entraban y desaparecían de la oscuridad, su mente debatía entre el sueño y la vigilia .

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —preguntaba una y otra vez, pero ellas tampoco sabían la respuesta—. ¿Quién está haciéndoles esto?

Para las siete, se había quedado dormido entre almohadas y las mantas de una cama desconocida como lo eran todas las camas últimamente. Se había quedado dormido intentando proteger a las sombras de algo desconocido.

Un golpe en la puerta lo despertó cerca del mediodía.

Alessia abrió la puerta y se apoyó en el marco para analizar al chico de ojos cansados que pasaba las manos por su cabello y se acomodaba un suéter diferente al de la noche anterior.

Hace meses se había acostumbrado a las pocas horas de sueño, a dormir con ropa para correr en medio de la noche. Nadie nunca se acostumbra a ello.

—Tenemos cosas que discutir, Logan —dijo y salió para esperarlo al final del pasillo.

La reina se detuvo frente a la puerta de su hermano. No había ruido o signos de vida adentro. Abrir la puerta y ver el interior no era algo que quisiera hacer. Le repugnaban los recuerdos que se apoderaban de su presente, los muebles volcados, las botellas en el suelo, el hedor a alcohol que quema la garganta con solo respirar, las cortinas corridas.

Sintió la presencia del médico detrás de ella, aunque sus pasos eran casi imperceptibles en la alfombra del pasillo.

—Coma algo, lo espero en el jardín.

• • •

—Es médico — repitió cuando Logan llegó a su lado.

Observó al médico aunque él prefería ver las flores que a ella. Olía a limpio en vez de al humo que plagaba la ciudad y que aún volvía la luz anaranjada anochecer al mediodía. Sus mejillas se veían sonrosadas, aunque si era que por fin lo estaban alimentando lejos de la guerra o si era el fuego, Alessia no podía saber. Logan asintió, otra vez.

—¿Puede hablar con Cyrus?— Alessia soltó las palabras con la delicadeza con la que cae un yunque y un suspiro—. Cassandra era su prometida.

—¿No intentaría matarme? —preguntó en señas. Arrancó una de las flores y colocó uno de los pétalos en su boca donde se derritió en una miel, una versión concentrada de un remedio contra un insistente dolor de cabeza—. Tengo experiencia en el frente, majestad, no en la mente. Es un lugar complicado, más complicado.

No quería involucrar a nadie en su país, nadie que tuviera que guardarle una mínima pizca de respeto a la realeza y sus columnas manchadas de sangre, su historia suspendida por enredaderas.

—No me diga —murmuró con sarcasmo—. Inténtelo.

La sonrisa divertida de Logan la desconcertó.

—¿Es una orden? — sus manos trazaron las palabras.

—Es una petición. Les estamos dando recursos y esto es lo que le pido a cambio. ¿Puede o no? —Alessia cruzó los brazos. El cuero negro de su chaqueta reflejó la luz del invierno sobre su cabello, rojizo como las flores y las ojeras que el maquillaje no ocultaba.

• • •

Cyrus estaba dormido sobre el sillón de su habitación entre botellas vacías, algunas habían regado la mitad contenido sobre la alfombra y la otra mitad sobre Cyrus. Un brazo sobre sus ojos buscaba cubrir la inexistente luz de la habitación.

En otras circunstancias la cara de asco de Logan le habría hecho gracia. Como un niño pequeño mirando la cena que le disgusta. En otro momento donde no fuera a su hermano menor a quién esa mirada estaba dirigida; si no fuera tan amargamente familiar verlo en ese estado después de tantos años.

—Cyrus. —Cuando no tuvo respuesta, Alessia llenó un vaso de agua en el lavabo y se lo lanzó a la cara.

Cyrus, con su cabello rubio mojado pegado a la piel de la frente y escurriendo sobre charcos de alcohol se levantó de un salto y se abalanzó contra la reina. Ella lo esquivó y sus dedos se clavaron en su brazo.

—Te traje ayuda. No vas a ser mi general hasta que él —apuntó al médico—, diga que puedes.

Logan se había quedado detrás de la reina, moviéndose de un lado al otro hasta que la primera botella se estrelló detrás de él y lo dejó edtatico. El médico se cubrió los oídos e hizo lo posible por esconderse detrás de una de las columnas, cerca de las cortinas cerradas.

—¡Cyrus! —protestó la reina.

Otra botella se reventó contra el suelo y los pedazos llegaron a los pies de Logan. Entre los insultos solo entendía el nombre de la antigua general de la reina repetido varias veces.

—Majestad —alzó la voz Logan—, déjelo. Salga por favor.

—¿Qué es estúpido? Lo va a matar. —La reina buscó la figura de Logan tras la columna mientras se interponía entre Cyrus y las pocas botellas que quedaban.

—Salga por favor —repitió

La siguiente botella estalló contra la puerta cuando se cerraba tras la reina y la siguiente no salió de las manos de Cyrus. Se aferraba a ella como los niños llevan sus juguetes, como si eso fuera un ancla. Era un ancla, una que lo arrastraba poco a poco hasta el fondo, y Cyrus no pensaba soltarla.

Logan, con cautela, salió de detrás de la columna y observó a aquel hombre con lágrimas en los ojos que buscaba alcohol en la botella vacía.

—Conocí muy poco a Cassandra —admitió —, pero me parecía una persona amable.

—No te atrevas a hablar de ella —le advirtió apuntándole con la botella.

—Creo que te culpas, de alguna manera. —Logan se acercó un paso—. No es tu culpa.

—Es tuya, ¡imbécil! —La botella le habría dado en la cabeza, pero Logan saltó en una sombra y reapareció en el mismo lugar un segundo después.

Dudaba que Cyrus estuviera lo suficientemente sobrio para atribuirle eso a magia en lugar del alcohol.

—No, tampoco. —Logan alejó la última botella del delirio del hombre frente a él—. La ira es una forma de vivir el duelo, pero hay otras.

—¿Qué sabes tú de duelo? —Cyrus lo despedazaba con la mirada.

—Más de lo que pensarías. —No se detuvo en las memorias, se detuvo en la luz que atravesaba el espesor de la cortina. Si seguía vivo Cyrus escuchaba, si escuchaba aún podía soltar su ancla—. Piensas que el mundo se acaba y no, sigue, como si no le importaras. Eventualmente aprendes tú también a seguir.

—¿Eventualmente? — Cyrus río con el mismo cinismo de la reina—. Eso significa nunca.

—No, es cierto, nunca se va del todo. Pero, con el tiempo, deja de destrozar el suelo bajo tus pies y es más como una brisa, a veces como un viento fuerte. —Logan hablaba con la calma del jardín en la mañana—. Cyrus, es normal sentir que nada vale ya pero, ¿Cassandra que diría?

—Nada. No diría nada ¿Qué importa? Ya no está. — los ojos de Cyrus brillaban.

—Yo entiendo eso, pero la conocías muy bien; ¿qué te diría ahora?

El médico hablaba con la confianza de quien sabe lo que hace, a pesar del silencio que acarreaban sus palabras. Parado delante de Cyrus estiraba, con cautela, una mano hacia la botella. Su mirada estaba en el rostro de su paciente, seguro de que un movimiento en falso era todo lo necesario para que explote.

Desconocía el pasado del hombre en pedazos frente a él, pero reconocía una preexistencia. Cassandra quizá lo había vivido, quizá sabría que hacer. Él no estaba seguro de lo qué hacía.

—Llorar es saludable —dijo a las lágrimas que Cyrus retenía en sus ojos—. Me voy a llevar esto.

Su mano se cerró sobre el cuello de la botella y aquella mano, desgastada y áspera por las armas se abrió. Logan levantó el resto de las botellas, las dejó al lado de la puerta de la habitación. Juraría que vió un destello rojo girar la esquina, pero se perdió casi al instante. Cerró otra vez la puerta de la habitación, se sentó frente a Cyrus y dejó al silencio trabajar.

• • •

La tarde siguiente, vestido de negro como todos, Logan se encontró junto a Cyrus camino a un funeral. El funeral para alguien por quien lo habían llamado asesino.

—¿Qué se le llama a las ganas que tengo de largarme de aquí? —le preguntó Cyrus, tenso como el soldado que estaba acostumbrado a ser, rindiendo honor a las medallas en el negro uniforme.

—Miedo, ansiedad ... Negación.

—No niego lo que pasó. Yo recogí su cuerpo.

—No, pero quisieras poder negarlo.

Cyrus frunció el ceño, pero no discutió con su psicólogo asignado. Logan tomaba su silencio como victorias, aunque nunca podía decir con certeza si lo escuchaba o si lo ignoraba.

A la entrada del templo se congregaban soldados, familiares con el cabello igual de rojo que Cassandra, y la reina, que recibía a todos de pie en medio de aquellas gigantescos puertas abiertas a la negra procesión. Su corona brillaba con la luz de la tarde que se perdía en las flores tejidas en el vestido. Cyrus se detuvo a unos pasos de la entrada para saludar a una señora mayor de cabello rojizo y ojos que no dejaban de llorar. Un hombre a su lado miraba con expresión vacante.

—Veo que conseguiste sacarlo de la habitación —dijo la reina cuando Logan se detuvo a su lado al interior del templo.

Logan se encogió de hombros. No creía tener crédito en ello, Cyrus no habría faltado al rito.

Su paciente regresó a su lado para adentrarse entre las columnas del templo. La reina detuvo a Logan cuando pasaba junto a ella, se apegó a él y lo miró aunque él no la miraba.

—Lo que va a ver, no lo interrumpa, no interfiera.

Logan alzó la vista a los guardias que flanqueaban la entrada, a sus oídos atentos y sus miradas desde su puesto en cada columna como si ellos también formaran parte de la estructura que sostenía los altos techos y sus candelabros. Se apartó de la reina.

—Tal vez entonces no debería estar aquí —dijo en señas , algo que para los demás sería solo parte de sus típicos movimientos sin sentido.

—No sea ridículo, usted está aquí por Cyrus. Es su deber. —La reina sonrió con la satisfacción de usar su profesión y sus votos en su contra.

Ella también cumplía un deber, el que le debía a su pueblo.

Las personas tomaron sus asientos junto a ventanas tan altas como las paredes y las puertas de vidrio a balcones cerrados entre murmullos avivados. Las velas del templo danzaban en una luz anaranjada como un presagio, como el hormigueo del instinto que le pedía a Logan salir corriendo.

Removía los pies, sentado en las bancas de mármol junto a Cyrus. Los oscuros ojos del jefe de los espías relucían en la luz que entraba por entre las columnas. Al final del templo, un altar sostenía una sola urna de oro sobre un mantel blanco. Alessia, frente a él, era el centro de cientos de miradas, desde las bancas, desde las columnas y desde los laterales donde la procesión se derramaba.

—Amigos, soldados, familia —la voz de la reina resonó en el alto techo del templo—, Cassandra era más que un general, era parte del espíritu de esta nación, un espíritu que clama.

Dos soldados entraron por las puertas laterales del altar; cada uno arrastraba un hombre vestido en uniforme rebelde. Logan, como un conejo, como si él fuera prisionero , se removió en su asiento. Cyrus puso un brazo contra su pecho, sin regresar a verlo, Sin expresión.

Interfiere y estás muerto, es lo que había querido decir la reina. No puedes hacer nada, decía Cyrus.

—Clama venganza, pide lo que todos aquí piden, lo que sus corazones arden por tener —la voz de la reina era firme como la roca del templo, hacía eco en las paredes, caía como la nieve—: justicia.

Logan vio la daga solo después de intuir lo que pasaría. Un movimiento, dos cortes, dos cuerpos. Cayeron con un golpe vacío y un hilo creciendo para ser un charco que llegaba a los pies de Cyrus, de todos los que se sentaban en primera fila. Un cuerpo rodó escaleras abajo, arrastrando consigo aquel río, su mirada abierta al techo cerrado, a ojos atentos y corazones apagados.

—Quieto —le susurro Cyrus, pero el cuerpo de Logan no sabía seguir introducciones y tampoco quería.

Eso no era justicia. No se pide sangre por la sangre, fuego por el fuego, o todo quedaría en ceniza. Todos ya estaban cubiertos de ceniza.

Se libró del brazo de Cyrus. Su suela llevó consigo la mancha de aquel crimen y dejó un camino hasta la salida ante cientos de miradas.

Alessia, con la sangre goteando por su brazo descubierto hasta teñir las pulseras de oro, siguió con la mirada el camino de aquel idiota y aquel extraño aliado. No, Logan no entendía la guerra porque no estaba dispuesto a hacer lo que se tenía que hacer, lo que debía hacer una reina.

Alessia bajó los escalones hacia los soldados que se habían puesto en pie junto a Cyrus.

—Quemen esto. — Pateó a un lado el cuerpo de aquel traidor disfrazado de rebelde para el público —. Cyrus, ¿a dónde se fue tu nuevo amigo?

—Tenerlo aquí fue una estupidez —la reprendió Cyrus.

A veces volvía a ser el mismo. Al menos estaba sobrio.

—Fue una lección —lo corrigió Alessia—. Puede huir si quiere, solo me da la razón.

Su hermano recorrió el camino que Logan había dejado y volvió su mirada a la reina, una mirada cargada de cientos, una que sostenía una conversación ajena al templo, a la ciudad y al presente.

Los cuerpos se retiraron, se sirvieron copas y comida antes de que otro informe llegara. El teniente coronel hablaba en señas con la reina.

—Llegó al hospital, majestad —dijo el oficial, leyendo el mensaje en una tarjeta de papel que pronto volvería a ser blanca.

—¿De donde? —intervino el hermano de la reina que, en señas, tradujo su pregunta al oficial.

—No estamos seguros. No dijo nada.

—Déjenle jugar a ser médico. —Alessia se limpió las manos en una tela blanca del altar—. Nosotros tenemos juegos más importantes que atender.

No creía eso. Quizá sí. Logan podía ser útil en el hospital y eso era lo más importante. Torturarlo así era solo una diversión o una forma de borrar recuerdos molestos. Un aviso, una advertencia sobre la verdad tras los rumores de la reina, sobre el mundo en que habían entrado y que acabaría con el fin de la guerra, si alguna vez podía terminar. Abre los ojos, de nada sirve ser tan inocente. Pero el médico, entre centenares, era el único que había apartado la mirada.

Desde la ventana del templo buscó el hospital, su tejado y el patio interior en la base de la colima. Su vista no le permitía ver detalles pero daba igual, sabía que él estaría allí, conocía su ciudad.

—¿A quienes mató, majestad? —inquirió Nicholas, parado a su izquierda junto a Cyrus.

—Prisioneros lo suficientemente antiguos para no importar —respondió sin girarse.

—¿Y el médico? ¿Está segura de que no es un problema?

—¿Logan? No podría matar un insecto si su vida dependiera de ello. —Alessia sonrió sumergiendo la verdad y la mentira en una misma copa, en el mismo vino que alguien le había servido—. Es un cobarde.

Alzó su copa con la de los demás. Buscó a su hermano entre los soldados y las flores dispuestas para Cassandra.

Habría detestado aquel espectáculo.

El pueblo necesitaba un espectáculo.

—Por Cassandra. —Y a su brindis le siguieron el eco de las respuestas.

• • •

Al final de la semana, por la tarde al regresar del hospital, Logan encontró una carta y un paquete sobre su cama. Una botella de cristal cómo un tubo de ensayo con un corcho sellado. Azul azur. Un veneno que había estudiado por años antes de graduarse, un veneno que intentaba ser una cura pero nunca dejó su letalidad. Y una sola instrucción con una amenaza escrita entre líneas.

Un conejo negro de ojos dorados lo miraba desde las mantas; sus orejas se derretían hacia abajo y su nariz se removía incansable. La carta arrugada en la mano de Logan parecía contener espinas, el aire se había convertido en agua. Un susurro en la oscuridad finalmente consiguió que mirara al conejo, entonces el aire era hielo y las palabras que salieron de sus labios toda la voluntad que le quedaba.

—¿Mika? 

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